NATURALISMO CRISTIANOCOSME BUENO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Francisco
Antonio Cosme Bueno y Alegre (Aragón 1711- Lima 1798)
erudito, herbolario, farmacólogo, médico, epidemiólogo, geógrafo, astrónomo, meteorólogo,
matemático, físico newtoniano, catedrático, investigador de las capacidades de
volar del hombre, propugnador de la inoculación contra la viruela, teísta
regalista, protoliberal, opuesto a la magia, el ocultismo y a la superstición, atento
al macro y micromundo es un “hombre universal”, pero esencialmente fue un
filósofo porque en él todo estaba unido.
Puede ser considerado como un nítido
representante del naturalismo cristiano, porque si bien abandonó el
peripatetismo escolástico continuó siendo un peripatético cristiano. No fue él
quien entronizó la física newtoniana –Unanue y Celis lograrían su aceptación
oficial-, no obstante fue el primer prosélito de Newton en el Perú. Bueno, como
Newton y el célebre médico y humanista holandés Hermann Boerhaave (1668-1738)
–a quien admiraba y seguía-, era amante de la ciencia pero también hombre piadoso.
Esta forma de recepcionar la doctrina newtoniana está relacionada con el
espíritu autóctono de la Ilustración peruana –científica y religiosa a la vez-.
Por lo demás, la propia Ilustración
española bajo Carlos III evitó siempre los excesos deístas y volterianos, y
estallada la Revolución francesa se detuvieron las reformas, cunde el pánico
ante los excesos del Terror frigio. La España borbónica e Hispanoamérica
colonial del siglo dieciocho estaban unidos por el mismo catolicismo crítico
que encandiló a Jovellanos. Es decir, se trata de un catolicismo y teísmo muy
compacto, intocado por la racionalización protestante del dogma, pero si bien
no se impone la máxima racionalización deísta de la idea de Dios, sin embargo
se abre vigorosamente paso un teísmo regalista, protoliberal y prerromántico.
Esto es, la Ilustración hispana no entró en colisión directa con el catolicismo
culturalmente impregnado –a pesar del pleito con la Inquisición-, sino en
colisión indirecta a través de valores protoliberales.
Cosme Bueno era de origen aragonés y
educado en Lima recibió el influjo del ilustre Peralta y Barnuevo, ocupó los
mismos cargos y enseñó los métodos de Galeno, fue médico y Cosmógrafo
Mayor del Virreinato del Perú -el cargo de Cosmógrafo Mayor era el
puesto científico más importante del Virreinato, encargado de la elaboración de
mapas geográficos, náuticos, realizar observaciones astronómicas, ocurrencia de
eclipses, confeccionar el anuario científico-médico, observar el clima, dictar
la cátedra Prima de Matemáticas, y perduró durante la República hasta 1878-. Cosme
Bueno fue Cosmógrafo Mayor por un lapso prolongado (1758-1798). Durante su ejercicio
de Cosmógrafo Mayor redactó una Geografía
médica del Virreinato del Perú y de las regiones limítrofes, donde se
describe la incidencia de las diversas enfermedades que afectaban las regiones
del Virreinato, de gran valor para los interesados en la ciencia médica, el
control de plagas, la ciencia epidemiológica y en la salud de la población. Esta
simbiosis entre ciencia y religión es posible no sólo por la moderada
Ilustración hispana, sino principalmente porque la propia doctrina newtoniana
no va unida a la disolución violenta del pensamiento metafísico.
Ya Koyré ha resaltado cómo la ciencia de
Newton es producto de sus filiaciones metafísicas, teológicas y filosóficas (Estudios newtonianos, ed. en francés, p.
131). Su creencia en un Dios activo y presente en todo lugar, destaca Koyré, le
permitió superar a Newton el empirismo llano de Boyle y Hooke y el racionalismo
estrecho de Descartes, pues consideraba que para descubrir las leyes que Dios
ha creado en el mundo se debe renunciar a las explicaciones mecánicas y establecer
un sistema de fuerzas que rigen el mundo natural por leyes matemáticas
inductivas en vez de recurrir a la especulación pura.
El siglo del Genio (1601-1700) produjo un
Kepler en astronomía, un Galileo que hacía añicos la física aristotélica, un
Descartes que descubre la geometría analítica, un Leibniz que comparte con
Newton el descubrimiento del cálculo infinitesimal, un Newton que formula la
gravitación universal, un Gassendi y Boyle que reinstalan al átomo en la
estructura fundamental de la materia, un Römer que mide la velocidad de la luz,
un Grimaldi y un Hooke que hacen enormes progresos en óptica. Los dos siglos
siguientes no producirá ningún otro Newton, aunque proporciona abundantes
investigadores de primer orden (Euler, Hamilton, Lagrange, Laplace, Fermat,
Maupertius, Bradley, Herschel, Cavendish, Priestley, Lavoisier, Rumford,
Dalton, Carnot, Joule, Kelvin y otros). Otro momento histórico de encuentro
entre ciencia y religión lo hallamos en la desarticulación del mundo simbólico
mítico que comienza en la Grecia clásica y se consuma en la época helenístico
romana, momento en que aparecen los más grandes matemáticos y astrónomos
(Euclides, Arquímedes, Aristarco, Eratóstenes y Ptolomeo) y la más formidable
reacción religiosa (cristiana y musulmana).
En otras palabras, la figura y la física
de Newton impera sin parangón alguno en el siglo de Cosme Bueno y él siendo el
primer prosélito de Newton en el Perú es un naturalista cristiano, teísta
regalista protoliberal, aristotélico cristiano antes que aristotélico
escolástico, atento más a las formas particulares que a las formas universales.
Con la ciencia moderna la ontología dejaría de ser ciencia del ser para
convertirse en ciencia del ente y así se operaba la última transformación del
aristotelismo, de física de las formas trascendentes a física de las formas
inmanentes.
Bueno estudió Latinidad y hacia 1730 pasó al Perú. Casi nada se sabe de su
infancia y adolescencia. Cursó Farmacia y Medicina en la Universidad de
San Marcos. Graduado de Doctor (1750),
ganó la oposición a la cátedra de Método de Medicina. Empezó un ministerio
práctico en la materia, como médico de los presos del Tribunal del
Santo Oficio y de los
hospitales de Santa Ana (1753), San Bartolomé
(1760) y San Pedro (1761). Fue muy estimado por sus aciertos farmacológicos,
basados en la relación entre la salud y las influencias cósmicas. Como
Cosmógrafo Mayor Cosme Bueno perfecciona en El
conocimiento de los tiempos la sección titulada Juicio del año, en la que predecía, por la ubicación de los
planetas, el clima del siguiente año. Está tan convencido de la relación
directa entre los planetas, las disposiciones del cielo y el clima que afirma:
“el influjo de los cielos es tan positivo que por más que lo nieguen los
hombres, lo confiesan las flores en el campo, el tiempo en sus mudanzas y el
mar en sus tormentas”.
Al morir el jesuita Juan Rehr –su antecesor en el Cosmografiato-,
asumió la cátedra Prima de Matemáticas (1757),
cuyas lecciones cambiaban de un año a otro, pues aparecen sucesivamente
consagradas a Geometría y Trigonometría
(1786), Óptica
(1787) y Dióptrica
(1788). Sus conocimientos son tan extensos
como su afamada y actualizada biblioteca personal. Como Cosmógrafo Mayor le competía
la edición anual de un calendario de observaciones astronómicas titulado El conocimiento de los tiempos.
Como introducción a ellas publicó una serie de disertaciones médicas y
astronómicas, a las cuales debió su fama de erudito. Como estudioso del clima y
la naturaleza del aire escribe “Disertación físico experimental sobre la
naturaleza del aire y sus propiedades” en el que desarrolla teorías sobre la
presión del aire y sus consecuencias en la fisiología humana, así como la
presencia del agua en el aire y el origen de los vientos.
En dicha disertación deja libre su genio
para especular como Leonardo de Vinci sobre las posibilidades de volar del
hombre, y propone mecanismos que imiten los sistemas de sustentación aérea que
tienen las aves. Es un adelantado a Pedro Paulet y a los hermanos Wright. Aquí
conviene destacar que si a Leonardo la carencia de una educación formal lo
liberó de caer en las garras del racionalismo y le facilitó el camino directo a
la contemplación y observación empírica de la naturaleza, en Bueno fue al
revés, no fue una situación de bastardía ni marginación social, sino una
educación formal, de cultura científica e intelectualidad orgánica como funcionario
del Estado, lo que lo prepara para pensar en el vuelo del hombre. El espíritu
realista y matematizable de Bueno, por el que coincide con la ciencia moderna,
no lo excluye de elevar la fuerza de su imaginación a nuevas realidades. Es un
investigador moderno pero con la vivacidad imaginativa de un barroco. En él no
está separado el mundo de Goethe y de Newton.
En 1784 Cosme Bueno como herbolario y farmacólogo investiga
las propiedades clínicas de la quina, cuyos efectos medicinales ya eran muy conocidos
por los indígenas de Perú, Ecuador y Bolivia. Ya en en 1638 Francisca
Enríquez, Condesa de Chinchón y esposa del Virrey
del Perú,
fue curada del paludismo con una preparación de esta corteza lo que comenzó a
extender su uso. Fue conocida en el Viejo Mundo como "cascarilla de la
condesa" o como "cascarilla de los jesuitas" -comunidad
religiosa que ahondó en la investigación de los conocimientos aborígenes- y que
más tarde en el resto del mundo sería famosa como "cascarilla del
Perú".
Ya Carlos III había destacado a
la expedición de los botánicos Ruiz y Pavón que llegó al Perú en 1778 la
recolección de plantas
medicinales y entre
ellas los quinos. Como epidemiólogo y defensor de
la vida Bueno destaca también por propugnar la inoculación en el tratamiento
preventivo de la viruela. Además, como cabeza del Cosmografiato continúa y
perfecciona el método de Juan Rehr para el registro meteorológico de las
temperaturas diarias en Lima.
Cosme Bueno
da comienzo al peripatetismo del siglo dieciocho, como cristiano cree en la
creación, la Providencia y en la inmortalidad del alma, esto es, está lejos del
nominalismo puro y su negación absoluta del universale
metaphysicum como realidad objetiva; pero como enamorado de la naturaleza y
erudito del renacimiento científico es parte de la desviación del realismo en
el sentido de un nominalismo moderado que distingue entre universale metaphysicum y universale
logicum, es decir, entre el tipo específico existente realmente en los
individuos que componen la especie y la noción general correspondiente a este
tipo y que no es sino una abstracción del pensamiento. Mientras para el
peripatetismo nominalista radical del medioevo no hay más realidad perceptible
y cognoscible que lo individual y contingente –porque lo universal no es una
realidad sino un simple signo-, para el peripatetismo dieciochesco
hispanoamericano la realidad perceptible y cognoscible es lo individual y
contingente y también la realidad divina–porque lo universal es una realidad metaphysicum y logicum-.
Por tanto, si para Occam la ciencia es para Dios y
para el hombre la fe y, en consecuencia, la Iglesia debe dedicarse a la
santidad apostólica dejando los negocios mundanos a la causa del rey; para el
peripatetismo dieciochesco hispanoamericano el teísmo regalista no debe
divorciarse del teísmo apostólico. La ilustración autóctona de América y de España
no se parapeta en la duda escéptica de Protágoras ni declara imposible la teología
racional o científica, por ende, no cree necesario que el desarrollo de una
ciencia laica deba de sacudirse del yugo de la Roma cristiana. Por el
contrario, conserva el instinto de que manteniendo el fundamento trascendente o
divino se puede evitar los excesos de la razón humana autónoma. En otras palabras,
a la vista de los excesos del regnum
hominis en Europa en América se conserva la convicción de que destruido
aquel fundamento clásico-cristiano ya no es posible salvar ningún valor de
orden espiritual, por lo que el empirismo, racionalismo y la Ilustración debía
evitar el exceso fanático.
Así, Cosme Bueno no es un escéptico en lo tocante a
la metafísica y su entusiasmo por la naturaleza y la deducción matemática como
complemento de la ciencia experimental, debe ser visto no sólo como decepción
en la esterilidad de la logomaquia escolástica, sino como un peripatetismo que
admite el naturalismo científico sin renunciar a la teología ni a la fe. En
este sentido, el peripatetismo de Bueno está más próximo al aristotelismo de
Aristóteles –quien fusiona teología con naturalismo- que al aristotelismo meramente
naturalista de Teofrasto.
Ocupando el Cosmografiato hasta el final de sus días
sus dos últimos años de su vida estuvo ciego como Bach y sordo como Beethoven, entregando
su alma al Señor el 11 de marzo de 1798 a los 87 años.
Lima, Salamanca 15 de enero del 2016