SER Y PENSAR EN
PARMÉNIDES Y
DESCARTES
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El argumento ontológico
donde mejor se expresa la identidad del ser con el pensar se da tanto en
Parménides como en Descartes, y, sin embargo, es el que más reciamente ha sido
combatido por la filosofía logística y la filosofía nihilista de nuestro tiempo.
Por cierto, un tiempo que ha sucumbido a la razón funcional y ha roto los
vínculos con la razón sustancial.
Parménides, considerado el
padre de la metafísica occidental, afirma: “El Ser es, y es imposible que no
sea. El No-Ser no es y no puede ni siquiera hablarse de él. Es lo mismo Ser y
Pensar”. Por su parte Descartes, considerado el padre de la filosofía moderna,
sostiene: “Es imposible que un ser finito piense un ser infinito actual sin el
auxilio de éste”.
Nuestra opinión es que
mientras el argumento de Parménides no se restringe al pensamiento humano y
abarca el pensamiento de Dios, el de Descartes alude preferentemente al pensar
del hombre. Esto significa que en ambos pensadores la idea de Dios es ya el ser
de Dios pero de diferente modo. Mientras el Cogito
se subordina ontológicamente al Ser, en el eleata hay algo más profundo y se
refiere a que el Ser es ya un acto del pensamiento puro o sea de Dios.
Ahora se comprende que el
énfasis del argumento ontológico parmenídeo esté puesto en la unidad del Ser
concebida como el Camino de la Verdad. Esto es, todo pensamiento de una entidad
es a la vez pensamiento del ser de esta entidad. Para Parménides ésta es la
revelación mística y racional que de los inmortales reciben los filósofos, pues
el otro camino o Camino de la Apariencia es la que siguen los seres mortales y
los sistemas de los jonios, que viven en el mundo de la ilusión. Mirando el legado
de Jenófanes, Anaxímenes y Pitágoras, subrayará que los fenómenos de la
Naturaleza y las explicaciones cosmológicas no son explicaciones sobre la
Verdad, sino de las explicaciones de los hombres que andan por el Camino de la
Apariencia, como ruta intermediaria entre el Ser y el No-Ser.
Bien se ve que Parménides
no está concentrado en la consideración del Ser en sus diversos aspectos y
formas (Realidad, Existencia, Apariencia), ni en la participación de lo
múltiple en el Todo del Ser; sino que su principal descubrimiento reside en
observar la doble relación de la identidad del ser y el pensar. Pues, por un
lado, si bien es el pensar finito el que aprecia el pensar infinito del Ser
(Descartes), por otro lado, es el propio acto del pensamiento puro del Ser el
que posibilita el pensar finito sobre el Ser.
En otros términos, en
Parménides no hay concepción empírica del ser, ni concepción eidética del ser,
sino que se trata de un pensar concentrado en el Ser mismo. El cual ha sido
visto como un otorgamiento prioritario al pensar lógico, lo cual es cierto sólo
a medias, pues en todo caso lo lógico puede ser reducido a la razón del Ser. Por
ello, el ser del pensar finito sobre el Ser tiene su fuente en la realidad
absoluta del Ser.
Será más adelante Platón –quien
busca como Empédocles, Demócrito y Anaxágoras, conciliar el ser y el devenir y
evitar el relativismo escéptico de los sofistas, ayudándose con el
conceptualismo de Sócrates- el que postulará la metafísica de las esencias para
salvar la verdad y el conocimiento en medio del problema del devenir y salvar
el mundo de las apariencias. A lo cual seguirá Aristóteles con su teoría de las
cuatro causas, donde el eco lejano de Parménides resuena poderosamente cuando
hace de la causa final la más
importante frente a la materia y al concebirla como espíritu pensante. La filosofía sistemática griega culmina con la
absorción formal de la hylé por el logos.
De modo que la metafísica
del Ser de Parménides no nace del problema del devenir, sino del problema de
Dios, surge del monismo teológico inspirado por Jenófanes. A Plotino, Filón y
Agustín les corresponde la fusión de la metafísica parmenídea del Ser con la
metafísica de las esencias al desarrollar la metafísica de las formas eternas.
Descartes en sus Meditaciones Metafísicas (1647) muestra
la realidad objetiva de la idea de Dios: “…lo más perfecto, es decir, lo que
contiene en sí más realidad, no puede ser consecuencia y dependencia de lo
menos perfecto…”. Por tanto: “…no podría haber en mí la idea de una substancia
infinita, siendo yo un ser finito, de no haber sido puesta en mí por una
substancia que sea verdaderamente infinita.”
Y esto sucede así en
Descartes porque la vertiente racionalista de la filosofía moderna, si bien
disocia objeto y sujeto y hace de lo subjetivo lo único seguro y autónomo, sin
embargo, prolonga las verdades de razón de la antigua tradición metafísica
clásico-cristiana. Será con la vertiente empirista que acontecerá la gran
ruptura con dicha tradición metafísica, haciendo que lo que único válido sea lo
puramente fáctico, humano, temporal, finito, útil, individual, deseo y poder.
Para la tradición empirista el ser y las esencias son conceptos y se consagra
el giro idealista desde el ser hacia el pensar, lo ontológico se subordina a lo
epistemológico.
En el moderno contexto
nominalista la determinación del ser está del lado del sujeto que afirma y ya
no del lado del sujeto del que afirma, se elimina la necesidad de un soporte
sustancialista privilegiado para el atributo de la afirmación del sujeto. Todo
queda reducido a las cenizas del holismo semántico (Tarski, Frege, Russell,
Quine, Chomsky, Rorty, Dummett, Putnam, Davidson). En el agotamiento del
proyecto de la filosofía lingüística, el lenguaje que administra la verdad
termina borrando la dualidad entre concepto y datos sensoriales.
Pero el logos de la
hermenéutica logística jugando con la interpretación sólo busca designar y no
penetrar en el objeto. En toda esta absurda conclusión se concede un mínimo de
credibilidad racional al lenguaje del hablante. De manera que la realidad
existe pero el lenguaje es incapaz de representarlo y la otrora identidad
parmenídea-cartesiana entre ser y pensar queda deshecha en el pragmatismo,
agnosticismo y eclecticismo, como otrora lo hizo el escepticismo sofístico
griego. Del mundo sólo tenemos creencias más no un conocimiento objetivo,
repiten los Goodman, Dummett y Putnam. Todo este movimiento
antirepresentacionalista iniciado con Frege es una variante del idealismo
subjetivo de Berkeley y su ser como ser
percipi. La novedad es que ya no hay conciencia de datos sensoriales, ni
reconstrucción del objeto a partir de éstos. La semántica lo encierra todo y su
resultado es la negación nihilista de todo conocimiento objetivo y la
relativización de la ontología del mundo.
Pero el ataque a la
identidad entre el Ser y el Pensar no sólo proviene del logos de la
hermenéutica logística, sino que un papel destacado les ha correspondido al
logos nihilista y anti-humanístico de los filósofos estructuralistas,
postestructuralistas y posmodernos, verdaderos “genios extraviados” que con su
desatino verbal dificultan la comprensión del mundo real con el argumento subjetivizante
y disolvente que liquida la ontología y los valores disolviéndolos en meros
eventos (Bataille, Feyerabend, Foucault, Barthes, Derrida, Baudrillard, Vattimo,
Rorty).
Este descarriamiento
lógico-semántico y anti-humanístico de la filosofía vuelve necesario retomar la
reflexión sobre la identidad entre Ser y Pensar en las figuras claves de
Parménides y Descartes. Descartes deduce la idea de Dios de la idea misma del
Ser Perfecto, y Parménides afirma que “El Ser es y es imposible que no sea”,
donde “Ser y Pensar son lo mismo”. En el fondo, el argumento ontológico sólo
ser refiere al ser infinito y, en consecuencia, no se trata de un simple paso
de lo lógico a lo ontológico. Ya la descripción semántica de Kripke había
sugerido la metáfora de distinguir entre la lógica de Dios y la lógica
intuicionista, como “lógica de una mente ideal en evolución”.
Nuestra opinión es que el
argumento ontológico lleva directamente hacia la distinción entre la lógica del
Ser y la lógica de una mente finita (formal y matemática). Y la gran
interrogante es si la lógica del Ser es la verdadera lógica privilegiada que
sirve como fundamento a todas las demás. Las lógicas heterodoxas han demostrado
que la mente humana no tiene lógica privilegiada sino que la razón en
diferentes situaciones emplea diferentes lógicas. De modo similar, la lógica
del Ser no es la lógica del ser finito porque la incluye y posibilita. Ahora se
comprende lo que se consigna en el Libro
de Job: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?” (38:4).
Esto significa que el
argumento ontológico parmenídeo y cartesiano exige diferenciar dos dimensiones
en la identidad entre el Ser y el Pensar: la dimensión lógica y la dimensión
ontológica. El pensamiento humano no puede pensar todo el pensamiento de Dios o
del Ser, ni por vía natural ni por revelación, pero mientras en Dios se da una
identidad total entre ser y pensar, en la criatura finita inteligente se da una
identidad parcial. Esto representa que en la dimensión lógica finita se puede
pensar la palabra que indica la cosa, y en la dimensión ontológica finita se
puede pensar la cosa misma.
Nuestra opinión es que
mientras el argumento de Parménides no se restringe al pensamiento humano y
abarca el pensamiento de Dios, el de Descartes alude preferentemente al pensar
del hombre. Esto significa que en ambos pensadores la idea de Dios es ya el ser
de Dios pero de diferente modo. De este modo es posible que el Cogito se subordine ontológicamente al
Ser, y que el Ser sea un acto del pensamiento puro de Dios.
No hay duda que en
Parménides el Ser se puede identificar con el Espíritu o Dios, pues es único,
eterno, inmóvil, sin principio ni fin. Lo mismo acontece en Descartes. La
excepción acontece en Juan Escoto Erígena y en Heidegger, justo en ambos hay
una fuerte presencia neoplatónica. El primero habla del sobreser y el segundo
habla del Ser –en el sentido de un supraser- que está sobre los dioses. Es
decir, por encima del acto amoroso de Dios está el logos. Por eso en los griegos el agón cósmico no desciende sino
asciende, no hay acto creador, sino únicamente participación, el ente aspira
del no ser al ser. El cambio radical en la metafísica lo opera el cristianismo,
donde por amor lo superior desciende a lo inferior para hacernos igual a Dios.
Por encima de Dios no hay logos, pues
él es el logos mismo.
En el presente ensayo no
estamos analizando la identidad entre Ser y Dios sino entre Ser y Pensar, pero
el asunto es que el núcleo parmenídeo nos lleva hacia dicha identificación, de
lo contrario el Ser en vez de ser una suficiencia
perfecta sería una insuficiencia
perfecta e ilógica por su ciego pensar. Por ello, es la metafísica del
cristianismo la que lleva a su culminación y perfección la concepción del Ser
parmenídeo mediante el amor y la creación.
Finalmente, la observación
principal con que puede concluirse es que el Ser, en la medida en que fuera de
lo cual no hay nada, en su suficiencia perfecta representa en su dimensión
inteligente un pensamiento lúcido en vez de turbado y por tanto perfecto. Este
pensamiento perfecto del Ser no puede corresponder sino a la Persona divina,
que por revelación es Uno y trino. La metafísica del ser parmenídea nos alumbra
sobre la interioridad absoluta y universal de la fuente de todos los modos de
realidad.
Lima, Salamanca 07 de
Febrero 2016