POR QUÉ SURGE LA EXISTENCIA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
POR QUÉ SURGE LA
EXISTENCIA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Por qué surge la Existencia
en el Ser. Si el Ser es una suficiencia
perfecta, qué es lo que hizo necesario la Existencia.
La ciencia muestra la
complejización creciente de la materia desde el infinitesimal e inicial punto
pre-cósmico llamado “singularidad” hasta llegar al cerebro humano, pero nada
puede decirnos si tal proceso evolutivo es signo de un sentido solamente
natural o preternatural. En todo caso, la interrogante “Por qué surge la
Existencia en el Ser” tiene que ver con la búsqueda de los primeros principios
y no solamente no coincide con la pregunta leibniziana “Por qué hay Ser en vez
de Nada”, sino que atañe a aquella realidad tan particular que tiene la virtud
de envolver y sentir el todo con su pensamiento y con su corazón. Y esta
realidad se llama: la Existencia.
Aquí empleamos el término
“existencia” en el sentido de “existente” similar a Kierkegaard, pero a
diferencia de éste no se trata de una pura subjetividad o libertad de elección,
porque para nosotros el primado de la existencia no significa la supresión de
la esencia o de la natura.
La Existencia es la segunda
categoría metafísica en importancia después del Ser y es la que mejor muestra –por
sus características de autoconciencia, libertad, razón y persona- que el Ser no
es una simple fuente común de la existencia y la realidad, sino que lejos de relacionarse
con una mera participación ontológica se trata del resultado de un acto libre o
de un fin escatológico providente. De ahí que se trate de un acontecimiento que
la razón finita natural y revelada apenas roza, porque está penetrada de un
infinito misterio alumbrado por el Amor.
Por qué surge la Existencia
en el Ser. En otros términos, la Existencia no surge simplemente en el todo del
Ser como una posibilidad que la asumo por mi libertad, sino que no puede ser
plenamente comprendida sin el acto de creación amorosa del Ser que es Dios. Sólo Dios es
en sentido absoluto y sus criaturas son
en sentido relativo. Las cosas creadas devienen, o sea su ser es el ser y el
no-ser. Así, por ejemplo, los bosones apenas duran unos milisegundos y apenas
tienen existencia pero son. Y el hombre es un existente cuya libertad se debate
en un proyecto de actualización de su esencialidad. Esto es, vive asediado por
la Nada, pero es.
Es decir, en la creación la
Nada está presente como privación pero no como la Nada absoluta, el no-ser
sencillamente no es. La nada de las
cosas y la nada del existente son ontológicamente sólo privativas,
axiológicamente alude a la vanidad del mundo y místicamente enfatiza la
necesidad de negarse para hallar a Dios. En el existente se produce una de las operaciones
más paradójicas del ser. Nos referimos a la búsqueda deliberada de la nada como
privación (supresión del tiempo, las cosas y el cuerpo, el privarse de amor por
amor a Dios) para hallar más plenitud del ser en Dios. Es el existente el que
arriba a la desconcertante convicción de que sólo Dios es porque su creación está suspendida en la Nada y donde la
salvación llega mostrando que la Nada –presente en la muerte, el vacío, el
pecado, la cosificación y la libertad sin virtud- es vencida por la vida eterna
dada por el amor divino.
La Existencia para que se
constituya en mero accidente o causalidad de la materia debería empezar por
excluir la posibilidad de pensar actividades psíquicas independientes del
cuerpo. Pero el hecho es lo contrario, pues la Existencia se manifiesta como
unidad psicofísica entre alma y cuerpo,
donde el alma es a la vez dependiente e independiente del cuerpo.
Esto significa que en los
órdenes del ser, la Existencia no sólo es el pináculo de las cosas finitas,
sino que representa un doble salto: el salto de la finitud consciente hacia lo
transfinito y es motivo central del salto de lo infinito del Ser al mundo. En
el orden ontológico no existe ninguna otra criatura que se interrogue por el
ser y por Dios, lo que indica que la Existencia no es cuerpo y que su libertad
es signo nítido del poder que tiene para darse una esencia mental y espiritual.
Por qué surge la Existencia
en el Ser. En el interior del Ser la Existencia es lo posible, pero posible
también lo es la Realidad entera. La diferencia entre lo posible de la Existencia y lo posible
de lo Real es que mientras el primero lo resuelve en una decisión voluntaria y
libre, el segundo lo hace por una repetición mecánica o azarosa. No obstante,
en la realidad no autoconsciente de las cosas biológicas se da un sentido
creativo, a saber, la creación evolutiva, aunque actualmente se admite que ésta
tenga carácter discontinuo, no único ni progresivo.
Así, y con estas
restricciones, lo biológico revela que la evolución tiene un sentido: de lo
simple a lo complejo hasta llegar al cerebro humano. Y esto vale a pesar de que
las medusas sin cerebro y sin ojos prosperan hasta hoy, a pesar de existir
desde antes de la era antediluviana de los dinosaurios. Pero el sentido que
revela una decisión moral no es de índole material ni biológica, sino de índole
espiritual. Todo esto significa que mientras en la interioridad del Ser se
aprecia un infinito en acto, en su
exterioridad o acto de creación se apresa un infinito en potencia. Pues toda Existencia y Realidad está
contenido en el Ser.
Pero por qué surge la
Existencia en el Ser. El Ser parmenídeo, como lo Uno que lo es Todo, permite
comprenderlo como causa de sí, pero no como causa de todo –especialmente lo
fenoménico encerrado en el ámbito de la opinión y la ilusión-. La revolución
metafísica del cristianismo dota a la preclara identidad entre Ser y Pensar
supra-relacional parmenídeo de una nítida personalidad divina –Una y Trina-,
que obra la Creación por Amor. Esto es, el ser divino es determinante y no
determinada, mientras la Existencia es determinada y sólo determinante en las
cosas artificiales, y las cosas de la realidad determinan nuestro conocimiento
pero están determinadas por Dios. De modo que en el cristianismo el ser de Dios
no es lo inmediato, abstracto y vacío hegeliano, sino la plenitud de las formas
eternas trascendentes y la Creación de las formas encarnadas inmanentes. El ser
divino está en su creación pero no es su creación.
Recién entonces se
comprende que el surgir de la Existencia en el Ser no es simplemente un
movimiento del Ser al ser del Yo, sino que se trata de algo más profundo. Es
cierto, el Yo envuelve todo con el pensamiento, es el ser de un poder ser, es
un ser cuya esencia toda es pensar. Pero se trata de un poder formal, más no
material. Antes de la participación sensorial y cognoscitiva no hay ninguna
esencia en el ser del Yo, pero ya estaba la presencia potencial de la esencia
del Cogito.
Es decir, el surgimiento de
la Existencia en el Ser tiene dos dimensiones: la eterna y la temporal. La
primera acontece en la interioridad de la vida intratrinitaria del Ser divino y
la segunda en el mundo espacio-temporal de la historia. Y en ambos casos se
trata de no de acto ciego y mecánico del Ser, sino de un acto voluntario y
absolutamente libre, como corresponde a un ser Absoluto. En la dimensión eterna
o en sí del Absoluto el ser está
siempre más allá de toda esencia y por
consiguiente nunca será posesión de un concepto, pero en la dimensión histórica
o del ser fuera de sí del Absoluto el
ser nunca es esencia de algo sin un ente y, en consecuencia, cae bajo el yugo
de la idea y del juicio.
Sin percatarse de estas dos
fundamentales dimensiones de la Existencia –trascendente e inmanente- se
incurre en las conocidas afirmaciones unilaterales, según las cuales “lo único
que existe es el hombre” (Sartre) o “lo único que existe es el ser”
(Heidegger). Por la primera, existir es elegir
el ser y refleja el Regnum hominis
o deus in terris –diosecillo
terrestre- de la modernidad postmetafísica; por la segunda, existir es participar en el ser y expresa el agón griego de ascenso del no ser al ser.
Una es expresión del materialismo metafísico objetivizante y la otra del
idealismo metafísico subjetivizante. Uno enraíza la Existencia en el cuerpo,
mientras el otro lo hace en un supraser
más allá de lo divino. A esto se puede objetar: si el supraser heideggeriano
fuese algo real junto a Dios entonces tendría que ser causa sui y sería otro
dios junto al Dios creador. Tal situación es contradictoria y repugna a la
razón, resultando imposible su realidad.
La trascendencia en Sartre
es horizontal, hacia los seres; la trascendencia en Heidegger no es vertical
sino oblicua, hacia el supraser. Uno no comprende la diferencia sustancial que
hay entre el ser divino y el ser creado, el otro anula al ser su carácter divino
y creador. El primero reduce a la libertad sin límites el centro metafísico de la existencia, mientras el segundo hace lo
mismo pero con la angustia, el cuidado y el ser para la muerte. De este modo,
lo que hay de común en ambos es que constituyen la consumación nihilista de la
metafísica inmanente de la modernidad.
Por qué surge la Existencia
en el Ser. En primer lugar, porque el ser de la Existencia es la única realidad
que puede justificar con su voluntad
libre personal hacia el bien la perfección absoluta del Ser. En segundo
lugar, porque si el Ser es el Bien y lo ontológico se identifica con lo moral,
entonces la única realidad que puede llevar a su cumplimiento dicha identidad en el orden temporal es la Existencia.
En tercer lugar, porque el ser de la
Existencia no implica la existencia del Ser en sí, sino al revés. Esto es,
que el ser fenoménico (cuerpo) y transfenoménico (espíritu) de la Existencia
son creaciones de Dios. En cuarto lugar, porque el centro metafísico de la
Existencia es el amor y el gozo, los
cuales irradian plenamente en la suficiencia perfecta del ser de Dios. En
quinto lugar, porque viendo la suficiencia perfecta del ser de Dios, la libertad responsable de la Existencia
puede hacer brillar en la historia los valores de la justicia y la caridad.
Finalmente, la Existencia
es la principal categoría metafísica que nos hace remontarnos hacia la
inseparabilidad entre ontología y axiología. Es decir, los modos de la realidad
son objetos no sólo del pensar sino también del querer, pero en el ser de Dios
el verdadero amor nace de la razón, porque su ser ama con conocimiento y conoce
con amor. Pero entonces, por qué hay tanto sufrimiento y dolor en el mundo. A
esta interrogante hay que hallarle respuesta en el análisis de la tercera categoría
ontológica, a saber, la Realidad.
Se puede pensar desde un
criterio kantiano, nominalista y empirista, que toda esta disquisición es un
injustificado paso de lo lógico a lo ontológico, de toda esencia a su
existencia, pero resulta que las categorías ontológicas no son un simple salto
de lo epistémico a lo ontológico puesto que se tratan de nociones que no son
primeras en el orden del conocer sino del ser y porque en el fondo el ser de
Dios no coincide con el concepto formal del ser universalísimo. La misma noción
lógica analítica de existencia –que señala que el uso analógico tradicional del
término “existir” es ambiguo porque identifica la forma lógica con la forma
gramatical- es una concepción unívoca de
la existencia (Urban, Lenguaje y Realidad).
En otras palabras, el
juicio existencial no es puramente sintético (agnosticismo kantiano), objeto
exclusivo de predicación analógica, pues el concepto de esencia no implica su
existencia (tomismo), infinito actual positivo o lo finito como lo no verdadero
(panlogismo hegeliano), pseudo-proposición analítico tautológica
(neopositivismo), mera creencia (posmodernidad), sino que se tratan de nociones
ineludibles y originarios que poseen una dimensión lógica (se piensa la palabra
que indica la cosa) y una dimensión ontológica (se piensa la cosa misma).
Es decir, la Existencia no
piensa la idea de Dios y de su ser como cualquier otra idea finita, sino que la
piensa porque en su ser como posibilidad
le viene impresa la condición ontológica necesaria
del propio ser perfecto. Se trata de
una unión especial y primigenia que no está presente en la existencia de las
cosas finitas. Pero esta presencia ontológica del ser perfecto no anula la
libertad de rechazarla epistémicamente por parte del Existente. El ser perfecto
viene dado como un ser que existe subjetiva y objetivamente, pero su aceptación
por la Existencia no es sólo una cuestión de representación mental sino de
conversión existencial. Sin Fe la Razón está ciega, y sin Razón la Fe está
coja. Ambas son indispensables para recuperar las dos dimensiones de la
Existencia: la inmanente y la trascendente. El divorcio entre Fe y Razón
corrompe y denigra tanto la dimensión inmanente como trascendente y el hombre
requiere de ambas alas para conquistar la verdad de su realidad plena (Fides et Ratio): un constituir
permanente de su propia inteligibilidad. Esto demuestra que la consistencia de
la Existencia es la realización
existencial de su esencialidad, en contra de lo supuesto de que el hombre
no tiene realmente una “naturaleza” (Unamuno, Nietzsche, Bergson, Dilthey,
Simmel, Marcel. Jaspers, Heidegger, Ortega, Sartre, etc.).
Por lo tanto, la Existencia
es un ente ónticamente excepcional porque es un poder-ser que puede ir
ontológicamente contra su propia esencialidad. Su libertad no lo convierte en
“el ser que no es, que puede ser y debe ser” (Jaspers), porque su posibilidad está siempre en referencia a
su esencialidad.
Esta religación de la
existencia con la esencia fue destacada por Gilson (El Ser y la esencia, 1948), pero aquí se trata de una filosofía
existencial dentro de un esencialismo que no engendra pero que hace inteligible
la existencia. No obstante, es posible otro existencialismo esencialista que
pone énfasis en que la existencia es la actualización personal de la esencia. Ya Max Scheler había definido la Persona
como “la unidad de ser concreta y esencial de actos de la esencia más diversa”.
En otras palabras, la consistencia de la existencia se define por su carácter
de Persona, capaz de trascender a varias instancias –cosas, valores, Dios,
Absoluto-, y que oscila entre su incomunicabilidad y su entrega.
Es la posibilidad de realización personal de su esencialidad lo que
determina la consistencia de la Existencia. Pero es por la actualidad del amor de Dios que surge la esencia de la existencia. Por eso, la existencia no forja
completamente su propia esencia, como supuso el existencialismo en su cuidado
(Heidegger) o en su proyecto (Sartre), sino que es un modo de ser que conjuga
lo “dado” con lo “puesto”. De esta forma se recupera lo mejor de la concepción
tradicional y de la concepción existencial, evitando sus unilateralidades.
Lima, Salamanca 10 de
Febrero 2016