ONTOLOGÍA DEL
EFECTO MOZART
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
La psicología parece regodearse
demostrando acertadamente que la música produce una sensación relajante,
reanimadora, de libertad, esperanza, y genera un efecto estimulante para
afrontar nuevos desafíos. Pero la Música al parecer resulta ser un fenómeno muy
universal no sólo entre los seres vivientes, sino incluso en los inanimados. Y
aquí entra la filosofía con la conocida polémica si la Música es revelación o
mera técnica.
Este
último punto ya lo hemos abordado en otro lugar (Esencia de la Música, 2013) y aquí nuestro fin es preguntarnos por
otro aspecto esencial de la Música, a saber, si la Música como expresión de la
Belleza constituye una manifestación ontológica de lo Bello. Es decir, si la
Música como expresión de lo Bello es expresión de las categorías primarias de
la ontología.
Así, que los gallos cantan desde su
pecho colorado y no por mero impulso exterior lo demuestran investigadores de
la Universidad de Nagoya en Japón estaban estudiando las bases genéticas de las
vocalizaciones o comportamientos innatos como el cacareo de los pollos, y
descubrieron que los machos no necesitan señales externas de luz para saber
cuándo comenzar a cantar.
En el compositor de la Novena Sinfonía Coral
tenemos el ejemplo más nítido de la Música como revelación al hombre de una
realidad privilegiada. A Beethoven le placía componer mientras paseaba por el
bosque, decía que allí recibía los acordes más hermosos remitidos por el Creador
en medio de la prodigiosa naturaleza. El genio de Bonn tenía algo en común con
el talante del ateniense Sócrates, a saber, ambos eran feos, como un gnomo el
primero y como un sátiro el segundo, pero también los unía el recibir de las
musas su inspiración, Euterpe para el músico y Meletea para el filósofo.
Unos experimentos publicados en la revista de ciencias digital Nature, ratifica los resultados de otro
estudio del 2005 realizado en las universidades de Toronto y Londres, según el
cual el género musical no es relevante si el que la oye realmente lo disfruta. En
cambio, en 2015 se realizó un experimento similar en la universidad de Roma La
Sapienza, la prueba demostró que la actividad de las ondas alfa cerebrales,
asociadas con las funciones cognitivas y de la memoria era más potente en los
individuos que escuchaban música de Mozart, que los que escucharon Beethoven. La
música de Mozart predispone a que no se producirán cambios bruscos en el ritmo
musical, al contrario de ciertas composiciones de Beethoven, lo que le
hace permanecer tranquilo y concentrado.
El efecto Mozart se vio ratificado recientemente por científicos
franceses al descubrir que nuestro cerebro se ve estimulado al escuchar música
de fondo de forma deliberada. Si se pone de fondo música clásica mientras se da
clase en una escuela, los resultados de los estudiantes son mucho mejores que
los resultados de otros que asistieron a la misma clase pero sin música de
fondo. Se demostró que la música de fondo tiene, inconscientemente, un efecto
relajante sobre las personas.
Los pitagóricos ya habían afirmado que la
función y los caracteres de la armonía musical son los mismos que la función y
los caracteres de la armonía cósmica. La Música como ciencia de la armonía y como
orden divino del cosmos es también recogida por Dante. Y Hegel exaltó la Música
como expresión de lo Absoluto en la forma del sentimiento (Gemüt).
Actualmente están a disposición
los archivos de audio de la Nasa, en los cuales se puede escuchar los
enigmáticos y fascinantes sonidos del espacio captados por los satélites Kepler
y Cassini. Como en el espacio no hay aire, allí no existe el sonido en su
interpretación terrestre. Por ello, aquí se trata de la trasformación en sonido
de las ondas de luz emitidas por las estrellas o los planetas.
Ahora bien, para nosotros la
Música no es puro sentimiento de la subjetividad finita (teoría romántica), ni
mera contemplación de la armonía divina (teoría clásica), sino que como expresión
de lo Bello tiene un alcance metafísico y no meramente epistémico. Lo Bello es
ontológico, lo bello absoluto en cualquiera de sus formas –incluida la musical-
carece de contrario porque es la voluntad pura del mismo Ser. Lo Bello no está
más allá del Ser (esteticismo metafísico) ni más acá de lo Bueno (Platón), al
contrario, se identifica con el ser como puro
sentimiento de la subjetividad infinita, y de la cual participa el puro sentimiento
de la subjetividad finita.
El Ser es en sí, por sí y
para otro, su acto implica su justificación, en donde ontología, axiología y
estética están unidos, porque ser, bien y belleza son inseparables. Y la conciencia así lo percibe porque es intelecto,
querer y sentimiento. Pues los modos del ser son objetos del sentir de la
existencia que participa en el ser desde un yo que capta la realidad del ser
trascendente en su bondad y belleza.
En la experiencia estética de
la Música se apresa un infinito en acto y no un infinito en potencia, pues mi
sentir temporal está contenido en el Ser eterno. La Música es el acto de participación de la subjetividad finita sentimental
de la existencia temporal en la subjetividad infinita sentimental del ser
eterno.
Kierkegaard había señalado
que la música encuentra su contenido en la genialidad erótico-sensual y
nosotros en vez de ver en ella una exageración de la teoría romántica del
sentimiento advertimos que cobra pleno sentido cuando la referimos a la
voluntad pura del ser mismo. Efectivamente, sólo en el ser mismo, como fuente
común de la existencia y la realidad, se manifiesta el verdadero y pleno genio
erótico-sentimental creador.
En consecuencia, Música no es
esencialmente acto de contemplación del ser a través del sonido armónico sino a
través del sentimiento. La música expresa
en lo relativo la armonía perfecta de lo absoluto del ser. Más como la
existencia finita habita en el ámbito de la ambigüedad del ser, es posible la
disonancia y lo horrible en el sonido musical.
De modo que cuando Hanslich (De lo bello musical, 1854) definió a la música
como arte de expresar sentimientos no se equivocó pero se quedó corto. Pecó no
por exceso sino por defecto, por cuanto el arte de expresar sentimientos sólo
es posibilitado por la identidad metafísica
entre lo ontológico y lo estético.
Por todo ello, soy de la
opinión que el “efecto Mozart” (sensación relajante, reanimadora, de libertad, esperanza,
y genera
un efecto estimulante para afrontar nuevos desafíos) atañe no sólo a la
subjetividad del sentimiento finito sino también, y por analogía, a al sentimiento infinito de la realidad
absoluta. En la música el hombre busca participar de los sentimientos
divinos. Sólo así se puede entender cómo nos arroba de emoción indescriptible el
Aleluya de Haendel, la Pasión según San Mateo de Bach o el Requiem de Mozart, que contagian la
grandeza inmarcesible de la inefable belleza divina.
Lima, Salamanca 08 de Marzo del 2016