RAZÓN SUSTANCIAL Y RAZÓN FUNCIONAL
Desafío
espiritual de la civilización neotécnica
Gustavo
Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
El desafío espiritual de nuestra actual civilización neotécnica, y de
la que en buena cuenta puede depender su supervivencia, es la nueva síntesis a
la que está arribando la razón sustancial y la razón funcional.
La máquina promueve el crecimiento del funcionalismo en todo orden de
cosas. Incluso resulta peligrosa cuando inmoviliza el espíritu. Su presencia es
la que ha potenciado la hegemonía de la razón funcional en nuestros tiempos. La
religión, la metafísica, la moral, la belleza y todo orden de cosas absoluto y
esencial resultaron siendo su principal víctima. Pero la máquina no siempre es
la misma. Ella misma cambia, evoluciona y los enemigos de ayer resultan siendo
los aliados de hoy.
Si ayer la máquina en su fase paleotécnica interactuó con el
capitalismo y la guerra para promover su desarrollo, hoy en su fase neotécnica
la obstaculiza. La máquina es esencialmente comunista, porque sus imperativos
prácticos exigen una economía colectiva. Pero la máquina neotécnica va más
lejos. Porque sus capacidades orgánicas virtuales y cibernéticas la vuelven en
aliada de la vida, exige una sensibilidad más fina y persigue el reemplazo del
beneficio privado por el beneficio social.
En el presente tanto el orden político financiero capitalista global
como la revolución científico-técnica son expresiones del triunfo de la razón
funcional sobre la razón substancial. Pero ambas han llegado a un punto de
desarrollo en que sus tendencias colisionan, se estorban y exigen una resolución
definitiva. Lo cual pone en entredicho también, la otrora relación conflictiva
entre razón funcional y razón substancial, empirismo y metafísica.
La razón funcional es más antigua, va más allá de la dialéctica
instrumental del iluminismo, porque dicha identificación de la razón con el
dominio, que acaba reificando por completo a la humanidad y destruyendo su
subjetividad, se retrotrae no sólo al empirismo moderno y al nominalismo de
la Edad Media decadente, sino que ya
manifiesta su vigorosa presencia en los criterios pragmáticos de los sofistas
griegos. La diferencia es que desde la edad moderna la razón funcional se
convierte en la dialéctica hegemonizante de la razón. Pero dicha hegemonía está
llegando a su término dejando oír las campanadas de un tiempo finisecular.
Así hemos arribado en la modernidad a la civilización neotécnica,
donde se abre camino una ideología orgánica que desplaza a la ideología
mecánica al interior de la técnica. Se retorna a lo vital, ecológico y
orgánico, que abre la posibilidad de un mundo más humano y natural. Es decir,
la propia razón funcional llega a un benéfico punto de intersección con la
razón substancial, metafísica y esencial. Pero, entonces, qué es lo que estorba a esta síntesis
moral, epistémica y ontológica. Estorban los propios resabios y
tendencias perversas de la razón funcional propias de la fase paleotécnica. En
este caso la lógica de la apropiación privada de la riqueza social del
capitalismo es el principal obstáculo civilizatorio.
Actualmente existe un grave desfase entre el orden político y
financiero de los megamonopolios privados del capitalismo global que se
resisten a socializar los beneficios de la fase neotécnica de la máquina. No es
que en la técnica están todos las soluciones a los problemas del planeta, pero
es una fuerza histórica poderosa que bien conducida podría ayudar al
pensamiento humano a abrir nuevas posibilidades constructivas en vez de
amenazantes como es ahora. Es cierto que la comunicación se ha vuelto
instantánea pero en contrapartida el pensamiento se ha trivializado. Pero su
trivialización no es resultado de su instantaneísmo, sino de un sistema
capitalista que subordina la educación a la producción. Nos estamos enfrentando
a una brutal colisión de valores contrapuestos. La máquina neotécnica nos
vuelve más ecológicos y holísticos, pero el capitalismo imperante nos hace más
egoístas e individualistas.
Occidente tiembla con la idea de su propia destrucción, pero la
realidad es que Occidente ya está destruido moral y espiritualmente, y quien lo
ha terminado de destruir es el capitalismo privado de las grandes
megacorporaciones, esto es, el hiperimperialismo, como la expresión más brutal
de la racionalidad instrumental y la expresión más involucionada de la razón
funcional.
De modo que lo que está en crisis no es la fase neotécnica de la
civilización de la máquina, sino que son las estructuras políticas, éticas,
filosóficas, culturales y espirituales de la sociedad global actual. En una
palabra, el desafío espiritual de la civilización neotécnica es el sino de
nuestro tiempo y se condensa en la erosión nihilista de la sociedad
postmetafísica. Es más, de no asumirse el desafío espiritual en su verdadera
profundidad la fase neotécnica de la civilización de la máquina amenaza con exterminar
a la propia humanidad.
Pues, actualmente la civilización enfrenta el desfase profundo entre
su fase neotécnica en el desarrollo científico y la fase paleotécnica en el
pensamiento político, filosófico, ético y cultural en general. Pero este
desfase cultural arrastra consigo un mortal desfase ético y por tanto lo que se
tiene enfrente es un desafío de índole espiritual. Son numerosos los pensadores
actuales quienes hablan de que vivimos en el presente en una sociedad amoral.
Por mi parte propuse hace algunos años la categoría antropológico-filosófica
del “hombre anético”, el
cual no distingue el bien y el mal y se siente con derecho a determinar lo
bueno y lo malo según sus necesidades.
Al propio hombre común le caben pocas dudas sobre la instalación
cotidiana de la sociedad de la amoralidad privada y pública, donde se efectúa
la malignización del bien y la desmalignización del mal. En una palabra, la
gran pregunta filosófica que golpea nuestras testas y que se deriva de la
presente crisis ética, política y de pensamiento -que no se muestra a la altura
de las posibilidades benefactoras de la técnica- es la siguiente: ¿Es posible
afrontar de raíz el desafío espiritual que representa la civilización
neotécnica cuando la propia Modernidad se funda en la relativización de la
verdad, su instrumentalización y el primado de lo epistémico sobre lo
ontológico? Veamos.
En el mundo
antiguo Aristóteles considera a la justicia como la virtud por excelencia
porque mientras las otras virtudes se limitan a perfeccionar al ser humano, la
justicia ordena al hombre en su relación a los demás (Ética nicomáquea, libro V, p. 1). En el cristianismo sin el amor
las virtudes no son perfectas, entonces con cuánta razón afirma Tomás de Aquino
que el amor es forma de todas las virtudes (S. T., II-II, q. 23, a 8). Sin amor no puede haber buena vida.
Esta
diferencia normativa está señalada por una profunda diferencia metafísica. Nos
explicamos. La tesis ontológica de la tradición clásica antigua concibe un agón cósmico que corre hacia lo divino, el
premio es la participación en la esencia y la posesión del saber. Es decir, la
esencia del amor antiguo no ama sino simplemente atrae. En cambio, como señala
Max Scheler (El resentimiento en la
moral, III), el cristianismo invierte el sentido del amor antiguo
(aspiración de lo inferior a lo superior), ahora lo superior desciende a lo
inferior para hacernos igual a Dios.
Y es que en
el cristianismo, Dios no tiene sobre sí ningún logos sino que debajo de su acto amoroso
está el logos. En la postura moderna donde el ente aspira del no-ser al ser, el ser no desciende más bien asciende, no hay acto creador y se
problematiza la existencia como nihilidad, está íntimamente enlazada con la
filosofía moderna, la cual lleva en sí la renuncia al ser y su reemplazo por lo
óntico.
Efectivamente,
el funcionalismo de la realidad fáctica es la pauta que marca el paso del mundo
moderno y hace imposible una vida política y valorativa ascendente, sin lo cual
no es posible aprovechar las posibilidades benefactoras de la fase neotécnica
de la civilización de la máquina. Pero una cosa es el funcionalismo de la fase
paleotécnica de la máquina y otra cosa es el funcionalismo de su fase
neotécnica.
La
civilización neotécnica es así trabada y distorsionada por intereses políticos
y económicos que son propios de la fase paleotécnica. En este sentido la
“virtud” por excelencia es la eficiencia y el “valor” supremo la utilidad, el
lucro. Como la vida espiritual luce extinta entonces los valores y virtudes que
se exigen y priorizan no tienen que ver con el perfeccionamiento del ser humano
y la vida buena, sino con el acrecentamiento de la vida material y el
enriquecimiento corporativo.
La
médula del ethos
moderno es la
comunidad en el egoísmo, donde el ser real es valorado
individualistamente. Esto corresponde a la razón funcional de la fase
paleotécnica de la máquina, más no a su fase neotécnica. En Occidente la
unificación afectiva es activa pero limitada a los valores materiales, en
contrapartida el escapismo cultural es asumir la unificación afectiva pasiva de
Oriente, donde el ser es valorado negativamente. De este modo ni la fuerza del
ejemplo ni la redefinición de la virtud son suficientes para revertir el
proceso descomunal del espíritu decadente de la modernidad.
Para
afrontar el desafío espiritual de nuestra actual civilización neotécnica hace
falta algo más profundo, relacionado con el esquema metafísico del contexto
histórico. Hay que destacar que las verdades científicas son verificables y las
verdades metafísicas son inverificables, existenciales, no son objetos
iluminados sino presencias iluminantes. Pero en la civilización neotécnica
actual estas verdades salen a la luz por la evolución misma de la razón
funcional, que apunta hacia una conciliación, quizá no definitiva y siempre
provisional, con la razón substancial.
Esto
significa que el deterioro científico, ecológico, ético, económico, político y
cultural actual, tiene que ver con un giro metafísico en ciernes que está en la
raíz de las postrimerías del mundo moderno. Vamos hacia una nueva síntesis
entre lo cuantitativo y lo cualitativo, el ser con lo óntico, lo substancial y
lo funcional. Por ende, el desafío espiritual ante la crisis política de la
civilización neotécnica se vincula a la asunción de las verdades eternas,
trascendentes, valores inextinguibles, virtudes superiores y el ser substancial
gracias a la propia luz que arroja la razón funcional neotécnica. En suma, la
civilización de la máquina neotécnica impulsa a superar el actual sistema
totalitario de dominación global.
Más nada en
la historia es algo ineluctable. Estamos expuestos a los mayores cataclismos y
desaciertos. Casi estamos tentados a suscribir la visión naturalista de Vico
con su corsi y ricorsi. Pero si la historia es un permanente renacimiento y una
agonía constante, entonces la voluntad individual corre el riesgo de dejarse
arrastrar por estas corrientes supraindividuales que anulan su libertad. Algo
similar sucede con la visión racionalista de la historia. Si la historia es un
descubrimiento de la razón y la bondad del hombre depende de ello, entonces no
se comprende por qué la razón puede engendrar monstruos tan temibles. Nos resta
la visión dialéctica y la visión teológica.
Para Hegel
la historia es la liberación del Espíritu o el progreso de la conciencia de la
libertad. Para ser justos con este pensador hay que recordar que por encima del
espíritu objetivo (el Estado) está el espíritu absoluto (arte, religión,
filosofía). O sea el estado no puede subordinar la cultura. O sea la riqueza
espiritual está por encima de la riqueza material. Pero lo que vemos ahora es
cómo la cultura ha sido trivializada y convertida en simple espectáculo por una
libertad sin cortapisas. La visión
clasista de la historia concluyó en la represión de la cultura. La visión
posmoderna como evento lúdico irracional des-substancializó la historia hasta
el extremo. Por último, si en algo tiene razón la visión de la historia como
teodicea es que es el drama de la salvación, en el cual no somos espectadores
pasivos, sino activos protagonistas por el logro del bien y la verdad.
Asistimos a
una hora crucial de la historia de la civilización humana. Sus fuerzas internas
compulsan con una tensión inusitada. Su resolución es un problema antropológico
porque en definitiva depende de la decisión humana. Pero la misma no es
homogénea y está dividida. Mientras la supérstite élite capitalista pugna por manipular
la fase neotécnica de la razón funcional para construir una sociedad tipo
colmena con domesticación y obediencia absoluta, las fuerzas humanistas
arremeten en la dirección que impulsa la misma razón funcional neotécnica en su
encuentro con la razón sustancial, la cual exige dejar atrás el único y
verdadero lastre del progreso social y humano, a saber, la lógica deshumanizadora
del capitalismo global, para edificar una sociedad libre, justa y fraterna.
Lima,
Salamanca 15 de Mayo 2016