¿POR QUÉ SOBRA LA FILOSOFÍA EN EL REINO
DEL HIPERIMPERIALISMO?
Gustavo
Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Me
imagino la angustia del alma filosófica española -tan tirada por lo fáustico
europeo y lo mágico africano- y de la comunidad filosófica mundial, ante la
noticia del desatinado
rectorado de la Complutense de Madrid al preparar un plan de reorganización que
implica el cierre de la facultad donde se enseña filosofía. Ortega y Gasset,
Xavier Zubiri, Julián Marías, José Ferrater Mora, Leonardo Polo y otras grandes
figuras actuales de la filosofía ibérica, se estarán revolcando en su tumba con
esta nefasta iniciativa.
En el
diario español El País ilustres amigos y colegas, los filósofos Fernando Savater, José Luis
Pardo, Ramón Rodríguez y José Luis Villacañas Verlanga, expresaron su opinión
en el artículo intitulado ¿Por qué sobra la filosofía? (01.07.16). En
dicho artículo se arriba a dos conclusiones tajantes, a saber: (1) No vale escudarse en los números para hacer
desaparecer la facultad de filosofía con un gesto de prestidigitación, y (2)
Hoy la cualificación científica y la formación
humanística son un obstáculo para la empleabilidad.
Tan
preocupante pronóstico y diagnóstico, sin embargo, se queda corto. ¿O acaso
querían que la filosofía permanezca incólume mientras el mundo se deshumaniza a
pasos acelerados? ¿Pensaron quizá que la facultad de filosofía iba a queda
inmaculada en medio de la voracidad del capital transnacional por convertir a
continentes, países y ciudadanos enteros, en meras piezas intercambiables para
el enriquecimiento sin límite de la plutocracia internacional? ¿Se piensa acaso
ingenuamente que la propia plutocracia española es ajena a dicho enfoque
reduccionista y economicista de la educación? ¿No es dicha iniciativa una
consecuencia natural del triunfo de la economía neoliberal que lleva a su
apoteosis el pensar funcional y liquida el pensar substancial? ¿O se pensó en
algún momento que del vientre del monstruo se pudiese parir un bello unicornio?
De la testa de la Gorgona no brotan aromáticas y aterciopeladas flores, sino
emponzoñados ofidios cubiertos de espinas. Y esos ofidios buscan petrificar
para siempre la vida filosófica con el argumento que no sirve y no es útil para
la vida práctica de la riqueza, el lujo y la prosperidad material.
Por qué
una disciplina que desarrolla el espíritu crítico como la Filosofía, tenía que
permanecer intocable e incólume ante el neoliberalismo global actual. Al
contrario, era el primer objetivo a abatir, porque en treinta años de
globalización neoliberal los tres principales efectos de la misma (inaudita
desigualdad social, guerra y destrucción ambiental) requieren la homogenización
del pensamiento, la cosificación de la vida humana y la aniquilación del
espíritu crítico. Simplemente la filosofía es el principal enemigo para un sistema social que desintegra la vida
espiritual del hombre y requiere, por el contrario, de su exterminio para
proseguir con la depredación absoluta de los recursos existentes.
Pero en
realidad, el proceso de desintegración educativa comenzó con la propia
modernidad. La educación ha terminado completamente subyugada a la economía y
ya no responde a sus propios fines.
La
modernidad es la entronización de tres factores: el dinero, la máquina y el
secularismo. Por el dinero aludimos a la economía capitalista -no al mercado
mismo- que surge desde el siglo XIII, y que hace mediar al dinero como medio
privilegiado de intercambio social. Y el dinero, como nos señaló G. Simmel (La filosofía del dinero) es la negación
de todo valor. Por la máquina me refiero a la edificación de la civilización
técnica, la cual desplazó el hombre natural por el hombre artificial y que mal
utilizada por los sistemas sociales desarrolla posibilidades perversas y
ominosas que llevan a la barbarie. Por secularismo destaco –como subrayó
Bultmann- la reducción del mundo a objeto de la libertad humana.
Sobre este
andamiaje perverso de tres ejes era inevitable que el canto de cisne de la
antifilosofía llegara a su apoteosis. Esta apoteosis antifilosófica tiene como
protagonista al hiperimperialismo o hegemonía social, política y económica de
las megacorporaciones privadas.
No es
casual que el hiperimperialismo sea la etapa superior del imperialismo que
lleva a sus extremos el mundo unipolar y la desigualdad social que supera a la
realidad colonial del siglo diecinueve.
Por tanto,
la filosofía no necesita ser defendida, ella se defiende sola desde los fueros
de la razón. Lo que se requiere es que la filosofía arremeta contra las bases
fundamentales de todo este proceso perverso. Para ello se requiere pensar más
allá de la modernidad, reutopizar la vida social y cuestionar la secularización
desespiritualizante. La filosofía morirá si no se vuelve contra esta civilización que somete la educación al imperio del dinero, si no se subleva ante el nihilismo, materialismo y el cosificante orden social, en vez de seguir siendo la celestina del capital, del relativismo y el cientismo.
En otras
palabras, la única forma de salvar a la filosofía es dejando de pensar en ella
misma y abocarse por la eterna defensa de la verdad y los valores superiores. Por
eso, nunca como hoy resuena tan poderosamente en el porvenir de la filosofía la
unión entre razón y revolución.