ESENCIA
Y FORMAS DEL NIHILISMO
FUERZA QUE OBSCURECE EL HORIZONTE DEL SIGLO XXI
Gustavo
Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
¡Nihilismo! es el
nombre de la enfermedad espiritual del presente que nos agobia y amenaza. Estamos
ante un peligro mortal. El vacío del alma ha crecido hasta límites peligrosos.
Por siglos el cristianismo proporcionó esperanza en los valores. Ahora, en
nuestro tiempo descristianizado y en descomposición la lógica conmocionante del
nihilismo se orienta hacia la formación de ídolos más agresivos y violentos.
Nihilismo como
sinónimo de secularización integral hizo su debut más brutal con el nihilismo duro del nacionalsocialismo
hitleriano. Pero esta fe en la nada con su intento de erigir una forma cultural
puramente terrenal y anclada en lo irracional se ha apoderado de los países
democrático-liberales con su civilización económica bajo la forma de nihilismo blando. El nihilismo blando ha
encontrado su expresión más cabal en la cultura posmoderna y la destrucción de
países enteros en Medio Oriente. Se trata solamente de un cambio de forma pero
no de contenido: enaltecimiento de los valores terrenales hasta lo sagrado.
Cuando el hombre
vive preso de meros intereses terrenales y sin valores superiores, cuando la
secularización convierte lo finito y contingente en el precario nuevo absoluto,
entonces el mundo y el hombre se vuelven más agresivos, indolentes y
amenazantes por la negación de todo contacto con lo permanente. Pero lo que
obscurece el siglo XXI es la capacidad inaudita de autodestrucción de que
dispone esta humanidad relativista y anética.
La humanidad está
muriendo por su negación con todo contacto con lo ético y lo religioso. La
declinación de la fe es pérdida de la espiritualidad. Con ello la cultura se ha
tornado hedonista, relativista, pragmática y nihilista. En medio de la cultura
de la transitoriedad se fabrican sin cesar ídolos. Estos ídolos terrenales
ocupan el lugar de la fe en lo trascendente, fueron absolutizados y
emprendieron la guerra contra los valores superiores. La secularización es la
conversión de lo finito en nuevo absoluto.
Si en el siglo XIX
las fuerzas conservadoras estaban en lo
político-económico y las fuerzas disolventes dominaban la vida espiritual, en
el siglo XX la relación se invirtió y lo disolvente se ubicó en lo
político-económico y lo conservador en lo espiritual. Más, desde la segunda
mitad del siglo XX, la desintegración del bloque socialista, hasta las dos
primeras décadas del siglo XXI lo político-económico y la vida espiritual
conformaron una sola fuerza disolvente.
Esta posición está
conformada por la llamada Generación X y la Generación Y, con su característico
retraso de asumir la vida adulta, egocentrismo y presunción, suele circunscribir
la realización personal al consumismo y al exitismo hedonista. Respecto a la
generación de entreguerras esta generación a partir de los ochenta presenta un
retraso notorio en cuanto a madurez y realización personal. Y es difícil ver en
estas generaciones la fuerza de la renovación civilizacional. El espíritu científico
de la generación de entreguerras ha sido reemplazado por el espíritu sin
valores y sin responsabilidad de las generaciones Peter Pan. Y en ninguna parte
como aquí se encuentra una concentración estrecha de peligros globales. Entre
ellos el principal: la disolución total de la cultura.
Ahora con mayor
serenidad podemos ver que fue falso y erróneo lo afirmado por Nietzsche sobre
el ocaso de los ídolos. Muy por el
contrario, el mundo secular se sigue desenvolviendo dentro de los ídolos
inmanentes y la lógica de lo religioso. Es decir, la secularización es fe en lo
terrenal. Esa es la fe de Nietzsche, convertir al superhombre en nuevo ídolo y
darle valor absoluto. Lo cual confirma que el hombre puede alejarse de lo
religión, pero no del acto religioso. Al hombre no le es posible vivir sin
religión, aunque sí sin confesión determinada.
Pero el
relajamiento de las ligaduras religiosas no es un fenómeno exclusivamente
europeo y la profecía de Spengler sobre la decadencia
se ha extendido sobre todo el orbe. La cultura mundana se ha impuesto no sólo
en el occidente europeo y latinoamericano, sino con la globalización neoliberal
y el avance científico-tecnológico avanza arrolladoramente en todo el globo se
impone su dictado sobre todas las civilizaciones (judía, árabe, china, hindú,
africana). La misma lucha interimperialista actual entre el mundo unipolar
(EEUU) y el mundo multipolar (Rusia y China) y el surgimiento de nuevos países
nucleares (Pakistán, India, Israel, Corea del Norte) no son sino parte del
mismo desarrollo del proceso de secularización.
Es posible afirmar
que el nihilismo se ha perfeccionado con el surgimiento del nihilismo blando. Y
justamente por ello el peligro y la amenaza son mayores que antes. Si el
nihilismo duro de ayer con Hitler adoptó todo el aspecto apocalíptico
demoníaco, con el perfeccionamiento actual el nihilismo perfeccionado de hoy guarda
una apariencia angelical. Y justamente por eso es doblemente mortal. La mayor
profundización de la desintegración cultural y espiritual de la hora presente
asegura que el holocausto de ayer no es accidental, patológico o criminal, sino
que es parte orgánica y consecuencia natural e inevitable de la formación de
ídolos terrenales donde el nihilismo es la clave mortífera de una destrucción
asegurada.
En una palabra,
nuestra época nihilista y secularizada ha dado un paso hondo más en el
perfeccionamiento de la desintegración espiritual y con ello se ha profundizado
la enfermedad de la época. Somos y vivimos en una era espiritualmente enferma. Pero
este perfeccionamiento desintegrativo es altamente peligroso porque acostumbra
a una crueldad fría y callada entre los seres humanos, como consecuencia del
explosivo aumento del poder de todas las formas de secularización.
Nadie se excluye de
la responsabilidad de dicho proceso. Luteranismo –con la racionalización del
dogma-, calvinismo –con si disciplina económica-, catolicismo –con sus técnicas
de gobierno-, judaísmo –con su extremismo sionista-, islamismo –con su
fundamentalismo genocida-, hinduismo –impotente para detener el armamentismo
nuclear- y el confucianismo –burocrático y centrado en lo inmanente-. Y a pesar
de todo ello es necesario esperar una renovación que parta de lo espiritual.
Pero como el hombre
no puede alejarse de la trascendencia porque Dios es ineliminable (De lo eterno en el hombre, M. Scheler),
entonces la propia cultura mundana conserva un fondo religioso que se traslada
a lo que A. Müller llama el proceso de “formación de ídolos” (El siglo sin Dios).
En filosofía la
destrucción de toda teoría por la hermenéutica posmoderna no es más que la
implosión de la verdad a la que lleva la hermenéutica historicista. Ante el
relativismo posmoderno y el utilitarismo pragmatista que proclaman que no es
relevante saber cómo es el mundo en sí, no queda sino romper con el infame
monopolio de la hermenéutica misma. ¿Pero acaso el mundo secularizado está
preparado para emprender dicho camino? ¿O por el contrario apura su copa para
beber hasta la última gota letal de nihilismo?
Vivimos la plena disolución espiritual de la
humanidad, el henchido relajamiento, pérdida y descenso del nivel ético. Un
mundo entregado a los valores meramente terrenales, efímeros y transitorios
abrió las puertas infernales de su disolución ética. La actual humanidad está
enferma de un luciferino vacío espiritual.
Y esto lo ilustra
la caída estrepitosa de la tasa de natalidad en el primer mundo y el auge de
los medios masivos de comunicación –léase mejor “medios masivos de estupidización
social”- social entre las masas. Ya lo apuntaba Sombart, la voluntad de
procreación es una decisión espiritual. Y no es casual que el desplome de la
tasa de natalidad coincida con la disolución de la fe en lo trascendente.
Vivimos el auge de
ídolos terrestres cada vez más efímeros y fútiles. Por ende, en el horizonte se
cierne el letal contexto de un mundo sin tolerancia ni paz porque el mundo está
preso de intereses terrenales –no es casual que Obama ha sido el presidente
norteamericano que más países ha destruido y más guerras ha provocado-. Si por
las dos guerras mundiales el siglo veinte se llenó de culpa y destrucción, el
siglo veintiuno no tendrá oportunidad de arrepentimiento alguno por la
letalidad de su arsenal químico-nuclear.
La idolatría
terrenal y la pérdida de fe trascendente generan el caos espiritual del
presente y los antagonismos severos en política, economía y cultura.
Verdaderamente que es en la hora presente cuando estamos más cerca de la
autodestrucción nuclear como nunca antes.
La fe no se ha
extinguido porque es inextinguible en el hombre. Solamente se ha desplazado
hacia lo terrenal. Pero lo terrenal no es fundamento firme para valores permanentes.
La consecuencia es el caos valorativo. En otras palabras, en ninguna otra etapa
de la historia como la presente la humanidad ha estado tan cerca de su propia
destrucción porque al entregarse a lo inmanente, terrenal y secularizado se
abre las puertas de su disolución ética y espiritual.
Entonces, qué
obscurece el cielo del siglo veintiuno. La más completa descristianización del
mundo. En este charco pestilente del mundo anticristiano la disolución de la fe
ya no es patrimonio de las clases cultas, como en el siglo diecinueve; ya no
solamente alcanza a las mujeres, jóvenes, trabajadores y artesanos, como en el
siglo veinte; sino que en el siglo veintiuno incluso los campesinos y los niños
son parte de él. Esta total renuncia a los valores cristianos tiene también
expresión en el orden jurídico. El Derecho natural fue sustituido por el derecho
positivo y el derecho decisionista.
También este
proceso de disolución se advierte en la cultura. Así, si en el siglo dieciocho
el arte y la poesía alientan la incredulidad, en el siglo diecinueve su avance
está a cargo de la filosofía y la ciencia, y en el siglo veinte lo impulsa el
derecho y la política. Ahora en el siglo veintiuno cabalga sobre los hombros de
la guerra, la economía y la tecnología.
El nihilista siglo
XXI se comprende desde la sustancia relativista del siglo XX, el siglo XX se le
entiende desde el movimiento de masas del siglo XIX, el siglo XIX por el
desarrollo educativo-racionalista del siglo XVIII, el siglo XVIII por el deísmo
mecanicista del siglo XVII, el cual se explica por el surgimiento del
protestantismo del siglo XVI, y a éste por el humanismo renacentista del siglo
XV. Pero en todas ellas el núcleo es el declive de la fe y el avance de la
secularización. En otras palabras, la modernidad es el despliegue de la
autonomía de la razón, la erosión de la metafísica de las esencias y de la
Persona trascendente.
Pero lo racional
autónomo descansa en valores confesionales. Así, en el propio terreno católico
cobran autonomía los valores estéticos y los valores del Estado, en el
calvinismo la libertad política y el progreso económico y en el luterano los
valores del sentimiento y el valor del espíritu. Se va abriendo paso la fe en
valores inmanentes y cosas terrenales. Al ídolo se le da dignidad de absoluto
como signo del declive la fe. En la secularización el acto religioso es
separado de su razón existencial. Así, el siglo XIX y el XX son épocas de
luchas confesionales secularizadas.
El culto al genio
del siglo XIX, y el culto al Estado del siglo XX han sido reemplazados por el
culto a la máquina del siglo XXI. La revolución virtual del internet está
revirtiendo el ascenso que las masas tuvieron otrora. El humanismo va siendo
desplazado por el posthumanismo de los ciborg y chips cibernéticos de memoria.
El totalitarismo
que se avizora ya no es de hombres contra hombres, sino de la megamáquina
contra el hombre. A la idolatría del pueblo le sigue la idolatría de la
máquina. La autolegislación del Estado será sustituida por la autolegislación
de las máquinas. Pero toda esta absolutización metafísica de la historia es
producto de la absolutización de la razón autónoma.
Si la comunidad
tradicional está siendo devorada por la sociedad contractual, en el sentido de
la distinción entre Gemeinschaft y Gesellschaft de F. Tönnies, ahora la
propia sociedad humana se está subsumiendo por la sociedad cibernética. A la
idea decadente del Progreso le reemplaza la nueva teleología escatológica de la
idea cibernética autorregulada. Todo lo cual representa un paso posthumano de
la secularización y su fe en los valores de lo terrenal e inmanente.
Las máquinas
autorreguladas y pensantes se convierten en el nuevo ídolo absoluto en ciernes.
Las máquinas como valor redentor y la técnica como moderna utopía no es sino el
triunfo de un nuevo ídolo que refuerza la declaración de guerra a los valores
superiores. La última guerra de los ídolos contra los valores superiores que
conocerá el hombre es la absolutización de los valores terrenales mediante la
máquina.
Así, los orígenes
espirituales de un mundo sin Dios han recorrido sin pausa un largo camino desde
el humanismo, estatalismo, nacionalismo, economicismo, biologismo,
evolucionismo, historicismo, materialismo, utopismo social hasta el utopismo
cibernético. Vattimo, Rorty, Davidson y compañía comparten el mismo pelaje inmanentista
de Kierkegaard, Schopenhauer, Stirner, Feuerbach, Marx y Nietzsche. Todas estas
metafísicas sustitutas tienen en común el reemplazo de todos los valores e
ideas de procedencia cristiana. Se trata de un enaltecimiento irracional del
valor terrenal. La cual es una forma secularizada de fe.
La humanidad actual
está enferma de vacío espiritual. El mundo de lo terrenal entregado en alma y
cuerpo a lo contingente y finito ha cavado su propia tumba. La consecuencia
natural de la disolución espiritual y del nihilismo integral –metafísico,
epistémico y ético- es la generación de toda clase de antagonismo graves y
severos. Esta es la tóxica nube gris que obscurece el cielo de la humanidad en
el siglo veintiuno.
¿Es posible ser
optimistas sobre la posibilidad de un renacimiento espiritual en medio de la
máxima disolución y mayor radicalidad nihilista del siglo veintiuno? Todos los
sucesos del presente describen el prólogo de un renovado capítulo tenebroso que
se cierne sobre la humanidad.
Ya hemos descrito
el camino espiritual que se ha preparado para este nuevo holocausto. Nuevamente
aquí la violencia, lo criminal y lo patológico no es la esencia sino la
consecuencia. En otras palabras, ni la crisis ecológica, la sobrepoblación, el
agotamiento de los recursos energéticos, la crisis alimentaria, la escasez de
agua dulce, entre otros, será capaz de desencadenar el caos final, sin que en
el corazón de la cultura terrenal lata plenamente el nihilismo.
Heidegger
interpreta a Nietzsche en el sentido de que en su nihilismo el ser queda
reducido a valor, a punto de vista, el hombre vaga en una nada infinita sin
saber a qué atenerse. Así, creerá Heidegger en un nihilismo fuerte capaz de
cambiar la historia, en el que basa su proyecto del Estado como obra de arte
total. Esta pseudorreligión heideggeriana como cuasi metafísica de salvación
felizmente fracasó, de lo contrario nos hubiese esperado la esclavitud racial.
Lo erróneo de estas
convicciones no tardará en demostrar que no hay futuro en ningún nihilismo
fuerte, ni en la engañosa justificación del arte como la única actividad metafísica.
El nihilismo solamente conduce a la hegemonía de falsos ídolos. No es casual que
Hitler se impusiera sin dificultad en las zonas de máxima disolución del
luteranismo –Turingia y Sajonia- y hallara máxima dificultad en las áreas donde
la iglesia se hallaba firmemente arraigada.
Pero
si los presagios no engañan actualmente se produce un cambio decidido que
alimenta las fuerzas de la renovación espiritual. En matemáticas y en ciencia
física el indeterminismo, los números irracionales, la probabilidad, la
topología y el método estadístico demuestran que se
derrumbó el pensamiento deductivo de su trono absoluto. La matemática del
futuro se encamina hacia un pensar más cualitativo, menos cuantitativo, más
combinatorio y menos lineal, más imaginativo e intuitivo. En lógica y filosofía
es improbable imaginar el porvenir sin un acercamiento metodológico entre razón
y fe, lógica identitaria y lógica heterodoxa, ciencia y metafísica.
En lo urbanístico el ser humano debe retornar al campo, la ciudad causa y fortalece el impersonalismo y se debe procurar el reemplazo del actual hombre artificial por el hombre natural. En lo político hay que volver a entenderlo como un medio para servir a valores espirituales superiores. Las variantes secularizadas del liberalismo apolítico y el colectivismo político deben ser evitados mediante valores eternos trascendentes. Y ello implica el reconocimiento que sólo el derecho natural es firme fundamento del Estado de derecho. Igualmente hay que subrayar que es imposible alcanzar una economía social de mercado sin valores espirituales centrales. Sólo así es posible recuperar la ética en la economía más allá del individualismo y del colectivismo. No hay otra forma de superar el molde nihilista histórico terrenal en que vive la humanidad actual.
En lo urbanístico el ser humano debe retornar al campo, la ciudad causa y fortalece el impersonalismo y se debe procurar el reemplazo del actual hombre artificial por el hombre natural. En lo político hay que volver a entenderlo como un medio para servir a valores espirituales superiores. Las variantes secularizadas del liberalismo apolítico y el colectivismo político deben ser evitados mediante valores eternos trascendentes. Y ello implica el reconocimiento que sólo el derecho natural es firme fundamento del Estado de derecho. Igualmente hay que subrayar que es imposible alcanzar una economía social de mercado sin valores espirituales centrales. Sólo así es posible recuperar la ética en la economía más allá del individualismo y del colectivismo. No hay otra forma de superar el molde nihilista histórico terrenal en que vive la humanidad actual.
En otras palabras,
sin la superación del característico antagonismo de la modernidad entre ciencia
y religión, razón y fe, deducción e intuición, ciencias naturales y ciencias
espirituales, no es posible atisbar el camino de la reconstrucción espiritual. Sin
superar la eliminación del pensamiento metafísico-religioso- trascendental
dentro de los principios medulares de la inmanencia
y la autonomía, no se podrá soslayar
la catástrofe del vacío espiritual actual. El proyecto autotélico de la razón
ha demostrado ser mortalmente antropocéntrico. Es mejor un proyecto
cosmo-antropotélico.
La única ruta de
retorno y superación del nihilismo y de la desintegración cultural es el
realismo metafísico con valores trascendentes. Pero esto ofende a la arrogante
autonomía de la razón moderna como sustancia misma de la secularización en
marcha.
Lima,
Salamanca 21 de octubre del 2016