TRUMP Y LOS DEMONIOS DEL CAPITALISMO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Trump no busca superar o abolir la sociedad de clases, pero
representa los intereses de toda la sociedad contra la acumulación del capital
en manos de una élite megacorporativa que dirige el hiperimperialismo actual.
En este sentido socava el orden burgués, agudiza sus contradicciones,
revela la guerra permanente de clases, pero está condenado a fracasar por dos
causas: el reloj de la historia no retrocede (del neoliberalismo al
proteccionismo) y porque la formación económica-social del capitalismo está
madura para una mutación socialista.
Trump representa el canto de cisne del capitalismo
neoliberal y el reconocimiento de la caducidad para la humanidad del actual
estado de cosas. Pero que el proceso histórico no se detenga no significa que
continuará el ascenso histórico de la élite favorecida con la acumulación mundial del capital. La capacidad de adaptación del capitalismo no es eterna.
La visión neutra del reloj de la historia es ilusoria
porque equivale a pensar que potencias nucleares se pongan a guerrear usando
hachas y piedras prehistóricas. La verdad histórica no retrocede, y cuando lo
hace se produce como comedia y no como tragedia.
Se abre una fase política incierta en que las tendencias
disolventes del poder unipolar (EEUU) pueden amortiguarse con sus herederos del
poder multipolar (Rusia, China). La lucha interimperialista no ha cesado sino
que se ha intensificado.
El pensamiento antisistema, tan satanizado por la
propaganda ideológica del neoliberalismo global, ahora con Trump se vuelve en
un deber. Hace crisis la función tradicional del intelectual burgués. Se hace
entonces más evidente que la función del científico y del filósofo es
democrática y revolucionaria, porque proviene de una rebelión contra un orden
irracional de cosas.
En una palabra, Trump no es más que un serio capítulo de
cómo se resuelven los problemas del imperialismo en su fase neoliberal.
En la fase final del imperialismo del capitalismo tardío,
los Trumps (en EEUU y el resto del mundo) sueñan ilusamente con una
regeneración cultural. Pero estas ansias optimistas carecen de visión y
conceptos totalizadores, que enfanga en particularismos e impide ver que el
problema de fondo es la materialidad de las clases (reivindicación orgánica de
privilegios de clase dominante).
Prolongar la bondad paternalista de la era del
proteccionismo keynesiano es el dulce sueño del Trumpismo. Pero la hora
histórica no tolera farisaicos retrocesos, ni guiños serviles a la gran
burguesía dominante. La utopía social de la dorada era pequeñoburguesa se esfumó y
quedan frente a frente la gran burguesía global y el proletariado sin trabajo.
De Marx no hay que olvidar una valiosa lección: lo
económico no es una base que determina el impulso adquisitivo, eso es
economicismo, sino que la formación económico-social está unida a la dinámica
de la forma del poder. Las naciones, las identidades y la actualización de la
naturaleza humana pasan por ese complejo filtro social. En otras
palabras, la base es un concepto epistémico no solamente económico-adquisitivo, sino económico-productivo en su más amplio sentido, y lo sobreestructural es
activo y dinámico.
El Trumpismo es un cataclismo que amenaza con extenderse
globalmente contra la élite neoliberal de la gran burguesía. Sí aun se
efectuara un magnicidio contra Trump la ola antiliberal no sería detenida y la
democracia burguesa tendría que trocarse de totalitarismo burocrático en totalitarismo militar abierto. En
otras palabras, la base ideológica del neoliberalismo se está haciendo trizas y
la conciencia de clase contra ella crecerá de modo incontenible de lo teórico a
lo práctico. Pero sin líderes revolucionarios en el horizonte, lo más probable
es el escenario de la anarquía y el caos.
Con Trump el imperialismo empieza a fagocitarse a sí mismo.
Que el 1% de la población sea dueña del 90% de la riqueza mundial es un
programa que no puede sostenerse por mucho tiempo. Estamos ante un nuevo
desafío del razonar revolucionario, el cual debe planear una sociedad futura
por encima del pensar funcional para arraigarse en un pensar substancial.
Trump representa el ala moderada del Reich Bilderberg que,
a diferencia del ala radical ultraderechista, ha percibido nítidamente que el
capitalismo de libre mercado en su exacerbación neoliberal no sólo ha hecho
añicos el capitalismo de bienestar estadounidense y el modelo europeo de
capitalismo social de mercado, sino que ha reconocido que la concentración del
90% de la riqueza en el 1% de la élite mundial es peligrosa para el capitalismo
mismo y lo pone al borde de su propia supervivencia.
Trump es un hombre pragmático, no es un pérfido manipulador
como Soros, ni un hábil ventajista como Rockefeller, ni un astuto conspirador
como Rosthschild. Su mente es más sencilla y por lo mismo más despierto a los
peligros que amenazan al capitalismo mismo. Por ende, su filípica contra las
guerras emprendidas por el otro republicano el senador McCain, el apoyo militar
y logístico a las huestes terroristas de ISIS por Hillary Clinton y su condena
a la gestión de Obama por provocar una nueva peligrosa y demencial guerra fría contra
Rusia, responde a un natural instinto de conservación de la gran burguesía
capitalista.
La sensibilidad pequeñoburguesa enfatizando un componente
racista, misógino y xenófobo, quiere presentar a Trump como otro monstruo
comparable a Hitler y a Stalin. Con ello los Soros, Rockefeller, Rothschild y
compañia quedan como verdaderos ángeles celestes. Pero la verdad es otra. Trump
es hijo legítimo salido del vientre de la Bestia, pero es su hijo rebelde. La
campaña de desprestigio montada por el ala radical ultraderechista del Reich
Bilderberg busca demoler la figura de quien pone en peligro sus intereses
globales. La verdadera Bestia es quien ataca a Trump, cuyos defectos no llegan
ni a los tobillos de dicha Bestia.
Trump desordena el orden ultraderechista del Reich
Bilderberg (guerra fria contra Rusia, guerra monetaria contra China, sabotaje
monetario contra el euro, dominio militar en Oriente Medio, destrucción de
Bashar al Assad, guerra contra Irán, radicalización del gobierno fascista en
Ucrania, despojo de Siberia a Rusia, y otras perlas luciferinas). Ahora con
Trump, todo ese plan demoniaco está en peligro. La que se desorienta es la
intelectualidad burguesa prosistema, la intelectualidad revolucionaria se despierta.
Es cierto. Su éxito es dudoso, como el del emperador juliano el Apóstata. Pero
bastará remecer las bases para que se vuelvan a despertar las condiciones
subjetivas revolucionarias, las condiciones objetivas están dadas. Las mujeres están enceguecidas por la propaganda misógina
de Soros. Lo de fondo es la desestabilización del orden neoliberal de la gran
burguesía mundial.
La gran interrogante es si las leyes de la historia y del
desarrollo del propio capitalismo permitirán un retroceso, detención,
involución o desarrollo diferente a la lógica misma de la concentración del
capital. Pero es falso pensar que el hombre no pueda recuperar su capacidad de
acción sobre los mecanismos económicos.
El desarrollo del imperialismo capitalista ha llegado a un
punto tal que la acumulación de capital se ha tornado especulativo en vez de
productivo y por ese medio las ganancias se han multiplicado. La
desterritorialización y la soberanía propia de las megacorporaciones privadas
son las otras dos características que acompañan la mutación hiperimperialista del
capitalismo actual.
Ante este dilema se han presentado diversas soluciones:
1.
Desde el socialismo pequeño
burgués.- La crisis global se resuelve con una economía de mercado sin
especulación financiera y con enfoque ecológico.
2.
Desde el capitalismo de la gran
burguesía moderada.-Implementar reformas al capitalismo (tributaria,
antimonopólica y financiera).
3.
Desde el socialismo de izquierda.-
No bastan reformas al capitalismo, hay que cambiar el sistema mismo. El mundo no
es un mercado, por eso el problema es también ético y epistémico, porque exige
nuevos valores y una nueva racionalidad no instrumental.
Trump está lejos de pensar que la alternativa sea el
socialismo o la barbarie. Por el contrario, él está firmemente convencido que
las reformas al capitalismo pueden dar resultado, que las miserias de un mundo
sin rumbo tienen solución dentro del sistema. Pero el capitalismo en la era de
la globalización marcha por otro camino: el de la rentabilidad máxima sin
ninguna barrera ética ni productiva. El demonio se ha escapado por completo de
la botella y no hay modo de hacerlo retornar.
Trump en su empeño por volver al capitalismo keynesiano de
bienestar nos hace recordar al emperador romano Juliano el Apóstata que
restauró por breve tiempo el paganismo. Pero sus medidas fueron ineficaces.
Ahora bien, sobre Trump aun un cuando el tan susodicho
magnicidio en su contra no se llegue a realizar es razonable dudar sobre el
éxito de su iniciativa. La razón más honda para ello subyace no sólo en que el
capitalismo crea una economía de excedentes que no se adapta al sistema de
precios, la desocupación tecnológica se vuelve universal, la educación se la
distorsiona subordinándola a la producción, destruye la moral porque convierte
al beneficio en el objetivo supremo, sino que el excedente monstruoso de la
riqueza mundial y el propio desarrollo tecnológico ponen al capitalismo más
cerca de su supresión socialista que de su reforma.
Obviamente que tal cosa exige ante todo un cambio planetario
y profundo de ideales, que acepte que la explotación de las máquinas es la
alternativa a la explotación del hombre, que la industria no tenga como
objetivo el beneficio sino el bienestar del hombre, que una economía de
satisfacción de necesidades sustituya a la economía adquisitiva capitalista y
que el trabajo en vez de encontrar su impulso en el beneficio personal lucrativo
lo halle en el beneficio espiritual desinteresado.
Hay quienes pretenden un socialismo sin utopía, como Slavoj Zizek. Pero un socialismo sin utopía es un empobrecido socialismo pragmático, hecho a la medida del sistema. Cuando hoy más que nunca se requiere recuperar la capacidad utópica del hombre porque el hombre es un ser utópico. El socialismo sin utopía nace de las entrañas agusanadas del capitalismo decadente. Pero el capitalismo ha logrado forjar al hombre inmediatista sin utopía, sin ideales, sin lontananza. Es el simplón mediocre que no ve más allá de sus metas personales y egoístas apetitos individualistas. Contra estas tendencias conservadoras de los intelectuales pequeñobugueses hay que reaccionar. El ideal es un componente intrínseco a la utopía por cuanto es la conciencia de la insuficiencia de lo realizado y la llamada nostálgica del bien a rebasar lo real. Por eso, utopía e ideal se unen en la estimación moral del ser por parte de la existencia. La utopía siempre tiene un componente de imposibilidad. Lo imposible como disculpa del ocioso es el sentido vulgar de la utopía y no su sentido filosófico.
Pero de todo lo que representa Trump hay una gran incógnita. ¿Realmente comprende el ilusionismo financiero de las grandes banqueros mundiales y que están poniendo al mundo al borde de la catástrofe? No lo sabemos, pero debería saberlo si es verdaderamente un gran financista y hombre de negocios. La gente se pregunta más si habrá un conflicto bélico con Rusia, China o Irán, pero olvida lo más importante, a saber, que la eurozona sigue bajo enorme presión por culpa de los bancos italianos, la economía griega y del banco alemán (Deutsche Bank) que más derivados que tiene en el mundo. Con las operaciones dudosas con derivados hace desaparecer multimillonarias pérdidas bancarias. Estas operaciones corresponden a actos de terrorismo financiero, fraudes y trucos contables. El Deutsche Bank también es insolvente y debería estar en caída libre si no fuera por al apañamiento de Merkel. Pero dichas ingenierías financieras son fraudulentas e ilegales. Esos son los riesgos reales a las que se enfrenta la economía mundial y que la ponen al borde del abismo.
Hay quienes pretenden un socialismo sin utopía, como Slavoj Zizek. Pero un socialismo sin utopía es un empobrecido socialismo pragmático, hecho a la medida del sistema. Cuando hoy más que nunca se requiere recuperar la capacidad utópica del hombre porque el hombre es un ser utópico. El socialismo sin utopía nace de las entrañas agusanadas del capitalismo decadente. Pero el capitalismo ha logrado forjar al hombre inmediatista sin utopía, sin ideales, sin lontananza. Es el simplón mediocre que no ve más allá de sus metas personales y egoístas apetitos individualistas. Contra estas tendencias conservadoras de los intelectuales pequeñobugueses hay que reaccionar. El ideal es un componente intrínseco a la utopía por cuanto es la conciencia de la insuficiencia de lo realizado y la llamada nostálgica del bien a rebasar lo real. Por eso, utopía e ideal se unen en la estimación moral del ser por parte de la existencia. La utopía siempre tiene un componente de imposibilidad. Lo imposible como disculpa del ocioso es el sentido vulgar de la utopía y no su sentido filosófico.
Pero de todo lo que representa Trump hay una gran incógnita. ¿Realmente comprende el ilusionismo financiero de las grandes banqueros mundiales y que están poniendo al mundo al borde de la catástrofe? No lo sabemos, pero debería saberlo si es verdaderamente un gran financista y hombre de negocios. La gente se pregunta más si habrá un conflicto bélico con Rusia, China o Irán, pero olvida lo más importante, a saber, que la eurozona sigue bajo enorme presión por culpa de los bancos italianos, la economía griega y del banco alemán (Deutsche Bank) que más derivados que tiene en el mundo. Con las operaciones dudosas con derivados hace desaparecer multimillonarias pérdidas bancarias. Estas operaciones corresponden a actos de terrorismo financiero, fraudes y trucos contables. El Deutsche Bank también es insolvente y debería estar en caída libre si no fuera por al apañamiento de Merkel. Pero dichas ingenierías financieras son fraudulentas e ilegales. Esos son los riesgos reales a las que se enfrenta la economía mundial y que la ponen al borde del abismo.
Nada o algo de esto está en la pragmática sesera del señor Trump pero el
acontecimiento de su mandato actualiza el análisis que permite entrever que
estamos en una hora crucial de la historia, donde el capitalismo ha desatado
sus demonios más indóciles y ante la cual la humanidad debe recuperar la
sensatez y ser consciente que se puede superar al sistema mismo para dar inicio
a una nueva etapa del desarrollo de la humanidad. Pues, no se puede pensar en
un nuevo sistema económico al margen de una nueva era de la civilización
política.
Lima, Salamanca 10 de Febrero del 2017