Dilemas y problemas filosóficos
Gustavo Flores Quelopana entrevistado por
G.A.F.
Abril 29 2017
G.A.F.: Tú te defines como el filósofo de lo mitocrático, lo anético y el
hiperimperialismo. Lo primero concierne a la filosofía ancestral, lo segundo a
la crítica antropológica de la posmodernidad y el tercero al examen de la
globalización neoliberal. Vayamos a lo último. ¿Es el Hiperimperialismo una
visión acertada de lo que acontece a nivel global?
Gustavo Flores: Pienso que sí. Porque
no es precisamente el imperialismo exportador de capitales descrito por Lenin el
que domina el mundo, sino un imperialismo de las megacorporaciones privadas,
con soberanía propia, descentrado, improductivo, especulativo, cibernético,
unipolar, guerrerista y profundamente desigual en el reparto de la riqueza
social.
G.A.F.: ¿Pero este hiperimperialismo que en su obra se corresponde con el mundo
occidental no deja en la sombra los otros imperialismos partidarios del
multipolarismo?
Gustavo Flores: Es cierto, los
deja fuera. Pero ello no significa negar el carácter imperialista de China y
Rusia. El primero busca un imperialismo económico, mientras que el segundo un
imperialismo político. Pero ambos son imperialismos que tarde o temprano se verán
ante las mutaciones hiperimperialistas de sus megacorporaciones privadas,
siempre y cuando no se destruyan antes en un holocausto nuclear.
G.A.F.: A propósito del holocausto nuclear que nos amenaza hoy con la crisis Siria
y la crisis norcoreana. ¿Por qué cree que la humanidad está cada vez más
cercana de su autodestrucción?
Gustavo Flores: Porque la civilización
occidental está atravesando un período histórico de decadencia espiritual tan
profunda que lamentablemente es inversamente proporcional a su poderío
tecnológico armamentístico y nuclear. Mire, durante la guerra fría entre las
dos superpotencias sumaban más de 80 mil armas nucleares. Hoy apenas superan
las 14 mil. Pero aun son suficientes para destruir el planeta entero. Sin
embargo, el problema de fondo no es lo cuantitativo sino lo cualitativo. Me
refiero que el temple moral de la humanidad actual es muy feble, menguado e
inseguro. Cada vez más las élites mundiales pierden el miedo al uso de las
armas nucleares. Trump es un ejemplo de ello.
G.A.F.: Pero Trump representa a un imperio decadente y el tigre es más
peligroso cuando está herido.
Gustavo Flores: Es cierto. China y
Rusia, incluso la India y Pakistán, se muestran más contenidas en el uso de
armas nucleares. Pero no hay duda que su respuesta será también nuclear en caso
de recibir un ataque y entonces la apocalipsis se desatará. La civilización
occidental habrá consumado su autodestrucción, la misma que comienza al final
del Renacimiento, por haber roto los lazos con lo divino y entregarse a la
vorágine de lo temporal. Será una pérdida irreparable ver a la culta Europa nuclearmente
arrasada por la insanía guerrerista de su aliado EEUU.
G.A.F.: ¿Qué principio del Renacimiento rompió Occidente para merecer tal
destino?
Gustavo Flores: El gran aporte del
Renacimiento fue un humanismo que enalteció la dignidad y libertad humana. Pero
ni el Renacimiento del Trecento ni
del Cuattrocento rompió el lazo con
lo eterno y divino, por más que éste último mantuviera una gran tensión entre
lo cristiano y lo pagano. Y además fue fruto del ascetismo religioso de la Alta
Edad Media. Pero todo lo que viene después es un proceso de descomposición de
la cima renacentista. Así vemos que el cubismo y el positivismo coinciden en
ver al hombre mecánicamente. Todo el movimiento cultural se ve absorbido por un
proceso de secularización que no sólo anula a Dios, sino al hombre y a la
naturaleza misma.
G.A.F.: Pero países como el Perú que no han tenido un Renacimiento, ni una
Reforma, ni una Ilustración, ¿por qué se tenían que ver afectados por este
proceso de descomposición?
Gustavo Flores: Por la dominación
que sufrimos como países periféricos. Occidente penetró con España y nos
involucró en el proceso de decadencia espiritual. No digo que la civilización
precolombina fue inmune a procesos de decadencia histórica. Lo que afirmo es
que nos llegó la ola cultural occidental cuando su principio cristiano ya
estaba afrontando el desmigajamiento religioso –la Reforma protestante-,
filosófico –racionalismo, empirismo, criticismo, positivismo, cientificismo- y
político –la Revolución Francesa-. En otras palabras, el asalto a la armonía
entre Razón y Fe cobraba impulso y auge. Efectivamente, en el Perú no hubo
Renacimiento, ni Humanismo, ni Ilustración, ni Romanticismo, pero como lo hizo
notar Martín Adán, llevamos en el alma un estro barroco que nos viene de lo
andino. Lo cual se vive más bien como un malestar del alma. No obstante, lo
barroco está en retroceso ante un mendaz espíritu pragmático y burgués que se
va imponiendo raudamente. Lo cual nos inserta más en la corriente decadente de
la civilización occidental.
G.A.F.: Su respuesta me permite ingresar al tema de la filosofía mitocrática
andina. ¿Cree que su propuesta puede ser útil a movimientos andinistas a
ultranza?
Gustavo Flores: Sí, pero
tergiversando la propuesta. Yo no estoy a favor de ciertas visiones andinistas
que buscan combinar lo mitocrático con lo ateo, secular y descreído. Al
contrario, la fecundidad de la categoría es vincularla con la dimensión
religiosa. Ni el mundo precolombino fue ateo ni panteísta, ni el mundo de mañana
necesita un mundo de la increencia. Todo lo contrario, el exceso de razón y la
perversión de la fe condujeron a ambas a su declinación actual. Les sucede lo
mismo que al Renacimiento, comenzó enarbolando la libertad del hombre y terminó
conculcándola con los totalitarismos de Estado o de Mercado. En este sentido, creo
que lo mitocrático debe ser visto como la posibilidad de recuperar el diálogo
fecundo entre la Razón y la Fe.
G.A.F.: Últimamente Ud. sostuvo una polémica con Pablo Quintanilla en el
Colegio Médico del Perú sobre la filosofía andina. ¿A qué atribuye la
resistencia académica para admitir la existencia de la ancestral filosofía
precolombina?
Gustavo Flores: Hay varios
factores y los voy a enumerar. Primero, el predominio del pensamiento
anatópico. Tal como enfatizó Víctor Andrés Belaunde es muy arraigada la
costumbre colonial de pensar nuestra realidad con una óptica extranjerizante.
Segundo, no se pone en cuestión el magisterio eurocéntrico. Y así se piensa que
Grecia fue la cuna de toda filosofía posible. Tercero, el predominante espíritu
secularista de la modernidad. El cual impide ver otras formas de filosofar que
están unidas a lo religioso. La filosofía es multiforme. Incluye incluso al
Mito, como la forma analógico-metafórica que tiene la razón de dar cuenta del
misterio del mundo. Pero de mal grado se admite la filosofía medieval, se la
estudia mal, o como la filosofía colonial, no hay un curso sistemático de la
misma. Menos aun se está dispuesto a reconocer la categoría de lo filosófico a
explicaciones ancestrales unidas a lo religioso. Y cuarto, la pereza mental que
acompaña al espíritu burocrático en las cátedras y que retroalimenta la
universidad comercial o empresarial. La universidad peruana generalmente está
dominada por un espíritu mercantilista. Por tanto, su fin no es investigar sino
recaudar matrículas por doquier. Este envilecimiento economicista denigra la
libre investigación y afecta la creatividad de su profesorado, generalmente
inerte, burocrático, rutinario y en busca de prebendas económicas en maestrías
y doctorandos. En pocas palabras, no hay incentivo al genio, sino al talento
repetidor.
G.A.F.: A aquella importancia del factor religioso responde su interés al haber
escrito sobre El espíritu de la filosofía peruana virreynal, en dos tomos. ¿Cuál fue su propósito?
Gustavo Flores: Mi finalidad
principal fue investigar una intuición profunda. Veía que los filósofos de la
Colonia no se limitaban a repetir un cristianismo eurocéntrico, sino que la realidad
del indio modeló un cristianismo de la liberación. Y allí encuentro lo peculiar
de su espíritu. Primero veo un reinado de la teología antropológica, luego una
escolástica utópica liberadora y finalmente un peripatetismo reformista
ilustrado. Con ello lograba una visión integral de dicho período filosófico tan
descuidado en las facultades de filosofía. Obviamente me fueron muy valiosos
los estudios de José Ballón, Augusto Castro, Huamaní Córdova y el clásico
Barreda Laos.
G.A.F.: ¿A propósito del predominante espíritu de increencia en nuestro tiempo,
diría Ud. que es un rasgo esencial del posmoderno hombre anético?
Gustavo Flores: No, es más bien
una consecuencia del predominio de un tipo de racionalidad específica. Lo que
gobierna al hombre anético de la posmodernidad es la soberanía de la razón
funcional sobre la razón substancial. La razón funcional es externa, mecánica,
superficial, atiende lo cósico, manipulable, útil, persigue un propósito
aplicativo, empírico y mendaz. La razón substancial es interna, libérrima,
profunda, atiende el ser, inasible, persigue el ideal y es espiritual. El
hombre anético se maneja a sí mismo y a los demás como cosa entre las demás
cosas, no es teleológico sino pragmático y económico. No le interesa mentir,
robar y pecar. Le da lo mismo. El fin justifica los medios. Y así este tipo de
racionalidad funcional gobierna la civilización occidental y destruye a Dios,
la naturaleza y al hombre. Una muestra más del predominio de la razón funcional
es la muerte del espíritu en la civilización occidental, la cual lo compensa
con desarrollo tecnológico. Pero dicha compensación es siempre insuficiente y
acelera la destrucción del hombre.
G.A.F.: En este sombrío panorama, díganos si hay alguna esperanza.
Gustavo Flores: Sólo hay esperanza
en la lucha creativa y no en la pasiva espera. Pero tampoco hay que ser ingenuo
pensando que un nuevo renacimiento espiritual nos vendrá por asalto. Ningún
nuevo renacimiento es posible sin ascetismo religioso. Por eso, el ascetismo
religioso es lo que debe venir primero. El mundo consumista y sibarita actual
necesita de nuevos ascetas de religiosidad profunda. Sin esto no habrá
acumulación de energía espiritual histórica.