LO RELIGIOSO CHAMÁNICO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El
chamanismo no es una religión determinada pero implica una actitud religiosa.
En los Andes centrales está relacionada con la veneración a los Apus y el
manejo de la Hoja de coca. En la Amazonía se vincula con el manejo de las
plantas maestras y el contacto con mundos suprasensibles. Y en la Costa peruana
con el manejo del San Pedro, Pallares u otras plantas, y el trato con Pacarinas
o lugares sagrados como lagunas, huacas o cerros.
Es
decir, lo religioso chamánico consiste en el reconocimiento arquetípico de un
universo sagrado estructurado en una mirada mitomórfica. Mirada mitomórfica que
constituye por sí misma una explicación de los fundamentos del cosmos. Y por
ello es la forma ancestral de la filosofía, su expresión mitocrática.
Esta
forma ancestral de la filosofía, que se da unida a lo religioso y al
chamanismo, no es prefilosofía, ni cosmovisión, ni filosofía en sentido laxo,
sino que es propiamente filosofía del paleolítico. Esto es que lo religioso
chamánico testimonia el carácter filosofante de la misma condición humana.
Pero
la filosofía mitomórfica en lo religioso chamánico no tiene primordialmente una
motivación narrativa-explicativa del origen de las cosas, sino, antes bien, una
eminente preocupación medicinal y espiritual. Tiene dos partes, una explicativa
en los Mitos, y otra taumatúrgica con las prácticas chamánicas. Antes que
produjera el desglose de la clase sacerdotal el chamán se concentra en lo
segundo sin excluir lo primero. El chamán como viajero de otros mundos
suprasensibles es un conocedor de las geografías espirituales y de la
topografía ontológica de la realidad invisible. Pero su afán primordial es
mantener el equilibrio cósmico a nivel individual o comunal mediante prácticas de
hierofanías que da como resultado contactos teofánicos con propósitos
determinados (curar o dañar).
El
carácter práctico que encierra lo religioso chamánico implica la manipulación de
fuerzas espirituales contenidas en la naturaleza llamadas prácticas mágicas.
Este carácter mágico manifestado tanto en el chamán-medicinal como en el
chamán-brujo manipula con técnicas de éxtasis arcaicas a los espíritus benignos
o malignos. Por ello lo religioso chamánico no pone el énfasis en el sacerdocio
sino en la hechicería. Su preocupación no es la fe llamada dogmática, dado que
no duda de la existencia del otro mundo y de lo divino, sino el curar
enfermedades o producirlas. Su magia es el arte de conseguir resultados
sobrenaturales mediante sustancias naturales, ritos e invocaciones a seres
espirituales de todo tipo.
Por
ello, en La rama dorada, Sir J. G.
Frazer destaca con razón que la fe universal más antigua que la religión es la
creencia en la eficacia de la magia. Sólo cabría añadir que el chamanismo es
también una forma religiosa, que la manipulación de lo sagrado que involucra la
magia chamánica implica también una filosofía mitomórfica más antigua que la
filosofía mitocrática que corresponde a las religiones de la humanidad.
El
chamán primordialmente no es un maestro de sabiduría ni de compasión, como en
el budismo, ni busca una comunión con lo divino que lo exima de retornar al
ciclo de las existencias terrenas, como en el Hinduísmo, ni profesa una
devoción exclusiva a un único Dios, como en las grandes religiones monoteístas.
Tampoco está comprometido estrictamente con una adoración politeísta ni
monoteísta, sino, más bien, con un trato con todo tipo de huestes espirituales,
ya sea de maldad o de bondad e incluso neutras pertenecientes a las regiones
sagradas, mediante rituales, invocaciones o utilizando plantas psicoactivas. Es
por ello que el chamán aparece como un brujo o mago que “obliga” a los poderes
espirituales a actuar de forma determinada.
No
obstante, su efecto actual sobre el creyente desemboca en el reavivamiento de
la idolatría, la mántica y el politeísmo. Lo cual no es extraño porque en la
ancestral práctica chamánica la delimitación entre los poderes de lo sagrado y
lo divino es difusa, aleatoria y engañosa. Divino es sólo Dios, en cambio
muchas entidades forman parte del ámbito de lo sagrado. Así, muchas “fuerzas
espirituales de maldad” (Efesios 6: 12) habitan las regiones sagradas y pueden,
incluso, ser portadoras de revelaciones “de carne y sangre” (Mateo 16: 17).
Esta falta de doctrina que discipline el contacto con el ámbito espiritual es
normal en el chamanismo ancestral prehistórico, pero deja de serlo en el
período histórico de las grandes religiones monoteístas.
Por
ello comprender lo religioso en
el chamanismo no nos dispensa de cualquier relación con la comunidad humana, ni
con la historia de las religiones, ni con la pedagogía divina, ni nos coloca en
un espacio aséptico alejado de todas las formas de vida, en cuyo lugar se
instala una especie de fantasmagoría ficcional. Todo lo contrario, el objetivo
es liberarnos de las convenciones externas y retrotraernos a la majestad de
nuestra propia dignidad interna. Por ello, dentro del pensamiento de las
religiones monoteístas Dios no nos quiere subyugados ni esclavos a poderes
terrenales, ni a sustancias materiales, ni a invocaciones, ni ritos, sino que
nos desea libres, como nos creó. Sólo accede a Dios quien se piensa a sí mismo
como libre y se sujeta sólo a Dios. ¿Pero es libre el que se sujeta al
chamanismo? Lo más probable es que no, porque la falta de discriminación en el
trato del ámbito de lo sagrado lo expone, las más de las veces, a ser víctima
del engaño del mundo espiritual de las tinieblas. Es cierto que la revelación y
las Escrituras son importantes y que jamás sustituirán cómo habla Dios en el
corazón. Pero su carácter normativo, parenético e inspirado constituye un claro
resguardo y guía en la singularidad del fenómeno religioso, la realidad
experimental de la religión y en su compleja realidad. La presencia de Dios en
el hombre es permanente pero ello no garantiza una vida espiritual adecuada.
Además
se plantea otra cuestión. ¿Cuál es el auténtico telos del
comprender religioso chamánico? Si su fin es manipular potestades espirituales
presentes en la naturaleza para curar, dañar o rescatar el alma, resulta justificada
dentro de la pedagogía divina en un mundo ancestral sin ciencia ni revelación. ¿Pero
se puede justificar el chamanismo en el mundo contemporáneo alegando su poder
sanador? Quizá puede haber casos extremos que lo justifiquen. Incluso hay
quienes atribuyen el ecocidio y materialismo actual a la ruptura con nuestra
raíces chamánicas. Sólo que suelen soslayar la capacidad de esta práctica
espiritual ancestral de producir daño y negatividad. La visión unilateral y
angelical del chamanismo no ayuda a su comprensión y produce confusionismo
espiritual. A todas luces Occidente no recuperará su alma retornando al
chamanismo sino que, al contrario, se causa un daño espiritual profundo
tratando de de retroceder el reloj de la historia. La necesidad de
trascendencia del hombre contemporáneo no puede ser atendida por el chamanismo,
porque aquí se confunde lo sagrado con lo divino, y de dicha confusión sólo resulta
beneficiada, la mayor parte de las veces, la hegemonía de los poderes
espirituales tenebrosos que ofrecen alivio efímero.
Entonces,
¿dónde radica el objetivo final de la religiosidad chamánica? ¿Acaso hay que
buscarlo fuera o dentro de sí mismo? ¿Pero
entonces de qué mismidad se trata? ¿Será la formación y
desarrollo integral de la propia humanitas? Sí, pero en este caso
responde a la decadencia espiritual de la humanitas
occidental. El hombre moderno se concibe como un ser exclusivamente
histórico, viviendo en un universo desacralizado. Pero la necesidad de
trascendencia es ineliminable en el hombre. La ciencia moderna, la técnica y la
modernidad clausuraron para el hombre la necesidad de trascendencia exterior.
Pero Dios, el cielo y el infierno se volvieron abrir dentro de él. Los campos
de exterminio nazi fueron una manifestación elocuente. La necesidad de
trascendencia fue sentida desde el interior. En muchos casos triunfó la
idolatría, sobre todo política. En medio de una era anticristiana sin precedentes
y la avasallante secularización nihilista que sacraliza la Naturaleza resurge
el panteísmo y, a su sombra, la mística primitiva del chamanismo.
Es
evidente que nuestro tema hay que vislumbrarlo en un doble sentido, a saber, y
con mayor precisión en la sociedad empírica y en la sociedad ideal, entre lo
que es bajo las actuales circunstancias y entre lo que puede y debe
ser en el futuro. Comprender lo religioso del chamanismo no renuncia a
hablar al hombre relativista de nuestro tiempo, lo adula y complace en su falta
de fe en un Dios trascendente. La hedonista sociedad presente está contenta con
una práctica espiritual que atiende su cuerpo y algunas veces su espíritu. En el fondo es el propio desarrollo de la
religiosidad humana la que se ve cuidadosamente cuestionada en el revival del
chamanismo. Pero para que esta realidad empírica no eclipse las posibilidades
ideales de la religiosidad humana se debe hacer frente al nihilismo de
nuestro tiempo, verdadera matriz de la involución religiosa.
Es
decir, a nombre de la humanitas y en contra de la actual societas debemos
desarrollar el significado universal del “comprender lo religioso” ante lo
religioso chamánico. No se trata de renunciar a la colectividad de los hombres
reconociendo la adoración a un único Dios, más bien se trata de descubrir en sí
mismo el arquetipo de un universo estructurado merced a una mirada divina.
Calvinismo
y el luteranismo buscaron comprender la esencia de lo religioso prescindiendo
de la fe en la tradición y en el magisterio eclesiástico, por la fe en los
pasajes de la Biblia. Rousseau desechando la “inspiración” externa propone
la preeminencia de la teología moral como forma interna de
sentir a Dios en la experiencia moral. Esta visión la consuma Lessing cuando
considera el desarrollo de la religión bajo la imagen de la Educación
del género humano. Y Kant apunta en el parágrafo 86 de la Crítica del Juicio, que sólo la teología
moral puede corregir los defectos de la teología física que sólo conduce a una
demonología. Precisamente, el chamanismo prescindiendo de la fe en tradición,
el magisterio eclesiástico y la teología moral se configura en una teología
física que conduce a una demonología que diviniza la naturaleza. En el
chamanismo no predomina el temor a Dios como causa suprema, porque le basta
recurrir a las inteligencias espirituales intermedias para lograr sus objetivos
inmediatos. Aquí se podría argüir en contra que en sus sendas visionarias el
médico-vegetalista -otra forma de llamar al curandero chamán que utiliza la ayawaska,
el toe o el tabaco- sí predomina el temor a Dios, porque en su visión de mundos
invisibles se pone al servicio del mundo bueno o Jakon Nete -en lengua shipiba-
y de seres de luz llamados Chaikonibos. Recurrir a seres extraordinarios de los
mundos suprasensibles por ser dueños de la medicina y que equivalen a ángeles
no es lo controversial. En el catolicismo se recurre a santos, la Virgen y
ángeles como seres intermediarios de Dios.
Lo
controversial y el riesgo radican en desvincular a estos seres intermediarios
del Creador y proceder a su adoración. Que Dios tenga muchas mansiones en el
cielo (Juan 14:2) no está en cuestión, lo que se cuestiona es el riesgo de
idolatrar dichas moradas sustituyendo a Dios. Es innegable que en las propias
prácticas chamánicas, de la Amazonía por ejemplo, se está produciendo un
sincretismo religioso donde se declara que el curar viene de Dios mismo, pero
dado la atmósfera anticristiana de la sociedad secularizada el chamán muchas
veces prefiere ocultar o dejar de lado este aspecto para no enajenar su
predicamento y curación. En otras palabras, se avergüenza de Cristo. Y prefiere
apelar a explicaciones holísticas, panteístas y naturalistas, cuando no
esotéricas. A estos médicos vegetalistas que se llaman legítimos hay que
decirles que no basta curar con amor porque el amor sin Dios no es amor. En
otras palabras, aun cuando en un fuero interno sea un curandero cristiano, en
su fuero externo actúa como un mago-pagano. Y esto es así porque más importante
que la salud del cuerpo es la salud del alma.
Es
decir, en tiempos históricos a Dios se le descubre fundamentalmente no en las
manifestaciones externas de la fe, en los milagros o en una fe
libresca, sino en la manifestación interna de la idea de
una personalidad libre pero con Dios, capaz de darse a sí mismo una
ley que no viene de la naturaleza y sí, más bien, del reino de lo inteligible.
Esta idea de libertad va unida a la idea de bien,
como bien actuar, por tanto está ligada a la idea de justicia. Este
orden inteligible, eterno e inmutable está inscrito por Dios en el corazón
del hombre, y por eso no puede verse refutada por la multiplicidad y el
arbitrio de los estatutos positivos, prácticas naturalistas y argucias
esotéricas.
Comprender
lo religioso nos hace ver el brillo de Dios en la conciencia moral del hombre,
la cual no es ejemplo que aplana, nivela y uniformiza,
sino solidaridad entre la voluntad humana y la voluntad
divina, donde cada cual debe recorrer su propio camino. De poco sirve inculcar
verdades religiosas abstractas si antes no se activa la disposición por
comprender lo religioso, pues en el mundo de la voluntad uno es lo
que hace por sí mismo. En cambio, comprender lo religioso del
chamanismo nos hace ver niveles de conciencia paranormales, que no siempre van
ligados a la conciencia moral, la tradición evangélica, ni el magisterio
eclesiástico, sino a la manipulación de poderes espirituales de todo tipo
–benignos y malignos- presentes en ciertas sustancias de la naturaleza o
materiales. Por ello, el chamanismo secunda el panteísmo y el politeísmo y
suele distanciase mucho del teísmo.
Comprender lo religioso no es lo mismo que conocer lo
religioso. Comprender lo religioso del chamanismo conduce a su reconocimiento
legítimo dentro del desarrollo histórico de la humanidad y de la pedagogía
divina. Y conocer lo religioso del chamanismo ayuda a entenderlo como
supletorio y paliativo de una era de anemia espiritual en Occidente. En lo
primero hay una ligazón existencial y en lo segundo un lazo mental. Conocer a
Dios no es amarlo necesariamente, se le puede sentir envidia y descaminarse
hacia el odio, como el Maligno. El chamán llamado brujo, por ejemplo, invoca un
pacto con las fuerzas tenebrosas del mal para convertirse en un ser poderoso
que desafía incluso a Dios. En cambio comprender implica ir más allá de lo
epistémico y pertenece a lo existencial, donde resulta que se conoce amando solidariamente
en una misma voluntad.
Lo
primero implica solidaridad de propósito y telos común, lo
segundo exige solamente universalidad categorial. En lo primero habla el
corazón en el segundo habla la razón. Esto significa que cuando se equipara la
naturaleza de la humanitas con su destino, es el
hombre un ser religioso y no un animal religioso.
Lo biológico se deja atrás para poner en su lugar un fundamento ético-religioso
puramente ideal.
No
obstante, el ideal de la ciencia moderna no brota ni en la civilización
egipcia, China, mesopotámica, árabe, judía, mesoamericana, ni andina, sino en
el seno del cristianismo. Fue en la teología de la Encarnación y en la
concepción de Dios como ser racional del cristianismo donde brota la ciencia,
la idea de ley natural, orden y regularidad.
Es por ello que el método experimental se inició en la Edad Media y se
desarrolla en monasterios, escuelas catedralicias y universidades. Incluso el
propio Galileo, tan distorsionado por la interpretación ilustrada, defiende el
fuero de la ciencia sin renunciar al fuero de la teología. Su objetivo era
liquidar la física metafísica de aristotélicos y la metafísica física de
panteístas, pero jamás demoler el cristianismo. Y esto viene a colación porque
en el chamanismo no sólo se percibe un retroceso a una mística prehistórica
sino a una metafísica física donde se bifurcan en caminos paralelos lo
trascendente y lo inmanente. Si en la filosofía teísta se coloca lo finito en
lo infinito, y en la filosofía panteísta se coloca lo infinito en lo finito, en
la filosofía chamánica lo finito y lo infinito persisten rígidamente en un
ciclo de eterno retorno.
Es
curioso que el hombre moderno se vuelque hacia una práctica espiritual
ancestral que niega la libertad personal y es partidaria de la repetición de
los arquetipos cósmicos. Pero el hombre moderno vive una etapa antropológica y
no cosmológica, no le es posible regresionar a su ancestral casa cósmica. El
revival del chamanismo se liga, en este sentido, a que el proyecto autotélico
acabó en un antropocentrismo extremo que pone en peligro la sobrevivencia
humana. Y en su lugar anima a pensar en un proyecto cosmo-antropotélico. Esto
es, el revival de la religiosidad chamánica está relacionado con tres
tendencias contrapuestas. Por un lado, responde a la atracción por deponer la
libertad personal a favor de los ciclos cósmico, por otro lado, al agotamiento
del proyecto autotélico, y, por último, con la necesidad de pensar un proyecto
cosmo-antropotélico. Y todo esto acontece dentro del contexto del consumismo
capitalista que enajena las auténticas necesidades del hombre –relación,
trascendencia, identidad y orientación-. En una palabra, el revival del
chamanismo en la sociedad secularizada sin Dios se relaciona con el grito
desesperado del hombre por restablecer su lugar en el mundo y acabar con el
robotismo humanoide. Sólo que en una sociedad nihilista y anética la práctica
espiritual chamánica resulta siendo insuficiente por narcotizar la conciencia
espiritual con prácticas ancestrales.
La
certeza religiosa sólo puede ser autoconvicción y convencimiento para uno mismo
desde el fondo de su acción moral y de su conciencia. Esto no significa que el
hombre es su propio creador y salvador, aunque en sentido ético lo sea en
sentido restringido o sea es necesaria su propia colaboración activa. Pero lo
decisivo aquí es que Dios queda justificado por la dignidad del hombre.
Dios es así el pilar del afianzamiento y desarrollo de tal dignidad y sin él
sólo se tiene un superdesarrollo material acompañado de un subdesarrollo moral,
tal como acontece en el secularizado mundo moderno. En cambio, la certeza de la
religiosidad chamánica radica en la recuperación de la salud corporal o mental
o en inferir daño respectivamente. En este sentido su alcance es menos
universal y restringido. De modo que la religiosidad chamánica se justifica
como racionalidad no-instrumental, ontológica y trascendente de la existencia
humana, pero en una escala más básica respecto a las grandes religiones.
Por
ello que sin comprender lo religioso no hay auténtica educación del género
humano, ni verdadero humanismo, ni exitosa gestión del Estado redistributivo, ni
real economía de la solidaridad, porque sin el sentimiento interno de Dios el
hombre se vuelve inhumano, la visión prometeica inmanentista autosuficiente
ocupa su lugar y todo su quehacer se degrada moralmente en el omnipotente
voluntarismo sin trascendencia. Sin duda, esto también combate el chamanismo
con su visión espiritual y vital del cosmos. Pero al poner el énfasis en la
manipulación de los espíritus, en vez de Dios, reduce la religión a una
práctica de integración cósmica. No en vano en la historia de las religiones el
chamanismo antecede a las religiones de servicio (Egipto, Mesopotamia, celtas,
eslavos, germanos, griegos, romanos, aztecas, mayas incas), religiones de liberación
(maniqueísmo, gnosticismo, hinduismo, budismo, jainismo, taoísmo,
confucianismo) y religiones de salvación (mazdeísmo, judaísmo, cristianismo,
islamismo).
Así,
sólo se puede resguardar el desarrollo integral del hombre comprendiendo lo
religioso como la dignidad de una persona libre creada por Dios y que
capaz de darse a sí mismo una ley. De ahí que la fe externa en Dios siendo
importante, sea inferior a la fe interna en Dios. La certeza interna de Dios es
moral y racional, y no solamente moral como lo pensaban Rousseau y Kant. Tanto
la dimensión ética como la dimensión racional están en el centro de la
religión. No todas las alternativas que se remontan hasta Dios partiendo de la
naturaleza están aniquiladas, ni tampoco la teleología inserta en la naturaleza
nos impide deducir una suprema inteligencia. Los estudios de Mircea Eliade
documentan que el chamanismo conoce la suprema inteligencia y la deidad
soberana, lo cual no significa que esta práctica espiritual se centre en él.
Esto pertenece a otra etapa de la historia de las religiones.
Pero
precisamente el humanismo sin Dios de la modernidad secularizada nos ha
conducido hacia una civilización deshumanizada que supone que la dignidad
humana no necesita de ningún fundamente trascendente y con ello cree que basta
una economía de la superabundancia y un Estado de bienestar, para
abrigar la convicción de que el asunto capital del hombre es su felicidad
terrenal. En este juego incurre el chamanismo con su predicamento de poder
sanador del cuerpo y la mente. Pero esto no es cierto, pues el asunto capital
del hombre es su dignidad. De qué sirve un cuerpo y mente sana, una vida feliz,
sin dignidad, de nada. Y la dignidad humana viene de ser hechura predilecta divina.
El hombre feliz sin esta dignidad trascendente es achatado a su dimensión
biológica y a la mera animalidad. La felicidad no exige necesariamente la
libertad, en cambio a la dignidad le es inherente la libertad y el hombre que
bajo el yugo externo se somete voluntariamente capitula a lo más humano que
tiene, a saber, la capacidad de decidir autónomamente y asumir su responsabilidad.
Sólo es libre el responsable de sus actos, el irresponsable es vicioso,
depravado o inimputable. Justamente el hombre de la triunfante sociedad
capitalista ha prostituido su voluntad porque ya no tiene dignidad sino precio,
y el precio es valor externo y negación del valor intrínseco. La falsa
felicidad se compra con dinero, la verdadera es indesligable de la dignidad, o
sea del acto libre.
El
chamanismo es una forma de combatir la falsa felicidad reconociendo la
dimensión espiritual. Se erige no sólo sobre la diferenciación entre lo profano
y lo sagrado –como piensa Eliade-, sino sobre una intuición mitomórfica normativa
que da forma incluso a lo sagrado y profano mismo. Pero el simple
reconocimiento de la dimensión suprasensible y espiritual es insuficiente para el
desarrollo adecuado de la vida religiosa y moral del hombre. Que la
profundización de su conocimiento es indispensable resulta de la constatación
del mismo derrotero de la historia de las religiones.
También
en la comprensión de lo religioso constituye un profundo error tomar los medios
como fines y la consecuencia es la confusión y desorientación espiritual del
hombre. Uno los ejemplos más claros es hacerse una “religión a la carta”. La
principal misión de una civilización no reside en la felicidad material, ni en
demostrar la mera presencia del mundo espiritual, sino mostrar que la dignidad
humana viene directamente de un Dios creador que nos ama. La felicidad es
consecuencia de esta dignidad, por ello sin dignidad trascendente no hay
verdadera felicidad.
El
orden invertido de los valores, incluso religiosos, operado por la modernidad
inmanentista sólo genera seres glaciales, materialistas, consumistas,
mediocres, egoístas, chatos espiritualmente, supersticiosos, que sólo viven
para el goce, la manipulación, el puro usufructo y la voluntad de poder. Precisamente
en la magia del chamanismo hay una primera manifestación de la voluntad de
poder, porque “obliga” a los espíritus a colaborar hacia fines determinados.
Ya
Frazer lo destacó: mientras el sacerdote ruega y persuade, el mago constriñe y
ordena. Tanto es así que no es extraño que el chamanismo rebrote bajo el
imperio de la globalización neoliberal y su lógica de desigualdad social.
Parece que a una voluntad de poder hegemónica se tratara de oponer una voluntad
de poder de índole hechicera. Esto hace pensar que no basta civilizar la
economía incluyendo en ella una lógica de la solidaridad, gratuidad y fraternidad
–todos los cuales son excluidos por la globalización neoliberal actual-, sin
antes subrayar que la dimensión social sin la adecuada dimensión
religiosa se extravía en el irracional endiosamiento del hombre o de
las fuerzas naturales.
La
distribución de la riqueza material es necesaria e impostergable pero sin
perder el eje trascendente de la comprensión religiosa, único camino que
asegura al hombre esquivar su propio endiosamiento y desbarrar en el
subdesarrollo moral-espiritual. Antes que la riqueza material está la riqueza
espiritual. Además, la comprensión de lo religioso en su dimensión social se
justifica como amor al prójimo, a la Tierra y a lo trascendente. Es decir, a toda
la Creación. En su dimensión gnoseológica indica que lo divino se oculta y se
muestra escapando a lo conceptual pero no a lo existencial. Y en su dimensión
pneumática señala que la comprensión religiosa no es copia, imitación, ni gesto
externo, sino construcción de los afectos en una vivencia de encuentro con Dios que trasciende la
razón. Hay que creer para comprender y hay que comprender para
creer, decía San Agustín, pero la experiencia previa a esto corresponde
al sentir. Sin el sentir no es posible ni creer ni
comprender lo divino. Y aquí el sentir religioso no tiene que ver con lo
innato-sensible ni la naturaleza, sino con un instinto moral-espiritual de
carácter divino. Las llamadas “semillas del Verbo”. Esto significa que después
de la Caída el hombre jamás quedó abandonado a su suerte, sino que asistido por
la gracia de la pedagogía divina fue afinando su sentir religioso junto a su
comprensión.
La
religión vivida siempre tendrá primacía sobre la
religión pensada, porque la primera es creadora mientras la segunda
es universalizadora. La vivencia existencial de lo religioso no es lo santo
demostrado empíricamente, sino una realidad trascendente que irrumpe en
nuestras vidas dejándose participar. Pero la clave de la
participación está en la irrupción. Porque señala que Dios viene al hombre en vez
de esperar que el hombre se eleve con sus exiguas fuerzas. El misterio de la
Encarnación histórica marca un hito y un sendero insustituible en el camino de
la salvación humana. Y hace comprender que si bien la historia de la revelación
está cumplida y cerrada, la historia de la salvación está abierta y prosigue.
El chamanismo no participa ni de una ni de otra. Es sintomático que Cristo no
tenga un rol prominente en sus prácticas espirituales, a pesar del sincretismo
religioso que puedan lucir. Su fin es la integración cósmica obligando a las
fuerzas espirituales a contribuir con los propósitos humanos. Por ello, una
forma fundamental pero insuficiente de participación en lo sagrado y lo divino es
el sentimiento inscrito en el corazón humano sobre nuestra libertad y dignidad,
pero que sin la gracia ontológica de lo trascendente nada es.
En
conclusión, la irrupción histórica de lo religioso chamánico dentro del
proyecto autotélico de la modernidad es también la irrupción ontológica de una
sed espiritual que busca solidaridad con las potencias espirituales sobrenaturales
del mundo. No obstante, la civilización occidental bebe agua de una fuente
limitada, en vez de beber de la fuente de agua que brota para la vida eterna.
16 de Agosto del 2017