CUÁDRUPLE RAÍZ DE LA RAZÓN ESTÚPIDA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
La estupidez parece
ser un compañero inseparable del hombre histórico. Ha estado presente en todas
las épocas de la humanidad. Pero nunca resultó ser más peligrosa que ahora. La
capacidad de autodestrucción humana se ha multiplicado exponencialmente.
Efectivamente, es en la modernidad tecnológica cuando la estupidez resulta ser
mortífera. Y lo es porque el reino de la razón autónoma que le sirve de
fundamento tiene un rol protagónico en la crisis de la conciencia humanística.
No es que la
humanidad sea estúpida a partir de la modernidad, sino que desde ella se ha
agudizado el proceso de estupidización humana. Y ello se ha producido desde el
abandono del idealismo objetivo, la negación de la metafísica realista y su
paso al idealismo subjetivo con su negación del Ser que funda todo ser.
Empirismo, racionalismo, criticismo, iluminismo, materialismo, naturalismo,
positivismo, fenomenología, existencialismo ateo, positivismo lógico, filosofía
analítica, estructuralismo, postestructuralismo y postmodernismo representan la
agudización de esta crisis de la razón que clausuró la trascendencia, entronizó
la inmanencia y ahondó la voluntad de poder del inmanentismo. La sustitución de
la verdadera trascendencia por el Yo pienso alentó no sólo el ateísmo y el escepticismo
sino también la estupidez del hombre.
El diosecillo
terrestre que divorció a la propia razón de su reconocimiento de las verdades
suprarracionales, fue la piedra de toque para repotenciar lo estúpido en el
hombre. El resultado de la absolutización de la razón humana fue el
ahondamiento mismo de la estupidez del hombre. ¿Cómo fue esto posible? Por el
camino de colocar lo infinito en lo finito. Camino que por razones cosmológicas
está explícitamente expuesto en Bruno, cuando distingue entre “infinito-infinito”
que no padece ni sufre y el “infinito-finito” que actúa y padece. Al romper con
la imposibilidad aristotélica del infinito actual y coincidir con el
infinitismo de los presocráticos abre uno de los conceptos claves de la ciencia
moderna y trata de la infinitud de lo finito. En otras palabras, el drama del
agravamiento de la estupidez humana tiene relación con el pensamiento moderno
que asume una razón que no se abre a la fe y a lo sobrenatural. Aquí no se
trata de suscribir la opinión de Donoso Cortés, según el cual sólo un retorno a
la fe puede salvar a la civilización actual. No. Un pensamiento finalista no
tiene obstáculo en reconocer que los retornos son antihistóricos y anacrónicos.
Sencillamente la
estupidez humana hay que combatirla, a pesar que se vaya incrementando con el
avance de la civilización misma. Pero en una palabra, la civilización que
coloca lo infinito en lo finito decreta la profundización del proceso de estupidización.
Lo irónico es que se trate de la civilización de la exploración espacial, la
conquista del átomo y la edificación de la inteligencia artificial con el
cibermundo. De Descartes a Vattimo han sido quinientos años de errores y de
abandono de los fundamentos metafísicos. El hombre prometeico ha conquistado la
materia pero extravió el espíritu. La consecuencia inevitable sería el
amenazante incremento de la estupidización del hombre.
¿Pero cómo sería el mundo sin los estúpidos? Los racionalistas a
ultranza creen que mucho mejor. Por lo menos no habría las desastrosas guerras.
Para los irracionalistas sería tremendamente aburrido hasta el límite de la
desesperación y la locura. Al menos nos causan risa y provocan diversión. Pero
si no nos apartamos del justo medio aristotélico se debería aceptar su
existencia como tolerable y hasta necesaria. Y sin necesidad de ser superlativo
puede aceptarse que viene a ser casi como una de las fuerzas fundamentales de
la historia. Casi como el reposo indispensable a las tareas serias de la razón.
O mejor, casi como un vacacionar momentáneo de la misma razón. Lo peligroso es
que torne lo transitorio en permanente y allí se estaría ante una etapa final
de la historia. ¿Es acaso esto posible? Lo evidente es que lo estúpido no
parece ser como una adolescencia fugaz de la razón, de lo contrario hubiese
desaparecido hace mucho tiempo. Más, lo estúpido no parece tener una relación
indesligable con las crisis de crecimiento ni con las crisis de decrepitud de
la razón. Pues en ambas brilla por su presencia.
Es innegable que hay causas histórico-sociológicas que pueden incentivar
o disminuir la estupidez humana. Y en esto no discreparía la visión
secularizada, racionalista e ilustrada del hombre como homo sapiens, criatura
en evolución, criatura decadente y hasta el venidero superhombre. Pero ni lo
histórico-sociológico, ni la mera estructura de la razón explican todo el
fenómeno de lo estúpido. De esta forma tiene que ver su existencia con algo más
profundo que las meras coyunturas históricas. Tiene que hundir sus raíces en
algo transhistórico y metafísico. Por eso es necesario y valioso ahondar en la
visión teológico-metafísica del problema. ¿Tendrá que ver con la propia
estructura del espíritu humano? Veamos. Si las facultades primordiales del
espíritu son el entendimiento, la voluntad y el sentimiento, y si la estupidez
pertenece a un estado del espíritu, entonces debería estar presente en sus tres
principales potestades. Y al parecer lo está. Lo está en el entendimiento por
la ignorancia, la estrechez mental y la vesania. En la voluntad por la abulia,
la arrogancia y la intemperancia. Y en el sentimiento por la frialdad, el
orgullo y la promiscuidad.
Pero eso no es un mero atisbo psicológico-antropológico del problema de
la estupidez. Pues, la antropología filosófica judeo cristiana añade un
elemento teológico y providencialista, a saber, el mito del Edén. Dios creó a
nuestros primeros padres en estado de gracia. Allí la maligna serpiente no
tienta directamente al primer hombre Adán, sino que lo hace indirectamente a
través de su bella y agradable compañera Eva. Es la primera mujer la que se
deja tentar por el demonio, desobedece la orden divina y seduce a Adán. Esto
es, la estúpida ignorancia e ingenuidad de Eva junto a la estúpida confianza de
Adán arrastra consigo el misterio del pecado de desobediencia y soberbia con la
repercusión cósmica del primer pecado del género humano, que creyeron en la
mentira del demonio que serían como dioses. El desastre remolcó consigo a toda
la naturaleza humana. Desde entonces se revuelca en la estupidez. No siendo un
pecado personal el pecado original se trasmite por naturaleza humana. Su
realidad es dogma de fe y se lava con el sacramento del bautismo. Por el
bautismo renacemos. El poder del diablo se mantiene como tentador y enemigo,
pero actúa con permiso de Dios sobre el hombre no caído y el hombre caído.
Para San Agustín esta vida de la gracia recuperada por el bautismo
necesita respirar por medio de la oración. La oración sería la respiración del
alma. Al perderse la gracia se sufrió daño en la vida sobrenatural y en la vida
natural. El más grande efecto fue su separación con Dios. Pero sería Dios el
que elegiría el momento para restablecer la unidad con la Redención de
Jesucristo. La Redención es histórica y pertenece a la plenitud de los tiempos.
Dios prepara a María sin pecado original y la preserva sin pecado personal. La
misión de Cristo fue restablecer la unidad perdida entre la raza humana y Dios
por el pecado de Adán. Abrió nuevamente el cielo para el hombre. Pero su
rescate para la vida eterna no eximió a la humanidad de la lucha permanente contra
el pecado. Se ingresa a una nueva guerra en el que se desarrolla la orientación
correcta de nuestras energías contra el pecado. Pues la gracia no es
totalitaria y respeta la libertad humana. La gracia santificante no destruye la
voluntad sino que la une libremente a Dios. La humanidad no es simple
espectadora de su redención. Al contrario, su sufrimiento en unión con Cristo
es corredentor.
El resultado es la expulsión del Paraíso y el ingreso a la dimensión
cósmica del pecado original. Toda la creación se trastoca por una mala acción
moral. Lo que indica algo más que la metafísica de la identidad platónica entre
el Bien y el Ser, y que se refiere a la cristiana superioridad del Bien sobre
el Ser. O sea, metafísicamente en el orden finito el Ser es porque participa
del Bien. Sólo en Dios infinito, creador y providente ambos se identifican, en
las criaturas la correspondencia es por participacion. En suma, las
consecuencias funestas del pecado original no solo lo fueron para la raza
humana sino para toda la creación. Esto quiere decir que siendo la presencia de
Dios en nosotros de carácter ontológico, el hombre incurre en la estupidez
desde el pecado de la soberbia. Pero esta íntima conexión entre estupidez y
pecado no está presente desde la Creación, sólo desde la Caída hasta la
Redención y de ésta hasta el Juicio. O sea, estúpida no fue la Creación sino la
actuación de un ser racional que desobedeció la prueba divina para alcanzar la
vida eterna. Si antes de la Caída Adán era inmortal e incorruptible, después de
la Caída fue mortal y corruptible. Sólo luego del Juicio Final recuperará su
estado inmortal, incorruptible y redimido.
Lo que muestra que el hombre es un animal racional pero insuficiente en
sí mismo. Su estupidez –que ingresa desde el pecado de la soberbia- afecta no
sólo su razón sino también su voluntad y sentimiento. Todo el espíritu humano
queda afectado por la profunda estupidez del pecado de la soberbia. La soberbia
es en el fondo un olvido y negación de su condición de criatura. Es la necia
aspiración de convertir lo finito en lo infinito, negar su distancia y
diferencia metafísica. No comprender el carácter preparatorio de esta vida
dentro del misterio del sufrimiento es otro signo de la estupidez humana. ¿Pero
acaso el hombre tendrá alguna vez el panorama completo de la realidad? Lo
tendrá en la otra vida, cuando reciba la virtud sobrenatural de la fe y el don
del entendimiento. Pues nuestro intelecto y nuestra voluntad están dañados, por
eso nuestra respuesta a la gracia es siempre imperfecta. Pecamos y somos estúpidos
porque nuestra voluntad está enferma y se complace en el Yo individual. Por eso
el Diablo es regocijo del Yo en el Yo. En esta vida el peligro de pecar y ser
estúpido es permanente. Pues la gracia no elimina la guerra contra el pecado,
sino que la intensifica.
En el Final de los Tiempos se acrecentará peligrosamente la estupidez
humana en la apostasía general, pero también sobreabundará la gracia
desarrollando junto a los hábitos naturales los hábitos sobrenaturales. Así, el
hombre es un ser capaz de ser llenado por Dios (capax Dei). Pues en esta vida
el hombre no puede eludir del todo la estupidez pero sí puede hacer lo sensato,
esto es, entrenar el cuerpo para el bien del alma y orientar las propias
energías contra el pecado. Pero en la otra vida la mente capacitada por la fe
vuelve lo complejo en simple y ve que lo único importante es la relación del
alma con Dios. Es decir, no obedecer las leyes de la realidad nos quebranta a
nosotros mismos en la estupidez y el pecado.
En síntesis, existe una cuádruple raíz en dos niveles de la razón
estúpida. A saber: a nivel empírico tenemos la raíz histórico-sociológica y la
raíz antropológico-lógica. Y a nivel transhistórico-metafísico hallamos una
raíz teológico-providencialista y otra raíz metafísico-ontológica. En el primer
nivel se advierten factores históricos (época de auge y de decadencia),
sociales (políticas de opresión social y descuido educacional), antropológicos
(idiosincrasia, carácter) y lógicos (mentalidad mágica, mítica o deductiva).
En el segundo nivel se aprecia el factor teológico (plan providencial
divino) y el metafísico (contraste y relación de lo finito y lo infinito). La
comprensión de esta cuádruple raíz exige la consideración tanto de los
elementos inmanentes como de los trascendentes. Siendo éstos últimos los que
dan el sentido decisivo a los primeros es posible sostener que siendo la
presencia de Dios en nosotros de carácter ontológico, el hombre incurre en la
estupidez desde el pecado de la soberbia. Y seguirá siendo el tábano del hombre
desde la Caída hasta el Final de los Tiempos.
De modo que la idea griega del hombre como mens, ratio o logos, con poder y fuerza sobre sus instintos y
sensibilidad, queda con un poder explicatorio limitado sobre la estupidez
humana. El panlogismo hegeliano que proclama que la razón domina el mundo y la
historia, donde todo lo irracional, como
las pasiones y los instintos, quedan disimulados como las “astucias de la idea”, siervos del Logos que el filósofo ebrio de
Dios lo repiensa en el divino proceso dialéctico de la historia, queda refutado
por el carácter contingente de la historia y el derrotero cruento del soberano
intelecto. Pero el espíritu narcotizante de la estúpida soberbia humana
expresada en el idealismo subjetivo tiene otra expresión en los materialismos
de Marx, Freud y Darwin. El inmanentismo compartido por los tres forma parte
del Regnum hominis de la modernidad.
Y no menos infecunda es la ideología del superhombre para explicar la estupidez
imperante y venidera. El cibermundo que promete mayor eficacia humana amenaza a
su creador con su propio exterminio a manos de la máquina. Corolario mayor de
la estupidez humana. Por ello, la comprensión cabal de lo estúpido no puede
prescindir de la dimensión teológico-metafísica.
19 de Octubre del 2017