ENIGMATICA ESTUPIDEZ
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
La presente Crítica de la razón estúpida parte de la
existencia irrefutable de la estupidez, considerándola como un hecho, tampoco
la estupidez es puesta aquí en cuestión, su presencia cómica y corrosiva a lo
largo de la historia es de carácter indiscutible. Ambas cosas son abordadas en
la parte Analítica y en la Dialéctica del libro. La clave de la bóveda del
sistema de la estupidez es el absurdo de contener lo infinito en lo finito. Es
esta quizá la principal conclusión del análisis metafísico del problema. En
efecto, sólo este absurdo puede realizar la síntesis de una voluntad que se
dicta sin límite su propia libertad.
No se trata
solamente de una potencia de elección espontánea sino de una elección sin
límite que da risa o resulta ridícula. Y la hermenéutica de lo estúpido ha
incidido reiteradamente en ello. Se trata de la contradicción inmersa en la
misma idea de la libertad y que la modernidad la lleva al límite con el
concepto de autonomía de la razón y la voluntad. Como una libertad semejante no
es posible porque somos seres finitos, incurre en lo ridículo o cómico. Por la
visión teológica de la historia se deduce que la estupidez se funda en la
praxis pecadora del hombre. A partir de ahí cabalga oronda y lironda en el
tiempo humano lógico y cósmico. De ahí le necesidad de un análisis lógico de su
estructura, si es que la tiene.
En la parte
Dialéctica se indaga sobre el mobile
de lo estúpido en la historia. Resta la cuestión del mobile estúpido, que no puede ser sensible –al comprometer su
autonomía- ni puramente inteligible –su voluntad reside en una naturaleza
sensible- ni en un sentimiento ni pensamiento a priori trascendental –que lo
hace depender de un ordenador subjetivo-, sino a un a priori que no se limita a
lo trascendental y que es capaz de trascender la experiencia posible.
Efectivamente, lo estúpido tanto en su vertiente cómica como absurda consiste
en la historia en ir más allá de lo posible y coherente, para afirmar lo
irrisorio, lo inesperado y lo imposible.
Por ello, el
problema verdaderamente crítico de lo estúpido no es el de la experiencia
posible, sino el de la crítica de la experiencia absurda. Lo estúpido al
sustituir lo posible por lo imposible no deriva en utopía ni ucronía, porque su
reducción de lo infinito a lo finito no busca incrementar el conocimiento sino
recrear absurdamente la vanidad humana. Vanidad que es llevada a su límite en
la secularización de la modernidad. La estupidez desemboca pues en la comedia
de la historia humana desde el pecado original hasta el Juicio Final, porque
ésta es requerida para fundamentar su existencia. Y en este contexto se
presenta la intensa lucha de la Iglesia contra la estupidez en su propio seno.
Al empezar
esta obra tenía muchas ideas sobre la estupidez humana pero al concluirlo sólo
de una cosa puedo estar seguro: el enfoque inmanentista es insuficiente
haciendo necesario la perspectiva trascendentalista. A la estupidez se le ha
supuesto causas psicológicas, sociológicas, históricas y hasta genéticas. Todas
de índole inmanente, pero se descuidó observar su lado trascendente. Y esto es
lo único que encuentro de seguro en la presente obra. Por ello en el ensayo se
explora sus dimensiones metafísicas, epistémicas, lógicas e históricas.
Para la siempre vanidosa razón
humana del racionalismo e Iluminismo hablar de la “razón de la estupidez” o de
la “razón estúpida” puede parecer algo insostenible, arbitrario y
contradictorio. Pero bien visto no lo es. Es más, es algo necesario y
profiláctico para la propia razón. Voltaire oponía lo estúpido a la razón: “La
estupidez es una enfermedad extraordinaria, no le afecta al que lo sufre sino a
los demás”. Para el desconfiado empirismo y positivismo, con su proverbial
seguridad en los hechos fácticos, resulta no menos ofensivo hablar de ello.
Russell lo retrata cuando afirma: “El problema del mundo es que los estúpidos
están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas”.
En general, para todas las corrientes
de pensamiento adscritas al idealismo subjetivo, con su negación de la
metafísica del ser y de la persona, la razón al menos permite tener creencias
funcionales que resultan efectivas en la vida. Así vemos en la línea
post-analítica de la filosofía lingüística, con Sellars, Quine, Goodman,
Putnam, Dummett y Davidson, rechazar los sense
data y sin el menor empaque afirmar que la realidad existe pero el lenguaje
es incapaz de representarlo.
En suma, un antirepresentacionalismo
agnóstico y ecléctico que enarbola la convicción racional que del mundo
exterior solo podemos tener creencias más no un conocimiento objetivo. Todo
este giro semántico que comienza con Frege es en realidad hijo legítimo del
nominalismo y terminismo de la escolástica final. El resultado es que la razón
ya no tiene conciencia de los datos sensoriales, la ontología del mundo se ha
relativizado, encerrado en la semántica todo se virtualiza. ¿Será
esto una expresión
más de la estupidez de la razón moderna? ¿O no es,
más bien, el mismo esfuerzo necio de hacer caber lo infinito en lo finito?
Y es que
tras las traumáticas experiencias de las dos guerras mundiales perdió su
reputación la idea de progreso, el evolucionismo histórico y la inmaculada
razón. Se abrió camino la interpretación
de la verdad como la comprensión de nuestras creencias. De modo, que el
optimismo inmanentista levanta cabeza otra vez sobre la base del
antirepresentacionalismo. Pues, para la razón cibernética -hija directa de la
abolición del Regnum Dei, la instauración
del Regnum hominis y encarnada en el novísimo posthumanismo
del Regnum Cibernetes- resulta
impensable hablar de la estupidez de la razón humana. No es estúpido, se dice,
pensar en una racionalidad normativa con un mínimo de credibilidad racional.
Por ende, la razón humana asistida por la razón cibernética no puede ser
estúpida.
En una
palabra, para el espíritu subjetivo del pensamiento moderno, que dirige la
razón contra lo trascendente, el espíritu y la fe, la impoluta razón
inmanentista moderna recobra desde trincheras postmodernas y semánticas, su
prestigio de otrora y rechaza su relación con la estupidez humana. Ahora lo
estúpido resulta afirmar que la razón representa las cosas del mundo externo.
El nihilismo
lingüístico, semántico y antimetafísico viene a ser signo de la nueva sensatez.
Ya no interesan lo que las cosas y el mundo sea en sí, lo que importa es el
funcionamiento con las mismas. Es el triunfo de la objetivación, del ente sobre
el ser. Y es curioso observar cómo a mayor imperio del reino de la objetividad
científica decrece la sensibilidad humanística y se incrementa la estupidez de
la razón. ¿Será que el triunfo del hombre artificial sobre el hombre natural
–del que hablaron Simmel, Sombart, Troeltsch, Tönnies, Weber, Mannheim y Buber-
señala el itinerario del ahondamiento de la estupidez humana? ¡Imposible!
Decreta la voz orgullosa de la ciencia junto al relativista hombre moderno. Por
mi parte, dudo.
Con la razón
cibernética la interpretación moderna inmanente de la razón humana ha recobrado
mucho de su fascinación. El control, la eficacia y el cálculo es la nueva
panacea de la razón funcional sobre la razón substancial. Sin embargo, la
estupidez es un pesado lastre que no desaparece y al contrario, aumenta. Borges
afirmaba que el fútbol es popular porque la estupidez es popular. Del mismo
modo, la razón funcional es popular porque es estúpida. Es más, a mayor
adelanto tecnológico el hombre luce más estúpido. No es cierto que toda
civilización sea sinónimo de decadencia espiritual y la cultura sinónimo de
apogeo.
Sin incurrir
en estas dicotomías sugestivas pero esquemáticas, no es difícil reconocer que
cuando una civilización está insuflada de un pathos meramente materialista,
como lo estuvo en 1914 y 1939, la razón misma en su estructura interna sufre
una hegemonía de lo estúpido sobre lo sensato. Y en el presente nos hallamos en
una coyuntura similar, pero más letal aun. Pues, la fuerza moral de la
humanidad en vez de aumentar ha retrocedido mientras se incrementó nuestra
fuerza destructiva. Y de lo que adolece el estúpido no es sólo de inteligencia
sino de moral.
La verdad es que asombra ver cómo la
humanidad es la única especie que marcha a cuestas con la ignorancia, la
estupidez y la genialidad. Pero sorprende más no lo que ha hecho con estas tres
cosas y hasta dónde ha llegado con ellas, sino que necesite de las tres para
decidir su derrotero humano en la Tierra. Por ende, la pregunta es: ¿Por qué la
razón humana no puede vivir sin hacer estupideces? He ahí el misterio. Por lo pronto,
la interrogante hemos intentado desbrozarla estudiando su aspecto
ontológico-metafísico, indagando su raíz más recóndita, analizando los
esfuerzos hermenéuticos emprendidos y reparando en su desconcertante coherencia
lógica.
Además, era necesaria su
iluminación como fenómeno
histórico, pues hay Eras que parecen más estúpidas que otras,
y momentos en la historia en que parece su presencia inevitable. Se examina su
ominosa estampa en una de las instituciones espirituales más importantes del planeta,
a saber, la Iglesia y se investiga las razones de su desarrollo en ésta. No
menos importante es su vínculo con la secularización de la modernidad. Aspecto
desatendido y que en buena cuenta explica su potenciación en el presente. Y
para culminar la parte Analítica y la parte Dialéctica se ha prestado atención
a la parte Metodológica. Encontrando su mejor ejemplo en la deificada lógica
hegeliana.
Como
testimonio personal debo añadir que un escrito emprendido para matar las horas
muertas, llenos de rincones jocosos y entretenidos, se fue tornando sumamente
complejo y desconcertante. Todo ello hasta el punto de afirmar que concluyo la
obra con menos seguridades con las que la emprendí. Efectivamente, antes creía
saber lo que era la estupidez, ahora estoy menos seguro de todo y prefiero
guardar silencio en muchas de sus hirsutas aristas. De algo sí termino
convencido. A saber, que el problema de la estupidez humana es uno de los más
serios complicados que existen en la
temática filosófica. Pero es también uno de los más dignos y profundos que
pueden existir en la condición humana.
19 de noviembre 2017