BICENTENARIO NOS INCREPA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
I
Peor que la incapacidad moral de un presidente con solicitud de vancacia en una crisis política sin precedentes, es la incapacidad mental de los
intelectuales que guardan silencio sepulcral y van vergonzosamente a la
retaguardia de la demagogia de los políticos. ¿Pero no será todo este barullo político un defecto ínsito a la vida del Estado mismo? La civilización siempre nos promete algo mejor pero termina provocando un problema peor.
Filósofos, sociólogos, historiadores y hombres
de cultura en general de todas las edades, son los llamados a alzar su voz
desde la profundidad de su conciencia para echar luz en medio de las oscuras
horas que abigarran la vida política nacional.
Y es que la presente orfandad de pensamiento se
corresponde con la obliteración del juicio crítico comandado por los medio
masivos de comunicación social –o medio masivos de estupidización social, como
solía enfatizar Erich Fromm-.
Las
redes sociales están devorando el criterio individual para sofocarlo bajo el
opresor predominio del criterio social. El criterio social casi siempre es
ideológico y como tal de capilla, sectario y dogmático. El hombre masa depone
su razonamiento y análisis particular y se suma a la suscripción de los slogans
que los clanes organizados de la prensa privada y estatal dictan al colectivo
social.
No de otra forma puede explicarse la marcha de
los colectivos sociales generalmente integrados por jóvenes filo-izquierdistas en
rechazo de la vacancia presidencial. O sea, el sector político que debería
estar en contra de todo tipo de corrupción dando el triste espectáculo de
defender a un corrupto. Los jóvenes de hoy tienen el afán pero no la fuerza creativa ni el discernimiento moral justo porque carecen de un ideal.
Y es que en el caso de la izquierda peruana
llamada caviar, algunos de sus líderes han sido implicados en casos de
corrupción en su gestión municipal. Ahora se entiende la manipulación de masas
en contra de la vacancia. El pretexto que se argumenta es irrisorio, remoto y
especulativo, a saber, el copamiento del Estado por las huestes del
fujimorismo. Y el otro argumento es que no se puede aceptar la desinfección
nacional del partido implicado supuestamente en la corrupción. ¿Pero acaso, no es el propio Estado el origen mismo de la corrupción, no es la concentración de poder que éste implica lo que anida a la corrupción como tal? La propaganda ideológica neoliberal enarboló intensamente desde hace treinta años el eslogan que un Estado pequeño con un mercado libre reduciría pasmosamente la corrupción. Ahora los hechos lo desmienten.
En casi todos los países neoliberales del planeta se conocen actos de corrupción donde el sector privado está implicado. La China comunista con un aparato estatal gigantesco también exhibe casos escandalosos de corrupción. Estamos casi a punto de coincidir con la opinión de los antropólogos de los pueblos nómades. Todos coinciden en afirmar que en la sociedad nómade no existe el Estado, al cual ven como representación del poder y de la corrupción, su política es difusa, sin líderes permanentes, sin jerarquías ni desigualdades, a lo que corresponde una estructura social igualitaria. Todo lo cual surge desde que son asimilados a la sociedad agrícola sedentaria. En otras palabras, el mal de la corrupción reside en la estructura misma del Estado, sea liberal o comunista, republicano o monárquico, agrícola o industrial, de la era de cobre o la era de bronce, de la sociedad feudal o de la sociedad tecnológica. Lo que nos conduce hacia la actualidad de la tesis anarquista sobre la supresión del Estado por medio de comunas autónomas, federativas y descentralizadas. La presente crisis de la corrupción desafía nuestras convicciones sobre el origen, estructura, utilidad y teleología del Estado.
En casi todos los países neoliberales del planeta se conocen actos de corrupción donde el sector privado está implicado. La China comunista con un aparato estatal gigantesco también exhibe casos escandalosos de corrupción. Estamos casi a punto de coincidir con la opinión de los antropólogos de los pueblos nómades. Todos coinciden en afirmar que en la sociedad nómade no existe el Estado, al cual ven como representación del poder y de la corrupción, su política es difusa, sin líderes permanentes, sin jerarquías ni desigualdades, a lo que corresponde una estructura social igualitaria. Todo lo cual surge desde que son asimilados a la sociedad agrícola sedentaria. En otras palabras, el mal de la corrupción reside en la estructura misma del Estado, sea liberal o comunista, republicano o monárquico, agrícola o industrial, de la era de cobre o la era de bronce, de la sociedad feudal o de la sociedad tecnológica. Lo que nos conduce hacia la actualidad de la tesis anarquista sobre la supresión del Estado por medio de comunas autónomas, federativas y descentralizadas. La presente crisis de la corrupción desafía nuestras convicciones sobre el origen, estructura, utilidad y teleología del Estado.
El caso es que en toda esta batahola política los
intelectuales lucen desconcertados, mudos y sin orientación. Han dejado de ser
la brújula de un pensamiento claro, sereno y desapasionado, para dejarse
arrastrar por las pasiones caprichosas del momento. Otros muy ocupados en sus
menudas preocupaciones dejan pasar indiferentres los acontecimientos decisivos
sin comprometer su lucrativa carrera académica o expectivas políticas en la
universidad.
En una palabra, cuando la intelectualidad ha
extraviado la pasión por el ideal y en su lugar se instala la obsesión por el interés,
entonces lo que tenemos es una pequeña legión de arribistas que emplean las
ideas de modo oportunista y sin heroísmo.
Ahora se entiende por qué guardan un silencio
sepulcral y van vergonzosamente a la retaguardia de la demagogia de los
políticos. El intelectual no puede ir detrás del político porque sencillamente
su objetivo es la Verdad sin cortapisas y no el Interés medianero. Lo peor no
es que las lumbreras vean pasar el mal por su delante, sino que no denuncien al
mismo con valor y desinterés.
Al Perú le falta pasión por el ideal. Eso es lo
que carcome el alma nacional. Nos sobra talento, emprendorismo e iniciativa,
pero tenemos un déficit de amor por lo eterno, lo inmarcesible y lo perenne. Y
el ideal es justamente eso: lo que no perece. Quizá a ello se asocie la excesiva
importancia devota por la comida, la bebida y la diversión. O sea, lo perecedero.
Hay que revertir hacia arriba nuestras energías espirituales, porque lucen
demasiado desvaídas, achatadas, ventrales y sanchopancescas.
II
La crisis política llega al Perú ad portas de
su Bicentenario para que reflexione sobre su destino y forma de gobierno
(oligarquía, monarquía, democracia). En la Independencia y primeros decenios de
la República los liberales se impusieron a los monárquicos. ¿No se habrán
equivocado? ¿Es posible una teocracia andina? El oficialismo esa vencido en retirada. PPK nunca fue líder, ni estuvo a la altura de un mandatario que tenga que recibir el Bicentenario de la Independencia. El maremagnum de la corrupción está borrando del escenario político a sus principales líderes de derecha y de izquierda. Para decirlo nietzscheanamente, la política peruana vive el "Ocaso de sus ídolos". Quizá ésta desinfección cáustica sea el mejor regalo por los 200 años de vida republicana.¿Dónde están los intelectuales que deben dejar escuchar su voz?
Efectivamente. No sólo vivimos una honda crisis
política desencadenada por el caso de corrupción más grande los últimos
tiempos, sino que nuevamente lo andino vuelve a ser subsumido, soterrado y
marginado y en todos los acontecimientos por una visión criolla y occidental de
las cosas.
Se impone una reflexión profunda sobre la
independencia del Perú. Fueron hechos fortuitos los que nos hicieron seguir un
camino republicano y liberal. Esto es, la independencia pudo haber tenido una
expresión monárquica no occidental sino andina. Ese era el antiguo ideal de
Túpac Amaru II. La historia contrafáctica no es un mero entreteniento y ejercicio
especulativo con la historia, es la revisión de las posibilidades latentes en
los gérmenes intrahistóricos del alma nacional. Bien podría ser que el corte republicano pueda ser tan solo un primer acto que ha durado 200 años en la vida independiente del Perú, pero no tendría que ser siempre así.
Por ello, tiene sentido interrogarnos si el
modelo liberal y republicano de la independencia del Perú esté agotado. Si es
así no tendría sentido bregar por una segunda república lastrado por las anclas
de un mesticismo o un hispanismo que no comprende la profundidad andina del
país. Todo indica que esta decadencia prolongada de 200 años que vive la República ni siquiera empieza con la Conquista española hace tres siglos, sino que tiene un punto de arranque importante en la soberbia e incapacidad de los soberanos incas Huáscar y Atahualpa para unirse y luchar juntos contra el invasor. Además, que más de doscientas decisivas etnias de curacas y señoríos regionales no estaban conformes de integrar el Tahuantinsuyo. Eso hace que nos preguntemos si el Incario en vez de ser un desarrollo de la civilización andina fue más bien su colapso y decadencia.
Hay que pensar la raíz y el corazón andino de
la Patria. Esto no es ninguna apología al paganismo del pasado. Ni el Inca
Garcilaso, ni Guamán Poma de Ayala, ni Juan Santacruz Pachacuti pretendieron
tal cosa descabellada. Lo que se trata no es de congelar la historia, sino de iluminar
el corazón andino del Perú a la luz de los acontecimientos actuales. Lo andino
no es algo racial, étnico, ni de clase, sino que es algo espiritual, cultural y
un pathos transhistórico que nos exige afrontar y asumir. El no hacerlo nos
alienó en la imitación anatópica y simiesca de lo occidental. Somos occidentales
pero con una poderosa raíz andina propia. Y reencontrarla es reencontrar el
destino del Perú.
III
Si la democracia no es capaz de autocorregirse,
el desencanto del ideal democrático puede llevar hacia "autocracias
elegidas" (países bolivarianos), la anomia generalizada (caso EEUU y
Europa) o hacia un estado fallido (tipo México). ¿Dónde está la intelectualidad
peruana que a retaguardia de los políticos guarda silencio sepulcral?
No obstante, el modelo democrático es el que
sigue nuestra patria. Y hay que meditar sobre sus posibilidades y destino. El
mismo que ha venido de tumbo en tumbo dando muestras de fragilidad proverbial.
Lo más sintomático es que la continuidad democrática por cinco periodos
presidenciales ha coincidido con dos cosas: el modelo neoliberal impuesto por
los centros de poder mundial al resto del globo y la concentración de la
riqueza en pocas manos –según cifras de la misma ONU-.
En otras palabras, en el Perú la estabilización
democrática ha servido de tapadera conveniente al crecimiento de la desigualdad
económico-social y al crecimiento de la corrupción. Es decir, la democracia
tuvo a sus grandes beneficiados en la plutocracia mundial y nacional. He ahí el
meollo del asunto. La corrupción crece cuando la democracia es puesta al
servicio de una élite enquistada en la economía y la política a espaldas del
interés nacional.
La alternativa aparentemente fácil sería poner
la democracia al servicio de los que verdaderamente fue creada, a saber, el
pueblo. Pero al parecer esto solamente ha sucedido hasta ahora sólo en los
países escandinavos. En el resto prima la desigualdad al servicio de las
élites.
Estas
indicaciones nos inducen a pensar sobre el origen de la política y del poder. Según
los teóricos del paleolítico (Paul Clastres, Robert Carneiro, Morris Berman) en
aquellas eras prehistóricas hubo política y poder pero no de carácter vertical
sino horizontal. Lo vertical de la política y del poder viene desde el
neolítico y se acentúa hasta nuestros días. Resolver lo vertical y
antidemocrático del poder, la política y el estado equivaldría dar solución a
los problemas de sobrepoblación, sedentarismo, alimentos, energía, etc.
Como vemos,
la democracia implica la resolución de un conjunto de problemas entrelazados
que quizá la civilización tecnológica actual deja entrever como utopía
venidera. Y sin embargo vivimos bajo el ideal de la utopía democrática. Sartori
en su etapa optimista señalaba la capacidad de autocorregibilidad de la
democracia, pero en su etapa pesimista subrayó que los medios de comunicación
han diluído el ideal democrático. Y el clásico Tocqueville denunciaba que el
mayor peligro de la democracia consistía en degenerar en oclocracia.
Pues bien,
tanto el fenómeno de disolución como el de oclocracia imperan en las
democracias occidentales y hacen perder la fe en ella. El ideal democrático está
muriendo por su maltrato por la plutocracia mundial. La misma que llevada por
su avaricia y codicia ingénita está dispuesta a echar mano de cualquier modelo
político que no interfiera en sus intereses.
Aquí late la
fuente más poderosa de la corrupción en el mundo. Una era entregada al
materialismo, el hedonismo, relativismo y nihilismo no tiene cómo proteger el
ideal democrático de los embates secularistas que la destruyen. La secularista e inmanentista cultura moderna animó sus proyectos políticos (capitalismo, socialdemocracia, comunismo) desde la ética del bien aristotélica y la ética del deber de Kant, pero ambas terminaron en su fracaso rotundo. De manera que no
basta enlazar lo político con lo moral si ésta no va unida a un giro metafísico
profundo y antimoderno que rescate los valores eternos y absolutos. Política,
moral y metafísica sólo pueden ir de la mano dentro de una filosofía
espiritualista, teísta, metafísica del ser y de la persona.
En una
palabra, no seamos miopes. La corrupción que salta de las heridas republicanas
en vísperas de nuestro Bicentenario no es más que la punta del iceberg de un
problema más profundo e integral que afecta a la modernidad misma. Y he aquí
que su resolución reclama el concurso de los intelectuales sin bozales
ideológicos.
La nefasta votación ocurrida la noche del 21 de diciembre en el Congreso de la República del Perú, resulta indignante, vergonzosa, cobarde y traicionera. Una solicitud de vacancia con más de noventa votos para luego en el momento decisivo solamente voten a favor setenta y nueve de los ochenta y siete votos necesarios, retrata a una clase política llena de mentiras, bravuconadas, poses y falsedades. PPK llevó a su abogado, pero ni siquiera se esperaba un tal resultado después de la ridícula, errática, exhibicionista y desacertada defensa del constitucionalista Borea. El resultado a favor de PPK no se le puede atribuir a su desfasado abogado, que siempre confundió lo constitucional con lo penal, sino a la inconsecuencia, a la falta de coraje, a la inconsciencia de una nauseabunda clase política que se pone brava sin el gallo enfrente, pero una vez que lo tiene ante sí sólo atina a soltar unos quiquiriquíes en falsete que dan pena. No seria descabellado suponer que la cabeza de PPK se haya salvado gracias al propio maquiavélico Albero Fujimori, que empleó a Kenyi y a otros diez congresistas de Fuerza Popular para frustrar el pedido de vacancia. Si el indulto prospera entonces la hipótesis estará confirmada.
Un presidente cuya aprobación pública era apenas de 22% en la población, que con su pésima gestión paralizó la economía del país y que se le encontró pruebas para la vacancia por incapacidad moral, se mantiene en el poder gracias a la falta del coraje, al temor por el cambio, a la compra de conciencias, a la villanía de los congelados (los 10 sin respuesta de Nuevo Perú, las 6 abstenciones de Alianza para el Progreso), los podridos (Peruanos por el cambio), los incendiarios (las 10 abstenciones de Fuerza Popular, las 2 abstenciones del Apra, y las 3 abstenciones de Acción Popular). El mensaje injurioso de ese sórdido resultado es: desde ahora no hay conflicto de intereses al negociar con el Estado siendo funcionario publico. La ley misma ha sido transgredida.
El pueblo que repudiaba a PPK debió haber sentido en carne viva nuevamente toda la traición cuando vió que la bancada de Nuevo Perú se retiró en bloque antes de la histórica votación. Así quedó frustrada otra histórica oportunidad del país de enmendar su rumbo y castigar a quienes han deshonrado el voto popular. La democracia ha sido burlada, dañada y traicionada. Se prefirió votar por una persona que por un ideal. Confirmó que la clase política no tiene la madurez ni coraje para abrazar los grandes ideales de justicia y libertad. Se prefirió la esclavitud de la conciencia que enfrentar la verdad.
Los historiadores de la etapa republicana tienen otro capitulo negro para registrar sobre el ignominioso comportamiento del Congreso del Perú esta vez en su lucha contra la corrupción. Y los psicoanalistas hallarán material de sobra para reflexionar sobre una democracia que se resiste a crecer y como un niño se aferra a idolatrar a la autoridad sagrada. Es como si desde el inconsciente nos hablara la historia sobre un complejo edípico irresuelto. El escándalo de los sobornos globales de Odebrecht y cuyos beneficios económicos iban a parar al final a las arcas del PT de Lula, fue desenmascarado por los EEUU para desmantelar el imperialismo económico del Brasil que se iba desplegando en Latinoamérica. No nos engañemos. El escándalo de corrupción que nos sacude tiene como escenario de fondo el acrecentamiento de la lucha interimperialista entre los EEUU y el imperialismo emergente del Brasil, que no se puede permitir tal desafío en medio de los retos que le plantea China y Rusia.
Pero la historia de la lucha contra la corrupción en el Perú ha quedado manchado para siempre por un Congreso que refleja nuevamente la falta de unidad nacional, que facilitó una solución lesiva a la constitucionalidad y destruyó el equilibrio político entre Ejecutivo y Legislativo. Los fujimoristas de Fuerza Popular y los izquierdistas de Frente Amplio -más algunos destacados representantes del Apra y de otros de Acción Popular- encarnaron la resistencia patriótica contra la corrupción, mientras que todos los demás la traición y colusión cómplice con ella. El cohecho, el soborno y la inmoralidad han obtenido su victoria. Piedad es lo que pide la democracia en el Perú tras ser burlada por una pandilla de traidores en diversas bancadas. Pero se trata de un triunfo pírrico porque a pesar de la falta de unidad nacional y los mezquinos intereses de la clase política que ponen a la democracia contra las cuerdas, la indignación crece y tarde o temprano el divorcio entre los nefastos políticos y los intereses nacionales dará su propio veredicto.
V
Es curioso cómo vemos la democracia de modo similar a como los marxistas de los años 30 veían al comunismo. Es el mismo fervor fanático que se reproduce sin cesar en la vida civilizada. Eso es, lo asumían como un paradigma salvador. viéndolo en perspectiva diacrónica se puede afirmar que la historia de la civilización es la veneración sucesiva de un paradigma tras otro. ¿No será todo este movimiento una patología propia de la civilización? ¿No será el comportamiento neurótico de una criatura que quiere ver la historia como un progreso cuando la historia no es el progreso? Desde el Neolítico vemos cómo las civilizaciones se aferran sin cesar a un paradigma tras otro. La ciencia y la democracia son importantes, ¿pero y si no están hechas para darnos salvación? ¿No es acaso absurdo esperar la salvación de algo que no tiene dicho propósito?
Después de todo en la actitud de perdonar a PPK ¿No podemos leer otra alternativa civilizatoria que no es adicta al cambio incesante de paradigma? No hemos podido ocultar nuestra primera reacción de rechazo a lo acontecido por nuestra adicción civilizatoria a la democracia. ¿Pero si reconocemos que si en vez de imponer a la vida nuestro paradigma, de lo que se trata es de experimentar la vida tal cual es, tal como se presenta, darnos cuenta que "el hombre no está hecho para el sábado sino el sábado para el hombre"? Es cierto que la civilización es la historia del derrotero de hacer que la realidad concuerde con nuestras expectativas. Pero la verdad es que la realidad es otra cosa y no concuerda con nuestras ilusiones. La civilización nos ha acostumbrado que nos sintamos felices siempre y cuando la realidad responda a nuestros objetivos. Pero la civilización es algo muy reciente. Apenas tiene entre 8 a 5 mil años entre nosotros. Mientras tanto el maravilloso hombre del Paleolítico medio y superior lleva en nuestra memoria genética más de 80 mil años. A su sabiduría profunda le debemos nuestra permanencia en el planeta tras calamidad y catástrofe terrestre. ¿No será que ha llegado el momento a esta civilización tecnológica, que nos pone al borde del exterminio, que nos pongamos a considerar si es posible recuperar algo de nuestra ancestral relación con el mundo? ¿No será posible que nuestra milenaria aletheia prehistórica encierre algo de benéfico que nos pueda traer alivio a nuestras civilizadas obsesiones por hacer que el mundo obedezca nuestros caprichos?
El hombre civilizado necesita con urgencia clamorosa restituir su equilibrio interior. Sin duda, hay un Dios que está fuera y dentro de mí. Pero no lo dejamos sentir con nuestros paradigmas incesantes y sin término. "Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No váleis vosotros mucho más?". Si esto es así, no es necesario que vayamos dando brincos en nuestra adicción infinita por nuevos paradigmas -posmodernismo, holismo, feminismo, ecología, complejidad, hipótesis gaia, teoría del caos, mecánica cuántica-. Ese narcisismo y verticalismo que nos hace imponer el ser a las cosas ha terminado por enfermarnos. Es necesario recuperar la visión y relación horizontal con el mundo, lo cual no significa negar lo trascendental sino recuperarla en una nueva reintegración con el ser.
Hay una verdad muy importante que debemos recuperar. Y es que el sentido de la vida no está fuera de ti sino muy dentro de ti. En el silencio interior y exterior puede brillar la experiencia unitiva con lo sagrado. Y una vida sin ego, sin narcisismo, sin un si mismo en la cual se pueda reconocer la experiencia de Dios. Y en esa experiencia sagrada se puede descubrir en nosotros un nuevo ser para un nuevo mundo. Si hay un Dios, como que lo hay, no pretende que te aferres neuróticamente a él. Lo que quiere es que vivas con confianza, con fe, con esperanza. Que no pienses obsesivamente en merecer la vida, sino que la vivas con alegría y honestidad.
El vivir por una causa entristece la vida. El sentido de la vida no se justifica, se vive. Dios no está en el Templo que te refugias o inventas (paradigmas) sino en la vida que es buena y en un corazón bondadoso. Dios está en la creación aunque no se agote en ella. La vida penetrada de divinidad que enseña Jesús no es resultado de rechazar el mundo sino de amarlo con humildad, dulzura y naturalidad. Y el hombre del Paleolítico vivió esa vida de experiencia unitiva con lo sagrado del mundo o unión ontológica con Dios. Pero el hombre civilizado está lleno de soberbia y narcisismo, yace enfermo y separado del bien temporal y espiritual de la creación. El camino que le queda es muy estrecho para su hiperinflado ego. Es la humildad. Sólo ella le puede hacer recuperar la fe y la gracia divina derramada en el mundo.
No obstante, esa búsqueda de fusión con el mundo no esa exenta de peligros. El monstruo de la locura unificadora -como la llama Castoriadis- puede ser fruto de un deseo regresivo a la barbarie que generalmente desemboca hacia el totalitarismo político, el fundamentalismo religioso y la psicosis. Lo mas sublime puede tornarse en lo más monstruoso. Lo sabio es procurar la tensión adecuada entre el análisis y la síntesis, la integración y la objetivación, la crítica y la fantasía, el logos de la ratio y el logos del mytho, la precisión científica con el sentimiento oceánico.
IV
El indulto fue el dedo que hizo saltar la pus de la llaga. Mostró toda la excrecencia de políticos y politicastros que conforman la legión de mediocres que carecen de principios y se encharcan porcinamente en sus mezquinos intereses.La nefasta votación ocurrida la noche del 21 de diciembre en el Congreso de la República del Perú, resulta indignante, vergonzosa, cobarde y traicionera. Una solicitud de vacancia con más de noventa votos para luego en el momento decisivo solamente voten a favor setenta y nueve de los ochenta y siete votos necesarios, retrata a una clase política llena de mentiras, bravuconadas, poses y falsedades. PPK llevó a su abogado, pero ni siquiera se esperaba un tal resultado después de la ridícula, errática, exhibicionista y desacertada defensa del constitucionalista Borea. El resultado a favor de PPK no se le puede atribuir a su desfasado abogado, que siempre confundió lo constitucional con lo penal, sino a la inconsecuencia, a la falta de coraje, a la inconsciencia de una nauseabunda clase política que se pone brava sin el gallo enfrente, pero una vez que lo tiene ante sí sólo atina a soltar unos quiquiriquíes en falsete que dan pena. No seria descabellado suponer que la cabeza de PPK se haya salvado gracias al propio maquiavélico Albero Fujimori, que empleó a Kenyi y a otros diez congresistas de Fuerza Popular para frustrar el pedido de vacancia. Si el indulto prospera entonces la hipótesis estará confirmada.
Un presidente cuya aprobación pública era apenas de 22% en la población, que con su pésima gestión paralizó la economía del país y que se le encontró pruebas para la vacancia por incapacidad moral, se mantiene en el poder gracias a la falta del coraje, al temor por el cambio, a la compra de conciencias, a la villanía de los congelados (los 10 sin respuesta de Nuevo Perú, las 6 abstenciones de Alianza para el Progreso), los podridos (Peruanos por el cambio), los incendiarios (las 10 abstenciones de Fuerza Popular, las 2 abstenciones del Apra, y las 3 abstenciones de Acción Popular). El mensaje injurioso de ese sórdido resultado es: desde ahora no hay conflicto de intereses al negociar con el Estado siendo funcionario publico. La ley misma ha sido transgredida.
El pueblo que repudiaba a PPK debió haber sentido en carne viva nuevamente toda la traición cuando vió que la bancada de Nuevo Perú se retiró en bloque antes de la histórica votación. Así quedó frustrada otra histórica oportunidad del país de enmendar su rumbo y castigar a quienes han deshonrado el voto popular. La democracia ha sido burlada, dañada y traicionada. Se prefirió votar por una persona que por un ideal. Confirmó que la clase política no tiene la madurez ni coraje para abrazar los grandes ideales de justicia y libertad. Se prefirió la esclavitud de la conciencia que enfrentar la verdad.
Los historiadores de la etapa republicana tienen otro capitulo negro para registrar sobre el ignominioso comportamiento del Congreso del Perú esta vez en su lucha contra la corrupción. Y los psicoanalistas hallarán material de sobra para reflexionar sobre una democracia que se resiste a crecer y como un niño se aferra a idolatrar a la autoridad sagrada. Es como si desde el inconsciente nos hablara la historia sobre un complejo edípico irresuelto. El escándalo de los sobornos globales de Odebrecht y cuyos beneficios económicos iban a parar al final a las arcas del PT de Lula, fue desenmascarado por los EEUU para desmantelar el imperialismo económico del Brasil que se iba desplegando en Latinoamérica. No nos engañemos. El escándalo de corrupción que nos sacude tiene como escenario de fondo el acrecentamiento de la lucha interimperialista entre los EEUU y el imperialismo emergente del Brasil, que no se puede permitir tal desafío en medio de los retos que le plantea China y Rusia.
Pero la historia de la lucha contra la corrupción en el Perú ha quedado manchado para siempre por un Congreso que refleja nuevamente la falta de unidad nacional, que facilitó una solución lesiva a la constitucionalidad y destruyó el equilibrio político entre Ejecutivo y Legislativo. Los fujimoristas de Fuerza Popular y los izquierdistas de Frente Amplio -más algunos destacados representantes del Apra y de otros de Acción Popular- encarnaron la resistencia patriótica contra la corrupción, mientras que todos los demás la traición y colusión cómplice con ella. El cohecho, el soborno y la inmoralidad han obtenido su victoria. Piedad es lo que pide la democracia en el Perú tras ser burlada por una pandilla de traidores en diversas bancadas. Pero se trata de un triunfo pírrico porque a pesar de la falta de unidad nacional y los mezquinos intereses de la clase política que ponen a la democracia contra las cuerdas, la indignación crece y tarde o temprano el divorcio entre los nefastos políticos y los intereses nacionales dará su propio veredicto.
V
Es curioso cómo vemos la democracia de modo similar a como los marxistas de los años 30 veían al comunismo. Es el mismo fervor fanático que se reproduce sin cesar en la vida civilizada. Eso es, lo asumían como un paradigma salvador. viéndolo en perspectiva diacrónica se puede afirmar que la historia de la civilización es la veneración sucesiva de un paradigma tras otro. ¿No será todo este movimiento una patología propia de la civilización? ¿No será el comportamiento neurótico de una criatura que quiere ver la historia como un progreso cuando la historia no es el progreso? Desde el Neolítico vemos cómo las civilizaciones se aferran sin cesar a un paradigma tras otro. La ciencia y la democracia son importantes, ¿pero y si no están hechas para darnos salvación? ¿No es acaso absurdo esperar la salvación de algo que no tiene dicho propósito?
Después de todo en la actitud de perdonar a PPK ¿No podemos leer otra alternativa civilizatoria que no es adicta al cambio incesante de paradigma? No hemos podido ocultar nuestra primera reacción de rechazo a lo acontecido por nuestra adicción civilizatoria a la democracia. ¿Pero si reconocemos que si en vez de imponer a la vida nuestro paradigma, de lo que se trata es de experimentar la vida tal cual es, tal como se presenta, darnos cuenta que "el hombre no está hecho para el sábado sino el sábado para el hombre"? Es cierto que la civilización es la historia del derrotero de hacer que la realidad concuerde con nuestras expectativas. Pero la verdad es que la realidad es otra cosa y no concuerda con nuestras ilusiones. La civilización nos ha acostumbrado que nos sintamos felices siempre y cuando la realidad responda a nuestros objetivos. Pero la civilización es algo muy reciente. Apenas tiene entre 8 a 5 mil años entre nosotros. Mientras tanto el maravilloso hombre del Paleolítico medio y superior lleva en nuestra memoria genética más de 80 mil años. A su sabiduría profunda le debemos nuestra permanencia en el planeta tras calamidad y catástrofe terrestre. ¿No será que ha llegado el momento a esta civilización tecnológica, que nos pone al borde del exterminio, que nos pongamos a considerar si es posible recuperar algo de nuestra ancestral relación con el mundo? ¿No será posible que nuestra milenaria aletheia prehistórica encierre algo de benéfico que nos pueda traer alivio a nuestras civilizadas obsesiones por hacer que el mundo obedezca nuestros caprichos?
El hombre civilizado necesita con urgencia clamorosa restituir su equilibrio interior. Sin duda, hay un Dios que está fuera y dentro de mí. Pero no lo dejamos sentir con nuestros paradigmas incesantes y sin término. "Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No váleis vosotros mucho más?". Si esto es así, no es necesario que vayamos dando brincos en nuestra adicción infinita por nuevos paradigmas -posmodernismo, holismo, feminismo, ecología, complejidad, hipótesis gaia, teoría del caos, mecánica cuántica-. Ese narcisismo y verticalismo que nos hace imponer el ser a las cosas ha terminado por enfermarnos. Es necesario recuperar la visión y relación horizontal con el mundo, lo cual no significa negar lo trascendental sino recuperarla en una nueva reintegración con el ser.
Hay una verdad muy importante que debemos recuperar. Y es que el sentido de la vida no está fuera de ti sino muy dentro de ti. En el silencio interior y exterior puede brillar la experiencia unitiva con lo sagrado. Y una vida sin ego, sin narcisismo, sin un si mismo en la cual se pueda reconocer la experiencia de Dios. Y en esa experiencia sagrada se puede descubrir en nosotros un nuevo ser para un nuevo mundo. Si hay un Dios, como que lo hay, no pretende que te aferres neuróticamente a él. Lo que quiere es que vivas con confianza, con fe, con esperanza. Que no pienses obsesivamente en merecer la vida, sino que la vivas con alegría y honestidad.
El vivir por una causa entristece la vida. El sentido de la vida no se justifica, se vive. Dios no está en el Templo que te refugias o inventas (paradigmas) sino en la vida que es buena y en un corazón bondadoso. Dios está en la creación aunque no se agote en ella. La vida penetrada de divinidad que enseña Jesús no es resultado de rechazar el mundo sino de amarlo con humildad, dulzura y naturalidad. Y el hombre del Paleolítico vivió esa vida de experiencia unitiva con lo sagrado del mundo o unión ontológica con Dios. Pero el hombre civilizado está lleno de soberbia y narcisismo, yace enfermo y separado del bien temporal y espiritual de la creación. El camino que le queda es muy estrecho para su hiperinflado ego. Es la humildad. Sólo ella le puede hacer recuperar la fe y la gracia divina derramada en el mundo.
No obstante, esa búsqueda de fusión con el mundo no esa exenta de peligros. El monstruo de la locura unificadora -como la llama Castoriadis- puede ser fruto de un deseo regresivo a la barbarie que generalmente desemboca hacia el totalitarismo político, el fundamentalismo religioso y la psicosis. Lo mas sublime puede tornarse en lo más monstruoso. Lo sabio es procurar la tensión adecuada entre el análisis y la síntesis, la integración y la objetivación, la crítica y la fantasía, el logos de la ratio y el logos del mytho, la precisión científica con el sentimiento oceánico.
Actualmente se vive con la globalización de las empresas transnacionales la planetización de la cultura del negocio. Lo cual es denigrante para la cultura humana. Es necesario rehumanizar al hombre en la hora de su mayor peligro y amenaza en que vive por la inteligencia artificial y la avasallante especialización. Pero con el indulto la derecha peruana dio un peligroso paso hacia violación del derecho internacional
22 de diciembre 2017