ORIGEN DE LA FILOSOFIA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
La idea central es que la
filosofía es una necesidad existencial porque la razón antes de responder a
cuestiones lógicas lo hace a cuestiones ontológicas –sentidos perceptual,
emotivo, intuitivo, ético, estético, religioso, conceptual-. En otras palabras,
sin el
sentido mitocrático de la filosofía
no hubiera descubierto el sentido mitomórfico de la filosofía. La
misma que me llevó al descubrimiento del sentido
ontológico de la razón y al carácter
existencial del origen de la filosofía. Una nueva teoria sobre el origen de la filosofia requería de una
nueva teoria de la razón.
El hombre de todos los tiempos se
formula preguntas decisivas concernientes al por qué de las cosas, su destino y
el significado del mundo. Desde el Neandertal de hace 80 mil años con sus
enigmáticos enterramientos rituales hasta las grandes civilizaciones ancestrales
constructoras de pirámides y demás edificaciones megalíticas. De manera que la actitud filosófica ha estado siempre presente al lado de la aptitud para filosofar. Salvo que la filosofía no ha sido siempre la misma.
Ella es multiforme, no por ello confundible con la cosmovisión.
Encerrar todos los tipos de
saberes ancestrales en el mismo saco de la llamada cosmovisión –como lo hace el
academicismo eurocéntrico- es caer en lo que le reprochaba Hegel a Schelling
cuando subrayaba que el Absoluto no solo es sustancia sino también sujeto. Con
la reducción a la cosmovisión se incurre en la noche en que todos los gatos son
negros. Lo cual es miope, falso engañoso
y etnocéntrico. No se debe confundir la invención de la palabra “Filosofía” con
su sustancia, el amor por el saber. En ese sentido la fenomenología nos resulta
muy útil al enseñar la separación entre noema y noesis. El acto de filosofar es
la noesis, el contenido del filosofar es la noema. Y ambos lo hubo en todas las
edades con diferentes modalidades.
La palabra “filosofía” será
occidental pero contiene un sentido intercultural que atiende a su quehacer
reflexivo. Por lo cual no se trata de descubrir ni inventar términos
homeomórficos para cada galaxia de cultura –como piensan Panikkar y Estermann-.
De lo que se trata es de comprender su sentido profundo y desde allí definir a
la filosofía desde su esencia misma. Hay quienes piensan que eso es relativizar
a la filosofía. Pero no es asi. Al contrario, es defender su esencia permanente
e inalterable frente a sus diversas manifestaciones epocales. Por ello, el
mayor error del enfoque cosmovisional e intercultural consiste en no efectuar una reconceptualización de la filosofía misma, sin
lo cual no se puede sostener coherentemente la existencia de la filosofía
universal o no eurocéntrica.
En mis cavilaciones arribo al hecho que la filosofía primero se dio junto
a la magia en el filósofo del Paleolítico, luego inseparable al mito y a la
religión en el filósofo ancestral de las civilizaciones neolíticas. Finalmente
se dio separado del mito y lo religioso a partir de Grecia. O sea que la
filosofía fue primero un pensar mitomórfico, luego un pensar mitocrático y
después un pensar logocrático. Pero la filosofía no solo es el despliegue de la
estructura lógica de la razón sino de la estructura existencial misma del
hombre.
En ese sentido el pensar logocrático en la postmodernidad conoce sus
horas más oscuras por el abuso de un racionalismo que lo ha llevado a
engolfarse en el escepticismo general, el agnosticismo, el relativismo y el
nihilismo. Cuando la verdadera grandeza der la razón estriba en reconocer aceptar las verdades suprarracionales. Esto
me llevó en un primer momento mitocrático a definir la filosofía como el afán
de trascender la condición del hombre para unirse con el absoluto. Lo cual
remite a la estructura ontológica de la existencia humana. Pero luego reparé
que el filósofo del paleolítico se vive unido a la totalidad del mundo. Por
tanto, no necesita trascender, él vive en un mundo, una inmanencia que se
mezcla con la trascendencia, lo invisible y lo espiritual. En otras palabras,
el hombre filosofa porque su estructura ontológica es metafísica, siente el
llamado del Ser.
Esta condición desconcertante de su ser delinea una existencia con
vocación para el filosofar. Su finitud pensante lo coloca ante algo que lo
desborda, asombra, asedia, intriga y lo conduce
hacia el Ser, lo infinito, absoluto y divino. No es que el hombre quiera filosofar sino
que está llamado al filosofar. En dicha
empresa está comprometido no solo su razón sino su propia existencia. Su
conciencia del tiempo, lo contingente, el devenir,
la enfermedad
y la muerte lo lleva a pensar en lo eterno. Una
criatura desbordada de contradicciones, asida por la angustia, la posibilidad,
la libertad, con conciencia de la Nada, jalonada por imperativos axiológico e
ideal, tenía que dar lugar a la filosofía como necesidad existencial.
El hombre filosofa porque su existencia penetra en la interioridad del
Ser y a la vez es capaz de separarse del todo del Ser. Anclado en la materia
sabe que su esencia no se agota en la materia. Descubre entonces que ese
intervalo entre el Ser la Existencia
puede ser llenado por el poder de darse una esencia a sí mismo, ya sea por la
magia, el mito o el concepto. Por ello, no existe una exclusividad etnocéntrica
ni eurocéntrica de la filosofía. Lo que caracteriza al hombre es la búsqueda de
sentido por el asombro suscitado ante el espectáculo de la creación. Lo cual no
es especial de una determinada cultura o civilización.
En un comienzo estuvo ligada al logos de la magia, luego al logos del
mito, después con el logos de la ratio. No sabemos con precisión qué
configuración ha de tomar la filosofía en las civilizaciones del mañana. Pero
sí podemos estar seguros que la filosofía es universal, multívoca y parte de la
condición humana. El amor por el saber acompaña siempre al hombre, lo hace en
diferentes sentidos y formas. La forma conceptual es solo una de sus formas históricas
pero no la única. Así como una vez se separó de lo mítico-religioso puede
volver a encontrarse en nuevos términos. En una palabra, la filosofía es una
necesidad existencial del hombre, reclamando una nueva teoría sobre su origen y
destino.
En mi reflexión sobre la
universalidad de la filosofía existen tres momentos hitos marcados por sendos
libros. Eurocentrismo
y
filosofía prehispánica de 1998, Filosofia mitocrática y mitocratología de 2010 y Filosofia mitomórfica del chamanismo del 2017. No niego que existan otras obras intermedias que hayan marcado mi derrotero, como el de Los Amautas filósofos, pero destaco los tres anteriores por la intuición de la universalidad
filosófica y la formulación de nuevas categorías.
Más en la presente obra no me he propuesto una exposición sistemática de mi
pensamiento, sino una deliberación auscultadora de nuevos problemas implícitos
en mi planteamiento.
Valga lo dicho para afirmar
–discrepando con Georges Gusdorf- que la magia es una metafísica primera de
orden sobrenatural, la mitología una metafísica segunda de orden ritual y la
conceptolatría una metafísica tercera de orden intelectual. Con Sir J. G.
Frazer es posible afirmar que el filósofo mago del paleolítico “obliga”, el filósofo
sacerdote del neolítico “persuade” y el filósofo intelectualista “deduce” las
categorías del mundo. La consecuencia del filósofo intelectualista ha sido
arribar al dios idea, que no ama ni responde, solo ofrece una fría visión de
las esencias, da un paso hacia un racionalismo que fortalece el delirio de la
deificación humana, reduciendo lo sagrado a lo humano.
El final de la modernidad resultó
ser para la filosofía su final. Convertida en mera narrativa, sin conexión con
la verdad, deambula extraviado en un nihilismo disolvente. La erosión nihilista
de la sociedad postmetafísica encarna el fin de la filosofía como búsqueda de
la verdad. Asi, se hace necesario un giro copernicano en el corazón mismo de la
filosofía para evitar su muerte. La muerte de la filosofía es la muerte del
hombre como ser pensante y sintiente. Hace falta recuperar lo divino, lo
sagrado. Para ello la filosofía debe superar la crisis moderna afirmando el Ser
que funda todo el ser, restaurando el fundamento trascendente en lo inmanente y
reconquistando la razón en su reconocimiento de las verdades suprarracionales.
La modernidad secularista al
imponer el hombre sin dios, sin trascendencia, sin religión, ni espiritualidad,
terminó agostando la filosofía. Entrampado en lo meramente horizontal se quedó
sin fuerzas para emprender cualquier atisbo vertical. Enferma de muerte la yace sin remedio en la vivencia inmanente de lo secular. Quedó
demostrado que sin Dios no se piensa racionalmente, ni se puede hacer bien
filosofía. Por consiguiente, se impone a la filosofía el problema de Dios
porque le es intrínseca como a la estructura ontológica del hombre. Relativismo,
historicismo y cientificismo culminaron en la
negación de la verdad objetiva y en meras creencias subjetivas. La recuperación de la verdad y el sentido del ser transitan por una razón abierta al misterio y a la fe. Al pensamiento le es esencial la existencia de lo real, y lo real va más allá de lo empírico y fáctico. Hay que creer en lo trascendente por
la fe y por la razón. Lo contrario daña
al espíritu y el destino de la filosofía
misma. Entonces, qué es la Razón.
La filosofía
como necesidad existencial supone en su base que las condiciones ontológicas
suficientes de la Razón son la base de las condiciones necesarias de todo tipo
de sentido. Lo esencial es que el
sistema de la razón no depende exclusivamente del sentido lógico, como piensan
los epistemólogos logicistas, sino que actúa en conjunción con otros sentidos
–perceptual, intuitivo, emocional, estético, ético religioso, conceptual-. No
es dable confundir las condiciones suficientes de logicidad con las condiciones
ontológicas necesarias de la razón.
La razón no tiene una estructura básica -como pensaba Francisco Miro Quesada- que se manifiesta en diversos dinamismos. Cuando la razón capta una nueva región del ser capta asimismo no el tipo de lógica que debe utilizar sino el tipo de sentido que corresponde a dicha región ontológica. La razón es plástica y proteica. Dicho sentido –perceptual, intuitivo, emocional, estético, ético religioso- puede no seguir los principios de no arbitrariedad y el principio de simetria en dichas regiones ontológicas. Es por ello que las condiciones necesarias de logicidad no son las condiciones suficientes de la racionalidad. Racionalidad no es sinónimo de logicidad. La logicidad es tan sólo una pequeña parte de la razón.
Son las condiciones ontológicas necesarias de la razón las
que permiten superar la limitación nominalista y comprender que lo real es
inmanente al discurso pero a su vez es trascendente a este. Por ello no sólo existe el universal lógico sino también el
universal perceptual, intuitivo, emocional, estético, ético y religioso. El
sentido lógico no es el único tipo de sentido. Lo lógico depende y deriva de lo
extralógico. Por ello la Razón tiene una dimensión noética y otra pneumática.
En esta dicotomía reside el origen ontológico de la filosofía en la existencia
humana. El hombre se dirige irresistiblemente hacia el ser. Por eso que los
sentidos de la razón no se satisfacen con las cosa, los entes, hasta arribar a
lo incognoscible, no conceptualizable e incomunicable. Es el momento cuando lo
nocional deja de acompañar a lo existencial para experimentarse en la
trascendencia de lo sensitivo. La filosofía tiene un origen
ontológico-existencial antes que
noético.
Sin el
sentido mitocrático de la filosofía
no hubiera descubierto el sentido mitomórfico de la filosofía. La
misma que me llevó al descubrimiento del sentido
ontológico de la razón y al carácter
existencial del origen de la filosofía.
19
de Marzo del 2018