FILOSOFÍA
PREHISTÓRICA (I)
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
INTRODUCCION
La filosofía prehistórica –que no
es confundible con la filosofía primitiva- se encuentra bajo el imperio de lo
numinoso, en el sentido de lo sagrado inmenso en lo inmanente. Y en torno a
ello gira el drama de su vida especulativa en las diversas especies humanas, en
su esfuerzo por dar sentido a su existencia y al mundo. Ahora bien, nuestra
arrogancia como única especie humana sobreviviente y pensante va quedando paulatinamente
atrás por cuatro motivos: (1) la confirmación que el hombre moderno lleva
dentro de sí al extinto Neandertal, hubo hibridación; (2) modernas dataciones
del arte prehistórico consignan a su antecesor como el primero en efectuar
pintura mural; (3) la etnología actual admite en las sociedades primitivas de
hoy a los poetas y pensadores; (4) el hombre moderno y posmoderno desencantado
de sí, cavila que no fue el único ni el mejor ser pensante.
Si estos elementos son combinados
con el principio de la universalidad de la filosofía en todas las culturas, que
la filosofía es una necesidad existencial de la condición humana y que la razón
antes de responder a cuestiones lógicas lo hace a cuestiones ontológicas
–sentidos perceptual, emotivo, intuitivo, ético, estético, religioso,
conceptual-, entonces arribamos a un nuevo cuadro de la filosofía donde ésta ha
estado presente desde que comenzó el proceso de hominización.
La idea central del presente
libro es que la filosofía prehistórica hasta el Paleolítico Superior fue una
filosofía numinocrática, donde predomina la relación con lo extraordinario,
sagrado y luminoso del existir. Dentro de la cual se distingue cuatro edades:
pre-animista, animista, espiritualista y mitomórfica. Cada una de ellas se corresponde
con una determinada especie humana (habilis, erectus, neandertal y moderno).
Todo lo cual lleva hacia una reflexión metafilosófica de la filosofía misma,
donde se la concibe como afín a todos los sentidos de la razón y como búsqueda
de sentido ante el enigma del mundo. El homo sapiens sapiens no fue el único
pensador ni filósofo en la historia de la humanidad, por lo cual el esfuerzo
filosófico es parte inherente al ser racional en cualquiera de sus especies.
La filosofía como parte de la
condición humana, en sus diferentes especies, completa el cuadro de su
presencia a lo largo de la vida de la razón como sigue: filosofía numinocrática
(paleolítico), filosofía mitomórfica (mesolítico-neolítico), filosofía
mitocrática (Edad de los Metales) y filosofía conceptolátrica (desde Grecia en
adelante).
PRIMER PERIODO
Edad de la metafísica
numinocrática
pre-animista
(2,5 a 1,5 millones de años)
1
EL HOMO HABILIS
El Homo habilis vive hace 2 millones de años y los más
inteligentes dan muestras de haber pensado sobre el sentido de la vida y del
mundo. Ellos son los primeros filósofos de la especie humana. La filosofía
brota en ellos no sólo actitud sino
también como aptitud. El Homo habilis
pensaba y mucho. Sus respuestas no eran conceptuales ni complejas, pero
implicaban ideas que concernían al sentido mismo de la vida. El ser un gran
fabricante de herramientas es habituarse a tener el “ser a la mente”. El ente
intramundano lo lleva avizorar el ente extramundano. Con él nace el ser ideal
que proyectado sobre el mundo le permite un mejor dominio.
No sólo pensó en la forma de tallar sus piedras, sino también qué significaba
morir y vivir. El Homo habilis es el primer gran inventor, tallador lítico y el
primer pensador.
Consigo brota el primer horizonte pre-animista. No sólo talló piedras
para sobrevivir, sino que elaboró un pensamiento arcaico sobre el sentido del
mundo. El Homo habilis con la invención de la industria de piedra opera un
descubrimiento en tres niveles: la existencia, la verdad y lo bueno. En el
orden de la razón su intelecto aprehende la importancia privilegiada de un
determinado ente, a saber, la piedra cortante. En segundo término, su intelecto
aprehende que conoce el ente. Y en
tercer lugar, aprehende lo que desea. Lo primero es la razón de ente, lo segundo
la razón de verdadero y lo tercero la razón de lo bueno, en este caso ubicado
en la cosa. Lo verdadero y lo bueno están en la realidad.
El espectáculo de indagar la presencia de la
filosofía en la prehistoria no es apta y considerada descabellada por aquellos
espíritus que acogen como evangelio indiscutible al etnocentrismo filosófico
occidental.
Pero el hombre que no escucha este prejuicio y
que reconoce que todas las culturas y el hombre de todos los tiempos se ha
formulado preguntas filosóficas, siente como su infinita responsabilidad hacia
la filosofía y hacia la misma humanidad hacer frente a la eterna alianza entre
lo bajo y lo alto, entre el cielo y la tierra, entre los brutos y el hombre,
entre el hombre y todos los hombres, entre los hombres y Dios.
El hombre desde los tiempos más inmemoriales ha
sentido esa dulcísima eucaristía de unidad universal que es la filosofía. Está
en su ser, es su ser, como sello indeleble de una criatura destinada a conocer
y sujetar el mundo con su razón. Para conocer la universalidad de la filosofía
es preciso cercar las huellas de la criatura filosofante en su proceso de
humanización y hominización.
La hominización no es repentina, sino gradual.
Se calcula que la especie humana aparece hace 2,5 millones de años en África
oriental, en el contexto de cambios climáticos ocurridos al final del
Terciario. El comienzo de un enfriamiento que caracterizó a todo el
Cuaternario, con periodos glaciales intercalados con fases de cerrados boscajes
y áridas planicies. El paso del Plioceno Terciario al Pleistoceno Cuaternario
será de frio glacial.
Pero las raíces de la especie humana se
retrotraen más lejos y a un clima más
cálido. Hace 70 millones de años aparecen los primates junto a los últimos
dinosaurios. Luego, hace 35 millones de años aparece el Aegyptopithecus, una
especie dotada de cola, mandíbulas poderosas y escasa capacidad cerebral,
alrededor de los 30 centímetros cúbicos, aunque su morfología craneal muestra
una tenue elevación frontal. En el Mioceno Inferior, hace 20 millones de años, el Aegyptopithecus es
reemplazado por el Procónsul, un cuadrúpedo sin cola que vivía en el centro del
continente africano. El procónsul da origen a los simios antropomorfos y a los
homínidos. Con el Kenyapithecus se separan homínidos y pánidos.
En el Plioceno, hace 5 millones de años, por su
comportamiento, condiciones anatómicas y sensoriales distintas a los simios,
surgen dos géneros de homínidos: los australopitecos y el homo. Pero el único
tipo de homínido conocido entre los 5 a 3 millones de años es el australopitecos
de la especie afarensis. Luego surgirá el australopiteco robustus. Las huellas
de su marcha bípeda fueron halladas por primera vez por la paleoantropóloga
Mary Leakey en Tanzania. Se considera que el bipedismo mejoró el control
visual, el mismo que fue la base para el aumento de la capacidad craneal y el
surgimiento de nuevas funciones de la mano –fabricación de instrumentos-.
Pero no será con el homínido prehumano
australopitecos sino con la aparición de las primeras formas humanas de los
distintos representantes del Homo habilis, que se manifiesta la fuerte
capacidad cerebral con la fabricación de instrumentos y la transformación del
medio natural. El enfriamiento del Pleistoceno causará severas sequias en las
sabanas africanas y rigurosas glaciaciones en la cuarta parte de la
superficie terrestre.
No obstante, investigadores como Raymond Dart
defienden la capacidad de los australopitecos de fabricar utillaje antes de la
aparición de los humanos y, en consecuencia, deja en suspenso el comienzo del
paleolítico inferior. Lo cual no desmiente que el Homo habilis sea el gran
inventor de la industria lítica. Pero la paleoantropologia ha reservado la
existencia de ideas trascedentes por su mayor especialización conceptual al
hombre moderno, luego ha reconocido su extensión al homo sapiens neandertal. Lo
ha hecho siguiendo el tradicional criterio empirista del método científico. Por
lo tanto ha llegado hasta donde puede hacerlo.
Sin embargo, para la filosofía, que
tradicionalmente no es empírica ni científica, cabe la pregunta en qué medida
la industria lítica está relacionada con una incipiente vida espiritual. ¿Se
preguntó el Homo habilis por el sentido de la vida y el significado del mundo?
¿Cuál fue el fundamento ontológico-existencial que le permitió al homínido
humano proceder como humano? ¿Fue el alma intelectiva humana el principio vital
que le permitió hace dos millones de años fabricar instrumentos destinados a
transformar su medio natural?
Un cerebro grande no significa necesariamente
mayor inteligencia. El cerebro del elefante como del cachalote es mucho más
grande que el humano, sin embargo no crean instrumentos ni modifican su medio
natural. No dan muestra de ir más allá de un alma sensitiva. Las aves son
bípedas pero no piensan sino sensitivamente. Y abundan los animales que usan
herramientas –nutrias, delfines, chimpancés, elefantes, buitres, pájaros
carpinteros, cuervos y pulpos- pero no crean cultura. Por lo tanto, si no es el
bipedismo, ni el mayor tamaño del cerebro, ni la capacidad de fabricar
instrumentos lo que caracterizaría la condición humana qué lo es y la hace
posible. ¿Será el alma intelectiva humana?
La acción voluntaria va precedida por el
entendimiento, incluso la acción involuntaria y sus consecuencias azarosas son
examinadas por el intelecto. El intelecto se inclina –aunque no siempre- por lo
que es bueno. Las potencias superiores del alma humana –entendimiento,
voluntad y amor- se manifiestan en el
devenir histórico-temporal y en un contexto práctico. Ónticamente lo humano
constata su ser en un principio activo que se desdobla en tres potencias
superiores que ontológicamente se explicitan en lo práctico contextual. Dicho
principio intelectivo sólo se asemeja al que hallamos en el resto de las
criaturas.
Pero la diferencia fundamental es que la forma
con la que obra la inteligencia animal está individualizada por su propia
naturaleza, por ello, determinada a una
sola posibilidad. En cambio, la forma de la inteligencia humana, en razón de su
universalidad, es capaz de englobar una multitud de posibilidades. Es esto lo
que posibilita considerar una teoría de la razón con diversos sentidos
significativos y con diversos universales –perceptual, emocional, intuitivo,
estético, ético, lógico, religioso y filosófico-.
En otras palabras, no existiría industria
lítica posible sin la capacidad del alma intelectiva humana de englobar una
multitud de posibilidades. Ello es posible porque el hombre es un ser
contingente, tiene una naturaleza, tiene un cuerpo, pero su ser trasciende su
cuerpo, su naturaleza, va mas allá. En la industria lítica se experimenta
arcaicamente que el hombre es posibilidad,
proyecto. El hombre experimentará un más allá porque precisamente su ser
está más allá de su ser natural. Por ello, no es la hominización la que explica
su humanización, sino precisamente al revés. Es su humanidad la que explica su
hominización.
El Homo habilis con la invención de la
industria de piedra opera un descubrimiento en tres niveles: la existencia, la
verdad y lo bueno. En el orden de la razón su intelecto aprehende la
importancia privilegiada de un determinado ente, a saber, la piedra cortante.
En segundo término, su intelecto aprehende que conoce el ente. Y en tercer lugar, aprehende lo que desea. Lo
primero es la razón de ente, lo segundo la razón de verdadero y tercero la
razón de lo bueno, en este caso ubicado en la cosa. Lo verdadero y lo bueno
están en la realidad. El intelecto capta lo bueno bajo el aspecto de
verdadero. La voluntad aprehende la
verdad bajo el aspecto de bien. La talla de piedra del Homo habilis es un
verdadero laboratorio de la condición humana, donde se le aparece que la verdad
y el bien se incluyen mutuamente. Es un bien que la piedra tallada permita
descarnar las presas abandonadas por los carnívoros cazadores. Al parecer los
humanos más antiguos tenían nula capacidad cazadora, y su fin principal era
obtener carne mediante el carroñeo. Del acto de lanzar defensivamente una
piedra hasta reparar que había piedras que cortan la piel, que las piedras
cortantes son útiles para el carroñeo y que se podían fabricar, son pasos que
exigen una labor intelectual enorme para el hombre arcaico.
En términos generales, el alma intelectiva
humana con sus potencialidades de conocimiento, voluntad y amor, hace posible
no limitarse a lo que se es por naturaleza sino ir más allá de ella. A su
alcance están las posibilidades, el proyecto. Parte de ello es el fabricar
herramientas desde hace por lo menos 2,8 millones de años, ayudando a la
adaptación a nuevos ambientes y modificar la dieta alimentaria. Lo que
demuestra que en el orden natural la naturaleza humana se inclina hacia el
bien, y en el orden metafísico el objeto
del alma humana es el ser y lo verdadero, se inclina a la forma, el objeto de
su voluntad es la finalidad y el objeto de su caridad es amar lo universal.
Por ello es que es posible afirmar que el
hombre no tiene un alma junto a un cuerpo, sino que es un alma que tiene un
cuerpo. La hominización demuestra la diversidad de apariencias externas del
hombre, pero su humanización expone que su naturaleza metafísica esencial
apenas ha variado.
El Homo habilis fue la primera especie capaz de
fabricar herramientas de piedra desde hace 2, 5 millones de años hasta hace 1,
5 millón de años. Su industria lítica conocida como Olduvayense se caracteriza
por los choppers o piedras trabajadas
por una sola cara, los chopping tools
trabajados por las dos caras y las lascas sin retocar. Eran fabricados con
pocos golpes y para un uso inmediato. Pero si hay algo de fascinante y
encantador en el Homo habilis no es el de poder imaginárnoslo sentados labrando
sus lascas, sino anticipando la forma a la materia. He aquí la manifestación de
su espíritu intelectivo, de lo que lo lleva a la humanidad.
El descubrimiento de un universal perceptual
–probar el cortante-, intuitivo –seleccionar la piedra correcta- y lógico
–tallar para cortar- sería lo característico del Homo habilis. Pero ser
carroñero supone un distinción meridiana entre lo que está vivo y lo que no lo
está, es decir lo muerto. Lo vivo y lo muerto son las dos categorías opuestas
que necesita distinguir el carroñero Homo habilis. El poder que le ha conferido
la piedra tallada sobre lo muerto para convertirla en medio de vida tuvo que
haber labrado un ideario sobre el sentido de la vida y del mundo. El Homo
habilis no era un autómata que descarnaba y deambulaba hacia su próximo
carroñeo, sino que era un ser pensante. No sólo pensó en la forma de tallar sus
piedras, sino también qué significaba morir y vivir.
No se han hallado manifestaciones de
pensamiento simbólico ni enterramientos del Homo habilis, pero eso no significa
que no hayan tenido una idea de la muerte y de la vida, o que no hayan
homenajeado a sus muertos. Un canto, una danza, un dibujo sobre la arena, no
dejan huellas, no son rastreables. Es improbable entonces que aquel humano
antiguo que anduvo por más de 1 millón de años sobre la sabana africana
inventado lascas y tallando piedras no haya elaborado alguna idea sobre el
sentido de la existencia cuando lo que caracteriza al hombre es justamente eso,
pensar.
El Homo habilis es el primer tallador lítico y
el primer pensador. Y el más importante desafío para explicar es que no sólo
talló piedras para sobrevivir, sino que elaboró un pensamiento arcaico sobre el
sentido del mundo. Con sus piedras también trabajaron la madera, aunque no se
han encontrado proyectiles de impacto. Construía cabañas pasajeras. Por tanto,
inventaron los primeros cuchillos pero no la lanza. Pero que no se hayan
encontrado vestigios de rituales de entierro no significa que carecieran de
ellos. Puede ser el caso que justamente efectuar un canto y dejarlo a la
intemperie haya sido el ritual típico de un carroñero. Un carroñero vive con
intensidad la unidad entre la vida y la muerte, lo muerto nos permite vivir, no
se debe interrumpir dicho ciclo, incluso el resto mortuorio de un Homo habilis
debe ser dejado para que sirva de alimento de otro ser vivo, y asi continuará
la vida.
Aquí hallamos cómo en la metafísica más arcaica
de la humanidad la idea de la Vida debe imponerse en su lucha contra la muerte.
Esta idea tan simple como complicada, a la vez, debió haber sido la primera
elucubración metaempírica de la primera forma humana sobre el planeta. Pero en
los primeros grupos humanos del Homo habilis se daría la primera noción de lo
trascendente como lucha de la Vida y la Muerte. Por tanto, no vemos
configurarse en el Homo habilis un mito sobre la Piedra, sino otro sobre un
dualismo básico que gira en torno a la vida y la muerte. Ese sería el
significado de dejar piedras talladas junto a osamentas.
El Homo habilis proporciona un ejemplo
paradigmático para efectuar un análisis de la percepción. La percepción como
algo que está entre el puro sentir y el puro pensar, se relaciona con una aprehensión
directa de una situación objetiva donde todo se absorbe pero nada se conoce. La
paleoantropologia científica al ceñirse a las evidencias empíricas nos ofrece
una imagen estereotipada del Homo habilis, como mero ser perceptivo o un
galeote del tallado pétreo, sin el más mínimo rastro de vida espiritual.
Pero si la percepción externa está mirando a la
sensación la percepción interna esa mirando al pensar. Pero no mira
directamente al pensar sino a través de la imaginación. La imaginación es la
bisagra entre la percepción y el pensar. Y su resultado gnoseológico es el
concepto-imagen, distinto al concepto lógico. Esto significa que las dos caras
de la percepción están dirigidas a pensar el ser del ente intramundano que sale
al encuentro no sólo como «ser a la mano» y «ser a la vista» –según la fraseología de la fenomenología de la percepción de
Heidegger[1]- sino
como «ser a la mente» y, en consecuencia, metaempírico y universal. Por la imaginación el
Homo habilis tiene el «ser a la mente» de la piedra que requiere. Aquello no está en el mundo pero lo estará
a través suyo.
O sea, no son dos sino tres, siendo la más
importante la tercera, las determinaciones básicas categoriales del ente
intramundano que va hacia lo extramundano. El Homo habilis efectúa una
percepción externa cuando aprehende un objeto real -cortar con sus piedras la
carne de carroña- esto es la percepción inmanente, pero efectúa una percepción
categorial interna cuando aprehende un objeto ideal por la imaginación
–descarnar la carroña da más vida-, eso es la percepción trascendente. Y ello
es justamente posible porque el sujeto percipiente no es un descifrador de un
mundo desordenado. Es decir, la importancia de la vida sobre la muerte para el
Homo habilis es el fondo mismo de su mundo percibido.
Pero ese fondo de la Vida en lucha contra la
muerte es percibido como algo numinoso, sagrado, misterioso. Lo numinoso
definido por Rudolf Otto[2] como «experiencia no-racional y
no-sensorial o el presentimiento cuyo centro principal e inmediato está fuera
de la identidad» se presta de modo incomparable para describir la experiencia
que tiene el Homo habilis de aquello invisible que debe continuar llamado Vida
y Mundo.
Lo numinoso es la
manifestación más arcaica de lo sagrado y por eso es aplicable a la experiencia
del Homo habilis. La Vida será percibida como sagrada, no tiene que ver aun con
religiones ni con dioses. Los cuerpos inánimes de la carroña ingerida se
vuelven vida en ellos. No es que el Homo habilis tuviera la idea de lo
trascendente, sino que aquello previo que configura la idea de lo trascendente
es lo numinoso en lo inmanente.
Esta idea de lo numinoso como
lo sagrado fue muy provechosa tanto para Paul Tillich, Mircea Eliade y María
Zambrano. La salvedad aquí, en un horizonte mental de hace 2 millones de años,
es que todavía no hay distinción entre un dios personal y un dios
suprapersonal, ni entre lo sagrado y lo profano, ni lo sagrado y lo divino.
Simplemente se percibe el mundo en una extraña mezcla entre lo que es inmanente
y lo que es trascendente, en una realidad que se presenta como numinosa. No es
una concepción animista, donde ya se tiene claro la presencia de un alma o un
principio vital en todos los seres, objetos y fenómenos. Es más bien un
presentimiento pre-animista de orden metafísico, donde lo numinoso se extiende
misterioso sobre mundo entero.
Por ello, para el Homo
habilis el mundo no es inmanente, tampoco trascendente, es más bien extraño y
misterioso. De entre todas las cosas extrañas le concita mayor atención la
Vida. Acostumbrado a lidiar con la muerte, habituado a carroñear para
sobrevivir, no puede dejar de pensar por aquello que ve cotidianamente, le
parece a la vez asombroso e inexplicable, a saber, la vida. Lo vivo se mueve,
respira, anda, busca alimento, procrea y se muere.
El fabricar herramientas ha
mejorado su modus vivendi. Ahora marcha por las sabanas africanas con más
seguridad que antes. No ha dejado de ser carroñero, cuenta con cuchillos pero
no con armas arrojadizas ni proyectiles, pero se ha convertido en el mejor de
los carroñeros. Muestra de ello es el volumen de su cerebro. Mientras que un
australopitecos tenía un cerebro de aproximadamente unos 450 cm³, el de un Homo
habilis era de 770 cm³. Eso le da una ventaja comparativa apreciable.
Ciertamente, los últimos
australopitecos, como el australopitecos garhi y el australopitecos sediba,
muestran discutidos indicios de industria proto-lítica, pero su extinción
definitiva les sobrevino hace 2 millones de años. Aparentemente este consumidor
de frutos, semillas, raíces y cortezas no resistió el retroceso del bosque, ni
el cambio climático. La aridificación progresiva que sufrió África en el paso
del Plioceno al Pleistoceno entre 4 a 3 millones de años, debió haber sido un
poderoso factor de su desaparición. Fue el homínido que se extinguió por ser
exclusivamente vegetariano.
Un gran inventor –fabrica
utensilios, inventa la choza, utiliza las cuevas como vivienda, practica la
caza menor, el proto-lenguaje- como el Homo habilis se impuso a través de sus
herramientas que eran fruto de su pensamiento. El Homo habilis prácticamente
coincide con el inicio de la era del pleistoceno. El avance de los glaciares en
una cuarta parte del planeta y el reemplazo de las sabanas por los prados
templados. Es el momento en que aparecen los humanos modernos u Homo sapiens en
África. La criatura racional dotada de un alma intelectiva se abre camino
poderosamente. Su conciencia pre-animista percibe el mundo como numinoso.
Es muy probable que él mismo
se percibiera como el ser que inventa herramientas, porque se han hallado
utensilios junto a sus osamentas. Sus piedras talladas toscamente por una cara
o por las dos indican una elaboración mental sistemática donde la forma se
anticipa a la materia. Echa por tierra la novísima paleoantropologia
secularista[3] la conciencia del homo habilis, como nómade carroñero cazador ocasional que inventa herramientas, o
sea que ve formas no presentes en la naturaleza, pero por su pensamiento y
acción las hará presentes, que califica la conciencia existencial del hombre
paleolítico como horizontal, inmanente, paradójico, unido al todo antes que a
la parte.
Al respecto hay que decir, en
primer lugar, que se requiere una paleofilosofía presidida por una hermenéutica
metafísica. La misma que despojada de prejuicios racionalistas, cientificistas,
secularizantes y antirreligiosos, sea capaz de penetrar en lo sui géneris de la
filosofía y de la condición humana. Segundo, que no se puede hablar en general
de la conciencia del hombre del paleolítico sin abarcar formas de conciencia
tan disímiles como las del Homo habilis, Homo erectus, Homo sapiens Neandertal
y Homo sapiens sapiens. Todas ellas tienen sus matices que las diferencian por
más similitudes que contengan. En tercer lugar, identificar lo paleolítico con
lo inmanente sin ninguna clase de trascendencia aparece demasiado forzado,
racionalista y secularizado.
El Homo habilis percibe lo
numinoso pero el mismo no es todavía configurado como el gran Espíritu en la
naturaleza, no vive aun en una atmósfera animista sino pre-animista. De ahí que
el instrumentalizar la comprensión del paleolítico para justificar la
edificación de una religión sin trascendencia no tiene sentido por ser
pseudocientífico e ideológico. Hacer una caracterización general de la
conciencia del hombre del paleolítico es necesario y valioso, pero se debe
tomar en cuenta sus distintos niveles de pensamiento. No tiene sentido sumarse
a la patología posmoderna con su aversión contra lo universal y general, pues
la certeza así como suele destruir también puede liberar.
De modo que las
generalizaciones sobre el hombre primitivo deben dejar bien claro estos
matices. Y entre las generalizaciones en boga se suele confundir el hombre
primiivo de las sociedades paleolíticas que sobreviven en el mundo actual con
el hombre prehistórico en su proceso de hominización. Entre ambos hay
similitudes, pero las diferencias son lo más importante.
Diferencia que suele
desaparecer en las siguientes caracterizaciones de la conciencia arcaica:
omnivalencia-Johns Briggs, estado de atención amplia-Joanna Field, presencia
del mundo-Walter Omg, atención universal-Ortega y Gasset, conciencia
paradójica-Morris Berman, percepción simultánea-Tony Hiss, experiencia
oceánica-Freud, sabiduría simbolica primitiva-Jung, satori-Zen, conciencia de
lo permanente-Paul Radin[4].
Pero una cosa es hablar del
estado de conciencia y otra es tratar sobre su filosofía. Lo primero es casi
enteramente psicológico, lo segundo es búsqueda de sentido no necesariamente
conceptual, pero al menos sí ideatorio como en el proceso creativo del arte. El
Homo habilis como especie vive casi 2 millones de años y los más inteligentes,
que no eran los más fuertes ni impulsivos, dan muestras de haber pensado sobre
el sentido de la vida y del mundo. Ellos eran los primeros filósofos de la
especie humana y del Homo habilis. El Homo habilis pensaba y mucho.
Sus respuestas no eran
conceptuales ni complejas, pero implicaban ideas que concernían al sentido
mismo de la vida. Debía hacerlo y tenía mucho tiempo para pensar. El
espectáculo del mundo y la odisea de su propia existencia lo llevaban a ello.
Fabricar es descubrir un mundo de posibilidades pero también de fragilidades.
Algo había cambiado y ese algo era que ahora lo sabía. El ser un gran
fabricante de herramientas es habituarse a tener el “ser a la mente”. El ente
intramundano lo lleva hacia el desarrollo del ente extramundano. El ser ideal
proyectado le permite dominar mejor el mundo. Descubre lo importante del ser
extramundano determinante para imponerse sobre el ser intramundano.
Su conciencia no se disuelve
en una “experiencia oceánica” ni en una “conciencia paradójica”. Por el
contrario, su universal perceptual lo conduce al libre juego ideatorio de la
imaginación en un pensar no meramente utilitario, sino vitalista. Esto es, su
conciencia perceptual establece una distinción entre sujeto y objeto de índole
no sensitivo, sino pre-objetivo, donde la cosa no es sólo herramienta sino
portador de lo numinoso.
De manera que la filosofía
del Homo habilis puede ser comprendida en periodos y tendencias. Periodo
autónomo de clanes familiares y el periodo tribal de coexistencia,
aproximadamente por 500 mil años, con el Homo erectus. En ambos periodos la
filosofía se manifestó tanto como cosmovisión y como filosofía. Como filosofía
no se trató de un pensar conceptual, sino perceptual-imaginativo. Aquí se
manifiesta no sólo el principio de universalidad de la filosofía, sino también
el polimorfismo intrínseco de la razón. Si la filosofía no es exclusividad de
los pueblos históricos y menos de Occidente, sino que abarca también al hombre
prehistórico, entonces no cabe más que admitir la versatilidad de la razón
humana para filosofar sobre los misterios de la vida y del mundo no sólo con el
concepto puro de la lógica –desde Grecia- sino además con el concepto imagen de
la mentalidad prehistórica.
El filosofar del Homo habilis
tuvo su principal rasgo característico en el vitalismo de lo numinoso seguido
de una indudable orientación final de carácter tribal. Ello, en primer lugar, hace
que el Homo habilis comienza a filosofar partiendo de la vida. Se trata de una
vida inserta en un mundo numinoso. De ahí que no distingue aun entre lo
inmanente y lo trascendente. Su tendencia vitalista es metafísica pero no
realista ni idealista, positiva o teológica, no hay referencia a un Gran
Espíritu ni a un Dios.
Su metafísica pre-animista no
es conceptual, aunque sí racional porque el intelecto también se maneja con
universales no conceptuales. Sus preocupaciones pre-animistas se refieren a lo
numinoso que está en él y en el mundo. Ello no se vierte en una preocupación
cosmológica ni antropológica.
El Homo habilis no es un ser
ontológico como el griego y medieval, ni epistemológico como el moderno. El
Homo habilis es un ser vital asido por lo numinoso. Antes de la concepción de
la vida eterna fue primero la idea de lo numinoso, la misma que se convierte en
un medio de evolución racional y ética de la conciencia. Antes de concebir la
plenitud de la vida en el otro mundo, ésta se mezclaba con éste mundo. Los
fantasmas y las almas todavía no son vistos como habitantes de un trasmundo
sino de este mundo numinoso.
La humanidad por más de 1
millón de años a través del Homo habilis protagoniza una aventura intelectual
numinocrática. Lo numinocrático es la forma de filosofar más arcaica de
filosofar y responder a los misterios de la vida y del mundo. Su herramienta
mental es el concepto-imagen de la percepción e imaginación.
En obras anteriores llamo a esta filosofía prehistórica bajo
el imperio de sensible, la filosofía
empiriocrática o mitomórfica[5]. La primera rectificación sería que no
opera bajo el imperio de lo sensible sino de lo perceptual imaginativo. Es lo
perceptual imaginativo lo que conduce hacia lo metasensible en la Edad de
Piedra, operación gnoseológica subyacente en la magia. Y como observa Frazer,
es más antigua que la religión, ese producto cultural refinado que exige una
capacidad apreciable de abstracción, o en otros términos el hombre primitivo
filosofa mágicamente y que lo llevará en el paleolítico final a pensar por
primera vez en la idea del alma (Neandertal).
El prehistórico filosofar empiriocrático
mitomórfico es la forma primigenia que lleva a pensar lo metasensible. Pero su primera etapa con el Homo
habilis es numinocrática. La imaginación
vincula lo sensible con las ideas y se genera el concepto-imagen. El
concepto-imagen es el instrumento espiritual por excelencia del hombre
prehistórico para pensar y ahondar su hominización-humanizante. Aristóteles
coloca a la imaginación entre la sensación y el pensamiento (De Anima III, 3). Kant lo
sigue y enfatiza que en la estética hay ideas sin concepto. Es decir, el hombre
para pensar no requiere del concepto, bastan las ideas. Es lo que Xavier Zubiri
llama la “inteligencia sintiente”.
Ese vuelco hacia las imágenes que son producto de la
imaginación y que es realizado por el intelecto es el primer paso del conocer
intelectual con el Homo habilis. Filosofar por imágenes fue lo característico
del filosofar mitomórfico del hombre del paleolítico.
Pensar por imágenes es anterior a pensar con símbolos. Lo
numinoso es eso justamente, una imagen más al alcance de un símbolo que de un
concepto lógico. Los dibujos de las cuevas prehistóricas de Altamira y Lascaux,
por ejemplo, son captación primaria del mundo, poseen un contenido ideal, es
interno a la cosa misma, y su verdad es determinada por fines y valores. Pero
lo mismo sucede con las piedras talladas del Homo habilis. Lo cual habla de lo
eterno en el hombre y la naturaleza, y contienen una metafísica espiritualista.
En una palabra, expresan la metafísica natural del espíritu
humano, una filosofía perennis que contiene la idea de sustancia, Ser, Valor,
causa eficiente, causa final, confianza en el concepto-imagen. O sea, no hay
primacía del sentido lógico sobre los demás sentidos.
La capacidad humana para pasar de un sistema lógico a otro
ha estado presente en él desde el principio, es parte del alma intelectiva. Lo
cual planea un problema lógico. Cuál es lógica del hombre prehistórico. El
pensar del hombre del paleolítico puede suprimir el principio de no
contradicción, pero no puede permitir que todas sus tesis sean contradictorias.
Por ello el hecho que su lógica heterodoxa incluya axiomas y
reglas de inferencia, es una poderosa señal que indica que preparan el camino
hacia la lógica clásica. Por más que una lógica heterodoxa paraconsistente –que
carece de los principios de no contradicción y tercio excluso- guiara su
pensamiento, su necesidad de convivir y sobrevivir lo llevó a manejar simultáneamente
junto a una lógica de primera especie –alolinguística y anómica- otra lógica de
segunda especie –Thética polivalente finita e infinita como Athética deóntica
normativa-.
Es decir, sin la lógica heterodoxa del hombre del
paleolítico no tendríamos la muy posterior lógica clásica. La gran variación de
la melodía de la razón es uno de los enigmas más recónditos de la existencia
humana. Pero señala el carácter antrópico de la realidad y la creación misma,
como si estuviera diseñada para que el hombre pudiera penetrar en ella,
conocerla, dominarla y respetarla.
Lo fundamental es que el proceso de hominización enseña que
el sistema de la razón no depende exclusivamente del sentido lógico, como
piensan los epistemólogos logicistas, sino que actúa en conjunción con otros
sentidos –perceptual, intuitivo, emocional, estético, ético religioso,
conceptual-. No sólo existe el universal lógico sino también el universal
perceptual, intuitivo, emocional, estético, ético y religioso.
Si estos sentidos significativos no hubiesen existido
simplemente el proceso de hominización hubiera sido imposible. El sentido
lógico no es el único tipo de sentido. De ahí que las condiciones suficientes de logicidad no
son las condiciones ontológicas necesarias de la razón. La revolución
copernicana consiste aquí en que son las condiciones ontológicas necesarias de
la razón las que hacen posible los diversos sentidos de la razón, incluido el
lógico.
Es bueno pulverizar la idea de que las grandes preguntas
filosóficas que afectan al ser humano sólo comienzan con la escritura y el
pensar conceptual-abstracto. Esta confusión conceptolátrica no entiende
que el hombre de todos los
tiempos, incluido el prehistórico, siempre estuvo asediado en su existencia y
pensamiento por las preguntas límite del misterio del mundo. Por ende,
el pensamiento humano no necesita llegar a la fase del concepto lógico para
afrontar las preguntas últimas sobre el sentido del universo. Pues el
pensamiento-imagen y el simbólico también lo hacen. La filosofía es una necesidad
existencial. Y las necesidades existenciales son de carácter espiritual y no
biológico, teórico, psíquico o social.
21 Abril 2018
[1]
En el parágrafo 18 de Ser y Tiempo, se halla la insuficiente distinción heideggeriana
entre ser-a-la-mano y ser-a-la-vista como distinciones categoriales en el
estudio de la mundanidad del mundo.
[2]
Cfr. Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, fue publicado inicialmente en
1917.
[3]
El caso erróneo del historiador de la cultura Morris
Berman es particularmente significativo en su libro Historia de la conciencia. De la paradoja al complejo de autoridad
sagrada (2006). Su trilogía sobre la evolución de la conciencia humana
niega que la experiencia existencial del hombre del paleolítico sea
trascendente y lo asume como inmanente y secular. Pero no se percata que su
propósito de justificar para el futuro una civilización sin religión pertenece
al ideal moderno secularista del Regnum hominis.
[4]
Paul Radin en su libro El hombre primitivo como filósofo (Buenos Aires, Eudeba) haya
legítimo la dimensión filosófica y poética junto a la existencia de filósofos y
pensadores en las sociedades primitivas. Pero una cosa son las sociedades
primitivas que todavía sobreviven en el mundo actual y otra cosa es la
filosofía del hombre prehistórico en su proceso de hominización.
[5]
Me refiero en especial a mi obra inmediatamente
anterior Filosofia como necesidad
existencial, Lima 2018.