sábado, 16 de noviembre de 2019

RICARDO PALMA Y LA FILOSOFÍA



RICARDO PALMA Y LA FILOSOFÍA
Gustavo Flores Quelopana
Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía
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¿De cuándo acá ha de ser el autor de un libro el que mejor lo entienda? ¿Quién diría que en las Tradiciones Peruanas está oculto el plan filosófico de Don Ricardo Palma en consonancia con su utopía nacionalista? También en su literatura se cuecen habas filosóficas.Es innegable que así como hay filósofos que recurren a la literatura para expresar sus ideas teoréticas, del mismo modo hay literatos con vuelo filosófico. Ahí tenemos, por ejemplo, a Esquilo, Sófocles, Eurípides, Dante, Goethe, Schiller, Herder, Romain Rolland, Hermann Hesse, Kafka, Thomas Mann, César Vallejo, Bertolt Brecht, entre otros. Lo mismo ocurre con el picaresco y ameno Don Ricardo Palma.

Lo del gran tradicionista nunca está expresado directamente sino a través de la narración. Anticatólico pero jamás un secularista apartado de los valores universales permanentes ("Dos excomuniones" y "El alcalde de Paucarcolla"), que se lamenta de la ausencia de moral. Su cuestionamiento del positivismo triunfante ("Lida"), del utilitarismo y del materialismo, en sus lamentos de falta de ética en el Perú republicano. Su visión de la realidad nacional es criolla, desconoce el Perú profundo y desconfía del indio. Fue un idealista objetivo, un platónico de las esencias, un enamorado del ideal que siempre debe oponerse a lo real. Su mirada al pasado cuestiona el presente. Sus tradiciones terminan siendo dinamita para la actualidad.

Por la salud del alma hay que cultivar el silencio de la boca, el silencio de los sentidos y el silencio de la mente. Porque el silencio de la soledad llega sola en la vejez. El silencio admirativo viene por la imagen, es ontogenética; el silencio reflexivo viene por la memoria y es psicológica; pero el silencio representativo viene por el intelecto y es gnoseológico. Por lo demás el silencio de la vida viene inexorable con la muerte. Por eso sé consciente de tu silencio voluntario, que es tu verdadero tesoro. No obstante, en el asunto de una filosofía en Ricardo Palma hay que romper el silencio y elevar la voz a los cuatro vientos.

La poesía es metafísica de la palabra, es ontogénesis del logos, potencia de la imaginación, y voluntad que ve directamente imágenes. Y la imagen es de naturaleza primaria porque está antes de la contemplación y de la representación. La poesía es voluntad sonora del logos. Donde la imaginación predomina y es todopoderosa, la razón y la realidad son inútiles. En Don Ricardo Palma hay profusa y fecunda imaginación. Dobla el tiempo con la ductibilidad de su imaginación. Sin ir más lejos, el efecto placebo testimonia el poder del espíritu sobre la materia. Mirar sin ver, oir sin escuchar, sentir sin sensación, o sea palpar lo inasible por el espíritu, es lo que nos hace humanos. En el arte el hombre hace visible lo invisible. Don Ricardo Palma da animación al pasado con un mensaje de presente.

Entonces, ¿Qué relación guarda el sueño con la razón? Se sueña en imágenes, no en metáforas, ni en conceptos. Sus imagenes son simbolos del alma. La razon sueña en imágenes y forma las aspiraciones mas profundas del alma. ¿Qué tipo de imaginación da lugar a las imágenes del sueño? Una que podemos llamar imaginacion dinámica. En Palma la imaginación dinámica se ensarta con la historia pero con un sentido teleológico para el presente.

Casi siempre las formas de la imaginación dinámica manifiestan la aspiración de la vida espiritual hacia lo elevado. En los sueños se despliegan las alas de la razón hacia la luz. ¿Qué sueña Don Ricardo Palma? Sueña con un presente desinfectado de taras y corruptelas. Su elevado ideal es moral. No son razonamienos sino intuiciones reveladoras. Se puede escribir sobre las edades de la razón y de la inteligencia -los filósofos lo han hecho-, pero no se puede escribir un libro sobre las edades de la imaginación, porque de todas las facultades humanas es la única que no envejece y vive en el ámbito de la eterna juventud. Por eso Palma siempre rejuvenece con cada lectura, pertenece al Parnaso de los inmortales.

Los poetas y los artistas, cuando no ciertos filósofos que no se dejan ahogar de racionalismo y ciertos hombres de ciencia que no se dejan asfixiar de empirismo, poseen dicha imaginación dinámica en grado superlativo. Palma lo tuvo al no dejarse seducir por el positivismo y elevar su mirada hacia la desinfección moral de la república. La misma realidad es una potencia del sueño imaginario. La imaginación nos hace crecer psíquicamente, es una potencia liberadora. En la imaginación la palabra y el concepto se hacen metáfora y la idea no pierde su dinamismo. Palma sueña con un presente desde el pasado virreinal. Imaginaria es la propia existencia humana. Hubo un tiempo en que la filosofía era imaginación y no concepto, fue su cuna prehistórica donde lo real y lo numinoso eran indistinguibles.

Uno de los grandes legados filosóficos de Don Ricardo Palma es que existen dos formas contrapuestas de entender la Tradición: la tradicionista y la tradicionalista. La semiosis tradicionista reconoce el carácter dinámico y, por ende, modificable. En contraste la semiótica tradicionalista destaca el carácter estático e, en consecuencia, intangible del pasado. También ambas están basadas en un concepto distinto del Tiempo que las conduce hacia su contraposición.

El tiempo en la semiótica tradicionista es concebida como una fluencia del pasado hacia el presente en una visión hacia el futuro. En cambio el tiempo en la semiótica tradicionalista concibe el pasado, presente y el futuro de una forma absoluta y por ende separadas. De esta diferente concepción del tiempo se desprende una distinta actitud hacia la Historia: revolucionaria en la tradicionista y conservadora en la tradicionalista.

La semiótica tradicionista ve la historia en permanente interacción con el presente y el futuro. Por el contrario la semiótica tradicionalista concibe la historia como un compartimiento estanco intocable por el presente. Por ello, para la primera la tradición está en un presente-vivo y en diálogo permanente, en cambio para la segunda está en un presente-muerto y cerrado para cualquier cambio.

En el futuro habrá mucho más que decir sobre la filosofía de Don Ricardo Palma pero lo indicado queda señalado como una pica en Flandes sobre la importancia de sus ideas y su arte para la reflexión filosófica.

16 de noviembre 2019

lunes, 11 de noviembre de 2019

EL INTELECTUAL Y EL POLÍTICO


EL INTELECTUAL Y EL POLÍTICO
Gustavo Flores Quelopana
Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía
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Las relaciones entre lo intelectual y lo político son complejas, asimétricas y sujetas a los vaivenes de las era históricas. Hay momentos en que la intervención de los intelectuales en la política son propicias y bienvenidas, mientras que los hay también en que  son infaustas e ingratas. Generalmene por sus elevados ideales son llevados hacia la acción política en busca de la realización de la felicidad comunal y la justicia social.  Pero la  nota común es que en épocas de crisis difundida y de descomposición los intelectuales sienten con gran fuerza la tentación de intervenir activamente en política y da lástima verlos consumirse en el lecho de Procusto. Ante lo cual surge la pregunta: ¿acaso existe alguna brújula que guíe al intelectual en el campo político?

Existe el estudio clásico del maestro español José Ortega y Gasset, Mirabeau o el politico, que echa importantes luces sobre el asunto. Para Ortega, Mirabeau es el arquetipo del político. Arquetipo es ejemplo y por eso no es lo mismo que el ideal intemporal. El político no tiene que ser un dechado de virtudes privadas, su genio es muy diferente al del hombre vulgar. El político es sobre todo el hombre de acción, que carece de vida interior, está siempre volcado a la vida del mundo, tiene el instinto de ver lo importante que ocurre en su circunstancia. Su alma, siempre proyectada hacia el ruido de fuera, hace que exista para el mundo y no para sí. Es astuto y persuasivo. Siempre tiene una idea clara de lo que se debe hacer con una Nación desde el Estado. Incluso la corrupción puede estar al servicio de su elevada visión política. Para el político el fin justifica los medios, para el intelectual no. Por eso al intelectual siempre le va tan mal en política por ser apegado a sus principios. Para Ortega el gran político responde a circunstancias históricas concretas y no a un marco ético inalterable. Por eso, concluye, en todo gran político hay una dosis de fatalidad.

De modo que un intelectual es aquel que se puede interesar en la política en cuano teoría, pero no interviene en la política. Pero cuando lo hace le van tan mal como le fue a Platón con el tirano de Siracusa o a Pablo Macera en el fujimorismo. Ese infortunio se asocia a su falta de sentido práctico, que lo tiene en abundancia el político. Para el político la vida social prima sobre su vida personal, para el intelectual su vida personal prima sobre su vida social. El politico suele tener una vida íntima muy escuálida, en cambio el intelectual da mucho valor a sus principios íntimos. El politico obra por conveniencia, lo moral se supedita a la acción, astucia, pragmatismo y es un gran manipulador de los hombres. En cambio el intelectual es una persona de principios, su acción se supedita a lo moral, y es un gran motivador de la realización personal. Por eso, mientras el político busca afanosamente el trato con los hombres, en cambio el intelectual sufre pavorosamente el trato con la humanidad. Siente que lo social le resta humanidad. Así, el intelectual es un observador y analítico por excelencia. Pero cuando se decide por la acción política o se convierte en un estorbo o simplemente su idealismo sucumbe ante la cruda realidad.

Eduardo Spranger es un filósofo de la personalidad individual y cultural. En su clásica obra Formas de vida, considera al hombre como una estructura espiritual jerarquizada por un valor que puede ser distinto en cada individuo. En su tipologia ideal considera como formas básicas de vida: teorético o intelectual, económico, social, estético, político y religioso. Y como tipos más complejos: jurista, educador y técnico. Cada forma de vida vive un tipo de valor. Lo cual no significa para Spranger derivar hacia algún tipo de relativismo.

Lo más esencial de su obra es lo que llama el movimiento de la vida no por tríadas dialécticas sino por antítesis de valores. Además, subraya que en el carácter humano hay una configuración valorativa permanente, que elude el relativismo y hace posible la moral. La vida humana es básicamente creación de valores. La moralidad personal y colectiva es una estructura eterna. La tipología espiriual es el prolegómeno a la diversidad de concepciones del mundo.

Spranger distingue entre el hombre social, dominado por el sentimiento de simpatía e igualitarismo, y el hombre político, dominado por la voluntad de acción, poder y dominio, y si tiene riqueza espiritual se convierte en auténtico conductor que siembra felicidad. En cambio el intelectual, ya sea filósofo o científico, es frio para actuar y se centra en el dominio de lo instintivo. Cada uno hegemoniza un valor difierente.

De sus importantes consideraciones se deduce que la modernidad es el imperio del hombre económico y político sobre el hombre teorético. Pero además, resulta decisivo reparar que en cada etapa histórica equilibrar la estructura espiritual jerarquizada por un valor mediante la educación. Lo cual no es nada sencillo. No ha area mas ardua que la educación. Y ésta tiende a ser diferente en épocas de sistematización y en épocas de disolución. En una época de disolución la misma educación suele estar inserta en una trayectoria descendente, lo cual dificulta la formación valorativa. Es evidente que las culturas en su fase decadente se sumen en una vorágine de confusión, donde los políticos imponen la voluntad de poder y los intelectuales arrian los principios.

No obstante, en nuestra América los pensadores han intervenido en política desde tiempos precolombinos. En América hay pensamiento desde la Edad Antigua, a lo largo de toda la época precolombina. La diferencia con la inaugurada desde la Conquista y la Colonia es que es de carácter "mitocrático" en vez de "logocrático". Y hubo pensadores políticos –los amautas era asesores del Inca, y los sabios de curacas y reyes- y pensadores puros -astrónomos, arúspices, moralistas, metafísicos-, tal como testimonian las crónicas.

Lo que subsiste desde los jesuitas hasta el día de hoy es que el pensamiento hispanoamericano sigue siendo una filosofía importada.  Si los intelectuales de ahora dejan de ser políticos -a diferencia de los pensadores del siglo XIX- para ser cada vez más profesoral y dependiente de la decadente universidad -caracterísico del siglo XX-. O sea, en América entre los intelectuales los hubo de acción política y los puros. Y ello se repite en la edad precolombina, colonia, independencia y república. La diferencia estriba en la autonomía y originalidad del pensamiento.

La filosofía poco a poco se ha ido indigenizando. No obstante, al ingresar a una época de disolución posmoderna se ha ido fortaleciendo un rutinario y decadente pensamiento mimético e importado. Paralelamente crece la conciencia de un pensamiento propio, sin importaciones europeas ni norteamericanas, que beba de las fuentes palingenésicas de nuestra propia historia. Prada, Martí, Rodó y la generación del 98 fue el primer llamado, y lo siguieron Mariátegui, Haya, Víctor Andrés Belaunde y Salazar Bondy. El desideratum es algo parecido a una filosofía francesa, alemana, inglesa en nuestros lares. A lo Ganivet hace falta un Idearium peruano, otro argentino, chileno y así sucesivamente. Ver lo universal desde lo particular. Y al parecer ello será posible tomando conciencia de que existe un sentido no eurocéntrico de la filosofía. Mientras tanto el político sigue siendo expresión de la voluntad de dominio, casi como lo ve Max Weber como un asceta de la dominación. A ello contribuye también la revolución científico-técnica como obra del prometeico hombre poseso del afán de dominar a la naturaleza y la sociedad.

Pues bien, el intelectual latinoamericano comparte las notas características del intelectual moderno, a saber, individualismo, racionalismo e inmanentismo. Lo cual no significa que no tenga notas irreductibles, las cuales también se dan en las culturas aborígenes. En estas últimas no ha individualismo, racionalismo e inmanentismo, sino comunitarismo, intuicionismo y trascendentalismo. En ellas la inuición del más allá, lo divino y lo infinito está muy presente. Y en ese sentido quienes han fortalecido la política y a los políticos de la modernidad son los sectores asimilados a la mentalidad de occidente. Otra cosa, nada accesoria, es que dicha mentalidad avance a pasos arrolladores con la racionalidad económica, la revolución cibernética y la racionalidad instrumental.

Ahora que las certidumbres de la modernidad se hunden y se pliega pasivamente a las incertezas irracionalistas de la posmodernidad, los intelectuales de la subregión siguen en comparsa a los occidentales desempeñando un rol protagónico en la crisis de la conciencia occidental negando el Ser que funda todo ser. El dilema de nuestro tiempo estriba en reconquistar la razón contra el orgullo racionalista, reconociendo que hay verdades suprarracionales. La Razón y la Fe son las dos alas que hay que devolverle al hombre para que recupere su humanidad. Y por ello recuperar el valor del mito como horizonte ontológico de lo trascendente es vital para recuperar la fe en el seno de la razón. Sin lo cual los intelectuales seguirán siendo furgón de cola del afán de dominio desenfrenado encarnado por el político prometeico de la modernidad.

11 de noviembre 2019