SER Y FICCIÓN
Estudio introductorio
por
Gustavo Flores Quelopana
Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía
Ángel Lavalle Dios en su obra SER Y FICCION nos presenta un planteamiento filosófico original
sobre el ser ficcional y su relación con el ser. Nada menos que una
fundamentación metafísicamente realista y epistémicamente idealista del ente
ficcional. Su creatividad tumbesina y de antigua estirpe tallán demuestra que
siempre fue un mito aquella narrativa que sostiene que no hay filosofía
original en nuestros lares. Y junto al embate contra el prejuicio eurocéntrico
también es un mentís en relación a la supuesta orfandad teórica de las
Provincias frente a Lima. En la bibliografía filosófica peruana es casi
inexistente el estudio ontológico y epistémico del ser ficcional. Por eso la
presente obra cubre un vacío clamoroso, no sólo en vista de la abundancia de
las fake news o noticias falseadas que
enturbian la verdad y dibujan una realidad inexistente, sino porque la ficción
misma tiene una importancia de primer plano en la condición humana. Por lo
visto, el hombre necesita de lo irreal no sólo para adentrarse en lo real sino
incluso para potenciarlo creando nuevas realidades. Así en un primer momento la
ficción queda ligada al ente irreal.
Una teoría de las ficciones se da a la par con una significación propia
de las ficciones. Los romanos la presentaron bajo la forma de su uso en la ley
como la fictio legis. Y la Antigüedad
presentó su empleo para el saber. En cambio, Hans Vaihinger, siguiendo la
lógica de Prantl, destaca que el nominalismo medieval subrayó la distinción
entre ficción, hipótesis, suposiciones y meros actos prácticos. Las ficciones
presentan el carácter negativo de designar el carácter irreal de las
expresiones universales. Y su carácter positivo está dado como medio de
conocimiento. A partir de esto Vaihinger señala en su Filosofía del “como si”, que existe un sentido profundo en las
ficciones racionales y entes de razón.
Con Kuhn y su concepto de “paradigma” se da el mismo enriquecimiento de
la terminología de la hipótesis como supuesto, presunción, conjetura e idea
provisoria. Y la ficción queda como producto de la facultad de la imaginación
poética, mítica, literaria e incluso científica. Lo último ha sido el acicate
de las teorías ficcionalistas contemporáneas.
Ángel Lavalle ahonda en los diversos niveles del ficcionalismo como
estructuras isomórficas de la realidad y el ser, las cuales serán siempre
insuficientes para expresar lo real. Pero este isomorfismo tiene como base la
concepción analógica del ser. Y así cobra mayor sentido el principio de razón
insuficiente. Por ello Lavalle formula su principio de ficción insuficiente del
siguiente modo: “Ser y realidad son
cifrado isomórfico relativo, gradual, acumulable e infinito.”
Es decir presenta un principio de connotación ontológica que se desmarca
de las acusaciones usuales de relativismo,
irracionalismo y subjetivismo. Y es que el principio de ficción
insuficiente es profundamente de índole realista y no nominalista.
Por ello dicho principio de connotación ontológica se ve obligado a
superar el criterio de verdad epistemológica para asumir un criterio de verdad
ontológica. Se trata de un punto de vista que trasciende la modernidad
subjetivista y no antepone el conocer al ser. Aún cuando se ajusta a un esquema
fenomenista se trata de un ficcionalismo de base realista que tiene que ver con
la verdad y no sólo con el marco pragmático del saber.
De este modo estamos ante un ficcionalismo que va más allá del
ficcionalismo epistémico de Vaihinger y el ficcionalismo lingüístico de
Bentham. Bentham hablaba de las entidades ficticias absolutas de primer orden
(materia, forma, cantidad, espacio) y las entidades ficticias absolutas de
segundo orden (cualidad y cambio). Con ello se resaltaba que el lenguaje crea
ficciones. O sea va más allá del reconocimiento epistémico del carácter útil y
consciente de toda ficción. Pero Lavalle no es un nominalista que supone que la
ficción es un mero nombre, ni es un agnóstico como Kant que piensa que el ser
en sí es incognoscible y que el sujeto sólo accede al ser para mí.
Su connotación ontológica de la ficción implica no sólo su falsedad
conceptual o inadecuabilidad con lo real o su agotamiento en ficciones plenas o
semiplenas, sino que la ficción sin ser confundida metodológicamente con la
hipótesis representa un modo auténtico de aprehensión del ser y lo real. En
principio no todo tipo de representación puede ser una ficción.
Pero si el proceso gnoseológico no es sino una aproximación asintótica
hacia lo real el conocer mismo no deja de contener un lado ficcional
irrenunciable. ¿No sería el saber y la ciencia una ficción semiplena? El
concepto de paradigma explicita esta tensión paradójica entre ficción y verdad.
Una de las formas de resolver la misma es concebir el conocimiento no como una
ficción útil, sino como una verdad provisional. ¿Pero acaso ésta no contiene un
lado ficcional? El carácter provisional del conocer no representa una negación
de la ontológica verdad absoluta sino de la gnoseológica verdad relativa
humana.
O sea la ficción no es una simulación permanente de ideas (Kant), un
modus dicendi (Leibniz), una mera figura del pensamiento (Lotze), concepto
teórico, forma conceptual, ilusiones útiles. Sino que la ficción se origina en
la misma inadecuabilidad del ser con el pensar. Pero no se trata de una
inadecuabilidad que da lugar a la negación objetiva del mundo y a un
ficcionalismo sin ontología, que deriva hacia un idealismo y un simbolismo
subjetivista, sino del carácter ontológico de las cuasi-cosas y del
cuasi-concepto.
Esto nos conduce hacia la teoría de los objetos en la diversidad
territorial ontológica. Hay objetos reales (físicos, biológico, psicológicos),
objetos ideales (relaciones matemáticas, valores y esencias), objetos irreales
(entes creados por la imaginación) y objetos existenciales (persona humana).
Cada objeto requiere categorías y métodos propios de cada región ontológica.
Por ello es un error aplicar las categorías de una región ontológica a otra.
Ahora bien, qué clase de objeto es una ficción. La ficción es una
construcción de la imaginación, pero con el potencial de convertirse en un
objeto físico (invención), o ideal (pathos cultural), o irreal (creación
literaria) y existencial (autorrealización de la personalidad). La ficción
tiene un cariz en acto y otro en potencia. En acto se ha afirmado que no es mero
producto de la imaginación, ni simple creación del sujeto porque tiene ser en
sí.
Estas notas son las resaltadas por Husserl en sus obras Ideas
e Investigaciones lógicas y por
Nicolai Hartmann en su Ontología. En
cambio A. Salazar Bondy en su Irrealidad
e Idealidad reduce ambos objetos a un solo grupo que denomina objetos
no-reales. Se subleva contra la existencia platónica del ser ideal y del ser
irreal. Para él no existen independientemente del pensamiento. Ha sido
Sobrevilla, en su Repensando la tradición
nacional, el que hizo notar el sesgo antropológico de la crítica
salazariana, que no toma en cuenta lo estético y se apresura en afirmar la
unidad entre lo ideal y lo irreal. Pues si los entes ideales e irreales no existen sino consisten entonces cómo se explica que lo consistente pase a lo
existente en el caso del objeto estético y cómo explicar la invariabilidad y
generalidad de los entes lógicos, matemáticos y semánticos.
Mauricio Blondel señalaba en su obra cumbre La Acción que mientras el
conocimiento nocional capta la esencia el conocimiento real capta la
existencia. Pero obvió el valor existencial y ontológico de la esencia. La
esencia no sólo consiste sino también existe. La verdad que se funda sólo en el
existir y obvia el consistir no ilumina la totalidad del ser. Y en esta época
dominada por la técnica, las cosas y la ciencia afirmar que la raíz de nuestro
conocimiento no está sólo en nuestra finitud sino en el lazo con la infinitud
del Ser contiene un mensaje liberador. Quien admite sólo los entes inmanentes
se queda en lo finito. Hay que aceptar la inmanencia junto a la trascendencia
porque lo infinito abraza siempre lo finito. La verdad es y será siempre
descubrimiento del ser y la ficción es sumergirse creativamente en el mismo
devenir del ser. Con razón enfatizaba Antonio Millán-Puelles en su Teoría del objeto puro que “sin contar
con la noción de lo irreal no cabe ningún realismo”.
Por ello es importante subrayar que el ser irreal o ficcional en potencia
es proteico y versátil, pudiendo penetrar en las regiones del ser real y del
ser ideal. Esto es lo que sugiere Xavier
Zubiri cuando aborda el problema del arte y la literatura en sus obras Inteligencia sintiente y Hombre: lo real y lo irreal. Y esto es
así porque imaginaria es la propia existencia humana, pero imaginaria –como lo
destaca Bachelard- es la propia movilidad del cosmos.
Habría entonces la ficción de la imaginación material y dinámica del
cosmos y la imaginación inmaterial y creativa de la mente humana. Pero ambos
son comprendidos en la imaginación de la movilidad espiritual del Dios
inmutable. Esta misma imagen es el ser que se hace palabra en la metáfora. Reza
el Evangelio que en el principio o arjé
era el Verbo, el Logos o sea la
Encarnación. Es decir la imaginación es un viaje desde lo infinito divino a la
finita creación. Cada poeta tiene su infinito y su universo pero la ficción de
Dios fue querer que lo inmanente se uniera a lo trascendente.
Y es que en la connotación ontológica del principio de ficción
insuficiente descubrimos la profunda simpatía de la ficción por lo real, por el
ser. Ficción que se agita desde lo infinito del Creador hasta lo finito de
nuestro íntimo ser. Hay un ficcionalismo descendente y un ficcionalismo
ascendente, un viaje hacia abajo –la Creación- y un viaje hacia arriba –la sed
por lo divino-. Pero también hay un ficcionalismo descendente negativo –la
caída, la condenación eterna-. La imaginación de Dios dio lugar al crecimiento
del universo, y la imaginación humana nos hace crecer espiritualmente. ¿Acaso
la realidad no es una potencia del sueño y el sueño una potencia de la
realidad? Así como el mundo viene a imaginarse en las ficciones humanas, del
mismo modo la materia se imagina el mundo en sus circunvoluciones evolutivas.
Por último, hay dos aspectos más que nos sugiere el principio de ficción
insuficiente de Lavalle. El primero es que en la ficción hay mucho de contenido
poético. La ficción es el verso del que está compuesto lo real. Porque las
ficciones no son meras ilusiones, como algunos creen, son experiencias. Bien
decía Bécquer: “¿Qué es poesía? Dices mientras me clavas/en mi pupila tu pupila
azul./¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?/Poesía…eres tú”. Así lo real nos
clava su mirada isomórfica en nuestra existencia desde una realidad que es ficcional
y una ficcionalidad que es real. Lo cual posibilita descubrir la realidad
íntima de los seres y fenómenos de la creación. Porque es desde un ámbito
anterior al logos conceptual donde se da la imagen del logos ficcional. Esa
consonancia entre la inmensidad íntima y la del cosmos es el isomorfismo de la
razón con el ser.
Y es así porque la inmensidad íntima de nuestro ser es una
intensificación del propio Ser. En el hombre hay una sacratísima unión con el fundamento.
El hombre piensa no por necesidad vital –como pensaba Ortega- sino por
necesidad sacral. El racionalismo al reducir el conocimiento a la razón degradó
lo sagrado. Somos como una cámara interior anagógica donde el Ser meditante
está libre en su pensamiento. En esa cámara interior llevamos la marca del
Paraíso, por ahora perdido. La sustancia ficcional del Ser se condice con
nuestra inmensidad íntima que no cesa de soñar. Nostalgia y esperanza son las
bases del corazón humano. De este modo la ficción es absoluta porque no tiene
que confrontarse con la realidad objetiva, incluso domina la representación,
pero no escapa a la realidad del Ser. Los actos de la ficción imaginativa son
tan reales como la percepción, su poesía siempre es contracausal. Por ello lo
ficcional es uno de los ángulos de lo infinito.
La ficción simboliza el despertar del Ser, la resurrección y la vida, el
sueño de tranquilidad y reposo. Y es que imaginar es siempre más grande que
vivir. Así la ficción guarda lo insalvable de la realidad. Por ello la ficción
artística eterniza la fugacidad de lo bello. La ficción en fin es un estado del
alma porque también es un estado del Ser. La ficción es metafísica y
polisimbólica porque antes de estar en el mundo está en la intimidad del Ser.
Por eso la ficción no necesita de lo real le basta el Ser. Pues la ficción y no
la razón es la potencia mayor de la naturaleza y del hombre. La razón está al
servicio de la ficción y de sus posibilidades infinitas.
Y es que en el hombre existe algo más importante que el logos de la
ratio y es el logos del mytho o de la imagen ficcional. Somos la única finitud
de cara a lo infinito. De ahí nuestra inextinguible sed de trascendencia. Porque
su vida no está rodeada de identidad sino de contradicción y alteridad, el
hombre sueña como nadie ha soñado, elabora utopías incomparables y se dirige
sin cesar a un porvenir soñado porque su ser deviene en una ficción
interminable que no es una mentira sino una esperanza que late en su profunda
intimidad de su ser con el Ser. Y esto no tiene que ver con el dios desconocido
del Futuro del que nos habla María Zambrano. Es verdad que el hombre moderno se
queda en la caverna de su propia subjetividad sin advertir el Dios revelado en
la misericordia porque se ha forjado el dios del Futuro, el cual no perdona, es
insaciable y opresivo. Es el infierno terrestre. El infierno y la envidia
surgen de la impotencia de la Nada que no puede acabar con la realidad.
El hombre ha querido vivir en la ficción de la identidad para salvarse
del infierno. Pero la vida humana es ya un infierno. La ficción sin amor nace
de las sombras y lleva a la Nada. Sin duda que en la ficción hay pasión. El
amor Primero es divino y por demoníaco y por ello es incalculable. Pero el amor
Segundo, en su revelación histórica es actitud humana. De potencia divina luego
devino en anhelo humano. Insufla entonces aquella condición ficcional de la
condición humana que se debate entre el ser y el no-ser.
Y el segundo aspecto que nos sugiere Lavalle es que el ficcionalismo
realista se constituye en una sólida base para combatir la ruptura subjetivista
de las filosofías contemporáneas. Estas representan una pérdida de fe en la
realidad, un agnosticismo que degenera en escepticismo. Lo cual expresa el
ocaso nihilista de la cultura occidental en su climatérica fase civilizatoria.
Lo cual es importante subrayar dado que la civilización material amenaza con
aniquilar los auténticos valores humanos. Se trata de un ímpetu demoníaco que
orilla a la humanidad en la demencia. Lo sano es que la personalidad reconozca
un orden objetivo de realidades y valores. Dentro de los cuales está la verdad
de la ficción. La barbarie de hoy sostiene que el fin del hombre no es pensar
ni soñar, sino vivir conformistamente con lo que se le dicta ya sea por el
mercado o el poder político. Humanismo y moral están en crisis. Parte de la
salida y recuperación está en reconocer la capacidad íntima de ficcionar y
utopizar la existencia en una dirección espiritual.
El principio de Ficción Insuficiente nos remite por contraste al
principio de razón suficiente, que según Lovejoy ha sido formulado varias veces
a lo largo de la historia de la
filosofía y la cual afirma que las acciones de Dios no son decisiones
arbitrarias sino consecuencia de su bondad y fundada en razón. Pero fue Leibniz
el que presentó siempre el principio de razón suficiente como un principio
fundamental en que se funda nuestro razonamiento. “Nada acontece sin razón”,
“no todo lo posible existe”, “ningún hecho o enunciado es verdadero sin que
haya una razón suficiente”, “es el ápice de la racionalidad en movimiento”,
“los posibles que llegan a la existencia no lo hacen por necesidad sino por
alguna otra razón”. De modo que para Leibniz el principio tiene el mismo uso
para las cosas contingentes y para las cosas necesarias. Pero Lovejoy y Russel han
señalado que Leibniz no fue preciso al formular su principio. Uno le reprocha
que no esté claro si se refiere a la causa eficiente o a la causa final, y el
otro le reprocha que se refiera al mismo tiempo al mundo actual y al mundo
posible. Lo que sí está claro es que Leibniz quería evitar el monismo
ontológico de Spinoza, para quien el ser es siempre ser absolutamente
necesario. Schopenhauer distinguió dicho principio en cuatro ámbitos, a saber,
del devenir, conocer, ser y obrar. Mantuvo la multivocidad como Leibniz y la
distinción entre el ser real –carácter ontológico- y el ser ideal –carácter
lógico-. El sentido lógico reposa en la verdad del juicio. El carácter
ontológico descansa en la existencia trascendente del ente.
Ahora bien el principio de ficción insuficiente –“La razón es ficción porque siempre es información
parcial de la realidad”- es presentado por Lavalle como complemento del
principio de razón suficiente leibniziano –“Nada acontece sin razón”-. Los
símbolos cognoscitivos son ficciones insuficientes para expresar la realidad y
el ser, porque entre el ser y el pensar se da una relación isomórfica. O sea
entre el ser del sentido y el sentido del ser hay una relación analógica. La
misma que condiciona el principio de ficción insuficiente. Es decir, nada
acontece sin razón, pero la razón lógica es apenas una ficción insuficiente de
la razón ontológica que se trata de expresar. Estas ficciones isomórficas son
de distinto grado. Se trata de un planteamiento que toca las cuestiones
centrales de la metafísica. En última instancia, como señaló Heidegger, atañe
al problema del fundamento.
El ficcionalismo de Lavalle no está exento de observaciones críticas. En
primer lugar, es casi inevitable un fuerte sesgo pragmático y biologista. Pues no
todo conocimiento es ficción. Una cosa es ficcionar y otra es conocer. Conocer
es aspirar a un saber teórico de la situaciones objetivas. En cambio la ficción
es construcción imaginaria de lo real. Pero cuando la esencia del conocimiento
se interpreta como ficción consciente o inconsciente, entonces el conocimiento
sólo crea ficciones para la comprensión y el dominio de situaciones
problemáticas por necesidad biológica y pragmática. En realidad el
ficcionalismo de Lavalle concierne al problema de la esencia del conocimiento.
Pero su postura metafísica no se reduce a un mero idealismo gnoseológico desde
que reconoce la realidad del ser independiente del conocimiento. Para el
ficcionalismo toda construcción del conocimiento es una ficción. Para el
idealismo no hay cosa sin pensamiento, para el realismo la cosa es sin el
pensamiento. Pero cabe un ficcionalismo idealista donde no hay cosa sin ficción
e incluso un ficcionalismo realista donde la cosa es sin la ficción. Esta última
es la postura del ficcionalismo de Lavalle donde el pensamiento es una ficción
sobre la cosa. O sea la verdad metafísica es la cosa sin la ficción, mientras
que gnoseológicamente es la cosa con la ficción, es decir, coexistiendo con el pensamiento.
Y sin embargo, subsiste el problema de llamar ficción a la esencia del conocimiento.
En segundo lugar, ¿Es el conocimiento un “como si”, una ficción? El
idealismo tiene un indudable valor epistemológico, mientras que el realismo
tiene un incuestionable valor ontológico. Las cosas no dependen ontológicamente
del conocimiento, pero sí gnoseológicamente. Más, un ficcionalismo sin
restricciones –ya sea epistémico como Vaihinger o lingüístico como Bentham- puede
desembocar en un idealismo subjetivo y en un antropologismo metafísico. Lo
singular del ficcionalismo de Lavalle es que en teoría del conocimiento es un idealista
y en metafísica es un realista. Ello puede reflejar el carácter sincrético de
la cultura peruana. Pero con ello escapa a la acentuación exclusiva del sujeto propio
del idealismo, o del objeto, propia del realismo. Y al hacerlo es difícil
encasillarlo en las posiciones tradicionales que abordan la cuestión de la
posibilidad del conocimiento, como son el dogmatismo, el escepticismo, o las
intermedias, criticismo, relativismo y pragmatismo.
Finalmente, el espinoso problema de la verdad. Para Lavalle la verdad
radical sería la coexistencia de la ficción con la cosa. Lo cual va más allá
del idealismo moderno con su clásica definición lógica de la verdad. Para el
ficcionalismo de Lavalle la verdad no radica exclusivamente ni en la inmanencia
ni en la transcendencia, sino en ambas. Y puede ser descubierta por la ficción.
Pero al tratarse de una ficción insuficiente no se cae en el relativismo debido
a que metafísicamente no niega la verdad absoluta.
En Lavalle el ficcionalismo no es una actitud, es una filosofía. En la
cual Dios no queda reducido a una mera ficción, como el nominalismo lo reduce a
un mero nombre. Dios metafísicamente es, aunque gnoseológicamente sea una
ficción. Y ello es de alcance profundo. Porque indica que la fe así como está
más allá de la razón también lo está respecto a la ficción.