CHACON Y LA FILOSOFIA
ANDINA
Gustavo
Flores Quelopana
Past-President
de la Sociedad Peruana de Filosofia
LO DIRÉ CON TODA CLARIDAD.
Hugo Chacón –quien acaba de publicar un libro sobre la filosofia andina- es no
solo un inspirado y fino novelista, profundo peruanista, y un detectivesco y
perspicaz arguediano sino un agudo pensador, elegante ensayista y que insiste
en la idea medular de índole antieurocéntrica, a saber, que la filosofía no es
patrimonio de Occidente ni de determinadas culturas o civilizaciones, sino que
pertenece a la condición existencial del hombre. Y, por ende, la civilización
andina tuvo un modo peculiar de hacer filosofía. Ese modo sui generis de
filosofar se dio a través del mito. Y esto lo afirma en este trabajo
preparatorio que abre el camino a su venidero libro sobre la filosofía del
“Yawar Mayu”.
Efectivamente, Chacón con
esta tesis se deslinda de las corrientes eurocéntricas de la filosofía andina,
pero hace lo mismo con ciertas corrientes de la filosofia autoctonista. Por un lado,
no es un cosmovisional como Estermann, Rivara, Sobrevilla, Mejia y Depaz. Por
otro lado, no es un ecologista del Allin Kausay como Maria Flores, ni un
etnofilósofo de lo intercultural como Víctor Mazzi, ni un mero nativista como
Víctor Díaz Guzmán. Sino que es un filósofo de lo mitocrático –recoge mi postura-
pero que se encamina hacia una filosofía propia del “Yawar Mayu”.
Sobre su mitocratismo asume
la teoría del mito como logos filosófico, rechaza lo cosmovisional como
principio explicativo de la filosofía andina y considera lo mitocrático como la
categoría idóena para entender la filosofía andina. Así escribe: “En los años recientes la
producción teórica del filósofo Gustavo
Flores Quelopana se constituye en la más firme intercesora de la filosofía
nuestra. De él proviene un sólido cuerpo de pensamiento que ha logrado
desentrañar sus elementos formativos. Ha concluido señalando que en la base de
su filosofía se encuentra el pensamiento mítico. Acuña para ello una categoría
nueva: filosofía mitocrática,
fundada en el logos del mito en oposición a la filosofía logocrática, de origen
griego, fundada en el logos de la ratio.”
Y para remarcar aun más su
convicción expresa: “Precisa
las razones que explican la renuencia de los pensadores nacionales para
acompañarlo en su posición: el eurocentrismo vergonzante y la definición
monocultural de los académicos, que conduce a negar la denominación de
filosofía a todo aquello que no posea orígenes griegos. A partir de aquella
idea, en apariencia inocua, Flores Quelopana elabora un conjunto de
proposiciones que echa por tierra las limitaciones de la cosmovisión para
interpretar el alto pensamiento andino y se adentra en el territorio de la
filosofía como sustento de su civilización. Gustavo Flores instala de pie lo
que estaba de cabeza, realiza un giro copernicano al determinar que el
pensamiento mítico sustenta la filosofía andina y explicar su naturaleza
divergente de la racional y analítica filosofía occidental.”
La reivindicación que hace
Chacón de la capacidad especulativa filosófica, como algo propio de la
inteligencia humana, va contra la soberbia etnocéntrica de Occidente que niega
que la filosofía sea patrimonio universal de la humanidad. Incluso la Iglesia
en su encíclica “Fides et Ratio” (1998) de Juan Pablo II defiende este punto de
vista no eurocéntrico. La búsqueda de la verdad última, en ese sentido, se ha
dado tanto en Occidente, Oriente y en las civilizaciones precolombinas.
Claro que no se presentó de
la misma forma. Y esto es así no sólo porque el asombro es un fenómeno
fundamentalmente humano y no exclusivamente europeo, sino porque la razón está
presente también en el mito. Para el hombre ancestral el mito fue el medio para
elevarse hacia la contemplación de la verdad. El mito, como afirma el filósofo
Alberto Wagner de Reyna, es el horizonte en que se manifiesta lo sagrado,
expresa una verdad mediante una imagen y adviene como Revelación absoluta. En
una palabra, el mito es revelación natural en que se da lo divino.
Era inevitable, entonces, que
Chacón viera el término diltheyano “cosmovisión” como algo manido para explicar
la racionalidad andina. No lo niega, pero rechaza su absolutización por
entorpecer la capacidad filosófica de la civilización andina. Y en esto se
distancia enormemente de Josef Estermann. En el Perú destacan desde la postura
eurocéntrica tres filósofos que ranciamente niegan la filosofía para la
civilización andina: la positivista Rivara de Tuesta (1929-2014), el analítico
David Sobrevilla (1938-2014) y el hermeneuta Zenón Depaz. Esto los conduce
acríticamente a la defensa de un magisterio eurocéntrico adocenado, anatópico y
totalmente errado. En cambio, Chacón se encamina hacia la teoría del mito como
logos filosófico para descorrer el velo del eurocentrismo. Eurocentrismo que ha demostrado su incapacidad para
entender la racionalidad analógica del mito.
Conocí a Hugo Chacón en el
2016, en momentos en que buscaba afanosamente encontrar una solución al
capítulo de su libro “Nación andina”, que se ocupa de la filosofía. Ya había
leído ávidamente sobre el tema a autores nacionales y extranjeros. Ni la
filosofía de la liberación de Enrique Dussel, ni la filosofía inculturada de
Juan Carlos Scannone, ni la filosofía del estar siendo de Rodolfo Kusch lo
satisfacían por eurocéntricas o gaseosas. El mismo talante anatópico se halla
en José Carlos Mariátegui y en Augusto Salazar Bondy. No encontrando respuesta
satisfactoria en ninguno. Lo guiaba su acendrada intuición de que la filosofía
andina no es un problema sino parte de la solución. Hasta que se topó con mis
aportes. Tildó a mi filosofía mitocrática de “giro copernicano” y piedra de
toque para rescatar nuestra racionalidad. Cosa que agradezco sinceramente.
No obstante, lo que más me
regocija es que nunca consideré haber encontrado en él a un discípulo, sino a
un auténtico pensador. Y como tal sabe emprender de continuo su propio camino.
Naturalmente, no es necesario estar de acuerdo con todas sus
conclusiones para valorar su esfuerzo. En un país jerárquico y
paternalista, mediocre, servil y maniobrero, que desde la Conquista y la
marmita colonial tiene una menguada elite intelectual, se afana en la obsesión
palaciega, tan poco acostumbrada a innovar y en donde el emprendorismo se
engolfa en la pedestre repetición con fines materiales, él buscaba
empeñosamente un nuevo enfoque que diera solución a viejos prejuicios
arraigados sobre la civilización andina. Y lo encontró en la filosofía
mitocrática. Ahora ya he marchado más hondamente en dicho planteamiento, y se
encamina hacia propia filosofía del “Yawar Mayu”.
Es el inicio de este proceso
el que exhibe en las presentes páginas. Una vez posesionado del aparato
conceptual necesario prosigue su marcha con soberana independencia. Ello es lo
que sobresale en sus consideraciones sobre Hombre, naturaleza y Dios, el
Kamaquen y Kallpa; vuelve a las consideraciones de Mircea Eliade sobre el
tiempo cíclico y se pregunta si el retorno es sólo cíclico, expresa su idea de
divinidad como flujo ordenador o Yawar Mayu, pone énfasis en la ética y moral
de la reciprocidad y concluye discutiendo la relación entre dialéctica y
dualidad.
Todo ello me ha llevado a
preguntarme si acaso Chacón no es un alma barroca en lo medular. Martín Adán
pensó que lo
barroco caracteriza lo esencial del espíritu peruano. Y pienso
que Chacón sí lo es. Porque lo barroco no es un simple abigarramiento, voluta y
capricho, debido a que detrás de ello hay un estremecimiento, una emoción,
donde todo es movimiento, todo flota y discurre en el Yawar Mayu. Pienso que su
pasión barroca condiciona su pensamiento. La pasión barroca de su espíritu
traduce bien el alma andina. Umberto Eco (Historia
de la belleza, 2004) llama a lo barroco cultura de la ambigüedad. Y en lo
esencial acierta porque en lenguaje hegeliano lo ambiguo es un estar entre el
ser y la nada. Eso nos transporta hacia el lado oscuro y trágico del destino
humano. O como diría Ortega, sumido en un perpetuo hacerse y siempre
incompleto.
Este es el punto que me
resulta difícil de asimilar en su propuesta. Pienso, más bien, que las culturas
míticas tienen una pasión acérrima por lo inconmovible y permanente. Son más
parmenídea que heracliteana. Pero no se trata de un arjé, un principio impersonal, o una energía (Kamaquen), sino algo
personal y providencial. A pesar que la mentalidad agrocéntrica las mantiene
atentas a un tiempo cíclico, sin embargo, su cosmocentrismo se atiene a lo
inmutable y permanente providencial. Es la vieja lucha entre el ser y el
aparecer, lo nouménico y lo fenoménico pero llevado al plano de la acción. En ese
sentido considero que el mundo andino pensó la Vida (Camac) como lo permanente
en el fondo del ser. La muerte es un retornar al fondo del ser, que no es la
Nada, es una relación con un Infinito que no se agota en el aparecer. El
aparecer es apenas un embrujo. O sea lo divino no es un abismo sin fondo de
puro movimiento. Es, más bien, el reposo de todo cambio pero también su motor.
Es más, atisbo que la mentalidad andina precolombina –como en Platón y Plotino-
pensó en una capa más profunda que recubre la capa ontológica del ser. Y esta
capa es lo ético, la buena acción.
Hay un más allá del ser, una
trascendencia. De ahí que lo divino sea siempre identificado como lo
Providente. No en vano ilustra Blas Valera que en el muy benigno y religioso
imperio incaico los sumos sacerdotes le rezaban preces para el Inca o curacas.
Por todos los andes andaban una gran cantidad de penitentes. Y como lo ético es
más importante que lo ontológico, resultaba que hacer el Bien, la buena praxis,
el buen vivir, la responsabilidad con el prójimo, devenía en lo más importante
en la vida presente como lo es en el universo.
Por ello era tan importante
el obrar bien, antes que conocer el ser, en el mundo precolombino. En ese
sentido la trascendencia precolombina es más ética que ontológica. Antes que el
arjé está la praxis. Lo cual tiene
grandes repercusiones, porque significa que el ser no determina el sentido sino
que el sentido determina el ser. Y es así porque por encima del ser está lo
divino, o sea la acción providencial del Bien Absoluto. No en vano en el
imperio incaico se tuvo un acento ético tan gravitante. Es como si el mundo
andino antes que pensar el ser absoluto o la nada absoluta pensara en el Bien
absoluto. De ahí que el Kamaquen como
energía vital atea, como propone Federico García y Carlos Milla, no es
convincente.
¿Pero acaso esa divinidad
activa no es el Yawar Mayu de Chacón? Es posible, pero el Infinito o lo divino
es antes de la aparición del Yawar Mayu. En este sentido la filosofía del Yawar
Mayu no daría cuenta de lo más importante, a saber, la acción fundante de lo
divino. Otro problema, no menos importante, es que el mundo andino en el
proceso de aculturación asimila tópicos occidentales que morigeran el Bien
absoluto por el Ser absoluto como epicentro del pensar. Heidegger había
afirmado que la historia de la filosofía –occidental- es la destrucción de la
trascendencia por la ontología, porque al pensar a Dios como fundamento lo
degrada a ente. Pero si Dios está más allá del ser –como lo pensaron los andinos-
entonces hay otra racionalidad: la de la trascendencia.
Todo lo cual significa que
más importante que imaginar a Dios como
causa del mundo
es verlo como
causa del Bien. Dios antes que
trascendencia ontológica es trascendencia ética. Y pienso que esa idea fue
clave para edificar un imperio como el incaico, basado en la concepción del
Estado-justicia, y basar las relaciones humanas en la reciprocidad. Porque la
reciprocidad es la secularización de la religión, una terrenalización de lo
divino sin negar su trascendencia –muy distinto a la trascendencia de Husserl
que es pura inmanencia-.
Pienso que si la filosofía
del Yawar Mayu de Chacón se dirige
hacia un territorio donde lo ético es más importante que lo ontológico, estaría
calando en lo más profundo del alma andina. Es allí donde el Allin Kawsay (Vivir Bien) tendría
realmente sentido. Otro problema es si ese Vivir Bien es posible en medio de la
presente civilización decadente y tóxica que corroe las entrañas de todo lo que
toca. Al respecto soy escéptico. No porque no crea en los elevados principios
del Allin Kawsay sino porque en la
historia universal ninguna nueva cultura ha florecido sin que antes haya
conocido su final la civilización imperante.
No obstante las críticas vertidas
considero que el texto es sumamente substancial y altamente recomendable para
el debate de las ideas y el destino del país, tan desprovisto ahora de
formulaciones totalizadoras y coherentes; esta vez desde la opción andina.
Enero 2020