SEMBLANZAS FILOSÓFICAS
Gustavo
Flores Quelopana
JUAN BAUTISTA FERRO (1920-1993). Fue mi
profesor de Lógica en San Marcos. Sus clases eran densas, casi toda la atención
se la llevaba su anciana figura. Aunque escribió muy poco -casi ágrafo- gozaba
de una aureola de genialidad por haber reducido a siete los nueve pasos de la
decidibilidad lógica de primer orden limitada al uso de las funciones monádicas
de Quine. Y por el cual obtuvo la distinción del Premio Nacional de Fomento a
la Cultura "Alejandro Deústua" en 1968. Fumaba como chimenea y era un
gran conversador. Su inconfundible silueta en el patio de letras dialogando con
los doctores Juan Abugattas y Sixto García -también mis ilustres maestros- ha
dejado una huella indeleble en mi pupila. Muchas veces su tema favorito era
hablar de la Segunda Guerra Mundial y el nazismo. Cierta vez cuando era
estudiante en el año 1979, justo cuando él fue presidente de la Sociedad
Peruana de Filosofía, nos cruzamos en una esquina de San Isidro y allí me
retuvo casi dos horas hablando sobre los temas más disímiles. De los cuales
retengo su firme convicción, sostenida con su voz pastosa y el infaltable
cigarrillo, que hablar de la "utilidad" de la filosofía era el más
grande sinsentido absoluto. Con ello comprendí que mientras la ciencia es un
cultivo utilitario, la filosofía es un cultivo no utilitario, pero responde a
las necesidades más profundas de la condición humana. Ese era su mensaje final
en medio de una universidad arruinada por el positivismo y el avasallamiento
ideológico. Nuestros caminos no se volvieron a cruzar hasta que fue noticia
sanmarquina su fallecimiento en 1993.
AUGUSTO SALAZAR BONDY (1925-1974). Gran pensador peruano. Fino no sólo en la historia de las ideas, sino que creativo en el pensamiento de la filosofía de la dominación. A mi modo de ver, su limitación cardinal estribó en no romper con la definición eurocéntrica de la filosofía. La tarea quedaba pendiente en un discipulado que se preocupó más en cautelar la letra que el espíritu creativo del maestro. Al momento de morir ASB era un socialista humanista, partidario de una filosofía de la liberación adecuada para el Tercer Mundo y que se diferenciara de los centros de poder mundial. Su centrismo político -ni capitalismo ni comunismo- cayó en el olvido tras el fracaso de la revolución velasquista. Hasta ahora se discute si en su última obra "Bartolomé o de la dominación" se refleja alguna forma de desencanto por la vía reformista y si preconiza alguna de forma de violencia revolucionaria a lo guevarista.
ANÍBAL ISMODES CAIRO (1920-2005). Una
excelente persona y un gran maestro. Lo conocí personalmente en el cenáculo del
Dr. Antonio Belaunde Moreyra -también miembro de la Sociedad Peruana de
Filosofía-. Tuve el honor que el Dr. Ismodes prologara mi libro
"Racionalidad y metafísica de la postmodernidad" y que me invitara a
su imponente biblioteca en su hogar, donde su señora nos agasajaba con pasteles
y café.
WALTER PEÑALOZA RAMELLA (1920-2020). Gran
maestro. No lo conocí personalmente pero mi maestro el Dr. Sixto García -como
su destacado discípulo kantiano- me hizo conocer sus obras, las cuales leí con
provecho y fruición. Peñaloza, Nelly Festini, Sixto García conforman la lista
de la brillante prosapia de la cátedra kantiana que se impartió en San Marcos.
ANÍBAL QUIJANO (1928-2018). Cuando en el 2012
impartía unas conferencias sobre Filosofía Mitocrática en la Universidad
mexicana de Toluca me preguntaron por su teoría de la neocolonialidad. Pero mi
conocimiento sobre su obra era muy pobre entonces. No fue sino hasta el año
2018 que me pude hacer una idea cabal de su pensamiento a través del libro de
mi amigo y joven filósofo Segundo Montoya Huamaní. Lo conocí en persona
tardíamente, ya cuando era una figura legendaria, en el Instituto CCoriwasi a través
del rector de la Universidad Ricardo Palma Iván Rodríguez y del connotado poeta
Manuel Pantigoso. Siempre recordaré cuando me miró con profundidad y luego me
dijo: "Nuestras obras están unidas en la lucha por desenmascarar el
eurocentrismo". Lo cual me sorprendió, pero al parecer estaba informado
sobre algunos de mis libros. Para Quijano la cultura de la dominación (aporte
de Salazar Bondy) debe ser roto con un nacionalismo antimperialista (aporte de
Haya) y un socialismo humanista (aporte de Miroquesada). Su aserto que la
colonialidad del poder empieza con la dominación epistémica y mental de los
dominados es cierta, aunque siempre me pareció incompleta y que había que darle
mayor profundidad filosófica. En este sentido, advertí que el problema del poder
no es la colonialidad sino el poder mismo en la modernidad secularizada. El
problema del poder no sólo es epistémico y político sino ontológico. Ha salido
del control humano, para convertirse en una fuerza alienante, en una modernidad
dominada por la racionalidad científico-técnica y la voluntad de poder.
GUSTAVO SACO MIRO QUESADA (1915.2009). Lo
conocí en sus últimos años en una de las sesiones de la Sociedad Peruana de
Filosofía que nos reunía en el Instituto Porras de Miraflores. Saco refutaba la
ponencia de Antonio Belaunde sobre el tema peruanista de "Perú, persona,
sombra y alma" como no filosófica. Entonces tomé la palabra para decir que
el tema de los pueblos fue tematizado tanto por Hegel como por Heidegger. Me
miró el venerable anciano con curiosidad e hizo con sus labios un mohín de
complacencia. Luego leí su libro sobre la Violencia y agresión.
JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO (1885-1944). Las
páginas de su obra dedicada al pensamiento del Inca Garcilaso nunca dejarán de
asombrarme. Fue Riva Agüero una de las mejoras plumas ensayísticas de todos los
tiempos en el Perú y América Latina. Su frase conceptuosa siempre cargada de
diamantina luz y elegancia serán un ejemplo sempiterno de la mejor forma de
escribir con elegancia, personalidad y profundidad. Gracias, eternas Don José.
CIRO ALEGRÍA VARONA. Nos conocimos justo
cuando publicaba mi primer libro sobre el tema de la filosofía andina,
"Eurocentrismo y filosofía prehispánica". Se mostró tan interesado
que no sólo me lo adquirió, sino que expresó: "Ud. está dando en el meollo
del debate". Fue la única vez que conversamos.
LUIS FELIPE ALARCO (1913-2005). No lo conocí
personalmente salvo por sus luminosos libros. Pero amigos que fueron sus
alumnos me contaban que daba sus clases con gran emoción y vibrante voz. Era un
ontólogo convicto y confeso.
MARIANO IBERICO. Al ilustre filósofo
espiritualista Mariano Iberico, a quien mi padre Luis Flores Caballero,
incorporó con medalla de Oro a la Unión Latinoamericana de Escritores y
Artistas (ULEA), lo leí tardíamente, pero con provecho. Fue un insigne filósofo
espiritualista. San Marcos tiene una deuda intelectual inmensa al no publicar
sus obras completas. Era un profesor muy elegante y con un verbo inspirado.
Gran conocedor de Plotino y los griegos. Sus obras son originales. Pero en su
tiempo su pensamiento fue opacado injustamente por el auge de la filosofía
analítica y el marxismo. Y sobre la figura del connotado epistemólogo
Francisco Miroquesada Cantuarias, testimonio que me incorporó a la Sociedad
Peruana de Filosofía tras invitarme a disertar en el año 2001.
DAVID SOBREVILLA. Tuve una relación
pintoresca -por decir lo menos- con David Sobrevilla. Yo solía enviarle mis libros a su domicilio y
él me devolvía la cortesía con largas e interesantes conversaciones
telefónicas, en las que siempre trataba de hacer resaltar su sapiencia. En un comienzo leí con entusiasmo sus libros, pero luego llegaron a cansarme. Siempre era lo mismo. Para él siempre se trataba de estar al día sobre el último libro, la última novedad sobre el tema, citar y citar. Tenía el enorme defecto de la citomanía. Lo cual me pareció de una frivolidad insufrible e inaudita. Creo que por ello no dio a luz ninguna idea profunda ni original. Tampoco me gustó su proclividad por señalar de mala forma el defecto en las obras que examinaba. Eso no lo vi nunca en Gomperz, Bréhier, Abbagnano, Russo u otros grandes historiadores de la filosofía. Siempre sospeché que había un enorme e innecesario resentimiento en su pluma. Nuestra discrepancia central giraba en torno a cómo entender la filosofía. Sobrevilla era un canónico de la concepción eurocéntrica. Lo más lejos que pudo llegar en el asunto fue con su afirmación de las "filosofías heterogéneas", concebida como trasplante a una cultura sin tradición filosófica previa. Era un antimítico firme y convicto. Siempre me causó hilaridad cuando reconoce a Jaspers como el filósofo que admite filosofía en el mito, pero que él prefería compartir la postura de Descartes, Ortega y Husserl. Nunca olvidaré el entusiasmo que le causó mi libro "El
imperio posmoderno del hombre anético", muy elogiado por él. Como tampoco
borraré de mi memoria la devolución de mi autobiografía "Más acá de los
anhelos", con carta incluida -en la que ridículamente me prohibía asistir a sus conferencias-, por considerarla desconsiderada con su
persona. Desde entonces se cortó tristemente la relación hasta su
fallecimiento. Eso me recuerda la respuesta tardía que le dirige Walter Peñaloza a Sobrevilla en la revista Epistemología (año I, n°1, Julio 1997), que en buena cuenta dice: Sobrevilla no es un crítico serio, va a la diatriba, lee sin entender, traduce defectuosamente, es chapucero, con gusto obsceno por glosar y hacer gala de referencias bibliográficas. Es presuntuoso, sabihondo, apresurado y distorsionador. Mi opinión sobre su valiosa, y a veces ofensiva obra historiográfica no ha variado: fue un
importante historiador hipercrítico de la filosofía, más no un pensador.
FRANCISCO MIRO QUESADA CANTUARIAS. Guardo un
grato recuerdo de su persona. Hombre justo que respetaba las opiniones
discrepantes. Cuando me invitó a disertar en la Sociedad Peruana de Filosofía y
al final pedir la votación de incorporación, fue el primero en alzar la mano a
favor. Cosa que a María Luisa Rivara de Tuesta y a Mario Mejía Huamán les
sorprendió. Sus críticas positivistas en el debate, por hablar en nombre propio
y mencionar a Dios, no habían dado en el blanco y tuvieron el efecto contrario.
Lo simpático de la votación final es que fue por unanimidad. Ante lo cual
Antonio Belaunde exclamó: "Incorporación suma cum lauden".
MARÍA LUISA RIVARA DE TUESTA. No recuerdo exactamente dónde la conocí, Si fue en San Marcos, en el cenáculo sanborjino o en la Sociedad Peruana de Filosofía. Lo que sí evoca mi memoria nítidamente son nuestras frecuentes reuniones en la biblioteca de su casa donde me enseñaba todo lo producido a lo largo de su trayectoria en la cátedra. Ahí fue cuando le di la idea de publicar sus obras completas, lo cual al comienzo le sorprendió. Nunca lo había pensado. Pero al cabo de un tiempo la idea le fue gustando hasta que realizó una publicación en tres tomos. No asistí a la presentación de sus libros en la Casona de San Marcos, pero los colegas me contaron que mencionó mi nombre en el agradecimiento por sus libros. Grande fue mi sorpresa cuando al recibirlos como obsequio no me mencionaba en la parte de los agradecimientos, en cambio sí aparecían el de otros. No me lo explicaba, ni le pregunté. En el cenáculo sanborjino se había desarrollado entre nosotros una gran amistad y de su parte mostraba una gran consideración hacia mi persona. Lo cual hacía más inexplicable su actitud. Incluso siempre me decía que recomendaría mi persona para que presente una ponencia en la Sociedad Peruana de Filosofía. Pero yo nunca le tomé la palabra. Había algo en ella que no me sabía sincera y que no me daba confianza. Quiso Dios que fuera el mismo Francisco Miroquesada quien me hiciera la invitación -cosa que ya lo he contado en otra parte y que acá no insistiré- y que produjera mi incorporación a la Sociedad. En otra ocasión, cuando a pedido suyo le presenté puntualmente mi trabajo sobre Antenor Orrego, se mostró muy agradecida. Siempre le obsequiaba mis libros y muy elogiosamente los ponderaba en el cenáculo. Incluso decía admirar mis ensayos sobre filosofía andina. Pero cuando ella publicó un breve ensayo sobre el tema de la filosofía andina, con el sello del BCR, ni me mencionó, sólo aparecí en la bibliografía. Se mostraba nuevamente inconsecuente, con hipocresía y con un peligroso doble cariz. Cuando llegó la hora de que el libro sobre los "Intelectuales peruanos en la primera mitad del siglo veinte" -donde tendría que publicarse mi escrito sobre Orrego- estaba a mis manos, tampoco apareció mi ensayo, sino el de otra persona en lugar mío. Muchos amigos -especialmente el Dr. Belaunde- se sorprendieron por ello y me preguntaban buscando una explicación. Esta vez sí le hablé y su respuesta final -tras muchas excusas- fue que mi ensayo no aparecía porque simplemente no enseñaba en la universidad. Ese fue el final de nuestra amistad. Ella valoraba más las formas que el fondo, los convencionalismos sociales que la creatividad. Como dama que era, siempre la saludé con respeto, pero la amistad ya no existía. Pero el destino muchas veces es justo y resarce los actos innobles. Recuerdo la anécdota siguiente. En la Universidad Católica se celebraba un Congreso Mundial sobre Tolerancia y me interesaba una ponencia sobre Orrego que lo daría mi amigo Zenón Depaz. Por entonces yo ya había publicado dos libros sobre el pensador chotano. Grande fue mi sorpresa cuando vi que quien dirigía la mesa era Rivara de Tuesta. Pero mayor todavía fue mi asombro cuando el mismo Zenón al empezar a disertar dijo en público -con mucha honestidad- que quien debiera estar sentado en su lugar sería yo y no él. La vergüenza se dibujó en toda su magnitud en el rostro de María Luisa Rivara de Tuesta. En sus movimientos corporales se notaba que quería desaparecer de la escena y no podía. No fue mi intención ser motivo de su incomodidad, pero su conciencia la acusó esta vez inmisericordemente. Mi recuerdo de su persona, obviamente, va más allá de sus defectos personales. Siempre se mostró como una esforzada pero mediana historiadora de la filosofía, nunca como una pensadora. De ahí que se sintiera incómoda ante los jóvenes pensadores y con independencia de criterio. Su carga intelectual positivista era muy fuerte, aun cuando confesó una vez haber tenido experiencias extrasensoriales. Sus escritos son eruditos, pesados, sin brillo ni vuelo. Decía adscribirse a la filosofía de la liberación, pero nunca pudo liberarse del cultivo de la historia de las ideas. El influjo que ejerció sobre aquellos que la admiraban fue nefasto: nunca pudieron pensar con cabeza propia y desarrollar una obra importante. Se volvieron en simples repetidores de pensamientos ajenos.
VÍCTOR ANDRÉS BELAUNDE (1883-1966). Su mente
era muy original y de una memoria prodigiosa. Existen numerosas anécdotas al
respecto. Hombre generoso y genial. Tenía una gran capacidad para crear
neologismos. Su alma era peruanista y a la vez universal. Sus obras siempre
serán leídas con provecho y serán fuentes permanentes de inspiración.
ARSENIO GUZMÁN JORQUERA. Lo conocí
personalmente en San Marcos. No sólo era una gran persona sino un fino
razonador. Lástima que escribió muy poco.
CARLOS ALVARADO DE PIÉROLA. Gran amigo y
esmerado maestro. Sus obras, escritas con lucidez y estilo, siempre serán de
consulta indispensable. Todavía recuerdo cuando en la sesión de relanzamiento
de la Sociedad Peruana de Filosofía en San Marcos apoyó mi candidatura a la
Presidencia. Aun sin este noble gesto merece mi sempiterno reconocimiento.
ANTENOR ORREGO (1892-1960). Crecí escuchando su
nombre constantemente de labios de mi padre, quien se reclamaba su discípulo. Por
algo se convirtió en el filósofo de la integración latinoamericana. En mis años
universitarios y postuniversitarios con pasión lo leí por mi cuenta en sus
obras principales -Monólogo eterno, Pueblo Continente y Hacia un Humanismo
americano-. Quedé deslumbrado por su fina pluma y penetrante reflexión. Años
más tarde, cuando ya era miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía, la
doctora Rivara de Tuesta leía una lista ante los socios para que se animasen a escribir
un breve ensayo sobre intelectuales peruanos de la primera mitad del siglo
veinte. Anunciaba, además, que las contribuciones serían publicadas en un
libro. Para mi sorpresa nadie se inscribía, hasta que oí el nombre de Orrego y
como un rayo alcé la mano para comprometerme a escribir algo sobre Orrego.
Rivara me proporcionó las Obras completas, que se las devolví en un mes con el
ensayo escrito, y que me incentivó a adquirirlas para mi propio estudio. Lo que
sigue es parte de otra historia que ya lo he contado y no viene a cuento
repertirlo. Lo interesante es que salieron de mi pluma dos obras dedicadas a
Orrego -Ontologismo americanista de Orrego y Teodicea, metafísica e historia en
Orrego, que fueron muy ponderadas por Germán Peralta Rivera en su libro Antenor
Orrego y la Bohemia de Trujillo-. Personalmente Orrego sigue siendo fuente de
inspiración en la escritura y en el pensar.
JUAN ABUGGATTÁS. Gran maestro sanmarquino, de
gran capacidad dialéctica, voraz lector y lúcida oratoria. En su curso de
Filosofía Medieval me animó a continuar con mis reflexiones metafísicas.
Posteriormente tuvo la gentileza de prologarme mi libro Kant y la revolución
burguesa. Este Prólogo, como me contó, le provocó las recriminaciones de
Sobrevilla, las cuales rechazó con firmeza. Toda la discrepancia giraba en
torno a que debía haberme limitado a sus reflexiones sobre la filosofía de la
historia, en vez de tomar la Crítica de la razón pura. Lo cual, evidentemente,
era no ver más allá de la letra kantiana. En vez de ello, yo me inspiré en el
espíritu del criticismo.
SIXTO GARCÍA. Fue quien me introdujo en los
secretos de la filosofía kantiana. En realidad, sus clases era opacas, a pesar
de sus inmensos conocimientos sobre el filósofo de Koenigsberg. Fue en la amistad
donde aproveché mejor sus conocimientos. Como era un maestro muy generoso me
facilitó muchas obras inasequibles de famosos kantianos, que leí con ardor.
Cuando le presenté mi tercera obra sobre Kant -En torno al sentido del ser en
Kant- se negó a prologarlo argumentando que mi punto de vista no era epistémico
sino ontológico. Tenía razón, en mi libro reprochaba a Kant el limitar la comprensión
del ser al pensar. Mi postura realista no la podía compartir. A pesar de ello
nuestra prosiguió.
JOSÉ RUSSO DELGADO. Sus clases sanmarquinas
eran intensa y todos conteníamos el aliento ante su palabra y sus ojos fieros.
Detestaba verse rodeado de discípulos. No gustaba ni siquiera la cháchara con
sus colegas. Lo conocí y fue mi maestro ya en sus últimos años. No hay duda de
que fue el helenista más grande del Perú y América Latina. No era un ágrafo. Amaba escribir más que publicar. Así que dejó muchos manuscritos que van siendo publicados. Era un gran erudito. Lo testimonian sus
densos y provechosos volúmenes sobre los presocráticos. Cierta vez dijo en
clase: “Quien me presente el mejor ensayo sobre Kant me representará en la
celebración del sesquicentenario de la Crítica de la Razón Pura. Previa
consulta con el Dr. Sixto García me devoré la obra de Heidegger “Kant y el
problema de la metafísica”. Esa lectura me sacudió y fue como un fogonazo de
luz que me inspiró muchas ideas. Encerrado en casa por treinta días salió un escrito
de casi cincuenta páginas. Se lo presenté y me olvidé del asunto. Dé repente en
el Patio de Letras alguien me tocó el hombro por la espalda, volteé y era Russo
que con su brusquedad habitual me dijo: “Ud. Es Flores Quelopana. Pues lo felicito.
Su ensayo sobre Kant mereció mi más alta calificación. Usted me representará”. Y
tan pronto como lo dijo dio media vuelta y desapareció. Así era el Dr. Russo, directo,
tajante y justo. Y ahora que se han puesto de moda los congresos de filosofía recuerdo una anécdota suya. Cierta vez un grupo de estudiantes lo rodea y le preguntan si asistirá a tal o cual congreso. Y su respuesta lo retrató de cuerpo enteró: "No hijitos, a ustedes les hará mucho bien, pero a mí mucho mal". Lo cual no está lejano de la verdad, porque ahora los congresos son palcos para los discursos ocasionales de profesores ágrafos.
ANTONIO BELAUNDE MOREYRA. Fue mi último gran maestro.
Era bueno como el pan. Con él revivió mi fe cristiana. Mantuvimos una relación
intelectual muy estrecha durante el cenáculo sanborjino. Le publiqué la mayor
parte de su obra filosófica y su contribución más importante al Derecho del
Mar. Gracias a él asistí como oyente a las sesiones de la Sociedad Peruana de
Filosofía y como se permitía hacer preguntas, llamé la atención de Francisco
Miroquesada Cantuarias, quien me extendería una invitación para disertar y ser
incorporado. El genio de don Antonio era poliédrico. Un gran ensayista. Sabía escribir
-en realidad dictaba- como hablaba, pero como su hablar era culto y jamás
chabacano solía salir de su sesera ideas brillantes. Todavía lo recuerdo
apoltronado en su sillón napoleónico meditando con el puño hundido en su
mejilla. Era un gran humanista cristiano. Fue un gran honor y una valiosa
experiencia intelectual y espiritual conocerlo.
Diciembre 2020