PRÓLOGO
AL LIBRO
“PERSONA
Y FORMACIÓN UNIVERSITARIA”
ESTUDIO
INTRODUCTORIO
Por
Gustavo Flores Quelopana
La gran pregunta que
plantea este libro es: ¿El ocaso de la metafísica, la filosofía y la cultura moderna
representa el final de las ciencias de la persona y su reducción a mera
historiografía hermenéutica?
Una modernidad centrada obsesivamente en el
crecimiento del conocimiento técnico-científico derivó hacia la desintegración
del sentido de la persona. ¿Pero porqué ha ocurrido semejante acontecimiento
metafísico en medio del imperio de la era antropológica? Desde que se impulsó
el maquinismo en el siglo XVIII la humanidad se ha sentido orgullosa de su poder técnico.
Con el tiempo la era técnica terminó avasallando la era humanística.
En realidad, las humanidades venían heridas
de muerte desde que la modernidad instauró la hegemonía del diosecillo
terrestre a través de la razón autónoma. Ese Regnum hominis o reino del hombre llevaba
en su propio corazón la desintegración de la persona. Pero por qué. Porque en
realidad el pensamiento moderno ha paralizado el pensamiento
respecto al sentido de las cosas. Y ello ocurre por responder hegemónicamente
al saber científico-técnico, el cual no es comprensión del mundo, sino
manipulación efectiva de las cosas a través de leyes y regularidades. De modo, que lo que se extravió en la modernidad fue
el sentido de la vida.
En este declive de lo humano queda demostrado
que el hombre no puede vivir de pura inmanencia. Renunciar al absoluto, lo
eterno, a Dios, a lo trascendente, resultó fatal para el hombre, la persona y
cultura misma. Acaso, ¿Puede la hegemónica
cultura técnica salvar a la Cultura de la tragedia? La cultura objetiva de la
era técnica predomina, enajena y empobrece constantemente la cultura subjetiva
de los individuos. Y justamente esto era lo que pensaba Simmel. La hegemonía de
la cultura técnica se da en la modernidad secularizada de Occidente. Es decir,
acontece con el ocaso de la metafísica, la filosofía y la religión. Por otro
lado, la esencia de la técnica es el control y manipulación del objeto.
Entonces ¿será posible
esperar que el paso hacia la orgánica y finalista fase neotécnica de la era
técnica, pueda repotenciar a la alicaída cultura subjetiva? ¿La repotenciación
de la cultura, que otrora estuvo a cargo de la religión, puede ahora estar a
cargo de la cultura neotécnica? ¿Existe, acaso, en la esencia de la cultura
neotécnica algo que pueda satisfacer los más profundos anhelos humanos de
eternidad, absoluto y trascendencia? ¿La fase neotécnica representa una
mutación en la esencia de la técnica que de calculadora la vuelva finalista? ¿O
al contrario dicha fase será la profundización del inmanentismo y el olvido
absoluto de toda trascendencia?
Quizá sea temprano en la
historia para dar una respuesta convincente. Pero mientras se despeja el
horizonte de la técnica en su nueva mutación, seguirán siendo los valores
absolutos, eternos y religiosos los únicos capaces de sacar a la cultura de su
tragedia y ocaso. ¿Pero se está despejando el horizonte para que la religión
sea una tabla de salvación o al contrario se están cerrando todas las
posibilidades en este sentido? La avasalladora secularización de la moderna
civilización occidental parece confirmar lo último. Y con ello se estaría
consolidando la tragedia completa de la cultura en medio de la decadencia de la
civilización moderna.
La universidad tampoco quedó intocada por el
fenómeno de la secularización y desgarramiento del ser. Al contrario, vemos por
todas partes que ha sucumbido a la hegemonía de la razón funcional sobre la
razón substancial. De hecho, en la modernidad decadente la universidad ha muerto porque ha
dejado de ser un saber educarse para el saber, para convertirse en marioneta de
las descoyuntadas especialidades. La universidad tiene un desafío enorme
delante de sí. Pues ir hacia el sentido de persona exige a la universidad romper
los esquemas de la racionalidad instrumental moderna.
La filosofía moderna al
tomar la percepción como originaria y no admitir la cosa fuera de la percepción
concluyó rechazando el problema del conocimiento (basado en la separación entre
objeto y sujeto), sepultando el problema de la metafísica (no hay sentido fuera
de lo humano) y soslayando el problema de la persona (no hay persona sin
sentido del espíritu).
Desde la perspectiva
inmanentista de la filosofía moderna el sentido depende de la percepción y no
del ser. Más aun, no hay ser sin percepción. Pero esto no es más que una
ilusión epocal de una humanidad antropocéntrica que eliminó el horizonte de la
trascendencia en sentido metafísico. La distinción entre persona y cosa no
puede desestimarse porque compete a lo real. Y aunque su demostración racional
sea problemática, su aceptación existencial es irrebatible. Es decir, no es por
medio de la razón lógica sino de la razón existencial que se recupera el
problema del conocimiento, el problema de la metafísica y el tema de la persona.
Esta razón existencial es también mito, fe, creencia, porque lleva a lo
incondicionado e intemporal. Y, además, liga la inmanencia con la trascendencia.
No se puede seguir por el camino
tecnológico de la domesticación del ente para recuperar el sentido de persona. La
persona tiene su propio camino. Hay que volverse sobre el camino de la
domesticación del ser. Pero este camino no es científico sino mítico. Es el mito,
la religión y la metafísica los que crean el sentimiento de la domesticación
del ser, del enigma, del misterio, de lo incondicionado e intemporal. Lo
técnico-científico crea el sentimiento de la domesticación del ente, lo útil,
lo secularizado, lo condicionado y temporal. La diferencia entre ambos es
enorme. Porque mientras el mito proporciona sentido a la existencia, lo
técnico-científico otorga sentido al dominio de las cosas en orientación a lo
útil. El hombre mítico teme a la nada y a la muerte, a lo que amenaza el ser.
En cambio, el hombre técnico-científico teme cuando las cosas salen de su
control y dominio, pero al mismo tiempo guarda un optimismo ciego en el
maquinismo arrollador. El hombre mítico tiene una metafísica primera que da
unidad a la existencia concreta. El hombre tecnológico tiene una metafísica
segunda que trata de suplir el desarraigo del ser. La filosofía antes de ser
ordenación de conceptos fue comprensión de la existencia real rodeada de
enigmas. La crisis logocrática de la modernidad que ha deshecho el sentido de
la vida, lleva nuevamente a conceder importancia a la metafísica del mito y a
las filosofías con intención mítica.
De ahí la urgencia de prestar atención al
presente libro, que busca iluminar metodológica y conceptualmente el tema de la
persona. Las investigaciones de sus tres autores -Reluz, Cervera, Taboada- nos
llevan por el camino de la meditación de la imperiosa necesidad de reconocer la
metafísica de la persona. Sin ello se sucumbe nuevamente en la racionalidad
instrumental y su aparataje funcional que asfixia las recónditas realidades
substanciales.
Lima, 12 de Diciembre 2020