miércoles, 29 de junio de 2022

CRISTIANISMO Y CRISIS DEL MUNDO UNIPOLAR

 

CRISTIANISMO Y CRISIS

DEL MUNDO UNIPOLAR

 Gustavo Flores Quelopana



La universalización de la razón exige la edificación

 de una de una sociedad justa. Su particularización

lleva hacia sociedad injusta.

Estamos viviendo el cambio del Orden Mundial. Cambio que entraña la modificación de la imagen metafísica del mundo. El sentimiento fáustico de la cultura occidental se agotó, y mostró su rostro dañoso para el hombre y la naturaleza misma. Nuestros avances científico-tecnológicos, lejos de desmentir que nuestra cultura moderna esté en decadencia, lo confirman. El desarrollo material es inversamente proporcional a nuestro atraso moral y cultural.

En esto Spengler[1] parece tener razón. No obstante, Alfred Weber[2] defendía la idea de que no era posible predecir la historia porque se tratan de momentos únicos y singulares. Pero reconocía que la cultura moderna a través de la técnica vive un profundo viraje que ha destruido el sentido de lejanía, y achicó el mundo. Lo “globalizó” decimos ahora. Pero Weber precisa que la supresión de la separación terrenal aumentó la lejanía cósmica. Yo interpreto esa “lejanía cósmica” como la pérdida del sentido espiritual y extravío del sentido onto-teológico del ser. En el camino nos sale al encuentro Walter Schubart[3] para decirnos que estamos en el entretiempo entre un eón cumplido y un eón nuevo. Ya se cumplió el eón heroico del hombre moderno que transforma el mundo, y ahora hace falta un eón que armonice la acción con la contemplación. La fase prometeica de la cultura occidental moderna ya se cumplió, y emerge otra que exige amor y fraternidad, solidaridad e igualdad, brota un arquetipo mesiánico. A todo lo cual Schubart añade algo preocupante: para que llegue la Casa ecuménica de la fraternidad hace falta una nueva guerra mundial. Justo lo que ahora amenaza nuestra existencia.

Lo que sí podemos ver con coincidencia es que el nuevo eón sustituirá el pesimismo metafísico y religioso de la modernidad por un nuevo optimismo metafísico y cósmico que aumentará la veneración a Dios. Si la modernidad se insertó en cosmos para arribar a la Nada -con la teoría del salto cuántico-, ahora se abre una nueva senda que sin desvalorizar el cosmos se valore el Absoluto. Se abre paso una metafísica de la síntesis que reconozca al ser infinito y al ser finito valorándolos en su especifidad.

Será, entonces, el momento, en que se dejará atrás el exilio del sujeto, la agonía de la razón, la edad de la nada, la ética sin ontología, la era de la posverdad, el ocaso de la mirada burguesa y el nihilismo capitalista, y se abrirá paso una nueva imagen del mundo donde se reconozca el fondo suprarracional de la propia razón, reconciliándose así el logos humano con el logos divino. La visión secularizada del ser, por ejemplo, de un Heidegger[4], impide ver esto como posible, haciendo que el mundo como imagen de la modernidad reemplace la presencia presente del ser. De aquí se deriva su propuesta de retornar a los presocráticos y recuperar el mundo como presencia del ser, en vez de vivir el olvido del ser y el olvido de la diferencia ontológica.

Pero esto es anacrónico y antihistórico. Pues no se trata de salir del mundo como imagen, representación y concepto, sino de ver el fondo suprarracional de la razón para no incurrir en el olvido del ser ni el de la diferencia ontológica. En pocas palabras, el problema no es el concepto, sino la visión secularizada del ser. Si el problema fuera el concepto no quedaría más que el lenguaje metafórico de la poesía o el éxtasis místico para recuperar el ser. Y eso no es cierto.

Por más suprarracional que pueda ser Dios, la razón natural auxiliada por la gracia puede mediante la analogía atisbar en su comprensión. Y ello sin olvidar que la esencia del cristianismo es la encarnación del Hijo en la historia humana. O sea, no se trata solamente de un proceso lógico-epistémico, sino de uno ontológico-histórico. De modo que el verdadero olvido del ser no se da por el concepto, sino por la increencia y falta de fe. Heidegger cree dar en el blanco del ocaso de Occidente disparando contra el concepto y volviendo a la razón ontológica de los presocráticos. Pero con ello no hace sino aferrarse a la idolatría moderna de la razón. Cuando justamente esa ha sido la tragedia de la modernidad.

Quizá en el nuevo eón llegue a reconciliarse la profunda antítesis espiritual entre Oriente y Occidente. Será el momento histórico en que esas dos almas de diferente profundidad metafísica se encuentren en una base común de crecimiento de la humanidad. Unos dirán que entre el antropocentrismo y el cosmocentrismo no hay ángulo de encuentro. Pero esas antípodas se resolverán en una nueva imagen metafísica del mundo donde un antropocentrismo creyente no colisione con el cosmocentrismo.

Surgirá una nueva cultura, que se nutrirá de la savia milenaria de las culturas anteriores. Y justamente por eso la modernidad occidental está en decadencia, porque debe ceder paso a una nueva e inédita síntesis cultural. Quizá para que esto acontezca la guerra funcionará como partera de la historia por última vez, para ceder su lugar a un nuevo motor de la historia, diferente al motor científico-técnico. En una cultura rehumanizada se tratará de un motor espiritual, parecido al cuerpo místico del que hablaba Soloviev[5], o a la Casa ecuménica de Toynbee[6]. Después de todo la Historia es el transcurrir del Espíritu en sus concreciones culturales.

Por su espíritu el hombre es un creador de cultura y hoy nos encaminamos hacia la edificación de una cultura universal humana. Esta se basará en la ascesis, el restablecimiento de la relación con Dios, el respeto de la esencia de las cosas y la restauración de la actitud contemplativa[7]. O sea, el nuevo fundamento será un retorno a la metafísica. Pero no a una metafísica de la trascendencia o de la inmanencia, sino de su síntesis[8]. El prometeico y activista hombre moderno se ha desquiciado. No se sabe cuánto tiempo llevará plasmarla. Quizá un siglo, medio milenio o un milenio. Pero la humanidad marcha hacia su destino. Las culturas de la historia son en el tiempo cósmico un instante imperceptible, pero de nosotros depende que perviva. No sabemos, y quizá nunca lo sepamos, si somos en el Universo los únicos creadores de cultura.

Pero hoy somos más conscientes que lo que sobrevive de cada cultura es su sabiduría y no sus conquistas tecnológicas o políticas. Toynbee pensaba que la cultura occidental no morirá porque estaba henchida de capacidad de autorregulación. Autocorregibilidad dirían los de la Escuela de Frankfurt y el epistemólogo Popper. Pero lo que hemos visto durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, y lo que vemos ahora con la ceguera guerrerista de Occidente, es lo contrario. Ellos mismos torpedean y hacen estallar la casa ecuménica que construyeron con la ONU. No hay cultura inmune a la muerte, y Occidente no es la excepción.

Para Byung-Chul Han[9] nuestra época no se corresponde con la sociedad disciplinaria de Foucault, sino con la sociedad del cansancio, del rendimiento, la depresión, déficit de atención, hiperactividad y masificación de la positividad. Se trata del último hombre de Nietzsche, del autoexplotado bajo la ideología del emprendorismo, todo se le aparece como un constructo social, incluido el sexo mal llamado “género”. Pero si Foucault describe la sociedad del capitalismo industrial, y Han del capitalismo neoliberal, ahora pasamos a la sociedad nihilista del capitalismo digital. Aquí el cáncer del capitalismo tardío se ramificó y el espíritu colapsa. Por eso, Occidente luce enloquecido, insensato y desvaría haciéndose daño a sí mismo con las sanciones impuestas a Rusia por su conflicto en Ucrania.

Ahora bien, la Iglesia es el pueblo de Dios y dicho pueblo ha elegido en América Latina, la zona más cristiana del mundo, presidentes de izquierda desde El Salvador, pasando por México hasta la Patagonia. El pueblo de Dios se ha manifestado abiertamente antisistema, antineoliberal, antimperialista y multipolar. La zona más creyente del planeta así lo hizo y la jerarquía de su iglesia no puede quedarse rezagada.

En este contexto de cambio histórico, es legítimo preguntarse qué papel desempeña qué la Iglesia católica. El cristianismo, como fe introducida al mundo por Jesucristo y fundada en él, abarca a católicos, ortodoxos y protestantes. En estas últimas existe una variedad de iglesias de diversas denominaciones (anglicanos, presbiterianos, bautistas, luteranos, metodistas, cuáqueros, cientistas cristianos, adventistas, pentecostales, etc.). De todas estas iglesias ha sido la Iglesia Católica Romana la que ha tenido mayor protagonismo en los mensajes sociales. 

La preocupación social de la iglesia ha sido expresada en diversas Cartas Encíclicas. La senda se inaugura con Rerum novarum (De las cosas nuevas) de 1891 del Papa León XIII, que sugiere una tercera vía entre capitalismo y socialismo; Quadragesimo anno (Cuarenta años después) de 1931 del Papa Pio XI, que denuncia la dictadura económica que practica el capitalismo occidental.

Un giro especial hacia la izquierda acontece con Mater et magistra (Madre y maestra) de 1961, seguida por Pacem in terris (Paz en la Tierra) ambas del Papa Juan XXIII, y que reclama la participación de los trabajadores dentro de la empresa; Gaudium et spes (Alegría y esperanza) de 1965 de Concilio Vaticano II y que se reafirma a favor del trabajador y de la justicia social; Populorum progressio (Desarrollo de los pueblos) de 1967 del Papa Paulo VI, que condena el capitalismo liberal y el lucro como motor exclusivo de la vida económica. El The Wall Street Journal lo calificó de "marxismo disimulado". Octogesima adveniens (llegando a los ochenta años) del mismo Paulo VI, se reafirma su atención hacia el pobre y oprimido, el socialismo y el sindicalismo.

Con Juan Pablo II acontece un giro hacia la derecha, son tiempos de auge del neoliberalismo. Y su doctrina social es ambigua. El propio Papa jugará un papel central en la caída del comunismo europeo (1979-1989). A pesar de ello salen de su pontificado tres cartas pastorales (Laborem exercens de 1981, Sollicitudo rei socialis de 1987 y Centesimus annus de 1991). Prefiere hablar de la importancia de la persona humana en vez del trabajador asalariado, continua el repudio tanto al comunismo como al capitalismo, condena el desempleo, habla del pecado social y la maldad del corazón humano. Lo singular es que, a pesar de haber sido muy feroz en la persecución y represión de la Teología de liberación en América Latina, no obstante, no puede evitar reafirmar la opción preferencial por los pobres y reiterar la condena del consumismo capitalista.

El papa Benedicto XVI es un papado de transición, que tiene que afrontar los escándalos de corrupción financiera y de pedofilia por parte del clero. Su política fue muy tibia y de encubrimiento. Destaca su carta encíclica Caritas in Veritate, del 2009. En ella se reafirma en la condena de la globalización neoliberal, que es insuficiente la redistribución de la riqueza y que hace falta una lógica de la solidaridad, gratuidad y fraternidad. Ello nos recuerda la distinción de santo Tomás de Aquino entre justicia distributiva -presidida por la caridad- y justicia conmutativa -regida por las leyes del mercado-.

El papa jesuita Francisco I define mejor su pensamiento social en la carta pastoral Fratelli tutti (2020), donde se enfatiza la opción preferencial por los pobres, la justicia social, la reivindicación de la teología de la liberación y el mensaje anticapitalista. Es un pontífice que con más resolución hace frente a los problemas de corrupción financiera y pederastia en el seno de la iglesia.

A Juan Pablo II le tomó diez años contribuir al derrumbe del comunismo en Europa, ¿Acaso le tomará diez años al actual Papa colaborar con el mundo multipolar en el derrumbe del neoliberalismo (2013-2023)? Dada la crisis de reconfiguración de la geopolítica mundial a raíz de la guerra en Ucrania, parece que así será. Será un Papado que pasará a la historia como colaborador del triunfo de un Nuevo Orden Mundial. 



[1] Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, Austral, dos tomos, Barcelona 2015.

[2] Alfred Weber, Historia de la cultura, FCE, México, 1941.

[3] Walter Schubart, Europa y el alma de Oriente, Editorial Poblet, Buenos Aires, 1947.

[4] Martín Heidegger, Caminos de Bosque, Alianza editorial, Madrid, 2015

[5] Soloviev, Rusia y la iglesia universal, Ediciones y publicaciones españolas, Madrid, 1946.

[6] Arnold Toynbee, Estudio de la historia, Emece, Buenos Aires 1951.

[7] Romano Guardini hace incidencia en estos cuatro puntos con mucho acierto en su obra El Poder, Guadarrama, Madrid, 1963.

[8] El tema de la síntesis metafísica para la nueva cultura lo abordo en mi obra Carta sobre la Metafísica, Lima, IIPCIAL, 2022.

[9] Byung-Chul Han, Obras compiladas, Herder 2021