¿EXISTIÓ
FILOSOFÍA EN NUESTRA AMÉRICA PRECOLOMBINA?
¿Existió
filosofía en nuestra América andina? Esta pregunta revela la forma en que se
encuentra el debate sobre el tema. Por un lado, la posición eurocéntrica se
bifurca en dos grandes vertientes, a saber, la intercultural y la
cosmovisional. Y tienen en común que Grecia es la medida de toda filosofía
posible. Además, sostiene que la filosofía fue introducida en nuestro medio
desde la Conquista española. Repiten la definición académica de la filosofía
como pensar crítico, metódico y racional. Por tanto, la respuesta a la pregunta
formulada será negativa.
Por
otro lado, la posición nativista que es muy rica en variantes (mítica,
lingüística, ecológica, etnofilosófica, mitocrática) tiene como punto en común
que la filosofía es de carácter universal y, por consiguiente, está en todas
las culturas y civilizaciones. De manera que la respuesta a la interrogante es
de carácter positivo.
Esta
segunda respuesta es más compleja porque exige la reconceptualización de la
filosofía misma, su mirada metafilosófica, la reinterpretación del mito, el
esclarecimiento entre el logos de la ratio y el logos del mytho. Esto significa
que de poco sirve el rastreo de las crónicas si antes no se realiza el trabajo
teórico previo de redefiniciones conceptuales. Esta hermenéutica previa se
realiza en lo que denomino filosofía mitocrática. Como categoría nueva que
permite dar consistencia teórica al nuevo planteamiento y que estaba ausente en
la posición nativista.
Lo
primero que hay que esclarecer es la naturaleza de la misma filosofía,
distinguir su forma cultural y su fondo universal. La palabra es de origen
griego pero ello no significa que el interrogar límite del hombre sea griego.
Por el contrario, el hombre de todos los tiempos se ha planteado preguntas de
tipo filosófico sobre el sentido de su existencia y del universo. Esto es, el
hombre mismo es una criatura filosófica. Pero como la filosofía exige cultivo,
esfuerzo y preparación inevitablemente conduce al tipo humano que la encarnó. Y
en las culturas ancestrales fue el sabio, generalmente sacerdote, asceta,
astrónomo o médico, el que representó la figura del filósofo ancestral. Esto
permite entender, por ejemplo, cómo el Inca Garcilaso identificó a los amautas
con los filósofos. De modo que lo filosófico no se diluye en mera cosmovisión.
Naturalmente
que lo dicho implica un segundo problema bastante serio. El cual es cómo
concebir el mito y la razón en relación con el filosofar ancestral. Para
responder a la cuestión del mito se hace necesario unir al universalismo
filosófico la crítica a la conceptolatría de la razón del eurocentrismo
occidental, iluminar la dialéctica entre el logos del mytho y el logos de la
ratio, identificar la lógica del símbolo mediante la metáfora y la analogía, y
elaborar una hermenéutica remitizante que haga comprender que el mito es la
forma analógico-metafórica que tiene la razón para responder las cuestiones
últimas de la existencia.
De
modo ineludible la pregunta por la relación entre filosofía y razón en el
filosofar ancestral queda ligada a una teoría de las mentalidades, donde se
diferencia: la filosofía empiriocrática, bajo el imperio de lo sensible y
propia de la Edad de Piedra, estaba unida a la magia, como observa Frazer,
es más antigua que la religión, ese producto cultural refinado que exige una
capacidad apreciable de abstracción, o en otros términos el hombre primitivo
filosofa mágicamente y piensa por primera vez en la idea del alma (hombre de
neandertal). La filosofía mitocrática, bajo la égida del mito y propia de
la Edad del Paleolítico superior o mesolítico, es aquella que se ejerce
unida a lo santo, religioso y mítico, y se plasma en una teoría del destino.
Pues lo mítico, como observa Mircea Eliade, no es la proyección fantástica de
un acontecimiento natural sino la fijación de modelos ejemplares y cósmicos de
todas las acciones humanas, es decir el hombre de la revolución agrícola filosofa
religiosa y poéticamente. Y la filosofía logocrática, bajo el gobierno del
concepto, que nace en la Edad de los Metales y se prolonga hasta nuestra
era cibernética, propia del hombre de las sociedades arcaicas de alta cultura y
de la sociedad industrial moderna donde se filosofa conceptualmente.
Estas
tres formas de mentalidad representan tres formas filosóficas de pensar, dos de
las cuales no sólo corresponden a la historia arcaica del pensamiento, sino que
están presentes en el hombre de hoy por cuanto son categorías generales del
pensar. Esto es que las mentalidades participatoria, mítica y lógica son
constitutivas de modo irrenunciable a la mente filosófica humana. Es decir, la
filosofía conceptual es sólo una de las formas –la última- del preguntar
filosófico. Así, la naturaleza epistémica de la filosofía no es unívoca sino
multívoca y epocal.
La
idea subyacente y común al planteamiento de las tres mentalidades es el hombre
como irrenunciable criatura filosófica. O sea, el hombre se hace preguntas
últimas sobre las cosas en todas las edades de la historia. Su capacidad para
el asombro filosófico no tiene límite epocal, es trans-epocal. Toda esta
fundamentación está orientada a sustentar más elaboradamente la idea
que Grecia no es la medida de toda filosofía posible, negando el eurocentrismo
filosófico y sustentando la existencia de la filosofía mitocrática precolombina.
Lo cual se asocia a la disquisición sobre el dualismo metafísico, el emanatismo
y la nada relativa en el esquema metafísico prehispánico.
Esto
pulveriza la idea de que las grandes preguntas que afectan al ser humano sólo
comienzan con la escritura y el pensar conceptual-abstracto. Esta confusión
conceptolátrica no entiende que el hombre de todos los tiempos siempre estuvo
asediado en su existencia y pensamiento por las preguntas límite del misterio
del mundo. Por ende, el pensamiento humano no necesita llegar a la fase del
concepto lógico para afrontar las preguntas últimas sobre el sentido del
universo. Pues el pensamiento simbólico también lo hace.
Existe
el universal conceptual, el universal perceptivo, el universal idiomático, el
universal emocional, el universal intuitivo, el universal estético, el
universal religioso y el universal existencial. No obstante, el sentido
universal existencial estaría en la base de todos los demás sentidos y sería el
detonante del filosofar mismo. Es decir, el hombre filosofa por necesidad existencial
antes que por necesidad lógica. Por tanto, lo extralógico tiene cabida en la
metalógica o lógica filosófica. No reconocer este hecho engolfa la filosofía
latinoamericana al magisterio eurocéntrico.
No
existe y nunca existió la filosofía que “utiliza la razón hasta las últimas
consecuencias y no acepta supuestos”. Esta ilusión epistémica no sirve para
comprender ni la esencia ni las formas históricas de la filosofía misma. La teoría
de la Polaridad del logos humano (logos como predisposición, polimorfismo,
universalidad, logos mítico y multivocidad del logos filosófico) permite
comprender el dinamismo del pensar filosófico e impele a la desconstrucción
mitocrática de la filosofía. Lo que culmina en la necesidad de la una síntesis
jerarquizada de las diversas metafísicas históricas (alétheia, eidos, percipi,
virtual) para afrontar la crisis de la razón actual. El hombre filosofa por
necesidad existencial antes que por necesidad lógica. Por ello es errónea la
distinción entre filosofía laxa y filosofía en sentido estricto.