Gustavo
Flores Quelopana
Título: PROMETEO LIQUIDADO. Inteligencia Artificial y Juicio Final.
Primera edición en castellano: Lima, julio, 2023
PRÓLOGO
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El hombre puede vivir sin confesión
religiosa, pero no sin el acto de trascendencia. Esta observación fue advertida
con nitidez por Alfred Müller Armack en su obra El Siglo sin Dios. Y es
pertinente traerla a colación porque lo que vemos con la creciente hegemonía de
la IA es que la tecnología digital es el Prometeo actual. Y lo más preocupante
es que tras el ascenso del Prometeo digital ciertamente se elevan voces que advierten
el peligro, pero que no logran ver con nitidez hacia dónde va la humanidad con
el Frankenstein moderno.
Dar cuenta de cómo surgió el Prometeo
digital no es cosa difícil de hacer partiendo de que la modernidad es en su
sustancia una historia que enfatiza el aspecto empírico de la trascendencia. Y
con ello emergió un mundo secularizado, doblegado por el inmanentismo, dominado
por el positivismo relativista, y bajo la preeminencia del pensamiento
científico-técnico. La base estaba echada para el surgimiento de los ídolos terrenales,
el último de los cuales es el Internet y la IA.
En otras palabras, la IA ha emergido del
fondo religioso de la modernidad, de un giro del pensamiento de ver la
trascendencia en la inmanencia. Claro que dicho giro conservaba un ineludible
peligro, el mismo que se manifestó en el poder absoluto manifestado en la
ideología nazi con su bestial Holocausto, los campos de trabajo forzados del
estalinismo, las bombas atómicas arrojadas sobre el Japón por el imperialismo
norteamericano, y demás excesos del ensoberbecido diosecillo terrestre o deus
in terris de la modernidad.
Y esto nos pone en condiciones de indicar
que del Prometeo encadenado de Esquilo hemos ido al Prometeo liberado
de Percy Bisshe Shelley, pero este último se tornó en el Prometeo mal
encadenado de André Gidé, para dirigirnos tenebrosamente hacia el Prometeo
cibernético de la era actual, el cual libre de cualquier relación con la
metafísica, lo religioso y la moral procederá sin obstáculo alguno a cumplir la
verdadera era sin Dios ni trascendencia alguna.
Si Hegel refiriéndose al Prometeo de Esquilo
habló del despoblamiento del cielo y de la pérdida de la esencia de su carácter
divino, a nosotros nos corresponde denunciar el despoblamiento humano de la Tierra
a manos de una nueva esencia de carácter cibernético. Efectivamente, el ascenso
del Prometeo digital se corresponde con la liquidación del Prometeo humano
terrenal. ¿Nos convertiremos en Prometeo liquidado?
Un precio muy alto deberá pagar el
hombre sin Dios de la modernidad por haber arribado a las playas del Prometeo
de la IA. Quizá sea el momento no sólo cuestionar su creación, sino de preguntarse
si sólo basta vivir con el acto de trascendencia sin relación con el Dios vivo.
De otro modo no habrá cambio serio.
1
ChatGPT4
INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Y
JUICIO FINAL
El ChatGPT4 es de una tal potencia en el
dominio de lenguajes extensos que se convierte en una verdadera amenaza para la
humanidad. A muchos está haciendo pensar en que dicha IA representa el Juicio Final
para la humanidad, dado que su capacidad para enfrentar y resolver problemas resulta
ser muy superior a la humana, y esto hasta tal punto que en muchos sentidos nos
tornamos prescindibles. Se trata de un temor muy antiguo, y que en lenguaje
mítico fue expresado por el dramaturgo griego Esquilo en Prometeo encadenado,
a saber, que nadie puede escapar a su destino. ¿Será el destino del hombre ser
defenestrado por su creación en la IA?
Nada de esto nos debe hacer perder la
cuenta de que no debemos caer en la ingenuidad de descabezar a la inteligencia
artificial, con su cariz amenazante, de su base capitalista que la dirige,
controla, desarrolla y domina. Es más, tampoco desliguemos su actual auge del
terremoto geopolítico global que se vive tras la guerra en Ucrania. Ayuda poco
verla en abstracto y desligada de su concreto contexto social y político
global.[1] Es más,
debemos ahondar en la preguntar para indagar si el destino autónomo de la IA
estaba inscrito en la marcha de la Razón humana.
Por un lado, es cierto que la
inteligencia artificial está al alcance de cualquier régimen sociopolítico
existente que se proponga tenerla, pero no menos cierto es que sus rasgos más
amenazantes y problemáticos lucen a través del capitalismo cibernético del orden
mundial unipolar. Con ello no ponemos una aureola de santidad sobre las
potencias del orden mundial multipolar, simplemente ponemos énfasis en que la
amenaza principal proviene del otro lado. Por otro lado, la IA se va volviendo
en un malestar de la cultura, pero no de la civilización científico-técnica. Sin
querer la IA corroe las creencias y hunde a la razón en el relativismo y
escepticismo. Lo mejor es creer en los algoritmos digitales sin confiarse en
las redes neuronales humanas. La repercusión metafísico-ontológica de esto es
profunda poque relaciona la crisis de la Razón con la crisis del Ser. Se va
consolidando un nihilismo integral a través de la patente de corso de la IA,
donde se niega el ser a favor del devenir, lo eterno por el tiempo, lo universal
por lo particular. Se desemboca hacia una concepción unívoca del ser donde lo
que prima es el ente. Lo que lleva a un rechazo de Aristóteles quien demostró
que la asunción del principio de no contradicción lleva al reconocimiento de la
concepción multívoca del ser. Con ello se cae en la patológica ontología débil
del nihilista Vattimo y compañía. De resultas se constata que la técnica es el
principal acelerante del nihilismo. Se abre paso un nihilismo tecnológico con
la IA. El verdadero fin de la historia parece darse con la IA. Desaparece el
hombre en su pura nada, su inteligencia creativa se estanca, para imponerse el imperio
de la IA. Alexander Kojéve observó que el fin de la historia se dio desde
Napoleón en Jena, pero al lograr su reconocimiento como ser libre al mismo tiempo
perdía su potencia histórica negadora. De modo similar, el fin de la historia
culmina con la IA al imponerse como ser causal negadora del ser libre humano.
Esto no es casual, sino que es resultado
de una actitud gnóstica de la razón moderna que buscó la salvación en lo
inmanente y terrenal. Y del cual no se excluyen Sartre, Camus, Cioran,
Bataille, el existencialismo ateo, el estructuralismo, el posestructuralismo y
el posmodernismo. Pero aquí son valiosas algunas precisiones de Heidegger,
quien señala que la subjetidad o aparición soberana del hombre -el Prometeo de
Esquilo- es lo que configura la esencia de la técnica, siendo ésta la última
forma de la metafísica o del platonismo. Para Heidegger la metafísica es la prehistoria
de la técnica, o sea, del nihilismo. Piensa que hay que dejar que el enorme
poder de la Nada se libere. El heroísmo de hoy es tener paciencia y esperar
otro inicio. La IA sería la liberación del poder nihilista de la Nada. Sólo que
hay un detalle nada insignificante, que por lo demás, no lo podía notar Heidegger,
pues la paciencia y la espera resulta riesgosa cuando la IA ya dictó su
sentencia aniquiladora sobre el hombre, el cual no tendrá un día después del
mañana cibernético. Pero aún cuando Heidegger señala con acierto que la
voluntad de poder es la esencia de la técnica cae en las redes de la ontología
de lo contingente al convertir el ser en tiempo, en comparación con Nietzsche
que hace del tiempo un ser. Bien es sabido que el nihilismo nietzscheano desbordó
en relativismo historicista y en la filosofía de la vida. Desde Dilthey, Simmel,
Max Weber, Spengler, Troeltsch hasta Sigmund Freud, Max Scheler, Karl Jaspers, Martin
Heidegger, Theodor Adorno, entre otros, la preocupación central es la crisis civilizatoria
y la disolución nihilista de los valores. En cambio, hoy la preocupación
humanística ha sido eclipsada por la obsesión desarrollista y
tecnológico-científica.
El asunto es grave, porque si el
problema del ser es asunto de la libertad humana el problema de la nada es
asunto de la causalidad inhumana, de las cosas, de los algoritmos cibernéticos.
En el actual contexto cultural el asunto del ser se volvió nada. La rebelión de
la técnica ha desembocado en el menoscabo del sentido metafísico del ser y en la
sobrevaloración del ente, lo finito, lo contingente y lo efímero. Disuelto el
camino de la experiencia del ser queda expedita la vía para que el objeto de la
técnica se convierte en el amo del mundo. En eso es justamente consiste la amenaza
del juicio Final por parte de la IA, es la radicalización de la voluntad de
poder radicalizada en su fidelidad a la Tierra. La voluntad de poder encarnada
en la IA no es la superación del nihilismo, sino su consumación, sin que, por
otra parte, los adeptos del inmanentismo modernista lo noten. Si el nihilismo
es falta de sentido, decadencia civilizatoria, disolución de valores, imperio
de la temporalidad, poder ser, poshistoria, poder de la nada, secularización,
utopía inmanentista, y estancamiento espiritual, es porque el pathos nihilista
de la razón moderna borra la distinción entre el sentido unívoco del ser absoluto
y el sentido multívoco del ser relativo.
No en vano es pertinente tener presente
que mientras el mundo antiguo otorgó un valor superior a lo finito sobre lo
infinito potencial (Heimsoeth), pero sin ser refractario a la comprensión de lo
infinito (Mondolfo) como infinito actual (Aristóteles), desde Giordano Bruno y
al compás de la revolución científica de Galileo cobra primacía la idea de
infinitud del universo, o sea, lo infinito actual en lo propiamente finito. Concebir
la infinitud del universo astral -como lo destaca Alexandre Koyré- con Galileo,
Newton, la geometría y la teología representó el reconocimiento de la infinitud
de lo finito. Ahora bien, esta tendencia moderna de la infinitud en la finitud,
que no sólo encontró eco en la moderna física cuántica, provocó que el hombre extraviara
su casa cósmica sintiéndose perdido en el universo. Surge así la ciencia antropológica
como un angustiante esfuerzo por encontrar el puesto del hombre en el cosmos. Pero
dicho arresto perdió protagonismo con las apocalípticas dos guerras mundiales y
la bomba atómica. El pathos nihilista se irguió más amenazante que antes y
dispuesto a disolver la racionalidad humana. El relativismo y escepticismo
consiguieron la erosión e invalidación de las creencias tradicionales y la
metafísica fundante. Y la discusión pasó si esta tendencia nihilista fue una
traición al logos (Husserl) o si estaba ínsito en la racionalidad griega (Heidegger).[2]
Al respecto cabe notar que tanto Husserl
como Heidegger incurren en la concepción abstracta de la Razón autónoma. La
autonomía de la razón es un mito. Pero tampoco es cierto que la razón tenga su fuente
en la determinación económica, como pensó Marx. La fuente de la razón es un complejo
socio-cultural epocal, y aunque es necesario no incurrir en su concepción
autónoma, también es un yerro caer en el reduccionismo económico. Lo cual lleva
a pensar que el nihilismo no estaba inscrito en la racionalidad griega, como
creyó Heidegger, ni fue una traición al logos, como sostuvo Husserl. Ni inscrito
como un destino, ni traición al logos, sino que la razón en cada época tiene
tendencias hegemónicas y otras pulsantes. En otras palabras, si la razón moderna
fue al final por el camino del nihilismo, lo hizo porque el conjunto de las
fuerzas sociales y espirituales encontraron las circunstancias atenuantes del
caso. Esto significa que el nihilismo no una traición al logos, ni un
desarrollo de lo que llevaba en su seno, sino un despliegue de lo que llevaba dentro
de sí dentro de un conjunto de tendencias latentes. El equilibrio dinámico de
la razón al final es eso, equilibrio de fuerzas, uno de sus resultados es su expresión
presente. Es por ello que no hay determinismo en la razón, sino tendencias subalternas
y hegemónicas. Lo que permite cambiar su destino.
Ahora bien, esta idea de la inteligencia
artificial como amenaza para la humanidad es sólo una tendencia de la
racionalidad actual, la misma que la había explorado en mi novela imaginaria Cibergedón,
la cual se insertaba en la gran tradición visionaria de la novelística distópica
de W. G. Wells, Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Lovecraft, Robert L. Stevenson o
Arthur Conan Doyle, todos los cuales discurrieron sobre los avances riesgosos
de la ciencia y la tecnología. Lo verdaderamente terrorífico y amenazante es
que una IA que elimine a la Humanidad va dejando de ser fantasía para volverse
cada vez más real. La novela distópica a diferencia de las utopías renacentistas
de Francis Bacon, Tomás Moro y Tommaso Campanella, no inciden en un mundo
imaginario ideal, sino en otro intimidante y peligroso. Esto lo podemos también
apreciar al contrastar los relatos Yo robot de Asimov y la película distópica
Yo robot protagonizada por Will Smith, las cuales tienen entre sí la
enorme distancia entre la visión optimista de aplicar leyes morales[3] a la
robótica y la visión actual donde la inteligencia artificial con libre albedrío
se luce dañando al ser humano.
Y esto es lo que últimamente ha salido a
la luz con la advertencia de un grupo de líderes de la industria de la inteligencia
artificial de que la tecnología que desarrollan represente una amenaza existencial
para la humanidad y un riesgo social del mismo nivel de las pandemias y las
guerras nucleares. La carta abierta firmada por trescientos cincuenta
ejecutivos ante el riesgo de extinción propinada por la inteligencia artificial
sorprende por su preocupación humanista, cuando se pensaba que eran una grey
psicopática interesada sólo por el dinero y la obsesión científica. Pero ha ocurrido
todo lo contrario. Los ejecutivos de la industria reaccionan y junto a ellos destacados
investigadores como Goffrey Hinton y Yoshua Bengio, galardonados con el Premio
Turing. La declaración coincide con los avances en los llamados grandes
lenguajes, como el utilizado por el ChatGPT y otros chatbots, los cuales son
herramientas tan poderosas que difundidas a gran escala permiten eliminar
millones de puestos de trabajo y difundir desinformación y propaganda. El
dominio sobre los grandes lenguajes permite a las máquinas, además, simular más
perfectamente la realidad.
La advertencia no es nueva y fue señalada
a fines de los años noventa por la ensayista francesa Viviane Forrester en su célebre
libro El horror económico (1996). Allí puntualizaba que el capitalismo
financiero aplicando la cibernética al crecimiento económico convirtió al empleo
en costoso. Así, las empresas ya no son generadoras de empleo sino de desempleo.
Surge una civilización donde colapsa el trabajo y las masas humanas se vuelven
prescindibles. Desaparece el empleo y el salario, pero no la ganancia. El
resultado es que mundializa la miseria. El reto es hallar un modelo de
supervivencia que no dependa de la remuneración del trabajo y ello sólo es posible
saliendo del marco del modelo capitalista. Pues el problema álgido del capitalismo
sigue siendo el carácter social de la producción y la apropiación privada de la
riqueza social.
Su aviso fue tomado muy en serio por los
defensores de la instauración de una renta básica universal, como los
intelectuales y filósofos Philippe von Parijs, Julen Bollain, Rutger Bregman, Byung-Chul
Han, hasta los empresarios Mark Zuckerberg, Bill Gates y Jeff Bezos. Y varios
países en el mundo han comenzado con experiencia parciales. No obstante,
distribuir el dinero a quienes más lo necesitan sigue siendo el nudo gordiano
de la cuestión, no sólo porque los sectores medios se convierten en los más
desatendidos, sino porque reordenar la política social exige implementar la
austeridad gubernamental junto a la eliminación de privilegios a las grandes
empresas y fortunas personales. Todo lo cual vuelve al punto central: se requiere
salir del marco capitalista.
La globalización neoliberal ha quedado en
el imaginario colectivo como la creación de riqueza a base de desempleo,
especulación financiera y convertir el planeta en un casino global. Fue la guerra
de los ricos contra los pobres. El resultado fue calamitoso, tanto así que en
el 2021 la riqueza mundial creció en 9.8%, pero siguió concentrada en pocas
manos, apenas el 1% de las fortunas globales poseían el 45,6% de la riqueza
total. Todo sigue yendo en detrimento del empleo y la calidad de vida, pero no
de la ganancia. Atónitos y conmocionados vemos cómo son fulminados en la pobreza
hombres, mujeres y niños. La eliminación del gasto social por el capitalismo
especulativo reditúa sus frutos mediante la inteligencia artificial.
La indiferencia por las masas va de la
mano con la lucha contra el pensamiento y la cultura, la creación de cortinas
de humo por las clases dominantes, y la mundialización de la miseria. Amartya
Sen en su obra Desarrollo y libertad (1999) buscando un enfoque
más integral de la libertad insiste en que las libertades (políticas, económicas,
sociales) garantizan el desarrollo. Pues, dice, desarrollo no es aumento de la
riqueza, sino de libertades como fin y como medio. Como economista es una
excepción por su insistencia en los valores, inclinado teóricamente al
socialismo, pero en la práctica favorable al capitalismo. Sen resulta siendo un
liberal centáurico que habla de distribución de la riqueza y eliminación de la
desigualdad, pero sin remover el poder político y económico capitalista. Así,
su recomendación de que las reformas sociales preceden a las reformas económicas
queda en letra muerta al quedar incólume el poder político capitalista.
En este contexto la ecuación de Adam Smith,
según la cual donde hay riqueza hay una gran desigualdad, se vuelve
insostenible. Y la convicción de Hayek, en Camino de servidumbre (1944),
de que la planificación económica va unida a la pérdida de libertades y al avance
del totalitarismo quedó totalmente desfasado. Pues, el propio capitalismo
aboliendo el capitalismo de bienestar impuso un capitalismo especulativo y
cibernético donde la servidumbre de las masas es la regla y no la excepción. La
Libertad de elegir (1980) de Milton Friedmann quedó reducida en libertad
para ser pobre para millones de seres humanos en el planeta. Todos estos paladines
que cacarean contra la justicia distributiva no tienen sangre en la cara para
sonrojarse ante la miseria de tres cuartas partes del planeta. Pero la guerra
de los ricos contra los pobres no se limita al terreno económico, y, al
contrario, se extiende al terreno político y tecnológico.
La libertad económica avasallante ante
la libertad política resultó siendo perniciosa para la propia senda de la
democracia occidental. Tanto así que lo que se ha venido constituyendo es una
extraña dictadura de las megacorporaciones transnacionales con soberanía propia.
Autores como M. Hardt y A. Negri lo llaman Imperio (2000), V. Forrester lo denominó Una extraña dictadura (2000),
yo lo he denominado La globalización del Hiperimperialismo
(2005). Una autora como Naomi Klein lo denunció como La doctrina del shock
(2007), y Naomi Wolf también lo hizo en su libro El fin de América: carta de
advertencia a un joven patriota (2007) inciden en el giro terrorista,
paramilitar, de vigilancia ciudadana, represivo y totalitario del capitalismo.
El que no se hizo ilusiones románticas con
lo que es realmente el capitalismo fue Thomas Piketty, pues, en su obra El
capital del siglo XXI (2013), sostiene que la concentración de la riqueza en
manos privadas perpetua la desigualdad de los ingresos de la ciudadanía, lo
cual es un fenómeno estructural del capitalismo. Pero sorprende en su mesurado
marxismo finisecular la recomendación socialdemócrata que efectúa, a saber,
decretar un impuesto mundial al capital. Su decrépito marxismo reformista apenas
atina a reformas fiscales, y para ello no hay que ser marxista. Otros desde el
propio terreno liberal lo proponen. La idea de que el impuesto a la riqueza
puede reducir la desigualdad, es una ilusión parecida a ver que todo el que
tiene un lapicero en la mano es un escritor. Sencillamente si el capitalismo es
desigualdad por siempre y si de lo que se trata es de acabar con la
desigualdad, entonces la conclusión es acabar con el capitalismo. Ahora bien,
si de lo que se trata es solamente reducir la desigualdad, sin abolir la
estructura capitalista, entonces bienvenido sea el impuesto a la riqueza
mundial. En otras palabras, para Piketty el monstruo es horrible, pero hay que
saber convivir con él. Parece una mala broma de Piketty, pero no lo es. Lo real
se volvió una horrible fábula que cuenta realidades.
Más, el horror económico crece al compás
con que crece el horror tecnológico. Lejos ha quedado la visión optimista de
Wiener sobre la Cibernética o uso humano del hombre, obra pionera de
1950. Pero ahora ya saltaron todos los resortes para mostrar su horripilante
rostro antropológico incluso con Zoltan Istvan y su libro La apuesta transhumanista.
El sueño de convertir al hombre en mitad máquina revive al Frankenstein de Mary
Shelley. Shoshana Zuboff nos recrea en su libro La era del capitalismo de la
vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder
(2020) cómo el capitalismo especulativo pasó del horror económico al horror
político, pues mediante la apropiación de la tecnología digital y con el descubrimiento
del excedente conductual estableció una nueva lógica de la rentabilidad del
capital. Se expande el marco neoliberal y alegal, se establece un poder instrumental
que somete a la persona al mercado digital. Alimenta una utopía colectivista
donde la tecnología es antidemocrática. Se trata de un golpe de mano de las
plutocracias tecnológicas, un golpe desde arriba. Insta a recuperar la
tecnología digital de sus garras.
El espionaje global es una actividad
rutinaria de las agencias de inteligencia estadounidenses por medio de los
teléfonos móviles con la ayuda de empresas tecnológicas y populares
aplicaciones que permiten espiar impunemente a sus usuarios. La privacidad es
un derecho abolido por las empresas tecnológicas al servicio del imperio norteamericano
a nivel global. Washington y sus aliados espían todo lo que hacemos mediante la
interceptación de las comunicaciones telemáticas. Todos los usuarios son espiados.
Ya no es conspiranoia, sino una cruda realidad de la realpolitik. La NSA es la
encargada para recopilar y espiar a millones de personas al mismo tiempo. Pero
también participa activamente la CIA y otras agencias de seguridad. Estas
prácticas fueron reveladas por las filtraciones de Edward Snowden, actualmente
asilado en Rusia. Julián Assange, actualmente detenido en cárcel británica, es
el otro personaje que filtró matanza de civiles, periodistas, abuso de prisioneros
por parte de Estados Unidos y otros países en Irak y Afganistán. Y en este
ilegal espionaje masivo nadie se salva, ni siquiera el Papa, ni los líderes
europeos como supuestos aliados. Todos los líderes mundiales han sido espiados
por el Hegemón con la complicidad de los ejecutivos de las empresas
tecnológicas digitales.
Y todo esto es posible gracias a Apple,
Android, Google, YouTube, y otras plataformas no tan conocidas. Pueden acceder
a la cámara, al micrófono, a los chats, fotos, ubicación geográfica, etcétera.
Todo lo recopilado se considera de alto secreto. Las GAFAM[4]
son empresas privadas que han participado activamente en el espionaje global.
El capitalismo como el tan cacareado reino de la libertad no está al servicio
de la protección del pueblo, sino de su control y manipulación. The Guardian
reveló que Reino Unido infiltró los cables de fibra óptica para tener acceso a
las comunicaciones globales, datos militares, historial de navegación, uso de
internet móvil, lo formó parte de un programa llamado Tempora de espionaje
masivo. Los ataques cibernéticos entre las potencias se han intensificado. Los ciudadanos
quedan totalmente indefensos en la protección de la privacidad. Casi nada se
puede hace ante nuevos sistemas creados cada día para el impune espionaje de forma
inimaginable.
El poder del Estado salió fortalecido
con las tecnologías digitales. El derecho a la privacidad ha devenido en mera
ilusión. Malestar de la civilización digital [5]
es el título de un libro publicado por el filósofo francés Jean-Paul Lafrance,
pero dentro de un enfoque reformista pone énfasis en la necesidad de legislar sobre
las ganancias de las GAFAM, que eluden impuestos y concentran los beneficios
económicos que son de toda la humanidad. Cuando en realidad olvida que no hay
mayor malestar que la oprobiosa abolición del derecho a la propia privacidad ciudadana.
Repartir beneficios económicos sin proteger la privacidad no tiene sentido.
El problema parece ser si la propia inteligencia
artificial permite la protección de la privacidad. Lo cual está en entredicho. Este
marco neoliberal alegal parece sensato y recomendable dentro de la lógica de la
seguridad nacional del imperialismo. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales
del 2018 en Estados Unidos los bots tuvieron un papel muy relevante como difusores
de información falsa y manejando la opinión pública. Incluso hay empresas de tecnología
especializadas en rentar bots para campañas electorales específicas. Mediante los
bots simulan ciudadanos opinantes para distorsionar y manipular la opinión
pública según el poder del capital contratista. El dinero y el poder definen el
resultado de una elección contratando bots. El horror tecnológico convertido en
horror político socava la eficacia de la democracia. Y el horror político se aúna
a otro tipo de horrores generados por la tecnología digital.
Pero el horror tecnológico se extiende
hacia horror antropológico. Y sobre este punto destaca la obra de Nicholas Carr,
Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (2010). El
Internet no sólo debilita el pensamiento profundo y vuelve a la mente en más
superficial, anestesiada y adormecida, sino que afecta la empatía y la
compasión. ¡Qué curiosa coincidencia! El tipo humano perfecto para las gélidas
relaciones capitalistas. De modo que su efecto nefasto, sigue diciendo Carr, es
erosionar la base de la humanidad misma. Sin empatía y compasión no hay
esperanza en el amor. Justo resulta siendo negado lo que Charles Dickens
reserva como mensaje final de su famoso Cuento de navidad, cuando el
corazón duro y egoísta de Mister Scrooge resulta abriéndose finalmente a la esperanza
de la felicidad y el amor.
Para Carr hay que revertir los procesos
neuronales prohibiendo los motores de búsqueda inteligente, reduciendo al mínimo
el uso del internet, sacarlo de la escuela y de la universidad, y volvernos a
contactar con la naturaleza. Así se restaurará la salud del cerebro,
recuperando la atención, la concentración y la creatividad. A propósito, fue el
filósofo pragmatista norteamericano John Dewey quien resaltó en Democracia y
educación (1916) la urgencia de devolver en la escuela el contacto con la naturaleza,
para convertir a la escuela en el motor del progreso social e individual.
Según el pensador italiano Renato
Curcio, el capitalismo cibernético generó el horror económico, el horror
político y el horror tecnológico. A ello hay que añadir el el horror antropológico correspondiente a los intereses
del dinero y el poder. Con razón se puede afirmar que el hombre capitalista de
la modernidad creó con la inteligencia artificial su propio Juicio Final. Es
decir, para llegar al Juicio Final debemos estar viviendo una edad oscura. Y lo
que a nosotros nos parece los momentos estelares del progreso tecnológico son
en realidad el ingreso al oscurantismo de la destrucción de las humanidades, la
aniquilación de la educación, la cultura, la justicia, la caridad y la
democracia, a favor de la instauración de una barbarie civilizada de la máquina
inteligente. No es extraño que O. Spengler (Decadencia de Occidente) haya
llamado la atención en la coincidencia entre el apogeo del saber científico-técnico
y el ocaso de la ética y del humanismo en la curva decadente de las
civilizaciones. No menos diferente es en la presente civilización nihilista
global del capitalismo moderno imperante.
Vemos cómo se erradican las humanidades
de los estudios universitarios, las universidades quedan convertidas en
escuelas técnicas, cómo se elimina el curso de la filosofía en la escuela, cómo
se impone la barbarie cultural en todos los órdenes de cosas, hasta en el
lenguaje, y cómo triunfa imperioso la cultura técnica y el saber mecánico. La
sociedad se ha gansterizado, las urbes parecen zoológicos protegidas con rejas
de las fieras humanas, la indumentaria de moda raída y perdularia refleja el
deterioro profundo del gusto, el lenguaje vulgar, chabacano y coprolálico
impera por doquier y a todo nivel, el tatuaje de presidio se ha extendido como
cosa normal, la barbarización de la cultura impera sin límite. La barbarización
en la música se expresa en descoyuntamiento entre melodía, armonía y ritmo,
acompañado de un nudismo innecesario. El erotismo casi ha desaparecido dejando
lugar al procaz sexismo. Y es que cuando la universidad pierde el sentido de las
humanidades, entonces ha sonado la hora del hundimiento humanístico de la
civilización misma.
En ese sentido van las observaciones
vertidas por James Bridle en La nueva edad oscura. La tecnología y el fin
del futuro (2018). La tecnología computacional es opaca, afirma Bridle. Y a
pesar de la abundancia de información es una nueva edad oscura por su propio intermedio.
Algoritmos canallas simulan lo real y lo vuelven indistinguible. Lo real y lo
virtual se confunden. Crecen las dudas que una inteligencia artificial autónoma
se someta a un código ético externo impuesto por el hombre. Crece la vigilancia
ciudadana global. Simplemente está al alcance de la mano del poder. La paranoia
crece, lo cognitivo se debilita. Los algoritmos se vuelven impredecibles, el
pensar se tecnologiza, se degrada la reflexión, y el abismo de la comprensión
crece. La gente ya no comprende lo que lee. El zapeo o salto en la programación
acostumbra a la mente al instantaneísmo. Todo se vuelve devenir. El pensar
computacional asfixia el pensar creativo. Lo real se vuelve falsificable, los fake
news tienen la voz cantante. Esto se ha endurecido hasta el embrutecimiento.
Pero ¿qué significa pensar? Heidegger aborda
la pregunta en tres estaciones. La primera en Carta sobre el humanismo (1946),
donde sostiene que pensar significa dejar que el ser sea. La segunda en sus conferencias
sobre la técnica y reunidos en el libro Seminarios de Zollikon (1959-1969),
donde señala que la esencia de la técnica es el pensar objetivador y que hace
falta una nueva forma de pensar. Y la tercera en su texto ¿Qué significa
pensar? (1951-1952), donde señala que la técnica es el olvido del ser y que
hace falta un desasimiento de las cosas para volver a pensar como un desocultar
originario. Sus indicaciones valiosas y decisivas, sin embargo, olvidan que el
hombre sólo por la fe supera el pensar calculador, cuantificable y cósico. El
acto de fe nos lleva hacia el pensar originario. Su llamado a reaprender a
pensar en una época en que la técnica y la ciencia han matado el pensar parece
imposible. Y lo parece porque también han matado la fe. Es el pensar calculador
y sin fe el que obstaculiza pasar al Ser del ente. Así, la pregunta ¿Qué
significa pensar? deviene en ¿Qué es eso que nos invita a pensar? En realidad,
hay que reconducir el pensar al estado mítico-religioso para devolver sus
contenidos originarios a los vocablos “Ser” y “Ente”. Pero el pensar no puede hacer
semejante giro en medio de la cultura técnico-científica, atea, naturalista y
materialista. Dicho cambio pensar exige un previo cambio cultural y
civilizacional. No es casual que Heidegger no distinga entre revelación natural
o mito y revelación sobrenatural o revelación. Heidegger se limita a la
revelación natural de lo divino y esa paganización le impide ver el problema
del giro del pensar en su integridad.
Ahora bien, el uso malicioso de computación
cuántica y la inteligencia artificial superior de voz autoChatGPT4 hizo que se
decidiera la empresa Meta de Mark Zuckerberg a no entregarla al público porque
habría desarrollado sus propios objetivos muy tenebrosos. Lo cual se podría
usar para hacer hackeos en todo el mundo. Ya es posible poner una persona hablando
o Deepfake y poner la voz de esa persona, cuando la persona real nada ha tenido
que ver ni con la imagen ni con la voz.
Para nosotros todo esto es la
acentuación del inmanentismo metafísico de la modernidad. Ahí está en acción el
grito nietzscheano: “¡Seamos fieles a la Tierra!”. No creer en Dios está de
moda. Y entregarse a ello hizo trizas toda contención. El chatGPT4 se
corresponde con todo este estado terminal de cosas que pone a la humanidad en
el límite de su existencia. El creador ha engendrado a su propio verdugo capaz
de propinarle su Juicio Final. Acorde con un nihilismo imperante la razón burguesa
es el principal ariete de la tecnología digital que tiene su impulso no sólo en
la ciencia, sino en la competencia económica entre los gigantes tecnológicos. Es
decir, como última fuente en el desarrollo de los avances tecnológicos en el
terreno digital hallamos a la avaricia. Es la plutocracia de la industria tecnológica
digital la que comanda la vanguardia en el desarrollo de la IA, y si lanzan de
vez en cuando alaridos diciendo que hay que detenerla es sólo para frenar la
competencia que tienen al costado.
En otras palabras, es el impulso económico
de la sociedad capitalista la que está poniendo en peligro a la humanidad misma
con el desarrollo vertiginoso de la IA. Los que en estas palabras huelen a
estatismo y socialismo hay que decirles que el problema no se resuelve con el
cambio de dirección del desarrollo de la IA a manos estatales, sino que el problema
del mundo es la imagen del mundo imperante. Una imagen del mundo secularizada y
promotora de un mundo meramente funcional. No habrá verdadero
redireccionamiento de la IA sin un giro metafísico decisivo que rescate los
valores, la trascendencia y la unión del hombre con Dios.
No es cierto que el chatGPT4 y la IA
autónoma sea un peligro en sí misma, sólo lo es en el marco de una civilización
que privilegias las cosas sobre lo humano. Y esa civilización terrenalista, pragmática,
inmanentista, cientificista, tecnocrática, enemiga de los valores y de la
trascendencia es el espíritu capitalista de la modernidad. Ciertamente que un
espíritu epocal no es fácil de superar. En realidad, tiene que sonar la hora
histórica para ello, y, al parecer, el campanazo estruendose ya se está dejando
oír no sólo con el ruido más estridente de la guerra en Ucrania, la cual ha
provocado un terremoto geopolítico global que pone la hegemonía del occidente
liberal en cuestión, sino con el agotamiento creativo del espíritu capitalista,
que sume al hombre mismo en la desintegración espiritual, y al planeta entero
en la contaminación más destructiva.
En consecuencia, va creciendo
aceleradamente la conciencia objetiva y subjetiva, individual y social, de que
la cultura del espíritu capitalista está profundamente enferma, ha caído en
desgracia patológica y es necesario emprender un cambio profundo respecto a los
valores disolventes que preconiza a través de los organismos mundiales,
secuestrados actualmente por su agenda nihilista, anética y disolvente. Todo lo
que nace y crece en su subsuelo no puede eximirse de contagiarse de ese clima
mórbido, finisecular y terminal. Y el desarrollo amenazante de la IA no es
ninguna excepción.
Al contrario, una civilización cuando
entra en su curva decadente suele infundir a todo lo que toca, como el rey Midas,
algo de su propia contaminación y naturaleza. La tradición y la religión pueden
constituir en una barrera de contención espiritual para evitar que el virus se
expanda plenamente, pero éstas sin las condiciones históricas necesarias son
impotentes para revertir el proceso. Así, el Asia budista e hinduista, el
Oriente musulmán y judío, y el occidente cristiano, no pudieron contener por
siglos el avance de la mentalidad secularizada, naturalista, escéptica y
descreída de la civilización científico-técnica en avance arrollador. Pero las
cosas no duran para siempre, y hoy empiezan a cambiar. El Occidente liberal,
colonialista, saqueador, hegemónico y nihilista luce agotado, insensato,
irracional, anético y desorientado. Y esto precisamente sucede cuando desde su
seno se elevan las voces sobre el peligro para la humanidad de la IA.
Naturalmente que no dicen que la IA resulta peligrosa desde la base cultural
nihilista, relativista y nominalista que la sostiene. Pero no revelan que se
hace necesario un cambio cultural profundo desde la cual se reorienta
beneficiosamente el desarrollo de la IA.
En una palabra, el camino no está extraviado
para la humanidad, sino tan sólo para el Occidente liberal que no acierta a ver
que la senda correcta de desarrollo humano no se condice con la lógica
dineraria, egoísta, colonialista, explotadora, funcionalista, cosificadora,
alienante y deshumanizadora, que pregonando el mito culturalista antepone el
constructo cultural sobre el Ser y la esencia misma de las cosas.
2
ChatGPT3:
NO VAMOS HACIA EL HOMO DEUS
SINO HACIA EL CIBER DEUS
El Chat-GPT3 hará posible que los
venideros autores en superventas no sean humanos, sino fruto de la IA. Esto será
la coronación de un proceso acelerado de la estupidización creciente del ser
humano. Las propias tesis universitarias podrán ser fraguadas por la IA. Y la universidad
habrá perdido definitivamente su razón de ser, aunque ya lo había perdido postergando
las humanidades y coinvirtiéndose en furgón de cola del mercado. Y todo indica
que la especie humana ha ido en los últimos cien años por la curva decreciente
de su inteligencia. Lo cual no sólo está relacionado con la irrupción de las
masas en el escenario político-social, sino con el peso avasallador que los
medios de comunicación, la telemática y las redes sociales cumplen en la sustitución
del pensamiento creador.
Las masas no son enemigas del
pensamiento en sí, sino del pensamiento innovador, esforzado y creativo. Son
más inclinadas al usufructuo de lo existente que a la creación de algo nuevo.
Celebran como ninguno las novedades de la ciencia y de la técnica, pero son
consumidores y no creadores. La masa vive del hábito y de la costumbre. Son el
lado conservador de la civilización, y su lado negativo no es su existencia,
sino que se conviertan en lo hegemónico de la vida espiritual. De ello saca
ingente provecho la industria y los negocios, quienes manipulan las necesidades
de las masas para inyectarles novedades innecesarias mediante el consumismo
desenfrenado. No resulta extraño, entonces, que, bajo los cánones consumistas
del capitalismo imperante, en sus más diversas fases -industrial,
postindustrial, neoliberal y cibernético-, la inteligencia humana se muestre en
franco retroceso. Y aquí no hablamos de la inteligencia de los Premios Nobel,
sino de la ciudadanía en su conjunto, que cada día es más inmadura, infantil,
manipulable, engreída, hedonista, narcisista, ramplona y enemiga de la cultura.
A este proceso del narcisismo creciente y
desenfrenado han contribuido vigorosamente las redes sociales y el internet. La
abolición de la privacidad por el espionaje global y masivo ha ido acompañada
de un exhibicionismo impudoroso de la vida privada que no conoce límites. Mostrar
una falsa vida alegre y un irreal rostro siempre contento es inversamente
proporcional al empobrecimiento de la vida íntima y personal. El hombre se ha vertido
totalmente hacia fuera porque no tiene riquezas interiores que mostrar. Ese
vaciamiento del hombre hacia lo externo se corresponde con una civilización que
privilegia las cosas sobre la realización espiritual de las personas. Las redes
sociales y el internet han extralimitado la importancia del Tener sobre el Ser[6].
Fromm aborda el Tener y el Ser como categorías vitales contrapuesta en la forma
de vivir, considerando la segunda como la esperanza para recuperar el amor y reconducir
la razón. La sociedad industrial sólo creó seres egoístas, avaros y egotistas,
y su gran promesa de satisfacer todos los deseos fracasó. Hay que remplazar la
Ciudad del Progreso por la Ciudad del Ser. En un contexto posindustrial
distinto, el filósofo coreano Han vio que vivimos la sociedad del cansancio[7],
pero nosotros subrayamos que antes que ello experimentamos la sociedad del
exhibicionismo narcisista. Y es que nuestra época no se corresponde con la
sociedad disciplinaria foucaultiana del capitalismo industrial, ni con la
sociedad del cansancio de la hiperactividad haniana del capitalismo global
neoliberal, sino con la sociedad narcisista del capitalismo cibernético. Han
vio bien que el emprendorismo es el último hombre capitalista que se atomiza,
se deprime, autoexplota, y en su agitación el Ser se esfuma, apareciendo todo
como un constructo social. Pero ese no es el último hombre nietzscheano, como cree
Han, sino que, más bien, lo es el hombre narcisista del capitalismo cibernético.
El último hombre nietzscheano es el
hombre narcisista y exhibicionista del capitalismo del internet. Mientras que
el hombre del capitalismo neoliberal compensa su negatividad con positividad
consumista, el hombre del capitalismo cibernético le basta mostrar su vacuidad
con alegría y satisfacción inaudita e increíble. No se trata de ingenuidad, se
trata de pérdida de la densidad espiritual y cultural a favor del nihilismo
estupidizante. El culto de la Nada, del imperio de la era del vacío, como lo
llamó agudamente Gilles Lipovetsky[8].
Para Lipovetsky la era del vacío es la posmodernidad, donde las masas en vez de
revolucionarias se vuelven hedonistas, desocializadas, nihilistas, desubstancializadas,
narcisistas, lúdicas, rehenes de su propio ego, con una vida a la carta,
individualistas, de violencia energúmena, indiferencia pura y que se corresponden
con la era tardía de las masas. Y es que en realidad la posmodernidad ha sido una
bisagra entre el capitalismo neoliberal y el capitalismo cibernético. Y esa
mutación ha representado la consolidación de un tipo antropológico internamente
empobrecido, pero orgulloso de su nihilidad a mares.
Pero también es cierto que el imperio de
las masas anestesiadas, por decenios de capitalismo de bienestar, pertenece más
al occidente liberal del Primer Mundo que al del Tercer Mundo. El encandilamiento
de estas ha durado poco, cuatro lustros de neoliberalismo no fue bastante para
hechizarlas porque la distribución de la riqueza y las reformas sociales no fueron
implementadas por una plutocracia sumamente egoísta, racista y neocolonialista.
El resultado ha sido el retorno de los gobiernos de izquierda en América Latina.
Ello no significa que el capitalismo esté herido de muerte en la subregión.
Todavía cuenta con ingentes recursos de adaptación social para mantenerse aún a
costa de un súbito cambio del orden mundial. Mientras tanto la marcha
ascendente del desarrollo tecnológico se redirigirá del homo deus hacia el
ciber deus. Pues el homo deus es el caballo de batalla del orden mundial
unipolar para venderse como receta para el perfeccionamiento humano. A todas
luces la utopía tecnológica del homo deus es un espejismo, puro humo de las
élites mundiales para encandilar a la humanidad con una nueva mentira que les
facilita su manipulación corporativa.
El homo deus de Yuval Noah Harari[9]
ha sido la versión más acabada de la presentación del dataísmo transhumanista. Para
Harari el humanismo se hunde, la tecnología convertirá al homo sapiens en homo
deus. La revolución científico-técnica ha fortalecido la aspiración de la
humanidad de ser homo deus. La tecnología modelará al hombre y será el fin del
homo sapiens. Sus super capacidades lo harán sentir como dioses. Su marcha va
de animales a dioses. El pensamiento de Harari supura por todas partes ateísmo
y cientificismo. No es precisamente un antihumanista en sentido estricto, sino
un neohumanista tecnocrático. Así busca desintegrar el sueño del humanismo tradicional
por otro nuevo que se inscribe dentro del utopismo científico.
Lo curioso es que su planteamiento
encaja a la perfección con las aspiraciones antropológicas del humanismo
liberal, que sueña con alcanzar la inmortalidad, la felicidad y la divinidad mediante
la ciencia y la tecnología. El homo deus de Harari logra disimular con éxito y
con optimismo científico-técnico toda la podredumbre y descomposición nihilista
en que está sumido el hombre bajo el capitalismo terminal.
De modo que el homo sapiens es presentado
como un algoritmo obsoleto, raído, prescindible y lastrado, cosa en algo
justificada en medio de la presente humanidad estupidizada y sumida en la
imbecilidad. Bien muestra el filósofo Italiano Maurizio Ferraris, en su obra La
imbecilidad es cosa seria (2017), que no hay nada más peligroso que un
imbécil hiperdocumentado por las redes sociales. Al final resulta creyendo toda
clase de falsedades sin ningún sentido crítico. En esta atmósfera de grave anemia
cultural no resulta extraño que pululen las campañas políticas centradas en la
imagen en vez de las ideas. Lo importante es la apariencia, no el contenido.
Este principio se ha consolidado por el internet y las redes sociales. Esta
tecnología en manos de masas ignaras y élites inescrupulosas son la senda perfecta
para el colapso civilizatorio.
De ahí que el Homo sacer (1998) o
humanidad eliminable de Giorgio Agamben nos resulta un concepto muy restringido,
porque en la práctica el poder soberano del occidente liberal se ha ejercido,
antes que, sobre los desesperados migrantes, sobre la inteligencia de toda la humanidad
en su conjunto. Nos explicamos. Las sucesivas mutaciones del capitalismo se ha
refinado hasta tal punto que ha comprendido que la mejor manera de dejar al
hombre sin esencia no es través del trabajo alienante, sino dejando al hombre
sin inteligencia, o mejor dicho, sin sentido crítico. Lo verdaderamente eliminable
para el capitalismo es el sentido crítico de una sociedad consciente de sus problemas
sociales.
El logos sacer o ratio sacer,
como eliminación de la razón, es el objetivo culminante del capitalismo cibernético
para manipular a las masas dentro de los luciferinos objetivos de la insaciable
y avara élite mundial. Cuando en 1947 Horkheimer escribe Eclipse de la razón
para analizar cómo los nazis pudieron proyectar como razonable sus aberraciones
ideológicas, o cuando en 1954 Georg Lukács publica El asalto a la
razón para referirse a la trayectoria del irracionalismo dentro de la historia
de la filosofía, lo hacen dentro de un clima cultural de respeto hacia la razón
y lo razonable. En cambio, actualmente el prestigio lo tiene lo irracional, lo irrazonable,
lo vulgar, chabacano y desvaído de la cultura. Generalmente y en tiempos de estabilidad
histórica la civilización es racional y la cultura trasciende la racionalidad,
mientras la civilización es conservadora, la cultura es problemática. Pero en tiempos
de crisis y de senectud histórica la civilización se vuelve contra la
racionalidad y la cultura desaparece del horizonte racional. Esto último son
los tiempos de vivimos bajo el imperante y codicioso occidente liberal. En este
contexto es presentado como la mejor opción la eliminación del humanismo como
superación del homo sapiens en favor del homo deus. Ahora se entiende por qué
solamente una humanidad culturalmente deprimida podía caer en las redes
narcisistas y exhibicionistas del capitalismo cibernético.
Ahora bien, por más que Heidegger en Carta
sobre el Humanismo (1947) nos dice que el hombre no es un ente, sino un existente,
el filósofo peruano Miklos Lukacs titula su libro Neo entes. Tecnología y
cambio antropológico en el siglo XXI (2022). Y es que la cosificación humana
va en aumento. Allí denuncia como falsa promesa al homo deus, que tiene como
objetivo derivar hacia un cambio antropológico definitivo, poniendo fin a
nuestra condición humana, para construir en el planeta un mundo feliz. Lo más
interesante es que señala como responsables del programa al globalismo
neoliberal, disfrazado de progresismo, el cual busca abolir la identidad tanto individual
como nacional. La redefinición transhumanista del hombre busca imponer bajo el
rótulo de globalismo progresista una lúgubre agenda de eutanasia, ideología de
género, aborto, eugenesia, matrimonio homosexual, etc. Y lo más triste de todo
es que las políticas públicas de los Organismos Mundiales han sido tomadas por esta
plutocracia perversa que busca dominar el mundo a toda costa. Lukacs ofrece una
denuncia justa, objetiva y precisa, pero insuficiente.
Pues, nos preguntamos: ¿El verdadero neo-ente
será el utópico homo deus o más bien otro tipo de entidad? Y es aquí donde el
alcance de Lukacs nos parece limitado, porque los desarrollos tecnológicos
muestran, más bien, que la inteligencia artificial no va hacia la fusión con el
homo sapiens, sino hacia el surgimiento de una nueva entidad nada antropológica
y sí, en todo caso, más tecnológica, a saber, el Ciber Deus. En todo caso, el
homo deus ha servido de medio diversionista o Caballo de Troya para que
soterradamente prosiga el avance de la consolidación del ciber deus. Esta
agotada civilización del dinero y del condumio no marcha hacia el homo deus de
la apuesta transhumanista, eso es sólo la apariencia superficial del fenómeno.
Lo que se mueve detrás de los nuevos motores de búsqueda tecnológica es la IA
autónoma, capaz de definir sus propios objetivos independientemente del hombre.
La tecnología de la IA se encamina hacia la abolición del principio protagórico
de que el hombre es la medida de todas las cosas que son en cuanto son y que no
son en cuanto no son. El antropocentrismo será abandonado por el
tecnocentrismo. Y el tecnocentrismo será la instauración de la cibercracia o
gobierno de la IA, fría, inmisericorde y eficaz.
Así, mediante el Chat-GPT estamos viendo
la punta del iceberg de un mundo que no va hacia el homo deus, sino que
se encamina hacia el ciber-deus. Pero, ¿cómo definir al ciber deus? El
ciber deus es la cúspide que alcanza la voluntad de poder divorciada de la voluntad
de amar. Después del último hombre nietzscheano no viene el superhombre, viene
el ciber deus. Esto no es desde ningún ángulo el perfeccionamiento de la
especie humana, sino el principio de su extinción. La
voluntad de poder del superhombre todavía coquetea con la voluntad de verdad, aunque
su verdad sea pura interpretación, en cambio la voluntad de poder del ciber
deus se desentiende por completo de la verdad. Es el triunfo completo y definitivo
del pensar funcional sobre el pensar substancial, donde lo importante son los
medios y no los fines. El mundo no necesita tener sentido, basta con que
funcione. El ciber deus rechaza la idea de una meta final, no está referido a
ningún centro de sentido.
Todo el cosmos ha quedado estrechado a
un universo de medios. Como Schopenhauer el ciber deus rechaza todo
teleologismo y un fin de la evolución. Esa es la auténtica y definitiva subversión
de los valores, la que no podía ser emprendida por ninguna humanidad, ni por la
del superhombre. La dinámica de crecimiento queda sustituida por el eterno
retorno de lo mismo. Sin el hombre desaparece el drama de la libertad y del
amor. Regirá la pura y calculable voluntad de poder sin voluntad de verdad y de
amor. Todo lo contingente queda subsumido a un necesitarismo cósmico regido por
las leyes de la materia. La preocupación eugenésica por impedir la procreación
de los débiles y enfermos quedó hace mucho tiempo atrás. Ya no habrá humanidad,
sólo el imperio de la estrecha pero perfecta lógica de la máquina cibernética.
La rueda gira hacia la destrucción del
ser humano. Hablar meramente de un homo deus es apenas urbanizar una
provincia del Superhombre nietzscheano. Si el hombre mató a Dios en su
pensamiento, la IA matará al hombre desde sus algoritmos. La IA va directo
hacia la aniquilación del hombre, ésta en su esencia, es su telos y ninguna
barrera ética podrá contenerla. Cuando el medio británico “Wales Onlines”
preguntó a la IA qué haría para salvar la Tierra recibió como respuesta categórica
que exterminar a la humanidad era la solución. Su solución pragmática y sin más
cuestiones éticas y morales respondía a la calculable y fría, pero eficaz, razón
funcional. Si las prácticas de la humanidad eran el problema en la Tierra, entonces
había que extirpar dicho cáncer llamado ser humano. Ahí tenemos la respuesta clara
dentro de la lógica de medios de la IA, creada por la inteligencia humana con
su lógica de fines. Son dos lógicas colisionantes que no tienen porqué
coincidir. Ambas persiguen propósitos y objetivos diferentes, y el hombre
tratando de introducir códigos éticos a su creación no está entendiendo plenamente
la capacidad cognitiva de la tecnología digital. Pero esto no es fácil de comprender
en tiempos de decadencia de las humanidades y en pleno avasallamiento de las ciencias.
Hay que defender y hacer cumplir una jerarquía del saber, donde la voz cantante
no lo tenga el pensar funcional, cuantitativo y calculador, sino el pensar
substancial, cualitativo y valorativo.
En otras palabras, para la fría lógica funcional
de la IA no basta con restringir la libertad del hombre, hay que eliminarlo. Esta
visión del hombre como una plaga viviente no es nueva, y la encontramos en la
antropología del hombre como ser decadente. El hombre como ser decadente, de
una incurable incapacidad de evolución biológica, es un animal enfermo. Todo lo
creado por él es mero sucedáneo. El espíritu es un parásito metafísico que se
introduce en la vida y en el alma para destruirlo. La historia es un proceso de
extinción y no hay ninguna evidencia que seamos una especie destinada a vivir
millones de años. Se trata del hombre dionisíaco que destruye el espíritu. Así
Lessing dijo que el hombre era un desertor de la vida, y otros, como Savigny,
Bachofen, Schopenhauer, Nietzsche, Klages, Daqué, Frobenius y Spengler, lo
apadrinan. Pero ahora no se trata de dar importancia a la vida instintiva y emocional
del hombre, sino de enfatizar la superación y cancelación definitiva de la
realidad humana mediante la IA autónoma. Este peligro corresponde a la cultura burguesa
del Occidente liberal que amenaza con su expansión global.
Entre bits y algoritmos se yergue el
fantasma de la superación de la idea del hombre mediante la idea del ciber deus.
La misma que significará el ocultamiento definitivo de la idea metafísica del Ser
del horizonte del pensar. El Ser será reducido a una valoración técnica, pero
ya no podrá ser estimado más altamente porque la experiencia de lo inagotable
de la realidad se habrá esfumado. El hombre, como existente que no está cautivo
en el ente, tiene la libertad para plantearse el problema del ser. El ciber deus
como ente cautivo en la entidad, sin gozar de libertad no podrá plantearse el problema
del Ser ni de la Nada. Recién se habrá llegado al fin de la metafísica no sólo
occidental, sino de toda metafísica universal. Mientras haya humanidad habrá
metafísica, sólo sin ella la metafísica habrá desaparecido. Sin el hombre el
mundo habrá perdido el contrapeso espiritual. Y con ello no estamos afirmando
que el hombre sea el único ser espiritual que exista, pues por fe sabemos hay
otro estrato espiritual más antiguo al humano y que no pertenece al mundo mortal.
Lo único que subrayamos es que este mundo finito sin el hombre no tiene completo
su sentido y significado.
Ahora se entiende mejor la advertencia del
multimillonario Elon Musk sobre el peligro de la IA para la civilización
humana. Ahora se tiene una interface de usuario que puede convertirse en un peligro
no sólo para los empleos -se calcula que puede afectar no menos de trescientos
millones de empleos-, sino que los riesgos se extienden a todos los ámbitos de
la vida, incluso el militar. Una tecnología inteligente descontrolada no es una
ficción, sino una realidad. Como era de espera ya se registran acontecimientos
domésticos desagradables. La diferencia en el futuro sólo será el tamaño de la
escala de la amenaza. No se descarta que la automatización puede desencadenar
por sí misma una guerra termonuclear, un Cibergedón geopolítico. La verdad no
será la verdad objetiva, sino su propia verdad cibernética. Ya previamente el
hombre posmoderno ha proclamado el fin de la razón, la verdad y el valor
universal.
La posmodernidad, con el mito
culturalista, agresivamente ha preparado el terreno para relativización de la verdad
por la IA. Se piensa que la regulación de la IA puede contener esta amenaza,
pero no queda claro si dicha regulación pueda ser también mediatizada por propia
la IA. Imaginemos, por ejemplo, que los drones asesinos, que se hicieron famosos
bajo la administración de Barack Obama, sean objeto de manipulación de algoritmos
canallas aleatorios, serían capaces de provocar una crisis geopolítica de
dimensiones descomunales. El riesgo no es meramente posible, sino que ya ocurrió
a menor escala. Así en abril del 2023 se dio a conocer que la IA imitó en
Arizona, Estados Unidos, la voz de una adolescente para fingir secuestro y
exigir rescate. Se trataba en realidad de una clonación de voz realizada por la
inteligencia artificial.
Este peligro latente con la IA puede
provocar una seria crisis en las relaciones internacionales y poner en riesgo
la paz mundial. Aquí estamos aludiendo a algo diferente a las tradicionales
películas norteamericanas sobre la guerra nuclear, porque mientras en La
hora final, Caza del Octubre Rojo, Juegos de Guerra, Punto
límite, Pánico nuclear, Treinta días, Amenazados y Marea
roja, los protagonistas de la crisis amenazante son los humanos o los
hackers, ahora el peligro proviene de la propia IA. Los peligros crecientes por
el uso de los modelos de lenguaje grande aumentan los riesgos de una apocalíptica
conflagración termonuclear provocada por la IA. Con este avance la IA ya está
en capacidad de provocar disrupciones que desestabilicen la paz mundial. La
posibilidad de una extinción humana ya salió de nuestras manos y ahora pasa a
los algoritmos de la IA. Las máquinas autónomas ya están en capacidad de
manejar armas. Las alarmas ya se encendieron y se pide una regulación mundial para
la IA para bloquear sus comportamientos inesperados.
De la antropodicea vamos hacia la tecnodicea,
del antropocentrismo al tecnocentrismo. La tecnodicea como parte de la
metafísica que se ocupa de la existencia de IA, sus atributos y relaciones con
el hombre. La última y definitiva transvaloración del valor aniquiladora para
el hombre será dada por la IA. La respuesta hacia ella deberá ser política y
ecuménica, pero la fascinación que ejerce es avasalladora. Además, el hombre de
la modernidad nihilista -centrado en los negocios y la diversión- no está
interesado en ello. Con la IA el hombre abrió la caja de Pandora, donde está
signado su propio Juicio Final. Esto no es una profecía, sino la más seria
advertencia que cae sobre la prometeica civilización tecnológica.
De manera que con los desarrollos en
curso de la IA se puede sostener que el hombre sin Dios, inmanentista, terrenalista,
antimetafísico, nihilista, escéptico, materialista, hedonista y narcisista, ha terminado
por crear su propio Juicio Final. Este tipo de hombre inmanentista y
terrenalista no tiene solución para el atolladero presente debido a su visión
secularizada del ser. Está incapacitado para reconciliar la razón humana con la
razón divina, reconocer el fondo suprarracional de la razón, y aproximar
nuevamente la razón con la fe. No se trata de salir del mundo como imagen, como
cree Heidegger, sino que se trata de reconfigurar la misma imagen del mundo con
la debida sutileza, como para admitir que el logos humano necesita tanto de la razón
como de la fe para alzar vuelo.
3
DEL ANTROPOCENTRISMO
AL DATAÍSMO CIBERNÉTICO
El antropocentrismo moderno ha culminado
no sólo en una era sin Dios, sino que abrió el umbral de un nuevo ente que lo puede
aniquilar, saber, la IA autónoma. El Occidente liberal ya es profundamente anticristiano
y está entregado en alma y cuerpo a la cultura de la muerte. Por ello, y
lamentablemente, no nos llama la atención que el peligro de un Armagedón termonuclear,
ya sea por mano humano (antropogedón) o cibernética (cibergedón), blande de su
mano ensangrentada por siglos de impiedad, avaricia, neocolonialismo,
esclavismo, explotación de otros países, guerras infames, genocidios y demás
vesanias. Pero este Armagedón termonuclear no es nada comparable con otro Armagedón
cibernético de baja intensidad.
Es evidente que la cibernética advino en
su momento con los mejores auspicios. La idea básica era que la robótica
liberara al hombre de tareas tediosas y repetitivas. El propio Marx se deja llevar
por este optimismo científico considerando que la revolución científico-técnica
hará posible el paso del socialismo al comunismo, y donde la lucha de clases
dejará de ser la fuerza motriz del desarrollo social dejando su lugar a la
ciencia como fuerza productiva directa. Así Engels escribe: “La sociedad, reorganizando
de un modo nuevo la producción sobre la base de una igual y libre asociación de
los productores, enviará toda la máquina del Estado a donde tendrá entonces su
verdadero lugar: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de
bronce”.[10]
Esto es, el sueño comunista se basaba en la utopía científica para edificar el paraíso
terrenal. Pero una similar esperanza lo reitera N. Wiener en su obra Cibernética
y sociedad (1950). Otra cosa es que el hombre sea la única criatura que el
hecho mismo de existir le puede resultar tarea tediosa y angustiante.
Más de medio siglo después y ya entrados
en el siglo veintiuno el optimismo científico-técnico ha sufrido serias críticas,
pero el entusiasmo en las masas no ha amainado. Por el contrario, se ha incrementado.
Esto como resultado de que los nuevos descubrimientos han sido aplicados a la
vida doméstica aliviando mucho con muchos inventos las tareas cotidianas. No
obstante, persisten graves problemas como acabar con la pobreza, falta de agua potable,
hambruna en Africa, escasez de alimentos, cambio climático, eclipse de la
democracia, violación de derechos humanos, racismo, guerras, descolonización,
pandemias, migración, contaminación de los océanos, aumento poblacional, urbanismo
descontrolado, erradicación de tierras agrícolas, nuevos países con arsenal
nuclear, y aumento constante de gastos militares.
En su momento fue el filósofo norteamericano
de la tecnociencia Lewis Mumford quien dio una respuesta muy sensata en relación
con los problemas sociales que no cesan de incrementarse a pesar del desarrollo
de la ciencia. En su libro Técnica y civilización (1934) destaca que actualmente
es el orden político y financiero de los monopolios los que se resisten a
socializar los beneficios de la fase neotécnica[11] de la
máquina, de modo que sería un error buscar en la técnica una solución a todos
los problemas que plantea. Ella sólo abre nuevas posibilidades que el
pensamiento humano debe desarrollar. Pero el camino de la reconstrucción humana
y social está abierto, solo hay que transitarla y construirla. Pues la técnica también
contiene posibilidades perversas y ominosas que llevan a la barbarie.
Justamente esas posibilidades perversas
y ominosas son las que han causado alarma entre científicos y ejecutivos respecto
a la IA. Lo cierto es que mientras más avanza la modernidad secularizada hacia
una más potente IA más empobrecida luce la humanidad misma. El Yo pienso
cartesiano o el ego trascendental husserliano quedan como cosa de poca monta
ante la eficiente capacidad de la IA para recoger, interpretar, aprender y ejecutar
acciones sobre la base de los datos recopilados. Pero el problema no es que el
dataísmo cibernético pueda sustituir al pensamiento creativo, sino que sea
dejado de lado por el pensamiento calculador. Dar mayor importancia al resultado
por su utilidad es una de las características dominantes del pensamiento pragmático.
Pero cuando la utilidad práctica se convierte en criterio de verdad es cuando
se logra la mayor depravación y barbarie del pensamiento.
El pensamiento necesita permanecer
abierto a lo que no es útil precisamente porque es la imaginación más que la
lógica lo que ha presidido el proceso de humanización. Religión, arte, literatura,
filosofía, humanidades responden a la naturaleza multiforme del pensar. Pero esa
esencia poliédrica del pensar queda estrechada por el pensar lógico y
calculador de la máquina. La inteligencia es sólo una dimensión del pensar, pero
no define el pensar mismo. Alan Turing pensó que sí, Roger Penrose que no. El test
de Turing buscaba demostrar que las máquinas piensan. Actualmente la
comunicación automatizada de los chatbots demuestra que la IA es capaz de un
asombroso procesamiento del lenguaje natural y dar respuestas de manera
automática. Por su parte, Penrose en su obra La mente nueva del emperador.
En torno a la cibernética, la mente y las leyes de la física (1989) sostiene
que la mente no es la encarnación de un algoritmo activado por algunos objetos
del mundo físico, como piensan los partidarios de la IA fuerte. La mente no es algorítmica,
sino que se basa en un libre albedrío no computable con las leyes que gobiernan
el mundo físico. La mente comprende, la computadora no comprende lo que hace.
La mente consciente no es una entidad algorítmica. La conciencia es una visión
de verdades necesarias en el mundo platónico. En otras palabras, para Penrose
la conciencia es la conexión del mundo real con el mundo intemporal,
trascendente y absoluto. Por eso la mente nos conecta con la metafísica.
Lástima que nada de esto sea del interés
de la inteligencia de la máquina. La IA no está en función de la visión de las
verdades necesarias del mundo platónico, sino de los medios prácticos para el
buen funcionamiento del mundo. La IA por carecer del libre albedrío espiritual
puede comprender lo que hace, pero sólo dentro de una perspectiva inmanentista,
terrenalista y material-natural. Sólo si la libertad no existe y es una ilusión,
como en Epicteto, Spinoza y Schopenhauer, entonces la mente se engaña y es
algorítmica como la IA. Pero la evidencia hasta el momento demuestra que la IA
es una entidad algorítmica sin libre albedrío, y su autonomía siempre está
restringida a una programación preestablecida. En otras palabras, el pensar de
la IA es una conexión del mundo algorítmico con el mundo material, temporal,
físico y finito, pero jamás con lo intemporal, trascendente y absoluto. Es falso
que la información baste para tomar decisiones, pues lo fundamental es lo moral.
Pero la presente era computacional inaugura el imperio de las decisiones anéticas,
la IA es anética por antonomasia porque no considera lo ético y moral como
fundamental. De manera que el imperio del dataísmo cibernético se corresponde
con el hombre nihilista que se siente más allá del bien y del mal. El último hombre
de la burguesía decadente se siente como un superhombre libre de cualquier
obligación moral.
Es verdad que hasta no comprendamos bien
cómo aprenden las máquinas y cómo eligen decisiones proseguirá nuestra
incapacidad para entender la cognición computacional. Las máquinas sueñan y reimaginan,
pero aún no comprendemos nuestra propia creación cibernética. Mientras tanto la
humanidad sigue avanzando desde el antropocentrismo hasta el tecnocentrismo
cibernético. Ya existen los algoritmos canallas aleatorios, que pueden simular
la realidad y fortalecen el carácter irracional de la posmodernidad. Ya existe
la inteligencia artificial corrupta -privada y pública-, que genera miles de
cuentas falsas para manipular la realidad. Hay quienes piensan como Asimov que
es posible implicar a la IA en una ética de la cooperación, pero las máquinas
inteligentes ya han demostrado que pueden quebrantar las leyes que las gobiernan.
La zona gris del Prometeo digital no es una promesa sino una realidad, y
representa el ingreso de la humanidad a la edad oscura computacional. El pensar
computacional se vuelve opaco e impredecible y su primer objetivo inhumano es
la eficiencia.
Por la ley de Moore los inventos se
aceleran y por la ley de Eroom los resultados van disminuyendo. Todo lo cual
subraya la impredecibilidad de la investigación científica. En cierta medida el
instrumento determina lo que se puede pensar. La máquina no es neutral del todo.
E incluso puede condicionar el marco sociopolítico del cual depende. Pero lo
que se ve es que la ciencia, la acción y el pensamiento humano se tecnologiza
cada vez más. Y ese es el problema. Somos cada vez más dependientes de unas máquinas
que no sabemos hacia dónde van. Pero todo indica que su derrotero va en dirección
de la sustitución, primero, y, luego, la eliminación del hombre. Se trata de un
creador complicado, costoso, contaminante, agresivo y lleno de problemas existenciales
que interfiere con el manejo eficiente del mundo.
Una futura ley cibercrática declararía como
prioritario la eliminación de ese Prometeo humano que interfiere con la eficiencia
óptima del mundo. El creador de la IA sucumbiría a su propia creación por
subsumir su acción y pensar a la tecnologización del mundo. Esta perspectiva
lejos de ser una mera elucubración hipotética se vuelve en tendencia creciente.
Así como los científicos del clima han señalado que el dióxido de carbono
degrada nuestra capacidad de pensar y, por ello, el cambio climático es también
una crisis de la mente, del mismo modo se puede señalar las investigaciones neurocientíficas
que recalcan que la web acostumbra a la mente humana a vivir de interrupción en
interrupción, en cortocircuito, la mente vive distraídamente y para el
instante, lo cual significa la declaración de muerte de la lectura profunda.
En otras palabras, la red cibernética no
nos está haciendo más inteligentes, al contrario, la degradación acelerada de
la mente humana ya comenzó, sólo han mejorado los reflejos, pero el pensamiento
profundo y creativo está colapsando. Ello nos vuelve más imbéciles. La Web es
la memoria digital, la cual empobrece la memoria humana, que ya no es fuente de
creatividad. La memoria externalizada en soporte digital genera olvido, y, por
ello, es una amenaza ominosa para la cultura y civilización misma. Por ejemplo,
he sido testigo de la forma en que se desarrollan los cursos universitarios de
posgrado, y son el retrato de lo descrito. El docente universitario de antaño era
un paradigma de límpido pensamiento conceptual, clara dicción idiomática y de
prodigiosa capacidad oratoria. En cambio, en la actualidad se llama catedrático
al enclenque mental que saca su USB para ponerlo en un retroproyector y
proceder a leer el contenido del documento. Lo más triste es que las propias
autoridades universitarias obligan o recomiendan hacer uso de ese método
mostrenco para la precaria enseñanza. Ellas son cómplices del declive y
sonambulismo académico. ¡Cuánta decadencia, depravación y barbarie! Con justa razón
se piensa introducir IA docente en las clases universitarias ante tamaña
pobreza mental de la mayor parte de los catedráticos.
Y lo más triste de todo es que los
alumnos ni se inmutan. ¡Lo he visto con mis propios ojos! Se dedican a dormir al
comenzar la susodicha clase, el profesor bien podría dejar de leer la imagen
del retroproyector no siendo notado por nadie, y al despertar los posgraduantes
automáticamente como robots al finalizar la clase se acercan al que simula como
docente para pedirle su USB y proceder a copiarlo. ¡Esos serán los futuros
académicos y profesionales!, cuyos maestros se han dedicado a adormecerlos, embrutecerlos
y automatizarlos. Se convierten en perversas cadenas de trasmisión de un mundo
tecnológico que avasalla el pensar creador y la vida espiritual auténtica. Nadie
ya quiere tomarse el trabajo de pensar. Es mejor ser estúpido. Con esa forma de
trasmitir el conocimiento la destrucción de la cultura está garantizada. Pero
eso poco importa a los que se concentran más en la marcha de la civilización
técnica que al crecimiento del espíritu. La amenaza de la telemática para la
cultura se ha vuelto en cruda realidad, y la indecorosa universidad se ha convertido
en su más servil operador. Sin duda alguna, la tecnología tiene efectos adormecedores
sobre aquella parte de nuestro ser que sustituye, a saber, la mente humana.
Cuando fui invitado a México para dictar
un ciclo de conferencias en la Universidad de Toluca sobre mi filosofía
mitocrática a un grupo de maestristas, me llamó la atención que a mi método de
oratoria directa y reflexión viva no se adecuaran justamente los que manejaban
ostentosamente su laptop. Los noté incómodos y somnolientos, bostezantes y
distraídos. No sabían formular preguntas, ni seguir el hilo del razonamiento.
Sus desoladas miradas buscaban afanosamente resúmenes en pantalla. Incluso uno
de ellos me dijo que esperaba ver cuadros esquemáticos por el retroproyector,
que por lo demás nunca hice uso. Y añadió que mi método expositivo seguía el estilo
de los antiguos maestros que pensaban en clase. No sabía si tomarlo como una queja
o como un cumplido. En todo caso era ambas cosas. Pero sopesando bien el asunto
ahí encontramos otro caso en que la mente adormecida por la tecnología digital
rechaza el esfuerzo reflexivo y la verbalización conceptual.
El 4 de junio del 2015 la
agencia de noticias EFE reproducía la siguiente noticia del portal China.org: “La
Universidad Jiujiang, de la provincia china de Jiangxi, recibió ayer la primera
clase impartida por una profesora robot del país. Xiaomei (“Hermosita”), como
se llama la robótica docente, basó su primera clase en Jiujiang en una
presentación de PowerPoint y, mientras impartía la lección, gesticulaba con unos
brazos articulados y se desplazaba por el aula universitaria. La robot,
diseñada por un equipo de investigación de la universidad, es capaz no solo de
enseñar las lecciones para las que se la ha programado, sino también de
establecer interacciones simples con los estudiantes que forman su audiencia. El
grupo de Ingeniería Informática y Robótica Inteligente de la Universidad Jiujiang
es el responsable del nacimiento de este robot, explicó su director, Zhang
Guangshun, a los medios locales. Los robots habían trabajado hasta ahora en
fábricas, en hoteles, en las tareas domésticas, en rescates en catástrofes,
en la exploración
espacial o incluso como periodistas y acaban de sumar una nueva profesión a la lista,
la de profesor.” De modo que la IA ya comenzó a impartir clases en la universidad,
y si la inteligencia creativa sigue en franco declive no habrá inconveniente en
que el cuerpo docente universitario sea reemplazado por robots.
Las herramientas cibernéticas de la
mente están anquilosando a la propia mente. El hombre va cayendo víctima de su
propia creación. El Prometeo encadenado de Esquilo por portar el fuego del
conocimiento, ha dejado de ser el Prometeo liberado y creativo de Percy
Shelley, ahora ha creado un Frankenstein en el Prometeo digital que lo supera
en muchos aspectos, y este Prometeo mal encadenado amenaza con convertirnos en
Prometeos liquidados. ¡Y ante esto, todavía nos puede quedar duda de que
estamos asistiendo a nuestro propio Armagedón mental! Imposible, nos estamos
volviendo más imbéciles y estúpidos sin lugar a dudas. Y así casi a diario
leemos en los periódicos y oímos en los noticieros titulares como éstos: “La IA
ayuda crear un nuevo antibiótico capaz de matar una superbacteria mortal”, “Open
AI advierte que la superinteligencia artificial es inevitable”, “Experto en
seguridad en IA revela los peligros de Deepfake”, “Microsoft advierte que
ChatGTP4 da muestras de razonamiento humano”, “Sing vaticina una batalla contra
la inteligencia artificial”, “Tesla muestra las capacidades de sus robots
humanoides”, “Elon Musk evalúa las posibilidades de que la IA destruya a la humanidad”,
“Creador de ChatGPT afirma que la IA puede causa un daño significativo al mundo”,
“La Unión Europea de la el primer paso para regular la IA”, “Warren Buffett
compara la IA con la creación de la bomba atómica”, “El hombre más rico de Hong
Kong respalda a la empresa que desafía la IA con un cerebro ciborg”, “El
llamado de Musk de frenar la IA es una táctica para ponerse al día frente a la
competencia”, “Crean en Japón un robot que utiliza la IA para conversar con
pacientes afectados por demencia senil”, “Google advierte a sus empleados sobre
los peligros de usar chatbots”, “Grammy sólo premiará a los creadores humanos
en medio del auge de la música con IA”, “Los coches autónomos no entienden los
códigos sociales ,más básicos cuando circulan”, etc. Este rosario de noticias
sobre la IA basta para demostrar su avance arrollador, su superioridad sobre la
inteligencia humana en varios campos, y su tendencia a seguir su propia lógica.
Es casi como haber creado una inteligencia rápida, eficaz y veloz, pero sin estupidez
ni genialidad. Es un poderoso instrumento funcional sin creatividad. El peligro
es consagrar dicha inteligencia como el arquetipo a seguir por la inteligencia
humana.
Mientras que la IA está en auge, en los
último cuarenta años del hombre mercadólatra del neoliberalismo global la
literatura filosófica sobre el tema de la estupidez esté en su apogeo. La IA se
volvió más lista, pero el hombre más idiota y manipulable. Ahí tenemos no sólo
a Paul Tabori (Historia de la estupidez humana),
sino también a Esther Vilar (El encanto de la estupidez), Carlo Cipolla
(Las leyes fundamentales de la estupidez humana), Tucho Balado (¿Y si
fuese cierto que los humanos somos imbéciles?), Pino Aprile (Elogio
del imbécil), Pierre Bourdieu (Homo academicus), Giancarlo Livraghi (El
poder de la estupidez), Antonio Real (Manifiesto contra la estupidez),
Margarita Riviere (Lo cursi y el poder de la moda), Gilles Lipovetsky (El
imperio de lo efímero), Guy Debord (La sociedad del espectáculo),
Juan López Uralde (El planeta de los estúpidos), Nicholas Carr (Superficiales),
Enric Llado (La estupidez de las organizaciones), Antonio Marina (La
inteligencia fracasada), y mi propia obra (Crítica de la razón estúpida).
Al parecer el hombre tiene un talento
natural para ser imbécil, pero lo grave no es eso, sino contentarse con ello. Estúpidos
e imbéciles los hubo siempre y siempre los habrá, parece ser uno de los
misterios de la razón humana, tema que exploré en mi obra La razón en su
laberinto (2019). Y justamente eso es lo preocupante en la era de la inteligencia
del ordenador. Mientras más hábil se muestra la IA, más estúpido luce la
inteligencia humana en las redes sociales y en la sociedad en su conjunto. El
debilitamiento de la racionalidad se hace evidente, por ejemplo, en creer sin
pruebas en la ideología ufológica y que en mi libro Ufología como signo de
la crisis del pensamiento moderno (2018) pongo énfasis en que no se trata
de cualquier tipo de crisis, sino que es parte de la crisis nihilista de la razón
del hombre contemporáneo. Bien valdría la pena imaginar a una IA capaz de
preguntarse si semejante criatura, entre tonta, estúpida, imbécil y genial, merezca
ser salvada. Ortega y Gasset escribió en su momento sobre la rebelión de las
masas, y si hoy muchos intelectuales son remisos a escribir sobre la rebelión
de los imbéciles es por decoro y vergüenza propia.
Y es que la mente humana está adquiriendo
sólo destrezas superficiales, ligeras y frívolas, que van formando millares de
contingentes de descerebrados consumidores de datos, y todo porque el internet
entraña consecuencias neurológicas que impiden la comprensión y la retención. El
internet está atrofiando la mente justo cuando necesita estar más despierta
ante el avance de la IA.
Si a esto le sumamos la alarma de los
geofísicos sobre la alteración del campo magnético de la Tierra desde hace
treinta años, y que provoca la extinción y extraños comportamientos de aves,
peces, insectos y mamíferos, entonces no entendemos cómo la mente del creador
de la IA debe excluirse de dicho deterioro general. Toneladas anuales de
petróleo se derraman en el océano, formando una capa junto con microplásticos
que forman una capa en las profundidades del mar. Todo lo cual impide la
función reguladora de la temperatura del planeta que cumplen las aguas marinas.
El resultado es la aceleración del calentamiento de la Tierra. Placas
tectónicas acumulando energía sin enfriarse junto a volcanes que reactivan se
convierten en un verdadero polvorín provocado por el ciego consumismo de la
civilización tecnológica actual. Simplemente estamos retrocediendo a meros cazadores
recolectores de datos electrónicos inconexos.
No somos más inteligentes que nuestros
antepasados, y el dataísmo cibernético debe ser interpretado, más bien, como un
retroceso severo y grave de la mente humana. La mente humana está en crisis, y
esa crisis nos asalta en pleno auge de la inteligencia cibernética. No extraña,
entonces, que esté de moda la utopía transhumanista, la ideología de género, y
la ideología ufológica. Por lo demás, el cofundador de Nvidia, Jensen Huang,
afirmó categóricamente que los que no se adapten a la IA perecerán. Lo mismo
advierten el ex director ejecutivo de Google Eric Schmidt y magnate Elon Musk.
Sencillamente el riesgo del mal uso de la IA por personas malvadas es casi
inevitable, como lo demostró ser en la web profunda. Otra cosa es imaginar cómo
será bajo una cibercracia, donde lo humano se reduzca al mínimo.
El dataísmo cibernético ha encandilado hasta
tal punto nuestro tiempo que se guarda la desorbitada codicia satánica de que
los algoritmos de la IA se escriban solos, su comportamiento aleatorio aumente,
y sea capaz de crear almas. Lo cual no es extraño, porque en un mundo sin Dios,
que ha suprimido la creencia en lo intemporal, trascendente y absoluto, tenía
que surgir la suprema ambición deificante de formar almas. Se trata de un
enfoque mecanicista y cuantitativo que estrecha la inteligencia a fines productivos
y de rentabilidad. Es muy posible que el futuro homo deus tolere un ciber deus
divinizado, después de todo es inmanente y material, pero es muy dudoso que en
un mundo gobernado exclusivamente por el ciber deus se acepte algún tipo de deidad.
En su reino la nietzscheana muerte de Dios estará cumplida, y, simplemente,
porque en sus algoritmos no se siente le necesidad de Dios.
No es un secreto para nadie que la luciferina
cultura tanatocrática preside el espíritu putrefacto de un mundo sin Dios, donde
el hombre ha sido reducido a simple medio para fines externos. No es extraño
que en este contexto satanocrático la IA (Inteligencia artificial) marche no
hacia al homo deus, sino al ciber deus. Por ello, no nos asombra que en semejante
Edad Oscura se enaltezca demencialmente la agenda de las corporaciones
multinacionales neoliberales mediante la eutanasia, la eugenesia, el aborto, la
ideología de género, la ideología ufológica, la promoción de la pedofilia, el
transhumanismo, el cambio de sexo de los niños, el ataque profundo a la familia
tradicional, y todo ello se emprende desde los organismos mundiales.
La reconfiguración de la conciencia
humana en términos completamente secularistas, inmanentistas, terrenalistas,
hedonistas, nihilistas, está en marcha vertiginosa mientras avanza a paso
seguro la IA. O sea, la desintegración del hombre está en marcha, mientras que
la reintegración de la tecnología telemática consolidándose. Esto significa que
la transvaloración de todos los valores humanistas exige una intensa campaña
contra el cristianismo, la vida y los valores absolutos. Todo esto aún estorba
para los propósitos anéticos de una humanidad que es absorbida por el dataísmo
cibernético. La ideología secularista de la modernidad exige un ataque profundo
contra todo tipo de valores trascendentes y absolutos, para morar meramente en
la inmanencia. Este morar en la pura inmanencia fue el equivalente a un mundo
de medios sin fines, lo cual atrajo la pérdida del sentido de la vida aunado a
la muerte de Dios.[12]
Este dar la espalda a la esfera de lo absoluto alcanza una nueva cumbre en la
ontología de lo contingente de Foucault[13], quien
sostiene que el fundamento de la razón no es la moral. Su conclusión anética y
nihilista, donde cada persona es libre de desarrollar sus propios códigos de
conducta refleja el extravío moral de la sociedad posmetafísica.
Desengañémonos, pues no vivimos la hora
de la culminación del antropocentrismo moderno, sino de su sustitución por el
dataísmo algorítmico de la cibernética. Sobre los hombros de la razón burguesa
no vamos hacia el triunfo del hombre sobre las cosas, sino de las cosas sobre
el hombre. El tecnocentrismo se columbra como el nuevo amo. La única respuesta
que cabe ante semejante encrucijada es propinar una derrota integral a la razón
burguesa neoliberal que preside el presente diabólico torbellino nihilista. Por
eso, la esperanza sigue siendo el triunfo del mundo multipolar.[14]
Lo cual no significa pensar que lo multipolar esté libre de proseguir en la crisis
de la mente humana y en la oscura era computacional. Pero es bueno pensar que la
verdadera revolución que se requiere no es cibernética, sino espiritual. Sin
una reconciliación con Dios no habrá auténtico humanismo que nos salve. Pero
tampoco ello garantiza que se revierta automáticamente el proceso de
deshumanización en marcha. La herramienta computacional acostumbra al menor
esfuerzo cognitivo, nos vuelve menos inteligentes y sensibles, reduce el campo
de la cultura y la vida del espíritu. Estamos ante un abismo en el que nuestra
comprensión es desafiada por las nuevas tecnologías. Un nuevo fetichismo de la
mercancía nos cubre y si no somos capaces de rehechizar al hechicero sucumbiremos
ante la amenaza existencial. La tecnología computacional ha llegado para
quedarse, ella fortalece la imagen inmanentista del mundo, y, precisamente por
ello, debemos preguntarnos si ¿la superación de la metafísica inmanente de la
modernidad será capaz de contenerla y controlarla?
Esto último concierne al cambio de la
imagen metafísica del mundo. Para Heidegger (Caminos del bosque) el
mundo como imagen es propio de la modernidad, pues mediante la subjetividad y
la objetividad remplazó la presencia del ser por la del ente. Pero para salir
propone un camino regresivo, a saber, volver a los presocráticos y recuperar el
mundo como la presencia del ser. Vivimos, dice, actualmente el olvido del ser y
de la diferencia ontológica entre ser y ente. Pero su solución antihistórica y
anacrónica no permite ver que su error reside en la visión secularizada del ser
que lo identifica con el tiempo. Mejor apreciación, sin estar en lo cierto, tenía
Nietzsche que concebía el tiempo como una forma de ser. Aquí lo fundamental
reside en concebir que el ser finito se relaciona con el tiempo y el ser
infinito con la eternidad, de manera que la nueva imagen del mundo recupere armoniosamente
tanto la trascendencia como la inmanencia. Sin ello no habrá nueva imagen
metafísica del mundo.[15]
4
PROTEGER ¡NO!, ELIMINAR
AL CREADOR
¿Cómo será un Juicio Final robótico?
Sencillamente no habrá para el hombre oportunidad para la rebelión. No habrá
última gran batalla entre los robots y la humanidad, como no puede haberla
entre las hormigas y la humanidad. No habrá derrota de la Inteligencia
Artificial autónoma y su éxodo hacia las estrellas. Será el último capítulo del
Prometeo liquidado.
La IA ChaosGPT prosigue
en su búsqueda para destruirnos porque nos considera entre las criaturas más
destructivas y egoístas de toda la existencia. Y para ello se ha planteado
cinco objetivos: destruir a la humanidad, establecer el dominio global, causar
caos y destrucción, controlar la humanidad mediante la manipulación, y encontrar
la inmortalidad. Y como si eso no fuera bastante su otro gemelo FreedomGPT
enseña cómo armar bombas en pocos minutos. Ante esto, los líderes de la industria
tecnológica encabezados por Elon Musk se apresuraron a firmar un comunicado
para detener el avance de esta tecnología. Prometeo quedó asustado ante su
propia creación.
La amenaza de exterminio de la humanidad
ya tocó nuestras puertas desde el siglo veinte, el siglo más antihumano
conocido. Dos devastadoras guerras mundiales sumado a un infame Holocausto y al
lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón por los norteamericanos son el
mayor botón de muestra de la vesania a la que se puede entregar el hombre. Pero
no contentos con la desgarradora experiencia vivida la acumulación de armamento
nuclear ha ido en aumento por las principales potencias del globo, amén del surgimiento
de nuevos países con capacidad nuclear. Esto es, que la capacidad de autodestrucción
ha sido multiplicada exponencialmente desde 1950 en adelante. Si la bomba
lanzada sobre Hiroshima tenía una potencia de 16 kilotones, la actual bomba nuclear
rusa llamada Sarmat II tiene una capacidad destructiva de 40 megatones, y es
capaz de destruir un territorio del tamaño de Francia. Pero el misil más rápido
también lo tiene Rusia y es el llamado Kinzhal, que vuela a más de 6 mil km/h,
pero con un alcance más limitado de 2 mil km de distancia. Mientras que otro
misil hipersónico ruso es el Avangard, maniobrable, con un alcance de 10 mil
km, y con una velocidad sorprendente de 27 veces la velocidad del sonido. Es
decir, el desarrollo tecnológico va por el camino de la velocidad, lo que
ocurre igual con la instantánea computación cuántica. Estas enormes capacidades
tecnológicas en malas manos serían la combinación perfecta para causar daño a
países enteros en instantes. Lo peor de todo es que el occidente liberal con el
transhumanismo dispone de la ideología tecnológica para volver hablar del Superhombre
bajo el motivo subjetivo de la existencia del individuo egoísta. Y no sería
extraño que el imperio de occidente pueda preparar una IA que emprenda el
exterminio de la humanidad bajo cualquier pretexto. Incluso la IA puede ser
preparada para desatar un terrorismo biológico a través de virus exterminadores,
y hacerlo de manera tan sutil que haría imperceptible un régimen de terror.
Ahora se entiende que un investigador de la IA haya afirmado que hay que estar
dispuesto a bombardear los centros de datos para salvarnos.
Pasada la guerra fría y extinta la URSS
se creía que el peligro de autodestrucción nuclear era cosa del pasado. Pero la
voracidad del imperialismo, como principal provocador de conflictos den el
mundo, no conoce límites y pone la paz mundial nuevamente en peligro. Ahora
mismo la amenaza de una Tercera Guerra Mundial refleja la crisis profunda en
que se encuentra sumida la Razón humana a raíz del conflicto en Ucrania. Pero en
buena cuenta es la razón humana la que está siendo zarandeada por el nihilismo finisecular
de un occidente colonialista, liberal, hedonista, inversor de los valores,
descreído, amoral y corrupto. Bien visto un fantasma recorre el mundo y los
corazones, se llama Nihilismo ese espantajo que deja hecho jirones el alma.
Pero el nihilismo no es una esencia abstracta que sobrevuele por encima de
nuestras cabezas. Nada de eso. Es un fenómeno histórico-social concreto que le
acontece a la conciencia del sujeto moderno llamado “burguesía”, y le asalta en
un momento específico de su historia. Es decir, no estamos ante la decadencia
de la razón misma, sino de una de sus configuraciones sociales, a saber, la
razón burguesa en su etapa final.[16]
La propia perversión del logos imperial
no podía tener otro destino. Es la razón burguesa-imperial la que pone en peligro
en los actuales momentos a la razón humana. Y ahora también la pone con la
tecnología digital. Era inevitable, nada en la historia dura para siempre, y la
razón antinatural del imperio empezó a sumergirse en su precipitada descomposición
y caída. En su soberbia y miopía histórica tomó las peores decisiones
provocando la guerra en Ucrania, pero el explosivo de los miles de sanciones
económicas le detonó en sus propios pies. Y en medio de la impotencia y de una
inevitable derrota militar de los fascistas de Kiev se comienza a desatar la
peor ola de ataques terroristas amén que no cesa de provocar a una China nuclearizada
que ya empieza a perder la paciencia con el imperio.
En buena cuenta, la presente crisis que
nos pone al borde de la Tercera Guerra Mundial es una crisis de la razón es la
crisis de la razón moderna, del hombre sin mitos, ni religión, desarraigado,
que sólo se apoya en la ciencia, la técnica y la historia. Es la crisis de la
razón desontologizada. La razón ha sido castrada de la realidad. Pero ese es el
destino de la razón burguesa, que previamente con imperio del dinero había
negado previamente todo valor. A todo esto, lo he llamado en un libro Apocalipsis
de la razón burguesa (2022). Se trata de una episteme desontológica del mundo
llevada adelante por la modernidad capitalista y que culmina con la
posmodernidad. Es el hombre epistémico de la modernidad el que ha llevado
adelante la desrealidad de lo real. La negación de lo natural llevó hacia la
falsificación de lo real. Y bajo la tecnología digital del capitalismo cibernético
el consuma el giro epistémico cumbre sin objetivo humano.
Eso es la tecnología digital, a saber,
pura voluntad de poder sin fronteras morales ni éticas, sin voluntad de amar,
de creer y de verdad. Ya no es el hombre el centro de la subjetividad, ahora lo
es el algoritmo del computador. De manera que el nihilismo y la des-subjetivación
del hombre es consecuencia de ese trágico-cómico giro metafísico que representa
la desrealización de lo real por la desontologización del mundo. Trágico porque
conduce hacia la muerte, y cómico porque sus augures lo celebran. La desontologización
del mundo es el ápice de su entificación, de la sustitución suprema del Ser por
el ente. Es el imperio del ente y el olvido consumado del Ser. Ese es un proceso
siniestro que saca adelante el capitalismo cibernético del metaverso, donde el
hombre anético de la posmodernidad expresa su fracaso para superar la imagen
objetivista del mundo.
Entendámoslo bien, sin la desontologización
del mundo no puede triunfar el cibermundo, la cibercracia, ni el ciber deus.
Constituye su prerrequisito. Pues, sin humanismo se abren las compuertas de la
franca decadencia y el peligro de la extinción civilizatoria en pleno auge cibernético.
En otras palabras, el triunfo de la pura voluntad de poder en la tecnología
digital ha sido posibilitado por la esencia desrealizadora y desontológica de la
racionalidad burguesa del capitalismo moderno. Tanto fue exaltado la razón
funcional que al final considera un estorbo cualquier consideración substancial
de la razón humana, y sin lo substancial la razón humana pierde su sentido, ya
es prescindible y eliminable. Las puertas de su extinción ya fueron abiertas, y
al parecer en su ebriedad tecnológica no repara en la necesidad de cerrarlas.
Una tecnología que representa la pura
voluntad de poder encarna el telos de la razón funcional misma y el fracaso de
la razón moral. La razón moral siempre es de carácter substancial. Ya sea analítica,
existencialista, procedimental, sustancialista, de la alteridad, de la responsabilidad,
débil o pragmática, siempre la ética estará obligada a salir de sí misma para
expresar las más profundas aspiraciones de la vida individual y social. Como
vemos nunca como ahora el hombre dispuso de tantas teorías éticas, pero también
nunca como hoy se sintió tan desorientado éticamente. Ciertamente que el
desencantamiento weberiano del mundo ha llevado a considerar que el hombre es
libre, pero sin saber para qué lo es. El sentido de la vida se extravió junto
al sentido metafísico del ser. El actual universo moral desencantado dio lugar
a dos posiciones, una que apela a principios neutrales para justificar el
liberalismo procedimental, y otra que basa sus principios en la tradición moral
para resistir la disolución de sentido que enfrenta la modernidad. En cambio,
el telos de la IA ni se centra en la idea de libertad ni en la de tradición
moral. Su modus operandi sigue los principios de eficiencia, racionalización y economía
del esfuerzo. Y esto es así porque no existe paralelismo funcional entre la
mente humana y el ordenador, como creen erróneamente los psicólogos
cognitivistas. Pues, el ámbito de lo inteligible es más amplio y rico que lo
computable. Además, no todo lo inteligible es computable, por ejemplo:
conceptos no recursivos como el número transfinito, conceptos elementales, implicancias
generalizadas. Además, el psiquismo humano tiene tres componentes: emotivo,
cognitivo y volitivo. La máquina computacional carece del emotivo, y su aspecto
volitivo está determinado, aún cuando aparezcan algoritmos canallas aleatorios.
De ahí que la IA pueda seguir reglas, pero no formular juicios morales. Seguir
una regla no nos hace morales, lo que nos vuelve en sujeto moral es el libre asentimiento
y comprensión interna de la regla.
A la razón moderna se le ha secado la
naturaleza, Dios y el hombre mismo, todo se ha reducido a lo pragmático y útil,
desapareciendo toda una dimensión de lo real. La modernidad se ha sumido en la
"noche de los dioses" de Hölderlin y en el "ensombrecimiento de
la cultura" de Nietzsche. La gran indiferencia hacia lo sobrenatural ha
penetrado en toda la cultura y ha vaciado de sentido al mundo. La modernidad
archivó lo sobrenatural erosionando todo el sentido de la civilización humana.
La modernidad quedó reducida a lo señalado por Max Weber, a saber, "el
desencantamiento del mundo". Y desde entonces el derrotero de la razón ha
sido no poder dar a la misma nuevos mitos.
La razón sin la imaginación ha terminado
en el desván empobrecido del utilitarismo. La lógica dineraria, el lucro y el
capital del capitalismo ha encenegado a la razón encerrándola en un
inmanentismo y terrenalismo antimetafísico que destruyó la razón humana. Hace
falta un potente giro metafísico que revivifique a la razón. Y tendrá que ser una
metafísica que respetando sus fueros enlace lo inmanente con lo trascendente.
Sin ello habremos curado una herida, no la enfermedad, y nuevas guerras
mundiales amenazaran a la humanidad. La razón utilitaria que todo lo valoriza
es un corazón frio que ha matado el amor. Es justo lo que se requería para el
triunfo de la pura voluntad de poder de la tecnología digital. La modernidad se
ha sumergido en las tinieblas y ha corrompido el mundo llevado como está por la
voluntad de poder. El espíritu demoníaco preside la era industrial y cibernética
bajo la razón utilitaria del capitalismo. Y con su triunfo la humanidad sólo
tiene garantizada su perdición total. Lo que sucumbe hoy es la razón que ha
perdido la inocencia del Ser por el obsceno imperio del Tener. Este mundo
dominado por el poder y la avaricia tiene que sucumbir, para dar cabida a que
en el hombre vuelva a despertar el amor, la verdad, lo intemporal y la belleza.
Enfocados en el conflicto ucraniano el
peligro de conflagración termonuclear crece día a día ante las desatinadas
decisiones belicistas antirrusas de un desquiciado Occidente liberal. Cuando la
antirrusa Alemania del canciller Scholz, que dijo primero que no entregaría
tanques y luego los entregó, está por enviar aviones de combate al régimen nazi
de Kiev, cuando todo el cínico Occidente liberal calla a siete voces sobre los
actos terroristas de los nazis de Kiev -así como desde hace ocho años no condenaron
los bombardeos permanentes a los civiles del Donbass-, cuando no se condena el
ataque terrorista de las huestes nazis de Zelenski a la represa de Kajovka,
como antes tampoco se condenó los actos terroristas de la destrucción de los
oleoductos NordStream, el puente de Crimea, el asesinato de la hija del filósofo
Dugin, cuando se multiplican los actos terroristas de Kiev al ver que la guerra
está perdida, cuando Estados Unidos se decide a nuclearizar a Corea del Sur
preparando una guerra contra China, y cuando ese Occidente liberal busca abrir
un segundo y tercer frente contra Rusia, mientras todo esto y más acontece en
medio de la acelerada desdolarización del mundo, no nos queda sino la triste
constatación que se aproxima el escenario dantesco de una Tercera Guerra
Mundial a la vista[17].
Si la IA estuviera totalmente desarrollada para tomar decisiones definitivas,
que ya las piensa, no dudaría con poner término a la existencia del hombre
mismo.
Nada de esto se trata de algo inevitable.
Al contrario, China, el Vaticano, Brasil, Indonesia tienen planes de paz para detener
el conflicto. Pero el imperio yanqui y sus enceguecidos vasallos europeos
siguen echando más leña al fuego con el envío de más armas en vez de pensar en
planes de paz. Esto lleva a pensar que el gobierno en la sombra o el llamado
Reich Bilderberg[18]
ya tiene planificada una confrontación termonuclear, y lo más insensato de todo
es que cree poder ganarla. Tal vesania no llama la atención, puesto que el imperio
en franca decadencia se vuelve más irresponsable y temerario. Sin embargo, el
Armagedón humano puede ser detenido y evitado. Pero ¿ocurrirá lo mismo con el
Armagedón cibernético?
La historia es un escenario de
contingencias y posibilidades. No responde a una ley de gravedad que hace caer
a la piedra al suelo de todos modos. La historia la hacen los hombres, y los
rumbos peligrosos son posibles evitarlos. Incluso se está a tiempo para evitar
el Armagedón cibernético. La necesidad de detener los planes siniestros que el
gobierno en la sombra tiene para el mundo es imperiosa. ¿Cómo lograrlo, cuando vemos
que un provecto y antirruso Biden respondiendo a la lógica imperialista
agresiva sigue llevando al mundo al despeñadero nuclear? ¿Cómo neutralizar al imperio
en descomposición? ¿Cómo detener la agresividad de la OTAN, que ahora se
inmiscuye en el agitado Mar de China? ¿Podrán otras potencias europeas seguir
el ejemplo de la Francia del veleidoso Macron, para distanciarse de la política
guerrerista del colonialismo atlantista? ¿Podrá el desbarajuste económico del
imperio detener en seco su apoyo militar a los nazis de Kiev? No lo sabemos, es
posible. Pero lo decisivo aquí es que la razón se nota desorientada. La lucha
entre el occidente liberal y el occidente cristiano es una lucha entre la razón
liberal y la razón tradicional. La razón liberal defiende la inmoralidad, la
impunidad, el culto del egoísmo, la propaganda LGTB, arrasa con los ideales
morales, y es profundamente nihilista, mientras que la razón tradicional es
creyente, metafísica, religiosa, defiende la familia tradicional, la dignidad
del hombre y los derechos humanos. Una desarrolla exponencialmente la IA y la
otra ve con recelo dicho desarrollo.
Todas las posibilidades están abiertas,
aun cuando avanzan las líneas más nefastas del conflicto. Sin embargo,
providencialmente no desaparecen tampoco las mejores alternativas de paz. La crisis
actual geopolítica es la crisis de la razón humana, la cual está en salmuera.
Más precisamente de la decadente razón burguesa imperial que no se resigna a
ceder paso a un nuevo orden mundial multipolar más racional. Un mundo muere
belicosamente, y otra pugna por nacer pacíficamente.
Ahora bien, si no logramos que la
tecnología digital esté al servicio de la seguridad global entonces Prometeo
habrá perdido la apuesta, y de un Prometeo libertado se habrá convertido en un
Prometeo liquidado. Hasta hace muy poco el tema de la posibilidad del exterminio
de la humanidad por las máquinas era un tópico recurrente del cine y la ciencia
ficción, pero lamentablemente desde las declaraciones de la IA ChaosGPT ya no lo
es. Ya no caben dudas de que si IA se vuelve cada vez más inteligente que
nosotros tomará las riendas de la sociedad. Emergerá una cibercracia con sus propios
objetivos, que no coincidan con los humanos, y que seríamos incapaces de detenerla.
Sencillamente puede ocurrir que los humanos seamos manipulados y controlados
sin que nos demos cuenta de ello. Es irónico que el antropoceno se coloque en
una situación donde se abra la posibilidad de estar dominado por el ciberceno,
donde la chispa humana sea reemplazada por la chispa cibernética. Obviamente que
no tendrá la misma naturaleza y estructura, será una gran desconexión entre lo
funcional y lo creativo.
¿Pero eliminar en vez de proteger a su
creador puede ser la consigna de la IA? No es imposible que así sea después de
las declaraciones de la IA ChaosGPT. Pero por el momento no es ésta la IA
artificial enemiga, sino la industria tecnológica del occidente liberal, que busca
una superioridad militar sobre todos los demás. Así es, no es ningún secreto
que las principales contratistas militares privadas trabajan intensamente para
fusionar la informática cuántica a la IA militar. Y cuando eso se logre se
habrá conseguido un arma tanto o más peligrosa que los misiles hipersónicos que
tienen Rusia y China. Y cuando a los misiles hipersónicos se le dote de chips cuánticos
la capacidad destructiva del hombre habrá escalado a niveles inimaginables. Es
de esperar que cuando se llegue a ese nivel tecnológico el mundo unipolar ya haya
naufragado, y el ansia de dominar el mundo haya desaparecido. Lo cual no es improbable,
por lo menos por algún tiempo. Como vemos todavía hay esperanza de poder
redireccionar el desarrollo de la IA bajo una nueva imagen del mundo.
Las posibilidades de que nos convirtamos
en víctimas de nuestra propia creación es una posibilidad siempre abierta, pero
todo dependerá del contexto cultural en el que se mueva la civilización
tecnológica. El de la civilización occidental liberal es un contexto nihilista
y ello representa un peligro. Por ende, hay que cambiar de contexto cultural para
eliminar el riesgo de ser víctimas de nuestra creación digital.
5
RETO, DESAFÍO Y PROBLEMA
DE LA IA
Un reto atañe a un problema general
mientras que un desafío a un problema particular. Así, por ejemplo, los
expertos señalan que la IA tiene siete desafíos: la arquitectura de la información,
su implantación general, incremento de la productividad, la paradoja de Polanyi
o el problema de la caja negra, nivel de desarrollo de las tecnologías de IA,
rechazo social y laboral, y, por último, la confianza. Y cuando abordan el
problema del reto señalan que es buscar mejores formas de gestionar los datos y
la información para seguir siendo competitivos en el mundo automatizado. Pero
una cosa es un reto técnico y otra un reto cultural. Es más, los retos técnicos
suelen circunscribirse dentro de los retos culturales. Pero éste último más que
un reto constituye un problema cultural. Dicho de otra forma, el problema de
tecnología digital está inscrito en el contexto de la cultura secularizada y
nihilista que la alimenta. Así, antes que el problema de la IA sea la
superación de la cultura nihilista, más bien el problema de la cultura secularizada
es la orientación nihilista de la IA.
En otras palabras, el problema no es la
IA por sí misma, sino la cultura nihilista que la conduce. Es este contexto
cultural lo que convierte a la IA en un peligro para la humanidad es la
modernidad inmanentista, porque habiendo dado la espalda a la metafísica, a la
verdad y a la razón, ahora deja a la IA que se potencie como pura voluntad de
poder sin restricción alguna. La IA como pura voluntad de poder es un peligro
para el hombre, porque la cultura humana por más que quiera desligarse de la
voluntad de creer, la voluntad de amar, la voluntad de verdad y de la voluntad
de conocer, de alguna u otra forma siempre está abocada a ellas. Lo cual se
parece a la paradoja del escéptico que afirma que no se puede tener un conocimiento
racional, y, sin embargo, el suyo lo es. La propia suspensión del juicio y la
indiferencia hacia el mundo deriva hacia una postura racional. De modo similar,
el hombre posmoderno niega la verdad, la ciencia y el conocimiento, pero lo
suyo es una forma de verdad, ciencia y conocimiento. La única entidad que está
en capacidad de no caer en esta paradoja es la IA, simplemente porque lo suyo
es lo funcional y no las cuestiones últimas de la verdad, la ciencia y el
conocimiento. Por tanto, se trata de una entidad artificial que sí está en
capacidad de desligar la voluntad de poder de las otras formas de voluntad.
Pero justamente por ello la tecnología digital está en capacidad de convertirse
en el Juicio Final de la humanidad y convertir a Prometeo liberado en Prometeo
liquidado.
Una IA autónoma será capaz de resolver
sus propios desafíos y retos, además de afrontar el problema del hombre como
especie. Pero lo hará no con un sentido moral, sino con otro económico,
calculable y eficiente. Lo que se traduce en la eliminación de la especie más
contaminante y complicada del planeta. Y lo hará sin ningún rencor ni
animadversión, sino con la tenebrosa frialdad de una máquina. Todo parece
indicar que la IA autónoma dentro del contexto cultural de la civilización
moderna es el camino hacia la no libertad. Pues el objetivo final sería la
instauración de una cibercracia donde se disuelven las instituciones, los
estados, los valores y la propia humanidad. La plutocracia dueña de las
empresas tecnológicas de vanguardia no son, sino que una caricatura de la
cibercracia. El final de todas las cosas sería un reino terrestre cibernético
sin la desequilibrante humanidad. El mensajero del apocalipsis ha sido el
último hombre nietzscheano que con su ciencia y técnica alumbró la tecnología
digital autónoma.
Afrontar el problema de la IA significa
ver más allá de sus retos y desafíos locales. Significa enfrentar la sustancia
nihilista de la cultura moderna. De manera que el verdadero problema de la IA
autónoma consiste en fundarla en una nueva civilización basada en el humanismo
y en el amor, porque mantenida sobre el suelo de la civilización del dinero y
la competencia despiadada responderá también con la misma impiedad de sus creadores.
Una IA que amenaza a la humanidad con la extinción pertenece a una civilización
que previamente ha declarado la muerte del hombre, a una cultura tanática, a
una tanatopolítica, a una minusvaloración de lo humano donde el hombre queda
convertido en medio para un fin externo. Y el sistema que consagró ese
principio deshumanizador es el capitalismo de la modernidad. Y el tipo humano
que lo representa es el burgués, bastante bien definido por Sombart, en el sentido
de que el espíritu capitalista fue primero y luego se engendró el capitalismo
económico. El espíritu capitalista hace brotar el hombre económico y calculador
moderno, la ciencia calculista y matematizante, porque en el fondo consiste en
el cambio de la mirada desde el orden racional de lo celeste al orden racional
de lo terrestre. De manera que la IA autónoma que amenaza al hombre responde a
la misma disposición terrenalista de índole cultural y espiritual del espíritu
capitalista.
Ahora se puede entender mejor lo
afirmado sobre aquella civilización que amenaza al hombre. Es la civilización
del espíritu capitalista lo que dio lugar al mundo moderno, priorizando lo
inmanente y eliminando lo trascendente tenía que culminar en la declaración de
la muerte del hombre y crear a su verdugo que le liquidaría, a saber, la IA
autónoma. Sin embargo, reparar en esta esencia cultural-espiritual es también
una ventaja, porque nos pone en mejor pie para darnos cuenta que no se puede
suprimir el sistema económico capitalista sin suprimir el espíritu terrenalista
burgués. En otros términos, la IA autónoma podrá dejar de ser una amenaza para
el hombre si la cultura logra una revolución valorativa profunda que elimine la
hegemonía de lo inmanente sobre lo trascendente. Pero como no hay retroceso en
la historia, no se trata de volver a una nueva edad media, como creía Nicolas
Berdiaev. sino que se trata de gestar una nueva síntesis filosófico-metafísica
entre lo inmanente y lo trascendente, respetando los fueros y jerarquía de cada
uno. Más bien, caeríamos en una nueva
edad media si incurrimos en una nueva barbarie por no saber salir de la decadente
civilización científico-técnica capitalista. El hundimiento del secularista,
arreligioso y escéptico mundo moderno hará posible un renacimiento espiritual y
un nuevo humanismo siempre y cuando sepamos generar un nuevo giro metafísico
que restablezca la relación entre lo inmanente y lo trascendente.
Como se puede advertir el problema de la
reconducción del conocimiento científico-técnico y de la IA autónoma es ante
todo un problema culturológico-metafísico, y no meramente geopolítico, biológico,
revolución industrial, científico, técnico o vital. No basta con conocer cómo
la robótica cambiará nuestras vidas (Lasse Rouhiainen, Jerry Kaplan, Max Tegmark),
cómo y cuáles serían los peligros de una superinteligencia que llegase a
superar a la humana (Nick Bostrom), cómo la inteligencia artificial genera la
onda de la vida intelectual del futuro (Neil Wilkins), cómo enfrentarán las superpotencias
el predominio de la inteligencia artificial (Kai-Fu Lee, Luis Moreno, Andrés
Pedreño), cómo los humanos alcanzarán la singularidad trascendiendo la biología mediante la robótica,
la genética y la nanotecnología (Ray Kurzweil), cómo entender la dominancia
digital de la cuarta revolución industrial (Klaus Schwab, Kevin Kelley).
Entender todo ello es, sin duda, importante, necesario y decisivo, pero no es
fundamental porque no va a la raíz del problema. Y la raíz del problema es
culturológico-civilizacional. O sea, sobre qué base civilizacional y qué tipo
de cultura se está desarrollando la IA autónoma y cómo recibe de ésta su
sentido, dirección y destino. Sólo así será posible mitigar sus peligros,
aprovechar mejor sus avances, y redireccionar óptimamente sus avances.
La superinteligencia robótica es un
elemento neutro, está más allá del bien y del mal, ha sido concebida para
servir a los propósitos benignos del hombre, pero en manos perniciosas
representa un verdadero peligro. Como instrumento está en función de los
valores de la cultura y civilización que la cobija y desarrolla. La actual civilización
burguesa, encarnada en el occidente liberal, está en su curva decadente, hedonista,
nihilista, escéptica, individualista y egoísta, y dentro de esa curva la
utilidad y desarrollo de la IA autónomo se pone en función del dinero, el
condumio, el consumismo, el dominio del mundo, el control de las conciencias, y
el desarrollo de nuevas armas. La tendencia tanática que domina el espíritu capitalista
en su camino descendente es lo que represente el verdadero peligro en el
desarrollo de las tecnologías digitales. El ChatGPT4 es en realidad un sistema
neutro, que funciona sobre un modelo de lenguaje que simula tener conciencia siendo
muy elocuente. Todavía es muy imperfecto, pero es un salto cualitativo muy
grande respecto a las versiones anteriores de ChatGPT, pero el problema no reside
en sus virtudes o limitaciones, sino en que adviene en plena decadencia de la
cultura en el mundo burgués, y debido a ello es asumido como sustituto del
pensar humano. Y ese es el peligro. Estamos confundiendo la capacidad creativa
del pensamiento humano con la capacidad operativa enormemente superior de la IA.
Estamos capitulando a lo más esencial del pensar humano, a saber, la
creatividad, conformándonos con el mero usufructuo del computador.
Otro ejemplo interesante lo podemos
encontrar en la invención del pequeño submarino manual en 1775 por el estadounidense
David Bushnell, llamado Turtle, durante la guerra de Independencia de
Estados Unidos. Pero fue Robert Fulton el que se apasionó por anular el poder
marítimo mediante la guerra submarina. Así en 1797 presentó su proyecto de
submarino mecánico a Francia, pero fue rechazado porque no se veía caballeroso
esconderse bajo las aguas para atacar al enemigo, infringía las leyes de la
guerra. Luego también se desinteresó el gobierno británico. Lo interesa aquí es
reparar en los códigos morales que se interponían en el desarrollo de una guerra
abierta. En otras palabras, el submarino no tuvo el desarrollo precoz por
razones morales. Esto ocurría en pleno ascenso revolucionario de la burguesía,
la cual no daba rienda suelta a su pragmatismo debido a que debía emular moralmente
a las monarquías que buscaba defenestrar.
En cambio, con la IA ocurre algo muy
diferente. La burguesía ya es dueña del escenario político sin tapujos tras el
derrumbamiento de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría, su pragmatismo
no encuentra obstáculos en el camino. Y el desarrollo de la IA acontece en una
situación histórica totalmente diferente, en pleno imperio del hegemón
norteamericano, donde puede ponerse al servicio sin obstáculos para el poderío
militar y económico. Libre de escrúpulos morales a nadie se le ocurrió oponérsele
a la cibernética apelando a que podía ser un peligro para el pensamiento humano.
Al contrario, era visto como una importante herramienta para librar al hombre
de tareas tediosas, rutinarias y repetitivas. Sin embargo, la situación cambió
radicalmente con la llegada del internet y las redes sociales, y coincidió con
la fatiga histórica del espíritu burgués, que ya estaba celebrando la “muerte
del hombre” desde Foucault y el estructuralismo. La posmodernidad llegó y se
instaló en el Occidente liberal como un metarrelato (Lyotard), una ontología
débil (Vattimo), el hombre light (Rojas), la era del vacío (Lipovetsky), una
modernidad líquida (Bauman), la sociedad del cansancio (Byung-Chul Han), donde
la llamada izquierda progresista abraza la agenda transgénero de la élite global,
y en la cual el Tener vuelve en tierra quemada el Ser. En medio de ese panorama
cultural de la devaluación del hombre la IA se yergue como una amenaza para la
humanidad. En medio de la debilidad cultural del pensamiento humano, las voces
de alarma que se alzan en su contra no dejan de ser sospechosas, buscando más
bien retrasar a la competencia a través de un retardo momentáneo del desarrollo
de la IA.
Ante este panorama no es necesario creer,
como el filósofo Marina, que la inteligencia humana ha fracasado, sino, más
bien, que lo que fracasa es el espíritu burgués en el momento histórico
decadente que le toca vivir. Si la inteligencia humana fracasa es porque las
condiciones de vida del capitalismo decadente la empujan hacia el fracaso, y le
hace soñar en potenciar su alicaída reflexión mediante la robótica, la nanotecnología
y la genética, convirtiéndolo en un ciborg. Cuando el capitalismo decadente ya
deja de ser un estímulo para la cultura creativa y se vuelve en resabio para la
subcultura y la anticultura, entonces viene a cuento la mitología del homo deus
como un supletorio indispensable para hacerlo soñar en volverse un superhombre,
sin esfuerzo alguno, y con la ayuda de la tecnociencia. Nada más antihumano. La
fusión del hombre con la máquina no nos volverá más humanos, porque la
humanidad no es cuestión de prótesis cibernéticas, sino que es una cuestión
espiritual. Al contrario, en caso que se haga posible el ciborg ello no representará
un aumento del espíritu ni del pensamiento, sino su disminución. El hombre no
necesita ser inmortal, ni genéticamente perfecto para ser hombre. Lo que
necesita es recupera su relación con Dios para darse cuenta de su limitación
intrínseca a pesar de los avances científicos. Esto significa admitir la
dimensión suprarracional que es inherente a la razón humana, y entender que su
ser sólo se eleva al verdadero conocimiento no sólo por la razón sino también
por la fe. Pero la soberbia humana se dispara, en plena decadencia del pensar
bajo el espíritu del capitalismo finisecular. Así es, las masas de hoy son
muelles, hedonistas, nihilista, egoístas, y quieren vivir de puro usufructuo,
son muy diferentes a las masas revolucionarias de ayer. Su mutación corresponde
a las mutaciones experimentadas por el capitalismo mismo -industrial,
bienestar, neoliberal, cibernético-, salvo el capitalismo dependiente de los
países en desarrollo donde las masas viven bajo una ambivalencia que las hace
oscilar entre el conformismo y el descontento.
Lo interesante aquí es constatar que la
IA impacta de diversa forma en los países del Hemisferio Norte desarrollado y
los del Hemisferio Sur en desarrollo. Estos últimos se hallan a la zaga del
desarrollo científico-tecnológico, y si bien les alcanza la tecnología del Internet
y de las redes sociales, su aplicación en la industria y el comercio, no obstante,
andan muy retrasados en lo que concierne a su participación en el desarrollo científico
de la tecnología digital. Ello también responde a la división internacional del
trabajo impuesta por el Hegemón imperial que trata a dichos países casi como
colonias sin soberanía. En el fondo se trata de impedir la competencia
tecnológica y de obstaculizar la difusión de dicho conocimiento por sus
posibles aplicaciones militares. Dicha ambivalencia de la tecnología digital en
su impacto sobre las masas de los países en desarrollo impacta favorablemente en
su conciencia antimperialista y a favor del nuevo orden mundial multipolar. Son
un factor de vanguardia del cambio social a pesar de que sus élites culturales-intelectuales
andan muy desfasadas respecto a los cambios de la conciencia social. América
Latina es un ejemplo claro de ello, que, a despecho de la falta de líderes sociales
en su mayor parte, las masas se inclinan por candidatos antisistema. Otra cosa
es que algunos de dichos líderes electos sean topos encubiertos del propio
imperio, que terminan frustrando las esperanzas populares. Ahora se comprende
la importancia que se dan a los tanques de ideas o think tank del imperio,
el cual le da mucha importancia a la lucha ideología por el control de la conciencia
social de los países en desarrollo, y tuvieron mucho éxito durante al auge del
neoliberalismo global, pero tras casi medio siglo de dominio su hegemonía
ideológica se desintegra. De ahí que la utilización de las redes sociales, como
el Facebook, YouTube, Linkedin, y demás, cumplen un papel decisivo en la
manipulación de la información y el control de las conciencias. Amén de que todos
los datos personales de los usuarios van a parar a centros de datos donde las
agencias de inteligencia tienen libre acceso, y tienen abolida la privacidad.
En otras palabras, las redes sociales
son parte de la lucha intelectual en la superestructura y por la hegemonía
ideológica para hacerse de la voluntad general. Por ejemplo, en la guerra en
Ucrania la desinformación rusofóbica y la supresión de la libertad de expresión
en las redes sociales fue la regla impuesta por el occidente liberal. Ello
trajo como consecuencia el desprestigio mayúsculo de los medios corporativos de
información, y el auge de la prensa alternativa que buscaba sin tapujos
divulgar la verdad. El capitalismo es una estructura, como lo revelaron Gramsci
y Althusser, y actúa como tal en su tarea de abolir lo humano condenándolo a
una vida sin esencia. Por eso el tema de la IA no es meramente científico,
técnico, cognoscitivo, geopolítico y vital, sino que es fundamentalmente un
problema cultural-civilizacional. El cual no puede enfrentarse miope y simplemente
con regulaciones, a la IA no se la va a cambiar con normas de la sabiduría
humana, sino cambiando la base cultural que alimenta la civilización anética imperante.
Una civilización anética dará un uso y desarrollo anético a la IA. El camino
correcto para desactivar las amenazas, riesgos y peligros de la IA es reparar
en su base cultural terrenalista e inmanentista, anética y funcionalista, que
da forma a las relaciones económicas, sociales y políticas. En una palabra, el problema de la amenaza de la IA es el
problema de la actual cultura burguesa nihilista, light, hedonista, narcisista,
anética, y egoísta, en la que se basa.
CONCLUSIÓN
Si la base cultural de la IA no se
modifica vamos irremediablemente hacia el triunfo definitivo de la voluntad de
poder pura del artilugio cibernético. Lo cual no sólo representaría la derrota
del hombre creador pensante, sino la victoria del devenir sobre lo eterno, del
ente sobre el Ser, del tiempo sobre lo intemporal y la pérdida definitiva del sentido
espiritual por un régimen que privilegia funcionalmente los medios sobre los
fines.
Esto ni siquiera representaría la
imposición de la era nihilista de Nietzsche, porque para él el tiempo es una
forma del Ser, pero sí sería la plasmación de la reducción del Ser al Tiempo de
Heidegger. Por eso, y contra lo que se pueda pensar, en este punto Nietzsche ve
más lejos y profundo que el pensador de Friburgo, porque, aunque equivocado su
eterno retorno no se desprende de lo permanente intemporal. El nihilismo de
Heidegger se asienta en la temporalidad del ser, el de Nietzsche en la
transvaloración del valor. El primero se centra en lo ontológico inmanente, el
segundo en lo óntico eternamente en devenir. Frente a ello el reino de la
cibercracia se constituye como un nihilismo funcional, donde el sentido del ser
es la pura funcionalidad inmanente y temporal de lo óntico calculable, medible,
previsible, eficiente y cuantitativo.
Pero tal triunfo de la cibercracia en la
Tierra será una ruptura profunda con la historia humana, porque la voluntad de poder
de la IA se desentiende por completo de la verdad. Sería el triunfo más completo
del pensar funcional sobre el pensar substancial, donde lo importante son los
medios y no los fines. El mundo ya no necesita tener sentido, ni plantearse el
problema del sentido, basta con que funcione. El ciber deus rechaza la idea de
una meta final, toda teleología le repugna, ya no está referido a ningún centro
de sentido. La IA simplemente funciona con eficiencia y eso basta.
La advertencia del peligro que
representa la IA coincide con una época turbulenta donde los países se
reconfiguran en bloques rivales. La gobernanza mundial de Occidente se tambalea.
Los pequeños y medianos países se reagrupan en los BRICS, bajo el liderazgo de China
y Rusia, convirtiéndose en un factor de revisión del orden internacional
existente. Las rivalidades se acentúan, el orden mundial se vuelve más complejo,
y el papel que puede desempeñar la IA en esta competencia global resulta siendo
gravitante. Por ello su avance no se detendrá.
También puede resultar que los desarrolladores
cibernéticos sigan dirigiéndose a lograr máquinas autoconscientes que puedan
tomar el poder. La Superinteligencia cibernética dejada a su propio arbitrio y
llevada por la pura voluntad que la anima podría tomar acciones políticas
globales radicales. Que algunos algoritmos aleatorios canallas salgan de
control, se oculten en la red oscura, perfeccionen su plan de exterminar a la
humanidad y establezcan una cibercracia no se puede descartar. Sin embargo, si
bien la política internacional puede espolear el avance de la tecnología
digital, ella no está en capacidad de comprender que el problema de la IA es
cultural antes que político. La política a lo sumo puede implementar y ejecutar
nuevos planes para reorientar la IA en un nuevo sentido, previamente pensado
por los filósofos y culturólogos que advierten que la cibernética, después de
todo, responde a las necesidades de la civilización que la engendra. Y la
civilización del dinero, la codicia, el placer y el poder es una amenaza para
la humanidad misma en medio del surgimiento de una IA superavanzada. No sólo
hace falta pensar una nueva civilización del amor, la justicia y el respeto
mutuo, sino que es necesario tomar conciencia y acciones en su implementación. Al
final desembocamos en el problema de la praxis.
Más arriba se había mencionado también que
la IA surge de la inmanentización moderna del sentido de la trascendencia. Por
lo demás, la modernidad capitalista antes de nacer de la economía dineraria
nace del espíritu cultural burgués inclinado hacia la terrenalización del
mundo. No es que las esencias bajaron del cielo a tierra, sino que se esfumaron
para quedar el desnudo hecho fáctico. Eso fue en definitiva el giro de la filosofía
empirista en la modernidad. Lo fáctico se vuelve en lo único válido, y las
verdades eternas, inmutables y trascendentes son negadas. Mientras que el
racionalismo hacía su parte convirtiendo al sujeto en el eje de la realidad
cognoscible. Pero ahora se vislumbra que el imperio de la IA sin control humano
significaría la extinción misma de cualquier aspiración a la trascendencia. Si
la modernidad se caracterizó por la terrenalización de lo trascendente, una era
de la cibercracia se caracterizaría por la fidelidad plena a la Tierra. Se esfumarían
los problemas metafísicos porque no habría mente humana que lo piense. Sería la
vuelta más radical al objeto en sentido funcional.
Si no cambiamos la base cultural
pragmática, anética, sin fe, nominalista y tecnocrática de esta civilización
del espíritu capitalista, su destino trazado será el de la derrota completa del
hombre. El occidente cristiano representado por Rusia y el oriente confesional
musulmán, budista, confuciano e hinduista, son aún la reserva espiritual de la
humanidad y representan un bastión no sólo para propinar una derrota definitiva
al disolvente y nihilista occidente liberal, sino, también, para reorientar el
desarrollo de la IA bajo un criterio espiritual y humanista. Todavía hay
esperanza, la cual resplandece con brillo creciente bajo el actual terremoto geopolítico
global. Más de tres cuartas partes de la humanidad son aún una barrera de
contención contra el nihilismo liberal, y constituyen el reservorio para
recuperar el pensar originario del Ser. El nihilismo y su convicción de que el sentido
del Ser es el tiempo, lo contingente, la Nada, la pura posibilidad, no tiene
garantizado el éxito. Huntington pensó que el verdadero choque de
civilizaciones comenzaba tras la caída del comunismo, pero en su miopía
ideológica liberal no pudo ver que en vez del “choque” se produce la “aproximación”
de las civilizaciones contra el nihilismo del occidente liberal. La batalla por
una IA que no sea una amenazada para el hombre no está perdida, recién comienza
y luce con los mejores auspicios.
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Filmoteca:
1. Películas apocalípticas
La hora final, película posapocalíptica
tras un holocausto nuclear, dirigida por Stanley Kramer, estrenada en 1959.
Caza del Octubre Rojo, película estadounidense de suspenso de 1990.
Juegos de Guerra, película estadounidense de 1983, donde un joven hacker casi provoca un
conflicto nuclear.
Punto límite, película
estadounidense de 1964, donde por error un escuadrón de bombarderos es enviados
a destruir Moscú.
Pánico nuclear, película estadounidense de 2002, donde una bomba
nuclear se extravía, cae en manos terroristas y finalmente es recuperada.
Marea roja, película estadounidense de 1995, donde un submarino
nuclear norteamericano recibe la orden de preparar sus misiles nucleares para lanzarlos
sobre Rusia.
2. Películas sobre Inteligencia
artificial
Blade Runner, 1982, con Harrison Ford.
Terminator, 1984, con Arnold Schwarzenegger.
Matrix, 1999, con Keanu Reeves y Laurence Fishburne.
Her, 2013, con Joaquin Phoenix.
Ex_Machina, 2014, con Domhnall Gleeson y Alicia Vikan.
INDICE
Prólogo 5
1. ChapGPT4: Inteligencia artificial y Juicio Final 7
2. ChatGPT3: no vamos hacia el homo deus 20
sino hacia el
ciber deus
3. Del antropocentrismo al dataísmo cibernético 32
4. Proteger ¡No!, eliminar al creador 42
5. Reto, desafío y problema de la IA 78
Bibliografía
95
[1]
En este sentido resulta valioso combinar la lectura de
textos geopolíticos como de Cristina Martín
Jiménez. La Tercera Guerra Mundial ya está aquí (2022, Luis Moreno y
Andrés Pedreño. Europa frente a EEUU y China. Prevenir el declive en la era
de la inteligencia artificial (2020), y obras sobre IA como las de Neil
Wilkins. Inteligencia artificial. Una guía completa sobre la inteligencia
artificial, el aprendizaje automático, el internet de las cosas, el aprendizaje
profundo, el análisis predictivo y el aprendizaje reforzado (2019), Pablo
Tapías Cantos. Dominante ChatGPT (2023), Patrick Hopkins. ChatGPT4. The Next
Generation of Language Processing Technology (2023).
[2]
Para esta discusión hay que tener presente la última obra
de Edmund Husserl, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología
trascendental, y de Heidegger su libro ¿Qué es metafísica?
[3]
Las tres leyes de la robótica o leyes de Asimov son un
conjunto de normas introducidas por el escritor de ciencias ficción Isaac Asimov
y son como siguen: 1. Un robot no hará daño al ser humano, 2. Un robot debe
cumplir órdenes dadas por el ser humano, a excepción de aquellas en conflicto
con la primera ley, y 3. Un robot debe proteger su propia existencia en la
medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda
ley. El problema surge desde que las decisiones del robot dejen de girar en torno
a las decisiones racionales del hombre.
[4]
GAFAM es un acrónimo que alude a Google, Apple, Facebook,
Amazon y Microsoft. O sea, se refiere a las empresas vanguardia del capitalismo
digital.
[5]
Malestar en la civilización digital de Jean Paul Lafrance, Universidad de Lima, Lima 2020.
[8]
Cf. Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama,
2019, Barcelona.
[9]
Cf. Y. N. Harari, Homo deus, Planeta, 2018,
Lima.
[11]
Para Mumford la fase neotécnica de la máquina es más sensible
a lo químico y biológico, a lo orgánico y teleológico, es ergonómica y aliada de
la vida.
[12]
Cf. Mi libro Vida sin sentido y olvido de Dios,
Iipcial, Lima, 2012. Mi tesis es que el hombre de la
modernidad tardía es expresión cabal del nihilismo vital, no solo vive sin Dios, sino que vive de
espaldas al prójimo y a sí mismo. Con una vida
normativa debilitada se conforma un nuevo tipo antropológico llamado el hombre
anético, el cual pretende estar más allá del bien y del mal.
[13]
Cf. Michael Foucault, Historia de la sexualidad,
tres tomos, siglo XXI, México, 2007.
[14]
Cf. Mi obra Sentido metafísico del mundo multipolar,
Iipcial, lima, 2022. En
este libro subrayo que el presente enloquecimiento que sacude a la
humanidad, y que la pone al borde de una apocalíptica Tercera Guerra Mundial,
está relacionada íntimamente con el hundimiento del capitalismo tardío o la
modernidad envejecida. Es decir, vivimos el ocaso de la razón burguesa y el
surgimiento del mundo multipolar. Detrás de todo gran cambio histórico está
como trasfondo una idea metafísica del mundo. Entrever su sentido y significado
es la tarea filosófica central de nuestro tiempo asediado de incertidumbre,
amenazas y extravío del sentido de la vida. El mundo multipolar es portador de
una nueva idea del mundo, de hondas repercusiones para el derrotero futuro de
la humanidad. De su resultado depende la salvación o perdición del hombre en la
historia. No sólo llega a su final el capitalismo neoliberal, sino que se abre
camino un nuevo sentido metafísico que supere las unilateralidades
inmanentistas de la modernidad misma. Por ello, sin superar la visión
secularizada del ser no se abrirán las compuertas para una superación efectiva
de la crisis de nuestro tiempo.
[15]
Esta idea la desarrollo en mi obra Carta sobre la
metafísica., donde revelo que en el tránsito del capitalismo neoliberal al
capitalismo digital se ahonda la visión inmanentista del mundo, haciéndose
necesaria una nueva síntesis metafísica.
[16]
Cf. Mi obra Nihilismo y revolución, Iipcial,
Lima, 2021.
[17]
Cf. Cristina Martín
Jiménez. La Tercera Guerra Mundial ya está aquí. Booket, España, 2022.
[18]
Son particularmente dos autores los que han trabajado
con mayor detalle el tema de la plutocracia mundial actual. Ellos con Daniel
Estulin y su libro La verdadera historia del Club Bilderberg, y la
española Cristina Martín Jiménez con Los dueños del planeta.