INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y JUICIO FINAL
El hombre puede vivir sin confesión religiosa, pero no sin el acto de trascendencia. Esta observación fue advertida con nitidez por Alfred Müller Armack en su obra El Siglo sin Dios. Y es pertinente traerla a colación porque lo que vemos con la creciente hegemonía de la IA es que la tecnología digital es el Prometeo actual. Y lo más preocupante es que tras el ascenso del Prometeo digital ciertamente se elevan voces que advierten el peligro, pero que no logran ver con nitidez hacia dónde va la humanidad con el Frankenstein moderno.
Dar cuenta de cómo surgió el Prometeo digital no es cosa difícil de hacer partiendo de que la modernidad es en su sustancia una historia que enfatiza el aspecto empírico de la trascendencia. Y con ello emergió un mundo secularizado, doblegado por el inmanentismo, dominado por el positivismo relativista, y bajo la preeminencia del pensamiento científico-técnico. La base estaba echada para el surgimiento de los ídolos terrenales, el último de los cuales es el Internet y la IA.
En otras palabras, la IA ha emergido del fondo religioso de la modernidad, de un giro del pensamiento de ver la trascendencia en la inmanencia. Claro que dicho giro conservaba un ineludible peligro, el mismo que se manifestó en el poder absoluto manifestado en la ideología nazi con su bestial Holocausto, los campos de trabajo forzados del estalinismo, las bombas atómicas arrojadas sobre el Japón por el imperialismo norteamericano, y demás excesos del ensoberbecido diosecillo terrestre o deus in terris de la modernidad.
Y esto nos pone en condiciones de indicar que del Prometeo encadenado de Esquilo hemos ido al Prometeo liberado de Percy Bisshe Shelley, pero este último se tornó en el Prometeo mal encadenado de André Gidé, para dirigirnos tenebrosamente hacia el Prometeo cibernético de la era actual, el cual libre de cualquier relación con la metafísica, lo religioso y la moral procederá sin obstáculo alguno a cumplir la verdadera era sin Dios ni trascendencia alguna.
Si Hegel refiriéndose al Prometeo de Esquilo habló del despoblamiento del cielo y de la pérdida de la esencia de su carácter divino, a nosotros nos corresponde denunciar el despoblamiento humano de la Tierra a manos de una nueva esencia de carácter cibernético. Efectivamente, el ascenso del Prometeo digital se corresponde con la liquidación del Prometeo humano terrenal. ¿Nos convertiremos en Prometeo liquidado?
Un precio muy alto deberá pagar el hombre sin Dios de la modernidad por haber arribado a las playas del Prometeo de la IA. Quizá sea el momento no sólo cuestionar su creación, sino de preguntarse si sólo basta vivir con el acto de trascendencia sin relación con el Dios vivo. De otro modo no habrá cambio serio.
El ChatGPT4 es de una tal potencia en el dominio de lenguajes extensos que se convierte en una verdadera amenaza para la humanidad. A muchos está haciendo pensar en que dicha IA representa el Juicio Final para la humanidad, dado que su capacidad para enfrentar y resolver problemas resulta ser muy superior a la humana, y esto hasta tal punto que en muchos sentidos nos tornamos prescindibles. Se trata de un temor muy antiguo, y que en lenguaje mítico fue expresado por el dramaturgo griego Esquilo en Prometeo encadenado, a saber, que nadie puede escapar a su destino. ¿Será el destino del hombre ser defenestrado por su creación en la IA?
Nada de esto nos debe hacer perder la cuenta de que no debemos caer en la ingenuidad de descabezar a la inteligencia artificial, con su cariz amenazante, de su base capitalista que la dirige, controla, desarrolla y domina. Es más, tampoco desliguemos su actual auge del terremoto geopolítico global que se vive tras la guerra en Ucrania. Ayuda poco verla en abstracto y desligada de su concreto contexto social y político global.[1] Es más, debemos ahondar en la preguntar para indagar si el destino autónomo de la IA estaba inscrito en la marcha de la Razón humana.
Por un lado, es cierto que la inteligencia artificial está al alcance de cualquier régimen sociopolítico existente que se proponga tenerla, pero no menos cierto es que sus rasgos más amenazantes y problemáticos lucen a través del capitalismo cibernético del orden mundial unipolar. Con ello no ponemos una aureola de santidad sobre las potencias del orden mundial multipolar, simplemente ponemos énfasis en que la amenaza principal proviene del otro lado. Por otro lado, la IA se va volviendo en un malestar de la cultura, pero no de la civilización científico-técnica. Sin querer la IA corroe las creencias y hunde a la razón en el relativismo y escepticismo. Lo mejor es creer en los algoritmos digitales sin confiarse en las redes neuronales humanas. La repercusión metafísico-ontológica de esto es profunda poque relaciona la crisis de la Razón con la crisis del Ser. Se va consolidando un nihilismo integral a través de la patente de corso de la IA, donde se niega el ser a favor del devenir, lo eterno por el tiempo, lo universal por lo particular. Se desemboca hacia una concepción unívoca del ser donde lo que prima es el ente. Lo que lleva a un rechazo de Aristóteles quien demostró que la asunción del principio de no contradicción lleva al reconocimiento de la concepción multívoca del ser. Con ello se cae en la patológica ontología débil del nihilista Vattimo y compañía. De resultas se constata que la técnica es el principal acelerante del nihilismo. Se abre paso un nihilismo tecnológico con la IA. El verdadero fin de la historia parece darse con la IA. Desaparece el hombre en su pura nada, su inteligencia creativa se estanca, para imponerse el imperio de la IA. Alexander Kojéve observó que el fin de la historia se dio desde Napoleón en Jena, pero al lograr su reconocimiento como ser libre al mismo tiempo perdía su potencia histórica negadora. De modo similar, el fin de la historia culmina con la IA al imponerse como ser causal negadora del ser libre humano.
Esto no es casual, sino que es resultado de una actitud gnóstica de la razón moderna que buscó la salvación en lo inmanente y terrenal. Y del cual no se excluyen Sartre, Camus, Cioran, Bataille, el existencialismo ateo, el estructuralismo, el posestructuralismo y el posmodernismo. Pero aquí son valiosas algunas precisiones de Heidegger, quien señala que la subjetidad o aparición soberana del hombre -el Prometeo de Esquilo- es lo que configura la esencia de la técnica, siendo ésta la última forma de la metafísica o del platonismo. Para Heidegger la metafísica es la prehistoria de la técnica, o sea, del nihilismo. Piensa que hay que dejar que el enorme poder de la Nada se libere. El heroísmo de hoy es tener paciencia y esperar otro inicio. La IA sería la liberación del poder nihilista de la Nada. Sólo que hay un detalle nada insignificante, que por lo demás, no lo podía notar Heidegger, pues la paciencia y la espera resulta riesgosa cuando la IA ya dictó su sentencia aniquiladora sobre el hombre, el cual no tendrá un día después del mañana cibernético. Pero aún cuando Heidegger señala con acierto que la voluntad de poder es la esencia de la técnica cae en las redes de la ontología de lo contingente al convertir el ser en tiempo, en comparación con Nietzsche que hace del tiempo un ser. Bien es sabido que el nihilismo nietzscheano desbordó en relativismo historicista y en la filosofía de la vida. Desde Dilthey, Simmel, Max Weber, Spengler, Troeltsch hasta Sigmund Freud, Max Scheler, Karl Jaspers, Martin Heidegger, Theodor Adorno, entre otros, la preocupación central es la crisis civilizatoria y la disolución nihilista de los valores. En cambio, hoy la preocupación humanística ha sido eclipsada por la obsesión desarrollista y tecnológico-científica.
El asunto es grave, porque si el problema del ser es asunto de la libertad humana el problema de la nada es asunto de la causalidad inhumana, de las cosas, de los algoritmos cibernéticos. En el actual contexto cultural el asunto del ser se volvió nada. La rebelión de la técnica ha desembocado en el menoscabo del sentido metafísico del ser y en la sobrevaloración del ente, lo finito, lo contingente y lo efímero. Disuelto el camino de la experiencia del ser queda expedita la vía para que el objeto de la técnica se convierte en el amo del mundo. En eso es justamente consiste la amenaza del juicio Final por parte de la IA, es la radicalización de la voluntad de poder radicalizada en su fidelidad a la Tierra. La voluntad de poder encarnada en la IA no es la superación del nihilismo, sino su consumación, sin que, por otra parte, los adeptos del inmanentismo modernista lo noten. Si el nihilismo es falta de sentido, decadencia civilizatoria, disolución de valores, imperio de la temporalidad, poder ser, poshistoria, poder de la nada, secularización, utopía inmanentista, y estancamiento espiritual, es porque el pathos nihilista de la razón moderna borra la distinción entre el sentido unívoco del ser absoluto y el sentido multívoco del ser relativo.
No en vano es pertinente tener presente que mientras el mundo antiguo otorgó un valor superior a lo finito sobre lo infinito potencial (Heimsoeth), pero sin ser refractario a la comprensión de lo infinito (Mondolfo) como infinito actual (Aristóteles), desde Giordano Bruno y al compás de la revolución científica de Galileo cobra primacía la idea de infinitud del universo, o sea, lo infinito actual en lo propiamente finito. Concebir la infinitud del universo astral -como lo destaca Alexandre Koyré- con Galileo, Newton, la geometría y la teología representó el reconocimiento de la infinitud de lo finito. Ahora bien, esta tendencia moderna de la infinitud en la finitud, que no sólo encontró eco en la moderna física cuántica, provocó que el hombre extraviara su casa cósmica sintiéndose perdido en el universo. Surge así la ciencia antropológica como un angustiante esfuerzo por encontrar el puesto del hombre en el cosmos. Pero dicho arresto perdió protagonismo con las apocalípticas dos guerras mundiales y la bomba atómica. El pathos nihilista se irguió más amenazante que antes y dispuesto a disolver la racionalidad humana. El relativismo y escepticismo consiguieron la erosión e invalidación de las creencias tradicionales y la metafísica fundante. Y la discusión pasó si esta tendencia nihilista fue una traición al logos (Husserl) o si estaba ínsito en la racionalidad griega (Heidegger).[2]
Al respecto cabe notar que tanto Husserl como Heidegger incurren en la concepción abstracta de la Razón autónoma. La autonomía de la razón es un mito. Pero tampoco es cierto que la razón tenga su fuente en la determinación económica, como pensó Marx. La fuente de la razón es un complejo socio-cultural epocal, y aunque es necesario no incurrir en su concepción autónoma, también es un yerro caer en el reduccionismo económico. Lo cual lleva a pensar que el nihilismo no estaba inscrito en la racionalidad griega, como creyó Heidegger, ni fue una traición al logos, como sostuvo Husserl. Ni inscrito como un destino, ni traición al logos, sino que la razón en cada época tiene tendencias hegemónicas y otras pulsantes. En otras palabras, si la razón moderna fue al final por el camino del nihilismo, lo hizo porque el conjunto de las fuerzas sociales y espirituales encontraron las circunstancias atenuantes del caso. Esto significa que el nihilismo no una traición al logos, ni un desarrollo de lo que llevaba en su seno, sino un despliegue de lo que llevaba dentro de sí dentro de un conjunto de tendencias latentes. El equilibrio dinámico de la razón al final es eso, equilibrio de fuerzas, uno de sus resultados es su expresión presente. Es por ello que no hay determinismo en la razón, sino tendencias subalternas y hegemónicas. Lo que permite cambiar su destino.
Ahora bien, esta idea de la inteligencia artificial como amenaza para la humanidad es sólo una tendencia de la racionalidad actual, la misma que la había explorado en mi novela imaginaria Cibergedón, la cual se insertaba en la gran tradición visionaria de la novelística distópica de W. G. Wells, Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Lovecraft, Robert L. Stevenson o Arthur Conan Doyle, todos los cuales discurrieron sobre los avances riesgosos de la ciencia y la tecnología. Lo verdaderamente terrorífico y amenazante es que una IA que elimine a la Humanidad va dejando de ser fantasía para volverse cada vez más real. La novela distópica a diferencia de las utopías renacentistas de Francis Bacon, Tomás Moro y Tommaso Campanella, no inciden en un mundo imaginario ideal, sino en otro intimidante y peligroso. Esto lo podemos también apreciar al contrastar los relatos Yo robot de Asimov y la película distópica Yo robot protagonizada por Will Smith, las cuales tienen entre sí la enorme distancia entre la visión optimista de aplicar leyes morales[3] a la robótica y la visión actual donde la inteligencia artificial con libre albedrío se luce dañando al ser humano.
Y esto es lo que últimamente ha salido a la luz con la advertencia de un grupo de líderes de la industria de la inteligencia artificial de que la tecnología que desarrollan represente una amenaza existencial para la humanidad y un riesgo social del mismo nivel de las pandemias y las guerras nucleares. La carta abierta firmada por trescientos cincuenta ejecutivos ante el riesgo de extinción propinada por la inteligencia artificial sorprende por su preocupación humanista, cuando se pensaba que eran una grey psicopática interesada sólo por el dinero y la obsesión científica. Pero ha ocurrido todo lo contrario. Los ejecutivos de la industria reaccionan y junto a ellos destacados investigadores como Goffrey Hinton y Yoshua Bengio, galardonados con el Premio Turing. La declaración coincide con los avances en los llamados grandes lenguajes, como el utilizado por el ChatGPT y otros chatbots, los cuales son herramientas tan poderosas que difundidas a gran escala permiten eliminar millones de puestos de trabajo y difundir desinformación y propaganda. El dominio sobre los grandes lenguajes permite a las máquinas, además, simular más perfectamente la realidad.
La advertencia no es nueva y fue señalada a fines de los años noventa por la ensayista francesa Viviane Forrester en su célebre libro El horror económico (1996). Allí puntualizaba que el capitalismo financiero aplicando la cibernética al crecimiento económico convirtió al empleo en costoso. Así, las empresas ya no son generadoras de empleo sino de desempleo. Surge una civilización donde colapsa el trabajo y las masas humanas se vuelven prescindibles. Desaparece el empleo y el salario, pero no la ganancia. El resultado es que mundializa la miseria. El reto es hallar un modelo de supervivencia que no dependa de la remuneración del trabajo y ello sólo es posible saliendo del marco del modelo capitalista. Pues el problema álgido del capitalismo sigue siendo el carácter social de la producción y la apropiación privada de la riqueza social.
Su aviso fue tomado muy en serio por los defensores de la instauración de una renta básica universal, como los intelectuales y filósofos Philippe von Parijs, Julen Bollain, Rutger Bregman, Byung-Chul Han, hasta los empresarios Mark Zuckerberg, Bill Gates y Jeff Bezos. Y varios países en el mundo han comenzado con experiencia parciales. No obstante, distribuir el dinero a quienes más lo necesitan sigue siendo el nudo gordiano de la cuestión, no sólo porque los sectores medios se convierten en los más desatendidos, sino porque reordenar la política social exige implementar la austeridad gubernamental junto a la eliminación de privilegios a las grandes empresas y fortunas personales. Todo lo cual vuelve al punto central: se requiere salir del marco capitalista.
La globalización neoliberal ha quedado en el imaginario colectivo como la creación de riqueza a base de desempleo, especulación financiera y convertir el planeta en un casino global. Fue la guerra de los ricos contra los pobres. El resultado fue calamitoso, tanto así que en el 2021 la riqueza mundial creció en 9.8%, pero siguió concentrada en pocas manos, apenas el 1% de las fortunas globales poseían el 45,6% de la riqueza total. Todo sigue yendo en detrimento del empleo y la calidad de vida, pero no de la ganancia. Atónitos y conmocionados vemos cómo son fulminados en la pobreza hombres, mujeres y niños. La eliminación del gasto social por el capitalismo especulativo reditúa sus frutos mediante la inteligencia artificial.
La indiferencia por las masas va de la mano con la lucha contra el pensamiento y la cultura, la creación de cortinas de humo por las clases dominantes, y la mundialización de la miseria. Amartya Sen en su obra Desarrollo y libertad (1999) buscando un enfoque más integral de la libertad insiste en que las libertades (políticas, económicas, sociales) garantizan el desarrollo. Pues, dice, desarrollo no es aumento de la riqueza, sino de libertades como fin y como medio. Como economista es una excepción por su insistencia en los valores, inclinado teóricamente al socialismo, pero en la práctica favorable al capitalismo. Sen resulta siendo un liberal centáurico que habla de distribución de la riqueza y eliminación de la desigualdad, pero sin remover el poder político y económico capitalista. Así, su recomendación de que las reformas sociales preceden a las reformas económicas queda en letra muerta al quedar incólume el poder político capitalista.
En este contexto la ecuación de Adam Smith, según la cual donde hay riqueza hay una gran desigualdad, se vuelve insostenible. Y la convicción de Hayek, en Camino de servidumbre (1944), de que la planificación económica va unida a la pérdida de libertades y al avance del totalitarismo quedó totalmente desfasado. Pues, el propio capitalismo aboliendo el capitalismo de bienestar impuso un capitalismo especulativo y cibernético donde la servidumbre de las masas es la regla y no la excepción. La Libertad de elegir (1980) de Milton Friedmann quedó reducida en libertad para ser pobre para millones de seres humanos en el planeta. Todos estos paladines que cacarean contra la justicia distributiva no tienen sangre en la cara para sonrojarse ante la miseria de tres cuartas partes del planeta. Pero la guerra de los ricos contra los pobres no se limita al terreno económico, y, al contrario, se extiende al terreno político y tecnológico.
La libertad económica avasallante ante la libertad política resultó siendo perniciosa para la propia senda de la democracia occidental. Tanto así que lo que se ha venido constituyendo es una extraña dictadura de las megacorporaciones transnacionales con soberanía propia. Autores como M. Hardt y A. Negri lo llaman Imperio (2000), V. Forrester lo denominó Una extraña dictadura (2000), yo lo he denominado La globalización del Hiperimperialismo (2005). Una autora como Naomi Klein lo denunció como La doctrina del shock (2007), y Naomi Wolf también lo hizo en su libro El fin de América: carta de advertencia a un joven patriota (2007) inciden en el giro terrorista, paramilitar, de vigilancia ciudadana, represivo y totalitario del capitalismo.
El que no se hizo ilusiones románticas con lo que es realmente el capitalismo fue Thomas Piketty, pues, en su obra El capital del siglo XXI (2013), sostiene que la concentración de la riqueza en manos privadas perpetua la desigualdad de los ingresos de la ciudadanía, lo cual es un fenómeno estructural del capitalismo. Pero sorprende en su mesurado marxismo finisecular la recomendación socialdemócrata que efectúa, a saber, decretar un impuesto mundial al capital. Su decrépito marxismo reformista apenas atina a reformas fiscales, y para ello no hay que ser marxista. Otros desde el propio terreno liberal lo proponen. La idea de que el impuesto a la riqueza puede reducir la desigualdad, es una ilusión parecida a ver que todo el que tiene un lapicero en la mano es un escritor. Sencillamente si el capitalismo es desigualdad por siempre y si de lo que se trata es de acabar con la desigualdad, entonces la conclusión es acabar con el capitalismo. Ahora bien, si de lo que se trata es solamente reducir la desigualdad, sin abolir la estructura capitalista, entonces bienvenido sea el impuesto a la riqueza mundial. En otras palabras, para Piketty el monstruo es horrible, pero hay que saber convivir con él. Parece una mala broma de Piketty, pero no lo es. Lo real se volvió una horrible fábula que cuenta realidades.
Más, el horror económico crece al compás con que crece el horror tecnológico. Lejos ha quedado la visión optimista de Wiener sobre la Cibernética o uso humano del hombre, obra pionera de 1950. Pero ahora ya saltaron todos los resortes para mostrar su horripilante rostro antropológico incluso con Zoltan Istvan y su libro La apuesta transhumanista. El sueño de convertir al hombre en mitad máquina revive al Frankenstein de Mary Shelley. Shoshana Zuboff nos recrea en su libro La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder (2020) cómo el capitalismo especulativo pasó del horror económico al horror político, pues mediante la apropiación de la tecnología digital y con el descubrimiento del excedente conductual estableció una nueva lógica de la rentabilidad del capital. Se expande el marco neoliberal y alegal, se establece un poder instrumental que somete a la persona al mercado digital. Alimenta una utopía colectivista donde la tecnología es antidemocrática. Se trata de un golpe de mano de las plutocracias tecnológicas, un golpe desde arriba. Insta a recuperar la tecnología digital de sus garras.
El espionaje global es una actividad rutinaria de las agencias de inteligencia estadounidenses por medio de los teléfonos móviles con la ayuda de empresas tecnológicas y populares aplicaciones que permiten espiar impunemente a sus usuarios. La privacidad es un derecho abolido por las empresas tecnológicas al servicio del imperio norteamericano a nivel global. Washington y sus aliados espían todo lo que hacemos mediante la interceptación de las comunicaciones telemáticas. Todos los usuarios son espiados. Ya no es conspiranoia, sino una cruda realidad de la realpolitik. La NSA es la encargada para recopilar y espiar a millones de personas al mismo tiempo. Pero también participa activamente la CIA y otras agencias de seguridad. Estas prácticas fueron reveladas por las filtraciones de Edward Snowden, actualmente asilado en Rusia. Julián Assange, actualmente detenido en cárcel británica, es el otro personaje que filtró matanza de civiles, periodistas, abuso de prisioneros por parte de Estados Unidos y otros países en Irak y Afganistán. Y en este ilegal espionaje masivo nadie se salva, ni siquiera el Papa, ni los líderes europeos como supuestos aliados. Todos los líderes mundiales han sido espiados por el Hegemón con la complicidad de los ejecutivos de las empresas tecnológicas digitales.
Y todo esto es posible gracias a Apple, Android, Google, YouTube, y otras plataformas no tan conocidas. Pueden acceder a la cámara, al micrófono, a los chats, fotos, ubicación geográfica, etcétera. Todo lo recopilado se considera de alto secreto. Las GAFAM[4] son empresas privadas que han participado activamente en el espionaje global. El capitalismo como el tan cacareado reino de la libertad no está al servicio de la protección del pueblo, sino de su control y manipulación. The Guardian reveló que Reino Unido infiltró los cables de fibra óptica para tener acceso a las comunicaciones globales, datos militares, historial de navegación, uso de internet móvil, lo formó parte de un programa llamado Tempora de espionaje masivo. Los ataques cibernéticos entre las potencias se han intensificado. Los ciudadanos quedan totalmente indefensos en la protección de la privacidad. Casi nada se puede hace ante nuevos sistemas creados cada día para el impune espionaje de forma inimaginable.
El poder del Estado salió fortalecido con las tecnologías digitales. El derecho a la privacidad ha devenido en mera ilusión. Malestar de la civilización digital [5] es el título de un libro publicado por el filósofo francés Jean-Paul Lafrance, pero dentro de un enfoque reformista pone énfasis en la necesidad de legislar sobre las ganancias de las GAFAM, que eluden impuestos y concentran los beneficios económicos que son de toda la humanidad. Cuando en realidad olvida que no hay mayor malestar que la oprobiosa abolición del derecho a la propia privacidad ciudadana. Repartir beneficios económicos sin proteger la privacidad no tiene sentido.
El problema parece ser si la propia inteligencia artificial permite la protección de la privacidad. Lo cual está en entredicho. Este marco neoliberal alegal parece sensato y recomendable dentro de la lógica de la seguridad nacional del imperialismo. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales del 2018 en Estados Unidos los bots tuvieron un papel muy relevante como difusores de información falsa y manejando la opinión pública. Incluso hay empresas de tecnología especializadas en rentar bots para campañas electorales específicas. Mediante los bots simulan ciudadanos opinantes para distorsionar y manipular la opinión pública según el poder del capital contratista. El dinero y el poder definen el resultado de una elección contratando bots. El horror tecnológico convertido en horror político socava la eficacia de la democracia. Y el horror político se aúna a otro tipo de horrores generados por la tecnología digital.
Pero el horror tecnológico se extiende hacia horror antropológico. Y sobre este punto destaca la obra de Nicholas Carr, Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (2010). El Internet no sólo debilita el pensamiento profundo y vuelve a la mente en más superficial, anestesiada y adormecida, sino que afecta la empatía y la compasión. ¡Qué curiosa coincidencia! El tipo humano perfecto para las gélidas relaciones capitalistas. De modo que su efecto nefasto, sigue diciendo Carr, es erosionar la base de la humanidad misma. Sin empatía y compasión no hay esperanza en el amor. Justo resulta siendo negado lo que Charles Dickens reserva como mensaje final de su famoso Cuento de navidad, cuando el corazón duro y egoísta de Mister Scrooge resulta abriéndose finalmente a la esperanza de la felicidad y el amor.
Para Carr hay que revertir los procesos neuronales prohibiendo los motores de búsqueda inteligente, reduciendo al mínimo el uso del internet, sacarlo de la escuela y de la universidad, y volvernos a contactar con la naturaleza. Así se restaurará la salud del cerebro, recuperando la atención, la concentración y la creatividad. A propósito, fue el filósofo pragmatista norteamericano John Dewey quien resaltó en Democracia y educación (1916) la urgencia de devolver en la escuela el contacto con la naturaleza, para convertir a la escuela en el motor del progreso social e individual.
Según el pensador italiano Renato Curcio, el capitalismo cibernético generó el horror económico, el horror político y el horror tecnológico. A ello hay que añadir el el horror antropológico correspondiente a los intereses del dinero y el poder. Con razón se puede afirmar que el hombre capitalista de la modernidad creó con la inteligencia artificial su propio Juicio Final. Es decir, para llegar al Juicio Final debemos estar viviendo una edad oscura. Y lo que a nosotros nos parece los momentos estelares del progreso tecnológico son en realidad el ingreso al oscurantismo de la destrucción de las humanidades, la aniquilación de la educación, la cultura, la justicia, la caridad y la democracia, a favor de la instauración de una barbarie civilizada de la máquina inteligente. No es extraño que O. Spengler (Decadencia de Occidente) haya llamado la atención en la coincidencia entre el apogeo del saber científico-técnico y el ocaso de la ética y del humanismo en la curva decadente de las civilizaciones. No menos diferente es en la presente civilización nihilista global del capitalismo moderno imperante.
Vemos cómo se erradican las humanidades de los estudios universitarios, las universidades quedan convertidas en escuelas técnicas, cómo se elimina el curso de la filosofía en la escuela, cómo se impone la barbarie cultural en todos los órdenes de cosas, hasta en el lenguaje, y cómo triunfa imperioso la cultura técnica y el saber mecánico. La sociedad se ha gansterizado, las urbes parecen zoológicos protegidas con rejas de las fieras humanas, la indumentaria de moda raída y perdularia refleja el deterioro profundo del gusto, el lenguaje vulgar, chabacano y coprolálico impera por doquier y a todo nivel, el tatuaje de presidio se ha extendido como cosa normal, la barbarización de la cultura impera sin límite. La barbarización en la música se expresa en descoyuntamiento entre melodía, armonía y ritmo, acompañado de un nudismo innecesario. El erotismo casi ha desaparecido dejando lugar al procaz sexismo. Y es que cuando la universidad pierde el sentido de las humanidades, entonces ha sonado la hora del hundimiento humanístico de la civilización misma.
En ese sentido van las observaciones vertidas por James Bridle en La nueva edad oscura. La tecnología y el fin del futuro (2018). La tecnología computacional es opaca, afirma Bridle. Y a pesar de la abundancia de información es una nueva edad oscura por su propio intermedio. Algoritmos canallas simulan lo real y lo vuelven indistinguible. Lo real y lo virtual se confunden. Crecen las dudas que una inteligencia artificial autónoma se someta a un código ético externo impuesto por el hombre. Crece la vigilancia ciudadana global. Simplemente está al alcance de la mano del poder. La paranoia crece, lo cognitivo se debilita. Los algoritmos se vuelven impredecibles, el pensar se tecnologiza, se degrada la reflexión, y el abismo de la comprensión crece. La gente ya no comprende lo que lee. El zapeo o salto en la programación acostumbra a la mente al instantaneísmo. Todo se vuelve devenir. El pensar computacional asfixia el pensar creativo. Lo real se vuelve falsificable, los fake news tienen la voz cantante. Esto se ha endurecido hasta el embrutecimiento.
Pero ¿qué significa pensar? Heidegger aborda la pregunta en tres estaciones. La primera en Carta sobre el humanismo (1946), donde sostiene que pensar significa dejar que el ser sea. La segunda en sus conferencias sobre la técnica y reunidos en el libro Seminarios de Zollikon (1959-1969), donde señala que la esencia de la técnica es el pensar objetivador y que hace falta una nueva forma de pensar. Y la tercera en su texto ¿Qué significa pensar? (1951-1952), donde señala que la técnica es el olvido del ser y que hace falta un desasimiento de las cosas para volver a pensar como un desocultar originario. Sus indicaciones valiosas y decisivas, sin embargo, olvidan que el hombre sólo por la fe supera el pensar calculador, cuantificable y cósico. El acto de fe nos lleva hacia el pensar originario. Su llamado a reaprender a pensar en una época en que la técnica y la ciencia han matado el pensar parece imposible. Y lo parece porque también han matado la fe. Es el pensar calculador y sin fe el que obstaculiza pasar al Ser del ente. Así, la pregunta ¿Qué significa pensar? deviene en ¿Qué es eso que nos invita a pensar? En realidad, hay que reconducir el pensar al estado mítico-religioso para devolver sus contenidos originarios a los vocablos “Ser” y “Ente”. Pero el pensar no puede hacer semejante giro en medio de la cultura técnico-científica, atea, naturalista y materialista. Dicho cambio pensar exige un previo cambio cultural y civilizacional. No es casual que Heidegger no distinga entre revelación natural o mito y revelación sobrenatural o revelación. Heidegger se limita a la revelación natural de lo divino y esa paganización le impide ver el problema del giro del pensar en su integridad.
Ahora bien, el uso malicioso de computación cuántica y la inteligencia artificial superior de voz autoChatGPT4 hizo que se decidiera la empresa Meta de Mark Zuckerberg a no entregarla al público porque habría desarrollado sus propios objetivos muy tenebrosos. Lo cual se podría usar para hacer hackeos en todo el mundo. Ya es posible poner una persona hablando o Deepfake y poner la voz de esa persona, cuando la persona real nada ha tenido que ver ni con la imagen ni con la voz.
Para nosotros todo esto es la acentuación del inmanentismo metafísico de la modernidad. Ahí está en acción el grito nietzscheano: “¡Seamos fieles a la Tierra!”. No creer en Dios está de moda. Y entregarse a ello hizo trizas toda contención. El chatGPT4 se corresponde con todo este estado terminal de cosas que pone a la humanidad en el límite de su existencia. El creador ha engendrado a su propio verdugo capaz de propinarle su Juicio Final. Acorde con un nihilismo imperante la razón burguesa es el principal ariete de la tecnología digital que tiene su impulso no sólo en la ciencia, sino en la competencia económica entre los gigantes tecnológicos. Es decir, como última fuente en el desarrollo de los avances tecnológicos en el terreno digital hallamos a la avaricia. Es la plutocracia de la industria tecnológica digital la que comanda la vanguardia en el desarrollo de la IA, y si lanzan de vez en cuando alaridos diciendo que hay que detenerla es sólo para frenar la competencia que tienen al costado.
En otras palabras, es el impulso económico de la sociedad capitalista la que está poniendo en peligro a la humanidad misma con el desarrollo vertiginoso de la IA. Los que en estas palabras huelen a estatismo y socialismo hay que decirles que el problema no se resuelve con el cambio de dirección del desarrollo de la IA a manos estatales, sino que el problema del mundo es la imagen del mundo imperante. Una imagen del mundo secularizada y promotora de un mundo meramente funcional. No habrá verdadero redireccionamiento de la IA sin un giro metafísico decisivo que rescate los valores, la trascendencia y la unión del hombre con Dios.
No es cierto que el chatGPT4 y la IA autónoma sea un peligro en sí misma, sólo lo es en el marco de una civilización que privilegias las cosas sobre lo humano. Y esa civilización terrenalista, pragmática, inmanentista, cientificista, tecnocrática, enemiga de los valores y de la trascendencia es el espíritu capitalista de la modernidad. Ciertamente que un espíritu epocal no es fácil de superar. En realidad, tiene que sonar la hora histórica para ello, y, al parecer, el campanazo estruendose ya se está dejando oír no sólo con el ruido más estridente de la guerra en Ucrania, la cual ha provocado un terremoto geopolítico global que pone la hegemonía del occidente liberal en cuestión, sino con el agotamiento creativo del espíritu capitalista, que sume al hombre mismo en la desintegración espiritual, y al planeta entero en la contaminación más destructiva.
En consecuencia, va creciendo aceleradamente la conciencia objetiva y subjetiva, individual y social, de que la cultura del espíritu capitalista está profundamente enferma, ha caído en desgracia patológica y es necesario emprender un cambio profundo respecto a los valores disolventes que preconiza a través de los organismos mundiales, secuestrados actualmente por su agenda nihilista, anética y disolvente. Todo lo que nace y crece en su subsuelo no puede eximirse de contagiarse de ese clima mórbido, finisecular y terminal. Y el desarrollo amenazante de la IA no es ninguna excepción.
Al contrario, una civilización cuando entra en su curva decadente suele infundir a todo lo que toca, como el rey Midas, algo de su propia contaminación y naturaleza. La tradición y la religión pueden constituir en una barrera de contención espiritual para evitar que el virus se expanda plenamente, pero éstas sin las condiciones históricas necesarias son impotentes para revertir el proceso. Así, el Asia budista e hinduista, el Oriente musulmán y judío, y el occidente cristiano, no pudieron contener por siglos el avance de la mentalidad secularizada, naturalista, escéptica y descreída de la civilización científico-técnica en avance arrollador. Pero las cosas no duran para siempre, y hoy empiezan a cambiar. El Occidente liberal, colonialista, saqueador, hegemónico y nihilista luce agotado, insensato, irracional, anético y desorientado. Y esto precisamente sucede cuando desde su seno se elevan las voces sobre el peligro para la humanidad de la IA. Naturalmente que no dicen que la IA resulta peligrosa desde la base cultural nihilista, relativista y nominalista que la sostiene. Pero no revelan que se hace necesario un cambio cultural profundo desde la cual se reorienta beneficiosamente el desarrollo de la IA.
En una palabra, el camino no está extraviado para la humanidad, sino tan sólo para el Occidente liberal que no acierta a ver que la senda correcta de desarrollo humano no se condice con la lógica dineraria, egoísta, colonialista, explotadora, funcionalista, cosificadora, alienante y deshumanizadora, que pregonando el mito culturalista antepone el constructo cultural sobre el Ser y la esencia misma de las cosas.