PEDRO RAFAEL GONZÁLEZ ALVA-Poeta y docente de
literatura
HORAS SIN TIEMPO
(Lima, IIPCIAL, 2003)
Prólogo
La presente obra poética de Gustavo Flores nos anonada y sobrecoge por la
ingeniosa, original y hasta misteriosa, tanto en la forma y ropaje exterior, cuanto,
en el equilibrio entre la elegancia y la fuerza, la belleza y la sabiduría de la
que sin proponérselo hace derroche.
En efecto, su inspiración, ora mágica y de difícil comprensión, ora
diáfana, serena y profunda, es un manantial de claridad de luna llena, de calor
de sol, de fe intensa y tal vez de desconsuelo frío, congelante, tenebroso.
Gustavo se nos manifiesta como un creador de pluma generosa, portentosa,
rica en giros y términos reveladores de un trasfondo filosófico que subyace en
cada poema, y que nos invita a releer algunos de ellos.
Con mucha razón Don Ricardo Palma expresó: “Es arte del demonio o
brujería esto de escribir versos…”. Pareciera que Gustavo hace uso de ambos
en su creación poética, que trasunta un acentuado sentido antropológico, con el
que abre las puertas para conocer al hombre en su más amplia riqueza, pero
también nos insinúa la flaqueza, la impotencia y el infortunio que acompañan a
la naturaleza humana. Se revela igualmente poseedor de dotes poco frecuentes y
de mérito dual: filósofo y poeta, propio de espíritus privilegiados.
Su poesía es un verdadero concierto de sentimientos afines, pero también
disímiles y opuestos, que constituyen el patrimonio psicológico y espiritual
del hombre. Por un lado, el Amor, cantado con diferentes y matices llenos de
dulzura y exquisitez, a veces plagados de ruda ironía. Pareciera que hablara con
Dante Murr cuando éste expresa: “El hombre que no ama no vive. Es un muerto
que camina”. También nos dice sin escribirlo que una vida sin amor es como
una mañana sin sol o una primavera sin flores.
“Te conocí cuando cantarina florecías
Con el garbo de una rosa
Tu largo y negro pelo como la noche
Tu alma: benigna y humilde
Y tu plácido amor”.
Gustavo Flores aquí nos regala su prolífica inspiración poética de
contenido metafísico. Hay en sus versos expresiones sencillas y cristalinas,
pero también las hay obscuras como nubarrones que se van diluyendo en su cielo
inundado de estrellas al rayar el alba inspiradora. Con su peculiar estilo nos
muestra la sombra, pues sin ella ignoraríamos el valor de la luz, nos invita a
admirar el vuelo del águila por el contraste con el arrastrarse de la oruga.
La lectura de sus creaciones de tinte filosófico seduce al aficionado. Más
en otros quedamos pensativos, casi perdidos en la selva intrincada de su
follaje metafísico.
Gustavo nos invita a gozar con el gorjeo del ruiseñor y casi nos obliga a
compararlo con el silbido de la serpiente. Usa los vocablos con un estilo muy
suyo, dejando el sabor de lo dulce e inefable, pero también de lo agridulce y
hasta amargo.
Gustavo nos hace paladear verdades y sentimientos de lo más escondidos, de
aquellos que anidan en los lugares más secretos del corazón. Sus poemas nos
traen a la memoria lo que nos ha dicho Amado Nervo: “Mis rimas van al alma
porque del alma salen… en el cofre lírico, las perlas que más valen son las lágrimas,
siempre que del alma se exhalen”.
Si bien los versos de Gustavo no configuran las formas exteriores de la
rima y la consonancia, ellos nos sumergen por momentos en una hondonada lírica
que nos tienta a verter “una lágrima metafísica”. Platón diría: su pensamiento
cuando crea es un discurso que su alma se da a sí misma, y su palabra escrita
se convierte en un discurso que su alma dirige a los que lean sus poemas,
dejándonos sumidos en profunda reflexión. Así dice:
“Yo no busco el verso en la palabra
Sino la busco en la sonora vida”, y agrega:
“Lo cierto es que converso mucho
Con el hombre que hay dentro de mí…”
“Es un buen amigo, confidente fiel…”
“Por eso sueño volando
Sobre el tajo de la muerte”.
Otra de sus musas inspiradoras de su creación literaria es “la huesuda y
fúnebre muerte”:
“¿estaré contigo en el banquete eterno?
¿Será tu casa el rompeolas de mis últimas horas?
¿Y yo? Ya voy juntado
Mis huesos a tu sombra”.
Concede generoso tratamiento a la muerte y confiesa su esperanza de que ella
se trocará en nueva vida:
“Llega aciago el pájaro negro
Para helarnos el corazón de terror y pena…”
“¿serán las almohadas de Cristo
las que reciban mi alma?”.
“El día me ha cansado tanto, y pronto
Estaremos extendidos bajo la lápida…”
“¿Será Dios que paciente espera
que devoremos la vida eterna?”.
A pesar de la severa frialdad y rigor kantianos, Gustavo nos descubre un
mundo ignoto, ignorado, pero de una calidez de un fuego apasionante, que por
momentos puede llagar a incendiar el alma de quienes son susceptibles de romántica
sensibilidad.
“¿Por qué tu sonrisa pregonera
cruza el cansancio de mis huesos?”
“¿Por qué el agudo florete de tu amor
me devoró incontinente el corazón?”
“Poso mis dedos sobre tu piel purificada
y caes sobre la yerba cual fruta silvestre…”
“Ardes cual fogata en rojo atardecer
Y me extasío cual abeja en el dulce colmenar”.
Finalmente, debemos expresar que nuestro poeta hace gala de espontaneidad
creadora: por una parte, pinta la realidad sufriente, palpitante del ser; por
otra, crea imágenes y situaciones con una acicalada fantasía. Su poesía es rica
en temas, en musas inspiradoras: un verdadero manantial, inacabable, con
hondura en la reflexión antropológica, humanista, pródiga de sentimientos
nobles, metafísicos. Su mensaje exquisito, sin regateos, fluye cual riachuelo
que persigue llegar al rio tormentoso, al inmenso océano de la vida. Canta al Amor,
que es vida, y concede generosa aceptación a la Muerte, con la esperanza que
ella se trocará en nueva Vida.
San Isidro, 11 de mayo 2003