EPÍSTOLA DE LOS HEBREOS: SU IMPORTANCIA FILOSÓFICA
Si se me preguntase qué es lo que más me ha impresionado de la lectura de la Epístola de los Hebreos, diré que han sido dos cosas: (1) Cristo como mediador del Nuevo Pacto, y (2) la definición de la Fe.
Efectivamente, sobre la supremacía de Cristo se señala que Dios habló por su Hijo, la Superioridad del Hijo -incluso sobre los ángeles y a Moisés- está dada por ser el autor de la salvación y ser el mediador del nuevo pacto. Y sobre la definición de la Fe nos brinda la hermosa y simple definición de ser la certeza de lo que se espera y no se ve.
Filosóficamente lo primero significa que la trascendencia no está separada de la inmanencia o su creación, sino que está unida por un amor divino. Es decir, no implica una teología de la separación de Dios con sus criaturas, sino presente en ellas sin confundirse con ellas. Lo cual es tomar distancia del panteísmo al asumir un sentido no unívoco sino multívoco del ser. Tampoco lo trascendente es algo impersonal, que no ama y indiferente al cosmos, como el Uno de Plotino, sino paternal y providente. Todo ello plantea una metafísica donde lo trascendente y lo inmanente están unidos, pero no confundidos. Muy distinto a la teología protestante y a la teología de la crisis de Kierkegaard y Barth, que dejan al hombre solo con su pecado.
Sobre lo segundo es una ruptura frontal contra el intelectualismo griego y el racionalismo moderno que desestima la fe para quedarse exclusivamente con la razón. La Fe es necesaria porque en la realidad hay dimensiones que se revelan ante ella.
Con ello la religión cristiana insurge como una racionalidad no instrumental y al servicio de la vida no sólo eterna