ARGUEDAS
DIVIDIDO
Gustavo Flores Quelopana
Arguedas organizó la teatralidad cínica de su
propia muerte y se suicidó no pensando en que iría al Uku Pacha andino, ni al
tiempo cíclico mágico-mítico precolombino, sino que ateístamente se incorporaba
al flujo natural y material de la existencia. En ese sentido dejemos en paz sus
personajes novelescos que hablan de Dios en sentido cristiano y que no reflejan
exactamente su postura personal religiosa.
El padre Gustavo Gutiérrez, recientemente
fallecido, nos dejó un libro intitulado Entre las Calandrias. Un ensayo
sobre José María Arguedas (1989, BNP, Lima, 2014). En sus páginas insiste
en: 1. la idea que la religiosidad con Dios en la vida y obra está presente en
Arguedas. Según el dominico, 2. Arguedas vivió y creó entre las calandrias del
Dios inquisidor y el Dios liberador para forjar una sociedad justa. Nuestro
novelista, para el padre Gutiérrez, 3. siempre estuvo convencido de la
capacidad de asimilación y creatividad del mundo andino. 4. Nunca vio que lo
mítico trascendente se divorciara de lo dialéctico inmanente. 5. Pero se suicida
llevado por la depresión que le causa el ciclo de injusticia en la historia del
Perú.
Son cinco afirmaciones que merecen un breve
comentario. Lo primero es indiscutible. No obstante, ello no aclara qué tipo de
religiosidad divina está presente tanto en su obra como en su vida. Lo intenta
esclarecer en el segundo punto. Washington Delgado, su prologuista, sostiene que
Arguedas, como en Vallejo, arriba a una religiosidad sin Dios que tiene un
centro divino. Arguedas es un escritor religioso. Pero, para el padre Gutiérrez
no hay religiosidad sin Dios.
Por ello, en la Presentación Carmen María
Pinilla anota que el teólogo de la liberación da cuenta que junto al Dios
castigador hay el Dios liberador en Arguedas. Para el padre Gutiérrez entre las
calandrias de un Dios castigador y un Dios liberador se juega la vida de
Arguedas. Ese factor religioso y su choque define su obra en fraternidad con el
miserable.
Pero si esto último es cierto, entonces cómo
se explica que Arguedas afirmara en aquella carta a su amigo Alberto Escobar:
"Y eso, que yo no creo en Dios". Esto nos lleva al tercer punto: su convencimiento
de la capacidad de asimilación y creatividad del mundo andino. Que Arguedas
afirme ello no colisiona con su asunción ateísta. Y que sienta fraternidad con
los miserables tampoco significa que Dios estuviese presente en su
religiosidad.
Marx tiene una bonita distinción entre situación
de clase (SC) y posición de clase (PC). Yo puedo ser burgués (ST) y, no
obstante, asumir una postura proletaria (PC) y viceversa. La escolástica también
tiene algo similar al distinguir entre ente de razón -propio de la conciencia- y
ente real -propio de lo ontológico-. Otra cosa es que el pensamiento moderno se
haya desviado hacia el nominalismo formalista haciendo casi desaparecer lo
ontológico por lo mental e inmanente.
Pues bien, algo parecido es lo que vemos en
Arguedas en su sentimiento fraterno con el oprimido, que es algo racional, y su
visión de que la transformación de la naturaleza por el hombre no borra lo
divino, que es algo ontológico. En otras palabras, ni la visión de lo sagrado
ni el sentimiento de fraternidad aseguran en Arguedas el tránsito de la una
religiosidad sin Dios hacia una religiosidad con Dios, como espera el padre
Gutiérrez. Su lectura teológica es plausible pero dentro de la lógica de la
teología de la liberación, pero no dentro del espíritu arguediano. “Y eso, que
yo no creo en Dios”, nos señala.
Lo cual no lleva hacia el cuarto punto: Nunca
vio que lo mítico trascendente se divorciara de lo dialéctico inmanente. Y esto
lo afirma el padre Gutiérrez en contraposición a Roland Forgues (Arguedas:
del pensamiento dialéctico al pensamiento trágico, Lima 1989). Para Forgues
el suicidio de Arguedas se debe a su paso de lo inmanente dialéctico a lo
mítico trascendente. Gustavo Gutiérrez piensa que esto no es cierto, porque considera
que su esperanza mítica no estuvo desligada de lo inmanente histórico.
Una cosa es cierta, a saber, el socialismo no
mató en él lo mágico. Tampoco aceptó que su obra literaria no reflejara al Perú
real, cosa que Vargas Llosa cuestiona y rechaza.
No obstante, hay un detalle de suma
importancia que hay que resaltar para terciar en este debate. El cual ya fue
subrayado por el filósofo Alberto Wagner de Reyna cuando sostiene que mientras
el Mito es revelación natural, la Revelación es revelación sobrenatural de Dios.
Lo cual permite afirmar contra Forgues que el mito no pudo llevarlo al suicidio,
porque el revelar el Ser y lo trascendente en el cosmos también revela a los
dioses del politeísmo prehispánico. Divinidades que negaba. Asimismo, y contra
el padre Gutiérrez se puede afirmar que la esperanza mítica puede desligarse de
lo inmanente histórico mediante la convicción atea. Esto último es lo que
advierto que se dio en Arguedas.
Aquí no voy a entrar en el interesante debate
de la relación entre lo humano y lo divino en el Mito y en la Revelación. Sólo
dejaré indicado una pista sumamente significativa que señaló en su momento
Emilio Bréhier en su decisiva Filosofía de la Edad Media: mientras las
filosofías griegas -incluso las míticas (el añadido es mío)- son filosofías de
la necesidad cósmica, en cambio las filosofías cristianas son filosofías de la
libertad. Y este detalle no es moco de pavo, porque vamos a entrar al punto
culminante de su vida con su suicidio voluntario. Arguedas decidió libremente
quitarse la vida y no por designio cósmico.
Así arribamos al quinto punto: Pero se suicida
llevado por la depresión que le causa el ciclo de injusticia en la historia del
Perú, afirma el padre Gutiérrez. Esta aseveración es dudosa dado que Velasco
había dado inicio a una revolución de cambios estructurales que reivindicaban a
la masa indígena oprimida. Lo del 68 rompió para siempre la columna vertebral
de la oligarquía terrateniente que envileció al indígena. Entonces su depresión
en vez agudizarse debería aliviarse. No fue el ciclo de injusticia -que se rompía-
lo que lo llevó al suicidio, fue otra cosa y lo hemos llamado cinismo vertical
burgués.
Para el padre Gutiérrez, Arguedas defiende la
dignidad del indio y del mestizo. Su programa del mundo andino no es indígena,
es mestizo (Todas las sangres). No busca resucitar un mundo mítico -como
cree Vargas Llosa-, porque su mensaje está dirigido al futro y no al pasado. Se
trata del futuro de la justicia social y la esperanza redentora. Además,
subraya la universalidad del provinciano. Fue sensible a la voz profética de
Isaías. Así, en Todas las sangres desde el maltrato del pobre hasta la
idolatría del oro se llega a la no existencia de Dios. En los Zorros
opone el Dios inquisidor y el Dios liberador. Y así el último Arguedas enfatizó
el papel de la esperanza. El zorro de arriba sería Dios y el zorro de abajo
sería la humanidad.
Y, sin embargo, si el último Arguedas está
lleno de esperanza, ¿Por qué se mató? No tiene sentido. Esto solamente puede significar
una cosa, y es que su biografía no puede ser leída desde su obra. El acto final
de su vida excede su obra. Es más, la niega. Porque si su obra concluye con una
esperanza redentora su vida se desgaja con el desesperanzado y violento acto
suicida.
Esta división profunda entre obra y vida en
la que concluye su itinerario terrenal no es de fácil lectura ni comprensión.
Tanto que tampoco es atribuible al fácil recurso de su depresión. Es una mezcla
de depresión, cinismo y ateísmo moderno.