martes, 10 de diciembre de 2024

ARGUEDAS, EL NIHILISTA

 

ARGUEDAS, EL NIHILISTA  

Gustavo Flores Quelopana

 

De niño cristiano, de adulto estudioso de la tradición andina, y pone fin a sus días con la convicción de un ateo de que “Dios no existe”. La idea está expresada de otra forma en la carta del 27 de noviembre de 1969, poco antes de suicidarse, a su amigo Alberto Escobar: “Yo no creo en Dios”. Arguedas no cree en Dios porque lo supone inexistente. De ahí que su Dios liberador, como le llama el padre Gutiérrez está relacionado con una religiosidad sin Dios.

Es verdad que decir “Yo no creo en dios” no es equivalente a afirmar el aserto nietzscheano “Dios ha muerto”. Sus connotaciones y contextos filosóficos son diferentes, pero no dejan de tener algo en común, a saber, la incredulidad.

Arguedas se expresa como un ateo y no como un escéptico. Para un escéptico, desde Sexto Empírico, Hume, Montaigne, hasta Russell, nunca podemos saber nada con certeza. En cambio, Arguedas es indubitable en su afirmación de que “Yo no creo en Dios”.

Ciertamente que no se expresa como un nietzscheano donde la frase “Dios ha muerto”, manifestada en La gaya ciencia, alude a un contexto moderno que no implica que Dios haya muerto literalmente, sino que ha perdido su influjo sobre la vida y el pensamiento ante el avance de la ciencia, la filosofía y la cultura.

En realidad, Nietzsche es al mismo tiempo escéptico, al cuestionar las verdades absolutas y los valores establecidos, y ateo, al rechazar la idea de un Dios personal y proponer la superación de la fe en una deidad trascendente. A lo cual he denominado la metafísica inmanente de Nietzsche (Nietzsche y la metafísica inmanente, Lima, 2023).

El caso de Arguedas es singular, porque asume el ateísmo sin escepticismo. Su postura está más cerca del humanismo secular que no recurre a creencias sobrenaturales, al existencialismo ateo que subraya la libertad individual, el materialismo filosófico que sostiene que todo lo que existe es material, el racionalismo crítico que rechaza todas las creencias que no pueden ser sometidas a prueba, y al nihilismo con su negación de los valores absolutos.

Es casi seguro que su segunda esposa Sybila Arredondo influyó con su marxismo sobre la convicción atea de Arguedas, aunque él no fue marxista y no tuvo militancia política, sin embargo, asumía el socialismo de José Carlos Mariátegui en el sentido de una honda preocupación por la justicia social y las condiciones de vida de los indígenas.

Arguedas no fue precisamente un defensor del capitalismo y de la propiedad privada, cosa que retrata en su novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971). Se trata de una novela infernal donde reflexiona sobre los sufrimientos del Perú. No es que se aferrara a un ideal arcádico, que viera el progreso industrial como un Moloc y que se resistiera a la extinción de la sociedad rural y campesina. Todo esto es un invento distorsionador del otro novelista Vargas Llosa para justificar su ideal de capitalismo moderno para el Perú. Lo cual es tan torpe que equivale a presentar a Arguedas como un incapacitado para pensar una modernidad con justicia social y respeto de la tradición andina. Cuando escribe la novela en 1968 no oculta su adhesión marxista cubana. Pero ello no significa su imitación simiesca para el país.

Para Vargas Llosa el Perú había cambiado en sentido capitalista y por eso se mató. Y lo dice a la luz de una obra publicada en 1986, me refiero a Buscando un Inca de Alberto Flores Galindo. En ella se afirma que ya no tiene sentido seguir buscando un Inca porque el capitalismo penetró en los Andes, por tanto, la propuesta arguediana de fusionar socialismo y colectivismo indígena está desfasada y no tiene sentido. Vargas Llosa se apresura en sacar conclusiones, porque la penetración capitalista en los Andes no excluye la fusión de socialismo y colectivismo indígena, a lo sumo la retrasa o modifica.

Pero no hay que dejar pasar por alto que una cosa es escribir en 1968 y otra en 1986. Pues en el 68 la fusión entre socialismo y colectivismo indígena aun parecía posible. La Reforma Agraria militar fue la transformación más importante que cambió la correlación de clases sociales al liquidar con la oligarquía agraria y financiera. Por el consenso social existente fue pacífica, a diferencia de México, Cuba o Bolivia. Fue una revolución desde arriba que supo ceder y asimilar las reformas desde abajo. No obstante, el campesino no quería cooperativas, sino la propiedad individual o comunal de la tierra. Por su parte, el gobierno no quería convertirlos en propietarios distribuyendo la tierra entre el campesinado, sino sustituir las haciendas en cooperativas industriales. Al final no revolucionó económicamente a la sociedad rural porque no se produjo una revolución productiva y siguió subsidiando alimentos importados.

Por eso decir que se mató porque el Perú había cambiado es fácil afirmarlo en 1996, cuando Vargas Llosa escribe La utopía arcaica, en plena transformación neoliberal fujimorista del Perú, pero no en el 68 ni en el 86, en pleno ascenso de Izquierda Unida con Alfonso Barrantes.

Ahora bien, el Arguedas que gatilla el revólver con que se mató repite no sólo su convicción “Yo no creo en Dios” sino que no se divorcia del aserto nietzscheano: “Dios ha muerto”. Para Arguedas Dios está muerto porque ha sido desplazado de su puesto privilegiado como garante de las verdades absolutas, ya no sirve de horizonte para guiar la vida de modo pleno. Sin Dios cada uno tiene la posibilidad de caminar hacia lo que crea conveniente. De modo que el último Arguedas asume un nihilismo donde la vida carece de significado, propósito y valor.

El último Arguedas suicida sólo es explicable si añadimos a su ateísmo y, antes mencionado, cinismo burgués, una fuerte dosis de nihilismo. Sólo con el nihilismo la existencia carece de propósito y dirección moral, la vida aparece sin sentido. El nihilismo lleva a la desesperanza y vacío existencial. Justo eso es lo que necesita un depresivo para pasar del ateísmo y cinismo al nihilismo suicida. Si no hay esperanza, redención y moralidad absoluta las puertas del suicidio quedan abiertas. Sin embargo, su caso es tan complejo que no es que se suicida como un suicida intoxicado de filosofía nihilista. Más bien, llega al suicidio bebiendo un cóctel letal de ateísmo, cinismo burgués, nihilismo y depresión. Este vacío y desesperanza vital también lo encontramos en Celan, Mishima y Améry.

Finalmente, para el cristianismo el perdón de Dios está disponible para todos los pecadores, incluido los suicidas. Dios en su infinito amor y misericordia puede perdonar a aquellos que se quitan la vida en un acto de desesperación. Y en ese sentido la Iglesia Católica ha suavizado su postura sobre el suicidio enfatizando la compasión y el perdón divino. De manera que no hay necesidad de sentirse compungidos pensando que Arguedas fue a parar al séptimo círculo del infierno de Dante.

A propósito de Dante el filósofo Leopoldo Chiappo en su estudio Dante y la psicología del Infierno (1986) destaca que el camino de la infiernización personal en una época como la nuestra de era histórica infernal supone el infierno psicológico de caer como riesgo permanente en la vileza, la mediocridad, la cobardía, la frustración y el vacío. En este sentido se puede afirmar que si el Arguedas suicida irá al infierno o será perdonado es cuestión de Dios, pero si cayó en el vacío nihilista del infierno psicológico es cuestión humana. Y podemos concluir que así fue.