QUÉ ES EL NUEVO TESTAMENTO
En
noviembre del 2024 emprendí una nueva relectura del Nuevo Testamento y a
principios del mes de abril del 2025 he concluido un repaso pausado. Ha sido medio año de lectura y meditación. Esta vez
lo hice de atrás para adelante. Es decir, empecé con Apocalipsis y
terminé con Mateo. El ritmo fue de un capítulo por día. Pero ahora, con
65 años a cuestas, una apreciable cantidad de libros escritos, consagrado recientemente
a la Virgen María, y habiendo dejado hace mucho tiempo atrás mis posturas
antimetafísicas, luzco más desconcertado que antes al constatar con más
intensidad que la clave de la lectura de la Palabra de Dios está en lo más
difícil, a saber, hacer su voluntad. Lo cual no significa capitular en la
nuestra, sino enderezarla en el Bien. En una palabra, en la lucha contra el mal
el hombre necesita invocar la ayuda sobrenatural de la gracia divina.
Amar a
Dios no es creer en él, pues el diablo también cree, ni es apegarse al rito,
Jesús reprochaba ello a los fariseos y también es común del creyente tibio,
sino que es hacer su voluntad. Es significativo recordar que el propio Jesús
declara en Juan 6:38 que no ha descendido del cielo para hacer mi voluntad,
sino la voluntad de Dios. Lo cual se hace más ostensible cuando en Getsemaní
toma la decisión más difícil para enfrentar su propia muerte. Pero la natural
tendencia humana en confiar en su propia sabiduría ha sido llevada al paroxismo
en la cultura moderna secular y atea, y negando la realidad trascendental sume
al hombre en el pantano de su orgullo, el individualismo, egoísmo, narcisismo y
consumismo. Y así ha quedado expulsado de nuestras vidas el plan que tiene Dios
para nosotros.
Y es que
para la mentalidad moderna lo más chocante de hacer la voluntad de Dios es
optar entre Dios y el mundo. Por ello reza el evangelio que, desdichados los
ricos, pues donde está su tesoro ahí está su corazón. A propósito, viene a
cuento recordar lo acontecido con San Antonio de Padua, quien llegado a un pueblo
italiano se encontró con un cortejo público de un funeral de un rico personaje,
ante lo cual se opuso a que fuera enterrado en un campo santo. La gente
sorprendida le preguntó la razón y él respondió: “Porque no tiene corazón”.
Atónitos, ordenaron al barbero constatarlo. Y efectivamente le faltaba el
corazón. Perplejos le preguntaron al santo dónde estaba el órgano cardíaco, y
respondió: “Abran su caja fuerte, donde esconde su tesoro, y allí lo hallarán”.
Y así fue. El relato es pertinente en un mundo moderno donde los millonarios
aparecen como héroes mientras la crisis de caridad se profundiza.
En
contrapartida dice el evangelio que los pecadores adelantan a los justos porque
no cuentan consigo mismos para ser salvos, sino que se remiten a la sola gracia
de Dios. Pero la tragedia de la modernidad es que se ha creado un mundo sin
Dios, y por el cual se ha extraviado el sentido del pecado. Los pecadores ya no
buscan ser salvos, al contrario, celebran su pecado. Esa es la cultura
nihilista de la posmodernidad, donde “todo vale”, y es profunda la
desmalignización del mal y la malignización del bien. El relativismo, lo
antinatural y nihilista luce con bandera en alto, con orgullo, impudicia y
prepotencia. Esto redefine un panorama de mayor corrupción de lo que se vio en
tiempos de Sodoma y Gomorra. Lo que nos permite hablar especialmente de un
Occidente anegado de nihilismo luciferino. Lo que obviamente nos remite al
castigo divino aludido en Zacarías 13:7; Apocalipsis 20; Mateo 24; Marcos 13; y
Lucas 21. En otras palabras, la puerta de la misericordia no va a permanecer
abierta para siempre y se cierra ante tanta iniquidad, sacrilegio y abominación,
que llena rebosante la copa del pecado y precipita el juicio divino.
Junto a
ello he vuelto a constatar que los Evangelios no son un libro biográfico, de
teología, ciencia o ética. Los Evangelios son testimonio de fe vivida,
compuesto por comunidades tardías que se basaron en el kerigma paulino. El NT
no permite llegar al Jesús histórico, presupuesto que no admite la teoría del “silencio
del siglo I” y del cual fui tributario en mi juventud marxista. Pues, el NT
rebasa lo histórico y va hacia la esperanza, la creencia y la fe. Y la fe es
asentir por encima de la evidencia. En su tiempo la gente creyó en Jesús no por
fe, sino por los milagros que hizo. No entendían que los hacía por misericordia
y no para hacer que crean. Por ello, en Juan (20:29), Jesús elogia a los que no
vieron y creyeron.
Aun cuando
los evangelios no tienen carácter biográfico es posible afirmar que Jesús se
reconoció como enviado de Dios. Se dice que ninguna consideración objetiva y
racional prueba que Jesús fue lo que dijo ser, pero ello se desmiente por todo
lo que obró. Ni Moisés, ni Mahoma, ni Buda, ni Zaratustra hicieron lo que Jesús
hizo. Simplemente es único, incomparable e insustituible. Su ser escatológico
puede ser objeto de fe por sus propios hechos. De lo contrario se incurriría en
la desmitologización de Rudolf Bultmann que borra de un plumazo todo lo
sobrenatural, la dimensión histórica de Jesús, reduce existencialmente el
kerigma, y subjetiviza hasta lo arbitrario el mensaje cristiano. Su
desmitologización es el aggiornamento moderno de la teología que se desfigura a
sí misma.
Jesús no
sólo fue un extraordinario predicador moral, que fue ajusticiado y luego
divinizado por los doce. No, nada de eso. Fue el Mesías y el Hijo de Dios, la
segunda persona de la Santísima Trinidad y los hechos lo confirman. El
cristianismo primitivo es creación de los doce sobre lo actuado por Jesús. Es
una religión oriental que se convirtió en Iglesia cuando es trasplantada a
tierra griega. Se nutrió de cultos orientales -asiáticos, sirios, iraníes y egipcios-,
y occidente aportó la metafísica inmutable y la moral codificada.
No es
casualidad que la Patrística o la filosofía de los Padres del cristianismo
fuera motivada por la Sagrada Escritura, el platonismo, neoplatonismo,
estoicismo y en un segundo planteo escolástico por el aristotelismo. El gran
aporte de la Patrística fue cristianizar la metafísica de las esencias griega
con el trascendentalismo del teísmo, creacionismo, el hombre como alma, la
libertad del hombre en medio del plan divino, crítica contra el politeísmo
(escépticos y epicúreos), metafísica de la voluntad (Plotino), mundo ideal,
escatología, pureza ética, desprecio del mundo, preferencia por lo
suprasensible (Platón, Filón), ley eterna, razones seminales, ciudad de Dios
(estoicos).
No hace
falta buscar mucho en los evangelios para dar con la ley máxima, el mismo Jesús
lo dice: amar a Dios con nuestro corazón, alma y mente, y amar a nuestro
prójimo como a nosotros mismos. Ahí está la clave de todo. Poner el corazón en
Dios es lo mismo que amar al prójimo, porque se ama al prójimo en cuanto es
creación de Dios. Sólo amando al prójimo como a sí mismo se ama verdaderamente
a Dios. La tragedia de nuestro tiempo es que habiéndose suprimido el horizonte
de lo trascendental el hombre queda libre a su antojo y se limita a cumplir con
lo que manda la ley positiva, en el resto se dedica a una moral de
circunstancia que consagra el individualismo egoísta. Así como es perversión el
hacer del prójimo un medio para llegar a Dios, también es perversión el hacer
del prójimo un medio para conseguir fines personales, económicos, ideológicos o
políticos. El resultado es la deshumanización como norma y guión de psicopatía
social.
En buena
cuenta, son dos palabras las que encierran el poderoso mensaje del NT, y ellas
son: compasión y misericordia. “Porque misericordia quiero y no sacrificios”
(Oseas 6:6-7; Mateo 9: 10-13; 12: 1.8) contiene la médula del mensaje de Cristo.
De ahí que el amor sea mayor a la fe y a la esperanza (1 Corintios 13:13). Lo
cual suena a disparate en el mundo nihilista occidental donde impera lo
individual sobre lo colectivo, el consumismo, la competencia, la desigualdad y
la instrumentalización de las relaciones humanas. Se trata de un mundo
nihilista que consagra la nada y busca sustituir al hombre por el ciborg transhumanista.
Lo cual sólo puede conducir hacia la autodestrucción.
Pero donde
abunda el pecado sobreabunda la gracia (Rom 5: 20-21). No en vano remata al
Apocalipsis diciendo: A los que dejen de hacer lo malo Dios los bendecirá, pues
les dará el derecho de comer los frutos de la vida eterna (22: 14-17).