ANTROPOCENO, SECULARIZACIÓN DEL INFINITO Y PROMETEÍSMO GLOBÓCRATA
Introducción
El mundo que habitamos ya no es el mismo que heredamos. La modernidad, al secularizar la idea de infinito, despojó a lo trascendente de su misterio y lo redujo a lo inmanente: progreso ilimitado, expansión sin freno, dominio técnico y económico. De esa mutilación nació el Antropoceno, la era en que la humanidad se convirtió en fuerza geológica, capaz de alterar la biosfera y reconfigurar la relación ontológica con la Tierra. Pero este poder no está distribuido: se concentra en manos de una tecno-oligarquía que, en su delirio prometeico, sueña con ser dioses menores, demiurgos corporativos que administran la vida y la muerte.
El relato único que imponen busca sofocar la pluralidad, manipular la opinión pública y moldear la cultura. Gates, Musk, Bezos, Bin Salman, Page, Brin, Soros, Murdoch y Zuckerberg son los nombres visibles de una élite globócrata que encarna la secularización del infinito y el prometeísmo moderno. Pobres infelices que confunden control con sentido, poder con plenitud, técnica con trascendencia. Su proyecto es transhumanista: vencer la muerte, revertir el envejecimiento, manipular el genoma, crear superhumanos, instaurar ministerios de la verdad, virtualizar el mundo y administrar el capital planetario.
Estamos ante el hiperimperialismo, fase superior del imperialismo clásico, donde las corporaciones privadas ejercen soberanía propia y gobiernan como poderes autónomos. Este hiperimperialismo es la expresión política-cultural de la globocracia, el rostro final de la secularización moderna del infinito. No necesita ejércitos ni banderas: su fuerza es el algoritmo, la biotecnología, la virtualización y la manipulación cultural. Es el imperialismo del relato único, el imperialismo de la técnica, el imperialismo de la miseria espiritual disfrazada de poder absoluto.
Este ensayo es un llamado a la insurrección filosófica: a desenmascarar el prometeísmo globócrata, a denunciar la secularización mutilada del infinito, a resistir el hiperimperialismo corporativo que pretende administrar la humanidad como si fuera un recurso más. Porque la verdadera grandeza no está en dominar la Tierra ni en manipular la vida, sino en desafiar la miseria espiritual de una élite que se cree dioses, pero no son más que sombras de poder.
1. Antropoceno y secularización del Infinito
La modernidad secularizó la idea de infinito, reduciéndola a lo inmanente. Lo que antes era atributo de lo divino, lo absoluto y lo trascendente, se convirtió en motor del progreso, de la razón y de la expansión ilimitada de la técnica y la economía. Este desplazamiento ontológico abrió paso a una visión del mundo en la que el hombre se concibe como capaz de dominar y transformar la totalidad de lo real. El infinito dejó de ser misterio y se transformó en proyecto, en horizonte de crecimiento sin fin.
De esa secularización nació el Antropoceno, la era en la que la humanidad se convierte en fuerza geológica. La Revolución Industrial, la aceleración tecnológica y la expansión económica global multiplicaron la capacidad de intervención humana sobre la Tierra, alterando ciclos biogeoquímicos, climas y ecosistemas. La acción humana dejó de ser un fenómeno meramente social o histórico para convertirse en potencia capaz de modificar la biosfera entera. El hombre, en su afán prometeico, ya no actúa sólo sobre lo cultural, sino sobre lo geológico, borrando la frontera entre historia natural e historia humana.
El Antropoceno es, en este sentido, la traducción material de la secularización del infinito. El deseo de expansión ilimitada, antes orientado hacia lo trascendente, se volcó hacia lo inmanente. El resultado es un mundo donde la técnica y la economía buscan crecer sin límite, pero ese crecimiento impacta directamente en la finitud de la Tierra. El infinito secularizado se topa con la paradoja de los límites planetarios.
En la cabeza de este prometeísmo moderno se encuentra la tecno-oligarquía actual. Figuras como Gates, Musk, Bezos, Bin Salman, Page, Brin, Soros, Murdoch y Zuckerberg encarnan el núcleo de un prometeísmo corporativo. No son simples empresarios: concentran poder económico, político y cultural, y controlan plataformas que median la vida cotidiana de millones de personas. Ellos son los nuevos portadores del fuego, administradores del infinito secularizado, demiurgos que sueñan con rediseñar la humanidad y el planeta. Comandan la orgía del nihilismo estructural.
El poder globócrata busca anular el pensamiento crítico para sacar adelante el transhumanismo y sus sueños de dominar el mundo con la tecnología. Su horizonte es vencer la muerte, lograr la inmortalidad con la biotecnología, disminuir la población mundial, generar pandemias, instaurar un ministerio de la verdad, recrear el mundo real por un mundo virtual, manipular el genoma humano, acabar con las enfermedades, crear superhumanos en las élites, administrar los capitales del mundo a través de corporaciones como BlackRock, revertir el envejecimiento, incentivar la eugenesia, promover el aborto y desplegar agendas culturales LGTB que buscan moldear identidades y subjetividades.
Este poder globócrata es la culminación del prometeísmo moderno: un proyecto que pretende dominar la vida, la muerte y la cultura, imponiendo un relato único y anulando la diversidad de pensamiento. La tecno-oligarquía encarna la secularización del infinito, transformando lo que antes era trascendente en un instrumento de control global. El hombre se concibe como “diocesillo terrestre”, pero su grandeza aparente se revela como pobreza existencial: son, en realidad, pobres infelices, atrapados en su propio mito de poder, confundiendo el dominio técnico con plenitud ontológica.
El Antropoceno muestra la paradoja de este prometeísmo globócrata: el infinito secularizado, administrado por élites, se convierte en instrumento de dominación y control, pero nunca alcanza lo trascendente. La humanidad queda encadenada a un proyecto oligárquico que sueña con ser dios, pero que arrastra al planeta hacia una ontología de dependencia y sometimiento. El mito prometeico, corporativizado y globócrata, revela así su rostro trágico: el intento de vencer la muerte y dominar la vida se convierte en la evidencia de una miseria espiritual disfrazada de poder absoluto.
2. Prometeísmo globócrata y tecno-oligarquía
El poder globócrata no se conforma con dominar la economía ni con administrar los flujos financieros del planeta. Su ambición es más radical: busca controlar el relato único y la cultura, manipular la opinión pública y moldear las subjetividades para que la humanidad entera se pliegue a su proyecto prometeico. La tecno-oligarquía se presenta como demiurgo, pero en realidad es una maquinaria de control que anula el pensamiento crítico y sustituye la pluralidad por una narrativa uniforme, diseñada para legitimar su poder.
La secularización del infinito, que en la modernidad se tradujo en progreso ilimitado, se corporativiza en manos de esta élite. El infinito ya no es misterio ni trascendencia, sino cálculo, algoritmo y biotecnología. El hombre, reducido a “diosecillo terrestre”, se cree capaz de vencer la muerte, revertir el envejecimiento, manipular el genoma humano, erradicar enfermedades y crear superhumanos en las élites. Pero este sueño prometeico no es emancipador: es oligárquico, excluyente y profundamente desigual. El Antropoceno revela la paradoja: la humanidad se convierte en fuerza geológica, pero esa fuerza está dirigida por unos pocos. Gates, Musk, Bezos, Bin Salman, Page, Brin, Soros, Murdoch y Zuckerberg son los nombres visibles de un poder que se arroga la capacidad de decidir el destino del planeta. Ellos sueñan con transhumanismo, con mundos virtuales que sustituyan lo real, con ministerios de la verdad que administren la información, con pandemias que reconfiguren la demografía, con agendas culturales que disciplinen identidades y cuerpos. Su poder globócrata es la encarnación de la secularización del infinito y del prometeísmo moderno.
Son, sin embargo, pobres infelices. Porque su grandeza aparente se revela como miseria espiritual. Creen dominar la vida y la muerte, pero en realidad están atrapados en un mito vacío, en una ilusión de poder que nunca alcanza lo trascendente. El infinito que administran es un infinito mutilado, reducido a técnica y cálculo, incapaz de abrirse a la plenitud. Su prometeísmo es trágico: sueñan con ser dioses, pero sólo logran ser caricaturas de divinidad, demiurgos corporativos que confunden control con sentido. El Antropoceno, la secularización del infinito y el prometeísmo globócrata forman así una tríada que define nuestra época. La humanidad, convertida en fuerza geológica, se ve sometida a un poder oligárquico que administra la técnica como instrumento de dominación. El infinito secularizado se convierte en relato único, en cultura manipulada, en biotecnología dirigida por élites. El prometeísmo moderno se revela como globócrata, como proyecto de control total, como intento de vencer la muerte y dominar la vida.
Pero la verdad es que este poder, por más que se presente como absoluto, es frágil. Porque ningún relato único puede sofocar indefinidamente la pluralidad humana. Ninguna tecno-oligarquía puede abolir la finitud de la Tierra. Ningún prometeísmo corporativo puede alcanzar lo trascendente. El infinito secularizado, atrapado en manos de pobres infelices, se convierte en evidencia de la miseria espiritual de una élite que confunde dominación con plenitud.
3. Manifiesto contra el poder globócrata
El poder globócrata, en su afán prometeico, pretende erigirse como dueño de la vida y de la muerte, como administrador del infinito secularizado. Sueña con vencer la mortalidad, con manipular la genética, con rediseñar la humanidad, con instaurar un relato único que anule toda disidencia. Pero este sueño no es emancipador: es un proyecto de dominación que reduce la pluralidad humana a obediencia y sometimiento.
La tecno-oligarquía, encarnada en nombres visibles se presenta como demiurgo, pero en realidad es caricatura de divinidad. Confunden control con sentido, poder con plenitud, técnica con trascendencia. Su prometeísmo moderno es trágico porque sólo logra producir un infinito mutilado, reducido a cálculo, algoritmo y capital. El Antropoceno revela la paradoja: la humanidad se convierte en fuerza geológica, pero esa fuerza está dirigida por unos pocos que administran la técnica como instrumento de control global. La secularización del infinito, que en la modernidad abrió horizontes de progreso, se ha convertido en herramienta oligárquica para imponer un relato único, manipular la cultura, moldear la opinión pública y disciplinar cuerpos e identidades. Pero ningún relato único puede sofocar indefinidamente la pluralidad humana. Ninguna tecno-oligarquía puede abolir la finitud de la Tierra. Ningún prometeísmo corporativo puede alcanzar lo trascendente. El poder globócrata es frágil, porque está atrapado en su propia miseria espiritual. Su grandeza aparente se revela como vacío, como incapacidad de abrirse a lo que excede la técnica y el cálculo.
El Antropoceno, la secularización del infinito y el prometeísmo globócrata forman la tríada de nuestra época. Pero la pluralidad, la finitud y la trascendencia se rebelan contra el relato único. El mito prometeico corporativizado muestra su rostro trágico: el intento de dominar la vida y la muerte se convierte en la prueba de una miseria espiritual disfrazada de poder absoluto. Este ensayo es un llamado a la resistencia filosófica: a desenmascarar el prometeísmo globócrata, a denunciar la secularización mutilada del infinito, a recuperar la pluralidad frente al relato único. Porque la verdadera grandeza humana no está en dominar la Tierra ni en manipular la vida, sino en reconocer la finitud, en abrirse a lo trascendente, en desafiar la miseria espiritual de una élite que se cree dioses pero no son más que sombras de poder.
Conclusión
El Antropoceno, la secularización del infinito y el prometeísmo globócrata desembocan en una forma inédita de dominación: el hiperimperialismo. No se trata ya del viejo imperialismo de los Estados-nación que expandían sus fronteras mediante ejércitos y colonias, sino de un imperialismo corporativo, privado, que ejerce soberanía propia más allá de las instituciones políticas tradicionales. Las grandes corporaciones tecnológicas y financieras se erigen como poderes autónomos, capaces de dictar normas, controlar poblaciones, administrar capitales y moldear culturas.
Este hiperimperialismo es la fase superior del imperialismo moderno porque no necesita banderas ni ejércitos: su fuerza es la técnica, el algoritmo, la biotecnología, la virtualización del mundo y la manipulación de la opinión pública. Es la expresión política-cultural de la globocracia, el gobierno planetario de élites que encarnan la secularización del infinito. Lo que antes era trascendente se ha convertido en poder corporativo que sueña con vencer la muerte, crear superhumanos, revertir el envejecimiento y administrar la vida misma.
El prometeísmo globócrata, corporativizado en este hiperimperialismo, pretende dominar no sólo la Tierra como biosfera, sino también la humanidad como especie. Busca imponer un relato único, anular el pensamiento crítico y sustituir la pluralidad por obediencia. Pero en su ambición ilimitada revela su miseria espiritual: son pobres infelices que confunden control con sentido, poder con plenitud, técnica con trascendencia.
El hiperimperialismo es, en última instancia, la consumación de la secularización mutilada del infinito: un proyecto que reduce lo absoluto a cálculo, lo trascendente a capital, lo humano a objeto de manipulación. Es el rostro político-cultural de la globocracia, la evidencia de que la modernidad, al secularizar el infinito, abrió la puerta a un poder oligárquico que sueña con ser dios pero sólo logra ser caricatura de divinidad.
Frente a este poder, la resistencia filosófica se vuelve urgente. El Antropoceno no puede ser administrado por corporaciones con soberanía propia. La pluralidad humana no puede ser sofocada por un relato único. La finitud de la Tierra no puede ser abolida por algoritmos. El hiperimperialismo globócrata, por más que se presente como absoluto, es frágil, porque ningún cálculo puede sustituir la trascendencia, ningún capital puede abolir la pluralidad, ningún relato único puede sofocar indefinidamente la libertad.
La conclusión es clara y desafiante: el hiperimperialismo corporativo es la fase superior del prometeísmo globócrata, pero también el signo de su crisis. Porque en su intento de dominarlo todo, revela su vacío. Y es precisamente en ese vacío donde puede nacer la resistencia, la crítica y la recuperación de lo humano frente a la miseria espiritual de una élite que se cree dioses, pero no son más que sombras de poder.
En este punto, resulta imprescindible confrontar nuestra crítica al prometeísmo globócrata con la tesis de Heidegger sobre la técnica. Para Heidegger, la técnica moderna no es un simple instrumento, sino un modo de desvelamiento del mundo que reduce todo lo existente a “fondo disponible” (Bestand), es decir, a recurso manipulable. El hiperimperialismo corporativo encarna exactamente esa reducción: la humanidad, la biosfera y hasta la subjetividad son tratadas como reservas administrables por algoritmos y capital. Sin embargo, mientras Heidegger advertía que este destino técnico podía ocultar la apertura al Ser, nuestra crítica subraya que la globocracia ha radicalizado esa clausura, convirtiendo la secularización del infinito en un proyecto de dominación total. La diferencia es que, en el marco actual, la técnica no sólo revela el mundo como recurso, sino que se ha corporativizado en soberanías privadas que pretenden gobernar la vida misma. Así, el prometeísmo globócrata no es sólo la consumación de la esencia de la técnica heideggeriana, sino su degeneración política: un poder que, al absolutizar el cálculo, mutila la trascendencia y convierte la miseria espiritual en sistema de gobierno planetario.
Mi discrepancia con Heidegger no es sólo política-cultural, sino también metafísica. Mientras él sostiene que la técnica moderna es un modo de desvelamiento —aunque peligroso, porque reduce lo existente a fondo disponible— considero que en el hiperimperialismo globócrata la técnica ha dejado de ser siquiera desvelamiento. Se ha convertido en un ocultamiento del ser, en una clausura radical de toda apertura a la trascendencia. La globocracia no revela, sino que encubre; no abre horizontes, sino que los sofoca; no muestra la verdad del ser, sino que la sustituye por cálculo, algoritmo y capital. En este sentido, mi crítica apunta a que la técnica contemporánea no sólo confirma la esencia heideggeriana, sino que la desborda y la pervierte: ya no es un destino del ser, sino un dispositivo de ocultamiento absoluto que mutila la posibilidad misma de la metafísica.
Queda abierta una pregunta decisiva: ¿la esencia de la técnica está necesariamente asociada a la esencia del capitalismo, entendido como reducción de todos los fines a medios y de todos los medios a cálculo y acumulación? Si la técnica moderna es inseparable de la lógica capitalista, entonces el prometeísmo globócrata sería su destino inevitable: la técnica como instrumento de dominación y ocultamiento del ser. Pero si existe la posibilidad de liberar la técnica de esa captura, de pensarla más allá del capitalismo, entonces se abre un horizonte distinto: una técnica que no reduzca, sino que amplíe; que no clausure, sino que abra; que no oculte, sino que revele. La cuestión es si podemos rescatar la técnica de su subordinación al capital y devolverle un sentido que no sea el de la miseria espiritual de la globocracia, sino el de una apertura hacia lo humano y lo trascendente.
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