LA AGONIA DE FAUSTO
IMPACTO CULTURAL DE LA GLOBALIZACIÓN
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Introducción
ANTES DE CUANTO yo haya de decir como filósofo, dejadme expresar la impresión dolorosa que ejerce sobre mí el momento nuestro lleno de obstáculos intrincados. ¡Nunca, en ningún tiempo de la historia, por mí conocida, estuvo la Humanidad tan unida por la ciencia del ordenador y a la vez tan separada entre un puñado de super ricos y una enormidad de superpobres! ¡Nunca tampoco, nuestra civilización se enfrentó simultáneamente a tan graves problemas como: la revolución tecnológica, la competencia global, el ocaso del Estado – Nación y el desequilibrio ecológico! Pero no encuentro otras palabras para expresar con verdadero pavor que: ¡Nunca como ahora, se apodera de la Humanidad un verdadero relajo moral, un masivo abandono de los valores superiores, una escandalosa pérdida de la sensibilidad ética y una galopante podredumbre moral! Basta dirigir una ojeada al mundo actual para percibir el efluvio mórbido y hediondo de una ciénaga de corrupción, injusticia e insolidaridad. Pero permitidme añadir que aún cuando miremos las cosas dramáticamente, dentro de un crepúsculo gris e informe que indica el grave peligro de hundimiento del mundo civilizado, es preciso reconocer que la primera y fundamental condición que hace posible el esclarecimiento de la humanidad y una verdadera cultura, es la personal libertad del centro espiritual del hombre.
El impacto cultural de la globalización es un problema filosóficamente arduo y apasionante porque involucra la polémica de lo que sea esa cosa que llamamos “hombre” y ese proceso que denominamos “cultura”. Esto nos retrotrae al personaje genial de Goethe: Fausto, como aquel hombre que conquista el mundo pero que se pierde a sí mismo. Particularmente, pienso que la esencia del hombre no se agota en la realización de los valores específicamente biológicos y que más bien es un “ser vital capaz de espíritu”, como lo llamó atinadamente Max Scheler. Y que el proceso del cultivo del espíritu, llamado cultura, no puede limitarse al mero saber técnico – científico que se refiere a la modalidad contingente de los entes sino que es un saber personal acerca de la existencia, la esencia y el valor de lo que es absolutamente real en todas las cosas, es decir, cultura es primordialmente un saber metafísico. De este modo, los fines del hombre como ser vital tiene que servir, en último término, al saber culto. Pero con la competencia global lo que se está asentando es una vida vacía, sin objetivos trascendentes, donde se sobrevalora lo liviano, lo light, lo superficial, ya no hay metas heroicas ni grandes ideales, es el triunfo de la vida del hombre masa, interesado sólo en la comodidad material, y el predominio ominoso del saber práctico. Así resulta la barbarie más espantosa, donde libertad ya no es autodeterminación y responsabilidad, ahora es más bien lo permisivo y lo divertido. Se vive una edad protagórica, donde el capricho humano es la medida de todas las cosas. El eje cultural de la globalización no es ya la idea humanística del saber culto sino la idea postmoderna del saber divertido. El poeta cubano José Martí evaluaba la labor de cada civilización con las siguientes palabras:
“Pueblo grande, cualquiera que sea su tamaño, es aquel que da hombres generosos y mujeres puras. La prueba de cada civilización humana está en la especie de hombres y mujeres que en ella se produce”.
Pues bien, ¿qué tipo de hombres, mujeres y niños está produciendo la globalización en la civilización actual cuando el capitalismo global ha significado el aumento brutal de la miseria y exclusión social?(1) ¿Qué impacto cultural representan los ideales consumistas, especulativos y frívolos de una civilización que se consolida como pragmática y hedonista? ¡A esto llamo la agonía de Fausto!, el personaje goethiano que simboliza al hombre que conquista el mundo se pierde a sí mismo.
I. EL TELOS CULTURAL DE LA GLOBALIZACIÓN
En este marco es legítimo preguntarnos ¿Cuál es el Telos cultural de la globalización?
En el proceso de la actual globalización se pretende homogeneizar y eliminar las diferencias culturales, suprimiendo las identidades en aras de la ganancia. Pero la prosperidad económica sin precedentes en Occidente y en Oriente, ha significado también un estancamiento de su espiritualidad. Y si allá es la abundancia, aquí, en los países subdesarrollados, es la pobreza lo que retroalimenta también la actitud civilizatoria hacia el utilitarismo inmediatista.
La marcada tendencia a descreer en el futuro, a no tener esperanzas, a darse por satisfechos con la comodidad momentánea, a olvidar la pregunta de cómo debe hacer el hombre para ser maestro de sí mismo, a equiparar la dicha y la felicidad con la opulencia material y a la ausencia de toda certidumbre de valor, en lo más íntimo del alma, se ha convertido en un estilo consciente y querido de vida. Es el Telos cultural de la globalización.
La civilización moderna se consagró febrilmente a la investigación científica, la innovación tecnológica, el desarrollo económico, a mejorar las estructuras sociales y el Estado, pero olvidó lo fundamental: cómo transformar y revitalizar el ser humano. Y en vez de conseguir la paz y la felicidad logró, en consecuencia, guerras infernales y un aumento sin límite del sufrimiento humano.
Puede decirse que el telos de la globalización, con su exceso de confianza en los mecanismos del mercado, no sólo ha exacerbado el consumismo sino que ha provocado sobre la espiritualidad del hombre una intensificación de su falta de control interno, de su auto-motivación y autodisciplina.
II. EL HOMBRE ANÉTICO
Y esta falta de control interno ha generado en el consumismo globalizado un tipo de hombre presa de sus deseos más elementales, que se construye una moral a la carta, relativa y nihilista, que termina constituyéndose en lo que denomino el “hombre anético”.
En el mundo globalizado, el nihilismo y el relativismo moral aseguran, con toda honradez, que la vida carece de sentido. La cultura postmoderna de la globalización proclama la era del vacío y la entronización de la sociedad de la transparencia, sin densidad espiritual (2).
Esta falta de densidad espiritual se advierte en el arte y la literatura de los países desarrollados donde ha perdido su vitalidad integral, se ha convertido en una fuente seca y en una tierra yerma. En cambio, y sin incurrir en etnocentrismos, Latinoamérica todavía irradia una intensa vitalidad en su actividad artística y literaria, reflejando no solo una identidad que se resiste a morir, sino, que aún posee la capacidad de reflejar con clara conciencia la crisis espiritual que se agrava con el mundo globalizado de hoy.
Pero esta transparencia del espíritu humano en la globalización encierra una hondísima confesión: Quien no es ya capaz de hacer suya, ninguna configuración valorativa permanente, no se entrega, finalmente, a una indiferencia hacia el valor sino a una inversión de los valores, a una ordenación jerárquica establecida bajo el principio de que lo contingente es la medida de todos los valores.
Lo cual no sólo hace imposible la teoría científica del valor y la moralidad misma sino que genera un tipo de hombre que no es precisamente inmoral, más bien es amoral, negador de la ética, anético.
El hombre anético se conduce valorando a los demás seres humanos con el mismo criterio de eficiencia con que valoramos a las máquinas, con el mismo criterio de utilidad, explotación y aplicabilidad con que valoramos la cosa económica, y con el mismo criterio de voluntad de dominio y manipulación con que abordamos la cosa política.
La supremacía de estos valores en la cultura, necesarios pero subalternos, no sólo configura una atrofia en la conformación psíquica del hombre, sino que, representa la estructuración de un ideal cultural sin contrapeso espiritual.
La civilización tecnológica, por sí misma, es incapaz de fundamentar una región independiente de valores, y por ello necesita como contrapeso una cultura espiritual intensificada. De lo contrario, mutila al hombre de su vida interior, dejándolo inerme en medio de una sociedad de la sensación, de una sociedad transaccional sin valores, que reemplaza su capacidad creadora por su capacidad consumista de los medios tecnotrónicos a su alcance. En este sentido el hombre anético es el hijo legítimo del predominio de la civilización tecnológica, del predominio de la cultura técnica sobre la cultura humanística.
Al respecto Goethe señalaba sagazmente: “todo lo que libera al hombre sin darle un dominio de sí mismo acaba por ser pernicioso”. Y así, la actual globalización, entendida como el imperio de unas hedonistas y especulativas élites transnacionales, destila una inversión valorativa basada en el cinismo, la cosificación de la alteridad y la destrucción de la lógica de fines para remplazarla por una lógica de medios.
¿Entonces qué sucedió con los valores heredados del pensamiento griego y cristiano? Virtudes como la templanza, orden, laboriosidad, frugalidad, justicia, sinceridad, tranquilidad, castidad, y humildad, son un producto innegable del pensamiento griego y de la moral cristiana; y también presente en la moral budista, hinduísta e islámica. La ética judeocristiana es en primera instancia un pacto entre Dios y sus hijos mortales, y sólo en segunda instancia constituye un acuerdo entre seres humanos.
Este ethos produjo muchas figuras caritativas y templadas, pero a medida que en la modernidad comenzó a desarrollarse un trepidante proceso de secularización se fue diluyendo y atrofiando el sentido de lo eterno y en su lugar, se fue conformando un mundo finisecular, marcado por el resecamiento espiritual.
Su fundamento es un absurdo peligroso: dar valor sólo a los medios y descalificar los fines superiores por completo. Esta certidumbre del hombre anético es valorativa, ideológica y no cognoscitiva, ni científica.
III. NOMINALISMO Y POSTMODERNIDAD
Esta inversión valorativa del hombre anético, también presente en el pensamiento ideológico, podemos rastrearla hasta el nominalismo. Si alguna lección podemos extraer del imperio de las ideologías en el siglo XX es que tan nefasto es dar valor sólo a la justicia como dar valor sólo a la libertad. Y es justamente el espíritu de libertad sin justicia el principio que preside el ethos globalizador actual.
Este ethos del capitalismo tardío, que vive achaparrado y desfigurado por los valores del inmediatismo utilitario, es el pináculo de la religión de la humanidad de base sociológica e inmanente, la cual tiene su remoto punto de arranque en el movimiento nominalista de la tardía Edad Media (siglos XIV – XV).
El nominalismo convirtiendo las ideas en meras flatus vocis hacía desaparecer la racionalidad divina y convertía al hombre en sujeto pasivo del voluntarismo de Dios. Este giro tuvo dos efectos importantes sobre la cultura moderna, dando lugar no sólo a la herejía protestante sino que preparó el camino al humanismo prometeico del Renacimiento, el humanismo fáustico de la Ilustración y el humanismo luciferino de la Revolución Industrial.
Allanó el camino para recusar la región ontológica de lo trascendente, como efectivamente lo proclamó el movimiento positivista, y convertir al hombre en pequeño diocesillo que gobierna una cultura horizontal sin trascendencia, como precisamente lo pregonó el existencialismo ateo.
La cultura postmoderna lleva al extremo las consecuencias del voluntarismo nominalista al cuestionar los principios y mitos de la modernidad (el progreso, la razón, la ciencia, la tolerancia, la mentalidad utilitaria, el secularismo y la voluntad emancipatoria – revolucionaria) pero al entronizar lo irracional, el deseo, lo instintivo y lo lúdico no llega a recuperar el perdido substrato metafísico, trascendente y religioso. Se queda en la recuperación de una espiritualidad inmanente, de la resurrección de la carne, del hedonismo y el narcisismo.
Y con ello agudiza el trilema de la sociedad actual: (1) Cómo sostener un desarrollo económico con un aumento constante de la población mundial, (2) Cómo resolver el agotamiento de recursos y de energía, y (3) Cómo revertir el proceso de destrucción ambiental.
En realidad, la cultura postmoderna, de la civilización técnica que se globaliza, no representa la adultez sino la senectud de la Modernidad misma, porque lo que está haciendo es acentuar los puntos ciegos de la sociedad industrial: por un lado, la búsqueda de la eficacia, y por el otro, el ansia de comodidades.
La consecuencia de este impulso es que el cultivo interior ha quedado relegado a último término y se ha producido un debilitamiento de la vitalidad humana. El materialismo, el culto al dinero y el desmoronamiento de la ética son las verdaderas plagas que asolan el planeta entero.
IV. EL FUNDAMENTO: LA METAFÍSICA INMANENTE DEL SUJETO
Así, el achatamiento del universo moral y el vacío espiritual del hombre en un inmanentismo naturalista y horizontal, resultan ser la base de ese Pragmatismo Amoral Globalizado (PAG) pero no son el fundamento. La crisis del hombre en la globalización va más allá de lo económico - político, hunde sus raíces en lo moral y en la ética pero a su vez, la crisis moral encuentra su fundamento en una visión metafísica determinada.
El fundamento es esa metafísica inmanente del sujeto, que va desde Descartes, Husserl hasta Lyotard. Y se condensa en la prevalencia de la esencia sobre la existencia, el conocer sobre el ser, el ethos sobre el logos, insistiéndose en la vieja tesis de que la Razón pertenece al hombre y sólo a él. Lo cual es falso, porque la evidencia primera no es el yo pienso sino las cosas son, la Razón se volvió Ratio pero es Logos. Pues, el ser es lo previo e indemostrable para la razón, el ser no se encuentra en el pensamiento.
Y justamente las aporías y encrucijadas en las que está encallada la cultura moderna son debidas a esta racionalidad invertida que excluye lo trascendente y reduce la realidad a una inmanente conciencia dadora de sentido.
Esta trascendentalidad de la razón y autonomía de la voluntad, propios de la metafísica inmanentista del sujeto moderno, constituye el discurso ontológico de la modernidad y son la raíz de su esterilidad metafísica trans objetiva, de su estrecho cientificismo, de los laberintos de su escepticismo, de su desesperada increencia, de su trágico nihilismo y del neo dogmatismo cientificista del capitalismo ultraliberal globalizador.
Por ello, de poco sirve mencionar el lado positivo que tiene la globalización en lo cultural (interculturalidad, derechos humanos, información, democracia) si antes no advertimos que todo ello se convierte en elemento neutro que reproduce los valores del inmediatismo utilitario de la Razón funcional.
Pero en lo práctico, el imperio de la Razón funcional, destilada en el alambique de la metafísica inmanente del sujeto, tiene una manifestación más cruda y destructora; por cuanto es la fuente de una darvinista competencia global, de una calamitosa exclusión global, de una revolución tecnológica sin sentido moral, del desequilibrio ecológico, de poder global del falso liberalismo, de la inviabilidad de un modelo de desarrollo insustentable y de la decadencia de la cultura humanística, que derivó hacia un endiosamiento del hombre.
V. HACIA UNA NUEVA SÍNTESIS METAFÍSICA
No es que se afirme que, la metafísica inmanentista sea negativa en sí misma, sino que lo sea por sí sola, y justamente por ello requiere de un vigoroso contrapeso espiritual, que hoy brilla por su ausencia. Habermas denunciaba que la Razón funcional está devorando el sistema de la vida, y por ello se preguntaba ¿cómo conciliar lo funcional con lo vital?. Pero no advertía que entre lo desigual no hay conciliación sino hegemonía; por ello la pregunta previa a la de Habermas es: ¿cómo hacer crecer el mundo de la vida para luego conciliarlo con lo funcional?
Pushkin, el poeta ruso, nos dice en un poema que “cuanto más honda es la penumbra, más se aproxima el instante del alba”(3). Y la penumbra del inmanentismo modernista comienza a ser abandonado por la ciencia misma, cuando toma distancia de la creencia cientificista de dominar el núcleo recóndito de la Naturaleza, para pasar a una epistemología de la falibilidad y de la autocorregibilidad, donde el misterio y lo trascendente son reconocidos. Esto supone la posibilidad de una nueva síntesis metafísica entre lo inmanente y lo trascendente que sirva al alba luminosa de una civilización nueva.
No es que la crisis civilizatoria, en la que nos hallamos inmersos, se haya de resolver con teóricas formulaciones metafísicas sino que las civilizaciones son personalidades totalizadoras cuyos contenidos particulares son reconfigurados en metafísicas rectoras.
Así, la metafísica inmanente del sujeto está culminando en el hedonismo nihilista de la cultura postmoderna.
Si el hedonismo de la postmodernidad encuentra a nuestra civilización predispuesta al utilitarismo inmediatista, que se globaliza, ello no significa que sea un sino inevitable. Mas bien; el tránsito del racionalismo modernista al irracionalismo postmoderno abre brechas en la cultura anética para proponer una reestructuración espiritual global apelando a la capacidad de autocrítica de la razón humana.
VI. UN NEOHUMANISMO DE SÍNTESIS
Es indudable que, es urgente una revolución humana, la transformación interior del individuo, un nuevo humanismo basado en un personalismo trascendente, en un personalismo comunitario y en un ethos con sentido de interdependencia del hombre con el cosmos con el propósito de recuperar una espiritualidad de motivación interna, autocontrol, autodisciplina y autorrealización.
Sin embargo, no basta con reclamar un Humanismo Global para una sociedad global, ni exigir una ética mundial para la política y la economía, si antes no se advierte con claridad el fundamento ontológico metafísico de la civilización en la que nos hallamos inmersos. De lo contrario, repetiríamos las unilateralidades de los humanismos reduccionistas: tanto inmanentistas como trascendentalistas.
Lo que exige la encrucijada de la crisis actual es un Neohumanismo de Síntesis, que complemente el desarrollo vertiginoso de la racionalidad de fines, y así devuelva al hombre el olvidado lenguaje del Amor, del Ser, de la Naturaleza, de la Trascendencia, del Misterio y afirme la importancia vital de lo religioso (que tiene el poder de unificar) más que las religiones específicas en sí (que incurren en dogmatismos).
Un neo humanismo de síntesis que reconozca como legítimas dimensiones del hombre, tanto lo inmanente como lo trascendente, se pone en condiciones de reestablecer una configuración valorativa permanente, basada en una estructuración jerárquica, que revierta el achatamiento de nuestro universo moral.
El culto que el hombre se ha rendido a sí mismo ha impedido que tome conciencia de lo eterno y que pueda expresar el espectro completo de su potencial ético.
VII. ULTRALIBERALISMO Y HUMANISMO LUCIFERINO
El actual neo dogmatismo cientificista ultraliberal se basa justamente en la edificación de una sociedad transaccional sin valores superiores. Su hedonismo inmanentista ha llegado al extremo de radicalizar el principio utilitarista, reemplazando lo útil social por lo útil individual.
Por ello, el hombre anético no es un hombre que carece de intersubjetividad sino que está dotado de una intersubjetividad débil, estrecha, marchita. Sí es un hombre moral pero no es un hombre ético, pues la moral puede ser relativa pero lo ético es universal. En este sentido, parecería que Hegel vuelve a tener razón cuando insistía que el problema no es la moral sino la eticidad.
Este ethos coincide perfectamente con el pathos del irracionalismo post-moderno, el cual exagerando las críticas a la Razón entroniza en su lugar al Instinto, lo irracional y lo corporal. Y aun cuando esta crítica sea en algunos aspectos justa, sin embargo, contribuye enormemente, y de modo negativo, al desarrollo de una sociedad de la sensación, del hedonismo, de la idolatría del instante, de la abolición de la historia y a la preparación de las exequias de los valores permanentes.
Por ello, la cultura post moderna es fundamentalmente la radicalización decadente del inmanentismo de la modernidad y el desarrollo consecuente del humanismo luciferino.
Y con ello, no se está diciendo que la modernidad sea sólo un espacio fáustico, funcional e instrumental, porque todavía sobrevive una carga positiva, innovadora y antagónica a las exigencias del mercado en el amor de los cónyuges, la camaradería juvenil y la solicitud materna. En este sentido, todavía subsisten elementos que pueden servir como fermentos para la reestructuración y redefinición civilizacional.
VIII. EL GLOBALISMO SEUDOLIBERAL
Así mismo, no se trata de rechazar la globalización en bloque, ni siquiera el globalismo liberal, que no existe, sino el globalismo seudo liberal. Me explico.
La globalización en si es un proceso histórico de integración y recomposición transnacional, que apunta hacia la democracia cosmopolita, la sociedad civil multicultural, hacia un pacto universal contra la injusticia social y una mentalidad estética de la vida antes que económica. Además, los derechos humanos de tercera generación (desarrollo, medio ambiente y paz) sólo tienen solución en un mundo globalizado y sin fronteras. El proceso de globalización mismo no es negativo sino positivo, y exige que lo que hay que globalizar no es la ganancia sino la soberanía humana y el respeto a la naturaleza.
En segundo término, el globalismo liberal no existe, es un mito, porque en lugar de la libre competencia lo que tenemos es una red de acuerdos entre las compañías transnacionales. Por ello, y en tercer término, lo que si hay que rechazar es el seudo liberalismo globalista, que lo único que le interesa es capturar a las minorías de altos ingresos, sin importarle la creación de empleos y difundiendo un estilo de vida antiecológico.
Lo cierto es que, tras doce años de experimentación seudo liberal lo que se constata es la desintegración del modelo, porque no surge un capitalismo moderno ni auténticas instituciones democráticas en los países emergentes. Los famosos Nics son la excepción y no la regla. El seudo liberalismo es la ideología que desquicia a la Globalización, así como el comunismo fue la ideología que desquició al siglo XX.
El neo dogmatismo cientificista de la globalización ultraliberal incurre en el mismo defecto economicista del fenecido socialismo real, pero a diferencia de este apuesta en el poder omnímodo del Mercado y no del Estado. Pero el desarrollo no es necesariamente la expansión del mercado, así como es irreal la pretensión de hacer funcionar el mundo como un mercado.
Este estrecho economicismo de las élites transnacionales contribuye decisivamente a instaurar una cultura anética, hedonista y sin trascendencia. Es la época del “señorito satisfecho” que tanto preocupaba a Ortega y Gasset hace setenta años (5) y que consolida una civilización donde impera el cinismo, el culto al dinero, los especialistas sin espíritu y los sensualistas sin corazón.
XIX. LÍMITES DEL PRAGMATISMO ANETICO GLOBALIZADO
Parece inevitable así, el triunfo de un Pragmatismo Anético Globalizado, que consolida la vertiginosa decadencia de la familia, de la educación, de las relaciones interpersonales, de las instituciones nacionales y que aproxima a la humanidad a una técnica penumbra apocalíptica, donde el “todo vale” y el “sálvese quien pueda” sea la divisa.
Sin embargo, el relativismo moral de la cultura horizontal sin trascendencia y del hombre anético, imperantes en la globalización ultraliberal, carece de la fuerza interior para resistir los embates de los propios males que engendra, haciendo que la propia sociedad transaccional sin valores encuentre difícil la entronización global y pacífica de la cultura del vacío y de la sociedad de la transparencia.
La fe excesiva en nuestros poderes generó una peligrosa hipertrofia del ego unida a un proceso de desacralización que actualmente demuestra sus limitaciones éticas.
El desarrollo del presente inmanentismo unilateral tiene su límite, el cual ya encontró su giro en la nueva epistemología científica de la autocorregibilidad, pero aún falta consolidar el cambio de rumbo en las ciencias sociales y en las ideas y creencias de la vida cotidiana del hombre común.
X . CONCLUSIÓN
Por ello, es posible proponer un nuevo humanismo que no se anquilose unilateralmente ni en lo inmanente, ni en lo trascendente, sino que advierta la necesidad de fundar el neo-humanismo en una nueva síntesis metafísica de la cultura.
La cual reconozca y legitime a la vez, tanto el ámbito de la Inmanencia como de la Trascendencia, y así rectificando la concepción de la naturaleza y del cosmos viéndolos como entidades solidarias con el hombre y la sociedad, le devuelva al hombre su realidad integral.
A la vida sin valores superiores del hombre anético no basta oponerle un humanismo trascendente sino que es necesario un nuevo paradigma metafísico que sea capaz de disolver la racionalidad cínica y subsumir el saber práctico – científico al saber culto de lo que es absolutamente real en todas las cosas.
Y así al plantearnos la crisis de la cultura occidental a través del proceso globalizador observamos, como lo indicó Victor Andrés Belaunde, que es necesario superar el materialismo y el vitalismo fáustico del hombre moderno mediante la idea pascaliana de Dios como amor y caridad, pero también es necesario unir la naturaleza y el espíritu en la idea agustiniana de la plenitud existencial, que lejos de volcarse en la Nada, percibe el ser divino que los trasciende (6).
Pero al plantear un humanismo de síntesis que recupere la eterna vocación trascendente del hombre, no significa desplazar nuestra responsabilidad personal sobre los hombros de Dios o de la Naturaleza. Al contrario, el nuevo giro civilizatorio exige reasumir nuestra libertad de elección. Esa es nuestra tarea. La búsqueda de nuevos principios de integración en un marco de libertad. Lo cual refleja que se acabó la fe ciega en el mito del progreso indefinido. Si el siglo XIX depositó todas sus esperanzas en la razón, de modo similar, el siglo XX, que acaba de finalizar, asoció la mayor calidad de vida, y por consiguiente de felicidad, a los avances técnicos y científicos. Pero al clarear el siglo XXI la humanidad despierta de una prolongada embriaguez en la razón, las ideologías y lo técnico – científico, y percibe el fracaso de este enfoque radical racionalista de la historia.
Es necesario reformular esta postura sobre la base de la consideración de la realidad humana en su totalidad, pues la temeraria arrogancia de la era moderna privilegió la facultad de la razón, excluyó a todas las demás, y basó su repulsiva intolerancia en la errada presunción de haber dominado las leyes inmutables de la naturaleza y de la historia. En este sentido, es necesario volver a los valores permanentes, pues el éxito material, el placer y el dinero no vuelven más humano ni digno al hombre. Al contrario, el hombre anético que pulula en nuestro tiempo, lleva desconsoladoramente una moral doble, hipócrita y de tartufo. Y es que la cultura moderna con su recorte de la realidad humana ha comprometido gravemente la importancia que tiene la madurez personal. Y en este afán hueco por eternizar la conducta infantil y juvenil se tiene por regla desconocer el valor formativo del sufrimiento. No se trata de cargar el alma con penas sino de constatar que sin el sufrimiento poco se sabe del sentido de la vida y del existir. Y entonces ¿qué debemos hacer? En política, preconizar un gobierno mundial que garantice el valor supranacional de los DD.HH. En economía avanzar hacia una conciliación práctica entre la iniciativa privada y la justicia social. En la vida del espíritu, colocar la superestructura secular sobre fundamentos metafísicos religiosos. Estas son las tres cosas que debemos hacer para salvarnos.
Por último, quisiera citar a Mahatma Gandhi, que advirtió el valor que deben tener aquellos hombres que desafían a su tiempo.
“Tienen que ponerse de pie contra todo el mundo, aunque al ponerse de pie se den cuenta que están solos. Tienen que mirar al mundo de frente, a la cara, aunque cuando lo hagan se den cuenta que el mundo los mira con ojos inyectados de sangre. No teman. Confíen en ese algo diminuto que habita en su corazón” (7).
Notas:
(1) Esta es la conclusión unánime a la que llegan críticos de la globalización como: George Soros (La Crisis del Capitalismo Global, Plaza Janes, 1998); Ulrich Beck (¿Qué es la globalización?, Paidos, 1997); Joseph Stiglitz (El Malestar en la Globalización, Taurus, 2002); Hans Peter Martin y Harald Schumann (La Trampa de la Globalización, Taurus, 1996); Celso Furtado (El Capitalismo Global, F.C.E., 1998); Alain Touraine (¿Cómo salir del Liberalismo?, Paidos, 1999); Gian Gerbolini (Globalización, Teorías Económicas y Producción, Lima, 2000); Osvaldo de Rivero (El Mito del Desarrollo, F.C.E. 2001); Noam Chomsky (Estados Canallas, el imperio de la fuerza en los asuntos mundiales, Paidós, 2001).
(2) Véase G. Lypovetski, La Era del Vacío, Anagrama, 2001; y Vattimo, La Sociedad de la Transparencia, Anagrama, 2000.
(3) Diccionario de Aforismos y frases célebres, EDAF, Madrid, 1998.
(4) Daisaku Ikeda propone desde una perspectiva budista un humanismo global que complemente a la sociedad global para así equilibrarla (El Nuevo Humanismo, F.C.E., 2000); y Hans Küng es partidario de una ética mundial para la política y economía globalizada (Ética mundial para la política y economía actual, F.C.E., 2001).
(5) José Ortega y Gasset, La Rebelión de las Masas, Alianza Editorial, Madrid, 1983, pág. 118.
(6) Victor Andres Belaunde, Inquietud, Serenidad y Plenitud, imprenta Santa María. Lima, 1951.
(7) Mahatma Gandhi, (Todos los hombres son hermanos: reflexiones autobiográficas) All Men are Brothers, the continuum Publishing Company, Nueva York, 1990, p.49.
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