EL MISTERIO DEL GENIO
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
“No aspires a la vida inmortal,
Pero agota el campo de lo posible”.
Píndaro
A propósito del reciente Premio Nóbel de Literatura otorgado a nuestro compatriota Mario Vargas Llosa, que nos enorgullece y que hace justicia a la ilustre pléyade de escritores y creadores de nuestra cultura se pone sobre el tapete, por cierto, el tema del genio.
En el orden de lo psíquico no hay duda que hay una evolución de la mente, bastante bien explicada por Piaget, pero en la mente y en el espíritu no todo se explica por evolución.
La genialidad, la inspiración y la creatividad rompen los esquemas de explicación evolutiva y nos llevan hacia nuevas fronteras del conocimiento estocástico y probabilístico. Digamos algo sobre el genio, que es básicamente el hombre creador.
Todos los hombres crean pero no todos son creadores. Esto me recuerda lo escrito por Antonio Gramsci: “Todos los hombres son intelectuales; pero no todos cumplen la función de intelectuales en la sociedad”. El genio creador comprende siempre un elemento de novedad y originalidad. Tanto es así que mientras la inteligencia común sigue las normas vigentes, el hombre de talento las gobierna, pero el hombre de genio se excluye de ellas y dicta su propia ley. Bien afirma Kant que el genio crea lo universal y lo ideal en la obra de arte, es el lenguaje de la idea, de lo inexpresable y suprasensible.
Es por ello que generalmente el hombre de genio es solitario y sólo de vez en cuando necesita darse un baño de gente. En cambio, la inteligencia mediocre es propia del hombre de masas, se solaza entre la multitud y adora el gentío. Por ello, mientras el genio comprende a los hombres, los hombres no comprenden al genio. A propósito Schopenhauer aseveró: “Como el águila, las inteligencias superiores se ciernen en la altura, solitarias”. Se suele pensar que el hombre de genio tiene una enorme fe en su misión y en sí mismo, pero lo usual es que no vive tanto asido a una fe personal sino a una visión y a un extraño llamado con lo incognoscible del mundo.
La relación del genio con la autoridad siempre es todo menos sosegada. El genio no teme ser expulsado por la autoridad, no ve en la soledad el pavor de ser arrojado en la nada, se siente mejor consigo mismo que en bullicio vacuo y banal del gentío común. No busca seguidores, ni adeptos sino la tranquilidad de la meditación. Esta conducta proyecta la imagen de un ser solitario y temerario, que no teme a la soledad ni a la muerte. Y por lo regular es cierto, pues más teme ser infiel a sí mismo. No toma muy en serio sus obras pero sí sus ideas. Sabe de sus limitaciones y debilidades, por eso es difícil de engañarse y de engañarlo. Bien decía Lisandro: “A los niños los engaño con juguetes, a los adultos con prejuicios”. La personalidad sujeta a prejuicios vive en continuo miedo, trata de demostrar su fortaleza relativa y ataca a cualquier persona que por cualquier razón le esté subordinada, es abusiva. La personalidad del genio vive con tranquilidad interna, no busca demostrar nada ante los demás, es reflexivo y sereno, y es indulgente ante sus propios defectos y el de los demás, es generoso.
La personalidad del genio no es autoritaria, los cauces de su vida no están trazados por la jerarquía social. Si la personalidad autoritaria es precisa al percibir la preferencia de los superiores por ciertos subordinados, la personalidad del genio es exacta al divisar a otra superioridad espiritual, lo huele a la distancia. El genio está lejos de defender el gobierno de mano dura, las formas autoritarias del Estado y toda demostración de fuerza, jamás busca al más fuerte, ni se inclina ante él, ni abriga el deseo de sustituirle en el ejercicio del poder. La peculiaridad de la personalidad del genio se expresa en el sentimiento de su propia libertad y fortaleza interna. En cambio lo singular de la personalidad autoritaria es estar sujeta a prejuicios que se expresa en el sentimiento de su propia debilidad. La conciencia genial es la voz estimulante interna asentada en la intimidad, es decir, de los ideales, los valores, el enigma y el misterio. Los preceptos de la conciencia genial están determinados por juicios de valor propios, en vez de prejuicios y tabús ambientes. Por eso está lejos de la actitud moralista de las personas sujetas a prejuicios.
Si el problema de la propia debilidad es lo que mueve al individuo autoritario en su vida íntima, en cambio la lucidez de su propia fortaleza es lo que fundamentalmente moviliza al individuo genial. Pero si la fortaleza del individuo autoritario se revela como el abuso de los débiles e indefensos, en cambio la fortaleza del genio se deja ver en el sentimiento de compasión y solidaridad con los débiles, explotados y sufrientes. Se cuenta del gran sabio aragonés Ramón y Cajal, a quien se le debe el descubrimiento de la teoría neuronal, que cierta vez al ver llorar a una mujer se le acercó con gran emoción para consolarla ofreciéndole su pañuelo. Y es que el hombre de genio carece de rigidez en sus opiniones, ama la ciencia pero concede mayor valor a las relaciones personales. En cambio la personalidad autoritaria asume con rigidez inusual el predominio de la palabra Ciencia, tiene una ínfima disposición a revisar las ideas ya adquiridas –incluso las de la universidad- y en lo esencial su forma de pensamiento es dogmática. Y es que en el hombre de genio predominan los valores de conocimiento, estéticos y sociales sobre los políticos y económicos. Esto implica que en la escala de la genialidad es posible el genio económico y político pero ocupan el último lugar, por encima del genio militar.
La personalidad sujeta a prejuicios acentúa regularmente la dureza personal, la insensibilidad ante el dolor, rechaza el sentimentalismo, es anti-introspectivo, no tolera la autocrítica y tiene gran simpatía, pero no puede ponerse en el lugar del otro. Por el contrario, la personalidad genial es profundamente auto-introspectiva, sensible, sentimental, soñadora, autocrítica y con gran empatía. Prefiere las figuras complejas y asimétricas a la sencilla simetría. De allí la destrucción del semblante humano emprendida por Picasso. No se hace ilusiones con el hombre ni con la civilización y sin embargo ve a cada ser humano como único e irremplazable; mientras que el hombre sujeto a prejuicios cree en el líder, adora al poderoso, reverencia al ídolo, pero vive firmemente convencido en que nadie es indispensable en este mundo. El genio tiene una conciencia humanística, el hombre común tiene proclividad a una conciencia autoritaria. La democracia podría ser un instrumento adecuado para contener las tendencias autoritarias y alentar las humanísticas si es que supiera desembarazarse de las manipulaciones y maquiavelismos de astutas personalidades autoritarias que sacan provecho del convencionalismo de las mayorías.
Por lo regular, las grandes mayorías que deciden una elección política sufren la atrofia de su esfera personal, viven perturbadas generalmente por la sensación de ínfimo valor personal ante los omnímodos poderes del mercado o del Estado. Son seres conformistas con insignificante capacidad para ver a las personas como únicas. En suma, se puede decir que el Ego del genio es libre y proveído de fortaleza interna, se siente con suficiente capacidad para dar satisfacción a las exigencias del Super-Ego y por ello se orienta hacia niveles internos de realización personal.
Es notorio comprobar que en sociedades con alto nivel de frustración histórico y personal, como el Perú por ejemplo, la personalidad autoritaria sea muy hostil al genio, lo ningunea y le mezquina reconocimiento a su propio valor. Una antipatía instintiva hacia el genio sienten las personas con Ego débil y Ego autoritario. Y esto es natural que así sea en mayorías que tienen un sentido ínfimo de su propio valor. Pues la situación de pobreza condiciona una conducta servil, maniobrera y oportunista aprendida en la infancia. Les resulta insoportable reconocer en otro lo que ellos no tienen. Es comprensible que en la actual sociedad relativista, hedonista y anética el genio esté en crisis.
Américo Castro en su libro La realidad histórica de España sostuvo que la personalidad española estaba caracterizada por su “personalismo” y su “integralismo”. Paralelamente a esto es posible establecer que la estructura de la personalidad peruana es posible aprehenderla en conceptos de “alienación” e “impersonalismo”, las cuales han de ser entendidas como una valoración enorme de la esfera no personal, social o comunitaria. Esto se traduce en una conducta social de miedo al éxito (exitofobia) y amor al fracaso (fracasofilia). Esto no debe llamar la atención en una sociedad con una estructura familiar bastante disfuncional por el factor de la pobreza. Hijos sin padres y con madres que trabajan crecen con una orfandad afectiva que los predispone a tener un Super Ego infradesarrollado. No sucede lo mismo con las personas en cuya infancia recibieron una cariñosa influencia de la madre y faltó o fue insignificante la disciplina paterna, desarrollando en estos casos personalidades independientes. En nuestro medio esto sucede con la madre campesina o andina -que es minoritaria frente a la madre urbana- matriz de cientos de miles de microempresarios desperdigados por todo el país. Los psicólogos sospechan que la debilidad constitucional de Yo está asociada con la frustrante experiencia genital en nuestra sociedad moderna de empezar el aprendizaje del control del esfínter antes de tiempo. En esta obediencia ciega del niño comenzaría la internalización del irracional autoritarismo.
Con el crecimiento económico sostenido comienza a abrirse camino la aceptación de la cultura del éxito, pero siempre era limitado éste a la esfera sobre todo económica, ahora con el Nóbel a Vargas Llosa se incita a considerar las realizaciones del espíritu. Pero una golondrina no hace verano. Y más bien en lo cultural el Perú se ha caracterizado por ser madrastra de sus hijos. Para que esto cambie lo que el peruano necesita es desarrollar más su esfera personal, propender a su realización íntima, incrementar su autoestima no sobre valores culinarios y utilitarios sino sobre los valores del espíritu, y todo esto no es posible sin fortalecer a la familia. Esto no creará genios pero permitirá el florecimiento de personalidades más ecuánimes y sensatas, más libres e independientes. A propósito de la familia patriarcal no es cierto que ésta sea la generadora de personalidades sumisas. El respeto a la autoridad del padre no significa necesariamente autoritarismo, sino introyección de la necesidad de respeto. En cambio en la familia matriarcal moderna el padre es objeto risible, la madre es más permisiva, la obediencia a los padres se diluye y se discuten todas las órdenes. Reina el caos familiar.
Además, los genios tienen periodos de desarrollo que reflejan el despliegue de su vida espiritual. No permanecen estáticos sino que viven atormentados por el bullir de multitud de ideas e intuiciones. No son hombres de un solo libro, como los dogmáticos de toda laya, sino que no toman en serio tanto sus libros, como sus ideas y sus visiones.
Sus intuiciones son como visiones que muchas veces no las busca sino que lo encuentran a él. Sus periodos de creación son vividos como éxtasis poderosos que nunca logran copar su sed de luz. Sir Isaac Newton en su lecho de muerte pedía “Más luz”. Beethoven encontraba inspiración en el campo, donde solía escuchar misteriosamente la música de la naturaleza. Y Mozart no hacía música, era más bien la música hecho hombre.
Como el hombre de genio está propenso a padecer metamorfosis kafkianas, tales periodos se hacen visibles en su fisonomía. Es por ello que en el hombre de genio la expresión del rostro cambie mucho más que en la generalidad de los hombres. Goethe, Kant, Bach, Beethoven, Tchaikovski, Hegel, Vincent van Gogh, Einstein, entre otros, muestran rostros diferentes a lo largo de su vida.
Por supuesto que la creatividad no sólo es la inteligencia teórica, de lo contrario los artistas no podrían ser comprendidos en ella, ésta es presidida por la iluminación que capta una idea, sentimiento o imagen original. Entonces es notorio que si la evolución rigiese el orden de lo psíquico, familias inteligentes darían descendientes inteligentes y familias beodas proveerían sucesores idiotas. Pero no es así, hombres de genio han tenido hijos de inteligencia media o insignificante, y hogares sin mentes destacadas han producido verdaderos genios. Demócrito escribió: “Faena perdida es poner en razón al que se cree inteligente”.
El talento es heredable, y la familia Bach así lo testimonia, pero el genio de Juan Sebastián Bach fue único e irrepetible. Es cierto que para llevar el genio por buen camino hay que ser metódico, organizado y perseverante pero estas cualidades no producen el genio. Mientras que el hombre de talento hace lo que puede, el hombre de genio hace lo que debe.
Al respecto el virtuoso judío del violín Yehude Menuhin dijo del prodigioso violinista ruso Igor Oistrakh que él amalgamaba la perfección metódica con la inspiración diabólica. Entre los maestros del violín hay unanimidad en considerar que la historia de este instrumento se divide en antes y después de Paganini y al describir sus cualidades extraordinarias dicen que tocaba con su “demonio”. En el mundo literario los franceses suelen distinguir entre los escritores que escriben “bien” y entre los que tienen “duende”. Es decir, aluden a ese “don” maravilloso e inexplicable que hace que lo creado suene tan personal y a la vez profundo. Paul Valéry decía: “El primer verso lo facilitan los dioses, los demás los hace el hombre”.
Y esto es así, porque el talento es lo que uno posee mientras que el genio es lo que lo posee a uno. El genio es en este sentido un poseso. Y esto es muy común entre los poetas, aunque también entre los filósofos. Sócrates solía hablar de su daimon o demonio interior, como la conciencia moral que le indicaba el camino correcto de modo compulsivo.
Es por eso que cuando el hombre de genio escribe, y suele escribir mucho, no lo hace por ostentación sino por propio esclarecimiento. En cambio el talento escribe poco, busca la perfección formal y el éxito inmediato, brillar como el oropel, mientras el hombre de genio prosigue su labor sin preocuparse del poder, el dinero y la vanagloria.
El talento es especialista, el genio es universalista. El individuo talentoso es el que tiene clara conciencia del mayor número de cosas, mientras el individuo genial es el que tiene clara conciencia de las nuevas relaciones entre las cosas.
Si el hombre de talento es enciclopédico y repetitivo, el hombre de genio es novedoso y original. No teme hacer el ridículo, obsedido como está por la nueva intuición. El talentoso sabe mucho, vive para conocer y es jactancioso, pedante y engreído; en cambio el genio sabe que poco sabe, conoce para vivir y es humilde, modesto y comprensivo.
Se da la curiosa situación de que el genio recuerda su remota infancia, mientras la inteligencia mediocre apenas la recuerda. La extraordinaria memoria del genio los pone en capacidad de escribir la historia de su vida. No todos los genios escriben autobiografías ni todas las autobiografías escritas pertenecen a genios, pero cuando los hombres geniales llegan a escribir su autobiografía lo hacen movidos no por la vanidad, sino por el fin superior de aclaración de su vida y descubrimiento del sentido profundo del existir.
El profesor Kazimierz Dabrowski, de la Universidad de Alberta, que mi querida fenecida amiga, la religiosa y rectora de la UNIFE, doctora Luz María Álvarez Calderón lo trajo al Perú, define el genio como un proceso de desintegración positiva en varios niveles, que lo conduce a una serie de crisis existenciales, emocionales y filosóficas como una forma de desarrollo mental acelerado, mientras que los mediocres tienen un enanismo psíquico sin tendencias creativas (La psiconeurosis no es una enfermedad, UNIFE, Lima 1980, cap. X, pp. 184-206). Estos últimos suelen tener como máxima meta en su vida ser jefes de departamento de su facultad o ser rectores de su Casa de Estudios, sin preocuparse de contribución cultural original alguna. No tienen “duende”, aunque pueden ser talentosos y muy inteligentes.
Pero también subraya Dabrowski que una de las formas en que se echa a perder el genio es cuando expresa su hiperexcitabilidad intelectual a través de un infecundo criticismo obsesivo y de una necesidad neurótica de ser el centro de interés. La sabihondez no caracteriza al genio sino al talento echado a perder.
Por otro lado, el genio implica esfuerzo sostenido para no quedarse en esbozo, conciencia del propio valor, terreno propicio para la inspiración, técnica, paciencia y sumisión. Sin este cultivo y disciplina se vuelve autodestructivo. Henri Poincaré tiene una bonita locución al respecto: “Probamos por medio de la lógica, pero descubrimos por medio de la intuición”.
Se sabe de la precocidad del genio poético, matemático, musical, deportivo, etc. En cambio el genio científico demora más y el filosófico es más tardío aun. Dentro de esta regla Mozart empezó a componer a los cinco años, mientras que el precoz Schelling a los 25 años ya había completado su tercer sistema filosófico. En filosofía el camino creativo es largo y la precocidad suele ser rara.
Las supuestas técnicas para estimular la creatividad son sólo métodos para conocer y desarrollar las aptitudes; lo cual demuestra que el genio creativo no es un modo de pensamiento, sino una forma de vida que no sólo requiere contacto con el maestro sino que viene a priori por herencia, por azar o por designio de la Providencia.
Ni la historia, ni la herencia, ni la inteligencia, ni la educación pueden fabricar el genio pero sí lo pueden favorecer. La genialidad es compleja, permanece como un misterio, no es transmisible, siempre es individual y se resiste a ser explicada por el evolucionismo. Es la piedra en el zapato del cientificismo determinista.
Lima, Salamanca 23 de Enero del 2010
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