DESAFIOS ANÉTICOS Y POSTMETAFÍSICOS
PARA UN HUMANISMO AMERICANO
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Conferencia pronunciada el martes 6 de Setiembre del año 2011 en la UNACHI-Panamá
Soy hombre; es decir, hago cosas inútiles.
Paul Valéry
RESUMEN
La sociedad anética y postmetafísica tiene su origen en el giro hermenéutico de occidente. Los giros lingüístico, ontológico, estético y hermenéutico típicos del pensamiento posmoderno pretenden configurarse como alternativa crítica a la violencia que atribuyen a la historia del humanismo identitario de la metafísica occidental. El alejamiento consciente respecto a lo absoluto y la proximidad deliberada respecto a lo finito concreto por la racionalidad hermenéutica ha delineado una ontología del límite restringido a lo puramente inmanente, soslayando la dimensión trascendente de la propia finitud que dice defender. En el centro de la hermenéutica histórica de Occidente está la comprensión del sentido de la experiencia histórica del mal, ejercido en nombre de la libertad racional absoluta e ilimitada del hombre. Esto hace que en el centro del debate esté el problema de la diferencia ontológica o el olvido del sentido integral de lo otro, que involucra no solamente la otredad finita sino la otredad absoluta. esta manera de pensar posmoderno tiene poderosas vinculaciones con la racionalidad técnica. No hay duda que el mundo dominado por la máquina ha sustituido el culto de los valores del espíritu por el culto de los valores instrumentales y utilitarios. De esta manera la configuración antropológica del hombre posmoderno se plasma en lo que llamo el hombre sin absolutos. Es, por lo tanto, necesario plantear un humanismo de síntesis que recupere la eterna vocación trascendente del hombre
PALABRAS CLAVE:
Anético, hermenéutica, trascendencia, humanismo, Absoluto, valor.
SUMMARY
The society anética and postmetafísica have their origin in the hermeneutic turn of occident. The linguistic, ontologic, aesthetic and hermeneutic typical turns of the postmodern thought seek to be configured as critical alternative to the violence that you/they attribute to the history of the western metaphysics humanism identitario. The conscious estrangement regarding the absolute thing and the deliberate vicinity regarding the finite thing concrete for the rationality hermeneutics it has delineated an ontology of the limit restricted to the purely immanent thing, ignoring the transcendent dimension of the own finitud that he/she says to defend. The understanding of the sense of the historical experience of the wrong is in the center of the historical hermeneutics of West, exercised on behalf of the man's rational absolute and limitless freedom. This makes that the problem of the ontologic difference or the forgetfulness of the integral sense of the other thing that it involves not only the finite otredad but the absolute otredad is in the center of the debate. this way to think postmodern he/she has powerful linkings with the technical rationality. There is not doubt that the world dominated by the machine has substituted the cult of the values of the spirit for the cult of the instrumental and utilitarian values. This way the postmodern man's anthropological configuration is captured in what I call the man without absolute. It is, therefore, necessary to outline a synthesis humanism that recovers the man's transcendent eternal vocation
WORDS KEY:
Anético, hermeneutics, transcendency, humanism, Absolute, value.
PRELUDIO
La representativa Universidad Autónoma de Chiriquí (República de Panamá) ha organizado el “Primer Encuentro de Intelectuales de Nuestra América” para debatir sobre el importante tema del “Humanismo, Ciencia y Sociedad”, y me he propuesto decir algunas palabras sobre la difícil y determinante cuestión “DESAFIOS ANÉTICOS Y POSTMETAFÍSICOS PARA UN HUMANISMO AMERICANO”. Ante tan delicado cometido, señalaré concisamente, algunos convencimientos que he adquirido en mis reflexiones.
INTRODUCCIÓN
Sin duda alguna Nuestra América desde hace quinientos años es crisol de razas y culturas. Indios, blancos, negros y asiáticos han sabido enlazar su estirpe en una mezcla extraordinaria y sin par, que ha sabido dar frutos propios y subyugantes de un realismo mágico único e incomparable. No somos europeos ni indios precolombinos, somos occidentales a nuestra singular manera y por ello compartimos simbióticamente el legado de la cultura occidental. Paralelamente somos al mismo tiempo el Continente signado por la desigualdad e injusticia social, atravesados también por el “sino” históricos de diversas culturas, que ahora en la actual crisis ecológica universal nos coloca en la encrucijada de erigir con urgencia las bases civilizatorias del nuevo Humanismo Americano.
El nuevo humanismo americano no está signado simplemente por la supresión de las antinomias raciales, sino que basándose en el reconocimiento de la identidad universal del ser humano y en su peculiaridad regional, fusiona ambas para proporcionar una nueva racionalidad alternativa de fines a la racionalidad instrumental de medios, cosificadora y alienante, del mundo moderno.
No obstante, en el horizonte se yergue como un formidable obstáculo que penetra por nuestras entrañas los desafíos anéticos y postmetafísicos de la cultura occidental. Llamo sociedad anética y postmetafísica a la globalizada condición postmoderna de la cultura occidental. La sociedad anética y postmetafísica con su radicalización relativista plantea desafíos normativos, con su nihilismo ontológico ahonda la crisis del sentido de la vida y con su escepticismo gnoseológico nos coloca en el mundo sin certezas.
La consecuencia antropológica es el hombre anético, con moral pero sin ética. ¿Qué hacer ante tan monumental problema? En la presente era posmetafísica, poshumanista y posnihilista no basta enarbolar las banderas de la tolerancia, sino tener una visión de conjunto de la realidad humana. Hay que actuar urgentemente a profundidad y sin cortapisas para enfrentar la disolución normativa, existencial y cognoscitiva del hombre, hay que volver a replantearse la pregunta por el humanismo y sus desafíos.
EL GIRO HERMENÉUTICO DE OCCIDENTE
Ante esto lo primero que debemos dar cuenta es cómo ha surgido tal realidad en la cultura occidental. Para ello abordaré el giro hermenéutico de Occidente. La autocrítica antiplatónica de Occidente, emprendida después de la II Guerra Mundial, hizo que todos los movimientos artístico-intelectuales coincidieran rechazando directamente la racionalidad de la Ilustración, el historicismo progresista y el positivismo cientificista.
No tardarían en entender y discutir estos fenómenos la Dialéctica de la Ilustración de la Escuela de Francfort, continuada por Habermas y Apel, la hermenéutica heideggeriano-gadameriana (descubriendo un nuevo Aristóteles griego, ni platonizado ni cristianizado) y el deconstruccionismo con que Derrida continuaba a Levinas.
A partir de Verdad y Método de Gadamer, Conocimiento e interés de Habermas y La escritura y la diferencia de Derrida, se abordaba el centro de la cuestión alrededor del cual gira el pensamiento postmetafísico: la cuestión del nihilismo, la enfermedad de la historia de Occidente y su racionalidad específica encarnada en el Sujeto moderno. El postestructuralismo de Lyotard, Foucault y Deleuze se centraría en el tema crítico de nuestro tiempo, a saber, Nihilismo y Sujeto; coincidiendo todos en culpar erróneamente del naufragio de la Ilustración a la racionalidad metafísica, guiada por la dialéctica del idealismo racionalista y su culminación hegeliano-marxiana. Vattimo, por su parte, empleaba la hermenéutica para debilitar la violencia de la racionalidad del poder moderno y señalar el límite de la hermenéutica en el cristianismo no-dogmático del amor racional comunitario, acerbo espiritual olvidado por la razón metafísica secularizada.
En la era posmoderna de la interpretación y la comunicación telemática se afirmaba el posthumanismo y postnihilismo hermenéutico y postestructuralista. Así, Foucault y Gadamer se aproximan al plantear el espíritu objetivo sin el absoluto de Hegel, como razón o lenguaje común como espacio posible de toda realidad desde siempre política, simbólica y topológicamente inscrita en el contexto de su superficie lingüística. En Gadamer y Foucault las maneras de exploración de la racionalidad y el ser del lenguaje contempla que entre las palabras y las imágenes está el otro y es la dimensión constituyente del otro, en la alteridad constituyente del límite y el afuera, lo que permite pensar y comprender. Se trata de a priori epistémicos, ya como opiniones autorizadas y sancionadas por los textos-obras canónicas para la comunidad o cultura capaces de durar y comunicar por transhistoricidad.
Lo mismo sucede con la hermenéutica gadameriana, pues sus análisis nunca son ajenos a la historia de los efectos que nos permite comprender la ontología del presente. Gadamer reclama más que Foucault en la delimitación crítica de la modernidad y de la desmesura de la racionalidad griega resucitada; pero el último Foucault se vuelve a la antigüedad de la tradición estoica para encontrar en ella las enseñanzas que permiten cincelar una subjetualidad atenta al cuidado de sí. Atenta y entregada al cuidado del alma, el cuerpo, la philía y la polis, muy de acuerdo con la exhortación de la Paideia de Sócrates y de Aristóteles. De este modo Gadamer y Foucault son filósofos posthumanistas, buscan una racionalidad y subjetualidad superior a la moderna, abierta a lo otro y a la comunidad, como voluntad de aprender de lo otro y como voluntad de convivencia serena, prudente y armónica, que esa otra inferior y propia de la voluntad de potencia.
Los giros lingüístico, ontológico, estético y hermenéutico típicos del pensamiento posmoderno pretenden configurarse como alternativa crítica a la violencia que atribuyen a la historia del humanismo identitario de la metafísica occidental. Si la hermenéutica se ha convertido en la racionalidad de nuestra época, como logos o espacio-tiempo de razón común, es porque la hermenéutica como koiné o lengua común es el medio que actúa a la vez como ágora pluricultural políglota de una sociedad inmanente sin trascendencia.
El hombre occidental tras la II Guerra ha optado conscientemente por un alejamiento respecto a lo absoluto. Y de esto no se ha sustraído nuestra América. Es esa conciencia de los límites inmanentes la que actúa en la hermenéutica crítica de Gadamer como en el “pensamiento débil” de Vattimo, velando a favor de la disolución y debilitamiento de todas las estructuras fuertes de las verdades absolutas de la metafísica identitaria.
LA ONTOLOGÍA DEL LÍMITE
El alejamiento consciente respecto a lo absoluto y la proximidad deliberada respecto a lo finito concreto por la racionalidad hermenéutica ha delineado una ontología del límite restringido a lo puramente inmanente, soslayando la dimensión trascendente de la propia finitud que dice defender.
La racionalidad hermenéutica tras la experiencia aterradora del descomunal holocausto de la II Guerra Mundial, llevó al extremo la ontología del límite y la racionalidad afirmativa de la finitud de la historia-lenguaje-sentido de Occidente. Al favorecer la discusión y el diálogo entre la línea de la analítica pragmática anglosajona, el postmarxismo crítico francfortiano, y los amplios movimientos neokantianos y kierkegaardianos que confluían en la fenomenología continental, lo que hacía era favorecer la línea de denuncia del pensamiento postmetafísico. Era el descubrimiento del espíritu del límite como afirmación de alteridad y articulación de unidad plural, una la nueva koiné, tal como llama Gianni Vattimo a la hermenéutica postmoderna que camina por la vía de la no-violencia y de la educación estético-pública del hombre.
La crítica de la época posbélica de Occidente se concentraba sobre algo que necesitaba ser revisado de raíz en el curso de la racionalidad histórica de la civilización occidental. El poder descomunal de la hipermodernidad se hacía añicos en la miseria del genocidio de Dachau y Auschwitz, los crímenes del gulag soviético y el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. La modernidad ilustrada quedaba evidenciada en las terribles experiencias nazi y comunista, el quebranto tecnocrático del planeta, de las culturas y las tradiciones vivas de toda la tierra, la descomunal e injusta deuda externa de los países más pobres del planeta, la violencia, el genocidio, la explotación con tecnologías arrasadoras y la globalización neoliberal a favor del hiperimperialismo de las megacorporaciones privadas.
Hans-Georg Gadamer fue el que llevó en Verdad y Método la ontología del límite y la racionalidad afirmativa de la finitud a todas las esferas del saber. En primer lugar, a las distintas escuelas que se habían ido separando en el interior de la filosofía a lo largo del siglo XIX y el XX puso en interlocución propiciando la discusión, el diálogo, la confrontación, la traducción, la interpretación y hasta el disenso, como meollo de la racionalidad hermenéutica. Las plurales recepciones de Nietzsche y Heidegger eran parte de esta convergencia en cruces eclécticos en la fenomenología, el existencialismo y el marxismo. Pero destinado a situarse en el centro era la discusión contra la racionalidad dialéctica de la historia, suscitada por Nietzsche y el segundo Heidegger, propia del idealismo alemán y heredera de la utopía metafísica cristiano-platónica, secularizada por la modernidad ilustrada.
Después de la II Guerra Mundial el pensamiento crítico se alzaba unánime contra las pretensiones totalizantes del hegelianismo en el marxismo totalitario y del liberalismo relativista del capital, cuya violencia se imponía en nombre del humanismo, la racionalidad, la libertad y el progreso. Las ideas de la herencia secularizada cristiano-platónica, Kant-Schelling-Hegel-Marx, estaban en el centro del cuestionamiento de la historia de los efectos. Y actualmente, durante la globalización del hiperimperialismo privado que convierte al planeta entero en un mercado se avizora con nitidez la quiebra del pensamiento hermenéutico posmoderno basado en la relativización de toda verdad.
Pues al espeso velo de la metafísica, la razón y de la libertad le ha sucedido el ligero tul hedonista y nihilista de una humanidad narcisista. Al pensamiento crítico le sucedió el pensamiento light posmoderno, permeándose en grupos contraculturales juveniles, ONGs, numerosas voces pacifistas, ecologistas, apocalípticas, y la filosofía hermenéutica o el pensamiento postmetafísico que penetró la universidad de Occidente.
En el origen del giro que caracteriza a la filosofía posmetafísica, la hermenéutica, la posmodernidad de la calle y los medios de comunicación masivos, no está tanto la denuncia de la condición ilegítima de los saberes hipermodernos, sino la reclamación de una libertad sin responsabilidad, que le viene como anillo al dedo al nuevo orden mundial de la globalización neoliberal. La filosofía racional de la finitud que busca desarticular los fundamentos metafísicos nihilistas de la hipermodernidad tardía, ha terminado cautivo de sus propios mitologemas y de una pseudorracionalidad burguesa.
La racionalidad hermenéutica pretende actuar disolviendo los fundamentos metafísicos del poder, para impedir la guerra y la violencia en una tierra globalizada convertida en un campo de exterminio nihilista sin fronteras ni márgenes exteriores, en una lucha permanente de todos contra todos, dentro de la dinámica de la competitividad progresiva en el interior del orden privado y público, igualmente arrasados por el consumo y concurso implacable de todas las potencias y fuerzas modernas dirigidas hacia la nada global, en nombre de la liberación de cada uno.
LA DIFERENCIA ONTOLÓGICA O CONTRA EL OLVIDO DE LO DIVINO OTRO
En el centro de la hermenéutica histórica de Occidente está la comprensión del sentido de la experiencia histórica del mal, ejercido en nombre de la libertad racional absoluta e ilimitada del hombre. Esto hace que en el centro del debate esté el problema de la diferencia ontológica o el olvido del sentido integral de lo otro, que involucra no solamente la otredad finita sino la otredad absoluta.
La racionalidad ilustrada y neo ilustrada pretendió seguir ejerciéndose sólo como crítica emancipadora sin aceptar el factum histórico de la racionalidad hermenéutica, que pone al descubierto la secularización humanista de la teodicea de la historia universal, la cual ha olvidado la noesis filosófica de lo divino otro y lo divino trascendente, como racionalidad olvidada y radical liberación del discurso secular-dogmático mismo.
Si el occidente europeo tuvo dos guerras mundiales con su holocausto que conmovió la racionalidad moderna, nuestra América tuvo durante siglos genocidio y discriminación sistemática de la otredad cultural vernácula. Aquí la otredad finita nativa fue avasallada, discriminada y marginada. Tuvo que refugiarse en sus selvas y remitirse a las montañas para sobrevivir con sus costumbres, menospreciadas por el blanco europeo dominante y explotador. Por siglos fuimos el epicentro de una dolorosa realidad colonial en donde nuestra otredad incluso criolla era ignorada. Superado todo ello tras la gesta emancipadora y libertaria de la Independencia fuimos a caer en otro tipo de otredad finita marginada, la del neocolonialismo que nos remitía a la periferia de los centros imperialistas de poder. Esto nos engolfó en otra categoría subhumana del subdesarrollo. Y ahora que el Primer Mundo tiembla por la recesión mundial y nosotros experimentamos un crecimiento económico sostenido por casi una década, la dictadura del dinero nos otorga una dudosa carta de ciudadanía a condición de mantener un cuestionado desarrollo económico sin detenerse mucho en las condiciones espirituales del ser humano. La otredad humana ha sido uniformizada de forma totalitaria a ser una entidad productiva y de consumo. La Riqueza material es la medida de la identidad universal de la otredad humana y esto es lo que está carcomiendo la sustancia de nuestra singular finitud.
En el fondo se trata de la estructura de la diferencia ontológica entre el ámbito del ser y del ente, de los principios y los fenómenos, de la verdad y la opinión y de la insuficiente recuperación de la Otredad por la hermenéutica posmoderna actual en la racionalidad noético-práctica de la verdad ontológica interpretativa, la cual se precipita a condenar al sinsentido las Ideas metafísicas del Sujeto-Substancia, el hypokeímenon o fundamento de Dios, mundo, yo.
Si el conocimiento de las síntesis abstractas infinitas no es un imposible racional, tampoco lo es que tal Otredad infinita y finita sea un mero constructo inverosímil con que la época de las secularistas revoluciones burguesas ridiculiza la noesis. La noesis racional teórico-práctica, como experiencia ética-religiosa de los límites constituyentes del pensar mismo, busca conciliar lo inmanente con lo trascendente en una intuición de conceptos o Ideas plasmados en una virtud intelectual comunicativa y dianoética.
Es falso que si se pone entre el hombre y lo divino la Diferencia Ontológica, se obtendrá que el hombre no sea dueño de las restantes realidades, y que no lo sea ni del lenguaje ni del tiempo-espacio. Pues lo divino es la otredad absoluta del hombre mortal y sólo con esa diferencia se abre el espacio racional para una filosofía humanista contradogmática y contramitológica que concilie lo inmanente y lo trascendente.
Esto exige mantener abierta la diferencia puesto que el hombre no es dios y aquel dios fabricado por el hombre mitológico tampoco lo es, porque dios no es el hombre, ni su imagen, ni nada que tenga que ver con el poder humano. Rechazar los totalitarismos también significa rechazar al dios mitológico del poder, pero no para desembocar en el relativismo sin límite de los nihilismos humanistas posmodernos.
El fundamentalismo dogmático del racionalismo secularista y el nihilismo relativista de la hermenéutica posmoderna son las dos caras de la misma negación del vínculo ontológico entre lo trascendente y lo inmanente. A partir de los cuales ya no sabemos lo que decimos cuando nombramos lo divino. El factum de la auténtica racionalidad hermenéutica no relativista es volver a pensar y sentir lo divino desde el principio. La posmodernidad relativista no supera ni excluye a la modernidad ilustrada, consiste sencillamente en su profundización inmanentista. Esto implica una agudización de las epistemes que desarticula de raíz la modernidad y afecta el reencuentro del hombre con su verdad, a saber, ser una criatura finita plantada en lo absoluto.
En la dialéctica hermenéutica que llamo del humanismo metafísico, la teoría no se asimila sin más a la racionalidad científica propia de las ciencias naturales y refrendadas por la experimentación que confirma o desecha sus hipótesis, sino que se abre a un campo teorético-práctico tan amplio y tan plural que abarca tanto la vida teorética, comunitaria, política y religiosa. Así, la verdad hermenéutica metafísica como límite de la finitud y la transcendencia no sólo es acción lingüístico-racional, sino experiencia de compromiso con el prójimo y con lo divino. Es a su vez vida política, philía y pietas. Se da término a la segmentación dura con que la razón ilustrada separa la “verdad” reduciéndola a la lógica y la ciencia, la “virtud” confinándola al campo moral, y la “política” dejada en manos de la pragmática instrumental al servicio de los intereses del poder económico y político. Se evita también la reducción pragmática y relativista que hace la hermenéutica relativista posmoderna con la ontología crítica de la acción comunicativa, pues ésta trasciende el ámbito de la finitud y por la pietas nos lleva hacia lo divino.
Para la hermenéutica que integra lo finito y lo absoluto no se trata sólo de una cuestión de justicia y amor, sino de totalidad ontológica y plenitud ética. Porque una ontología crítica de la acción comunicativa que mutila la dimensión trascendente del hombre confinándolo a su dimensión inmanente a través del respeto a la complejidad, los consensos, los disensos racionales, y el logos de la paz civil, olvida que no hay real humanismo relegando la dimensión religiosa del hombre. Si alguna lengua tiene que aprender urgentemente la humanidad hipercrítica y tecnologizada de nuestra posmodernidad, es la de unir la tolerancia sensata y el límite de la finitud con nuestra sed de infinito y necesidad de Absoluto. De modo que la universalidad de la hermenéutica integral es histórica y se opone al racionalismo abstracto como al relativismo concreto.
La crisis actual de la finitud humana hace imposible las ilusiones racionalistas e ilustradas como los relativismos hermenéuticos posmodernos. Al respecto se sostiene que la modernidad es un tipo particular de enfermedad mental caracterizado por la locura del solipsismo, es decir, del individuo que termina encerrándose en sí mismo e incurriendo en la imposibilidad de postular la existencia del Otro y en particular de Dios. ¿Será, entonces, la hermenéutica posmoderna la salida de este solipsismo o su agravamiento? Lo dudo, es más lo niego. Principalmente porque para los hermeneutas posmodernos la conciencia se realiza en lo lingüístico e histórico. La constitución hermenéutica del mundo ya no depende del hombre sino del lenguaje, pero la constitución lingüística se funda en una conciencia hermenéutica. Vale decir, que la circularidad hermenéutica no se centra en un horizonte epistemológico ni ontológico, como investigación del sentido del ser, sino en la exploración del ser histórico manifestado en la tradición del lenguaje. Es por esto que la hermenéutica posmoderna no supera el régimen de la eternidad inmanente y agudiza la soledad del sujeto con su insistencia en oponer una hermenéutica de la diferencia frente a otra relativista, desembocando en la indiferencia metafísica y el establecimiento pragmático de la verdad como consenso, interpretación y valor.
TÉCNICA Y POSMODERNIDAD
Pero esta manera de pensar posmoderno tiene poderosas vinculaciones con la racionalidad técnica. No hay duda que el mundo dominado por la máquina ha sustituido el culto de los valores del espíritu por el culto de los valores instrumentales y utilitarios. Y la otrora exaltación baconiana de la técnica, que fue seguida por el entusiasmo del sansimonismo y el positivismo, ha cedido su lugar al espiritualismo profetizante de la decadencia de Occidente.
Mientras en el siglo diecinueve la ciencia y la técnica seguían los pasos de la industria y sus necesidades tecnológicas, hoy tienden a controlar la industria y la tecnología al convertirse en la principal fuerza productiva, en una forma de inversión y en una fuente de bienes cognoscitivos valorables económicamente.
En este sentido, la actual revolución industrial, basada en la robótica, informática, nano y biotecnología, no ocurre sino con la nueva estructura organizativa y productiva de la empresa capitalista de dimensiones globales. Además, a las fases de mecanización industrial y racionalización productiva, que producen una progresiva alineación y pérdida de contenido profesional del trabajo, le sucede la fase de automación, que sustituye la fuerza de trabajo humano y aumenta la necesidad de especialistas y gerentes. Estos constituyen el ejército de expertos, víctimas a su vez de los medios cibernéticos, responsables de la dirección de las empresas que se convierten en una aplicación tecnológica de la ciencia. Pero dado que el proceso de investigación científico-técnica se vuelve en instrumento de refuerzo de la hegemonía económica, entonces está ligado a la lógica imperialista de control del mundo.
Se trata, así, de una nueva relación posmoderna entre Estado y Economía, donde el primero financia un progreso tecnológico más intenso y garantiza un mercado de grandes dimensiones a los productos técnicamente avanzados. Y el segundo, lidera una nueva forma de soberanía pos estatal a través de la expansión global de las grandes empresas multinacionales.
La inevitable sujeción de la ciencia y la técnica a una política de poder hace insostenible cualquier tesis sobre la neutralidad de la tecnología como fuerza innovadora. El hombre posmoderno aparece y se desarrolla en plena evolución de lo que llamo Hiperimperialismo, fase cualitativamente superior respecto del imperialismo. Además, el hombre posmoderno es un tecnólatra-cientista. Esto designa aquí una actitud humana que en vez de exaltar a la razón y a la ciencia –que es lo que caracteriza a la modernidad- lo que hace es sentir el bienestar material proporcionado por los avances de la tecnología, en una explosión hedonística de complacencia por la comodidad y goce material. Vive, pues, de puro usufructo. Si existe algún compromiso, es con su puntual especialización profesional pero desvinculada del todo social.
La reivindicación de la tolerancia y espontaneidad, capilarmente extendida por todos los poros de la racionalidad posmoderna reclaman la libertad sin límites morales que impone la razón práctica, y este esquema se convierte en el nuevo credo disolvente de la espontaneidad humana.
El hombre de la era posmoderna necesita del pensamiento débil –cuya adquisición no requiere gran esfuerzo a diferencia de la razón- para hacer frente con el talante de la indiferencia a las miserias de la propia sociedad hiperimperialista, la cual necesita también de la lógica amoral del hombre posmoderno para imponer su desarrollo sin límites. La falta de compromiso moral y social del hombre posmoderno es lo más conveniente a una totalidad social institucionalmente instalada en el proceso de desvinculación de la Libertad con la Justicia. El hombre de la modernidad todavía conservaba los ideales de Verdad, Justicia y Razón; pero el hombre anético de la posmodernidad tiene todo ello por metarrelatos.
EL HOMBRE SIN ABSOLUTO
De esta manera la configuración antropológica del hombre posmoderno se plasma en lo que llamo el hombre sin absolutos.
La posmodernidad considerada humanamente no es una actitud eminentemente intelectual dirigida a las minorías, sino que es un postura primordialmente vital, que manifiesta una decidida tendencia a lo cismundano, privilegiando una visión del mundo presentista, en donde todo está en acto. Más, el hombre posmoderno sin esperanzas en poder entrar en la vida perfecta transmundana cree hacerla en lo cismundano. Contentándose con vivir la suya sin perturbadoras ideas metafísicas. La idea del alma está muy de sobra en este esquema mental posmoderno. Y tenía que ser así, por cuanto tener alma es tener memoria y en consecuencia historia; pero la historia es tiempo y el posmoderno en tanto que suprime la nostalgia y la esperanza también lo hace con el pasado y el futuro.
Ilusionándose con un presentismo fatuo de confort, al Tiempo no lo padece como el oriental, no lo piensa como en la Antigüedad, no lo diferencia como en la Edad Media, no lo calcula como en la Modernidad; sino que lo disfruta sin responsabilidad ni preocupación ni conciencia. La experiencia del tiempo para el hombre posmoderno está desprovista de utopías, de milenarismos, de escatologías; reduciéndose tan sólo a la experiencia anética de un presentismo de máximo goce y utilidad.
El hombre posmoderno es la inversión de las fuentes en que nace Occidente: la actitud religiosa del hombre oriental (cristianismo) y la actitud racionalista del hombre griego. Sin Amor ni Conocimiento y tan sólo con voluntad egocéntrica, se inicia el imperio del hombre anético, símbolo de la desfundamentación del pensamiento, la voluntad y la acción, y de los valores absolutos. Y esta resistencia a los fundamentos es más pasiva que activa, como cuando el hombre se deja llevar por las inercias de su voluntad y de su libertad.
La posmodernidad, en este sentido, representa el avance arrollador de la cultura de la increencia; increencia que esta vez no sólo abarca las cuestiones sacras sino incluso se extiende al mundo secular mismo y sus valores. Por eso, no sólo afecta el meollo religioso de la cultura occidental (el cristianismo), sino incluso su acervo científico que nos viene del racionalismo griego.
En este sentido, el grito de combate de los posmodernos podría ser: ¡Abajo los Absolutos! Para eso justamente sirve la hermenéutica. Pues el posmoderno que no cree por convicción sino por desinterés e indiferencia, es la expresión más perfecta de autodeificación. Pues quien se siente en un presentismo e inmediatismo autosatisfecho, simula la placidez omnipotente de la divinidad. Sintiéndose un diocesillo terrestre es la mejor manera de dejar de sentir nostalgia por lo divino. No admitiendo sino lo relativo y contingente le es fácil prescindir de alguna condición ontológica infinita y autosuficiente.
Pero fuera de sí mismo no hay sino un pavoroso vacío. Por tanto, el mundo de la diversión, el goce y el éxtasis es el principio y el final de una galopante sabiduría del cuerpo. Se desemboca así en una cultura narcisista, en donde lo más importante es cuidar el cuerpo, prolongar la vida contingente, conservarse joven y cazar a como dé lugar los mejores ingresos.
Sin capacidad para establecer lo incondicionado, absoluto y perenne, los posmodernos proclaman las miserias de la razón para entronizar en su lugar la tiranía de la sensibilidad y de la subjetividad humana. Lo paradójico del caso es que esta tiranía de la subjetividad va de la mano con una abolición ética y ontológica del sujeto. El sujeto posmoderno no es el sujeto de la modernidad, el portador de la iluminación racional, sino, todo lo contrario, de la oscuridad del pensamiento para penetrar verdaderamente en las esferas de la realidad.
Pues, en definitiva, para el pensamiento posmoderno son los intereses de la voluntad interpretativa del hombre lo que va a determinar la deslegitimación del saber humano. Esta subjetividad débil de lo humano es lo único que queda en las manos posmodernas. Y es precisamente ésta la que da sustento a su nihilismo integral, es decir, metafísico, gnoseológico y ético. Por ello, el hombre posmoderno es también un sujeto anético, escéptico e inmanentista. Y todo esto está implícito cuando se le concibe como el hombre sin absoluto. El hombre posmoderno se queda, así, en la caverna de su propia subjetividad débil, sin advertir que no puede cumplir con la fascinadora promesa de acabar con la realidad, la verdad y lo absoluto. No puede amar y lo único que logra en su solipsismo vital es que desaparezca el Amor como potencia divina y como anhelo humano. Sin amor en el corazón, al hombre posmoderno le es fácil desterrar también la nostalgia y la esperanza. Habiendo desarraigado de su alma el sentido de lo divino, deja de experimentarse como criatura humana, la cual se pierde como un epifenómeno momentáneo de la materia.
Y es así. Confianza en vez de esperanza y nostalgia es lo que encierra su solipsismo vital. Una confianza distinta a la sentida en la época moderna, pues ésta no estaba carente de voluntad de emancipación política ni del sentido del progreso; por ello se trata ahora de una confianza en lo inmediatamente útil, aplicativo y lucrativo. Es el pináculo de la deshumanización.
EL DESAFÍO DEL HUMANISMO
Voy a concluir la presente conferencia abordando la necesidad de un nuevo humanismo y sus desafíos actuales.
Afirmo sin vacilar que lo hoy está muriendo no es Occidente, sino, lo que muere es el Occidente humanista y cristiano y lo que está en auge es el Occidente secular, hedonista, pragmático y nihilista que se globaliza. Y al morir el occidente clásico muere también sus tres grandes columnas, a saber, la justicia romana, la caridad cristiana y la razón griega. En su lugar se imponen como cariátides luciferinas: el individualismo, el egoísmo y el solipsismo a escala demencial.
El mundo no terminará tan pronto con la última fase del hiperimperialismo, la sociedad anética y posmoderna, pero quizá las conmociones que hacían falta a escala planetaria ya están presentes para liquidar a toda una edad de nuestra civilización. Dichas dramáticas condiciones se configuran en los actualmente llamados “problemas globales":
Ø Cambio climático
Ø Refugiados y desplazados
Ø Drogas y corrupción generalizada e incontenible
Ø Nuevas pandemias virales
Ø Nuevas potencias nucleares y peligro de terrorismo nuclear
Ø Desmaterialización de la producción
Ø Aumento de riqueza especulativa versus miseria global
Ø Nuevas tecnologías versus puestos de trabajo
Ø Estilo de vida antiecológico
Ø Explosión demográfica
Ø Extinción de ethos capitalista
Ø Extinción del trabajo y desproletarización
Ø Extinción de las élites
Ø Extinción del sentido ético de la economía
Ø Extinción del sentido social de la política
Ø Sometimiento de la ciencia a la industria
Ø Abandono de ciencias humanísticas
Ø Deterioro mundial de la educación y la cultura
Ø Gansterización de la vida social
Ø Países se convierten en mercados
Ø Agotamiento de agua, energía y alimentos
Ø Hundimiento de comunismo y crisis del neoliberalismo
La prueba de cada civilización humana, decía José Martí, está en la especie de hombres y mujeres que en ella se produce. Pues bien, ¿qué tipo de hombres, mujeres y niños está produciendo la globalización y la posmodernidad en la civilización actual, cuando el capitalismo global pragmático y hedonista ha significado el aumento brutal de la frivolidad, la miseria y exclusión social? Verdaderamente, el hombre no se agota en la realización de los valores específicamente biológicos y más bien es un “ser vital capaz de espíritu”.
De este modo, los fines del hombre como ser vital tiene que servir, en último término, al saber culto. Olvidar esto representa la agonía de Fausto, el personaje goethiano que simboliza al hombre que conquista el mundo, pero que se pierde a sí mismo. La civilización moderna se consagró febrilmente a la investigación científica, la innovación tecnológica, el desarrollo económico, a mejorar las estructuras sociales y el Estado, pero olvidó lo fundamental: cómo transformar y revitalizar el ser humano.
En el mundo globalizado, el nihilismo y el relativismo moral testifican que la vida carece de sentido, proclaman la era del vacío y la entronización de la sociedad de la transparencia, sin densidad espiritual. La supremacía de estos valores configura una atrofia en la conformación psíquica del hombre y representa un ideal cultural sin contrapeso espiritual. Esto demuestra que la civilización tecnológica por sí misma es incapaz de fundamentar una región independiente de valores, necesita como contrapeso una cultura espiritual intensificada.
La crisis del hombre en la globalización posmoderna va más allá de lo económico-político y filosófico, hundiendo sus raíces en lo ético-moral. Y, a su vez, la crisis moral encuentra su fundamento en una visión metafísica determinada. El actual neodogmatismo nihilista ultraliberal se basa justamente en la edificación de una sociedad transaccional sin valores superiores.
Este relativismo moral de la cultura horizontal sin trascendencia imperante en la sociedad anética posmoderna, carece de la fuerza interior para resistir los embates de los propios males que engendra, haciendo que la propia sociedad transaccional sin valores encuentre difícil la entronización pacífica de la cultura del vacío.
Es, por lo tanto, necesario plantear un humanismo de síntesis que recupere la eterna vocación trascendente del hombre, no signifique desplazar nuestra responsabilidad personal sobre los hombros de Dios o de la Naturaleza. Es necesario volver a los valores permanentes, pues el éxito material, el placer y el dinero no vuelven más humano ni digno al hombre.
Es urgente para recuperar una espiritualidad de motivación interna, autocontrol, autodisciplina y autorrealización una revolución humana, la transformación interior del individuo, un nuevo humanismo, basado en un personalismo comunitario y en un ethos con sentido de interdependencia del hombre con el cosmos. Sin embargo, no basta con reclamar una ética Global la para la política y la economía global (H. Küng), si antes no se advierte con claridad el fundamento ontológico metafísico de la civilización en la que nos hallamos inmersos.
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De modo que el neohumanismo de síntesis tiene como desafíos enfrentar la necesidad de un salario ciudadano y la distribución de lo suficiente entre todos los habitantes del planeta, el lujo se hará difícil y la pobreza relativa indispensable. Resuena aquí el llamado roussoniano de la vuelta de la humanidad a la sencillez de la naturaleza, a las sobrias virtudes cívicas, a la dicha del hogar y de la familia, dentro de un cambio civilizacional inimaginable en los marcos del capitalismo megacorporativo.
El problema crucial que se plantea aquí es cómo subordinar al hombre la técnica, la máquina, la industria y la economía. La verdad es que no corresponde a la ciencia sino a la sabiduría regular nuestra vida, por lo que la única forma de poner la economía y la técnica al servicio del hombre es poniéndolas al servicio de una ética de las personas, del amor y la libertad.
Una civilización verdaderamente humanista comprende de suyo que la primera condición para que una economía no merezca el nombre de bárbara es que la persona humana sea servida en sus necesidades primordiales y culturales. La actual barbarie civilizada tiene como ley natural que la pobreza de muchos crea la abundancia de unos pocos. Pero la verdadera grandeza supone reconocer que tanto la abundancia como la pobreza son tan dañinas al crear la codicia y el orgullo, el sufrimiento y la humillación.
CONCLUSIÓN
Decíamos antes que el nuevo humanismo americano no está estampado simplemente por la supresión de las antinomias raciales, sino que basándose en el reconocimiento de la identidad universal del ser humano y en su peculiaridad regional, fusiona ambas para proporcionar una nueva racionalidad alternativa de fines a la racionalidad instrumental de medios, objetivista, cosificadora y alienante, del mundo moderno. La moderna racionalidad de medios se ha visto agravada por la condición nihilista y relativista de la condición postmoderna. Lo que se instala y triunfa como realidad antropológica en la realidad mundial es el Hombre Anético y Postmetafísico, con moral pero sin valores universales, es decir sin ética. No nos hagamos ilusiones, este tipo humano se dirige directa y alegremente a la extinción misma de nuestra humanidad, y esto no lo decimos sólo en sentido físico, sino en sentido espiritual. Es decir, no sólo bate palmas por la muerte del hombre, la era posthumana y la robotización, sino por la muerte definitiva de todo lo transhumano, trascendente y metafísico. Su dirección antihistórica se pavonea con la recuperación de una inmanencia pura como nueva divinidad y la abjuración de lo sagrado como nueva ortodoxia. Entonces qué duda cabe que en estos tiempos finales de la modernidad occidental resuenan las trompetas de la teodicea leibniziana, de la escatología cristiana y de los antiguos calendarios ancestrales.
Efectivamente, pues el verdadero humanismo no es antropocéntrico, objetivista, inmanentista, secular y naturalista. Ello es hominismo. Por el contrario, es el que reconoce la dimensión metafísica del ser humano, porque el hombre es el ser finito plantado en lo absoluto, es el buscador de Dios, es único e irremplazable, es libre y trascedente. Pues en el hombre hay siempre algo más que el hombre. Su vida no se resuelve solamente en la vida de la naturaleza sino también en la Gracia activa de Dios. Y plasmar este ideario supone no sólo superar el capitalismo cibernético sino el modo de pensar objetivista de la modernidad.
Muchas gracias
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