miércoles, 4 de enero de 2012

IMPORTANCIA DE LA FILOSOFIA EN LA ESCUELA


IMPORTANCIA DE LA FILOSOFÍA EN LA ESCUELA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Conferencia pronunciada el 2 de mayo del 2009

El Colegio Regional Universitario “Pedro Ruíz Gallo” de la histórica ciudad de Lambayeque, dirigida esmeradamente por el Dr. Luis Manay, y gracias a los buenos oficios del profesor y amigo Aldo Chapoñan, me han requerido para que en este acto, y dentro de límites de tiempo muy precisos, diga algunas palabras sobre las “La Importancia de la Filosofía en la Escuela”.
Se ha dicho que los problemas de la filosofía requieren de un cultivo serio y prolongado y nada menos filosófico que la actitud de trivializar a la filosofía misma. Y esto es cierto. De ahí, que la enseñanza de la filosofía en la escuela atraviesa por problemas de carácter pedagógico y didáctico muy serios y complejos, bastante diferente de su enseñanza a nivel universitario cuyo mayor énfasis recae en el contenido teórico-cognoscitivo.
El nivel altamente abstracto de la temática filosófica requiere de una maduración mental que generalmente se presenta a partir de los 15 años. Las revelaciones hechas por la escuela activa de Dewey, Montessori, Binet, Bovet, Decroly, Gross, por un lado, y la psicología genética de Piaget sobre la importancia de la vida mental del educando, por otro, repercuten en el importantísimo papel de la madre sobre la capacidad de aprendizaje del niño, lo que más tarde repercutirá en la enseñanza de la Filosofía en la escuela.
Efectivamente, creo que muy pocas veces se ha puesto de relieve el papel de la madre en la formación de la mente de un futuro filósofo. Un caso ejemplar lo encuentro en santa Mónica, la madre de san Agustín de Tagasto. Ella no sólo con su piedad fervorosa dio ejemplo de fe a su hijo, sino que también acudió con sus oraciones al Altísimo para que encontrara el camino intelectual correcto. Así, Agustín pudo escuchar a san Ambrosio y renunciar al arrianismo para volverse en un filósofo cristiano.
Los niños de las casas-cunas presentan un avance social que contrasta con un notorio retraso intelectual. El 80% de los delincuentes fueron niños sin hogar y sin madres, cuando no, niños severamente maltratados. De ahí, en reconocer la importancia que tiene la liberación de mujer pero del trabajo. Hay que liberar a las madres del trabajo, aunque sea a través de la media jornada. La solución no transcurre, como cree el actual presidente norteamericano Obama, por la nivelación de los salarios respecto a los varones, sino que, viendo el problema más a fondo, la mujer es insustituible en el hogar como madre, tanto para la formación emocional como para la formación intelectual de los niños, que serán en el mañana: maestros, estadistas, escritores o filósofos.
Prácticamente el papel de la madre ha cobrado importancia mayor con los aportes de la nueva educación. La madre es la primera educadora que conoce el niño. Su mente y su corazón serán modelados por ella. No obstante tanto la madre como la escuela sólo actualizan, forman o desarrollan capacidades innatas. Y sin embargo el hogar es la primera escuela del niño, formará lo más importante que requiere la humanidad para ser mejor, esto es, los sentimientos.
De poco sirve ser muy inteligente y sabio si se es una persona malvada. Sócrates creyó que el conocimiento lleva a la virtud, pero el psicoanálisis se encargó de demostrar que la realidad humana es más compleja que lo que creía el intelectualismo griego. De modo que no sólo es importante formar el intelecto sino también la afectividad, y las madres cumplen aquí un papel preeminente. Lamentablemente la crisis de la familia y la incorporación de la mujer al trabajo descuidan la formación emocional de los hijos, lo que más tarde traerá lamentables desequilibrios psicológicos y sociales. Seres fríos, duros, superficiales e interesados pululan en una sociedad sin poesía ni corazón. La humanidad está dañada. 
            El verdadero modo de cautelar el derecho de la mujer es cautelando que ésta desde el hogar pueda trabajar pasando así más horas con sus hijos. O de lo contrario disminuyendo sus horas de trabajo pero pagando las horas laborales que deba estar en casa. Ella es insustituible en el hogar, debe ser protegida en función de su rol formativo de futuros ciudadanos. La escuela de padres debe ser una obligación del Estado para salvaguardar a la familia de sus crisis desintegradoras. Así como anualmente se ponen vacunas para no contraer virus, de modo similar se deberían obligar a las familias a asistir anualmente a una escuela de padres para fortalecer la unión y protegerla contra la crisis familiar. Si no se empieza desde el núcleo familiar no habrá modo de salvar a nuestra civilización del desastre moral y material venidero. Porque la verdadera educación, la más sólida comienza en el hogar, la primera escuela del alma y de la mente humana.
Esto es que, un mejor entendimiento del educando se alcanza manteniendo una posición armónica entre la posición institucionalista (las instituciones forman al hombre) y la posición innatista (el hombre es producto de sus genes). De modo que, así como desde el punto de vista institucionalista es importante resaltar el papel de la madre, del mismo modo se puede subrayar que tanto la pobreza como la riqueza, tanto la especialización como el industrialismo moderno son perniciosas para la formación integral y armónica del ser humano.
Generalmente la enseñanza de la filosofía en la escuela se da en el último año de secundaria, cuando la mente está más adaptada al manejo de los conceptos abstractos; y aun así su enseñanza consiste en proporcionar una información básica acerca de los principales problemas que plantea la Filosofía y la Lógica.
Una se plantea dar a conocer la existencia de la verdad y la otra el uso correcto del razonamiento. Se supone que esta información básica debe sembrar las semillas contra la cultura de la mentira, la corrupción y el cinismo, fenómenos que lamentablemente en el país todavía luchamos por sacudirnos. La cultura de la violencia y de la corrupción se asienta no sólo en la irracionalidad sino también en la deformación de los sentimientos. Y aquí tenemos nuevamente el papel de la madre, porque la primera modeladora de los sentimientos humanos es ella. Manuel González Prada (Horas de Lucha, en: Las esclavas de la Iglesia) decía que “las verdaderas madres crean hombres libres”. A este respecto, la sentencia contra Fujimori marca un precedente histórico contra la cultura de la violencia y la corrupción en el Perú y el mundo.
Es cierto que, en la escuela con esta información básica de la filosofía se busca completar en el educando una cultura mediana, pero también se persigue el propósito de despertar nuevas vocaciones humanísticas, que muchas veces son desalentadas por la lógica del beneficio económico imperante en nuestra sociedades contemporáneas. Lo que se busca en última instancia es desarrollar y fortalecer una cultura del la Verdad, la Justicia y el Bien. A esto debe contribuir en última instancia la enseñanza de la filosofía en todos sus niveles (básico, intermedio y superior).
De ahí que, para el maestro de filosofía en la escuela sea decisivo saber detectar y estimular la existencia de una vocación filosófica en ciernes en su alumnado, lo cual implica estar en capacidad de distinguir entre la aptitud y la actitud filosófica. La actitud filosófica la tenemos todos los seres humanos, los niños nos asaltan con preguntas irrespondibles e inquietantes, pero ello no significan que sean filósofos. Razón tiene Augusto Salazar Bondy (Iniciación Filosófica, 1969) cuando enfatizaba que “no existe pensar filosófico espontáneo y natural”. En cambio la aptitud filosófica es fruto tanto de la asimilación de la tradición histórica y de la meditación personal.
Por eso, aprender filosofía no es repetir un filosofar existente, sino arribar a un pensar nuevo. El docente escolar de filosofía nunca debe olvidar que la iniciación filosófica es lo contrario de la simplificación y empobrecimiento de la reflexión y naturaleza del filosofar. No se puede pretender hacer fácil lo que por su naturaleza supone la dificultad de las tareas serias. Pero tampoco debe pretenderse en la escuela una iniciación por la exposición y discusión de nivel superior o el tratamiento sistemático de los problemas de la filosofía. La sencillez no debe ser confundida con la trivialización. Sin esfuerzo intelectual y autodisciplina no hay forma de ingresar a la filosofía.
Justamente, la información básica de la filosofía en la escuela entraña un carácter defectivo pero allí reside lícitamente su encanto, porque se trata de sembrar en los estudiantes las primeras semillas de la razón, la inquietud reflexiva, la coherencia y la síntesis racional.
Si un curso de Filosofía y Lógica, en una época tan hedonista y permisiva como la presente, logra interesar al estudiante y contribuye a aclarar algunos problemas relativos a su tiempo, entonces el profesor puede considerar que ha valido la pena dictarlo. Si además, logra despertar en el alumno un interés especial por la filosofía que lo conduzca a la lectura de los libros de los propios filósofos, entonces puede considerarse más que orgulloso. Ha logrado promover una mente inquisitiva y crítica, lo que justamente escasea en la Patria.
Por último, deseo reflexionar sobre una última tendencia puesta de moda, me estoy refiriendo a lo que se ha venido a llamar “Filosofía para niños”. Es cierto que no se ha inventado todavía la manera idónea para ingresar a la filosofía, pero cabe preguntarse previamente, si de por sí la filosofía es difícil de enseñar ya a nivel secundario, que es la edad en que la mente está madura para manejar conceptos abstractos, ¿cuánto más no lo será en los niños, cuyo mecanismo de aprendizaje es primordialmente lúdico y sensorio motriz?. Además, ¿para qué enseñar a los niños filosofía, dejando a los adolescentes naufragar en la cultura del consumismo, el sensualismo y el sexismo? ¿Quiénes son los que realmente pueden y deben aprender a filosofar en una cultura dominada por la ideología del exitismo, la superficialidad y la mediocridad? ¿Los niños o las personas mayores? Es como si el hombre light de nuestro tiempo quisiera dejar la responsabilidad del cambio y la reflexión a las generaciones del futuro, sin hacerse él cargo de sus responsabilidades del presente.
Los niños no han nacido para ser filósofos, sino para ser amados, educados con responsabilidad y libertad, sin contrariar su fase lúdica, sin la cual pierden su razón de ser. No estoy afirmando que no haya un componente lúdico en la filosofía, porque de hecho existe, lo que afirmo es que la tarea del filosofar no se puede delegar ni trivializar en los niños. Su enseñanza en ellos es más que discutible. Existen mayores posibilidades que un niño sea más tarde filósofo, si antes de atosigarlo con teorías abstractas, recibe primero ejemplo de veracidad, justicia, bondad y libertad. Ese será el niño que estará mañana en condiciones inmejorables para filosofar con justeza y naturalidad.
Además, desde el psicoanálisis la razón ya no puede seguir siendo entendida como una entidad autónoma, sino imbricada e interactuante con lo emocional. El intelectualismo tuvo sus méritos y uno de los principales fue hacernos comprender la existencia de las verdades de razón. Pero también recién descubrimos sus limitaciones. Quizá de manera dolorosa después de la Primera y Segunda Guerra Mundial, las cuales provocaron en la conciencia de Occidente la llamada crisis de la razón.
Pero en vez de capitular ante la razón, como pretenden de modo escéptico y relativista las filosofías irracionalistas posmodernas, lo que hace falta es una nueva teoría de la razón, menos soberbia y antropocéntrica. A lo que hay que renunciar no es a la razón, sino al narcisismo de la ilusión de la razón autónoma. La teoría de la razón autónoma es una herencia griega y en buena hora, pero con el avance de las teorías las inteligencias múltiples y la inteligencia emocional se está llegando a comprender más cabalmente la importancia que tiene esta dimensión del alma humana en el proceso del discernimiento y conocimiento.
Esto es un asunto bastante serio a la hora de hablar del proceso educativo, porque una clase no está compuesta de alumnos integrados de puro intelecto sino además de emociones, y el docente debe saber conectarse con el mundo emocional. Es más, sin la comprensión de lo emocional no hay un adecuado proceso educativo. El niño y adolescente no es una mera máquina   de   pensar   sino   que  sobre  todo  es  un  ente pensante y sintiente. No sólo está ávido de conocimientos, sino también de estímulos adecuados para que estos conocimientos sean asimilados con alegría, fruición y felicidad. Es urgente no sólo una nueva teoría de la razón sino también un curso de caracterología para los docentes. Sin él se carece de la herramienta adecuada para distinguir la disposición congénita de cada individuo, que es único, distinto y original. Por lo cual no es posible educar sin conocer cada personalidad. La caracterología educativa busca forjar el destino de los hombres mediante la salvación de su conducta y la orientación vital.
Pues, no debemos olvidar que lo que requiere una sociedad antes que filósofos y científicos, es gente que de manera natural no sólo sepa distinguir el bien y el mal, sino, primordialmente, que sepa obrar bien y huir del mal. Pero esto no es posible hacerlo con fuerzas exclusivamente humanas. Aquí nuevamente se destaca el papel formativo de la madre, la cual  cumple un rol destacado, porque es ella la que con su ejemplo modela el corazón de los hombres, modela su religiosidad y sus sentimientos. Ella es la que nos enseña que existe el Amor. Y la preeminencia del amor  es destacado en los Evangelios:
“Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe, de tal manera que trasladara los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve”. (I Cor. 13, 1-3)
La madre es quien nos dota del mayor bien  existente en el universo, a saber, el amor. Porque el amor es mayor que la fe y la esperanza (I Cor. 13, 13). Entonces, cómo no vamos a elevar nuestra voz de protesta cuando avanza la masculinización psicológica de la mujer y la feminización del hombre en desmedro del amor que debe prodigar a los hijos y en la sociedad. Porque madre no es la que alumbra, sino la que llena de amor al hijo de sus entrañas. Todo se acaba y todo cesa, pero el amor nunca se acaba. Los padres de ahora nunca tienen tiempo para sus hijos, los profesores se ven obligados a recurrir a los abuelos en las reuniones con los padres de familia.
El amor en nuestra sociedad ha entrado en crisis. Tenemos una crisis de amor en marcha y esto es grave, porque sin amor el mundo está perdido, en vez de surgir los hijos de la luz surgen entonces los hijos de la oscuridad. Pulula el pandillaje, la criminalidad, la gansterización social, la anomia y la incredulidad. Y hay que recordar lo que nos dice el Apocalipsis. Las señales del fin del mundo son: la apostasía general, la  llegada del anticristo y la conversión de los judíos.
Y qué tiene que ver esto con las madres. Las mujeres de hoy están confundidas, no conservan ni la vida ni el matrimonio, sino que se acuden al aborto sin responsabilidad y se incurre en adulterio sin remordimiento. Todas las cosas andan enredadas, el bien está turbado, Dios olvidado,  pulula el cambio de naturaleza, el desorden en el matrimonio y la irregularidad en el adulterio y la impureza. Hace falta revestirnos de la armadura de Dios, porque si bien Satanás fue destronado por Cristo la batalla continuará hasta que el falso Cristo sea derrotado y surja el nuevo cielo y la nueva tierra.
Al respecto es bueno recordar que no hay ningún hombre que no esté en lucha contra el pecado, porque aun quienes reciben la gracia de Dios no eliminan el misterio del pecado, sino que ingresan a una nueva guerra en el que se desarrolla la orientación correcta de nuestras energías contra el pecado. Pues, la Gracia divina no remplaza la naturaleza humana sino que trabaja con ella, y desarrolla junto a los hábitos naturales los hábitos sobrenaturales. Por eso hay que insistir en que el panorama de la realidad sólo se alcanza con la virtud sobrenatural de la fe. No hay oposición entre Razón y Fe, porque la verdadera Razón involucra la Fe y la verdadera Fe no se divorcia de la Razón. La Filosofía sin la Fe está ciega, y la Fe sin la Filosofía está coja. Ambas se necesitan, aunque la preeminencia le corresponda a la Fe.
            Por ello, si bien la Filosofía requiere amor por la Verdad, también existe la filosofía que niega la existencia de la Verdad. El filósofo como cualquier hombre debe sumergirse en el mundo, relacionarse con sus congéneres, porque es en sí mismo y con ellos como descubrirá la verdad. Pero de aquí no se sigue que el filósofo no tenga como objetivo supremo alcanzar el saber absoluto, porque su saber en devenir es un escorzo de lo absoluto y tiene una mutua correspondencia con nosotros.  La  percepción  nos permite entrar en contacto con el ser en devenir, pero la razón nos permite entrar en contacto con lo Absoluto, las verdades necesarias y universales. Pertenecemos tanto al ámbito del devenir como al ámbito de lo absoluto y el filósofo sólo relacionándose tanto con lo inmanente como con lo trascendente descubrirá lo verdadero en sí mismo y en los demás.
De ahí que la más profunda filosofía no puede darse desligada de una sana búsqueda de Dios. En las más altas cumbres Filosofía y Teología están unidas, porque indagan por la fuente de todo lo existente que conduce al problema de Dios. La búsqueda de Dios no sólo es una cuestión de oración y amor sino también de conocimiento y sabiduría, de conocimiento de la realidad en su totalidad. De esta manera, sin conocimiento de Dios la Filosofía se extravía y descarría nuestro espíritu en el relativismo, escepticismo y nihilismo, enfermedades espirituales de nuestro tiempo posmoderno.
Todo lo cual demuestra que la Filosofía por sí sola no es la panacea de la sabiduría humana. En suma, concluyo con una pregunta: si aprender Filosofía es difícil, arduo y complejo, ¿cuánto más no lo será enseñarla? En suma, hay que restablecer al hombre en sus auténticas necesidades humanas de relación, trascendencia, identidad y orientación. Esta es la única manera de acabar con la amenaza del robotismo humanoide.
Muchas gracias

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            La razón técnica, que reduce la realidad a lo manipulable, aplicativo y eficaz, ha producido una distorsión existencial que afecta el núcleo de la personalidad humana. Lo anestesió ante cualquier conflicto entre principios morales distintos, el relativismo desempeña aquí una importante función. El libre ejercicio de las facultades espirituales superiores de la inteligencia y la voluntad han perdido la dinámica consciente. Su libertad débil y ligth no siente el arrastre de ningún principio moral, lo único que le impulsa es su interés particular. Y el hombre que actúa así para satisfacer  un impulso fariseo no es capaz de solucionar ni dar vuelco a ninguna crisis moral. Y ello es debido a que la inserción del imperativo moral en su vida se ve obstaculizado por un horizonte nihilista que desvaloriza cualquier absoluto.

Una existencia finita sin exigencias espirituales de moralidad, conocimiento y realidad –porque su nihilismo es integral- no está en capacidad de ofrecer un ethos, un pathos ni una physis, a no ser de modo unilateral y restringido. Lo que hace inferir implícitamente que la voluntad interviene siempre, pero en la posmodernidad la libertad del hombre está debilitada por el rechazo de los valores superiores y absolutos. Sólo la pulsión inconsciente del instinto lo empuja hacia la satisfacción de sus necesidades biológicas (saciedad, descanso, abrigo y desahogo) y psico-sociales (seguridad, comunicación, posesión, pertenencia), pero la ausencia de un sentido superior del mundo, la vida y la existencia va en desmedro del reconocimiento de sus necesidades espirituales (autodominio, educación, justicia y trascendencia). Sobretodo la necesidad de trascendencia es la más afectada en un clima intelectual en el que reina el agnosticismo, la indiferencia religiosa y el culto al éxito material. Esta clasificación de las necesidades humanas pertenece a mi amigo el embajador Antonio Belaunde Moreyra (De lo ávido y lo grávido, inédito), y creo que se presta bastante bien para ilustrar la vacuidad espiritual del hombre posmoderno.

  La posmodernidad inaugura un nominalismo vital, en la que se considera que nosotros lejos de descubrir el sentido de nuestra existencia, la inventamos, es una fábula y un sueño calderoniano más. Y esto es posible vitalmente precisamente porque el nivel espiritual de la existencia humana ha sido suprimida y violentada. Pero resulta que esta liberación respecto de los valores absolutos y de los imperativos morales sume al hombre en una vida homeostática, sin tensiones, sin dolor, ni sufrimiento.Lejos de cualquier autarquía cirenaica –del dominio de sí mismo- y de cualquier ataraxia –quietud absoluta del alma-, el hombre posmoderno proclama que la felicidad es el placer corporal, sensual, sibarita, muelle y en frenesí, una vida-disco de descanso y relajamiento.

 Pero esto  lejos de ser  una reivindicación legítima y creativa del derecho al ocio, resulta siendo una entrega pasiva y disolvente a vicios destructivos de la personalidad humana. Desconoce, así, que lo que el hombre realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por ideales, que den significación a su vida, y no sólo por metas contingentes. Pero en realidad, ni siquiera requiere eliminar esa tensión debido a que el ambiente cultural ha suprimido el sentir la llamada de un sentido superior. Esa tensión inherente al ser humano es indispensable para la salud espiritual de la civilización occidental, la cual se sigue hundiendo en el sopor de una vida sin significación. En este proceso desempeña un lugar preponderante el influjo arrollador de la razón técnica, con sus valores maquinales de eficacia, automatización y productividad, lo cual no constituye una alusión tecnofóbica sino un señalamiento del debilitamiento del acervo humanístico de la cultura.

            La misión del filósofo en un presente desvaído, sin realidades fundantes y sin proyecto, es comprender la situación del hombre de la posmodernidad para reencontrar el sentido de su actividad, contrarrestar  la tendencia autodestructiva del individuo y la sociedad, aprender de nuevo a pensar los primeros principios del mundo, restituir al sujeto sintiente y pensante, reestablecer la preeminencia de la verdad y la historia, enseñar a situarse en el momento actual para desenmascarar las posturas formalistas y sofísticas que prescinden del hombre y de la justicia, radiografiar la era en conflicto en escandalosa inmoralidad y pérdida de la visión de Dios, para devolver a la cultura su esencial rol de humanización.

¿Podrá un filosofar fundativo ser un dique de contención a la racionalización creciente que deshumaniza la vida? Frente a esta especie de locura cultural y moral propia de una personalidad colectiva esquizoide y psicopática que la hace insensible a los más palpables valores humanos, negando la solidaridad humana de base y que propugna solamente un comercium pero no un convivium, ¿será posible morigerar el sentido logocrático de Occidente? No lo sabemos. Pero s mejor optar por la rebelión de la filosofía que vivir sus exequias posmodernas. Este saber superior a toda ciencia particular vive un momento crítico, dramático, casi pos-filosófico. Pues, cada vez es más imperioso filosofar la filosofía, como modo de reencontrar su sentido, salvarla de un naufragio cultural y justificarla como una condición indesarraigable del hombre radical.

Basta analizar el mundo para recrearlo. Esta es, según la modernidad, la misión del hombre –o de algunos hombres-, se trata de vivir una vida teórica en función de la acción, desdeñoso de cuanto no fuese aplicado –a diferencia del platónico que se proponía crear desde la contemplación- . Pues bien, para el posmoderno tanto la acción como la contemplación son invalidados, exigen mucho esfuerzo para el temple moral del hombre anético, en su lugar se decide por el disfrute. Vivir una existencia sin teoría y sin ilusiones de cambiar la sociedad o mi propia interioridad equivale a sostener que mi ser no se agota en mi pensar ni en mi actuar, soy antes que nada mi libertad. Esto nos podría retrotraer a Max Stirner, el hegeliano de izquierda que elaboró un individualismo extremado que encontró en el Yo, en cuanto único, el fundamento de toda relación. Pero el Unico de Stirner es resistencia  frente a toda exterioridad y voluntad irreductible de autoafirmación del yo. Mientras que, para el posmoderno la imagen que el yo se hace de sí mismo es ficcional, y por lo tanto mi libertad es en realidad imagen de nosotros mismos que los otros nos trasmiten.

De esta manera, mi libertad no encuentra en el Yo una interioridad sustancial sino una fantasmagoría social. Sin sentido sustancial de la conciencia, de la vida, del hombre y de la historia la posmodernidad se recuesta plácidamente en el lecho del placentero disfrute. Y lo que aparece como concentración de todos los esfuerzos en la superación personal no es sino vivida como otro sueño más. La misión del filósofo en la era anética de la posmodernidad es oponerse al ficcionalismo escéptico de la realidad y de los valores refundamentando la mismo no sólo metafísicamente sino abriendo hacia el diálogo con lo Absoluto, como causa primordial del desvarío subjetivizante de la cultura occidental.

1 comentario:

  1. Hoy, un nuevo bucle en la espiral evolutiva de la civilización nos ha volcado nuevamente al animismo.... Que dificil evitar que mezquinos y temerosos intereses distorcionen y esclavicen nuevamente al ser humano ya nó a nivel espiritual sino cuantico!!!

    Saludos desde Quito.

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