OTTO WEININGER Y LA
METAFÍSICA DE LOS SEXOS
Gustavo Flores Quelopana
Resumen
La filosofía del sexo de Otto Weininger sostiene que existe
una enorme distancia cósmica-metafísica entre el hombre y la mujer. El hombre
es forma, la mujer es la representante de la materia en la humanidad y es el
hombre el que le da forma. La mujer no es sublime, grande, ni bella. Es amoral,
carece de ideal, voluntad, lógica y alma. Nada de esto justifica la barbarie
del hombre contra la mujer. La mujer no peca es el pecado. Pero la nada que es
la mujer es tan eterna como el ser que es el hombre. Sólo renunciando al coito
el hombre anular lo femenino en la mujer, hay que vencer la feminidad. El
problema de la humanidad es el problema de la mujer, pues tanto el hombre como
la mujer deben vencer su sexualidad, sin ello la humanidad no puede redimirse.
Así, el coito se opone a la idea de la humanidad porque tanto el hombre como la
mujer se transforman en objeto.
1. LA INVALIDACIÓN DEL COITO
Otto Weininger fue un filósofo precoz y suicida
nacido en Viena en 1880, de padres judíos, de niño fue alegre, de pronto se
despertó en él un violento afán de saber que lo lleva a leer en abundancia
historia, literatura y filosofía. En la Universidad cultivó ciencias naturales
y matemáticas junto a la física y filosofía. Su extraordinaria concentración
mental lo llevó hacia un carácter taciturno, atormentado y triste, cada
postulado descubierto se lo imponía sobre todo a sí mismo, vivió su filosofía y
cuando ya no pudo resistir se quitó la vida con apenas 23 años en 1903. En el
2003 se celebró en el mundo el centenario de su prematura muerte y de su
magistral libro. Su obra Sexo y
carácter publicado en ese mismo año es
uno de los casos más extraños -por la interrupción voluntaria de su vida- y extraordinarios
–por la profunda y riquísima doctrina que elabora- de toda la historia de la
filosofía del siglo XX. A los veinte años era partidario de la filosofía empirio-criticista
de Avenarius, especie de positivismo en boga en Alemania y Austria por aquellos
años; pero luego se convierte a la tendencia contraria, el neokantismo en su
versión historicista de Simmel, Dilthey, etc. adosado de ahondamiento
metafísico. Las ediciones de su libro se sucedieron con rapidez asombrosa, en
1923 alcanzaron a veintisiete con traducciones a siete idiomas, éxito que el
autor no llegó a ver tras dispararse un tiro en la misma habitación que ocupó
en su tiempo Beethoven. Su libro, fruto de un adolescente genial, es importante
para la filosofía de la condición humana no sólo porque está lleno de riquísimo
material sobre caracterología, psicología, ética y lógica, sino porque su
investigación de la caracterología de los sexos se prolonga hasta agotar sus
posibilidades filosóficas. La idea central del libro es que la feminidad es el
mal, debe ser negada y suprimida para retornar al sentido moral de la castidad
universal. Se pueden rechazar de plano sus planteamientos fundamentales pero no
se puede desconocer que el libro aborda uno de los problemas más oscuros y
angustiosos de la humanidad: el sexo.
Desde el Prólogo deja sentado que el punto de
partida es el contraste entre los sexos, que el libro es antifeminista porque
niega y desvaloriza la feminidad, pero el análisis deriva hacia el problema de
la culpa que se enlaza con los profundos enigmas de la existencia. Es el
egoísmo sexual machista el que quiere ver a la mujer mejor de lo que es. La
culpa mayor y esencial pertenece a los hombres.
El libro consta de dos partes, la primera es
la menos extensa, comprende seis capítulos, es de carácter biológica y aborda
la diversidad sexual. Siendo más importante la segunda parte me referiré
brevemente a la primera. Afirma que el límite de lo masculino y lo femenino es
muy difícil de establecer, existe una intersexualidad originaria, la atracción
sexual funciona con estos grados de intersexualidad. Reconoce que la
homosexualidad es una tendencia que existe en todos los seres humanos, porque
en cada individuo hay oscilaciones de la característica sexual. Mientras el
hombre femenino está orgulloso de su físico, la mujer masculina lo está de su
inteligencia. La mujer emancipada actualiza lo masculino que hay en ella. Las
mujeres emancipadas presentan caracteres anatómicos propios del varón, así las
feministas tienen formas intersexuales avanzadas. No por casualidad las mujeres
célebres han sido homosexuales o bisexuales como Safo, Catalina II de Rusia, la
Reina Cristina de Suecia o George de Sand quienes fueron lésbicas o se
enamoraron de hombres afeminados. La mujer no es genio ni puede serlo. Y en la
actual era afeminada aumentan los petimetres y homosexuales.
La segunda parte es la más importante,
original, extensa, consta de catorce capítulos y de la cual sólo presentaré una
síntesis apretada. Comienza afirmando que a pesar de todas las formas
intersexuales existentes en los individuos siempre asumen el papel de lo
masculino y lo femenino –incluso en el homosexualismo y lesbianismo-. La
diferencia radical entre ambos sexos es que mientras la mujer está poseída por
el sexo, en cambio el hombre tiene un sexo. Esto le da al hombre la capacidad
de autonomía frente al sexo, lo cual no tiene la mujer. A la mujer le preocupan
muy poco las cuestiones extra-sexuales, carece de vida interesante y talento
profundo. La mujer es sólo sexual. Sobre la conciencia sostiene que en las
mujeres pensar y sentir son inseparables, por ello son emocionales, carecen de
firmeza y juicio, esperan que el varón las esclarezca conceptualmente, viven en
la inconsciencia, lo cual las hace amar al hombre de inteligencia superior a
ellas. La mujer recibe su conciencia del hombre. La mujer es incapaz de ser
genial, porque la genialidad está vinculada a la más alta masculinidad ideal,
es la máxima conciencia. El talento es especialista mientras que el genio es
universalista. El genio es un gran conocedor de los hombres, tiene marcados
periodos de actividad y se trasluce casi siempre en rostros interesantes. El
hombre genial es de extraordinaria memoria, recuerda su infancia, en cambio la
memoria femenina se limita a la sexualidad y a la familia. La fantasía
masculina tiene capacidad formadora en música, arquitectura, plástica y
filosofía, en cambio la ausencia de fantasía en la mujer responde a la
indiferenciación de su vida psíquica. La capacidad de dar forma a un caos
pertenece a los individuos de memoria más extensa, de apercepción más general
lo cual es característico del genio masculino. La memoria es un fenómeno
exclusivo del hombre, lo cual le permite tener valor del tiempo, del deber y de
la inmortalidad del alma. La memoria continúa posibilita las leyes lógicas, por
ello la mujer carece de lógica, es crédula, miente sin pesar y es amoral. La
genialidad es la suprema moralidad y por eso es deber de todos alcanzarla. El
genio es una elevada forma de existencia intelectual y moral, en él no cabe el
solipsismo teórico ni práctico, es la suma moralidad, deber y compasión, siente
como recíproco el Yo y el Tú, jamás asume al prójimo como medio sino como fin
en sí mismo, cree en el alma y en el Yo eterno, no es presumido, ni vanidoso
pero sí orgulloso. En contrapartida la mujer es amoral, carece de fuerza de
voluntad, de lógica y de alma, no tiene personalidad. La psicología sin alma es
eminentemente femenina. La mujer es envidiosa porque carece de amor propio, es
impúdica y hostil, vanidosa y necia, confunde su cuerpo con su Yo. No ama la
verdad ni la soledad, por eso no puede ser filósofa. Por otro lado, la
maternidad física y la prostitución son una posibilidad constante de todas las
mujeres, la prostitución radica en la naturaleza de la mujer. Es falso que la
mujer sea monógama, lo es el hombre que es partidario de la virginidad e
inventor de la institución del matrimonio. La maternidad no es ética porque es
egoísta, pero protege la vida terrestre en cambio la prostituta la consume y
hace del coito un fin en sí mismo. La mujer no tiene un ideal de hombre, es el
falo lo que la hipnotiza, las mujeres no quieren belleza ni amor platónico sino
sexo, quien ama es el hombre pues la mujer sólo se enamora. El amor es distinto
del impulso sexual, deriva de lo ético y no de lo estético. El hombre proyecta
la belleza en la mujer, ella no es bella sino tentadora y sexual. Sobre la
naturaleza de la mujer y su significación en el universo dirá que el hombre más
abyecto tiene algo de bueno en cambio en ninguna mujer hay algo de
trascendental. Nada justifica la opresión de la mujer pero hay que dar la
bienvenida a la mujer masculina. La tercería o el celestinaje es fundamental en
la mujer, que ve en todo al coito. La mujer surge de una inmensa estupidez,
sólo es feliz cuando es dominada por el hombre. Es pasiva y receptiva, no es
libre ni tiene un destino. Está excluida de la vida trascendental. Hay pueblos
y razas con una marcada feminidad –chinos, negros, judíos-, entre ellos nunca
se dio auténticos genios, por lo que las
deducciones hechas sobre la masculinidad y la feminidad se refieren sólo al
hombre y mujer arios. Y en el capítulo final dedicado a la mujer y a la
humanidad sostiene que la feminidad es una amenaza a la idea de humanidad. Fue
la mujer la que hizo creer al hombre que la castidad es antinatural e imposible
porque teme que fracase el acto de procreación. Si el sexo deja de ser
importante entonces la mujer pierde su razón de ser. El feminismo es la
emancipación de la prostituta que hay en toda mujer. Hoy es ella la que en
complicidad con el hombre impone la cultura del coito, determina lo que es
varonil y resta importancia a la virginidad. La mujer aspira al coito no al
amor. Ella es la principal enemiga de su propia emancipación, su liberación
depende de la del hombre especto al sexo. El placer no es inmoral, lo es cuando
se impone a la voluntad. El coito es inmoral porque en él tanto el hombre como
la mujer se utilizan como medio para obtener un placer egoísta o un hijo.
Frente a la mujer al hombre sólo le queda imponer la conducta moral en vez de
la conducta sexual. La mujer sin masculinizarse no puede ser lógica ni ética.
En conclusión, existe una enorme distancia
cósmica-metafísica entre el hombre y la mujer. Lo femenino es pasividad y
contingencia frente a lo masculino que es actividad y eternidad, lo femenino y
lo masculino son categorías últimas que se aplican a toda la realidad. La
inferioridad femenina no es cultural sino metafísica. La mujer no es una
existencia ni una esencia, es una Nada. No tiene microcosmos pero es algo más
que individuo, es una persona y un ser humano. Tiene la forma externa pero no
la interna de lo humano. No es libre y sólo quiere ser aceptada como cosa. El
hombre es forma, la mujer es la representante de la materia en la humanidad y
es el hombre el que le da forma. La mujer no es sublime, grande, ni bella, es
amoral, carece de ideal, voluntad, lógica y alma. No ama la verdad, no
pertenece al mundo inteligible, sólo al mundo corporal, vive poseída por el sexo,
no tiene talento y menos genio. Nada de esto justifica la barbarie del hombre
contra la mujer. Por su lado, el hombre es imagen de Dios. La mujer no peca es
el pecado. Pero la nada que es la mujer es tan eterna como el ser que es el
hombre. Sólo renunciando al coito el hombre anular lo femenino en la mujer, hay
que vencer la feminidad en la cultura actual. El problema de la humanidad es el
problema de la mujer, pues tanto el hombre como la mujer deben vencer su
sexualidad, sin ello la humanidad no puede redimirse y lo genial no se puede
acentuar. El temor a la castidad universal que puede provocar la desaparición
de la especie, nace de la falta de fe en la inmortalidad individual y en la
vida eterna de la individualidad moral. La castidad sólo mata al individuo
corporal pero no al individuo espiritual. Así, el coito se opone a la idea de
la humanidad porque tanto el hombre como la mujer se transforman en objeto. La
humanidad no podrá redimirse sin castidad universal, sin abolir el sexo, el
coito. Lo único verdaderamente supremo de lo humano es la vida eterna de la
individualidad moral propia de lo genial.
2. APRECIACIÓN CRÍTICA
Lo primero que destaca en el pensamiento de
Weininger es su profundo compromiso platónico de defender que sólo el reino de
las ideas tiene esencia y realidad, mientras que la vida empírica es mero
accidente. Por esa razón encuentra una metafísica de los sexos donde lo
permanente lo es todo frente el pasajero fenómeno empírico.
Su radical defensa de las ideas eternas y los
valores permanentes e invariables es causa también de que Weininger se oponga
al espíritu de la sociología que trata de estudiar los efectos de las
instituciones sociales sobre el pensamiento y las acciones humanas.
En tercer lugar ofrece un cuadro ilusorio de
la mujer, tratando de hacer valer para todo tiempo las características de la
mujer burguesa, la misma que está muy bien descrita en sus funciones
peculiares.
En cuarto lugar, su método deductivo y
especulativo ofrece coincidencias muy interesantes que no pueden ser
accidentales con otras teorías psicológicas contemporáneas. Pero también el
método de investigación de Weininger es radicalmente diferente del método
práctico utilizado por Freud en sus investigaciones clínicas, Margaret Mead
quien se instaló entre las tribus primitivas de Nueva Guinea, o del empleado
por Mathias y Matilde Vaerting al basarse en la historia comparada. Para
Weininger el objeto de la ciencia es el “tipo ideal”, por lo que no busca
descubrir hechos empíricos sino establecer la pura idea platónica del tipo
“Hombre” y “mujer” en sí mismos. No le interesa en método experimental ni la
estadística.
Por otro lado, en una época en que la mujer
se liberaba de suna situación subordinada el libro de Weininger aparece como el
esfuerzo supremo para salvar la superioridad del hombre, y ello a pesar de
estar a favor de la igualdad de derechos. En consecuencia, elevó el nivel de la
controversia política hasta el reino metafísico de las ideas eternas, para
mantener las prerrogativas de la superioridad masculina dentro de un sistema
filosófico de valores absolutos.
Sobre la base de deducciones empíricas sentó
la idea de la inferioridad innata de la mujer, para a partir de allí establecer
en un plano trascendental la superioridad del principio masculino genial.
La tipología ideal de Weininger constituye la
aplicación de las “ideas de la razón” de Kant a la psicología, cada vida
individual se aproxima en forma intermedia a estos patrones invariables de
medida.
Su concepción de las formas sexuales
intermedias –lo femenino y masculino está presente en los miembros de ambos
sexos y en el mismo individuo- es acentuadamente individualista del mismo que
toda su filosofía es una apoteosis del espíritu individual. Creía en una
educación individualizadora.
A lo largo de su obra habla con temerarias
generalizaciones abstractas de la sustancia femenina como mendaz y amoral que
cuando algún hecho le contradice, su método de la idea platónica del tipo ideal
lo reduce a alguna categoría particular de las formas sexuales intermedias.
Siguiendo el criterio kantiano que ningún ser
humano debe ser usado como medio, para Weininger el acto sexual es degradante e
inmoral. El amor es puro y nada tiene que ver con la sexualidad.
Pero aquí aparece una falacia lógica. Pues si
la mujer no es más que sexo, entonces el acto sexual resulta ser el
cumplimiento de sus propios fines y no es algo ajeno y dañoso a ella. Es decir,
Weininger no comprendió la naturaleza sexual de la mujer y trató de cambiar su
esencia. Nunca llegará a comprender al apóstol San pablo que decía “mejor es
casarse que quemarse”
Por eso más que un argumento convincente
parece tratarse de una racionalización de un instintivo temor sexual. Esto ha
dado motivo a muchas teorías y especulaciones psicológicas sin bases seguras sobre
su aversión hacia la mujer.
Concluyendo, podemos preguntarnos de dónde
proviene la vigorosa idea de Otto Weininger sobre la inferioridad femenina. Al
respecto podemos traer a colación las palabras que Fritz Wittels escribió
acerca de Freud y que pueden aplicarse al caso de Weininger: “En Austria nunca
pudo escapar al sentimiento de inferioridad que lo afectó tempranamente, como a
todos los judíos en los países de habla
alemana, a los que actúan en círculos intelectuales”. Es decir, se trata de un
sentimiento de inferioridad compensado por la ambición, el deseo de
autoestimación y dominación relacionado con el hecho de su ascendencia judía.
Su libro es de hecho un tratado sobre el
problema del genio y el sexo, lo que en lenguaje profesional ha sido llamado
“la enfermedad profesional del genio”. En otras palabras y haciendo uso de lo
que en teoría psicoanalítica se llama “racionalización”, lo que ofrece
Weininger es su propia desgarradora lucha como individuo genial ante el
problema atormentador del sexo. Por lo demás, su obra no es la simple
contraposición entre lo masculino y lo femenino sino que se trata del abismo
que existe entre el genio y la mujer. Frente al genio la mujer sólo posee el
sexo.
Sin embargo, su convicción que la mujer tiene
un interés esencial en la sexualidad resulta incontrovertible por la evidencia
empírica e histórica, aun cuando discrepemos con la abolición del sexo y su
apreciación peyorativa.
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