LOS TRES PRINCIPIOS DEL
FILOSOFAR
Los
elementos esenciales del filosofar se trifurcan en tres principios: la
universalidad, la multiformidad y la distinción entre forma y contenido de la
filosofía.
§ 1. Universalidad de la filosofía
Como
ya lo habíamos señalado antes, Lévy Bruhl terminaría sus días convencido de que
no hay hombre prelógico y propuso la categoría de mentalidad participatoria,
Lévi-Strauss recogió su legado y fue más lejos al proclamar la universalidad
del mito, Gusdorf insistió en la lectura de los mitos como una metafísica
primera, Mircea Eliade analizó la naturaleza arquetípica y de retorno periódico
de las sociedades arcaicas e destacó en que lo sagrado constituye la
experiencia fundamental del homo
religiosus, y Jaspers, en contra de Hegel y de Heidegger, sostuvo que la
filosofía está en todo tiempo, desde el comienzo de la historia, en los mitos,
refranes y apotegmas. No hay forma de escapar de ella. Sin embargo, y a esto es
lo que nosotros advertimos, no siempre está manifestada del mismo modo.
Por consiguiente,
aprendí a seguir la pista de mi intuición, demasiado fuerte, a lo que podía
llevarme hasta los presupuestos básicos y a dejar de lado todo lo demás, el
cúmulo de cosas que invaden la mente y que alejan a uno de lo esencial. Pero se
puede sospechar que la ingente labor de Jaspers no es una labor concluida. Así,
por ejemplo, supuso la existencia de tres grandes tradiciones filosóficas: la
India, la China y la Griega; pero si se extiende el principio básico jasperiano
de la universalidad de la filosofía, es preferible completarlo añadiendo una
cuarta y otra quinta tradición: la Andina y la Africana.
La universalidad de la
filosofía no puede excluir a ningún pueblo de la historia que se haya visto con
mitos, refranes y apotegmas. Más aun, nos hemos visto obligados a ser
consecuentes con la universalidad de dicho principio y extenderlo más allá de
lo ancestral e ir hacia arcaico, hacia la misma Edad de Piedra. Esta
consecuencia paradójica será la que nos llevará a analizar, en la determinación
total de la fundamentación mitocrática, la cuestión de la lógica filosófica y
la preguntabilidad de la filosofía. Es decir, si el pensamiento es el que crea
la lógica o la lógica es el que da lugar al pensamiento, y si la pregunta de la
filosofía tiene que ver con aquella prehistórica experiencia fundamental de la
manifestación de una trascendencia ontológica que da lugar a la expresión de lo
sagrado.
Sólo en este sentido los estudios de Miguel León Portilla sobre La filosofía náhuatl estudiada en sus
fuentes (1956) y de Placide Tempels con su La filosofía bantú (1945) pueden encontrar plena justificación y
fundamento. No basta con incluir otras tradiciones, como la africana y la
andina, en la universalidad de la
filosofía sin antes haber demostrado la posibilidad misma de la universalidad
de la filosofía. De modo que, de poco sirve precisar que al incluir estas dos
tradiciones más uno no se me refiere a aquel periodo histórico de determinados
pueblos que han “injertado en su tradición cultural” a la filosofía occidental,
sino que ya poseían el pensamiento filosófico antes de su contacto con los
europeos, aunque bajo una manifestación distinta a la griega, puesto que de lo
que se trata es de analizar el fundamento de la posibilitación de la
universalidad filosofar mismo.
La posibilidad de la filosofía en las culturas aborígenes no
occidentales, nos remite a lo que se entiende por “filosofía”. Siendo muy
distintas las características materiales, históricas y culturales de los
diversos pueblos, resulta siendo bastante arbitrario tratar de hacer valer las
notas de la filosofía griega como las únicas legítimas como tal. En realidad, también
pierde todo sentido aquella distinción peyorativa entre “filosofía en sentido
estricto” (griega y occidental) y “filosofía en sentido amplio” (Oriente). Esta
incongruencia insiste en una seudo distinción desorientadora y eurocéntrica.
Pues, cabe hacerse la pregunta: ¿si “filosofía en sentido amplio no es
filosofía”, entonces, qué utilidad tiene esta distinción? Ninguna.
En realidad,
hubiese bastado decir que existe un pensamiento no-filosófico presentado como
filosofía. Y cuál sería este pensamiento no filosófico presentado como
filosofía: el mito, responden. Y cuando hablan del mito se refieren a pueblos
que no observan las reglas lógicas, no elaboran ideas complicadas y carecen de
coherencia, pero todo ello en comparación con Occidente. Pues es inevitable que
nos preguntemos: ¿Qué reglas lógicas no observan? ¿Ideas complicadas respecto a
qué?, ¿de qué clase de coherencia carecen?, ¿qué tipo de ideas complicadas no
elaboran? ¿Acaso no fueron lo suficientemente aptos para sobrevivir
organizándose ordenadamente por miles de años?
Pero ocurre que esto no es
cierto, puesto que se tratan de opiniones hipotecadas al viejo paradigma del
modelo etnológico monista naturalista diacrónico y que no acepta el pluralismo
culturalista sincrónico. Felizmente todo el trabajo de la moderna antropología cultural
y estructural de
Lévy Bruhl, Marcel Mauss, Mircea Eliade
y Lévi Strauss, así lo demuestra. Como se sabe el contenido tradicional de la
etnología eran las sociedades pre-escriturales, pero hoy también se abarca las
sociedades postindustriales, sobre todo cuando se advierte que la telemática
conforma una civilización electronal donde predomina el homo videns, a decir de Sartori, en desmedro del homo grafos. No es que volvemos hacia la
sociedad pre-escritural, sino que vamos hacia una sociedad post-escritural.
Tema en el que no insistiremos aquí.
§ 2. Multiformidad de la filosofía
La
consecuencia lógica es que la filosofía no siempre se manifestó del mismo modo
en todos los tiempos, es multiforme. La filosofía se habría mostrado de varias
formas y lo seguirá haciendo, porque en último término es una manifestación del
logos humano, logos que oscila entre la ratio, el mito y lo concreto. Y aquí el
término “formas” no alude a las formas doctrinales sino a las formas
civilizacionales del saber filosófico, formas civilizacionales que condicionan
el derrotero de las formas doctrinarias. Pues la racionalidad humana aun avanza
sirviéndose de los senderos de la razón, la intuición y la percepción. En todos
está presente el pensar filosófico, aunque con distinta lógica y distinto fondo
metafísico.
La conceptualización de la filosofía mitocrática marca una
profunda ruptura con la definición monocultural de la filosofía. Pero aquí no
se trata repetir la consabida discusión ni negación de que la filosofía como
término y concepto nace en Grecia. No vamos a discutir lo que es cierto, a
saber, que la filosofía como concepto es creación del genio helénico, tal como
defienden nuevamente Giovanni Reale y Darío Antiseri en Historia del Pensamiento filosófico y científico (1988).
Estos han
argumentado, desde el punto de vista tradicional y eurocéntrico, la imposibilidad
de una procedencia oriental de la filosofía afirmando que: (a) ninguno de los
filósofos griegos de la época clásica hacen la más mínima mención de un
presunto origen oriental de la filosofía, (b) se ha demostrado históricamente
que los pueblos orientales que entraron en contacto con los griegos tenían una
sabiduría constituida por convicciones religiosas, (c) ninguna utilización
griega de escritos orientales ha llegado hasta nosotros, y (c) si alguna idea
de la sabiduría oriental penetró, los griegos le otorgaron una forma
rigurosamente lógica.
Ninguna de estas aseveraciones es falsa, pero sí son
incompletas y unilaterales. Pues, toda la argumentación está basada en que la
filosofía tanto en su forma y fondo es de origen griego. Y lo es
ciertamente desde el paradigma de la filosofía logocrática, pero deja de serlo
cuando consideramos la existencia de otro tipo de paradigma, a saber, la
filosofía mitocrática. Entonces, se hace evidente que con los griegos nace una
nueva forma de hacer filosofía, totalmente distinta y contrapuesta al saber
oriental. Mientras la filosofía mitocrática oriental es religiosa y regida por
el principio de contradicción, la filosofía griega es racional o logocrática y
regida por el principio de identidad.
Obviamente que la vida espiritual griega
le otorgó una nueva forma lógica a la filosofía. La sabiduría religiosa
oriental estaba penetrada de filosofía en una forma diferente, pero el contenido
era el mismo que el griego: afán de conocer los fundamentos últimos del
mundo. En los orientales tal saber tiene una finalidad religiosa, buscar la
salvación, en los griegos posee una finalidad teórica y científica, de ahí que
permitió el nacimiento de la ciencia occidental. Pero hay que tener presente
que cada cultura es una galaxia con vida propia.
Por eso, tampoco se trata de
echarnos a buscar en cada tradición cultural el equivalente homeomórfico del
quehacer filosófico, como plantea el filósofo intercultural católico
Raimundo Panikkar, en su libro La
experiencia filosófica de la india (2007), y que en el Perú lo han hecho con
buena intención Mario Mejía y Víctor Mazzi. No
obstante, su pluralismo intercultural cree posible superar la definición
conceptolátrica de la filosofía a través del descubrimiento de los equivalentes
homeomórficos en cada cultura, pero con ello caen atrapados en las redes del
criterio comparativista con el modelo filosófico griego. Y de esta manera, es
decir sin salir del patrón griego, no es posible demostrar coherentemente una
forma de filosofar distinto al occidental.
§ 3. Forma y contenido de la filosofía
Pues,
más allá del argumento de que la filosofía como “término” no es transcultural,
subyace la profunda verdad de que existe un contenido
que permite superar la definición occidental de la filosofía. Y esto es así
porque a pesar de que la filosofía asume ciertos rasgos nacionales, según el
lugar donde se le cultiva, ella es universal. El estereotipo de que el nombre y
los problemas de la filosofía nacen en Grecia, no comprende la verdadera universalidad del pensamiento
filosófico, el cual trasciende pueblos y nacionalidades al incumbir a la
condición propia del hombre.
Hegel
decía que la filosofía es producto del Espíritu absoluto, y que ésta aparece
cuando se alcanza un cierta grado de interioridad, cuando se logra la
conciencia de la libertad, y se origina cuando el espíritu de un pueblo entra
en decadencia, por ello ataca y niega el mundo existente, es la autoconciencia
que viene a culminar lo inevitable.
Según Hegel no hubo filosofía entre los pueblos
que establecieron Estados naturales, como México y Perú, y que ésta recién
aparece en los pueblos con Estados históricos o racionales. El valor del Estado
reposa en la idea de la libertad. No tiene sentido criticar anacrónicamente a
Hegel, pero sí lo tiene reprochar a quienes, como Sobrevilla (Repensando la tradición occidental,
Amaru editores, p. 234, Lima 1986), critican su eurocentrismo, al no tomar en
cuenta Africa ni América, pero al mismo tiempo niegan la existencia en sentido
estricto de la filosofía no occidental. Pues, qué sentido tiene reprochar el
etnocentrismo histórico de Hegel sin cuestionar su eurocentrismo filosófico.
Pues ninguno.
Cuestionar el valor del Estado racional en el sistema de Hegel
nos conduce directamente a discrepar
sobre su concepción del origen de la filosofía. Lo uno lleva a lo otro, de nada
sirve evadir las cuestión o salir con alambicadas soluciones. De esto se deduce
que, en los Estados teocráticos y despóticos orientales, donde por la religión
la verdad es alcanzada por el sentimiento y la creencia, la filosofía existe y
está presente no precisamente para atacar o negar el mundo existente, sino para
llevar al mundo a su plenitud ontológica. A esta consecuencia nos llevaría el
negar el valor del Estado natural de Hegel, el no
hacerlo sería una inconsistencia abrumadora de quienes predican la imitación
rigurosa del racionalismo constructivo germano.
Pues, rechazar el infravalor
del Estado natural hegeliano nos llevaría a problematizar no sólo la idea de la
Naturaleza, como el Espíritu fuera de sí o exterioridad, llevándonos a admitir
un cierto nivel de interioridad del Espíritu en la Naturaleza, sino que sobre
todo nos conduce a deliberar sobre el eje de la historia, que según Hegel es la
idea de la libertad. Y cuestionar este sitio significa poner en puntos suspensivos la piedra de
toque de toda la filosofía hegeliana, a saber, la libertad como la sustancia
del Espíritu. Negar el enfoque eurocéntrico de los Estados naturales sin hacer
lo mismo con el etnocentrismo filosófico es una inconsecuencia teórica o una
jerigonza sofística que no comprende la verdadera universalidad de la
filosofía.
Unido a este enfoque etnocéntrico del Estado natural está la idea
estereotipada y muy extendida de que la "democracia" favorece el desarrollo de la
filosofía. Esta idea podrá ser cierta, y no sin ciertas restricciones, dentro
de la tradición del Estado moderno, pues ya vimos a los niveles de dogmatismo
que descendió la filosofía en Rusia durante el sovietismo y el ostracismo y
persecución que tuvo que afrontar en Alemania durante el nazismo. Pero la joven
democracia ateniense no fue menos amable con Anaxágoras, Protágoras, Sócrates,
Ptolomeo Lago, Platón fue vendido como esclavo por el tirano de Siracusa, a la
muerte de Alejandro (323) Aristóteles tuvo que huir para que los atenienses no
pecaran por segunda vez contra la filosofía con el delito de impiedad y a
Séneca el emperador Nerón le ordenó poner fin a su vida. La histeria religiosa no estuvo ausente en Grecia en la persecución de los filósofos, la democracia ateniense la emprendió contra los "intelectuales" por impiedad. Que la democracia ateniense favoreció a la filosofía no resiste el análisis y es un mito ligado en gran parte a la falsa idea marxista de que las ideas filosóficas tienen como base material la vida social.
Así que aquella
versión que dice que el hombre oriental se veía obligado a la obediencia ciega
al poder religioso y político, mientras que en Grecia se tenía una gran
libertad respecto a la religión no es más que una fábula. Las condiciones
socio-político-económicas obviamente que influyeron sobre la filosofía y fueron
distintas en el mundo mitocrático oriental y en el conceptolátrico griego.
Por
lo demás, en el mundo oriental no estuvieron ausentes las revoluciones
religiosas. Quizá la más famosa de ellas sea la que implementó el Faraón
Amenofis IV, en la segunda mitad del segundo milenio a. C., quien cambió su
nombre por el de Akhenatón, una de las figuras más controversiales de la
historia de Egipto, debido a su intento de establecer el monoteísmo basado en
el culto del disco solar, Atón, lo que llevó a algunos investigadores a
establecer extraños paralelismos entre su figura y la de Moisés (Aldred, C., Akhenatón, el Faraón hereje, EDAF,
1988).
Otro ejemplo de discrepancia religiosa en el mundo oriental, la
encontramos en el Zend-Avesta del
persa Zoroastro, hombre que ha llegado a una nueva visión de Dios y se siente
obligado anunciarla al mundo. Actualmente se estima que vivió hacia el año mil
a. C. o quizá un siglo después. También tenemos a los sistemas heterodoxos o
materialistas (Nástika) de la India, en el siglo VI a. C., el charvaka, budismo
y jainismo, los cuales no aceptan la autoridad de los Vedas. Entre los pueblos
de la antigua América encontramos a Quetzalcóatl de toltecas y aztecas, Naylamp
en los mochicas, Manco Cápac en los Incas, y Kukulcán en los Mayas, como dioses
reyes enviados a la tierra con un plan civilizador. El rey de Texcoco, en
México, al parecer había llegado ya al monoteísmo, pues hablaba de un dios
invisible, que no podía representarse, “Aquel por quien todos viven” y al que
daba el nombre de Tloque Nahuaque.
El Inca Garcilaso, por su lado, al describir al dios Pachacamac como ánima del
mundo-universo y no como Hacedor ni Creador, como sugería la palabra Pachayachachic del Padre Acosta, nos
plantea con nitidez un monoteísmo incaico, de carácter dualista
complementarista, es decir, un Dios Ordenador frente al Caos material (véanse
mis libros Visión del Perú del Inca
Garcilaso, Lima 2008, y El Inca
Garcilaso como Filósofo, Lima 2008).
Como vemos, pues, tampoco en las sociedades teocráticas faltaron
los reformadores religiosos radicales que desafiaron los dogmas establecidos. Así
que, aquello de la obediencia ciega al poder religioso en el mundo oriental no
es más que otro estereotipo occidental que no diferencia entre forma y
contenido de la filosofía y repetido acríticamente por el rutinario homo academicus.
Pero
hay algo muchísimo más importante en este punto, que subyace como fondo
metafísico diferenciador entre la filosofía mitocrática y la filosofía
logocrática. Y es que mientras una piensa el ascenso de la conciencia hasta
Dios, la otra aborda el acercamiento de Dios al hombre. Mientras una ve lo
verdadero aprehendido en su pura idealidad, la otra ve lo verdadero como
concreto. Aquí el giro clave se muestra en el concepto de Dios, en la idea de
lo Absoluto.
En tanto que una hace que los conceptos no paralizan lo real en
una abstracción construida por el entendimiento, sino que hace inteligibles los
procesos de la realidad natural mediante metáforas donde el ser entraña el no
ser; en cambio, la otra desplaza el devenir como objeto primario de las
preocupaciones teóricas y convierte, desde Aristóteles, a la abstracción
inmutable del silogismo en el núcleo de la lógica identitaria. A la filosofía
mitocrática le interesa llegar a la idea absoluta de Dios, la Sustancia
independientemente de la existencia, de la experiencia y lo concreto.
Por eso
se consuma en una filosofía religiosa o en una religión filosófica que pretende
alcanzar la idea de Dios o del Ser no reductible a idea, no es voluntarista
sino contemplativa o meditativa. En ella hay éxtasis o elevación y
transfiguración de la mente hacia Dios. Dicha transfiguración operada
directamente por Dios, y que, según comprobó el psiquiatra francés Pierre Janet
(De la angustia al éxtasis, 1928, p.
497), provoca un gran sentimiento de gozo, es el lenguaje del amor, de la
deificación, como fase supraintelectual de la ascensión mística hacia Él. El
cese de la búsqueda y el paso a la comunión con lo divino también lo
encontramos en Filón, Plotino y la mística occidental, verdadero ejemplo
viviente de lo mitocrático como componente del logos humano.
A propósito, llama
la atención que alguien como Heidegger, que reclama recuperar al ser de su
olvido metafísico occidental, se haya limitado a hablar del éxtasis solamente
como determinaciones del tiempo, sin extraer mayor provecho metafísico a dicho
concepto. Pues, el éxtasis como
comunión con lo divino trasciende el tiempo ordinario y va hacia lo
transtemporal y metafísico por excelencia, a un tiempo anterior al mundo, donde
mora lo Absoluto en su eterna transtemporalidad. Todo lo cual indica que la
pregunta por el ser no puede ser respondida satisfactoriamente cuando sólo se
ve al Dasein instalado en el ámbito de la inmanencia y se le niega su pertenencia también al
ámbito de la trascendencia.
Por lo demás, una posible síntesis entre el logos
del mito y el logos de la ratio implica un sistema que lleve hasta las últimas
consecuencias el equilibrio armónico entre lo puramente racional y la fe, lo
cual haría que el esfuerzo de racionalización sea más lúcido y completo.
En cambio, a la filosofía logocrática le interesa alcanzar la idea
de Dios o del Ser como esencia, idea o concepto, que explique la realidad de la
experiencia y de la historia. Y valga esto, a pesar de que Platón en la
alegoría de la caverna defiende la idea de que la verdad total nunca será
posesión del concepto. En este sentido, Heidegger tiene razón, no en el
reproche de la metafísica platónica, sino en advertir que la metafísica
occidental ha sumido al ser en el olvido nihilista al tomar al ser como
esencia, idea o concepto. Y en esto consiste justamente el meollo metafísico de
la filosofía logocrática.
Eso por un lado, y por otro, es otro estereotipo
considerar que Occidente es la única cultura, comparada con todas las demás,
que ensaya modelos racionales desde el punto de vista social. Pues, desde el
Código babilónico de Hammurabi hasta el decálogo de Moisés el Oriente también
ha dado muestras de sobra de tratar de organizar su sociedad acorde a planes ideales.
El tema de la Ciudad Radiante es
recurrente al utopismo y al milenarismo occidental, sin asumir el eterno
presente de la visión cíclica de la historia. Occidente hereda la noción de progreso y libertad de la
tradición semítica o judeocristiana; y recibe el racionalismo y la visión
cíclica de la historia de la tradición indoeuropea. Otra cosa es que la razón
es asumida con radicalidad por los filósofos griegos, mientras que en oriente
la racionalidad es el lenguaje de los dioses asimilado en la tradición. Toda
cultura ha perseguido la universalidad y necesidad de sus tesis.
Y esto ha sido
así porque sólo existe un solo, aunque complejo, logos humano, pero que se
manifiesta de diversas maneras. La lógica universal, eterna, incambiable,
válida siempre, con principios supratemporales, lícita para todos los tiempos y
todos los espacios, es propio del ideal de la filosofía racionalista, pero ha
caducado. Actualmente ya no hay un solo tipo de lógica, sino que hay una
proliferación de lógicas diferentes. Esto ha dividido la opinión de los
filósofos, en cuanto unos sostienen que no hay una razón universal
suprahistórica, sino sólo capacidad convencional (Poincaré) o previsora de la
razón (Peirce), tesis llevada al extremo por Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas (1953) al
afirmar que todo lenguaje es “juego lingüístico”, y otros, como Francisco Miro
Quesada (Lógica I, 1980) que piensan
que hay profundas relaciones entre los diversos tipos de lógicas, sobre todo
las lógicas heterodoxas, lo cual hace posible hablar de un proceso de
racionalización teórica y material del mundo. Pero hace falta una teoría
general de la razón que no se refiera únicamente al nivel lógico-matemático.
De forma que, la Razón se va descubriendo según se va construyendo
y se va construyendo conforme se va descubriendo, o lo que decía Piaget, no es
la lógica lo que forma al pensamiento sino el pensamiento lo que da forma a a
la lógica. Lo cual supone asumir en lógica ni un planteamiento
platónico-kantiano alejado de la práctica, ni un pragmatismo alejado de la
ciencia. Nuestra visión busca conciliar esencia y existencia en la
interpretación del logos. Y esto va conforme con la creencia actual de que
nuestro conocimiento de la realidad es probable; en cambio en el apogeo del
racionalismo, y después, se creía que la realidad era necesaria, pero
actualmente ya no.
Como se sabe ha sido Popper, y antes Leibniz, el que
enfatizó que las leyes de las ciencias empíricas son leyes probabilísticas, y
la única manera de llegar a tener algún conocimiento de ellas es de modo
aproximativo. Nuestro conocimiento de la realidad es probable porque la
realidad es contingente, funciona probabilísticamente, átomos, partículas,
electrones, protones y mesones no se relacionan en forma necesaria. La concepción
racionalista de la filosofía se la derrumbado.
De manera que la filosofía sea
solamente de origen griego, un pensar racional, crítico y esencial a Occidente,
constituye una no verdad, que nunca podrá tropezar con él quien no advierta que
la filosofía es cultural por su forma,
pero es universal por su contenido. O
dicho de otra forma, el sentido intercultural de la filosofía no reside en la
existencia de un término homeomórfico equivalente, sino en la existencia de un
contenido y de una actividad de carácter universal.
La sociedad determina la forma pero no la esencia de la filosofía, la cual es universal mientras su forma es
temporal, perteneciente a cada civilización. En este sentido, fenomenológicamente hay que
diferenciar la forma y la esencia de la filosofía. La primera es
cultural, la segunda es transcultural. La forma racional de la filosofía es
mérito y creación de los griegos, la forma religiosa fue propia de los
orientales y de las culturas ancestrales. Ambas formas son formas contrapuestas de filosofar, pero el contenido de la.filosofía no les pertenece a ninguna
de las dos, trasciende a las dos porque es parte de la condición humana. Su
esencia o eidos es más antigua que su
morfología conceptual griega. El acto de filosofar o noesis no debe ser confundido con el contenido del filosofar o noema. Y adaptando la terminología,
podría decirse que el acto de conciencia por el cual se filosofa es filosofiesis y que su contenido o
aquello que se sostiene o piensa puede caracterizarse como filosofeuma.
Quiere esto decir que la filosofía antes de
convertirse, por su forma, en una creación cultural de los griegos, ya existía
en su esencia bajo otros paradigmas de la mentalidad humana, como un esfuerzo
de dar cuenta de los fenómenos que envuelven a nuestro ser. La importancia
fundamental que tiene la filosofía a través de todas las épocas se debe, no a
su afinidad con la cultura occidental, sino a su correlación con la misma
naturaleza del hombre, a su esencia, a su logos. Lo que Grecia le dio a la
filosofía fue su vigencia racionalista, pero ya antes de ella se dio en su
forma mítica y mágica. Ciertamente que estas ideas, que constituyen una teoría
de la filosofía, no son fáciles de asimilar porque imprimen una profunda
ruptura con la noción del origen griego de la filosofía, el logocentrismo
imperante y el ilustrado racionalismo conceptolátrico que de alguna manera se
prolonga con el saber científico-tecnológico actual, son un formidable escollo
para admitir otras formas de filosofar anteriores a la griega. Pero
la filosofía en sí misma está llamada a mostrarse por completo como un pensar
que resuelve la manifestación de su contenido en la galaxia de su propia
cultura y edad.
Y en consecuencia, más allá del galimatías de preferir el término “pensamiento” o del argumento de que la filosofía como “palabra” occidental no es
transcultural, subyace la profunda verdad de que existe un contenido que
permite superar la occidental definición conceptolátrica de la filosofía.
Concepción que exige por sí misma una teoría de la razón o del logos humano,
junto a una teoría de la esencia del filosofar.
Este
contenido corresponde al hecho metafísico
antropológico de que concurre una filosofía perenne, encarnada esencialmente en
el propio quehacer humano con aquella dimensión en el que manifiesta una
trascendencia ontológica bajo la forma de lo sagrado. Aquella experiencia de la
realidad en la que florece la perfecta plenitud del ser no fue nunca privativa
de los griegos ni de la cultura occidental, ni siquiera de los pueblos
orientales, ancestrales o arcaicos, sino que pertenece a la radicalidad de
nuestra existencia.
De manera que la filosofía sea solamente de origen griego,
un pensar racional, crítico y esencial a Occidente, constituye una limitación
tan grande a la dimensión y hondura del problema del filosofar, que quien no esté
abierto al principio jasperiano de la universalidad de la filosofía jamás lo
entenderá, puesto que a pesar de la gran diversidad de ángulos y aspectos de la
investigación mitocrática, en realidad ella sólo persigue un único objetivo:
reencontrar el filosofar en su origen existencial. De modo que la
Mitocratología sería una disciplina que se aplica al existente humano, no a las
manifestaciones lingüísticas o culturales observables. En consecuencia, su
tarea consiste esencialmente en descifrar este existir para sacar a la luz
filosofías que no existen más que a título de representaciones.
Lima, Salamanca 09 de junio 2012
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