sábado, 2 de noviembre de 2013

ENIGMATICO COSMOS MOCHICA

EL ENIGMÁTICO COSMOS DE LOS MOCHES

ATISBANDO MÁS ALLÁ DE LA ARQUEOASTRONOMÍA EN TORNO

 AL TEMA COMPLEJO DE LA HUACA DE LA LUNA


Gustavo Flores Quelopana

Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

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Es indudable que todas las “huacas” y monumentos arqueológicos precolombinos del antiguo Perú fueron diseñados siguiendo alguna guía astronómica, y esto lo demuestra fehacientemente la moderna investigación arqueo-astronómica, pero también es poco dudoso que el fin perseguido fuese astrológico, mántico, escatológico, horoscópico, profético y participativo, y esto se deduce de las investigaciones sobre la naturaleza del pensar ancestral, mítico, simbólico, analógico, metafórico y alegórico. En otras palabras, se trata de una interpretación del cosmos donde prevalece la revelación del Destino.

El asunto comenzó en mí cuando al final del I Seminario Internacional de Educación los organizadores de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional de Trujillo tuvieron la feliz idea de llevar a los ponentes y asistentes a una visita arqueológica a la Huaca de la Luna. Era la primera vez que subiría por sus empinadas rampas, y la verdad es que quedé más que deslumbrado cuando al término del recorrido se posaron nuestros ojos sobre el famoso Muro llamado del “tema complejo” de la Huaca de la Luna. 

Quizá quiso la Providencia que dicho efecto fuese preparado porque en el ómnibus tuve la fortuna de departir con una alumna de cuarto año oriunda del amazonense pueblo de Condorcanqui. Su nombre era Fabiola y sus apellidos, que mi memoria no retiene, eran tan exóticos como su lengua aborigen. Lo que más me impresionó de su relato es que gracias a los poderes curativos y proféticos del espíritu de una planta llamada “toé” ellos pudieron siempre hacer fracasar los planes de los incas por conquistarlos, y hasta hoy les sirve para curar, alejar del pueblo a las personas molestas y ver el futuro personal. Todo lo cual me retrajo a las investigaciones del filósofo rumano Mircea Eliade sobre el chamanismo como técnica arcaica de éxtasis, los estudios de Antun Tsamaraint sobre la experiencia chamánica en el pueblo Shuar de Ecuador, hasta el antropólogo suizo-canadiense Jeremy Narby y su famosa obra La Serpiente Cósmica (1998) con su idea de que los chamanes aztecas, shipibos-conibo, aborígenes australianos, antiguos egipcios, en sus visiones a través de la ingestión de la ayahuasca, el San Pedro, el toé, hacen descender la conciencia a nivel molecular y consiguen acceder a la información biomolecular de las esencias animadas o espíritus del cosmos que se despliegan como serpientes rodeando el mundo.

Después de todo tiene sentido que una interpretación del mundo basada en una concepción de la misma como totalidad viviente o animada se remitiese a dichas esencias o espíritus a través de plantas alucinógenas, para conseguir no por vía lógica sino estética la “visión” que les revelara la verdad. A esta estructura de la mentalidad arcaica le llamo “metafísica de la aletheia” o de la “visión”, basada no tanto en el concepto puro de la lógica sino en el concepto-imagen de la intuición, y que en mi parecer, todavía se prolonga en los presocráticos. Más adelante, específicamente desde Platón la filosofía griega se asentará en la “metafísica de las esencias”, donde el protagonismo corre a cargo del concepto puro de la lógica sobre el concepto imagen del filosofar poético alegórico ancestral. No obstante es necesario precisar que dicha metafísica de las esencias, especialmente en Platón y Plotino, no prescinde del mito porque considera que la imagen y el símbolo vislumbran lo que no logra expresar el concepto. Es por esto que no es correcta la idea que Aristóteles se encargó de difundir, repetida por los escolásticos y seguida por Santo Tomás de Aquino, sobre la duplicación platónica del mundo, puesto que la idea no estaba totalmente separada del mundo, más bien hay en Platón diversas modalidades de plenitud o fuerza del ser.

Y esta interpretación platónica de que el mundo sensible no está fuera ni separada del mundo de las ideas se congracia con la mentalidad arcaica que concibe a la totalidad viviente o animada. El Ser está en el mundo, no está separado del mundo como en Parménides, ni consiste en el puro devenir y multiplicidad fugaz como en Heráclito, sino que –como más tarde lo enfatizaría la ontología de lo concreto de Mauricio Blondel y la  metafísica de la aparición de Mariano Iberico- el ser tiene vocación de aparecer y el ser en sí no vive separado sino unido al fenómeno, que sin embargo no agota la verdad ni la manifestación del ser.

Yo creo que todas estas disquisiciones metafísico-ontológicas son necesarias para comprender el enigmático significado del Muro Complejo Moche, lleno de observaciones astronómicas pero también de símbolos oníricos, analógicos y simbólicos. Los mismos que son difíciles de entender y reactivos para una mentalidad como la nuestra asida de una lógica instrumental, utilitaria y pragmática, propia de una “metafísica del percipi”, del factum, de los hechos empíricos observables e inobservables pero todos ellos inmanentes. Nuestra mentalidad moderna es hija de la “metafísica de la visión” ancestral o mitocrática, de la “metafísica de las esencias” o logocrática de los griegos y de la “metafísica de la existencia” o personalista del cristianismo, pero ha tomado distancia de todas ellas y se basa en la más estricta objetividad señalada por la razón matemática y experimental. Lo cual ha desembocado en la sustitución del ser por el ente calculable y manipulable.

La confusión para el hombre moderno y contemporáneo se hace todavía más grande cuando asistimos al parto de una nueva metafísica salida de sus entrañas, a saber, la “metafísica de lo virtual” o de la máquina, con su lógica algorítmica, el imperio del código, de lo artificial, cuya ontología sin embargo es real, y reclama una urgente atención para que la humanidad no caiga en la robotización. Es por esto que en el desentrañar de una realidad ancestral necesitamos recorrer todos los caminos metafísicos de la humanidad para evitar el anacronismo de imponer nuestra propia mentalidad.

En este sentido la interpretación sostenida por Roberto Ochoa (El 11 de setiembre de los Moches/LaRepública.pe), basado en el libro “Cosmos Moche”, robustece la interpretación conocida de que el mundo terrenal creado por los mochicas trataba de reflejar el orden en el cielo. Y para ello se basa en una serie de cálculos que demuestran que en el 11 de setiembre del 750 ocurrió un hecho astronómico asombroso que sin duda generó en la cosmovisión moche una conmoción inusitada.

Si atendemos sólo al aspecto estelar del Muro Complejo Moche se observa la Luna en cuarto creciente coronada con una estrella, los cuales son eje de cuatro murales del tema complejo. El hallazgo de dos primeros muros en 1990 por Régulo Franco y Francisco Wiese dio lugar a los trabajos arqueológicos en Huaca El Brujo. Se terminó hallando la tumba y el ajuar funerario de una sacerdotisa tatuada, bautizada como  La Dama de Cao.

Los otros dos muros mejor conservados fueron desenterrados en la Huaca de la Luna por el equipo dirigido por Santiago Uceda y Ricardo Morales. En todos ellos los muros forman un ángulo de 90 grados y están ubicados en la borde de un enorme patio ceremonial engalanado con imágenes de ídolos mochicas, de danzantes tomados de la mano, y de guerreros que arrastran a prisioneros desnudos. Régulo Franco y Juan Vilela Puelles en su libro “El Brujo, El Mundo Mágico Religioso Mochica y el calendario Ceremonial”, sostienen la idea de que el Muro del Tema Complejo es un calendario ceremonial basado en un análisis de los ritos y ceremonias que figuran en su compleja estructura narrativa.

Ochoa toma en cuenta que Garrafa propuso que los símbolos astronómicos y terrenales componen una compleja cosmovisión centrada en la dualidad andina y en los cambios estacionales relacionados con marcadores astronómicos. Y que Sánchez establece una que los cuatro muros están relacionados con los equinoccios de setiembre y de marzo.

También propone que el muro mayor de la Huaca de la Luna registra el equinoccio de septiembre mientras que el muro menor registra el equinoccio de marzo. Y que en la Huaca de El Brujo sucede todo lo contrario. Es decir, los cuatro muros están íntimamente vinculados a las celebraciones del calendario anual mochica. Es precisamente en marzo y setiembre cuando en el cielo nocturno se dejan ver las constelaciones de Escorpio, Sagitario, Ophiucus y Serpens Caput. Lo singular de Ochoa es que con el programa Stellarium confirma la propuesta de Sánchez y establece la fecha que simboliza el misterioso Muro del tema Complejo: el 11 de setiembre del año 750 sucede el hecho extraordinario de que el cielo nocturno cercano al equinoccio de setiembre muestra las constelaciones de Escorpio y Serpens Caput coincidiendo bajo la cúpula estelar formada por la Vía láctea, terminando hacia la izquierda en la Cruz del Sur o la andina Chakana, lo que se refleja en el Muro Complejo a través del misterioso ser mitológico que tiene una prolongada soga unida a una Chakana. Pero además se dio por el 19 de setiembre la coincidencia de la Luna con los planetas Marte y Saturno. Todo lo cual tendría un asidero científico comprobable.

Pero en el Muro también se ve que la Luna en cuarto creciente no sólo acuna a un astro sino que está rodeada de otras estrellas.

Ochoa comprueba que no se trata de Las Pléyades dando vueltas en torno a la Luna en cuarto creciente, al comprobar en Stellarium que durante el equinoccio las Pléyades están pegadas a la constelación de Tauro y bastante alejadas del escenario correspondiente al Muro del Tema Complejo.

Según los cálculos arqueológicos realizados en Huaca El Brujo, el apogeo mochica corresponde a una etapa que va del año 100 al 750 de nuestra era. Ochoa marca el año 750DC y busca una Luna en cuarto creciente cercano al equinoccio de setiembre. Entonces encuentra la conjunción de cinco planetas con la Luna en cuarto creciente, bajo las constelaciones de Sagitario, Escorpio, Ophiucus y Sepens, y todo bajo el arco de la Vía Láctea.
La noche del 11 de setiembre del año 750 de nuestra era muestra la inusitada conjunción de los 5 planetas que se pueden ver a simple vista con la Luna en cuarto creciente, bajo las constelaciones de Sagitario, Escorpio, Ophiucus y Serpens. Y todo esto bajo el arco de la Vía Láctea.

Esa fecha, el 11 de setiembre del año 750, los mochicas y todos los pobladores del mundo andino vieron un fenómeno astronómico asombroso: La Luna en cuarto creciente bajo la cúpula de la Vía Láctea y rodeada por Escorpio, Sagitario, Ophiucus y Serpens Caput… pero con 5 planetas formando un “fila india”: Mercurio, Venus, Marte, Saturno y Júpiter.  Apreciar cinco planetas enfilados sobre el horizonte, coincidiendo con la Luna en cuarto creciente debió significar un hecho sumamente perturbador. Hecho que se repetirá el 11 de setiembre del 2040, es decir, 1290 años después del fin del esplendor de los moches.

El arqueólogo japonés Masato Sakai en su libro “Reyes, Estrellas y Cerros en Chimor”  piensa que los soberanos norteños se asumían como descendientes de las estrellas, hizo cálculos astronómicos realizados en Chan Chan y postuló que la construcción de los palacios en la urbe Chimú estuvieron vinculados a determinadas estrellas o planetas y a su ubicación con respecto a los cerros tutelares ubicados en los alrededores. Entre ellos el cerro Campana y el cerro Blanco, en cuya falda se erigió la Huaca de la Luna. Para Ochoa aquel 11-S del año 750 fueron 5 los planetas que rondaron el paso de la Luna en cuarto creciente durante el equinoccio de setiembre y son precisamente 5 los reyes (personajes con corona de oro, porra y/o bastón de mando) que aparecen en el Muro del Tema Complejo de la Huaca de la Luna.

Lo más probable es que los astrónomos del antiguo Perú, que supieron calcular eclipses, pronosticar el Fenómeno del Niño contemplando el brillo de las Pléyades, calcular los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas y le dieron una importancia poco común en civilizaciones antiguas a las sombras oscuras de la Vía Láctea, fueran también astrólogos, mánticos y clarividentes. ¿Qué representaba para su destino aquel 11-S del año 750 para los moches? ¿El muro señala una profecía sobre el Destino para los moches?

Ochoa especula medio en broma y medio en serio que el muro Moche nos advierte que el fin del mundo será el 11 de setiembre de 2040. Fecha no muy distante al 2030 que da las Naciones Unidas como fecha de una gran confluencia de crisis mundiales (climática, alimentaria, económica, política, hídrica, energética, sanitaria, poblacional, entre otras).

En suma, el sentido iniciático de la sabiduría oracular moche –como de todos los pueblos ancestrales de ayer y hoy- exige trascender los datos objetivos, en este caso de la observación astronómica, para alcanzar la revelación escatológica de carácter no tética y racional sino pática e intuitiva, relacionada con una esfera ontológica onírica, cósmica, propia de una vida superior divina y cósmica que revela nuestro destino. Mientras el pensamiento conceptual se interroga por lo que la cosa “es”, el pensamiento simbólico inquiere por lo que la cosa “quiere decir”, es decir, es intuición del Destino. El pensar ancestral o mitocrático es teoría del destino, es horoscopía, profecía, mito, poética, magia y mántica. Sus formas conceptuales no son lógicas sino estéticas, por eso ven el cosmos como una totalidad viviente y animada. Pero una totalidad que es accesible no sólo por los sentidos del cuerpo sino sobre todo por los sentidos del alma. El fenómeno se revela como Destino y éste es el espectar en el fluir temporal de una verdad intemporal y cósmica.

El sentido último del significado el Muro Complejo Moche en la Huaca de Luna sólo puede lograrse a través de una filosofía simbólica, participativa, comunicativa, oracular, iniciática, mántica, poética, onírica, metafórica y mágica. Se trata de un pensamiento escatológico que indaga sobre el final, dentro de un arcano metafísico que nos remite a una sintaxis cósmica, a un lenguaje del universo que retorna al yo a través del fenómeno.

Los sacerdotes y antiguos filósofos moches reflejaron en el Muro Complejo de la huaca de la Luna no sólo una inusitada capacidad de participación analógica en el cosmos, sino su anhelo, muy humano, de retorno al ser, su anhelo de absoluto. Y así desaparecieron del temporal horizonte de la historia. Los hijos de las estrellas cumplieron su destino: retornar espiritualmente a las estrellas…

Lima, Salamanca 02 de Noviembre 2013