martes, 9 de septiembre de 2014

EL LIBERTADOR SAN MARTIN Y EL CORO "SOMOS LIBRES"

EL LIBERTADOR SAN MARTÍN
Y EL CORO “SOMOS LIBRES”
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
 
No hay duda que el Generalísimo don José de San Martín por juiciosas razones eligió la letra propuesta para el Himno Nacional del Perú de José de la Torre Ugarte y Alarcón (1786-1831). Al escucharla San Martín tuvo una repentina y misteriosa inspiración que lo hizo exclamar para sí: “¡Eureka!” Esto es lo que necesitan los peruanos. La verdad es que no hay pregón más puntual que la inspiración del genio. Y así fue, el Coro “Somos libres” es la parte poética de toda la letra del himno patrio que menos cuestionamientos ha recibido.

Qué razones tuvo San Martín para elegir la letra de dicho Coro. La verdad es que no es necesario que nos rompamos la tutuma buscando recónditas razones porque la historia viene a nuestro auxilio. La educación colonial, escribe el precoz historiador Felipe barreda Laos,  por tres siglos tuvo el objetivo primordial de lograr la sumisión política a la Monarquía y la sumisión religiosa a la Iglesia. Y lo logró casi a la perfección.

En lo económico la servidumbre estaba garantizada mediante la mita, la encomienda y el abuso desmedido del hacendado. El indio cuya voluntad ya había sido debilitada por la dominación incaica tuvo que sufrir su agravamiento hasta límites patológicos con la opresión colonial. El resultado fue la inercia más completa y penosa de su imaginación. Después del sofocamiento cruel de la sublevación de José Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru II, el resentimiento de su alma aumentó, se refugió en el pasado y vivió alejado de la civilización intrusa. El sentimiento de las otras clases sociales era similar. Las castas vivían enfrentadas y sin sentimiento de solidaridad. Las clases sociales superiores vivieron imitando a España y dejándose guiar por la conveniencia utilitaria. Solamente los aislados criollos pedían la igualdad de derechos. En otras palabras, el régimen colonial tuvo elevados éxitos para obstaculizar la formación del sentimiento nacional.

Esta falta de ideal colectivo y de sentimiento nacional fue felinamente percibida por el vencedor de Chacabuco y Maipú. Cuando San Martín desembarca en territorio peruano no se le escapa advertir la prevalencia de cierta pasividad indiferente. Lo cual debió sorprenderlo desagradablemente al heroico general argentino. Es por ello que en una de sus primeras declamaciones al pueblo peruano dice: “¡Peruanos! La expectación del mundo está sobre vosotros. ¿Confirmaréis las sospechas que se han excitado contra vosotros en el espacio de nueve años?” (Odriozola, Documentos históricos).

La independencia en el Perú no era causa popular, la libertad política no fue consecuencia de una evolución interna, no estábamos preparados para la libertad sino para la servidumbre. Para nadie es un secreto que la labor universitaria era contraria a la emancipación política. En 1819 San Marcos se desgañitaba respaldando a los oficiales realistas. El clero y los periódicos coloniales desprestigiaban la causa de la libertad. Triunfaba la doctrina de la sumisión, la obediencia, el servilismo, la genuflexión y la adulación. Clero, prensa, universidad y demás clases sociales eran hostiles a la libertad. El sistema había suprimido la voluntad fuerte y promovió la sumisión. Se carecía de voluntad y cundía la pasividad indiferente. Con razón no faltan historiadores, como Heraclio Bonilla (Metáfora y realidad de la Independencia del Perú, 2007), que afirman que la independencia del Perú, como en el resto de los países andinos centrales, no fue causa popular ni ideal, los indios se sentían mejor en el antiguo orden, y los criollos se reconocían más españoles que Fernando VII, lo cual tenían que desembocar en que la causa de la libertad tenía que ser impuesta por las armas extranjeras. El Perú se resignó a la libertad no la deseó.

Ahora se entiende por qué San Martín elige la composición literaria para el Himno que contenía el Coro “Somos libres”. Quiere emplearla como un campanazo que despierte a la multitud para aunar esfuerzos por la causa de la libertad. Entonces nos preguntamos, ¿Es que esta situación ha cambiado? ¿Tenemos ahora un ideal colectivo y un sentimiento nacional? ¿Acaso no sigue lo imitativo ahogando nuestra personalidad? Hemos vivido imitando a los españoles, ingleses, franceses, alemanes y norteamericanos. Hasta hoy no nos encontramos, salvo interregnos de rescate del sentimiento de dignidad nacional durante Castilla (siglo diecinueve) y Velasco (años setenta). Pero luego es volver a lo mismo, a la falta de carácter nacional, a la imitación simiesca del servilismo al extranjero que recorre desde la muchedumbre hasta la clase dirigente –al historiador Pablo Macera le gustaba decir “clase dominante”-. Entonces, la pregunta de base respecto al himno es si conviene o no abandonar el Coro elegido por San Martín.

La historia del Himno Nacional del Perú está atravesada por el recorrido accidentado y sinuoso de nuestra historia, por un alma nacional que busca reencontrarse y generalmente recae en la servidumbre. Accidentado porque desde temprana fecha la Marcha Nacional adoptada por el generalísimo San Martín fue dejada de lado por el Libertador Simón Bolívar, y no fue hasta el primer gobierno de Ramón Castilla (1845-51) cuando se decreta llamarla Himno Nacional y reglamentar su uso en ceremonias oficiales. Sinuoso porque desde la carta de Bernardo Alzedo a Juan de Rivera en el que se transcribe los versos originales de la “Canción” sin el “Largo tiempo…” se levanta una ola de cuestionamientos que hasta hoy no cesa.

Recordemos que durante el gobierno del General Mariano Ignacio Prado y la era del Guano en 1867 la Academia de Ciencias y Bellas Letras rechaza las letras del himno por su marcada “hispanofobia”. En 1868 el maestro italiano Claudio Rebagliati compone la “Rapsodia Peruana” cuyas armonías restaurarían el Himno con aprobación de Alzedo.  En 1873 El Club Literario de Lima alza su voz para exigir el cambio de las letras en medio del gobierno civilista del plutócrata Manuel Prado. La batahola prosigue y en el gobierno de López de Romaña (1899-1903) se autoriza el cambio de las letras del Himno. Será el momento en que el insigne poeta Chocano gana el concurso para el cambio literario del Himno Nacional. El tradicionista Palma fue jurado con la condición que la letra del Coro no se tocase. Pero no tarda en llegar la reacción oficial y 1913 el gobierno de Billinghurst decreta la intangibilidad del himno tradicional en letra y música, por considerar que corresponde a nuestro pasado histórico.

Pero el calabaceo no cesa. En 1954, durante la dictadura del General Odría, aparece la obra póstuma del músico Carlos Raygada, demostrando rotundamente que los versos “Largo tiempo…” no pertenecen a Torre Ugarte. Nuevamente la postura conservadora se tambalea y la Ley de Intangibilidad se torna espúrea. Lo que viene después es más conocido. El historiador tacneño Gustavo Pons Muzzo y su colega Juan José Vega respaldan la argumentación de Raygada en sendos estudios de la década del 80. En el nuevo siglo veintiuno son dos las personalidades que renuevan el debate, a saber, Santiago Agurto Calvo (Levantando la humillada cerviz, 2004) y el cusqueño radicado en Lima Julio Rivera Dávalos (El mito de un símbolo patrio, 2004; El poder de un símbolo patrio, 2008). Ambos urgieron al Congreso y a diversas instituciones a definir los cambios al Himno. Rivera incluso propuso con fundamentación filosófica una nueva letra de extremo a extremo.

Como se ve ilustres personalidades de nuestra cultura, como Ricardo Palma, Manuel González Prada, José Santos Chocano, entre otros, cuestionaron sus letras y hasta el presente los impugnadores de la letra subsisten. Los reclamantes se distribuyen en dos grandes grupos: los reformistas parciales (que buscan solamente sustituir la estrofa apócrifa) y los reformistas totales (que pretenden una nueva composición literaria acorde a los nuevos tiempos). La propuesta más reciente –perteneciente al himnólogo Julio Rivera Dávalos- ha llegado a proponer la sustitución completa de sus letras. Y con esto el revuelo sobre la pertinencia de la composición literaria del himno nacional del Perú continúa, por más que se la haya maquillado durante el gobierno aprista de Alan García con un intercambio de estrofa.

En su memoria el virrey Gil de Taboada y Lemos dice: “El Gobierno es el primero que saca partido de los periódicos, pues por su medio puede insensiblemente hacer propaganda hasta las máximas que estime oportunas, y que al abrigo del deleite con que se lee este género de escritos, se arraigan con mucha más fuerza”. Estas palabras pueden explicar la opción de San Martín por el Coro “Somos libres”, pues una canción penetra con más facilidad que un artículo de periódico en las voluntades y sentimientos. Pero debemos interrogarnos si efectivamente ocurrió así. Entrado ya el Perú en la ruta del bicentenario se puede acaso asegurar que ya tenemos un ideal colectivo y un sentimiento nacional. Acaso no vivimos imitando actualmente a Norteamérica y los académicos repitiendo el magisterio extranjero.  ¿La libertad política es necesariamente equivalente a libertad psicológica? No seguimos con las mismas taras de genuflexión, corrupción, hipocresía, servilismo y despotismo. ¿Es suficiente la letra de un himno para contribuir al cambio de mentalidad? ¿No siguen siendo hasta hoy considerados los defensores de la libertad como propagadores de herejías y excomulgados vitandos?

Con todo esto no se quiere decir que los peruanos son reactivos a echar raíces en ningún jardín libertario, ni poner casa con azulejos a ninguna moza. Quien no entienda la acepción figurada en la frase y crea que estanos majadereando, hay que recordarle la parsimonia estéril de sus horas muertas como la tentación irresistible y el móvil de un calendario plagado de feriados.

Moraleja: para forjar un carácter amante de la libertad no basta con escribir un libro, o bellos versos o mantener el Coro del himno patrio, sino –y para escándalo de los abúlicos- hace falta pasión por la justicia y la verdad. Esto es verdad, salvo por un detalle. Y es que hoy vivimos tiempos antiheroicos, una cultura posmoderna light, del menor esfuerzo, hedonista, nihilista, superficial e inculta hasta el tuétano. Pero no todo es tan burdo como un alcornoque. ¿Estaremos pisando la franja de la spengleriana decadencia civilizacional? Es posible, pero sin más kiries y letanías emprendamos el supremo esfuerzo de comer esta aceituna sin su pepa, para reconstruir el ideal colectivo y el sentimiento nacional.


Lima, Salamanca 09 de Setiembre 2014

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