EN TORNO A LA FILOSOFÍA
DE LO CÍVICO
Por
Gustavo
Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Es para mí un honor comentar la obra Vigencia y Trascendencia del Símbolo Hímnico
del filósofo de lo cívico Julio César Rivera Dávalos.
La presente
investigación constituye una fundamentación estrictamente científica y positiva
de la himnología
filosófica, ampliando notablemente el dominio de las ideas aprióricas, la
fenomenología del sentimiento y demostrando conexiones esenciales en la
esfera cívica. El efecto científico que ejercerá este libro, el puesto que le corresponde en el
contexto de los trabajos del autor,
junto a
la relación del espíritu de la obra
con el espíritu del tiempo, modificará radicalmente y de modo extenso la notable importancia que
tiene la himnología filosófica.
Esta obra tiene una posición central en el
contexto de los trabajos que hasta ahora ha publicado el autor, por cuanto contiene no solo la fundamentación de
lo hímnico, sino que, además de esto,
incluye una serie de los puntos esenciales de partida de su pensamiento filosófico en
general. Nos estamos refiriendo al desarrollo de una teoría complementaria
acerca de las relaciones estrechas entre
religión, lo cívico y lo moral. Todo lo cual contribuye a un ahondamiento del concepto y fundamentación del
principio de solidaridad, como
basamento de la nueva teoría de las
formas esenciales de los grupos
humanos y de la filosofía social. Es por
ello que el autor deja planteado con exactitud y agudeza la teoría de la experiencia de esencias
de lo cívico.
El espíritu que anima
la filosofía hímnica que aquí se
expone es el de un objetivismo y un
absolutismo éticos rigurosos. Incluso
puede llamarse al punto de vista del
autor intuicionismo emocional y
apriorismo material de los valores.
Por fin al autor le resulta de tal importancia el axioma aquí expuesto de que en el símbolo hímnico los valores
consuetudinarios están subordinados
a los valores éticos cívicos, que incluso tiene valor positivo para las
organizaciones y comunidades impersonales. Para
su satisfacción, el autor puede
confirmar, que el emocionalismo cívico ético
está estrechamente ligado al absolutismo moral y al objetivismo axiológico, tan indispensables en la presente crisis
moral arrasada de relativismo y de subjetivismo.
Para el autor
lo cívico y moralmente valioso no es
solamente la persona aislada sino
sobre todo la persona que sabe
originariamente vinculada con Dios y el
prójimo que se siente unida solidariamente con el todo el
mundo del espíritu y con la humanidad. Esto es,
que lejos de promover
un estrecho y miope nacionalismo
por el contrario restituye el reino
axiológico de las personas a través
del principio de solidaridad. Es
decir, el estricto personalismo
de esta obra y la teoría acerca de la emocionalidad cívico ética fortalece la decisión moral
individual y colectiva de cada persona.
Es más, precisamente
porque la teoría del autor se
emplaza en el centro vivo de la persona
individual reivindica su derecho de
modificar la tradición y de
rechazar con energía cualquier dirección del ethos que haga depender el valor de la persona, esencial i
originariamente, de su relación con
un mundo de bienes, costumbres y una comunidad que
existe independiente de ella, o que bien
permite que sea absorbida por
relaciones externas. El sentido y valor final de esta obra se mide, en último término, exclusivamente
por el puro ser (No por el rendimiento ni la utilidad) y por la bondad más
perfecta que sea posible desplegar en la más pura belleza y armonía íntima de las personas.
Precisamente por
estar centrado en el puro ser, el absolutismo ético y el objetivismo axiológico
del autor va mucho más allá de la
ética de bienes y fines de Aristóteles, de la ética de las virtudes del estoicismo, de la
ética del deber ser de Kant, de la ética de situación
del capitalismo, sin ir a parar
en un objetivismo y ontologismo que fosiliza el espíritu vivo en un
objetivismo esencial estático de los valores. En este sentido, la postura axiológica del autor
no tiene reparos en asumir que
los valores se plasman y son vigentes en cuanto son realizados conscientemente por los actos espirituales vivos a
través de los sentimientos. Este es el
sentido de su estricto personalismo.
Se puede sostener sin
dubitaciones que esta es la obra
maestra del autor, la cual
encuentra una potente inspiración en la
ética de Max Scheler. La tesis
original con la que critica la himnología
consuetudinaria, concibe la existencia
de la emocionalidad cívico ética como un acto del espíritu vivo de la personalidad humana para captar valores específicos del
reino de lo cívico. Aplicando la fenomenología,
la metafísica, la dialéctica,
la axiología, la semiótica y
la hermenéutica al símbolo hímnico va a descubrir el reino ontológico de lo
cívico a través de la emoción de
valores específicos que son
objeto de una intuición inmediata.
Esta vinculación
entre lo axiológico y lo ontológico lleva al
autor a asentar lo legal en la
ética del deber ser, a su vez fundar la
ética del deber ser en la teoría
de las virtudes, la que a su vez se
basa en la teoría de los valores, y finalmente esta teoría
se asienta en la intuición primaria del ser. Esto significa que lo axiológico está basado en una
metafísica del ser.
En realidad, el autor
efectúa un análisis fenomenológico del símbolo patrio, En dicho análisis se va revelar un a priori o un ser ideal que no es una
posición del sujeto. Se trata de
una intuición de esencia. Las esencias son dadas
antes de la experiencia y por eso
son a priori. El contenido de las esencias es independiente de la observación y
de la experiencia. Por eso en la
experiencia fenomenológica se dan los hechos mismos y de modo inmediato, y no
por medio de símbolos, signos o formulas. Esto quiere decir que el análisis del símbolo patrio nos retrotrae a una intuición esencial en el
que se distingue la categoría como
concepto y como contenido de intuición
categorial.
Esto quiere
decir que la experiencia fenomenológica
es distinta a la experiencia de la cosmovisión natural y de
la experiencia de la ciencia. Es
decir, la experiencia fenomenológica hímnica
trasciende la expresión
simbólica y va al hecho mismo de la intuición esencial del valor contenido en la emocionalidad ético-cívica. Por eso
podemos decir que la experiencia
fenomenológica en la que se basa este libro
es asimbólica, porque en ella no cabe la separación de lo “mentado” y lo “dado”. Esto quiere
decir que recién en la correspondencia entre lo pensado y lo dado aparece el
fenómeno hímnico. Dicha experiencia fenomenológica no tiene nada que ver con el
prejuicio psicologista de la percepción
“intima”. Justamente el criterio consuetudinario que se servía como basamento
tradicional de la hermenéutica hímnica
era de carácter
psicologista. En consecuencia, la experiencia fenomenológica es capaz
de cumplir con todo los símbolos
posibles porque ella es principalmente
asimbólica.
Cuando se señala que
la nueva clave de la simbología
hímnica es la emocionalidad cívico-ética
se está aludiendo a intuiciones
de esencias y no a productos de
la razón. Y esto es así porque el gran aporte
de la experiencia fenomenológica es haber demostrado que lo dado sobrepasa a
lo pensado. La emocionalidad ético cívica es un a priori porque se funda en esencias.
Es una conexión “dada y no producida o fabricada por la razón de manera
que es “intuida” y no “hecha”. Se
trata de primitivas conexiones de cosas, mas no de leyes de
objetos por la sola razón.
Toda conducta cívica
se cimienta en la intuición cívica, todo civismo debe también ir a desembocar a
los hechos de que dispone todo
conocimiento cívico y a sus relaciones a priori. Pues no es civismo
el conocimiento y la intuición misma cívica. Cívico es más bien, en
primer lugar la formulación según las
leyes del juicio de aquello que es dado
en la esfera del conocimiento cívico. Y
es civismo filosófico aquello que se imita al contenido a priori de lo que está dado con evidencia en el conocimiento
cívico. El querer cívico no debe emprender su camino, a través del civismo
-mediante el cual ningún hombre se hace cívico-, sino a través del conocimiento y de la intuición cívica. Lo dado cívico es un a priori material válido para una región
especial de objetos. No está demás indicar
que la noción a priori que se maneja
en este libro no es formal ni racional como Kant, sino de índole
fenomenológico.
De suyo se comprende
la complejidad ínsita en la nueva clave del símbolo hímnico. Así, el
valor cívico tiene una vinculación
triple. Por un lado, con el valor estético de los símbolos nacionales, con el
valor moral que entrañan los mismos y
finalmente con el valor religioso del
sentimiento de lo sagrado o reverencia patriótica. Por su dimensión
estética su valor está depositada en
objetos y cosas inmanentes, Por su dimensión ética su valor está depositado en
personas, y por su dimensión religiosa se vincula a una entidad supra personal. Por
ello el reino del valor cívico involucra
también, y además del sentimiento nacional, la consciencia de
identidad nacional, el carácter nacional
y la mentalidad nacional, como
valores cívicos propios.
De modo que el valor cívico no representa la
simple sumatoria del valor cívico, moral
y religioso, sino que es una esfera
valorativa propia. El objeto cívico por excelencia es la idea y sentimiento de patria, y el valor cívico por su forma es una actualización de su
dimensión estética, y por su contenido una actualización de su
dimensión ético religiosa. El acto cívico, de este modo, tiene por su
contenido una conexión ético
religiosa y por su forma una conexión estética.
Así, no debe
decirse que el ser superior del valor cívico se percibe sentimentalmente o que el valor superior es “preferido” o
“postergado”. Antes bien, el ser
superior del valor cívico, como de todo
valor, es dado forzosa y esencialmente
en el preferir. El acto de preferir no
se equipara al acto de elegir en
general y, por tanto, a un acto de
tendencia. El acto de preferir se
realiza sin ningún tender, elegir ni
querer. Así decimos: prefiero la orquídea a la madre selva etc., sin
pensar en una elección. El preferir cívico, como todo preferir
valórico es de carácter a priórico y tiene lugar entre los valores mismos con
independencia de los bienes. Un preferir de ésta naturaleza comprende complejos enteros de bienes. Todo lo cual supone una superioridad ínsita en la esencia de los valores respectivos.
Un valor simbólico auténtico como el del Himno Nacional
implica que se haya concentrado en ella, simbólicamente, lo sagrado, lo bueno y
lo bello; pero también posee, justamente por ello, un valor fenoménico propio,
en nada relacionado con su valor como música y poesía. En este sentido el valor
simbólico del Himno Nacional es que comparte un valor sacramental que hace
alusión a su función específicamente simbólica de algo santo de una clase
determinada.
El símbolo hímnico viene a ser parte de un complejo sensorial
existente por sí, es decir de una tradición. Esto es, que se trata de un
símbolo que ya pertenece a la esfera del medio, pero este medio que es la
tradición tiene a la vez elementos fijos y móviles. De ahí que el autor
mediante la propuesta de una letra perciba la necesidad de cambiar el curso del
proceso sensorial del símbolo hímnico que está inserto en la tradición. Se
comprende entonces que el símbolo hímnico sea parte de un vivir hechos que dan
a lo cívico su unidad interna.
El valor del símbolo hímnico no es que se trate de un ideal
(interpretación idealista y racionalista) ni de una interpretación
(nominalismo) ni de una experiencia íntima (psicologismo), sino que es un hecho
que pertenece al reino ontológico del ser y es captado por la intuición
emocional del valor. Es decir, todo comportamiento primario respecto al mundo
no sólo es representativa sino también aprehensión emocional de valores. Lo
cívico no es moral, ni deber, sino intuición emocional del valor de lo cívico.
Por eso lo cívico no implica una subordinación a lo ético sino una
intersección.
Este libro marca un
antes y un después dentro de las investigaciones de la simbología hímnica. Y
las reflexiones no podrán seguir siendo como hasta hoy lo fueron porque el
mayor logro de Julio Rivera es haber demostrado que la esencia de todo himno
patrio es el carácter ético-cívico de un símbolo
patrio. En otras palabras, un himno es un símbolo complejo, que
involucra lo estético y lo consuetudinario, pero lo que lo hace especial es su
vinculación intrínseca con la esfera ético-valorativa y, es en este sentido, lo trascendente.
De manera que no se
trata de un símbolo estético más, sino de un símbolo que combina lo estético y
lo discursivo, para captar su contenido esencial en la intuición emocional de
los valores cívicos. Esta sola demostración es de alta estima, porque hasta el
presente se creía que la vigencia de los himnos nacionales estaban supeditados
a la esfera de lo estético y de lo consuetudinario, pero Rivera Dávalos tras un
sutil análisis fenomenológico revela que no es así, y que por el contrario, lo
que prima en este símbolo patrio es su simbología ético-cívica. De manera que a
través del himno nacional se capta simbólicamente todo un universo valorativo
que representa lo histórico y trans-histórico de una nación.
Este aporte es
sumamente significativo, porque a partir de ahora ya no serán suficientes los
análisis meramente historiológicos, historicistas, legalistas, sociológicos,
psicológicos y positivos sobre un himno
patrio, más bien es la reflexión
filosófica valorativa, más que la estética y
la lingüística, la que se muestra valedera para desentrañar su verdadero
contenido.
Y Julio Rivera llega
a este nuevo hito del planteamiento hímnico después de haber conocido las
limitaciones de los mencionados enfoques. Hace diez años que apareció su
primera investigación del tema, El mito
de un símbolo patrio (2004), y por entonces primó el enfoque mítico. La
principal conclusión, todavía válida, es que, sin involucrar el contenido
verdadero encerrado en todo mito, se pueden generar pseudo-mitos o mitoides que
manipulan consciente o inconscientemente la conciencia colectiva de una
comunidad. Cuatro años después pasa a la etapa timética, El poder de un símbolo patrio (2008), donde analiza el dominio
sobre la mentalidad nacional contenido en las letras de un himno patrio. Esta
etapa es sumamente importante al destacar la preeminencia del factor subjetivo
para la transformación de las condiciones objetivas.
Es decir, todo
auténtico cambio viene de dentro hacia afuera y no de fuera hacia dentro. Esto
indica ya una dirección ética que iluminaría en esta su tercera obra. Pero será
en la presente obra, Nueva clave de un
himno patrio y su trascendencia
como símbolo (2014), donde efectivamente descubrirá la
nueva clave, a saber, que el símbolo hímnico no puede ser entendido cabalmente
a partir de su contenido estético y consuetudinario, porque la esfera
ontológica con la que está relacionada va más allá del mero gusto y costumbre
personal, y hunde sus raíces en valores constitutivos de la civilidad y
eticidad.
De ahí que otro
descubrimiento fundamental de Julio Rivera sea el ubicar y reconocer al valor
de lo cívico dentro de la tabla jerárquica del valor y sin lo cual el símbolo
patrio carece de verdadero fundamento autónomo. Lo cívico estaría por encima de
los valores vitales, útiles, económicos y es hermano de los valores teóricos,
éticos, estéticos y religiosos. O sea es parte de los valores superiores, pero
además sirve de conexión entre todos ellos porque su contenido sintetiza ideas,
valores, belleza y veneración. Este es un aporte sobresaliente que jamás fue
anteriormente resaltado. Y al hacerlo eleva la filosofía del valor a una
dimensión comunitaria con una dimensión universal, donde el hombre se forja en su captación y
realización constante.
Y esto vale
subrayarlo porque lo cívico implica no sólo el reconocimiento de los valores de la trascendencia de los
valores morales, sino su ejecución habitual, es decir, la forja indeleble de
las virtudes de una sociedad. No hay duda que la teoría hímnica
de Julio Rivera está indisolublemente unida a la teoría de la virtud, como
formación de hábitos que interiorizan la práctica del bien. Y en verdad, no
existe otra forma más coherente de humanizar al hombre. La virtud de lo cívico,
sin embargo, cobra una autonomía propia en su teoría simbólica hímnica, porque
lo cívico es aquella esfera de la virtud con dimensión comunitaria. Ya lo decía
el milenario sabio chino Confucio: “Enseñad con el ejemplo”. Y efectivamente, revolucionar la vida pública
en consonancia con la vida privada teniendo como eje supremo la práctica de la
virtud cívica es su aporte insoslayable. Y esta práctica no sólo es oriental
sino también de raigambre andina, no olvidemos que Cápac significa “virtuoso” y las máximas del Inca Pachacutec,
trasmitidas por el Inca Garcilaso a partir de los escritos del Padre Blas
Valera, ponen especial énfasis en la importancia de los valores cívicos.
Un himno patrio promueve
valores cívicos y antepone lo ético a lo estético. La importancia de la
filosofía para captar esta región profunda de la simbología hímnica queda
resaltada con energía y claridad. Es por eso que sin lugar a dudas podemos
considerar con toda justicia a Julio Rivera como el padre de la himnología
filosófica.
A partir de este
aporte trascendental no sólo el pensamiento filosófico sino también el dirigencial
y político de educadores, dirigentes y políticos deberán tener muy presente el análisis y las
conclusiones de la presente obra, porque está llamada a forjar la base de la
conciencia e identidad nacional y esclarecer un asunto que se mantenía en la
penumbra de lo meramente estético y consuetudinario. Además, esta obra
constituye una respuesta coherente a los afanes desnacionalizadores de la
globalización neoliberal que en casi tres décadas de reinado –como bien se
resalta en esta obra- lo único que ha conseguido es aumentar la desigualdad
mundial hasta límites insoportables e inauditos.
Por eso considero un
acierto que su autor haya considerado la fundación de una institución
(Instituto de Investigación de la Mentalidad Nacional-IIMEN) para asesorar a los
gobiernos que lo requieran y que contribuya en todas las naciones del mundo a
forjar un sano amor a la patria a través del respeto de la estructura
valorativa contenida en todo himno patrio, y cuya violación –según queda
explicado- genera toda una serie de distorsiones no sólo en la mentalidad
nacional, sino incluso en el propio progreso del país. Con este libro los
líderes mundiales cuentan con una bitácora pedagógica y simbólica para
fortalecer la mentalidad y conciencia nacional, como verdaderos fundamentos
para desarrollar una cultura y vida espiritual generosa y solidaria.
Por último, esta obra
resalta el valor de los valores del espíritu humano, y entre ellos el
religioso, porque comprende muy bien que sin el ámbito de lo sagrado no existe
un verdadero amor por la patria. Pues Dios y la Patria son dos ejes
metaempíricos que ennoblecen la vida comunitaria y fijan la mirada del hombre
en lo trascendente.
Lima,
Salamanca octubre 2014.
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