lunes, 17 de noviembre de 2014

FILOSOFÍA DE LA CORRUPCIÓN

FILOSOFÍA DE LA CORRUPCIÓN
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Conferencia pronunciada el 19 de noviembre del 2014
 
Resumen: El resentimiento ético y metafísico constituye el rasgo más característico del espíritu y mentalidad de la civilización burguesa moderna, y es el último fundamento de la corrupción generalizada que reina en la actualidad.
Palabras clave: Filosofía - Corrupción - Sustancia - Pecado – Vida inauténtica - Caída – Moral cerrada – Mala fe – Inversión de los valores – Inversión metafísica – Ethos del industrialismo – Impulso adquisitivo – Anomia – Anetismo – Resentimiento hacia lo Absoluto -  Para mí – Antropocentrismo – Nominalismo – Realidad del ser verdadero - Nihilismo.
Abstract: The ethical and metaphysical resentment is the most characteristic of the spirit and mentality of modern bourgeois civilization trait, and is the ultimate foundation of the widespread corruption that prevails today.
Key words: Philosophy - Corruption - Substance - Sin - inauthentic Life - Fall - closed Moral - Bad Faith - Investment securities - Investment metaphysics - Ethos of industrialism - Impulse buying - Anomie - Anetismo - Resenting the Absolute - for me - Anthropocentrism - Nominalism - reality of being true - Nihilism.

I.                   Preliminares

Aquí intentaremos descender a través de un análisis fenomenológico al plano de la cuestión más radical que define la corrupción, a saber, el ser de la corrupción generalizada que reina en nuestro tiempo. Elegimos, por ejemplo, la exégesis de la inversión del valor resaltada por Weber, Simmel, Sombart, Troeltsch, Schubart y Scheler, no sólo por ser asequibles sus textos, sino porque ellos señalan expresamente a la civilización moderna como la responsable de la inversión valorativa más profunda emprendida en la historia. Pero ninguno define la inversión valorativa como una inversión previamente ontológica, faltándoles el definidor fundamento ontológico.

Es por ello que saludamos a la Universidad Nacional de Trujillo y a la Universidad Católica de Trujillo por organizar el II Congreso Regional de Filosofía del Norte del Perú y dedicarlo al tema “Propuestas Filosóficas contra la delincuencia y la corrupción”. Que la propia universidad se preocupe por el tema de la corrupción es de suyo relevante cuando la propia institución universitaria en el Perú ha sido señalada como parte del sistema de corrupción imperante, lo cual ha motivado la nueva ley universitaria. Pero lo que no se ve en la nueva ley es que las raíces de la corrupción son más profundas, incluso van más allá de una forma de vida arraigada entre los peruanos en la corrupción y que atañe a un carácter de civilización basado en la exaltación del dinero, el poder y el placer.

Pero basta ya de referirse al momento presente. La solemnidad de la ocasión exige algo más que dilatarse en estos gravitantes y lóbregos problemas. El que pretende abordar filosóficamente la corrupción debe preguntarse sobre cuatro clases de problemas: 1° ¿Cuáles han sido las nociones filosóficas fundamentales que ha tratado de dar cuenta de la corrupción? 2° ¿Cuál es la analítica necesaria del fenómeno de la corrupción?  3° ¿Es necesario proponer una nueva noción filosófica sobre la corrupción? y 4° ¿Cuál es la estrategia filosófica más profunda y adecuada contra la corrupción?

Por tanto, nuestra conferencia intitulada “Filosofía de la Corrupción se divide en esas tres partes.

II.                Nociones fundamentales

La corrupción es tema presente en todos los ámbitos de la cultura, quizá principalmente en la Religión, la Moral, la Economía y el Derecho. Nuestro objetivo es centrarnos en la perspectiva filosófica.

La noción de corrupción en el terreno filosófico ha sido pensada en los siguientes términos:

1.      Degradación de la sustancia (Aristóteles); absoluta: del ser al no ser, y relativa: del no ser al ser (Fís. V, 1, 225 a 17).

2.      Caída (Platón, Plotino, gnosticismo); como pérdida por parte del alma humana del estado original de perfección (Fedro 248 a ss; Enn., 9, 9). Los gnósticos negaron tal libertad en el uso de la voluntad.

3.      Pecado (Padres de la Iglesia oriental y latina, Orígenes y Renouvier), como mal uso de la voluntad en la práctica del bien (De princi. II, 9, 2; Nueva monadología, 1899). 

4.      Vida inauténtica (Heidegger); como caída del ser-ahí en el no-ser de la cotidianidad impropia. Tal cotidianidad impropia se caracteriza como un ocultamiento del ser para la muerte y en el abandono de la existencia en la cotidiana forma de las habladurías, la avidez de novedades y la ambigüedad (Ser y tiempo, § 35-38).

5.      Moral cerrada (Bergson); como expresión de la moral social de obligación, donde reina la impersonalidad del conjunto y cuya diferencia con la moral humana no es de grado sino de esencia, una es instintiva la otra es creadora (Las dos fuentes de la moral y la religión, cap. I).

6.      Mala fe (Sartre); como negación de la libertad absoluta o uso del poder nihilizador en el seno de la angustia, elección de la cosificación o autoengaño en la persona que no acepta la responsabilidad de sus actos. En una palabra es renuncia a la libertad e identificación con la facticidad (El ser y la nada, primera parte, capítulo II).

7.      Inversión de los Valores (Weber [La ética protestante y el espíritu del capitalismo], Simmel [Filosofía del dinero], Sombart [El burgués], Troeltsch [El Protestantismo y el mundo moderno], Schubart [Europa y el alma de oriente] y Scheler [El resentimiento en la moral]); en el mundo burgués se da un progreso sin sentido porque solamente es real lo calculable, medible y objetivo, todo el resto, incluido los valores, es irreal y subjetivo.

III.             Analítica del fenómeno de la corrupción

Hemos pasado revista a las diversas concepciones filosóficas sobre la corrupción, pero ninguna define la inversión valorativa como una inversión previamente ontológica, faltándoles el definidor fundamento ontológico.

Así, en Aristóteles la definición de corrupción tiene un resabio biologista, en Platón, Plotino y gnosticismo una perspectiva espiritualista; en los Padres de la iglesia oriental y latina junto con Renouvier un ángulo teológico; en Bergson un enfoque moralista; en Heidegger y Sartre una configuración existencialista; y en Weber, Simmel, Troeltsch, y Scheler un escorzo axiológico. Pero nuestro análisis fenomenológico no es pedir consejo a la tradición filosófica, sino “ir a la cosa misma”, lo cual tiene dos partes: fenómeno (lo que se muestra por sí mismo) y logos (ver algo del ente).

Aquí reivindicamos lo valioso de la fenomenología no como una disciplina, sino como una forma de abordar los fenómenos mismos en un permitir ver lo que se muestra. Por ende, es un abordamiento ontológico. Y en este abordamiento ontológico se constata que la “mostración” del fenómeno de la corrupción está condicionada por el carácter de los individuos, la cultura, la historia y la tradición.

La analítica de la “mostración” del fenómeno de la corrupción no es hacer antropología, sociología, ni psicología, lo cual es tan sólo el primer peldaño empírico del ser de la corrupción. Por un lado, la corrupción de la cual tratamos es un fenómeno que le acontece al hombre en una determinada sociedad y época. Y por otro lado, la corrupción es un fenómeno que gravita con diversa intensidad en cada etapa de la historia.

En otras palabras, la corrupción siempre ha existido pero no siempre ha sido generalizada, sino más bien marginal en determinadas épocas y civilizaciones. Por consiguiente, la primera estructura de la corrupción es su “intensidad” ontológica, lo cual define su carácter hegemónico o marginal en una determinada época de la historia. Es hegemónica cuando la curva desarrollo cultural se agota y declina, y es marginal cuando se vive un clima de elevada espiritualidad.

Ahora bien, el fenómeno de la corrupción puede ser hegemónico o marginal según la jerarquía valorativa que presente. Así, por ejemplo, los hombres afrontaron el final del mundo antiguo con el desprecio (los cínicos), la huída (los platónicos y gnósticos), la esperanza (los hebreos), el poder (los políticos) y la redención (los cristianos). Esto significa que la jerarquía valorativa se constituye en la segunda forma estructural de la corrupción.

Pero, a su vez, la jerarquía valorativa se instituye y expresa conformando un determinado ethos o forma de vida que perfila el dinamismo moral y emocional de una época determinada. El ethos puede ser de carácter ascendente o descendente. Si la intensidad ontológica de la corrupción es hegemónica, entonces su jerarquía valorativa se compone de valores inferiores, los cuales, a su vez, se expresan en un ethos descendente.

En consecuencia, el ethos es la tercera forma estructural en que se presenta la corrupción. Además, el factum histórico muestra que dicho ethos descendente suele presentarse bajo una ampliación del voluntarismo, el individualismo y el intelectualismo. Es decir, se manifiesta bajo la pérdida de un equilibrio cultural y la ruptura de una armoniosa síntesis metafísica entre lo inmanente y lo trascendente. Los cuales constituyen otras dos formas estructurales de su expresión.

Hasta aquí tenemos cinco formas estructurales que corresponden al fenómeno de la corrupción:
1° intensidad ontológica hegemónica o marginal,
2° jerarquía de los valores inferiores, 
3° el ethos descendente,
4° pérdida de equilibrio cultural, y
5° ruptura de síntesis metafísica.

Esta turbia mescolanza de formas estructurales la encontramos presente y confluyendo en una determinada forma de civilización (la occidental) y en una determinada época (la modernidad). Nos explicamos.

IV.              Corrupción como resentimiento metafísico

Es cierto que el ethos del industrialismo ha dado preferencia solamente a los valores utilitarios en desmedro de los valores superiores y culturales. La ciencia misma está condicionada e influida por la inversión de los valores del espíritu burgués y la degeneración de la filosofía como mero metarrelato que resulta útil para un vivir relativista expresa todo un conjunto civilizacional asentado en una radical falsedad.

Pero la raíz común de esta inversión valorativa no es sino el antropomorfismo metafísico específico de la modernidad subjetivista. Efectivamente, el resentimiento en la moral de la civilización moderna nace de un raigal resentimiento metafísico subyacente y sin el cual no sería posible.

Si la civilización moderna, en contraste con la civilización antigua y medieval, ha perdido el sentido de la vida y el arte de vivir ha sido en consonancia con el vertiginoso desarrollo de la racionalidad científico-técnica, la cual descansa no sólo en la exaltación del valor de lo útil y mensurable, sino en un reduccionismo metafísico de la realidad.

Pero la civilización moderna en los últimos treinta años de globalización neoliberal ha llevado a límites pasmosos la corrupción. Las palabras de Manuel González Prada: “Donde se pone el dedo salta la pus”, podríamos aplicarlo casi a todo el globo terráqueo. Y aquí no es necesario insistir en cifras estadísticas bien conocidas de organismo mundiales, sino que se trata de reflexionar sobre la raíz del mal extensivo que nos aqueja.

Resulta una verdad de Perogrullo mencionar que el desarrollo del “espíritu económico” capitalista ha sido llevado al paroxismo bajo lo que denominamos la fase hiperimperialista del capitalismo mundial, entendido éste como la soberanía sin límites de las megacorporaciones privadas. Resulta que la tendencia al aumento del “negocio” no solamente se ha convertido en un automatismo porque, más bien, la manifestación del impulso adquisitivo sin límite ni objeto, retrata un proceso regido por la transformación de un ethos enfermo.

Y así es. Actualmente se vive no sólo la más honda inversión del orden jerárquico de los valores, que se verifica en la moral moderna, inversión que asciende cada vez más en su extensión y profundidad, y que con el triunfo del espíritu mercantil y especulativo sobre el espíritu teológico y metafísico, penetra cada vez más íntimamente hasta en los últimos resquicios de las valoraciones más concretas.

Pero lo más grave en todo esto es que el engendro antropológico que se deriva de este proceso es la anomia y el anetismo, como floraciones mórbidas y monstruosas de una sociedad decadente y psicopática que gira en torno al tener y no al ser.

La subordinación de lo noble y superior a lo útil responde a un cambio de valores que refleja el estallido del resentimiento que va más allá de lo axiológico y penetra en el ser. Por eso es que se puede afirmar que las alturas oprobiosas que ha alcanzado la corrupción en nuestro tiempo no sólo responden a un resentimiento valorativo, sino fundamentalmente a un resentimiento metafísico.

El resentimiento metafísico de la modernidad subjetivista se plasma en el resentimiento hacia lo absoluto, el ser verdadero y su síntesis con lo contingente, lo finito. El mundo burgués convierte lo relativo, el azar, la necesidad, en un impulso ilimitado al servicio de lo útil. Enfrascado en una orgía de inmanentismo ha sometido a la moral y a la ciencia a su propia concepción relativista del mundo. Es por ello que su ideal moral y científico descansa en el resentimiento ontológico-metafísico.

Nietzsche afirmaba que la moral de esclavos invierte y trastoca todo lo que empuña, sólo que se equivocó al atribuir tal rebelión de los esclavos a la moral cristiana, porque la verdadera comunidad del mal que derroca la idea del bien se da en la civilización burguesa y su grito de batalla: ¡Todos los valores son subjetivos!

El resentimiento metafísico del hombre moderno hacia lo absoluto ha presidido el trastrocamiento de sus propias valoraciones hasta arrinconarla en la subjetivización del valor mismo. En realidad, detrás de la subjetivización del valor lo que se busca es la decapitación de la realidad en lo que tiene de valores superiores y absolutos.

No es aquí el lugar para ofrecer una demostración positiva de que los valores son fenómenos últimos, independientes, que no tienen nada que ver con lo sentimientos o disposiciones subjetivas, ni tampoco son abstracciones con referencia a los actos de juicio. Sólo apuntaré que los valores tienen un lado objetivo, que no depende de su estimación, y un lado subjetivo, que depende de su apreciación. Y lo mismo puede decirse respecto a lo Absoluto.

Pero en el mundo moderno se han invertido los términos, y el reconocimiento de una voluntad como buena viene a reemplazar la inexistente objetividad de los valores y del ser. En otros términos, la modernidad subjetivista encarna el triunfo del para-mí y la renuncia-olvido del ser. De ahí que el horizonte legítimo de la modernidad burguesa sea el nihilismo y la destrucción de la metafísica. Pero como el hombre no puede escapar de la metafísica porque es un ser metafísico, lo que el mundo burgués instaura en realidad es una metafísica del percipi o de la inmanencia subjetiva.

A la moral moderna le corresponde una ontología. Si en la primera muestra una propensión radical a rechazar la responsabilidad, en la segunda exhibe una tendencia irreprimible a negar la realidad del ser verdadero. El único tributario privilegiado es la voluntad autónoma de una para-mí egolátrico que gira en torno a lo epistémico y hermenéutico en sentido nominalista y se distancia profundamente de un sano realismo en el valor y en el ser. De ahí que el origen del posmodernismo sea vital antes que filosófico, porque responde a una honda inversión de los valores y del ser, donde el origen del valor es la interpretación y ya no las dotes personales ni la superioridad moral ni intelectual.

La civilización moderna con su inversión valorativa y ontológica ejerce violencia contra la realidad misma. Ni la Antigüedad ni el Cristianismo conocieron esta valoración que priva al valor moral y al ser de toda conexión interna con el universo. Si bien es cierto que la lenta y silenciosa falsificación de los valores y del ser comienza en el siglo trece con la economía dineraria, hoy, en cambio, su espíritu del interés por lo útil se ha convertido en espíritu general.

Volvámoslo a decir. El resentimiento ético y metafísico hacia lo absoluto constituye el rasgo más característico del espíritu y mentalidad de la civilización burguesa moderna, y es el último fundamento de la corrupción generalizada que reina en la actualidad. La gran desgracia del mundo moderno es el odio a Dios, la hegemonía de la aversio dei. No es casual que la contemplación religiosa esté unida al amor activo en servicio del prójimo.

En cambio, la filantropía de la modernidad reemplaza la religión del amor y de la gracia por la pragmática religión de la ley. Justamente la teoría moderna de la igualdad del hombre es una negación directa de que en el hombre hay fuerzas imposibles de transformar y, por tanto, constituye una negación categórica de la gracia divina. No es casual que Kant haya eliminado el amor entre los agentes morales. Y con esta vehemencia por el formalismo legalista lo único que se obtiene son neurosis civilizacionales. No sin razón uno de los mejores cristianos medievales, Hugo de San Víctor, llamó “amor de ramera” al amor que quiere fundarse sólo en los beneficios y obras de Dios. En otras palabras, no hay que amar a Dios por su cielo y su tierra, sino al cielo y a la tierra porque son de Dios.

En el pensamiento de Heidegger también está presente esta falta de amor del mundo moderno, porque afirma que el ser no desciende sino que el ente asciende, no hay acto creador sino únicamente participación ontológica. En Heidegger esto es así por su arraigado helenismo, donde la esencia del amor antiguo no crea sino simplemente atrae, el ente aspira del no-ser al ser. En realidad toda la filosofía moderna lleva en su raíz la renuncia al ser y su reemplazo por lo óntico del ente. De ahí, que Nietzsche carezca de razón al afirmar que la moral se base en el resentimiento, cuando en realidad se funda en la eterna jerarquía de valores y en la perennidad del ser verdadero.

 Y así el relativismo moderno sólo está atento al cambio de apreciación del valor y no al valor mismo. Desde este resentimiento metafísico hacia lo absoluto los valores mismos son invertidos y calumniados. No hay duda que el más hondo resentimiento no es la falsificación de la tabla de valores, porque dicha falsificación tiene como base el resentimiento metafísico hacia lo absoluto.

En cambio, en el cristianismo Dios no tiene sobre sí ningún logos, sino que debajo de su acto amoroso está el logos. El cristianismo invierte el sentido del amor antiguo: aspiración de lo inferior a lo superior; con el cristianismo lo superior desciende a lo inferior para hacernos igual a Dios.

Todo lo cual quiere decir que la exégesis metafísica del fenómeno de la corrupción no nos ha conducido descaminadoramente hacia el falso supuesto que el hombre es un ser malo y destinado a la corrupción, sino que, por el contrario, lo que da humanidad al ser del hombre son los valores superiores, es su aspiración anagógica hacia la elevación del ser, y, en consecuencia, lo que da preeminencia al fenómeno de la corrupción es el resentimiento metafísico hacia lo Absoluto. De allí se deriva la inversión de los valores y sus demás manifestaciones empíricas.

Por lo demás, sería de mucho provecho ahondar en los vínculos de los fenómenos elementales de la corrupción, constantemente presentes en el alma humana, con la historia del espíritu y las ideas, valoraciones y formas de espíritu que dominan en cada caso en círculos enteros de cultura. Las grandes formas del espíritu en la historia, donde se expresan las formas ideales y esenciales del alma humana, también delinean expresiones particulares de la corrupción que se han realizado y expresado en el círculo de la cultura china, índica, clásica, cristiana y occidental moderna.

Finalmente, hay que decir que en el mundo moderno no está pervertido el sentimiento de valor sino el impulso hacia el valor. Y es así porque ni hasta el mismo delincuente o corrupto deja de tener sentimiento de valor, pero recubre los valores positivos para que luzcan débilmente y así pervierte el impulso hacia el valor. En esta autointoxicación psíquica y ontológica de la corrupción interviene un aumento de la simpatía y un descenso de la empatía, porque la simpatía es la base de la cohesión social en cambio la empatía es la dirección de la intencionalidad emocional que está en la base del acto moral y del acto de amor. Generalmente esta autointoxicación de la corrupción por simpatía se expresa bajo el triste adagio popular: “Es corrupto pero trabaja”.

V.                 Estrategia filosófica contra la corrupción

 La estrategia filosófica contra la corrupción tiene sus dificultades intrínsecas.
Primero, porque la filosofía es una disciplina teórica que apenas brinda una guía para la acción, y segundo, porque cuando la filosofía es puesta al servicio de la praxis se la subordina y se la convierte en ancilla liberationis.  

Sin embargo, la filosofía como reflexión crítica, conciencia problemática, concepción del mundo y saber de la vida puede brindar luces tanto en el terreno teórico como práctico sobre la estrategia contra la corrupción. No obstante, como el problematismo filosófico es esencialmente intelectual, al implicar un radicalismo en el indagar y en el cuestionar, su radicalismo sin límites suele ofrecer resultados controvertibles. La filosofía no es y nunca ha sido un recetario para resolver los problemas prácticos, pero ello no es óbice para que busque la verdad al margen de la verificación empírica y de la verificación analítica.

En consecuencia, todo lo que en adelante se pueda decir filosóficamente como estrategia contra la corrupción tiene un carácter de validación argumentativa y aserciones categóricas. Por lo demás, hay que tener siempre presente que la filosofía es una forma de saber que vive no sin paradojas y a pesar de ellas, sino en ellas. Y quizá una de sus mayores paradojas sea la oposición entre el progreso entre y el estancamiento en la investigación de la verdad.

Mencionado todo lo anterior sólo basta agregar que la filosofía es una forma de saber que exige una negación dialéctica (antifilosofía verdadera) y no su rechazo o liquidación (antifilosofía falsa).

En este sentido todo lo que vaya a indicar a continuación no deja de tener un carácter especulativo, intuitivo, simbólico y directriz.

De esta manera, nuestro análisis fenomenológico de la corrupción nos conduce directamente al convencimiento de que la salida es invertir los valores del mundo burgués y de la decadente civilización moderna. Y no podía ser de otra forma puesto que lo que da preeminencia al fenómeno de la corrupción es el resentimiento metafísico hacia lo Absoluto. De allí se deriva la inversión de los valores y sus demás manifestaciones empíricas.

Así, la civilización moderna se complace por haber logrado extender el promedio de vida pero cierra los ojos al no querer advertir que ha disminuido la capacidad para gozar de la vida y darle sentido. Es por ello que la estrategia filosófica contra la corrupción debe transitar por las siguientes líneas fundamentales:

1° Provocar un cambio espiritual profundo en la filosofía social, política y económica.

2° En lo económico idear una economía de reemplazo del capitalismo basada en el intercambio y en el salario ciudadano. Con ello se haría retroceder la economía dineraria hasta límites de su extinción y así se eliminaría uno de los elementos eje de la destrucción de los valores superiores. En una palabra, se trata de poner punto final al sistema económico actual que idolatra a un dios llamado dinero.

3° En lo social doblegar el poder del dinero y la usura para que la humanidad en vez de tener “precio” recupere su “dignidad”. La justicia distributiva basada en el amor debe primar sobre la justicia conmutativa basada en el justiprecio. Sólo así se podrá refundar la familia, verdadero núcleo de la formación del impulso valorativo.

4° Fortalecer las posibilidades progresistas y eliminar las tendencias perversas de la técnica que coadyuven a la reconstrucción humana. Así, por ejemplo, es el orden político y financiero actual del hiperimperialismo monopólico privado lo que impide socializar los beneficios de la nueva fase neotécnica de la máquina. Sería un error buscar en la técnica una solución a todos los problemas humanos, pero ella abre nuevas posibilidades para que el pensamiento y la acción humana se desarrollen dignamente.

5° En lo espiritual, la profundidad de la crisis de la civilización occidental expresada en la corrupción reinante y generalizada exige contrarrestar el secularismo extremista de la moderna con una amplia restauración de la filosofía y fe católica. No se trata de alentar una rediviva cruzada sino de re-espiritualizar el mundo para poder vivir el amor de Dios en los semejantes y en toda su creación.

En síntesis, estas serían las líneas fundamentales en la lucha contra la corrupción. Pues sin ir a la profundidad del problema no se alcanzará curarla y menos mediatizarla con meras legislaciones superficiales.

Muchas gracias

domingo, 9 de noviembre de 2014

ESENCIA DE LA CIVILIZACIÓN HELÉNICA

ESENCIA DE LA CIVILIZACIÓN HELÉNICA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
 
La esencia de una civilización se suele encarnar en la esencia de su metafísica. La civilización helénica planteó una metafísica de las esencias la cual nace del problema del devenir para dar cuenta del arjé o inmutable Unidad a través del logos o la razón. Pero aquí no se trata del logos del hombre sino del logos del ser, del cual participa el hombre. En este punto hay que tener presente que si el hombre antiguo y medieval tiene una actitud ontológica ante la vida, el hombre moderno tiene una postura epistémica. Para el hombre antiguo y del Medioevo primero es el ser luego el conocer, para el hombre moderno primero es el conocer luego el ser.

Por tanto, lo esencial de la civilización helénica no fue el culto al hombre o el humanismo. Al contrario, el humanismo del homo mensura de Protágoras y los sofistas se dirige directamente hacia la refutación de la esencia de la metafísica de la civilización helénica. La impugnación sofista de la metafísica de las esencias o ideas como realidades incidirá justamente en el argumento de que las ideas son conceptos. En este sentido el escepticismo sofístico es diferente al relativismo ontológico de Heráclito.

No obstante, la metafísica de las esencias con sus verdades de razón, en el sentido del logos o razón universal, es el aporte fundamental de la civilización helénica y no constituye precisamente un humanismo. El humanismo, más bien, está expresado con toda amplitud y cabalidad en el antropocentrismo y voluntad de poder de la racionalidad instrumental científico-técnica de la modernidad, la cual descansa sobre otra base metafísica, esto es, el subjetivismo: la del resentimiento metafísico hacia lo absoluto y el giro epistémico desde ser hacia el conocer.

Entonces la pregunta que trataremos de despejar es por qué colapsó la civilización helénica y en ello cuánto tuvo que ver su metafísica. Para lo cual, y a continuación de esta disquisición sincrónica, haremos un breve recorrido diacrónico.

El tema es la relación del recorrido de la civilización helénica con la esencia de su metafísica. Lo distintivo del helenismo no es lo geográfico ni lo lingüístico sino su metafísica de las ideas. Budismo y cristianismo apartaron al helenismo de la teología natural, sin embargo la influencia helena en Galilea hizo posible el cristianismo mismo. Mientras el budismo mahayana y el judaísmo estaban alejados de la metafísica de las esencias. La contradicción principal de la metafísica de la civilización helénica fue resolver la tensión entre el ser y el devenir, lo Uno y lo Múltiple, lo divino y lo humano, lo trascendente y lo inmanente, que al final terminaría en Plotino con la desvalorización de lo mundano y la sobrevaloración de lo Uno. Su principal contribución fue hacer posible la expansión del cristianismo.

La vida helénica estaba centrada en el mar, el Egeo. En su expansión llegaron a la India, Irak, Babilonia, pero siempre se imponía la nostalgia por la Hélade. Su corazón era cautivo del corazón geográfico de la Hélade.

En el segundo milenio antes de Cristo, minoicos, egipcios e hititas estaban en decadencia, lo que legó la época de decadencia a la cuenca del Egeo fue la anarquía. Los minoicos fueron destruidos por los micenos, quienes prosiguieron la obra del rey Minos de fiscalizar los mares. Esta edad oscura de la historia helénica dura unos cuatrocientos años hasta disiparse en el siglo octavo antes de nuestra era. Al respecto tres son las fuentes de información:  los registros públicos egipcios, hititas y asirios, la Ilíada y la Odisea de Homero. La solución a la crisis fue la creación de la polis o ciudad-estado, que es el triunfo de los del llano sobre los montañeses. Guerra y civilización irían de la mano desde entonces.

Las ciudades-estados y su orden legal liberó a los individuos de la familiar ley paterna, lo mismo hizo el servicio militar. Esto significó no sólo un profundo cambio psicológico sino también ontológico, porque el individuo se experimentó no sólo como parte de una comunidad unida por vínculos de sangre, sino también por leyes supraindividuales percibidas como de carácter “cósmico”. La noción de “contrato social” es una idea moderna y no antigua, y no aplicable al contexto heleno.

Desprovistos de la teoría moderna de la igualdad estaban más bien equipados con la teoría antigua de la desigualdad natural y divina, esto es, por naturaleza y por designio de los dioses unos nacían superiores y otros inferiores. Lo cual justificaba la esclavitud y la discriminación de las mujeres, las cuales se refugiaron en los cultos de la naturaleza. Entre las ciudades-estados no había unidad política ni religiosa, pero sí deportiva, poética y cultural. Su legado sería la escritura silábica y el racionalismo.

La invasión de los bárbaros fenicios y etruscos en el siglo doce antes de nuestra era terminó por agotar a los micénicos, hititas y egipcios. Luego los helenos alcanzaron la victoria por superioridad numérica, mejores bases y porque las grandes potencias de la época no lo atacaron. El paso del bronce al hierro dio lugar a las falanges, luego sobrevino otra gran invención, a saber, la moneda y la revolución agrícola, que los convirtió en exportadores de vino y aceite. Inmediatamente después cayó la aristocracia hereditaria y se extendió la ciudadanía. Sería la amenaza persa lo que les daría la oportunidad de enfrentar la falta de unidad política y espiritual.

La respuesta a la incitación de la agresión persa desde el este fue la respuesta unida de la mitad de la Hélade. Pero el gran triunfo se desperdició con la guerra del Peloponeso. Los helenos no pudieron conseguir la necesaria unidad política que les faltaba, tampoco se dio una revolución espiritual, pero tuvo lugar una inusitada revolución cultural a lo largo de cincuenta años (478-432 a.c.) en drama, escultura, arquitectura, comedia y filosofía. Esta es la etapa en que Atenas demostró para la historia una ley inmarcesible: que la riqueza material de nada vale si no se convierte en riqueza espiritual.

La guerra civil y la guerra internacional en el dilatado lapso de noventa y tres años devastaron el mundo helénico y demostró que tanto Esparta como Atenas no estaban a la altura de la misión de lograr la concordia política y su unidad. Las atrocidades materiales fueron tan grandes como los daños espirituales. La lucha fratricida devoró a sus mejores hombres, sucumbió Sócrates por asociarse con la cabeza de los treinta tiranos, y al final Atenas abusó de la confianza que depositó en ella la confederación helena.

Por su parte, Macedonia tuvo la suerte de tener buenos reyes y no ser invadida por los persas. Sus admiradores griegos Esquines, Demóstenes e Isócrates enaltecieron a Filipo. Su hijo Alejandro con la caballería macedónica adoptó el helenismo y accedió al Oriente. Fue una monarquía hereditaria y no la democracia  lo que dio paz y unidad al mundo heleno. Pero su constitución monárquica la expuso a la falibilidad de un solo hombre y así muerto Alejandro se disolvió la Hélade.

Al suprimir la soberanía de las ciudades-estados el imperio mundial de Alejandro emancipó al individuo, aunque sólo una minoría mesocrático rentista se benefició, mejoró la situación de la mujer y del esclavo doméstico pero empeoró al del esclavo agrícola, industrial y del campesino siervo y libre. El rey deificado no satisfizo al heleno, ni Zenón de Citio ni Epicuro creyeron en el rey filósofo de Platón.  Con los estoicos y epicúreos el filósofo se volvió inhumano, al dar la espalda no sólo al patriotismo sino también al amor y a la piedad. Al esfumarse el imperio mundial de Alejandro el filósofo autosuficiente del estoico y epicúreo se hacían invulnerables al precio de endurecerse ante sus semejantes.

Como vemos la monarquía macedónica y la federación aquea fracasaron para establecer la concordia política en la sociedad helénica. El descalabro comenzó con la desmesurada ambición de Alejandro de conquistar Persia y terminó ciento veinte años después, en el 219 a.n.e., con guerras locales panhelénicas que deshicieron el sueño de unidad del macedónico rey Filipo.

El futuro ya no pertenecía a las superciudad-estados sino a la República, que iba a restaurar nada menos que Roma. Pero Roma asimilaba el helenismo sin creer en la monarquía. Extendió la ciudadanía a todos, contando con una enorme reserva de fuerzas militares, eran leales e indomables. Así derrotaron en tres guerras a los cartaginenses y sometió a Egipto, quedando dueños del mundo heleno.

Una vez convertida en la única potencia del mundo helénico (318 a.n.e.) Roma no hizo nada de dimensión ecuménica por cien años. Hasta que estalla la época de conmociones por ciento ochenta y ocho años (218-31 a.n.e.). Guerras civiles, rebeliones de esclavos, insurrección de pueblos, movimientos nacionalistas militares, tiene repercusión en la costa atlántica europea, en Judea (Galilea es judaizada) y la India.

Cuando llega la paz de Augusto en el 31 a.n.e. las heridas del mundo heleno ya se habían hecho mortales, llegó tarde. Pero la recuperación del helenismo duró doscientos sesenta y cinco años (31 a.n.e.- 235 n.e.). La nueva concordia se compartió entre tres imperios: romanos, partos e hindúes kush.  Las columnas del nuevo orden era cuatro: el rey y el estado mundo deificado, el ejército profesional y la burocracia. En Roma la aparición del burócrata coincide con la aparición de las masas, todo lo cual se relaciona con el atrofiamiento de la antigua institución monárquica.

Pero las columnas del nuevo orden no llevó al rejuvenecimiento, pues la sociedad ya estaba agotada, declinó el espíritu público y las energías cívicas. El orador se convierte en el Verbo, en el logos revelador, en el líder de las masas de la conciencia colectiva, y bajo el espíritu de Cicerón se llega a reducir a la filosofía al papel de disciplina preparatoria para “la gloriosa y divina aptitud para el discurso”.  En el 224 resurge el imperio persa bajo la religión zoroástrica  y en el 180 de n.e. en Roma se produce un estallido general, donde campesinos, bárbaros y persas desestabilizan al imperio. Los emperadores soldados ilíricos (Aureliano, Probo, Caro y Diocleciano) lo salvan pero no se salva la civilización helénica, pues la educada clase media urbana está arruinada y se busca desesperadamente otra forma de organización social. Roma nunca fue superior a Grecia porque, entre otras cosas, no fue capaz de convertir su riqueza material en riqueza espiritual.

La época de conmoción y la recuperación provocó en el mundo heleno una odisea espiritual que lo llevó hacia la admisión de las religiones orientales (Cibeles, Mitra, Júpiter, gnosticismo y el Cristianismo competían entre sí) y contra los cuales se rebelaría Plotino desvalorando lo múltiple, el devenir y el mundo para sobrevalorar la contemplación deificada del alma, representando muy bien la desintegración de la síntesis platónico-aristotélica entre lo Uno y lo Múltiple.

Surge el budismo Mahayana pero el zoroastrismo le impide llegar al mundo heleno. Judaísmo y zoroastrismo por ser religiones nacionales no se imponen. Y de todas las religiones misioneras triunfaría el cristianismo por su universalidad, emplear la lengua griega y sus conceptos. En otras palabras, en medio de la ordalía de la bancarrota espiritual de la civilización helénica encontramos dos grupos de religiones orientales: unas sin influjo (judaísmo arameo, budismo mahayana y zoroastrismo iraní) y otras con influjo (Cibeles, Mitraísmo, Júpiter y cristianismo, todas las cuales emplean la lengua griega, pero la última además utiliza el lenguaje de la filosofía).

El cristianismo adoptó lengua, arte y filosofía helena, y por eso pudo imponerse no sólo sobre las religiones orientales sino incluso sobre el plotinismo. Sería perseguido por los emperadores soldados Ilíricos Decio, Valeriano, Aureliano y Galerio (siglo III). La gran conversión del imperio acontece con Constantino (313 de n.e.), el cual fue arriano hasta su conversión cristiana en su lecho de muerte. No obstante, llega el fanatismo con el emperador Teodosio que persigue a los no cristianos en el 381, para luego rebrotar la religión helénica con el emperador juliano en el siglo IV.

El cristianismo es proscrito desde el 64 hasta el 313, o sea un total de 249 años, no tanto por no rendir culto al emperador sino porque era proselitista y buscar conversos. Pero la ley fue poco severa, salvo cuando en el siglo III comienzan las persecuciones a todas las religiones orientales y no sólo al cristianismo. Pero como eran pacíficos y nunca se levantaron en armas, se buscaba más bien persuadirlos. La primera generación de los emperadores soldados Ilíricos buscaron eliminar el cristianismo hasta que Constantino lo adoptó y Juliano trató de volver a desterrarla.

Se ha dicho que Constantino con su conversión anuló el peligro opositor de los cristianos, que en el siglo IV habían mujeres aristócratas que lo defendían (Macrina, Paula, Olimpia) y otras que atacaban al cristianismo (Sosípatra, Hipatía). En realidad la postura de Roma respecto a la religión era ambigua: tolerante y a su vez dura. A los druidas se les prohibió los sacrificios humanos, en el siglo III la tensión entre judíos y el imperio ya había disminuido. Ser cristiano era sinónimo de ser desleal al imperio, pero Constantino con su conversión anuló tal peligro. Los libros sibilinos, escritos del 100 de n.e. al siglo V por paganos y judíos eran falsificaciones de gente acostumbrada a pensar apocalípticamente.

El imperio romano permitía el politeísmo pero no percibía la relación política de tal actitud. Celso fue el primero que trató del nexo entre política y religión: los dioses gobiernan el mundo por medio de un dios supremo. En cambio a los cristianos les fue más fácil valorarse políticamente. Este paralelismo entre un dios-un imperio es una de las causas fundamentales de la conversión de Constantino. Pero a fines del siglo IV la idea de supervivencia del cristianismo se desprendió de la idea de la supervivencia del imperio romano. El dogma trinitario hacía imposible la monarquía divina.

Además, como se ha dicho, resurge el paganismo con Juliano el apóstata. Juliano renovó el argumento de Celso: el politeísmo da cuenta de la pluralidad nacional del imperio. Así decidió la reconstrucción del templo de Jerusalén y su devolución a los judíos. Como pluralista aceptaba el dios monoteísta judío y cristiano pero como politeísta le disgustaba tal exclusividad. Juliano quiso romper la alianza entre monoteísmo y monarquía establecida por Constantino, pero fracasó porque no pudo defender consistentemente el politeísmo y pluralismo político imperial.

En síntesis, el helenismo colapsó no tanto porque no fue capaz de lograr su unidad política en el siglo V, y cuando lo logró con Augusto ya era demasiado tarde y estaba agotada (tesis de Toynbee), ni porque las civilizaciones son floraciones orgánicas como sujetos vivientes, que nacen y mueren, sin ley y gobernado por el sino de la historia (tesis de Spengler), ni porque son únicas e irrepetibles y representan un momento en el desarrollo del logos dentro del desenvolvimiento de la libertad (tesis de Hegel), ni porque está sujeto al corsi y ricorsi de Vico, sino porque en su metafísica está encerrado el misterio de su hundimiento, a saber, que lo único que tiene sentido es lo Uno mientras que lo múltiple y el devenir queda descalificado. Esta es la fundamental razón de su declinación. Exageración contraria caracteriza a la metafísica subjetivista de nuestra civilización moderna, a saber, que lo único que tiene sentido es lo múltiple y el devenir mientras que lo Uno queda descalificado.

Su legado, conservado por las tres civilizaciones siguientes (islámica, cristiana latina y cristiana bizantina) no murió. Es más, su idolatría hacia el Estado se conserva y hoy sufrimos las consecuencias de su extralimitación técnico-científica en el horizonte de lo inmanente. En otras palabras, con el racionalismo y conceptos legados por el helenismo nos hemos vuelto contra esencia misma de su espíritu metafísico. No se trata de revivir la esencia metafísica de una civilización muerta, sino de recuperar la superación de su síntesis metafísica (lograda por el cristianismo) dando respuestas a los desafíos del momento presente que está sumido en la unilateralidad contraria de la inmanencia. A esta constatación nos conduce la presente meditación sobre la esencia metafísica de la civilización helénica.


Lima, Salamanca 09 de noviembre 2014