FILOSOFÍA DE LA CORRUPCIÓN
Gustavo
Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
Conferencia pronunciada el 19 de noviembre del
2014
Resumen: El
resentimiento ético y metafísico constituye el rasgo más característico del
espíritu y mentalidad de la civilización burguesa moderna, y es el último
fundamento de la corrupción generalizada que reina en la actualidad.
Palabras clave: Filosofía - Corrupción - Sustancia - Pecado – Vida inauténtica - Caída
– Moral cerrada – Mala fe – Inversión de los valores – Inversión metafísica –
Ethos del industrialismo – Impulso adquisitivo – Anomia – Anetismo –
Resentimiento hacia lo Absoluto - Para
mí – Antropocentrismo – Nominalismo – Realidad del ser verdadero - Nihilismo.
Abstract: The ethical and
metaphysical resentment is the most characteristic of the spirit and mentality
of modern bourgeois civilization trait, and is the ultimate foundation of the
widespread corruption that prevails today.
Key words: Philosophy - Corruption -
Substance - Sin - inauthentic Life - Fall - closed Moral - Bad Faith -
Investment securities - Investment metaphysics - Ethos of industrialism -
Impulse buying - Anomie - Anetismo - Resenting the Absolute - for me -
Anthropocentrism - Nominalism - reality of being true - Nihilism.
I.
Preliminares
Aquí intentaremos descender a
través de un análisis fenomenológico al plano de la cuestión más radical que
define la corrupción, a saber, el ser
de la corrupción generalizada que reina en nuestro tiempo. Elegimos, por
ejemplo, la exégesis de la inversión del valor resaltada por Weber, Simmel,
Sombart, Troeltsch, Schubart y Scheler, no sólo por ser asequibles sus textos,
sino porque ellos señalan expresamente a la civilización moderna como la
responsable de la inversión valorativa más profunda emprendida en la historia. Pero
ninguno define la inversión valorativa como una inversión previamente
ontológica, faltándoles el definidor fundamento ontológico.
Es por ello que saludamos a la
Universidad Nacional de Trujillo y a la Universidad Católica de Trujillo por
organizar el II Congreso Regional de Filosofía del Norte del Perú y dedicarlo
al tema “Propuestas Filosóficas contra la delincuencia y la corrupción”. Que la
propia universidad se preocupe por el tema de la corrupción es de suyo
relevante cuando la propia institución universitaria en el Perú ha sido señalada
como parte del sistema de corrupción imperante, lo cual ha motivado la nueva
ley universitaria. Pero lo que no se ve en la nueva ley es que las raíces de la
corrupción son más profundas, incluso van más allá de una forma de vida
arraigada entre los peruanos en la corrupción y que atañe a un carácter de
civilización basado en la exaltación del dinero, el poder y el placer.
Pero basta ya de referirse al
momento presente. La solemnidad de la ocasión exige algo más que dilatarse en
estos gravitantes y lóbregos problemas. El que pretende abordar filosóficamente
la corrupción debe preguntarse sobre cuatro clases de problemas: 1° ¿Cuáles han
sido las nociones filosóficas fundamentales que ha tratado de dar cuenta de la
corrupción? 2° ¿Cuál es la analítica necesaria del fenómeno de la
corrupción? 3° ¿Es necesario proponer
una nueva noción filosófica sobre la corrupción? y 4° ¿Cuál es la estrategia
filosófica más profunda y adecuada contra la corrupción?
Por tanto, nuestra conferencia
intitulada “Filosofía de la Corrupción se divide en esas tres partes.
II.
Nociones fundamentales
La corrupción es tema presente en
todos los ámbitos de la cultura, quizá principalmente en la Religión, la Moral,
la Economía y el Derecho. Nuestro objetivo es centrarnos en la perspectiva
filosófica.
La noción de corrupción en el
terreno filosófico ha sido pensada en los siguientes términos:
1.
Degradación
de la sustancia (Aristóteles); absoluta: del ser al no ser, y relativa: del no
ser al ser (Fís. V, 1, 225 a 17).
2.
Caída
(Platón, Plotino, gnosticismo); como pérdida por parte del alma humana del
estado original de perfección (Fedro
248 a ss; Enn., 9, 9). Los gnósticos
negaron tal libertad en el uso de la voluntad.
3.
Pecado
(Padres de la Iglesia oriental y latina, Orígenes y Renouvier), como mal uso de
la voluntad en la práctica del bien (De
princi. II, 9, 2; Nueva monadología,
1899).
4.
Vida
inauténtica (Heidegger); como caída del ser-ahí en el no-ser de la cotidianidad
impropia. Tal cotidianidad impropia se caracteriza como un ocultamiento del ser
para la muerte y en el abandono de la existencia en la cotidiana forma de las
habladurías, la avidez de novedades y la ambigüedad (Ser y tiempo, § 35-38).
5.
Moral
cerrada (Bergson); como expresión de la moral social de obligación, donde reina
la impersonalidad del conjunto y cuya diferencia con la moral humana no es de
grado sino de esencia, una es instintiva la otra es creadora (Las dos fuentes de la moral y la religión,
cap. I).
6.
Mala
fe (Sartre); como negación de la libertad absoluta o uso del poder nihilizador
en el seno de la angustia, elección de la cosificación o autoengaño en la
persona que no acepta la responsabilidad de sus actos. En una palabra es
renuncia a la libertad e identificación con la facticidad (El ser y la nada, primera parte, capítulo II).
7.
Inversión
de los Valores (Weber [La ética
protestante y el espíritu del capitalismo], Simmel [Filosofía del dinero], Sombart [El
burgués], Troeltsch [El Protestantismo y el mundo moderno], Schubart
[Europa y el alma de oriente] y
Scheler [El resentimiento en la moral]);
en el mundo burgués se da un progreso sin sentido porque solamente es real lo
calculable, medible y objetivo, todo el resto, incluido los valores, es irreal
y subjetivo.
III.
Analítica del fenómeno de la corrupción
Hemos pasado revista a las
diversas concepciones filosóficas sobre la corrupción, pero ninguna define la
inversión valorativa como una inversión previamente ontológica, faltándoles el
definidor fundamento ontológico.
Así, en Aristóteles la definición
de corrupción tiene un resabio biologista,
en Platón, Plotino y gnosticismo una perspectiva espiritualista; en los Padres de la iglesia oriental y latina junto
con Renouvier un ángulo teológico; en
Bergson un enfoque moralista; en Heidegger
y Sartre una configuración existencialista;
y en Weber, Simmel, Troeltsch, y Scheler un escorzo axiológico. Pero nuestro análisis fenomenológico no es pedir
consejo a la tradición filosófica, sino “ir a la cosa misma”, lo cual tiene dos
partes: fenómeno (lo que se muestra por sí mismo) y logos (ver algo del ente).
Aquí reivindicamos lo valioso de
la fenomenología no como una disciplina, sino como una forma de abordar los
fenómenos mismos en un permitir ver lo que se muestra. Por ende, es un
abordamiento ontológico. Y en este abordamiento ontológico se constata que la
“mostración” del fenómeno de la corrupción está condicionada por el carácter de
los individuos, la cultura, la historia y la tradición.
La analítica de la “mostración”
del fenómeno de la corrupción no es hacer antropología, sociología, ni
psicología, lo cual es tan sólo el primer peldaño empírico del ser de la
corrupción. Por un lado, la corrupción de la cual tratamos es un fenómeno que
le acontece al hombre en una determinada sociedad y época. Y por otro lado, la
corrupción es un fenómeno que gravita con diversa intensidad en cada etapa de
la historia.
En otras palabras, la corrupción
siempre ha existido pero no siempre ha sido generalizada, sino más bien
marginal en determinadas épocas y civilizaciones. Por consiguiente, la primera
estructura de la corrupción es su “intensidad”
ontológica, lo cual define su carácter hegemónico
o marginal en una determinada época de la historia. Es hegemónica cuando la curva desarrollo cultural se agota y declina,
y es marginal cuando se vive un clima
de elevada espiritualidad.
Ahora bien, el fenómeno de la
corrupción puede ser hegemónico o marginal según la jerarquía valorativa que presente. Así, por ejemplo, los hombres
afrontaron el final del mundo antiguo con el desprecio (los cínicos), la huída
(los platónicos y gnósticos), la esperanza (los hebreos), el poder (los
políticos) y la redención (los cristianos). Esto significa que la jerarquía
valorativa se constituye en la segunda
forma estructural de la corrupción.
Pero, a su vez, la jerarquía
valorativa se instituye y expresa conformando un determinado ethos o forma de vida que perfila el
dinamismo moral y emocional de una época determinada. El ethos puede ser de
carácter ascendente o descendente. Si la intensidad ontológica
de la corrupción es hegemónica, entonces su jerarquía valorativa se compone de
valores inferiores, los cuales, a su vez, se expresan en un ethos descendente.
En consecuencia, el ethos es la tercera forma estructural en que se presenta la corrupción. Además,
el factum histórico muestra que dicho ethos descendente suele presentarse bajo
una ampliación del voluntarismo, el individualismo y el intelectualismo. Es
decir, se manifiesta bajo la pérdida de
un equilibrio cultural y la ruptura
de una armoniosa síntesis metafísica entre lo inmanente y lo trascendente.
Los cuales constituyen otras dos formas estructurales de su expresión.
Hasta aquí tenemos cinco formas
estructurales que corresponden al fenómeno de la corrupción:
1° intensidad ontológica
hegemónica o marginal,
2° jerarquía de los valores
inferiores,
3° el ethos descendente,
4° pérdida de equilibrio
cultural, y
5° ruptura de síntesis
metafísica.
Esta turbia mescolanza de formas
estructurales la encontramos presente y confluyendo en una determinada forma de
civilización (la occidental) y en una determinada época (la modernidad). Nos
explicamos.
IV.
Corrupción como resentimiento metafísico
Es cierto que el ethos del
industrialismo ha dado preferencia solamente a los valores utilitarios en
desmedro de los valores superiores y culturales. La ciencia misma está
condicionada e influida por la inversión de los valores del espíritu burgués y
la degeneración de la filosofía como mero metarrelato que resulta útil para un
vivir relativista expresa todo un conjunto civilizacional asentado en una
radical falsedad.
Pero la raíz común de esta
inversión valorativa no es sino el antropomorfismo metafísico específico de la
modernidad subjetivista. Efectivamente, el resentimiento en la moral de la
civilización moderna nace de un raigal resentimiento metafísico subyacente y
sin el cual no sería posible.
Si la civilización moderna, en
contraste con la civilización antigua y medieval, ha perdido el sentido de la
vida y el arte de vivir ha sido en consonancia con el vertiginoso desarrollo de
la racionalidad científico-técnica, la cual descansa no sólo en la exaltación
del valor de lo útil y mensurable, sino en un reduccionismo metafísico de la
realidad.
Pero la civilización moderna en
los últimos treinta años de globalización neoliberal ha llevado a límites
pasmosos la corrupción. Las palabras de Manuel González Prada: “Donde se pone
el dedo salta la pus”, podríamos aplicarlo casi a todo el globo terráqueo. Y
aquí no es necesario insistir en cifras estadísticas bien conocidas de
organismo mundiales, sino que se trata de reflexionar sobre la raíz del mal
extensivo que nos aqueja.
Resulta una verdad de Perogrullo
mencionar que el desarrollo del “espíritu económico” capitalista ha sido llevado
al paroxismo bajo lo que denominamos la fase hiperimperialista del capitalismo
mundial, entendido éste como la soberanía sin límites de las megacorporaciones
privadas. Resulta que la tendencia al aumento del “negocio” no solamente se ha
convertido en un automatismo porque, más bien, la manifestación del impulso adquisitivo sin límite ni
objeto, retrata un proceso regido por la transformación de un ethos enfermo.
Y así es. Actualmente se vive no
sólo la más honda inversión del orden jerárquico de los valores, que se
verifica en la moral moderna, inversión que asciende cada vez más en su
extensión y profundidad, y que con el triunfo del espíritu mercantil y
especulativo sobre el espíritu teológico y metafísico, penetra cada vez más
íntimamente hasta en los últimos resquicios de las valoraciones más concretas.
Pero lo más grave en todo esto es
que el engendro antropológico que se deriva de este proceso es la anomia y el anetismo, como floraciones mórbidas y monstruosas de una sociedad decadente
y psicopática que gira en torno al tener y no al ser.
La subordinación de lo noble y
superior a lo útil responde a un cambio de valores que refleja el estallido del
resentimiento que va más allá de lo axiológico y penetra en el ser. Por eso es
que se puede afirmar que las alturas oprobiosas que ha alcanzado la corrupción
en nuestro tiempo no sólo responden a un resentimiento valorativo, sino
fundamentalmente a un resentimiento metafísico.
El resentimiento metafísico de la
modernidad subjetivista se plasma en el resentimiento
hacia lo absoluto, el ser verdadero y su síntesis con lo contingente, lo
finito. El mundo burgués convierte lo relativo, el azar, la necesidad, en un
impulso ilimitado al servicio de lo útil. Enfrascado en una orgía de
inmanentismo ha sometido a la moral y a la ciencia a su propia concepción
relativista del mundo. Es por ello que su ideal moral y científico descansa en
el resentimiento ontológico-metafísico.
Nietzsche afirmaba que la moral
de esclavos invierte y trastoca todo lo que empuña, sólo que se equivocó al
atribuir tal rebelión de los esclavos a la moral cristiana, porque la verdadera
comunidad del mal que derroca la idea del bien se da en la civilización
burguesa y su grito de batalla: ¡Todos
los valores son subjetivos!
El resentimiento metafísico del
hombre moderno hacia lo absoluto ha presidido el trastrocamiento de sus propias
valoraciones hasta arrinconarla en la subjetivización del valor mismo. En
realidad, detrás de la subjetivización del valor lo que se busca es la decapitación
de la realidad en lo que tiene de valores superiores y absolutos.
No es aquí el lugar para ofrecer
una demostración positiva de que los valores son fenómenos últimos,
independientes, que no tienen nada que ver con lo sentimientos o disposiciones
subjetivas, ni tampoco son abstracciones con referencia a los actos de juicio.
Sólo apuntaré que los valores tienen un lado objetivo, que no depende de su estimación, y un lado subjetivo, que
depende de su apreciación. Y lo mismo puede decirse respecto a lo Absoluto.
Pero en el mundo moderno se han
invertido los términos, y el reconocimiento de una voluntad como buena viene a
reemplazar la inexistente objetividad de los valores y del ser. En otros
términos, la modernidad subjetivista encarna el triunfo del para-mí y la
renuncia-olvido del ser. De ahí que el horizonte legítimo de la modernidad
burguesa sea el nihilismo y la destrucción de la metafísica. Pero como el
hombre no puede escapar de la metafísica porque es un ser metafísico, lo que el
mundo burgués instaura en realidad es una metafísica
del percipi o de la inmanencia subjetiva.
A la moral moderna le corresponde
una ontología. Si en la primera muestra una propensión radical a rechazar la responsabilidad, en la
segunda exhibe una tendencia irreprimible a negar
la realidad del ser verdadero. El único tributario privilegiado es la
voluntad autónoma de una para-mí egolátrico que gira en torno a lo epistémico y
hermenéutico en sentido nominalista y se distancia profundamente de un sano
realismo en el valor y en el ser. De ahí que el origen del posmodernismo sea
vital antes que filosófico, porque responde a una honda inversión de los
valores y del ser, donde el origen del valor es la interpretación y ya no las
dotes personales ni la superioridad moral ni intelectual.
La civilización moderna con su
inversión valorativa y ontológica ejerce violencia contra la realidad misma. Ni
la Antigüedad ni el Cristianismo conocieron esta valoración que priva al valor
moral y al ser de toda conexión interna con el universo. Si bien es cierto que
la lenta y silenciosa falsificación de los valores y del ser comienza en el
siglo trece con la economía dineraria, hoy, en cambio, su espíritu del interés
por lo útil se ha convertido en espíritu
general.
Volvámoslo a decir. El resentimiento
ético y metafísico hacia lo absoluto constituye el rasgo más característico del
espíritu y mentalidad de la civilización burguesa moderna, y es el último
fundamento de la corrupción generalizada que reina en la actualidad. La gran
desgracia del mundo moderno es el odio a Dios, la hegemonía de la aversio dei. No es casual que la
contemplación religiosa esté unida al amor activo en servicio del prójimo.
En cambio, la filantropía de la
modernidad reemplaza la religión del amor y de la gracia por la pragmática
religión de la ley. Justamente la teoría moderna de la igualdad del hombre es
una negación directa de que en el hombre hay fuerzas imposibles de transformar
y, por tanto, constituye una negación categórica de la gracia divina. No es
casual que Kant haya eliminado el amor entre los agentes morales. Y con esta
vehemencia por el formalismo legalista lo único que se obtiene son neurosis
civilizacionales. No sin razón uno de los mejores cristianos medievales, Hugo
de San Víctor, llamó “amor de ramera” al amor que quiere fundarse sólo en los
beneficios y obras de Dios. En otras palabras, no hay que amar a Dios por su
cielo y su tierra, sino al cielo y a la tierra porque son de Dios.
En el pensamiento de Heidegger
también está presente esta falta de amor del mundo moderno, porque afirma que el ser no desciende sino que el ente asciende, no hay acto creador sino únicamente participación ontológica. En Heidegger
esto es así por su arraigado helenismo, donde la esencia del amor antiguo no
crea sino simplemente atrae, el ente aspira del no-ser al ser. En realidad toda
la filosofía moderna lleva en su raíz la renuncia al ser y su reemplazo por lo
óntico del ente. De ahí, que Nietzsche carezca de razón al afirmar que la moral
se base en el resentimiento, cuando en realidad se funda en la eterna jerarquía
de valores y en la perennidad del ser verdadero.
Y así el relativismo moderno sólo está atento
al cambio de apreciación del valor y no al valor mismo. Desde este
resentimiento metafísico hacia lo absoluto los valores mismos son invertidos y
calumniados. No hay duda que el más hondo resentimiento no es la falsificación
de la tabla de valores, porque dicha falsificación tiene como base el
resentimiento metafísico hacia lo absoluto.
En cambio, en el cristianismo Dios
no tiene sobre sí ningún logos, sino que debajo de su acto amoroso está el
logos. El cristianismo invierte el sentido del amor antiguo: aspiración de lo
inferior a lo superior; con el cristianismo lo superior desciende a lo inferior
para hacernos igual a Dios.
Todo lo cual quiere decir que la
exégesis metafísica del fenómeno de la corrupción no nos ha conducido
descaminadoramente hacia el falso supuesto que el hombre es un ser malo y
destinado a la corrupción, sino que, por el contrario, lo que da humanidad al
ser del hombre son los valores superiores, es su aspiración anagógica hacia la
elevación del ser, y, en consecuencia, lo que da preeminencia al fenómeno de la
corrupción es el resentimiento metafísico hacia lo Absoluto. De allí se deriva
la inversión de los valores y sus demás manifestaciones empíricas.
Por lo demás, sería de mucho
provecho ahondar en los vínculos de los fenómenos elementales de la corrupción,
constantemente presentes en el alma humana, con la historia del espíritu y las
ideas, valoraciones y formas de espíritu que dominan en cada caso en círculos
enteros de cultura. Las grandes formas del espíritu en la historia, donde se
expresan las formas ideales y esenciales del alma humana, también delinean
expresiones particulares de la corrupción que se han realizado y expresado en
el círculo de la cultura china, índica, clásica, cristiana y occidental
moderna.
Finalmente, hay que decir que en
el mundo moderno no está pervertido el sentimiento
de valor sino el impulso hacia el
valor. Y es así porque ni hasta el mismo delincuente o corrupto deja de
tener sentimiento de valor, pero recubre los valores positivos para que luzcan
débilmente y así pervierte el impulso hacia el valor. En esta autointoxicación
psíquica y ontológica de la corrupción interviene un aumento de la simpatía y un descenso de la empatía, porque la simpatía es la base
de la cohesión social en cambio la
empatía es la dirección de la intencionalidad emocional que está en la base del
acto moral y del acto de amor. Generalmente esta autointoxicación de la corrupción
por simpatía se expresa bajo el triste adagio popular: “Es corrupto pero
trabaja”.
V.
Estrategia filosófica contra la corrupción
La estrategia filosófica contra la corrupción tiene
sus dificultades intrínsecas.
Primero, porque la filosofía es una disciplina
teórica que apenas brinda una guía para la acción, y segundo, porque cuando la
filosofía es puesta al servicio de la praxis se la subordina y se la convierte
en ancilla liberationis.
Sin embargo, la filosofía como
reflexión crítica, conciencia problemática, concepción del mundo y saber de la
vida puede brindar luces tanto en el terreno teórico como práctico sobre la
estrategia contra la corrupción. No obstante, como el problematismo filosófico
es esencialmente intelectual, al implicar un radicalismo en el indagar y en el
cuestionar, su radicalismo sin límites suele ofrecer resultados
controvertibles. La filosofía no es y nunca ha sido un recetario para resolver
los problemas prácticos, pero ello no es óbice para que busque la verdad al
margen de la verificación empírica y de la verificación analítica.
En consecuencia, todo lo que en
adelante se pueda decir filosóficamente como estrategia contra la corrupción
tiene un carácter de validación argumentativa y aserciones categóricas. Por lo
demás, hay que tener siempre presente que la filosofía es una forma de saber
que vive no sin paradojas y a pesar de ellas, sino en ellas. Y quizá una de sus mayores
paradojas sea la oposición entre el progreso entre y el estancamiento en la
investigación de la verdad.
Mencionado todo lo anterior sólo
basta agregar que la filosofía es una forma de saber que exige una negación
dialéctica (antifilosofía verdadera) y no su rechazo o liquidación
(antifilosofía falsa).
En este sentido todo lo que vaya
a indicar a continuación no deja de tener un carácter especulativo, intuitivo,
simbólico y directriz.
De esta manera, nuestro análisis
fenomenológico de la corrupción nos conduce directamente al convencimiento de
que la salida es invertir los valores del mundo burgués y de la decadente
civilización moderna. Y no podía ser de otra forma puesto que lo que da
preeminencia al fenómeno de la corrupción es el resentimiento metafísico hacia
lo Absoluto. De allí se deriva la inversión de los valores y sus demás
manifestaciones empíricas.
Así, la civilización moderna se
complace por haber logrado extender el promedio de vida pero cierra los ojos al
no querer advertir que ha disminuido la capacidad para gozar de la vida y darle
sentido. Es por ello que la estrategia filosófica contra la corrupción debe
transitar por las siguientes líneas fundamentales:
1° Provocar un cambio espiritual
profundo en la filosofía social, política y económica.
2° En lo económico idear una
economía de reemplazo del capitalismo basada en el intercambio y en el salario
ciudadano. Con ello se haría retroceder la economía dineraria hasta límites de
su extinción y así se eliminaría uno de los elementos eje de la destrucción de
los valores superiores. En una palabra, se trata de poner punto final al sistema
económico actual que idolatra a un dios llamado dinero.
3° En lo social doblegar el poder
del dinero y la usura para que la humanidad en vez de tener “precio” recupere
su “dignidad”. La justicia distributiva basada en el amor debe primar sobre la
justicia conmutativa basada en el justiprecio. Sólo así se podrá refundar la
familia, verdadero núcleo de la formación del impulso valorativo.
4° Fortalecer las posibilidades
progresistas y eliminar las tendencias perversas de la técnica que coadyuven a
la reconstrucción humana. Así, por ejemplo, es el orden político y financiero
actual del hiperimperialismo monopólico privado lo que impide socializar los
beneficios de la nueva fase neotécnica de la máquina. Sería un error buscar en
la técnica una solución a todos los problemas humanos, pero ella abre nuevas
posibilidades para que el pensamiento y la acción humana se desarrollen
dignamente.
5° En lo espiritual, la
profundidad de la crisis de la civilización occidental expresada en la
corrupción reinante y generalizada exige contrarrestar el secularismo
extremista de la moderna con una amplia restauración de la filosofía y fe
católica. No se trata de alentar una rediviva cruzada sino de re-espiritualizar
el mundo para poder vivir el amor de Dios en los semejantes y en toda su
creación.
En síntesis, estas serían las
líneas fundamentales en la lucha contra la corrupción. Pues sin ir a la profundidad
del problema no se alcanzará curarla y menos mediatizarla con meras
legislaciones superficiales.
Muchas gracias