EL TOMISMO Y LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Para el historiador Felipe Barreda Laos nuestra falta
de amor a la libertad y la tendencia irrenunciable a la sumisión nos viene del
espíritu de sometimiento y genuflexión de la educación colonial, centrada en la enseñanza del escolasticismo
y especialmente de la doctrina de santo Tomás de Aquino.
Reforzando su argumento en su célebre libro Vida intelectual del Virreinato del Perú
cita las palabras del Padre Vicente Amil y Feijoo en la iglesia Catedral de
Lima el 6 de diciembre de 1780 en presencia del Virrey Jáuregui, autoridades y
numeroso público. Decía el orador: “Use
el príncipe bien o mal de su poder, éste siempre es de Dios, aunque la voluntad
sea la más inicua. Permitamos que sea su gobierno tan tirano que ya no sea un
príncipe sino un demonio; aun así, dice Santo Tomás, debe guardársele fidelidad,
no dándose otro arbitrio que el de recurrir a Dios, Rey de reyes, que
oportunamente ayuda en la tribulación. Sólo una excepción reconoce Santo Tomás,
que es admitida de todos. Si el príncipe ordena algo contra la ley divina, visto está que entonces no
debe ser obedecido; pero ni aun en tal caso es lícito contra él la insurrección”.
Con estas palabras Felipe Barreda Laos
responsabiliza al pensamiento tomista colonial de la falta de un espíritu
libertario, de un ideal colectivo, de un sentimiento nacional y de la pasividad
indiferente que promueve la sumisión y debilita la voluntad entre los peruanos.
¿Es esto totalmente cierto? ¿No se deja arrastrar Barreda Laos por la pasión
hispanofóbica y anticlerical? ¿Acaso no hace falta una mirada más serena y
matizada de los acontecimientos que haga distingo entre la política educativa
colonial y el pensamiento filosófico tomista mismo junto al de los más
representativos intelectuales del Virreynato? Nosotros creemos que sí, que es
un error confundir ambas cosas y ponerlos en un mismo saco.
Que la Colonia suprimía la voluntad fuerte y promovía
la sumisión es cierto. Que el clero, la prensa, la universidad y demás clases
sociales eran hostiles a la libertad también es verdad. Que se educaba para el
servilismo y para la pasividad indiferente es incuestionable. Que la iglesia tenía
el monopolio educativo es otra veracidad. Que triunfó el servilismo, la
adulación, la genuflexión, la hipocresía, la corrupción y el despotismo es
totalmente cierto. En suma, que durante
el Virreynato se persiguió con éxito dos objetivos fundamentales, a saber, la
sumisión política y social a la Monarquía y la sumisión religiosa a la Iglesia,
es incuestionable. Sin embargo, esto es solamente una parte de la verdad y no
toda la verdad.
Si esto fuese toda la verdad entonces no se
explicarían dos cosas. Primero, el surgimiento de la neoescolástica renovada
del barroco en las Universidades de Salamanca y de Coimbra, con figuras
sobresalientes como los dominicos Francisco de Vitoria, Domingo de Soto,
Melchor Cano, Bartolomé de Medina y Domingo Báñez, los mercedarios Francisco
Zumel y Pedro de Oña; los jesuitas Francisco de Toledo, Benito Pereiro, Luis de
Molina, Gabriel Vázquez, Gregorio de Valencia, Francisco de Vitoria, Roberto
Bellarmino, Juan de Mariana. Y segundo, la indoblegable defensa del indio por
el dominico Bartolomé de las Casas, el humanismo del jesuita José de Acosta, Avendaño
y la defensa de los derechos indianos, el racionalismo de Nicolás de Olea, la
polémica jesuita del probabilismo, la expulsión de los jesuitas en 1767 que ha
habían adelantado la reforma agraria en sus haciendas, la revolución de José
Gabriel Condorcanqui, la reforma intelectual propuesta por Rodríguez de Mendoza,
Baquíjano y Carrillo e Hipólito Unanue.
La obra de Vitoria, Soto, Suárez, Belarmino y
Mariana siguen siendo aportes fundamentales y un tesoro doctrinal para el
pensamiento moderno. Así de los jesuitas
Bellarmino y Suárez parte un movimiento neoescolástico contra el absolutismo,
Juan de Mariana defiende el tiranicidio. Todos ellos son humanistas que aportan
el derecho de gentes, el derecho natural, el derecho de resistencia, la soberanía
del pueblo y los derechos humanos, sin los cuales no se comprende bien la Revolución
Norteamericana, la Revolución Francesa, la Ilustración y el movimiento
independentista de América del Sur.
Por su parte, la obra de la élite intelectual de la
Colonia peruana estaba transida del espíritu lascaciano y de la defensa de los
derechos indianos. Que no tuvieron eco social es otra cosa, pero la realidad es
que se dio un pensamiento tomista menos rígido, más creativo y muchas veces
reñido con los intereses de la Monarquía y de la Iglesia jerárquica local.
El propio pensamiento del Doctor Angélico descalifica
su tergiversación ultraconservadora de las autoridades eclesiásticas durante la
Colonia. Su obra ofrece observaciones acerca de que el gobernante representa al
pueblo (S. T. Ia, IIae, 97, 3 ad 3).
De hecho la concepción de Santo Tomás es que es legítimo derrocar a los
tiranos, porque el gobernante ha de responder a la confianza que se le tiene y
no puede abusar de ella. El tirano puede ser legítimamente derrocado, ya que es
culpable de abusar de su posición y poder. La legislación debe ser compatible
con la ley moral, si no lo es entonces viola le ley de la naturaleza y ya no es
ley sino corrupción (S. T. Ia, IIae, 95,
2). Por eso nunca consideró que los derechos del Estado sobre sus miembros
fueren absolutos. Su fe en el destino sobrenatural del hombre y en la posición
de la Iglesia le impidió aceptar la noción de poder absoluto del Estado.
Pero de esto no se le puede atribuir que piense que
la autoridad fuera otorgada al soberano por el pueblo. Es cierto que en este
punto no es totalmente claro, pues por momentos parece estar hablando de gobiernos
elegidos por el pueblo. Sin embargo, lo cierto es que a pesar que no consideraba
ninguna forma particular de gobierno como ordenada por Dios, y aunque no dio
una importancia primordial a la forma de constitución, se inclinó -como destaca
el Padre Copleston- por una constitución mixta en la que el principio de unidad,
representado por la monarquía, se combina con el principio de administración por
los mejores y con cierta medida de control popular. El Doctor Angélico estaba a
favor de una monarquía constitucional, donde el primer deber del gobernante es
cuidar y promover el bien común. De manera que siempre pensó que el estado
tiene que ocuparse de asuntos materiales y temporales, no es departamento de la
iglesia, ni creyó que el gobernante sea un vicario del Papa.
Resumiendo, podemos llegar a las siguientes
conclusiones:
En primer lugar, no es cierto que todo el
movimiento intelectual del Virreynato estuvo dirigido a someterse a los
intereses de la Monarquía y la Iglesia local.
En segundo lugar, se dio un potente movimiento
humanista teológico que bebe de las fuentes del neotomismo renovado del barroco
y que tiene como noción central la idea de la libertad humana.
En tercer lugar, la polémica entre Bartolomé de las
Casas y Sepúlveda decidió la suerte de la tendencia más progresista del
pensamiento colonial.
En cuarto lugar, la obra política del Doctor Angélico
no justifica la tiranía, al contrario, la denuncia y condena. Lo cual demuestra
que en Colonia existió un tomismo reaccionario y tergiversado para justificar
la dominación, y un tomismo renovado, crítico y creativo que alimentó al
humanismo teológico.
En quinto, el espíritu más progresista y libertario
del pensamiento humanista-teológico colonial encontró en la filosofía de la
dominación y en la teología de la liberación su manifestación más reciente.
Lima, Salamanca 09 de Setiembre 2014