FIN DEL UNIVERSO
Y BIEN ABSOLUTO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El ser del universo tiene
su contrario, a saber, su desintegración. Es un ser al que le corresponde un
bien relativo porque tiene como contrario a la muerte y al mal. La muerte es el
mal y el universo se dirige aceleradamente hacia su fin definitivo. Si el
sentido del ser se agota en la muerte, entonces esto es el triunfo irrebatible del
no-ser y de la Nada. Pero la nada no es nada, no es una realidad positiva, en
la escala de la existencia es una privación o una negación. Entonces, ¿no será
que la muerte del bien relativo del cosmos esté indicando la presencia del Bien
absoluto que carece de contrario?
Veamos. Recientemente
científicos portugueses de la Universidad de Lisboa, al estudiar los datos de
la última expansión del universo, las explosiones de supernovas y las
oscilaciones acústicas de bariones, corrigen el cómputo y concluyen que debido
a la energía oscura o la fuerza que destroza la materia –que podría constituir
el 70% del contenido actual del universo- el final del cosmos podría acontecer
dentro de 2,800 millones de años y no en 22,000 millones de años, como lo
afirmó el 2015 un grupo de especialistas de la Universidad de Vanderbilt de
EEUU.
Esto es, el nuevo cálculo
de los portugueses afirma que el final del universo acontecerá ¡10 veces antes
de lo previsto! Sin embargo, cabe preguntarse si el universo está en un proceso
de desgarramiento acelerado, entonces su velocidad está en permanente aumento y
puede desaparecer incluso antes del cálculo lisboeta. Según esta teoría el universo se convertirá en
un gran espacio de partículas aisladas que sin capacidad de interactuar
tenderán a extinguirse.
El estado final de la
evolución cósmica existe, es un hecho, pero puede darse de muchas maneras. En
este terreno especulativo predominan en la ciencia los modelos cosmológicos ateos
e inmanentes de Penrose (multiversos cíclicos) y Hawking (multiversos
paralelos).
Sin embargo, caben imaginar
otros modelos alternativos: universo con frenado gravitatorio sin capacidad
para generar un nuevo big bag emergente, o el megauniverso con universos
oscilantes que desaparecen por colapso gravitatorio, el eón de eones al fin se
apaga dejando la habitación del cosmos sin nadie y sin nada. Ni las constantes
adimensionales ni el rebote cuántico serían capaces de volver a prender la luz
del universo.
Todos estos modelos son
fenomenalistas porque dependen de las evidencias científicas que las respalden.
Pero aun cabe otro modelo cosmológico no ateo y trascendente, donde los
multiversos con o sin megauniverso dependan de un principio antrópico no causal
o cuántico sino providencial, que responde a un plan de la voluntad de un
Creador omnipotente, donde el objetivo no es la recreación sinuosa de la
materia en sus diversas formas y sí más bien demostrar la importancia suprema
del hombre en el cosmos.
Esto es, en el modelo
trascendente del universo no es que lo metafísico se supedita a lo axiológico –modelo
platónico-, sino que lo ontológico y lo axiológico son inseparables, el ser y
el valor son las dos caras de una misma realidad, donde el privilegio
ontológico corresponde a la voluntad, una voluntad pura donde se afirma la identidad
entre el ser y el bien, y donde la voluntad imperfecta de lo finito participa
de dicha fuente informando lo real y lo ideal. En suma, el ser es un acto que
se produce a sí mismo, por tanto, es un bien. Ser y Bien son lo mismo, son absolutos, sólo que en el orden del ser finito el Ser es objeto del intelecto y el Bien es objeto del querer. En sentido absoluto querer y pensar es ser, así la unidad del Ser y el Bien es la fuente donde cada cosa bebe lo que le hace ser.
Mientras tanto en los modelos
ateos o inmanentes del universo el ser queda contrapuesto al no-ser o con la
nada. De modo que el final del universo es inevitable. Pero el ser del que la
ciencia trata es la fenomenicidad, y no hay fenómeno que pueda identificarse
con el ser ni con el bien en sentido absoluto sino relativo. Es decir, el ser y
el bien relativo de lo finito sólo puede proceder de una actividad más alta en
la que son idénticos el ser y el bien.
El verdadero ser es
anterior a la distinción entre ser y bien. Y esto no es platonismo, porque en Platón el Bien es
superior al ser. Pero la universalidad y la univocidad de ambas nociones
permiten entender que el bien y ser absoluto carezca de contrario, el bien en
cuanto idéntico al ser carece de contrario, igual con el ser, lo cual sólo
puede ser resultado ontológico de una potencia soberana que permite al ser ser causa de sí, es creador de sí mismo.
Este ser que se piensa y
que se da el ser así mismo sólo puede ser Dios. En Dios no es que lo práctico
sea más profundo que lo teórico, sino que en él su identidad se establece
porque la universalidad representativa está unida a la interioridad creadora. Por
ello Dios es ser en acto, porque es un acto que se produce a sí mismo en la eternidad,
sin un antes ni un después, en una simultaneidad perfecta de la presencia
absoluta. Así, el ser y el bien no tienen contenido sino en el acto.
De ahí, que la clave del
problema ontológico sea la libertad del ser absoluto para darse a sí mismo el
ser y para crear seres finitos cuya existencia consista en darse una esencia.
Pero si en el ser absoluto el acto es un movimiento
interno, en sus criaturas se trata de un movimiento externo. El movimiento inmóvil de uno y el movimiento
móvil del otro, muestra que estamos en presencia de una actividad constante de
lo increado y lo creado. El acto puro
del ser absoluto y el acto participado
del ser relativo permite concebir la significación ontológica de la libertad
nouménica del kantismo como propio de la
voluntad pura absoluta del ser mismo
y de la voluntad transfenoménica relativa
de la persona humana.
Si como hemos establecido
el bien es ontológico, y si el bien relativo tiene como contrario el mal, entonces
la participación del cosmos en el ser
no es infinita sino limitada. Pero por qué tiene que morir en vez de ser eterno.
Primero, porque el acto que
se agota en su puro ejercicio finito no puede ser eterno sino temporal, y el
universo es temporal.
Segundo, porque el ser temporal del universo
no encuentra en sí mismo la razón de ser.
Tercero, porque el bien
relativo del universo temporal es inseparable de su existencia imperfecta.
Cuarto, porque la
existencia imperfecta del universo finito evoca un mal que es su muerte.
Quinto, porque en la escala
de la existencia el ser del universo representa la exterioridad que es
correlativa a la interioridad del ser.
Sexto, porque el universo
al mostrar su potencia consumativa a la existencia del yo, revela que la clave
del principio antrópico es el puesto del hombre en el cosmos.
Séptimo, porque el fin del
universo revela que a nivel relativo el carácter ontológico del bien y el
carácter axiológico del ser, se constituye en un valor de la existencia que lo
impulsa hacia lo Absoluto.
Octavo, porque el final del
universo señala que todo lo real
tiende a la muerte, salvo el ideal
que el existente opone a lo real.
Noveno, porque en última
instancia la muerte del universo justifica la potencia soberana del Bien
Absoluto, en el sentido de que es la única con el poder dinámico de brindar el
ideal de la vida eterna y ofrecer el modelo viviente de nuestra acción.
En una palabra, el universo
fenoménico está condenado a morir irremediablemente, más temprano que tarde,
pero la significación ontológica del bien y de la libertad transfenoménica de
la existencia humana, ofrece en el Bien absoluto el ideal y el modelo de la
vida eterna. Ahora se comprende mejor las palabras de Mateo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán” (24:35).
El bien relativo del
universo que se extingue según la teoría del Gran Desgarramiento, indica la
existencia del Bien Absoluto sin contrario y el sentido ontológico del bien,
que da esperanza en la vida eterna.
Lima, Salamanca 28 de
Febrero del 2016
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