CRISTO
EN LOS ANDES:
APORTE
DE TEOLOGÍA ANDINA A TEOLOGÍA CRISTIANA
Gustavo
Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
(Continuación)
Efectivamente, como nuestro ilustre
garcilasista Mazzotti lo hizo notar, el dios ignoto andino y el dios
incomprensible de la Cábala guardan muchos parecidos. Ambos son incognoscibles,
la mente humana sólo percibe sus manifestaciones visibles y espirituales en el
universo, la deidad deja sus emanaciones en el mundo y la misión terrenal es
llevar una vida que reunifique al hombre con la divinidad. Esta seducción por
la Cábala también está presente en los humanistas neoplatónicos Ficino y Pico.
En suma, la propuesta de los ciclos
cósmicos, el retorno al Caos y el nuevo comienzo del neoplatonismo renacentista
era compatible con la renovación cosmogónica andina. Así, Garcilaso por el
Diálogo Tercero de León Hebreo (ff. 182v-183r) conoce bien las tres principales
teorías cosmológicas: la creación es eterna (Aristóteles), el Caos es eterno
junto con Dios (Platón) y Dios eterno crea el mundo de la nada (cristianismo).
Por ello, cuando Garcilaso de la Vega
corrige a Cieza sobre la traducción de Pachacamac diciendo que es “Animador” y
no “Hacedor” –cosa que lo confirma nuestro dilecto lingüista andino
Cerrón-Palomino-, lo hace con evidente conocimiento metafísico. Y aquí su
objetivo es rescatar el sentido prístino de la teología mítico andina sin
interpolaciones cristianas.
Y entonces considero que si el Inca
Garcilaso defiende la concepción de “Animador” para el pensamiento andino, entonces
la creación no es eterna (Aristóteles) –como sugiere la interpretación
panteísta de Depaz-, ni Dios eterno crea el mundo de la nada (cristianismo)
-como cree Mejía-, sino que para los precolombinos se trató de un Caos eterno
junto con Dios (solución platónico dualista).
Pero también puede pensarse que estas
similitudes son forzadas, porque en la Instrucción
de Titu Cusi, Wiracocha es identificado con Dios, y en la Relación de Santacruz Pachacuti, con
Cristo. Además, Guamán Poma y Calancha discurren sobre la evangelización
temprana del Tahuantinsuyo por los apóstoles San Bartolomé o Santo Tomás.
Al parecer todos rescatan para el
mundo andino una elevada concepción monoteísta –cosa que Mejía sigue-. No
obstante, sería un error ignorar el trasfondo político en que se emiten estos
juicios. Muy bien la astucia indígena pudo morigerar las discrepancias
religiosas con el fin de moderar el impacto de la conquista (Flores: Santacruz Pachacuti, Chamanismo, filosofía
mitocrática, 2016). Sobre todo porque desde el rancio Felipe II se impondrá
una recia monarquía central con la absolutista y maquiavélica “razón de
estado”, que dejaba muy por detrás la política del “bien común”, todavía
respetada por los primeros encomenderos que soñaron con una sociedad ideal en
unión con las sobrevivientes élites cusqueñas.
De modo que no es descabellada la
tesis del dualismo emanatista andino, que fue reemplazado por el monoteísmo
cristiano y asimilado sincréticamente por los nativos gracias al carácter
vivificador de su deidad primigenia.
Precisamente porque la cosmovisión
andina es adaptativa, dinámica y asimiladora no tardó en reparar que la
teología de la Redención implica la sacralización de la Creación, que para
ellos está animada. La teofanía común hizo posible tal encuentro religioso.
Por tanto, resulta controvertible que
Depaz contraponga la religiosidad andina a la religión judeocristiana para
extraer conclusiones diacrónicas generales (2015: 32,170, 314, 315). Al contrario, los extirpadores de
idolatrías no se las emprendieron contra Viracocha –al que veían fácilmente
asimilable al monoteísmo cristiano-, sino contra el politeísmo idolátrico.
El Uccu Pacha primordial despojado de
su estatus ontológico privilegiado mediante el creatum ex nihilo cristiano, deja solo al dios ordenador andino y
resulta cómodamente aprovechable y asimilable para el Dios creador del
cristianismo.
En
otras palabras, al introducir la revolución metafísica del creatum ex nihilo del cristianismo, los misioneros provocaron un
cambio completo de los presupuestos ontológicos de la teología precolombina.
Así, lo que la evidencia etnológica,
antropológica y la teología de la ecología impone, es la constatación que la
religiosidad andina al sincretizarse con el cristianismo ha dado mayor fuerza y
cumplimento, con su carácter holístico, a las Escrituras y al espíritu de
Cristo (Levinas: Totalidad e infinito,
1977; Marzal: Tierra encantada. Tratado de
antropología religiosa de América Latina, 2002;
Varios: Teología de la ecología, 1995;
Chardin: El medio divino, 1975;
Derrick: La creación delicada, 1987;
Roszak: Persona Planeta, 1985;
Jonas: El principio de
responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica,
1995). Este fue el aporte de la teología andina a la teología cristiana. Cristo
en los andes adquirió mayor dimensión y vivencia holística y ecológica.
En otras palabras, el ateísmo
secularista de Depaz no le permite advertir que el cristianismo andino implica
una teología ecológica más fuerte, donde es pecado instrumentalizar a la
Naturaleza, destruirla, dominarla y no tratarla con un espíritu de santidad y
justicia. Si este aspecto no se advierte se incurre en neopaganismo regresivo
andino. Y bajo este peligro espiritual se encuentra Depaz y compañía. En buena cuenta, la racionalidad no
instrumental de la teología andina repotenció la racionalidad no instrumental
de la teología cristiana.
Sobre la presencia del dios ignoto
desde los tiempos panandinos en el dios Wari, cabe preguntarse si la llamada
edad protocristiana en el esquema de Garcilaso se extiende mucho más atrás de
los incas. Como se recuerda, Garcilaso
por la forma religiosa divide las edades espirituales del mundo andino en tres
etapas: la etapa idólatra (salvajismo bestial), la etapa protocristiana (los
incas) y la etapa cristiana (con la llegada de los españoles).
Lo que caracteriza religiosamente a la
etapa protocristana es el vislumbre de un dios animador, su simbolización en la
cruz sagrada o chakana, la creencia
en la inmortalidad del alma y en la resurrección universal. Ahora bien, era
natural para su época que Garcilaso ignorara la existencia de grandes
civilizaciones e imperios que ya se habían extinguido en su tiempo. Pero la incesante
investigación histórico-arqueológica demuestra que estos cinco elementos están
presentes desde los tiempos de Chavín, atravesando los horizontes del imperio
Wari, Recuay, Paracas, Nazca y Tiahuanaco e incluso desde Caral. Y es muy
probable que nuevas investigaciones lo retraigan más atrás en el tiempo.
Si esto es así, entonces la tesis
politeísta naturalista e incluso la panteísta, que niega la presencia en el
mundo precolombino de una deidad más abstracta e invisible, no son ciertas. No
todos los seres superiores y celestiales resultarían visibles, por lo menos no
el principal: Viracocha.
Por ejemplo, la chakana, cruz
escalonada o cruz andina como importante símbolo polisémico del mundo ideal y
del mundo real, tiene una antigüedad de más de cuatro mil años. En el obelisco
Tello al interior del lagarto está la imagen de la chakana. También se presenta
en las estelas de piedra de Tiahuanaco, tejidos Wari, cerámica nazca, y
bordados incas. Y lo más sorprendente es que en el desierto del Chao fue
hallada la chakana en un yacimiento precerámico de seis mil años de antigüedad.
De modo que existen vestigios
histórico-arqueológicos que permiten afirmar la presencia del dios ignoto mucho
más atrás de los incas y que harían que la edad protocristiana de Garcilaso se
retrotraiga más remotamente en el tiempo. Esto es importante señalarlo porque
ratifica lo elaborado de la teología andina desde sus civilizaciones
agro-cosmocéntricas más tempranas.
Ahora bien, debemos advertir que esta
limitación óntica señalada del esquema teológico de Depaz es ilegítima, porque
desde el momento en que se habla del dios ignoto en la teología andina, se
puede con toda amplitud también razonar ontológicamente desde el ser en cuanto
ser. Además, resulta fundamental considerar que la dialéctica de la relación
supone el ser previo al relacionar o chawpi.
En consecuencia, y refiriéndome al
panteísmo impersonalista de Depaz, lo primero no es la relación sino el ser que
se relaciona. Por tanto, no es el Ser un
interactuar, sino que lo es el condicionado ente. Por lo demás, asumir al
mismo el Uku Pacha como genésico (Depaz
2015: 325) y como vida potencial resulta contradictorio. Porque lo potencial no
es genésico ni actuante, sino estático e inmutable. Como en el esquema de Depaz
no es posible sino pensarlo como potencial, entonces se impone que el principio
activo o logos es la deidad
ordenadora, que es Camac o el logos.
Así, resulta que el dualismo es inevitable. Depaz no lo puede eludir.
Lima, Salamanca 31 de
Agosto del 2016
Profe Gustavo, un placer leerlo. Cómo puedo conseguir sus libros? Le envío un saludo grande desde Buenos Aires! Matías Ahumada.
ResponderEliminar