Gustavo Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
La razón cibernética
es hija directa de los errores metafísicos del pensamiento moderno, la abolición
del Regnum Dei y la instauración
fracasada del regnum hominis. Y es
fracasada porque desemboca en el posthumano Regnum
Cibernetes. Este Novo regnum de la máquina autónoma representa
la culminación de la destrucción de la estructura metafísica dualista de la civilización
cristiana por una metafísica monista de la materia. Racionalismo, empirismo,
Iluminismo con su boquete abierto al idealismo subjetivo volvieron la razón contra
el espíritu y la fe. Solo hay una forma de hacer que la razón cibernética deje
de representar un peligro para la humanidad, y es venciendo los errores y
peligros del pensamiento moderno al volver a los fundamentos metafísicos que restituyan
los conceptos de ser y de persona.
Una Crítica de la razón cibernética no es ajena a dos problemas gravitantes: 1. cómo la evolución cibernética constituye la reversión de la evolución cultural en evolución biológica para el hombre. Los ricos podrán convertirse en ciborgs casi divinos. Asi, Silicon Valley es la nueva Meca religiosa con la tecnoreligión: “No necesitamos a dios sino la tecnología”. Y 2. Cómo las principales potencias libran una guerra ardorosa por lograr el liderazgo en la inteligencia artificial. Haciendo temer si la inteligencia artificial nos ayudará, nos será indiferente o nos destruirá. Pero el problema filosófico es determinar si estos sistemas autorregulados creados por el hombre llevan en su esencia el telos de una forma propia de vida y destino, que incluso puede poner término a la historia humana. La civilización maquinal del hombre inmanentista e historicista está en el umbral de un fatal destino, donde el autómata avanzado ponga definitivo fin al humanismo y declare inaugurada la nueva era transhumana. El soberbio hombre funcionalista sin Dios habiendo olvidado que su verdadera grandeza estriba en la conciencia de su miseria, cae víctima de una grandeza tecnológica que lo devora y aniquila.
Una Crítica de la razón cibernética no es ajena a dos problemas gravitantes: 1. cómo la evolución cibernética constituye la reversión de la evolución cultural en evolución biológica para el hombre. Los ricos podrán convertirse en ciborgs casi divinos. Asi, Silicon Valley es la nueva Meca religiosa con la tecnoreligión: “No necesitamos a dios sino la tecnología”. Y 2. Cómo las principales potencias libran una guerra ardorosa por lograr el liderazgo en la inteligencia artificial. Haciendo temer si la inteligencia artificial nos ayudará, nos será indiferente o nos destruirá. Pero el problema filosófico es determinar si estos sistemas autorregulados creados por el hombre llevan en su esencia el telos de una forma propia de vida y destino, que incluso puede poner término a la historia humana. La civilización maquinal del hombre inmanentista e historicista está en el umbral de un fatal destino, donde el autómata avanzado ponga definitivo fin al humanismo y declare inaugurada la nueva era transhumana. El soberbio hombre funcionalista sin Dios habiendo olvidado que su verdadera grandeza estriba en la conciencia de su miseria, cae víctima de una grandeza tecnológica que lo devora y aniquila.
Desde que
surgió la máquina se sentaron las bases más terribles para la perturbación de
todo el ritmo orgánico de la humanidad. Se puede afirmar sin incurrir en ninguna
tecnofilia que la máquina mata el renacimiento espiritual, la vida creadora y
pone la primera piedra para que perezca la vida humana. La máquina en realidad
impone un cambio de mentalidad y de preparación cultural. Es verdad que todas
las civilizaciones tuvieron máquinas, pero sólo desde la Europa moderna se
construyó la civilización maquinal. La filosofía inmanentista, secular, de la
autonomía de la razón y arreligiosa fue la verdadera base para dicho edificio
de la civilización maquinal, sin fe y en desmedro de la trascendencia.
Es por ello
que se puede hablar en el desarrollo humano de la fase de los instrumentos y la
fase de las máquinas. La diferencia entre instrumento y máquina se puede
establecer con el criterio de sistema autorregulado. De modo que a la fase de
la civilización de los instrumentos -con el Paleolítico, Neolítico y la Edad de
los Metales- le sigue la fase de la civilización de la máquina –eotécnica, con
el agua y la madera; paleotécnica, con el carbón y el hierro; neotécnica, con la
electricidad, aleación y el plástico; la cibernética, con la exploración
espacial y los chips; y la biotecnológica; con la robótica, la informática y la
genética-. A esta última se la denomina la Tercera revolución industrial. Pero se
está haciendo realidad una Cuarta revolución llamada Cuántica, que se traduce
en entrelazamientos cuánticos, computación basada en ADN, la teleportación
cuántica, electrónica molecular y computadoras cuánticas muchísimas más rápidas
que un computador convencional. Todo lo cual permitirá que el proyecto Avatar
cuente con nano chips de memoria que simulen la conciencia virtual. En una
palabra, la cuarta revolución industrial consiste en las máquinas autónomas sin
programador humano.
No hay duda
que la nueva revolución industrial testimonia un nuevo nivel del ingenio humano
y de su grandeza inventiva. Pero a la vez abre la puerta a peores tentaciones
dentro de un materialismo mendaz que fortalece la voluntad de poder. Se abren
las compuertas a una nueva época histórica de barbarie civilizada, donde las
máquinas pensantes y autónomas emergen amenazantes para una humanidad
cosificada, carente de voluntad y espíritu superior, que hace tiempo claudicó
su libertad. Las máquinas autónomas surgen justo cuando el hombre luce
extraviado en un mundo caótico, hedonista, nihilista, relativista y vaciado de
riqueza en su vida interior.
En la
civilización maquinal brota por doquier y
espontáneamente la idolatría por la ciencia o el llamado cientificismo.
El cientificismo como absolutización del conocimiento científico es en realidad
ideología, pues la ciencia necesita ser complementada con otro tipo de
conocimientos, como la filosofía y la teología. Pero la secularización de la
cultura occidental promueve un horizonte
mental arreligioso y nihilista que se condice con el racionalismo que renuncia
a las verdades suprarracionales y con el empirismo que convierte lo fáctico en
lo único válido. Decir que todo eso se inicia con el Dios racional del
cristianismo y su teología de la Encarnación es un despropósito que no logra
entender cómo se abandona la trascendencia por la inmanencia. La civilización
maquinal no surge del cristianismo, sino de la civilización capitalista que
exacerba las posibilidades perversas y ominosas de la técnica. Nuestro dilema
es denunciar o dominar la máquina a menos que seamos nosotros eliminados. El
verdadero peligro no es el automatismo sino la restricción de la vida por su
intermedio. La máquina es creación humana y lo decisivo es que debe favorecer
la vida y sus valores. En realidad la máquina no es la cosa final a la que debe
someterse el hombre. Pero sin aprender las lecciones de la técnica y de la
maquina no surgirá un nuevo reino humano. Y la principal lección es que la mera
satisfacción material por la máquina deja a la humanidad huera. Por ello, su
primordial significación es que si el bienestar material no está al servicio
del bienestar espiritual el resultado es la barbarie, el culto a la muerte, el
narcisismo patológico, la proliferación de la guerra y un número creciente de
paranoicos y sádicos.
En una
palabra, las máquinas autónomas emergen en plena barbarización delicuescente de
la humanidad. En el crepúsculo del nuevo caos espiritual del hombre se yergue
la máquina pensante ya no como uso humano del hombre sino como uso cibernético
del hombre. La otrora religión humanista Iluminista que culminaba en la
definitiva divinización del hombre representaba, en realidad, el final del
humanismo mismo y en su lugar la nueva divinización de la máquina en la
adviniente era transhumana.
Si las
sociedades modernas se basaron en la envidia o negación del ser del otro, las
sociedades posmodernas se basaran en la negación misma del ser del hombre. Se
trata de una entropía ontológica metafísica de la criatura humana que se ve amenazada
por el ser de otra criatura salida de sus propias manos. La deshumanización del
arte ya había anunciado la tendencia de dejar de pedir las formas a la
naturaleza y al hombre, para pedírselas a la máquina. El futurismo y el cubismo
ya anunciaban el desmembramiento de la realidad humana. Desmembramiento que se
plasma hoy en máquinas pensantes capaces de conformar colectividades inhumanas
y de presidir la ruina definitiva de la propia humanidad. Si el antropoceno
generó el ecocidio, será el ciberceno el que generará el antropocidio.
Desde el
reloj mecánico del siglo XI hasta el robot del siglo XXI existen mil años de un
desarrollo notable en la utilización de la regulación automática. En un
principio dicha regulación definió la sustitución paulatina del hombre natural
por el hombre artificial y el usufructo de una minoría de los beneficios de la
máquina. Pero ahora se alzan voces razonables advirtiendo que la humanidad
puede encontrarse amenazada por las infalibles máquinas pensantes.
Existen varias definiciones de cibernética pero no habrá problema en
adoptar la definición de ciencia de los sistemas autorregulados. Dichos
sistemas encuentran su mejor expresión en los avances de la inteligencia
artificial, la informática, la robótica, la revolución tecnológica y el
pensamiento sistémico. Pero el optimismo inicial de la cibernética humanística,
que dejaría sin razón de ser los sistemas de explotación del hombre por el
hombre, ha cedido su lugar a la cibernética transhumanística, donde la
preocupación inicial por la mejora cede su lugar por el amenazante reemplazo de
la humanidad. De manera que una crítica de la razón cibernética tiene el desafío
de elucidar si dicha creación humana tiene el destino ineluctable de sustituir
a su creador.
La magia es acción sobre la naturaleza y poderío sobre ella, gracias al
conocimiento de sus secretos. Y las ciencias naturales y la tecnología tienen
un profundo parentesco con la magia. Los orígenes de la ciencia moderna están
en la magia. Lo mismo que la magia las ciencias prácticas aspiran al dominio de
la naturaleza. Actualmente ya no es la magia sino la ciencia la que sueña con
el homúnculo, el elíxir de la vida y la piedra filosofal. Se proclama que la
transformación cibernética del ser humano será la mayor evolución biológica del
ser humano. Incluso ya se asume que la muerte es un problema tecnológico por
resolver. Pero lo que no se advierte es que en el deseo irrefrenable de
apoderarse de todo aquello de lo cual el hombre extrae su fuerza y poder hay un
oscuro elemento de magia negra. El humanismo prometeico del Renacimiento se trocó
en Humanismo fáustico de la Ilustración y éste en humanismo luciferino de la Revolución
industrial. Más su última mutacion a la vista es el posthumanismo de los ciborg
autónomos. En este sentido la cibernética cobra un giro que realmente parece
nacido de la mente mefistofélica de la magia negra.
Esta nueva magia y encantamiento,
que deja al hombre hechizado por los magos de mandil blanco, en vez de fundarse
sobre la relación con los espíritus como demonios se basa primordialmente en las
matemáticas, la inducción y la experimentación. La descripción numérica del
cosmos ha sido el camino griego hacia la realidad. Aunque con la teoría de la probabilidad, el método estadístico,
la incertidumbre, la topología y los números irracionales se va por la senda de
la superación del formalismo, el nominalismo, el naturalismo. En suma, hay una
tendencia hacia el desplazamiento de las matemáticas cuantitativas por unas matemáticas
más cualitativas que potencien su orientación realista y un verdadero camino
hacia la realidad. Es cierto que el cristianismo, siempre atento a lo trascendente
e inmanente, no sólo proscribió la magia sino que hizo posible la cultura
autónoma mundana, las ciencias naturales y entrar en relación con las fuerzas
naturales. Por tanto, el hombre de ciencia como nuevo mago que domina el mundo y
sus fuerzas ocultas no proviene del cristianismo, que juzga a la naturaleza de índole
espiritual, sino de la visión secularizada que achata la realidad a una
inmanencia naturalista objetiva y manipulable. En suma, el hombre que aspiró a
vivir sin Dios engendra en su marmita de brujo a su último engendro robótico
que puede vivir absolutamente sin religión, sin trascendencia y sin fe.
Pero la cibernética como creación humana es una potencia bifronte. Por
un lado puede ayudarnos a recuperar el equilibrio entre lo material y lo espiritual.
Pero también, por otro lado, puede conducirnos a la senda sin retorno del hundimiento
definitivo de la civilización humana. Es un riesgo real que esta fuerza potente
haya surgido cuando en una civilización maquinal hedonista, relativista y
nihilista las fuerzas espirituales humanas lucen desvaídas. Pero la historia es de carácter tendencial y no ineluctable. De modo
que las esperanzas por la recuperación crítica del hombre permanecen incólumes.
Lima, 24 de seiembre del 2017