domingo, 1 de enero de 2017

MÍSTICA DE LOS SIGLOS XIV Y XV

UNIÓN MÁS NO IDENTIDAD
La mística en los siglos XIV y XV
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Si alguna gran lección nos deja la mística en el conmocionado siglo XIV y renacentista siglo XV es que buscar a Dios en el corazón supone unión, más no identidad con la divinidad. Los siglos XIV y XV son la época de los concilios, el cisma de la Iglesia, el inicio de la lucha por la emancipación nacional y religiosa, la aparición de Juan Huss, Jerónimo de Praga y Juana de Arco como precursores de la Reforma, la declinación del Papado, la relajación moral del clero y de Francia como dueña de Italia. Era el final de la Edad Media y del milenio donde predominó de manera omnímoda el cristianismo.

¿Cómo en pleno desbarajuste moral, ambición y libertinaje, la tensión espiritual de la época pudo producir tan pródigamente figuras como Ruysbroeck, Santa Catalina de Siena, Rolle, Hilton, Norwich y la madre Juliana en el misticismo inglés, Gregorio de Palamas en la Iglesia oriental, el maestro Eckhart, Tauler y Suso?

No era extraño que entre tantos males acumulados en la Iglesia, en el orden político y social, el grito de batalla de los espíritus religiosos fuera: ¡Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados! Este primer mensaje de Pedro (Hechos 2:38) repetirán de manera agónica, cual profetas, los místicos del siglo XIV.

Era el llamado a la penitencia a una generación decadente, donde los Papas bajo el influjo de la política francesa se trasladaron de Roma a Aviñon, viviendo en un boato escandaloso la Iglesia se volvió en un monstruo hasta de tres cabezas, para que finalmente se produzca el cisma que se resuelve en el Concilio de Constanza (1417). En 1339 se desata entre Inglaterra y Francia la guerra de los Cien Años, Italia es sacudida por la pugna entre sus ciudades estado, Alemania sucumbe a los atropellos de los caballeros salteadores, en Inglaterra se predica la reforma de la Iglesia y la rebelión, y el estallido de la más mortífera epidemia con la peste negra, entre 1346-1353, que redujo a un tercio la población europea. 

En el orden filosófico plantarán su poderosa huella dos prominentes figuras escolásticas precursoras de la filosofía moderna. Me refiero a Duns Scoto y Guillermo de Occam. Scoto (1266-1308) cronológicamenmte está en el siglo XIII, pero por su espíritu voluntarista e individualista es un importante impulsor del humanismo renacentista, del pensamiento antiescolástico y del protestantismo. Es un peldaño más en el nuevo espíritu burgués que se va desplegando en la historia.

Las ideas claves del fraile agustino expresadas en su Tratado del primer principio son: la teoría de la univocidad del ser, la transformación del argumento anselmiano en el sentido de un paso de lo posible a lo necesario –la posibilidad de Dios implica su realidad-, la revelación es en rigor indemostrable, la teología no es ciencia teórica sino ciencia práctica reguladora de la acción,  el carácter principal de la divinidad es la voluntad infinita, lo auténticamente real no es sólo lo universal ni sólo lo individual sino la hacceidad –realidad concreta compuesta de materia y forma-, todo lo creado tiene una materia o teoría de la universalidad de la materia –materia prima, creada inmediatamente por Dios; materia secundo prima, sustrato de la generación y corrupción; y materia tertio prima, la materia plasmable-, la voluntad es siempre activa, por eso importancia moral es superior, por ello, el amor es superior a la fe, más vale amar a Dios que conocerlo, y así, la perversión de la voluntad es más grave que la del entendimiento.

El interés de las ideas del fraile franciscano Duns Scoto ha llevado a decir que es el primer hombre moderno, semejante a Kant por su actitud crítica, pretendido escepticismo en la razón especulativa y la convicción del primado de la voluntad. No obstante, en él el primado de la voluntad tiene una significación ética y psicológica y no epistemológica como en Kant, ni metafísica como en el Idealismo alemán, en Schopenahuer y Nietzsche. El Doctor Sutil nunca fue un escéptico ni un agnóstico en teología. Por eso, es correcto afirmar que Scoto como Tomás de Aquino fue seguidor de la via antiqua, a diferencia de los nominalistas o terministas, seguidores de la via moderna.

Sin embargo, al sostener que la especulación teológica es inútil, potencia un elemento decisivo en el fenómeno místico, a saber, el hombre llega a Dios por el amor. Para Scoto la naturaleza humana y la de Dios se conoce a través de la revelación o intuición intelectual. Y es así porque quiere ser él mismo y toda su creación inteligible. La asombrosa originalidad de Duns Scoto es que concilie la infinitud de Dios con su voluntad de inteligibilidad a través de la univocidad del ser, que permite un acercamiento entre hombre y Dios.

Otra cosa acontece con Guillermo de Occam (1290-1349). Si Scoto es el fin del equilibrio tomista entre lo intelectual y lo volitivo, Occam es el fin del equilibrio entre lo universal y la individualidad. Su nominalismo extremo representa un retorno desde el mundo de lo trascendente al mundo de lo inmanente, de la religión a la política, de Dios al hombre.

En sus Principios de teología el reconocimiento de la individualidad, de la singularidad de lo real y concreto frente a la irrealidad e indeterminación de los universales como puro pensamiento, es el verdadero punto de quiebre con la metafísica de las esencias que llevará a su madurez el empirismo inglés. Los universales no son ni cosas reales ni están presentes en las entidades reales, son meros flatus vocis, conceptos que indican seres individuales. Dios es indemostrable racionalmente, es cuestión de fe. El ser es unívoco y aunque el ser de Dios y de las criaturas pueda ser predicado es insostenible el realismo metafísico.

En consecuencia, sostiene, puede ser salvo aquel que no tuvo otra guía en su vida que la recta razón, ni siquiera la fe es condición necesaria. Por añadidura, su pensamiento político fue opuesto a la supremacía del Papado. Contra la tesis del Papado de Aviñon de que el Papa posee la autoridad absoluta en cosas espirituales como temporales, sostiene que la ley de Cristo es la ley de la libertad, y, en consecuencia, al Papado no le pertenece ningún poder absoluto.

El pensamiento de Occam o Doctor Invencibilis encarna la disolución del problema escolástico. Lo necesario y universal no son reales, lo único real es lo individual y contingente. La ciencia no es posible para el hombre, a lo sumo lo es para Dios. Al hombre sólo le queda la fe. El nominalismo extremo de Occam con su crítica a la razón humana y al realismo metafísico desde una posición empirista tan radical, abrió las puertas tanto a la securalización como al fideísmo. Y, por eso, aunque parezca paradójico, su pretensión de defender la omnipotencia divina del racionalismo y del realismo tiene su repercusión en la mística que destaca que la unión con Dios es cuestión de fe. Esta postura que desprecia la razón es considerada equivocada por la Iglesia católica y certera entre los protestantes.

Entre tal abundancia de espíritus místicos durante el siglo XIV tenemos a tres dominicos alemanes: el maestro Eckhart (1260-1327), Juan Tauler (1300-1361) y Enrique Suso (1296-1366). Y a Juan van Ruysbroeck (1293-1381).

Eckhart insistía en la idea central de que el Verbo divino naciera en el alma como fundamento de la mística. Pero indentificó al místico con el mismo Dios. Por esta identificación entre la criatura y el Creador es acusado de herejía. Sus opiniones tuvieron que ver con la decadencia de la escolástica, el influjo del islamismo y la cábala judía.

En cambio para Tauler el camino de la unión con Dios es la pasión de Cristo, el hombre interior y la humildad. Habló del arrebato del espíritu por la luz divina y del desasimiento de las cinco prisiones: amor a las criaturas, amor propio, amor a la razón, amor a las visiones y obstinación de la voluntad. La experiencia mística no se da para disfrute personal sino para aprovechamiento espiritual, amando con acciones de gracias al Creador y a su creación. Para Suso en la unión mística el espíritu se deifica pero no se hace divino. Se trata de una deificación por gracia y no por naturaleza. Evitó las exgeraciones de su maestro Eckhart y como Tomás de Aquino reconoce que el alma necesita de las imágenes para estar unido a Dios.

Ruysbroeck, discípulo de Eckhart que también evitó sus exageraciones, combatió la secta de los Hermanos del Espíritu Libre por su panteísmo y rechazo del dogma. Defiende la triple vía de la unión mística. Además, advierte que los éxtasis largos y frecuentes pueden dañar la salud y aconseja resistirlos. Afirma que al éxtasis seguirá una gran sequedad, donde se perderá todo, será un sufrir por la gloria de Dios. El hombre interior ve a Dios y la luz innata lo transfigura. El hombre no es idéntico a la luz divina sino que se hace uno con ella. Hay unión, más no identidad. En sus libros La roca centelleante y el Libro de la suprema verdad insiste en que la unión metafísica con Dios no es una unión de naturaleza, la deificación del hombre es sólo una unión de amor y de gracia.

Santa Catalina de Siena (c. 1347-1380) dejó expresada su ideario místico en su famoso Diálogo. Terciaria dominica de muy distinta índole a la de los místicos alemanes, reverencia la sangre de Cristo y expresa su devoción por los sufrimientos de Jesús. Tenía visiones desde la niñez y casi a diario. Excepcionalmente piadosa pasaba horas arrebatada en oración contemplativa. Sus repetidos trances culminaron con la visión de los esponsales místicos. Desde ese momento su vida cambió en una intensa actividad caritativa y apostólica. Su mística estuvo centrada en la devoción a la preciosa sangre de Cristo. Su biografía repleta de famosos incidentes resalta porque su amor a Cristo se expresa en amor al prójimo. Subraya que cada uno debe construir su propia celda interior, la celda del conocimiento de sí mismo, sin la cual se corre el riesgo de caer en la presunsión. La nada de sí mismo se experimenta cuando Dios se ha alejado de la criatura, ante lo cual sólo queda perseverar con humildad y amor a la virtud. Como todos los grandes místicos desdeña los fenómenos extraordinarios. Y sólo muriendo para sí mismo se llega a la perfecta unión de amor y voluntad con Dios.

Pero el siglo XIV es también un periodo místico fecundo en la Iglesia de Inglaterra. Ricardo Rolle de Hampole (c. 1249-1349), muy influido por San Bernardo y Ricardo de san Víctor, afirma una mística de la emotividad, donde en su Meditación sobre la pasión defiende que la contemplación es una visión; en su Emendatio vitae o Reforma de la vida describe la vía purgativa; en Incendium amore o Incendio de amor insiste en la completa separación del mundo; y en La forma de vida perfecta manifiesta que el amor humano purificado por Dios en esta vida puede ver el cielo con ojos espirituales, pero la visión perfecta se dará después de la muerte.

Por su parte, el autor anónimo del The cloud of Unknowing o La nube del desconocimiento está influido poderosamente por el Pseudo-Dionisio y la teología negativa. Aconseja suprimir todo pensamiento. En la vida terrena persiste la nube entre Dios y el místico. No considera el éxtasis como necesario para la unión con Dios. Sólo con la renuncia a toda imagen y a todo concepto se puede entrar en aquella nube por “el agudo dardo del amor ardiente”. A diferencia de los místicos posteriores, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, intenta suprimir todos los pensamientos, incluso el de la Pasión de Cristo. Pero la nube persiste durante toda la vida terrena. El éxtasis llamadfo “rapto” no es esencial para la vida mística de unión, mientras que para los místicos españoles es esencial en el camino hacia la forma de unión más elevada, la “boda mística”.

El canónigo regular agustino Walter Hilton, en su Escalera de la perfección, considera que para la salvación es suficiente la reforma de la fe pero la vida mística es necesaria la reforma del sentimiento, cuya perfección sólo alcanza en el cielo. Habla de la noche oscura donde el hombre consigue el desapego de todo lo que lo ata al mundo. Y cuando el alma se acostumbra a dicha oscuridad ella se vuelve luz de la Jerusalem celestial. La verdadera experiencia mística es la visión puramente espiritual de Cristo como destellos de una gran luz, y no un abrirse los cielos por la imaginación para ver a nuestro Señor sentado en su majestad.

La madre Juliana de Norwich vivió como una anacoreta. A los treinta y un años cayó gravemente enferma, agónica el sacedote le sostuvo un crucifijo ante sus ojos. En ese momento su vista falló, todo se hizo oscuro excepto la figura de la cruz. Paralizada y apenas pudiendo respirar, recordó su deseo de sentir la propia pasión de Cristo. En ese momento le pareció que el crucifijo cobraba vida y tuvo catorce visiones, desde el amanecer hasta la tarde. El meollo de su doctrina mística es el amor de Dios por la humanidad. En su visión del mundo éste aparece como una nada en comparación con el Creador, pero su importancia es inmensa porque es amado por Dios. Pero Juliana le atribuye a Dios un amor maternal y ante el problema del pecado y del mal que les les tan difícil de entender, vió amor y salvación feliz asegurada por Cristo.

La última gran figura mística del siglo XIV es el jefe del hesicasmo Gregorio de Palamas (1296-1359) de la Iglesia oriental. Los hesicastas creían que la oración es una actividad del hombre entero, tanto del cuerpo como del alma. De ahí que concedieran importancia a la respiración y a la postura corporal. Como en Oriente no armonizó la místioca con la teología escolástica, Barlaam como principal cabeza de la teología racional consideró heréticos a los hesicastas, obligando a Gregorio a defender su causa y a escribir su gran obra Defensa de los santos hesicastas.

Su teología firmemente anclada en la encarnación y los sacramentos, insiste en la iluminación sobrenatural contra la escolástica de Barlaam. De gran devoción a la Madre de Dios, su métido de oración fue finalmente aceptado como ortodoxo en la Iglesia oriental en 1351. Fue un místico muy comprometido con los acontecimientos de la época. Alma y cuerpo forman parte de la vida mística. La oración produce calor corporal. Esta transformación comunica un conocimiento que no se da mediante el estudio, sino por iluminación. El místico percibe la luz divina, que no es la naturaleza de Dios sino su gloria y esplendor. Se trata para los orientales de una unión no con Cristo sino con la misma luz divina.

La gran enseñanza de la mística del siglo XIV –unión, más no identidad- se va a mantener en la decadente mística del siglo XV. En realidad es un siglo de decadencia donde más que místicos hay congregaciones ascéticas.

Los ochenta años de dominio temporal de los Papas del Renacimiento fueron de inmoralidad, nepotismo, crimen, ambición y libertinaje. La pasmosa contradicción entre la gran cultura y las costumbres bárbaras del renacimiento se concentró en Roma y el Papado, lo cual provocaría en los pueblos del norte la justa indignación y rebeldía –aunque con errada doctrina- manifiesta en la Reforma luterana. Lutero fue un auténtico profeta del Nuevo Testamento pero rechaza el magisterio eclesiástico y la tradición apostólica. Con ello fomentó el libre examen y el primado de la conciencia individual. Donde termina la revelación empieza la interpretación del dogma. La Reforma protestante negó muchos dogmas (culto a los santos, purgatorio, teología sacramental), pero no fue tan lejos como el modernismo negando el principio dogmático mismo. No obstante, precursa el modernismo al empobrecer los misterios y favorecer la racionalización del dogma.

El infortunio de Roma va desde Nicolás V con su proyecto de instaurar a los Papas como reyes, Sixto VI que quiso convertir el pontificado en un reino hereditario, Inocencio VIII que creó un banco de bulas y absoluciones, el nefando Papa Borgia Alejandro VI, traficante de turcos, lujurioso, sacrílego y fraudulento, el ilustrado pero guerrero Julio II, el derrochador y neopagano León X, el Papa germano Adriano VI que se horrorizó de Roma, hasta el débil y vacilante Clemente VII que provocó el Saco de Roma y dejó la ciudad enlutada y diezmada. En Italia era opinión generalizada que el bárbaro saqueo de Roma en 1527 era el justo castigo de la providencia sobre la ciudad perversa. Después de todo este hondo descalabro comenzaría la Contrarreforma.

Si la Alta Edad Media –desde el siglo V hasta el siglo XIII- es una época de una elevada espiritualidad, no sólo en Occidente sino en el mundo árabe y judío, no ocurre lo mismo desde el caótico siglo XIV y en el decadente siglo XV. En el siglo XII San Bernardo fue el inspirador del arte monacal cisterciense y el nacimiento del austero gótico, frente a su antecesor y esplendoroso arte real carolingio del siglo IX y X. El arte cisterciense fue la respuesta clerical-caballeresca artístico-espiritual al crecimiento económico y dominio creciente de la burguesa economía dineraria.

Muy poca justicia se ha hecho al mérito que le corresponde al monaquismo y misticismo medieval en relación a la idea moderna de ciencia. Es más, aquí es posible afirmar que el monaquismo constructor de abadías incentivó la idea moderna de la ciencia. No es casual que el invento moderno por excelencia, como es el reloj, provenga de la Edad Media. Antes de que la sociedad quede convertida en la era industrial y pos-industrial en una inmensa máquina de relojería ya en los monasterios de siglo XII hacía su debut el reloj para organizar la vida de los ejércitos de monjes en los monasterios.

Como hace ver Duby, el siglo XII fue un siglo de expansión, de fe en el progreso, lo que llevó a meditar sobre la teología de la encarnación. La ausencia de esta Teología de la Encarnación en el ámbito musulmán y judío fue lo que impidió un mayor desarrollo científico en su medio. En otras palabras, la cultura milagrosa de los santos es en el fondo una meditación sobre la presencia ordenada de Dios en el mundo. Lo cual llevó a Occidente a concebir a la naturaleza como una regularidad hecha por Dios y que el hombre debía imitar imponiéndola en natura.

Fueron los santos y los místicos de la Edad Media los que abrieron poderosamente el camino a la idea de ley natural, orden y regularidad, tan bien expresado en el arte gótico. Si el centro de gravedad social de la cultura racionalista medieval fue la burguesía mercantil, el dinero, la avaricia y el avance de las matemáticas, sin embargo su centro de gravedad intelectual fue el monje y el santo.

El siglo XIII concluye con la evangelización de prusianos, lituanos, fineses, el realismo acentuado de la espiritualidad monástica y la consolidación del cisma con la Iglesia griega. También es falsa la identificación entre feudalismo y Edad Media. Pues, el feudalismo fue una solución temporal ante la debilidad del Estado entre los siglos X y XIII. Lo fundamental del feudalismo no fue el modo de producción sino el modo de tenencia de la tierra. Pero no tardaría en desintegrarse ante el ímpetu de las nuevas monarquías, la burguesía urbana y las cruzadas.

Pero si en la Alta Edad Media se mantuvo la hegemonía del monje sobre el intelectual, a partir del siglo XIV dicha relación se invertiría, lo racional predominaría sobre lo monástico, dando lugar a que como reacción la sociedad medieval sólo tardíamente sea antihumanista y anticientífica. El mayor mérito de la cultura medieval fue recuperar la ciencia y el pensamiento griego. El Renacimiento medieval del siglo XIII no realizó la promesa cristiana y lo que siguió fue su derrumbe.

La primera figura a tener en cuenta en el siglo XV es Tomás de Kempis (c. 1380-1471). No es en rigor un místico sino un asceta. Pero su Imitación de Cristo conduce a la unión mística, es oración premística, habla de la voz de Cristo en el alma. Esa voz de Cristo en el alma será uno de los más significativos vehículos espirituales para el desarrollo de la ciencia en Occidente.

Para nuestro asceta es necesario hacer una rígida separación entre la vida sobrenatural y la vida natural. Además en su individualismo destaca el conocimiento infuso. Imitar a Cristo es desmundanizar la fe, desviar el corazón de lo visible hacia lo invisible. No se trata de despreciar el mundo en cuanto tal, porque es creación de Dios. El cristianismo lleva en su entraña la reivindicación del estudio de la naturaleza y de sus leyes. Por eso solamente se trata de no aferrarse a él. Además, el justo no depende de su propio saber sino de la gracia de Dios.

Juan Gerson (1363-1429), que fue Canciller de la Universidad de París, siempre estuvo muy interesado en la reforma de la Iglesia y tomó parte de las principales controversias de la época. Su doctrina mística pone énfasis en combatir las sectas seudomísticas y a los abundantes individuos que pululaban pretendiendo haber recibido inspiraciones místicas especiales. Exige examen médico para los visionarios y propone descartar si se tratan de mentes enfermas. Considera que dos son las potencias del alma que corresponden a la vida mística: la simple inteligencia, llamada también “ojo espiritual”, y que es el órgano de la contemplación, y la sindéresis o ciudadela del alma, que es el órgano del amor místico. Pero es el amor el que llena al hombre de gozo sobrenatural. Contra los falsos místicos sostiene que en la unión con Dios el hombre mantiene su identidad y no es absorbido por el Creador. La unión mística está por encima del entendimiento y de los afectos, reside en la unión inefable entre Dios y el alma purificada.

Dionisio el Cartujano (1402-1471) fue un prolífico autor, modernas ediciones abarcan no menos de cuarenta y cuatro volúmenes. No obstante, como teólogo místico no es muy original. Tuvo frecuentes éxtasis. Señala tres condiciones para la vida mística: el intenso amor a Dios, la separación de la mente de todas las criaturas, y la concentración en Dios. Pero en sí la experiencia depende el Espíritu Santo y su punto más elevado es la contemplación de la Trinidad. Entonces sobreviene el arrebatamiento en infinita sabiduría, y -como Dionisio- tiene lugar en la centella del alma.

Santa Catalina de Siena (1447-1510) pertenecía a una familia de nobles y purpurados. Se casó con un hombre muy mundano. A los veinte seis años comienzan sus visiones. Pero sus genuinas experiencias místicas están combinadas con fenómenos neuróticos. Su doctrina está expuesta en su Tratado sobre el purgatorio. Subraya que para alcanzar la unión con Dios son necesarios tres requisitos: el abandono de la propia voluntad, el total desarraigo del mundo para purificar el alma y reducir a nada el yo. En suma, deificarse es participar en Dios y aniquilación del propio ser. Sin duda que exageró y fue inexacta. Fue una mística valiosa pero con muchos rasgos patológicos. Estas exageraciones seguirán en la mística de la Reforma, aunque en otro sentido, con su visión pesimista de las criaturas, su oposición a la razón y al omitir las gracias santificantes.

En conclusión, la mística de los convulsos siglos XIV y XV dejará como gran lección que la unión mística con Dios es participación, más no es identidad con el Creador. Y acentuará hasta tal límite la teología de la encarnación que coadyuvará en Occidente al desarrollo de la ciencia moderna.


Lima, Salamanca 01 de Enero del 2017