UNIÓN MÁS NO IDENTIDAD
La mística en los siglos XIV y XV
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Si alguna gran
lección nos deja la mística en el conmocionado siglo XIV y renacentista siglo XV
es que buscar a Dios en el corazón supone unión,
más no identidad con la divinidad. Los siglos XIV y XV son la época de los
concilios, el cisma de la Iglesia, el inicio de la lucha por la emancipación
nacional y religiosa, la aparición de Juan Huss, Jerónimo de Praga y Juana de
Arco como precursores de la Reforma, la declinación del Papado, la relajación
moral del clero y de Francia como dueña de Italia. Era el final de la Edad
Media y del milenio donde predominó de manera omnímoda el cristianismo.
¿Cómo en pleno
desbarajuste moral, ambición y libertinaje, la tensión espiritual de la época
pudo producir tan pródigamente figuras como Ruysbroeck, Santa Catalina de
Siena, Rolle, Hilton, Norwich y la madre Juliana en el misticismo inglés,
Gregorio de Palamas en la Iglesia oriental, el maestro Eckhart, Tauler y Suso?
No era extraño
que entre tantos males acumulados en la Iglesia, en el orden político y social,
el grito de batalla de los espíritus religiosos fuera: ¡Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados! Este
primer mensaje de Pedro (Hechos 2:38) repetirán de manera agónica, cual
profetas, los místicos del siglo XIV.
Era el llamado
a la penitencia a una generación decadente, donde los Papas bajo el influjo de
la política francesa se trasladaron de Roma a Aviñon, viviendo en un boato
escandaloso la Iglesia se volvió en un monstruo hasta de tres cabezas, para que
finalmente se produzca el cisma que se resuelve en el Concilio de Constanza
(1417). En 1339 se desata entre Inglaterra y Francia la guerra de los Cien
Años, Italia es sacudida por la pugna entre sus ciudades estado, Alemania
sucumbe a los atropellos de los caballeros salteadores, en Inglaterra se
predica la reforma de la Iglesia y la rebelión, y el estallido de la más
mortífera epidemia con la peste negra, entre 1346-1353, que redujo a un tercio
la población europea.
En el orden
filosófico plantarán su poderosa huella dos prominentes figuras escolásticas
precursoras de la filosofía moderna. Me refiero a Duns Scoto y Guillermo de
Occam. Scoto (1266-1308) cronológicamenmte está en el siglo XIII, pero por su
espíritu voluntarista e individualista es un importante impulsor del humanismo
renacentista, del pensamiento antiescolástico y del protestantismo. Es un
peldaño más en el nuevo espíritu burgués que se va desplegando en la historia.
Las ideas
claves del fraile agustino expresadas en su Tratado
del primer principio son: la teoría de la univocidad del ser, la transformación
del argumento anselmiano en el sentido de un paso de lo posible a lo necesario
–la posibilidad de Dios implica su realidad-, la revelación es en rigor
indemostrable, la teología no es ciencia teórica sino ciencia práctica
reguladora de la acción, el carácter
principal de la divinidad es la voluntad infinita, lo auténticamente real no es
sólo lo universal ni sólo lo individual sino la hacceidad –realidad concreta
compuesta de materia y forma-, todo lo creado tiene una materia o teoría de la
universalidad de la materia –materia
prima, creada inmediatamente por Dios; materia
secundo prima, sustrato de la generación y corrupción; y materia tertio prima, la materia
plasmable-, la voluntad es siempre activa, por eso importancia moral es
superior, por ello, el amor es superior a la fe, más vale amar a Dios que
conocerlo, y así, la perversión de la voluntad es más grave que la del
entendimiento.
El interés de
las ideas del fraile franciscano Duns Scoto ha llevado a decir que es el primer
hombre moderno, semejante a Kant por su actitud crítica, pretendido
escepticismo en la razón especulativa y la convicción del primado de la
voluntad. No obstante, en él el primado de la voluntad tiene una significación
ética y psicológica y no epistemológica como en Kant, ni metafísica como en el
Idealismo alemán, en Schopenahuer y Nietzsche. El Doctor Sutil nunca fue un
escéptico ni un agnóstico en teología. Por eso, es correcto afirmar que Scoto
como Tomás de Aquino fue seguidor de la via
antiqua, a diferencia de los nominalistas o terministas, seguidores de la
via moderna.
Sin embargo, al
sostener que la especulación teológica es inútil, potencia un elemento decisivo
en el fenómeno místico, a saber, el hombre llega a Dios por el amor. Para Scoto
la naturaleza humana y la de Dios se conoce a través de la revelación o
intuición intelectual. Y es así porque quiere ser él mismo y toda su creación
inteligible. La asombrosa originalidad de Duns Scoto es que concilie la
infinitud de Dios con su voluntad de inteligibilidad a través de la univocidad
del ser, que permite un acercamiento entre hombre y Dios.
Otra cosa
acontece con Guillermo de Occam (1290-1349). Si Scoto es el fin del equilibrio
tomista entre lo intelectual y lo volitivo, Occam es el fin del equilibrio
entre lo universal y la individualidad. Su nominalismo extremo representa un
retorno desde el mundo de lo trascendente al mundo de lo inmanente, de la
religión a la política, de Dios al hombre.
En sus Principios de teología el reconocimiento
de la individualidad, de la singularidad de lo real y concreto frente a la
irrealidad e indeterminación de los universales como puro pensamiento, es el
verdadero punto de quiebre con la metafísica de las esencias que llevará a su
madurez el empirismo inglés. Los universales no son ni cosas reales ni están
presentes en las entidades reales, son meros flatus vocis, conceptos que indican seres individuales. Dios es
indemostrable racionalmente, es cuestión de fe. El ser es unívoco y aunque el
ser de Dios y de las criaturas pueda ser predicado es insostenible el realismo
metafísico.
En
consecuencia, sostiene, puede ser salvo aquel que no tuvo otra guía en su vida
que la recta razón, ni siquiera la fe es condición necesaria. Por añadidura, su
pensamiento político fue opuesto a la supremacía del Papado. Contra la tesis
del Papado de Aviñon de que el Papa posee la autoridad absoluta en cosas espirituales
como temporales, sostiene que la ley de Cristo es la ley de la libertad, y, en
consecuencia, al Papado no le pertenece ningún poder absoluto.
El pensamiento
de Occam o Doctor Invencibilis
encarna la disolución del problema escolástico. Lo necesario y universal no son
reales, lo único real es lo individual y contingente. La ciencia no es posible
para el hombre, a lo sumo lo es para Dios. Al hombre sólo le queda la fe. El
nominalismo extremo de Occam con su crítica a la razón humana y al realismo metafísico
desde una posición empirista tan radical, abrió las puertas tanto a la
securalización como al fideísmo. Y, por eso, aunque parezca paradójico, su
pretensión de defender la omnipotencia divina del racionalismo y del realismo
tiene su repercusión en la mística que destaca que la unión con Dios es
cuestión de fe. Esta postura que desprecia la razón es considerada equivocada
por la Iglesia católica y certera entre los protestantes.
Entre tal
abundancia de espíritus místicos durante el siglo XIV tenemos a tres dominicos
alemanes: el maestro Eckhart (1260-1327), Juan Tauler (1300-1361) y Enrique
Suso (1296-1366). Y a Juan van Ruysbroeck (1293-1381).
Eckhart
insistía en la idea central de que el Verbo divino naciera en el alma como
fundamento de la mística. Pero indentificó al místico con el mismo Dios. Por
esta identificación entre la criatura y el Creador es acusado de herejía. Sus
opiniones tuvieron que ver con la decadencia de la escolástica, el influjo del
islamismo y la cábala judía.
En cambio para
Tauler el camino de la unión con Dios es la pasión de Cristo, el hombre
interior y la humildad. Habló del arrebato del espíritu por la luz divina y del
desasimiento de las cinco prisiones: amor a las criaturas, amor propio, amor a
la razón, amor a las visiones y obstinación de la voluntad. La experiencia
mística no se da para disfrute personal sino para aprovechamiento espiritual,
amando con acciones de gracias al Creador y a su creación. Para Suso en la
unión mística el espíritu se deifica pero no se hace divino. Se trata de una
deificación por gracia y no por naturaleza. Evitó las exgeraciones de su
maestro Eckhart y como Tomás de Aquino reconoce que el alma necesita de las
imágenes para estar unido a Dios.
Ruysbroeck,
discípulo de Eckhart que también evitó sus exageraciones, combatió la secta de
los Hermanos del Espíritu Libre por su panteísmo y rechazo del dogma. Defiende
la triple vía de la unión mística. Además, advierte que los éxtasis largos y
frecuentes pueden dañar la salud y aconseja resistirlos. Afirma que al éxtasis
seguirá una gran sequedad, donde se perderá todo, será un sufrir por la gloria
de Dios. El hombre interior ve a Dios y la luz innata lo transfigura. El hombre
no es idéntico a la luz divina sino que se hace uno con ella. Hay unión, más no
identidad. En sus libros La roca
centelleante y el Libro de la suprema
verdad insiste en que la unión metafísica con Dios no es una unión de
naturaleza, la deificación del hombre es sólo una unión de amor y de gracia.
Santa Catalina
de Siena (c. 1347-1380) dejó expresada su ideario místico en su famoso Diálogo. Terciaria dominica de muy
distinta índole a la de los místicos alemanes, reverencia la sangre de Cristo y
expresa su devoción por los sufrimientos de Jesús. Tenía visiones desde la
niñez y casi a diario. Excepcionalmente piadosa pasaba horas arrebatada en
oración contemplativa. Sus repetidos trances culminaron con la visión de los
esponsales místicos. Desde ese momento su vida cambió en una intensa actividad
caritativa y apostólica. Su mística estuvo centrada en la devoción a la
preciosa sangre de Cristo. Su biografía repleta de famosos incidentes resalta
porque su amor a Cristo se expresa en amor al prójimo. Subraya que cada uno
debe construir su propia celda interior, la celda del conocimiento de sí mismo,
sin la cual se corre el riesgo de caer en la presunsión. La nada de sí mismo se
experimenta cuando Dios se ha alejado de la criatura, ante lo cual sólo queda
perseverar con humildad y amor a la virtud. Como todos los grandes místicos
desdeña los fenómenos extraordinarios. Y sólo muriendo para sí mismo se llega a
la perfecta unión de amor y voluntad con Dios.
Pero el siglo
XIV es también un periodo místico fecundo en la Iglesia de Inglaterra. Ricardo
Rolle de Hampole (c. 1249-1349), muy influido por San Bernardo y Ricardo de san
Víctor, afirma una mística de la emotividad, donde en su Meditación sobre la pasión defiende que la contemplación es una
visión; en su Emendatio vitae o Reforma de la vida describe la vía
purgativa; en Incendium amore o Incendio de amor insiste en la completa
separación del mundo; y en La forma de
vida perfecta manifiesta que el amor humano purificado por Dios en esta
vida puede ver el cielo con ojos espirituales, pero la visión perfecta se dará
después de la muerte.
Por su parte,
el autor anónimo del The cloud of
Unknowing o La nube del desconocimiento
está influido poderosamente por el Pseudo-Dionisio y la teología negativa.
Aconseja suprimir todo pensamiento. En la vida terrena persiste la nube entre
Dios y el místico. No considera el éxtasis como necesario para la unión con
Dios. Sólo con la renuncia a toda imagen y a todo concepto se puede entrar en
aquella nube por “el agudo dardo del amor ardiente”. A diferencia de los
místicos posteriores, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, intenta suprimir
todos los pensamientos, incluso el de la Pasión de Cristo. Pero la nube
persiste durante toda la vida terrena. El éxtasis llamadfo “rapto” no es
esencial para la vida mística de unión, mientras que para los místicos españoles
es esencial en el camino hacia la forma de unión más elevada, la “boda
mística”.
El canónigo
regular agustino Walter Hilton, en su Escalera
de la perfección, considera que para la salvación es suficiente la reforma
de la fe pero la vida mística es necesaria la reforma del sentimiento, cuya
perfección sólo alcanza en el cielo. Habla de la noche oscura donde el hombre
consigue el desapego de todo lo que lo ata al mundo. Y cuando el alma se
acostumbra a dicha oscuridad ella se vuelve luz de la Jerusalem celestial. La
verdadera experiencia mística es la visión puramente espiritual de Cristo como
destellos de una gran luz, y no un abrirse los cielos por la imaginación para
ver a nuestro Señor sentado en su majestad.
La madre
Juliana de Norwich vivió como una anacoreta. A los treinta y un años cayó
gravemente enferma, agónica el sacedote le sostuvo un crucifijo ante sus ojos.
En ese momento su vista falló, todo se hizo oscuro excepto la figura de la
cruz. Paralizada y apenas pudiendo respirar, recordó su deseo de sentir la
propia pasión de Cristo. En ese momento le pareció que el crucifijo cobraba
vida y tuvo catorce visiones, desde el amanecer hasta la tarde. El meollo de su
doctrina mística es el amor de Dios por la humanidad. En su visión del mundo
éste aparece como una nada en comparación con el Creador, pero su importancia
es inmensa porque es amado por Dios. Pero Juliana le atribuye a Dios un amor
maternal y ante el problema del pecado y del mal que les les tan difícil de
entender, vió amor y salvación feliz asegurada por Cristo.
La última gran
figura mística del siglo XIV es el jefe del hesicasmo Gregorio de Palamas (1296-1359)
de la Iglesia oriental. Los hesicastas creían que la oración es una actividad
del hombre entero, tanto del cuerpo como del alma. De ahí que concedieran
importancia a la respiración y a la postura corporal. Como en Oriente no
armonizó la místioca con la teología escolástica, Barlaam como principal cabeza
de la teología racional consideró heréticos a los hesicastas, obligando a
Gregorio a defender su causa y a escribir su gran obra Defensa de los santos hesicastas.
Su teología
firmemente anclada en la encarnación y los sacramentos, insiste en la
iluminación sobrenatural contra la escolástica de Barlaam. De gran devoción a
la Madre de Dios, su métido de oración fue finalmente aceptado como ortodoxo en
la Iglesia oriental en 1351. Fue un místico muy comprometido con los
acontecimientos de la época. Alma y cuerpo forman parte de la vida mística. La
oración produce calor corporal. Esta transformación comunica un conocimiento
que no se da mediante el estudio, sino por iluminación. El místico percibe la
luz divina, que no es la naturaleza de Dios sino su gloria y esplendor. Se
trata para los orientales de una unión no con Cristo sino con la misma luz
divina.
La gran
enseñanza de la mística del siglo XIV –unión, más no identidad- se va a
mantener en la decadente mística del siglo XV. En realidad es un siglo de
decadencia donde más que místicos hay congregaciones ascéticas.
Los ochenta
años de dominio temporal de los Papas del Renacimiento fueron de inmoralidad,
nepotismo, crimen, ambición y libertinaje. La pasmosa contradicción entre la
gran cultura y las costumbres bárbaras del renacimiento se concentró en Roma y
el Papado, lo cual provocaría en los pueblos del norte la justa indignación y
rebeldía –aunque con errada doctrina- manifiesta en la Reforma luterana. Lutero
fue un auténtico profeta del Nuevo Testamento pero rechaza el magisterio
eclesiástico y la tradición apostólica. Con ello fomentó el libre examen y el
primado de la conciencia individual. Donde termina la revelación empieza la
interpretación del dogma. La Reforma protestante negó muchos dogmas (culto a
los santos, purgatorio, teología sacramental), pero no fue tan lejos como el
modernismo negando el principio dogmático mismo. No obstante, precursa el
modernismo al empobrecer los misterios y favorecer la racionalización del
dogma.
El infortunio
de Roma va desde Nicolás V con su proyecto de instaurar a los Papas como reyes,
Sixto VI que quiso convertir el pontificado en un reino hereditario, Inocencio
VIII que creó un banco de bulas y absoluciones, el nefando Papa Borgia
Alejandro VI, traficante de turcos, lujurioso, sacrílego y fraudulento, el
ilustrado pero guerrero Julio II, el derrochador y neopagano León X, el Papa
germano Adriano VI que se horrorizó de Roma, hasta el débil y vacilante
Clemente VII que provocó el Saco de Roma y dejó la ciudad enlutada y diezmada.
En Italia era opinión generalizada que el bárbaro saqueo de Roma en 1527 era el
justo castigo de la providencia sobre la ciudad perversa. Después de todo este
hondo descalabro comenzaría la Contrarreforma.
Si la Alta Edad
Media –desde el siglo V hasta el siglo XIII- es una época de una elevada
espiritualidad, no sólo en Occidente sino en el mundo árabe y judío, no ocurre
lo mismo desde el caótico siglo XIV y en el decadente siglo XV. En el siglo XII
San Bernardo fue el inspirador del arte monacal cisterciense y el nacimiento
del austero gótico, frente a su antecesor y esplendoroso arte real carolingio
del siglo IX y X. El arte cisterciense fue la respuesta clerical-caballeresca artístico-espiritual
al crecimiento económico y dominio creciente de la burguesa economía dineraria.
Muy poca
justicia se ha hecho al mérito que le corresponde al monaquismo y misticismo
medieval en relación a la idea moderna de ciencia. Es más, aquí es posible
afirmar que el monaquismo constructor de abadías incentivó la idea moderna de la
ciencia. No es casual que el invento moderno por excelencia, como es el reloj,
provenga de la Edad Media. Antes de que la sociedad quede convertida en la era
industrial y pos-industrial en una inmensa máquina de relojería ya en los
monasterios de siglo XII hacía su debut el reloj para organizar la vida de los
ejércitos de monjes en los monasterios.
Como hace ver
Duby, el siglo XII fue un siglo de expansión, de fe en el progreso, lo que
llevó a meditar sobre la teología de la encarnación. La ausencia de esta Teología
de la Encarnación en el ámbito musulmán y judío fue lo que impidió un mayor
desarrollo científico en su medio. En otras palabras, la cultura milagrosa de
los santos es en el fondo una meditación sobre la presencia ordenada de Dios en
el mundo. Lo cual llevó a Occidente a concebir a la naturaleza como una regularidad hecha por Dios y que el
hombre debía imitar imponiéndola en natura.
Fueron los santos
y los místicos de la Edad Media los que abrieron poderosamente el camino a la
idea de ley natural, orden y regularidad,
tan bien expresado en el arte gótico. Si el centro de gravedad social de la
cultura racionalista medieval fue la burguesía mercantil, el dinero, la
avaricia y el avance de las matemáticas, sin embargo su centro de gravedad
intelectual fue el monje y el santo.
El siglo XIII
concluye con la evangelización de prusianos, lituanos, fineses, el realismo
acentuado de la espiritualidad monástica y la consolidación del cisma con la
Iglesia griega. También es falsa la identificación entre feudalismo y Edad
Media. Pues, el feudalismo fue una solución temporal ante la debilidad del
Estado entre los siglos X y XIII. Lo fundamental del feudalismo no fue el modo
de producción sino el modo de tenencia de la tierra. Pero no tardaría en
desintegrarse ante el ímpetu de las nuevas monarquías, la burguesía urbana y
las cruzadas.
Pero si en la
Alta Edad Media se mantuvo la hegemonía del monje sobre el intelectual, a
partir del siglo XIV dicha relación se invertiría, lo racional predominaría
sobre lo monástico, dando lugar a que como reacción la sociedad medieval sólo
tardíamente sea antihumanista y anticientífica. El mayor mérito de la cultura
medieval fue recuperar la ciencia y el pensamiento griego. El Renacimiento
medieval del siglo XIII no realizó la promesa cristiana y lo que siguió fue su
derrumbe.
La primera figura
a tener en cuenta en el siglo XV es Tomás de Kempis (c. 1380-1471). No es en
rigor un místico sino un asceta. Pero su Imitación
de Cristo conduce a la unión mística, es oración premística, habla de la
voz de Cristo en el alma. Esa voz de Cristo en el alma será uno de los más
significativos vehículos espirituales para el desarrollo de la ciencia en
Occidente.
Para nuestro
asceta es necesario hacer una rígida separación entre la vida sobrenatural y la
vida natural. Además en su individualismo destaca el conocimiento infuso. Imitar
a Cristo es desmundanizar la fe, desviar el corazón de lo visible hacia lo
invisible. No se trata de despreciar el mundo en cuanto tal, porque es creación
de Dios. El cristianismo lleva en su entraña la reivindicación del estudio de
la naturaleza y de sus leyes. Por eso solamente se trata de no aferrarse a él.
Además, el justo no depende de su propio saber sino de la gracia de Dios.
Juan Gerson
(1363-1429), que fue Canciller de la Universidad de París, siempre estuvo muy
interesado en la reforma de la Iglesia y tomó parte de las principales controversias
de la época. Su doctrina mística pone énfasis en combatir las sectas
seudomísticas y a los abundantes individuos que pululaban pretendiendo haber
recibido inspiraciones místicas especiales. Exige examen médico para los
visionarios y propone descartar si se tratan de mentes enfermas. Considera que
dos son las potencias del alma que corresponden a la vida mística: la simple
inteligencia, llamada también “ojo espiritual”, y que es el órgano de la
contemplación, y la sindéresis o ciudadela del alma, que es el órgano del amor
místico. Pero es el amor el que llena al hombre de gozo sobrenatural. Contra
los falsos místicos sostiene que en la unión con Dios el hombre mantiene su
identidad y no es absorbido por el Creador. La unión mística está por encima
del entendimiento y de los afectos, reside en la unión inefable entre Dios y el
alma purificada.
Dionisio el
Cartujano (1402-1471) fue un prolífico autor, modernas ediciones abarcan no
menos de cuarenta y cuatro volúmenes. No obstante, como teólogo místico no es
muy original. Tuvo frecuentes éxtasis. Señala tres condiciones para la vida
mística: el intenso amor a Dios, la separación de la mente de todas las criaturas,
y la concentración en Dios. Pero en sí la experiencia depende el Espíritu Santo
y su punto más elevado es la contemplación de la Trinidad. Entonces sobreviene
el arrebatamiento en infinita sabiduría, y -como Dionisio- tiene lugar en la
centella del alma.
Santa Catalina
de Siena (1447-1510) pertenecía a una familia de nobles y purpurados. Se casó
con un hombre muy mundano. A los veinte seis años comienzan sus visiones. Pero sus
genuinas experiencias místicas están combinadas con fenómenos neuróticos. Su
doctrina está expuesta en su Tratado sobre el purgatorio. Subraya que para
alcanzar la unión con Dios son necesarios tres requisitos: el abandono de la
propia voluntad, el total desarraigo del mundo para purificar el alma y reducir
a nada el yo. En suma, deificarse es participar en Dios y aniquilación del
propio ser. Sin duda que exageró y fue inexacta. Fue una mística valiosa pero
con muchos rasgos patológicos. Estas exageraciones seguirán en la mística de la
Reforma, aunque en otro sentido, con su visión pesimista de las criaturas, su
oposición a la razón y al omitir las gracias santificantes.
En conclusión,
la mística de los convulsos siglos XIV y XV dejará como gran lección que la
unión mística con Dios es participación, más no es identidad con el Creador. Y
acentuará hasta tal límite la teología de la encarnación que coadyuvará en
Occidente al desarrollo de la ciencia moderna.
Lima, Salamanca
01 de Enero del 2017
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