GEOMETRISMO DEL ARTE PRECOLOMBINO
Gustavo
Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
El
geometrismo, la infrarrealidad, el abstraccionismo, la deshumanización del arte
está presente en nuestro tiempo decadente y nihilista como incumplimiento del
ser. El incumplimiento del ser en el arte es su estética deformación hasta
llegar a la negación nihilista de la esencia artística. El arte en esencia no
copia sino que crea con belleza una realidad nueva sobre la realidad. Y al hacerlo el arte
eterniza lo pasajero porque la emoción por lo bello se niega a morir. En esto
consiste el cumplimiento ontológico del arte por medio del tema ideal y de la
técnica. Pero ¿es acaso la característica común de toda
decadencia cultural? ¿No hay geometrismo y abstraccionismo artístico de
carácter apolíneo y no sólo dionisíaco?
De lo contrario todo el abstraccionismo que encontramos desde las
cuevas paleolíticas del llamado arte prehistórico hasta los símbolos de las
civilizaciones ancestrales tendrían que ser interpretadas como deslizamientos
permanentes hacia la deshumanización del arte. Desde las extrañas espirales del
arte rupestre, la esvástica que simboliza el sol de antiguas civilizaciones,
las líneas escalonadas que representan la sierpe y la sabiduría, hasta los
colmillos felinos que encarnan la fuerza vital del cosmos, no serían sino vano
arte nihilista. Y en este sentido van aquellos culturólogos que interpretan la
civilización como el inicio de la decadencia humana y la edificación de una
sociedad autoritaria y vertical. Es decir, se convierten en los plañideros de
la arcádica vida prehistórica supuestamente igualitaria y horizontal.
Ante tal panorama es mejor que abandonemos territorios febriles y
recuperemos el equilibrio en el juicio. Si el simbolismo en el arte moderno ha
llevado a un infrarrealismo, el simbolismo en el arte antiguo conducía a un
hiperrealismo. Y es así en razón de su diversa base metafísica. Realista en
una, idealista en la otra. Para el realismo todo lo que es, en definitiva, es
como la cosa. Para el idealismo todo lo que es, en suma, es como lo pone el
pensamiento. Así es, el hombre es un ser metafísico, no puede dejar de hacer
metafísica y ésta está presente en todos los campos de la cultura, incluido el
arte. Se hace arte y se hace ciencia con metafísica. Metafísicamente la primera
certidumbre es realista: las cosas son independientes del pensamiento. La
segunda certidumbre es idealista: las cosas no son independientes del
pensamiento. El hombre antiguo era realista, en cambio el hombre moderno es
idealista. Más el idealismo no sólo pretende tener un valor epistemológico sino
también ontológico. De ahí que afirme que las cosas dependen del pensamiento no
sólo gnoseológicamente sino incluso ontológicamente.
Pero para el hombre antiguo la realidad radical son las cosas del mundo
y el realismo actual aun piensa que el idealismo confunde el plano epistémico
con el metafísico y así sustituye el pensamiento por la cosa. Raíz de la cual
nace el incumplimiento metafísico del arte y de la cultura. No es aquí el lugar
para que nosotros decidamos el valor de uno y de otro, pero es necesario
afirmar que así como lo real no existe como certidumbre sin el sujeto, de mismo
modo el pensar no existe como fenómeno sin lo real. Esto significa que la cosa
para existir y ser real no necesita entrar en relación con el sujeto. La
relación cognoscitiva les confiere certidumbre a las cosas pero no existencia
ontológica. La certidumbre es una especie de existencia gnoseológica. Decir esto
no es soslayar el papel activo del sujeto cognoscente en construcción del
mundo, sino sólo reconocer que lo ontológico es condición de lo epistémico.
Pero el idealismo absolutiza el papel del sujeto y crea la ilusión de su primacía
sobre lo real y el mundo. De este modo se genera una cultura de incumplimiento
con el ser, desde la cual incluso los valores no son objetivos sino inventados
al arbitrio del sujeto. Dicho esto no es difícil, entonces, comprender por qué
el idealismo y subjetivismo de la modernidad genera una cultura de incumplimiento
con el ser. Lo cual no es un alegato a una regresión cultural pero sí a su
rectificación.
A nuestra época no solo le falta una buena dosis de Fe sino también de
Razón. En el fondo se trata de reconquistar la realidad reconquistando a la
propia razón, porque contra el empirismo y el racionalismo dogmático ilustrado
la razón debe reconocer las verdades suprarracionales. Dicho de otro modo, sólo
un realismo enriquecido y un idealismo objetivo puede recuperar la verdad
objetiva y evitar la trampa del historicismo, relativismo y cientificismo. El
idealismo subjetivo ha privado a nuestra época de verdad extraviando el sentido
del ser. De modo que se impone al hombre y a la cultura el problema de dios y lo
trascendente porque es intrínseca a su estructura metafísica. Y esta
restauración de cumplimiento del ser sólo puede ser llevada a cabo desde un
espiritualismo metafísico teísta.
Todo lo cual quiere decir que la deshumanización del arte moderno está
relacionada con el idealismo epistemológico, el cual convierte el mundo y lo
real en una infrarrealidad dependiente del pensamiento. De ahí que su
abstraccionismo sea una inmersión microscópica en lo subjetivo. Pero ese no era
el sentido profundo del abstraccionismo antiguo, que echaba mano al recurso
maravilloso de la metáfora hasta en sus límites más impensados. La metáfora
para el hombre primitivo y antiguo tiene virtudes taumatúrgicas, propiedades
hiperrealistas que no reemplaza lo real sino que lo potencia.
De manera que tiene poco sentido decir, por ejemplo, que el arte
ceramista de los huacos retratos de la cultura mochica era de índole humanista
mientras que la estilización zoomórfica de la más antigua cultura Chavín era de
naturaleza deshumanizada. Es cierto que la cultura es como la mujer, a saber,
su belleza con el tiempo cambia y se marchita notoriamente. Pero de ahí no se
puede deducir que todos los ciclos y procesos históricos guarden una similitud
mecánica. Y menos es posible afirmarlo para una civilización, como la andina,
que se ha desarrollado a lo largo de 20 mil años. No obstante, existe un hilo
conductor permanente que atraviesa todo el tejido del arte precolombino en la
pintura rupestre, cerámica, el tejido, el hueso, la pintura, la música, la
arquitectura y escultura. Y esta hebra se traduce como la función religiosa del
arte.
Desde el arte rupestre de Lauricocha y Toquepala, pasando las
figurillas humanas y mates burilados del precerámico Caral; las estilizadas
cabezas clavas, ceramios monócromos y el afamado lanzón con rasgos felínicos y
zoomórficos de la chamánica cultura Chavín; las misteriosas esculturas
monolíticas antropomorfas, su cerámica escultórica polícroma, el diestro e
impresionante pulido de la piedra del complejo monumental de Puma Punku, su famoso templo semisubterráneo de Kalasasaya,
sus cabezas clavas antropomorfas, su innovadora arquitectura religiosa, la
famosa Puerta del Sol, de la longeva y milenaria cultura Tiawanaku; los
petroglifos y geoglifos más famosos de Palpa y Nazca; los tejidos y ceramios de
la cultura Paracas –que deformaba los cráneos de la elite- con diseños que
geometrizan las figuras humanas y animales; el arte cerámico erótico de los
mochicas; los famosos Tumi, keros esmaltados y demás extraordinaria orfebrería
de la cultura Lambayeque; la geométrica y estilizada cerámica de la cultura
Cajamarca; el acentuado geometrismo en la cerámica, textilería y urbanismo del
imperio Wari; la fina joyería y textilería de la cultura Chimú; los estilizados
ceramios y pulido de las piedras de los chancas; hasta la muy decorada con
figuras geométricas textilería y cerámica junto a su impresionante labrado de
la piedra del imperio Inca, todo esto y por donde se mire la civilización
andina es pródiga en geometrismo y abstraccionismo artístico.
No es aventurado sostener que este desarrollo del arte precolombino
está relacionado con la arquitectura, el estudio de los astros y
constelaciones, así como el avance de los conocimientos matemáticos. Pero sobre
todo responde a un pathos, a una sensibilidad del espíritu que se va haciendo
más sutil en la percepción del fenómeno religioso. Esto resulta hasta tal punto
cierto que es posible sostener que toda la civilización andina es resultado de
esa tensión hacia lo religioso, todos los demás conocimientos sirven a ese
propósito. Incluso la construcción de las ciudades y sitios sagrados deben
seguir la forma de ciertas constelaciones, las cuales asumen la forma de
animales y seres totémicos.
Todo lo cual no significa que la civilización andina siguió una línea
de ininterrumpido desarrollo en el periodo precolombino. Todo lo contrario.
Conoció guerras externas y civiles, invasiones, disidencias religiosas y
devastadores cataclismos climáticos que marcaron su final muchas veces. Hubo
esplendor, apogeo y decadencia espiritual en las diversas culturas andinas. Una
de esas grandes sequias destruyó a los nazcas y moches por igual, y la guerra
intestina aunada a la conquista española marcó el final de los incas. Un caso
muy peculiar representan los huacos eróticos mochicas. Con la frívola y
hedonística mentalidad moderna se puede suponer una humanización acentuada de
dicha cultura. Pero eso sería sacarla de su contexto religioso y temporal. Más
bien, más inteligente sería ver una forma diferente de asumir el sexo
reproductor y recreativo. Los huacos eróticos mochicas son como si nos dijeran
que la reproducción y el sexo placentero es un homenaje al cosmos. Algo
parecido a la filosofía del Kama Sutra del hinduismo, donde la reglas de la
vida son fijadas por el Señor de los Seres que obliga a conducir todo por la
senda de la satisfacción y la felicidad. La unión sexual sería parte de la
química del cosmos. Esto hace pensar que entre los mochicas debió de existir un
gran maestro que enseñaba cómo debe ser vivida la vida y qué normas debían
regirla. Amor, deseo y placer, todo esto se junta en el arte de vivir. Justamente
el tantrismo o arte de los mil orgasmos equivale a la continuidad de la luz de
la vida.
Muy agudo fue nuestro filósofo espiritualista Mariano Iberico[1] cuando
escribía que las estilizaciones geométricas y zoomórficas del antiguo arte
peruano no cantan a la muerte como en los egipcios, sino a la vida fluyente y
dinámica, como en los babilonios. El arte andino sería una aspiración a
permanecer en la movilidad y no en la inmovilidad universal. Asi, concluía que
el arte antiguo peruano tiene una actitud, un sentido cósmico, una noción de lo Absoluto más vital y
dinámico. No estoy seguro que esto último sea del todo exacto. Sobre todo
cuando la deidad suprema inca no era la deidad solar sino ese oscuro y lejano
dios Pachacamac –que lo traduzco como Vivificador del cosmos-, que escucha y
siente todo pero permanece ignoto al hombre. O sea, no es la deidad de los mil
nombres, como Isis de Egipto, ni como Shiva de la India. Su simbolismo es otro,
a saber, el de la Fuente permanente de la vida impermanente. Ese dios
monoteísta incaico fue el que permitió a los cronistas indios como Guamán
Poma, Juan Santacruz Pachacuti y al
mestizo Inca Garcilaso, pedir un imperio cristiano indio exclusivamente a manos
de los naturales. Como se ve, ya en la deidad ignota de Pachacamac latía el
absoluto inmóvil que completaba la evolución religiosa de la civilización
andina.
Pero nada de esto se relaciona con una pretendida línea de
deshumanización expresada en el arte andino. Al contrario, el geometrismo y
abstraccionismo del arte andino tiene que ver con una mayor profundidad
metafísica de su espíritu, una mayor sensibilización ante lo santo, es estilización
puesta al servicio de la expresión de la presencia las fuerzas superiores al
hombre. Los primeros gobernantes precolombinos –caso Chavín- eran
representantes de los dioses, como ocurría en los antiguos imperios
mesopotámicos. Pero luego, personalmente creo que esto sucede desde los
imperios Tiwanaku y Wari, los curacas pasan a ser de semidivinos en divinos o
encarnación de la deidad en el orden temporal –como en el Antiguo Egipto-.
Justo es esto lo que aprecia en los gobernantes cuzqueños llamados Incas.
Todo eso nos permite entrever otro sentido de “deshumanización” que se
relaciona con las disquisiciones del filósofo del Yo y el Tú, Martín Buber. Nos
dice que el hombre moderno no tiene casa cósmica y al haberla perdido es como
ha madurado la antropología filosófica[2].
Penetrante observación que nos hace ver, como hemos indicado, que el hombre
antiguo era ontológico mientras el hombre moderno es gnoseológico y, por ende,
antropológico. Efectivamente, el hombre moderno es un ser enfermo de
racionalismo, inmanentismo y secularismo. Lo cual amenaza ostensiblemente con
destruir su alma. La abundancia material de nuestro tiempo ha extraviado el
sentido de su vida y amenaza con extinguirlo. Ha perdido su “casa cósmica”.
En este sentido el hombre antiguo que vivía sin individualidad y sin
derechos humanos, pero que conocía la superioridad del espíritu, se sentía
seguro de su lugar en el cosmos. En cambio, el hombre moderno, repleto de
narcisismo, vanagloria y egolatría, que vive reclamando democracia niveladora y
pisoteando donde pueda la aristocracia de la interioridad, enarbola una
subjetividad vacía, frívola, materialista e inmanentista que solamente ha
logrado que extravíe su puesto en el cosmos. En medio de esta orfandad
espiritual nace el abstraccionismo del arte moderno, es su expresión más
genuina y legítima. En cierto modo el hombre antiguo era humano a fuerza de ser
antihumanista y tener su centro en el cosmos. A diferencia del hombre moderno
que está deshumanizado a fuerza de ser humanista. Además, nunca fue tan
sistemática la eliminación premeditada de seres humanos como ocurrió durante la
modernidad científica –me refiero al Holocausto-. Algunos descaminados han
sostenido que el amor al hombre viene con el cristianismo, pero con ello se
olvidan que ese es solamente el segundo mandamiento. Y más bien, el
cristianismo al reivindicar a la Persona humana no deriva, justamente, en
ningún antropologismo porque es fuertemente teocéntrico. Cristo decía: “Mi
Padre y Yo somos uno”, pero también enfatizaba: “Mi Padre es más grande que
todos”.
De tal manera que geometrismo y abstraccionismo en el arte no siempre
es sinónimo de infrarrealismo y de carácter dionisíaco, pues, como lo hemos
visto, ha sido también equivalente a hiperrealismo y de carácter apolíneo. Y ese
fue el tenor dominante en la civilización precolombina. Por ende, tampoco es
siempre parejo a deshumanización porque desde otra base metafísica corre
paralelo a la santificación del mundo. Una vida de santidad no es de
retraimiento, quietud, renuncia o huída del mundo –y así lo entendían los
precolombinos y muchas culturas ancestrales y míticas, al igual que el
cristianismo- sino lucha por el bien temporal y espiritual de la humanidad para
santificar el mundo. El hombre moderno ha perdido esa unión ontológica con Dios
y al perderla ha perdido su propia alma. Porque el eje del alma es el espíritu
y el eje del espíritu es Dios. Sin Dios todo lo que hace el hombre se convierte
en un boomerang que se vuelve contra él. Ese es el último sentido del Fausto de
Goethe: “El hombre que conquista el mundo pero se pierde a sí mismo”.
No pensé que la disquisición sobre el carácter del arte precolombino
nos llevara tan lejos, pero en ello constatamos que la cultura es un entramado
tan abigarrado y jerarquizado que no tiene sentido poner la sesera en ella sin
antes advertir que el camino del arte deshumanizado no siempre tiene una
significación unívoca sino multívoca.
[2]
Véase M. Buber, Qué
es el hombre, FCE 1960.
09 de Junio del 2018
Liliana Molineris Non si può paragonare l'arte preistorica o antica con l'arte moderna, perché differente è lo spirito che la anima e la rappresenta.
ResponderEliminarLo spirito dell'arte antica è uno spirito semplice che vede ciò che lo circonda con occhi limpidi. Mentre lo spirito che anima l'arte moderna è uno spirito travagliato e ribelle e quindi deforma la naturalezza delle cose.
Molto giusto da parte tua far notare che, anche se sempre di geometrismo si parla, ci sono abissali differenze.
Come sempre, geniale intuizione ed ispirazione.
Gracias profesor!!!
Liliana Molineris No se puede comparar el arte prehistórico o antiguo con el arte moderno, porque el espíritu que lo anima y lo representa es diferente.
ResponderEliminarEl espíritu del arte antiguo es un espíritu simple que ve lo que lo rodea con ojos claros. Mientras que el espíritu que anima el arte moderno es un espíritu conflictivo y rebelde y por lo tanto deforma la naturalidad de las cosas.
Muy bien de su parte para señalar que, aunque siempre hablamos de geometrismo, hay diferencias abismales.
Como siempre, brillante intuición e inspiración.
Gracias profesor !!!
Liliana Molineris Mio caro pensador
ResponderEliminarCon queste tue indagini hai dimostrato che geometrismo non sempre corrisponde a desumanizazione. In questo hai visto più lontano di Ortega..
Liliana Molineris (Italia) Il regno del "NON SENSO" non poteva che riflettersi anche e soprattutto nel mondo dell'arte, che sia pittura o musica...
ResponderEliminarQuesta epoca nichilista annulla e distrugge tutto quello che c'è di bello. Rende le anime aride, distorce la visione della realtà e resta solo il caos. La negazione di tutti i valori impoverisce lo spirito che non riesce più a cogliere l'essenza della vita e tutto diventa dolore e noia.
Il tuo libro, caro professore, mette in risalto che l'arte moderna ha perso di vista la bellezza perché l'essere umano ha perso il senso della vita.
Liliana molineris (Italia) El reino del "sin sentido" no podía dejar de reflejarse también, y sobre todo en el mundo del arte, ya sea pintura o música ...
ResponderEliminarEsta era nihilista anula y destruye todo lo que es bello. Hace almas secas, distorsiona la visión de la realidad y solo queda el caos. La negación de todos los valores empobrece al espíritu que ya no puede captar la esencia de la vida y todo se convierte en dolor y aburrimiento.
Su libro, querido profesor, enfatiza que el arte moderno ha perdido de vista la belleza porque el ser humano ha perdido el sentido de la vida.