GUSTAVO FLORES QUELOPANA,
Y su Filosofia Educativa Humanista
Por
JOSÉ E. CHOCCE PEÑA
P
R Ó L O G O
GUSTAVO
FLORES QUELOPANA
¡Que José Chocce
ha escrito una tesis universitaria sobre mi pensamiento educativo! Y encima, ¡lo
publica como libro! Jamás lo hubiera adivinado. Supe de la pretensión de su
tesis en su debido momento, pero, pienso que por la concentración de la tarea,
dejó de visitarme por cerca de año y medio. Luego me notició del éxito de su
graduación y del enorme esfuerzo que le había costado.
No oculto que mi alegría fue doble: por él y por mí. Tuvo la
gentileza de regalarme una copia de su triunfante tesis. Pasa el tiempo y ahora
en plena cuarentena por el coronavirus me pide el favor de publicarla con el
sello editorial Iipcial. Esa es una nueva alegría. Sobre todo porque viene
precedida por otro libro suyo dedicado al estudio de mi pensamiento filosófico.
Ante ello, es fácil de llenarse de vanidad y egolatría pero no es menos difícil recordar
lo que dice el Eclesiastés: “El mundo es vanidad de vanidades”. Ya Honoré de
Balzac decía que “Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que
exhibir”. Pero más me gusta la frase de Napoleón: “Haríamos un gran negocio
comprando al hombre por lo que vale y vendiéndolo por lo que él cree que vale”.
Ante ello la más segura cura para la vanidad es el aislamiento. Pues en la
soledad sólo impera la conciencia.
Yo, un ilustre desconocido cuyas obras sólo conocen cortas ediciones,
me imagino el titánico esfuerzo que le debe haber costado al tenaz tesista
convencer, en una universidad positivista, al empingorotado puñado de
académicos que componían el jurado para que acepten su tema: “La educación
humanista de Flores Quelopana”. Cómo
deben haber fruncido el entrecejo los acartonados catedráticos por semejante
osadía. Pero salió bien librado de su empresa y vale una sincera felicitación
por ello. No sin cierta cortedad acepté escribirle un Prólogo como
agradecimiento.
¿Pero realmente tiene razón en sus planeamientos? Después de una
larga meditación creo que sí. Y la razón es sencilla. José Chocce ha comprendido bien mi planteamiento
metafísico de la trascendencia como clave para la tarea educativa. Nuestro
tiempo secularista, relativista y descreído sólo se atiene al principio de
inmanencia y con ello castra algo muy esencial en el hombre: la necesidad de
trascendencia, lo cual degrada el humanismo en hominismo.
Reconozco que esa idea básica ha sido el eje de mis reflexiones
educativas en mis obras Educación,
humanismo y trascendencia y La
educación ante la sociedad anética posmoderna. El hombre, que no es ángel
ni demonio, necesita de un ideal para elevarse de la simple natura y realizar
su ser mediante la síntesis de lo inmanente y lo trascendente. Sin reconocer
ese punto cardinal se asegura la perdición humana y la perversión de su persona.
Si esto es asi entonces se justifica aclarar un punto. ¿Tiene que
ver mi planteo humanista con el humanismo del Renacimiento? ¿O está más
vinculada con el concepto religioso de la educación?
Sin intentar explayarme en ello debo decir que me vinculo al
Renacimiento cristiano del siglo XIII y no con el renacimiento pagano del siglo
XIV. Hay distinguir entre el renacimiento del Trecento, de Santo
Domingo, San Francisco, Joaquín de Fiore, santo Tomás de Aquino, Dante, Giotto,
Petrarca, Ariosto, con el desdoblamiento de los del Quattrocento.
Un Boccaccio, Leonardo, Miguel Ángel, Perugino, Rafael, que son almas
torturadas por la rebelión y la protesta. El acalambrado humanismo sin Dios resulta
siendo calamitoso y arriba a nuestro tiempo con la destrucción nihilista de los
ideales. Y sobre lo segundo, arribo a un concepto religioso de la educación por
mi preocupación metafísica y no a la inversa.
La trascendencia como eje de la educación humanista no nace de la
teología, ni de la metafísica de las esencias, sino que surge de un
trascendentalismo metafísico donde lo finito y el ser esencial tienen su
fundamento en lo infinito. Pero ello no significa que la civilización
tecnológica actual encuentre su salvación en una educación humanista, sino,
todo lo contrario, dicho modelo educativo se vuelve imposible en el contexto de
dicha civilización que debe expirar, como todas las anteriores civilizaciones.
Con ello cae por su propio peso que mi interpretación no es
naturalista, psicológica, científica, sociológica o ecléctica -ésta última pone
más énfasis en el currículo y en el método, olvidando lo esencial, a saber: los
ideales-. Es por ello que sobre los hombros de la escuela de Frankfurt veo más
allá de la racionalidad tecnológica y la manipulación técnica, porque las
finalidades humanistas que persigue la educación no pueden estar vinculadas
sólo con lo intelectual sino, como enfatizó Kant, también con lo moral. Pero
ese énfasis debe superar el agnosticismo para reconocer las verdades
suprarracionales de la propia razón.
Para Julien Benda en su libro La
traición de los intelectuales, éstos han traicionado su misión en beneficio
de un renombre o bienestar ilusorio. Y ésta es una pesada carga de
responsabilidad que implica anteponer la verdad por una vida espiritual pura
que no puede triunfar en una civilización que prioriza la manipulación técnica.
Es por ello que sin pesimismo alguno digo que la educación humanista no puede
cambiar el rumbo de deshumanización del presente, pero sí puede formar reductos
morales e intelectuales para la cultura que advendrá.
No niego que mi perspectiva es escatológica y providencialista,
como la de Berdiaev y Chestov. Pero también pienso, como Lessing, que las
diferentes religiones son fases sucesivas de la educación divina del hombre. Por
ello, la salvación y la redención del hombre siempre será un fracaso permanente
en las solas manos del hombre.
Dentro del tiempo histórico el hombre da valiosos pero breves
triunfos. Más dentro del tiempo cósmico y existencial la resolución se da en la
eternidad. El destino paradójico del hombre es realizar en su finitud la
tendencia hacia la eternidad y el fin del mundo. Asi se entiende mejor la
frase: “Si quieres cambiar el mundo, empieza cambiando tu mismo”. Y quizá esa
sea la mejor lección que nos deja el presente libro.
Mi convicción irrenunciable de que el contacto con la naturaleza
es factor insustituible en la formación educativa del hombre –como pensaron
Rousseau y Dewey- se relaciona con la realización verdadera del humanismo con
Dios. Sucede que los niños de la era de las máquinas han perdido la unión con
la naturaleza y la escuela no se encarga
de restablecer el vínculo con ella. Asi, la alienación del hombre se
sobredimensiona y profundiza la falta de armonía y solidaridad humana. La
crisis educativa es profunda y grave en nuestra era industrial y cibernética.
Sin modificar ese problema la descomposición de la civilización tecnológica
arribará al imperio indiscutible de la barbarie humana. El advenimiento de la
barbarie civilizada no es inevitable pero con el neobrutalismo su curso crece
aceleradamente.
Canadá, 25 de mayo 2020
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