LAS CUATRO ESTACIONES DEL HUMANISMO ORREGIANO
Gustavo Flores Quelopana
Disertación en la Universidad Peruana Antenor
Orrego (UPAO) en conmemoración de su natalicio-Trujillo- 22 mayo 2023
Introito
El Rectorado de la Universidad Privada Antenor Orrego me ha requerido para que en esta solemnidad y dentro de límites de tiempo muy precisos, diga algunas palabras en conmemoración del Natalicio del filósofo Antenor Orrego. Y en la celebración de 131 años de su nacimiento se da la significativa coincidencia de que su pensamiento abocado al humanismo, la libertad, la justicia y la integración latinoamericana se enfrente a la dramática realidad actual del terremoto geopolítico que significa el tránsito desde el Orden Mundial unipolar hacia el Orden Mundial Multipolar. A nosotros no nos cabe duda alguna de que Orrego estaría a favor de este cambio global.
El pensamiento humanista de Antenor Orrego (1892-1960) no
es sistemático, sino vertebral, o sea enhebra toda su reflexión intelectual
desde el alfa hasta el omega. Se trata de una columna basal que no lo abandona
nunca, a pesar de sus mutaciones inevitables. El humanismo orregiano es como el
tronco de un árbol en el que cada estación le hace cobrar una fisonomía
diferente. Y es así porque Orrego no es
un filósofo de cátedra, de conferencia, de paraninfo, de pupitre, de juegos
florales y de honores, sino que, pretendiendo abolir veinte siglos de filosofía
y de historia, se entrega próvido al surco milagroso y pensativo de la meditación
feraz y a su personalísimo anhelo de eternidad. Nuestro
filósofo ha percibido con nitidez que la caída del hombre no es sólo la caída
de la carne, sino de la inteligencia que ha devenido en mera sofistería
abogadil -Discriminaciones: "La razón desgarrada"-.
Ahora bien, ¿Por qué el humanismo orregiano corre como un
torrente subterráneo a través de toda su evolución intelectual? ¿Cuáles fueron
las fuerzas mentales y materiales que lo mantuvieron en esa permanente atención
por el hombre?
Podemos responder provisionalmente que se trató de dos
factores preeminentes: uno, el social; el otro, el filosófico.
El contexto social del joven Orrego está signado por las
consecuencias de la derrota en la guerra con Chile. La verdad es que la guerra
con Chile impuesta por el imperialismo inglés arruinó la economía. El capital
extranjero exigió el pago de la deuda y el Estado entregó los ferrocarriles, la
minería y el petróleo.
Mientras tanto en Lima se levantaban las primeras
fábricas de abarrotes y textiles. La ruina del pequeño minero, artesano y
agricultor los proletarizó. Pero las ideas anarquistas de Manuel González Prada
contribuyeron al desarrollo de la conciencia obrera, impulsando la cultura y la
prensa proletaria.
Son los años en que Orrego irrumpe en el periodismo. El
triunfo de la Revolución Mexicana en 1911 y la Revolución Rusa en 1917 tuvo un
impacto decisivo, activando la lucha obrera y campesina. No olvidemos que el
anarcosindicalismo tuvo su mejor momento en 1919, cuando Pardo tuvo que
decretar la jornada de las ocho horas. Son los años en que sobrevienen las
masas como protagonistas de la lucha política. Son los años en que el
imperialismo norteamericano penetra en el país a través del oncenio de Leguía.
En una palabra, el joven Orrego de los años veinte se ve
sensibilizado por la lucha campesina y obrera que se veía doblemente
pauperizada por la opresión del latifundio y el lento desarrollo del
capitalismo. Cuando sobreviene la crisis capitalista de 1929, que deprimió
drásticamente la economía monocultora y exportadora del Perú, el joven Orrego
sale de su inicial aforística estetizante para entrar a su etapa
antimperialista y revolucionaria, intentando hegemonizar el proceso de proletarización
antifeudal y antimperialista de las masas populares a través del ideario
aprista.
Ahora echemos una mirada al contexto filosófico. Orrego
es un pensador espiritualista desde el principio hasta el final. No está
afectado por la tentación del positivismo filosófico, como lo estuvieron
Alejandro Deustua, Jorge Polar, Javier Prado, Mariano Iberico y Pedro Zulen.
Por ende, Orrego muestra desde el comienzo una singular vocación por las
profundidades metafísicas. Pero al compás de la convulsa situación política,
social e ideológica, se inserta en el neomarxismo aprista que buscaba el desarrollo
de un capitalismo popular.
Ciertamente que fue Deustua quien inició el giro hacia el
espiritualismo bergsoniano, interesándose todos los demás por el intuicionismo
francés. Pero Orrego irrumpe en el plano del pensamiento en los años 20 como un
espiritualista desde el comienzo. Pero en los años 20 se vive en el Perú los
últimos años de la reacción espiritualista y los primeros años de la inserción
del marxismo. Ese es el escenario intelectual en el que se pergeñan las
primeras obras orregianas.
No en balde los comunistas criollos tildaron erróneamente
su pensamiento de “idealista anticientista”. Incluso una mente tan sagaz como
la de Augusto Salazar Bondy le colgó el membrete de metafísico vitalista y
luego socialista no marxista. Personalmente prefiero verlo como un
espiritualista con una cierta variedad de tono, que va desde la metafísica
trascendente hasta el neomarxismo aprista.
En otras palabras, el paso de Orrego desde los años
treinta al neomarxismo de Haya no significó un abandono del espiritualismo,
sino el paso del humanismo estetizante al humanismo antimperialista reformista,
que buscaba la emancipación del hombre mediante la reestructuración de la
realidad social.
Como es conocido la reflexión filosófica orregiana llega
hasta la polémica suya con Heidegger en su obra “Meditaciones ontológicas”.
Orrego fallece en 1960, Heidegger en 1976. Pero la década de los 50 Heidegger
se convierte en un filósofo popular, todo gracias a Sartre especialmente y al
auge del existencialismo. Heidegger, que fue un nazi fanático, se siente
profeta del nihilismo y busca un Dios que deriva hacia la divinización del
ser-ahí.
Es contra esta conclusión que el Orrego espiritualista se
rebela en sus últimos días. Al buen espiritualista curtido en mil batallas
revolucionarias, aunada a una persecutoria carcelería, no se le escapaba que
Heidegger al centrarse en lo ontológico extraviaba lo óntico real y concreto.
En este sentido, el humanismo orregiano presenta cuatro
estaciones bien definidas, a saber:
- Primavera: Humanismo esteticista de “Notas marginales”
y “Monólogo eterno”
- Verano: Humanismo revolucionario antimperialista de
“Pueblo Continente”
- Otoño: Humanismo integracionista de “Hacia un humanismo
americano”, y
- Invierno: Humanismo ontológico de “Meditaciones
ontológicas”.
Veamos cada uno de ellos.
Primera
estación: La Primavera
El
Humanismo esteticista
Notas Marginales (1922) y Monólogo eterno (1929)
constituyen su etapa aforística. El primero publicado a los 30 años y el
segundo a los 37. Tengamos en cuenta que el aforismo es todo un libro en una
línea. Es decir, mienta un género literario conciso y breve que exige una
maduración no sólo mental, sino espiritual muy acentuada y proverbial.
Orrego, como Heráclito y Nietzsche, piensa en relámpagos
mentales, no en la fatigosa exposición conceptual de las cadenas de
proposiciones demostrativas. Es un pensador figurativo, de visualización
plástica, intuitivo, pegado a la movilidad de la vida. Los aforismos de Orrego
como piedras cinceladas tienen precisión y contundencia. Esta etapa aforística
tiene la categoría de la obra de arte. En la etapa subsiguiente vendrán las
obras de una elaboración sistemática y conceptual. Por ahora predomina el
elevado rango literario y la vía especulativa.
El esplendor de su lenguaje oculta su único y predilecto
tema primordial: el hombre. A diferencia de Heráclito y de Nietzsche la prosa
aforística de Orrego no nos habla del logos, ni de ir más allá del hombre, sino
de la propia realización del hombre. Su humanismo, demasiado humano, no se
dirige hacia una metafísica de la inmanencia, ni hacia el ateísmo, más bien va
directamente hacia una metafísica de lo trascendente y un humanismo con Dios.
El humanismo con Dios de Orrego se manifiesta desde su
fase aforística y estetizante. Y guarda un extraño vínculo con la presencia de
Dios en la poética de César Vallejo cuando dice sus últimas palabras dictadas a
Georgette: “Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios, más
allá de la muerte, tengo un defensor: Dios”. Y esta cita vallejiana ratifica
que Dios en la obra del vate no sólo tiene una connotación humana muy marcada,
sino que abraza como Orrego un humanismo con Dios. Ante Orrego y Vallejo estamos
frente al poeta y pensador metafísico respectivamente.
Resulta muy significativo que Antenor
Orrego, César Vallejo y Mariano Iberico nacieran en el
mismo año, 1892. Los tres fueron visionarios de la profundidad metafísica de la
vida humana. No perdieron de vista la dimensión religiosa y espiritual del
hombre. Y arraigaron su pensamiento en la compresión de ese extraño enlace
entre lo finito y lo infinito en la vida humana.
Ahora se entiende mejor el influjo que ejerció sobre él
Ralph Waldo Emerson. Emerson fue el Montaigne de su tiempo. La idea de la
fuerza vital de Emerson influyó sobre Whitman, Thoreau, Nietzsche, James y
Bergson. Emerson fue un preclaro representante del trascendentalismo
norteamericano, movimiento religioso y filosófico que preconizaba la
superioridad del espíritu, opuesto al materialismo y al tradicionalismo, que
proclamaba la evidencia al espíritu de las verdades religiosas.
Señores, la idea básica era una reacción a la
secularización de la modernidad. Por ello no es una mera afirmación de lo
trascendente, no es un platonismo de la Idea, ni una inmanentización de la idea
de espíritu, tampoco es un neoplatonismo renacentista de la Idea radicada en lo
real, sino que cada cosa es reflejo de una realidad superior a ella misma. Así
la moral es concebida como la verdad misma, y el espíritu como aquello que se
piensa a través de la materia.
Así se comprende cabalmente cómo Orrego desde la
Introducción de Notas Marginales subraya que el problema más importante
es el de la vida humana y que el hombre es un poema de Dios. Y los temas no
sólo se repiten en El monólogo eterno, sino que se profundizan. Así
vemos cómo se reiteran los acápites de Dios, conocimiento, círculo, religión,
error, mentira, historia, justicia, contradicción, armonía, ilusión, esperanza
y cristianismo. Pero se añade una diferencia muy notoria, que el propio Orrego
lo destaca en sus Frases liminares. Y es que va emergiendo la realidad del
contorno americano y pone énfasis en la conciencia de América.
O sea, el trascendentalismo emersoniano va tomando
connotaciones cada vez más concretas, hasta el límite de ir tomando otra
fisonomía. El impulso metafísico que vivencia la intuición orregiana se
distancia del espíritu de la filosofía griega por dos cosas: la importancia de lo
histórico y porque el vehículo de su pensamiento no es la razón sino la
intuición. Y lo que subyace a todo ello es el entrever una nueva metafísica,
donde lo trascendente y lo inmanente se mantienen enlazados, pero no
confundidos. Esta intuición metafísica profunda se mantendrá así, meramente
entrevista y no desarrollada hasta el final de sus días.
Segunda estación: El Verano
El Humanismo antimperialista
La segunda estación de su Humanismo constituye un Verano
y está representado por su célebre obra Pueblo Continente. Publicada a
la edad madura de 47 años, en 1939, año del comienzo de la segunda gran
conflagración mundial, y ya cargando a sus espaldas una experiencia política
apreciable como dirigente del partido de Haya de la Torre.
Los años veinte han quedado atrás, pero le han dejado una
impronta imborrable y decisiva. Lo vivido en la década del veinte lo han
marcado a fuego. Entre estas huellas destacan las de orden político e
intelectual: la primera prisión bajo la dictadura de Leguía (1921), publica
Notas marginales (1922), los Prólogos a Trilce de Vallejo y a la Nave
Dorada de Spelucín, la experiencia periodística en el diario El Norte, la
conversión del Grupo Trujillo en el Grupo Norte, la fundación del
Apra en 1924 convirtiéndose en uno de sus conductores, su correspondencia con
Mariátegui, del cual recibe La escena contemporánea (1925), colabora con
la revista Amauta (1927), asiste a la ruptura epistolar entre Haya y
Mariátegui, y meses después a la ruptura con el Apra, en 1928 lee asiduamente el
libro de Haya Por la emancipación de América Latina, la persecución
policial destruye sus dos manuscritos concluidos Panoramas y Helios,
sufre segunda prisión otra vez bajo Leguía, aparecen los Siete ensayos de
Mariátegui, y en 1929 publica Monólogo eterno.
Pero los años treinta están signados por la cruda
realidad política y social: su elección al Congreso Constituyente como diputado
por Trujillo (1931), su tercera prisión (1932), el estallido de la Revolución
de Trujillo que es aplastada cruentamente por mar, cielo y tierra, su cuarta y
quinta prisión bajo la despiadada represión del gobierno de Benavides
(1934-1935), hasta que aparece Pueblo Continente en 1939.
Es decir, estamos ante un libro que no nace burguesamente
al calor del refugio de un cómodo gabinete y de una bien provista biblioteca.
No señores, estamos ante un libro engendrado entre la trinchera del combate
político y los barrotes carcelarios. Son los años aurorales en que la pequeña
burguesía intelectual peruana ha decidido tomar las armas y la tribuna política
por el cambio revolucionario del país. En otras palabras, ha sonado la hora
revolucionaria de la pequeña burguesía y clase media peruana que decide
conducir la lucha popular. Se siente que ha llegado la hora de la revolución
nacionalista para la patria. Y Orrego está en la primera línea de combate por
la transformación del Perú. Es un intelectual orgánico en el lenguaje
gramsciano.
En sus sucesivas prisiones siempre se recordará su
actitud serena, ensimismada, meditabunda y peripatética. Acudían a él en busca
de su palabra y pensamiento magisterial. Era un Aristóteles encerrado
reiteradamente en las ergástulas del Perú. De ese cáliz del dolor humano
brotará el segundo humanismo expuesto en Pueblo Continente. Es por ello
que no se puede afirmar que la idea fundamental de este libro nace simplemente
de las lecturas de Hegel, Nietzsche, Spengler, Haya y Vasconcelos. Esto es
reparar sólo en el armazón conceptual y externo del libro. Pero hay que ir
hacia su espíritu, que en buena cuenta responde a la maduración del espíritu de
Orrego. La idea de que América debe concebirse como un Pueblo Continente,
porque es el lugar donde se decantan los productos culturales y se prepara una
nueva cultura, arraiga en la intuición fundamental de que está alumbrando la
nueva conciencia americana a través de la digestión vital entre lo andino y lo
occidental. Son la síntesis de dos mundos los que deciden la conciencia del
nuevo hombre americano.
¿Qué significa esto? No sólo implica la liquidación de la
sociedad feudal sobre la que se sostenía la sociedad oligárquica. Pues la
América indígena fue sustituía por la América criolla pro-occidental, pero
Orrego nos habla de una tercera dimensión de la cultura occidental que nacerá
de las cenizas del caos del americanismo mimético criollo. No se trata de una
vuelta a la astilla cadavérica de catafalco del americanismo indígena, ni una
repetición de la arcadia simiesca del criollismo occidental. Se trata de un
Pueblo Continente que brota de una nueva simbiosis humana entre lo andino y lo
occidental.
Pero a pesar de las connotaciones biologistas y
racialistas de la obra, Orrego concluye volviendo al punto de partida más
antiguo de Oriente, a saber, “conócete a ti mismo”. Este pensamiento presentado
como conclusión de Pueblo Continente nos debería sorprender, sin
embargo, no lo hace. Y no lo hace porque al rememorarse quizá a su más grande
exponente, nos referimos a Sócrates y su humanismo ético, se comprende de suyo
que sin conocimiento de sí mismo no hay nueva conciencia humana que pueda
alumbrarse.
Desde el marxismo se ha puesto hincapié en que el
humanismo antimperialista de Orrego muestra aquí todas sus limitaciones, porque
al deducirse que la revolución del continente americano será esencialmente
democrático-antimperialista pero no anticapitalista resulta hipotecando su
destino a las vacilaciones propias de la clase media. De ahí que no han faltado
historiadores y sociólogos que juzgando el derrotero de la ideología aprista
-Manrique, Neira, Sinesio López y Tanaka- destacan que la etapa final
proimperialista, anticomunista y conservadora del líder aprista se corresponde
con el comportamiento sinuoso de las clases medias momentáneamente
radicalizadas en su primera etapa.
En otras palabras, sería la propia historia política del
Perú la que demostraría con la revolución velasquista, el primer y segundo
gobierno de García, que la vacilante clase media no fue capaz de emprender las
transformaciones profundas que requería el país. La susodicha revolución
antifeudal antimperialista fue sacada adelante a fines de los años 60 por el
reformismo militar del General Velasco Alvarado ante el fracaso del reformismo
civil encabezado por el Apra. Ante este desenlace ya no estaría presente Orrego,
pero lo más probable es que hubiera coincidido con Haya en su reclamo sobre la
paternidad intelectual de las reformas militares durante los discursos del Día
de la Fraternidad de los años 70 y 71. Ante este ideario jamás cumplido Alan
García intentó justificar su giro revisionista hacia el neoliberalismo en su
libro La revolución constructiva del aprismo.
Obviamente, de nada esto se puede responsabilizar a Orrego.
Su hora histórica fue otra, donde en los años 30 las posibilidades de una
revolución democrático-nacionalista aún estaban abiertas. Pero en los años 60
el escenario cambió radicalmente con el triunfo de la revolución cubana, el
protagonismo de Fidel Castro, la guerra fría entre las superpotencias, la
convivencia apro-odriísta, el fracaso de las reformas liberales y la crisis
terminal del estado oligárquico.
Por ello, el humanismo antimperialista expresado en Pueblo
Continente no debe ser confundido con el aprismo del último Haya y menos
con el de García. Es cierto que la consigna de la unidad del pueblo
latinoamericano es lanzada por el primer Haya revolucionario, y lo hizo con una
clara connotación antimperialista, pero la dimensión humanista-filosófico-espiritual
fue dada por Orrego. Aquí era el filósofo quien no se contentaba con una mera
interpretación política de los hechos y se insertaba en una filosofía
culturológica.
Sería su discípulo más destacado, Luis Flores Caballero,
quien fructificaría la prédica orregiana con el libro Interpretación
culturológica de la sociedad (1963). En realidad, Flores Caballero, que
entró en contacto con Orrego desde mediados de la década de los años 50, fue su
único discípulo que en filosofía supo captar como ninguno que las categorías
fundamentales de Orrego giraban en torno a la culturología, el integracionismo
y la síntesis. Apoyó en su momento a la revolución velasquista como otros
intelectuales de avanzada. A partir de ello también publicó Hacia una teoría
de integración (1987) y su libro de aforismos Síntesis (2001). Tal
fue el fervor que Flores Caballero prodigó a la memoria de su maestro Orrego
que llegó a ser conocido entre los de su generación como el filósofo de la
síntesis y de la integración.
Señores, la segunda estación del humanismo orregiano es
un Humanismo antimperialista, a la vez nacionalista y continental, neomarxista
e indoamericano. Se trata del tránsito desde el humanismo estético de la década
de los 20 hacia el humanismo antimperialista de la década de los treinta. Es el
paso desde un humanismo romántico hacia un humanismo social y transformador de
todo un continente.
Sin embargo, la sedimentación espiritualista se mantiene,
la tensión por la vida del hombre permanece, se vuelve más densa y gravitante.
Ahora se ve cómo un Pathos se condensa en un Geos. La liberación del hombre es
su leitmotiv que sigue vibrando. Y por ello, Orrego puede ser asumido
cabalmente como un precursor de la teología de la liberación del padre Gustavo
Gutiérrez (1971) y de la filosofía de la dominación de Augusto Salazar Bondy
(1976).
En realidad, la vena más auténtica y profunda de la
filosofía latinoamericana es la dúplice categoría liberación-dominación. Lo
cual no es accidental, sino que responde a las vicisitudes de un continente
atravesado por los dictados de los imperialismos coloniales de turno
(español-portugués primero, luego británico-francés, y finalmente
estadounidense). Y dicha dúplice categoría liberación-dominación se hace presente
desde los cronistas mestizos e indígenas como el Inca, Garcilaso de la Vega,
Guamán Poma de Ayala y Juan Santacruz Pachacuti, se prolonga con la filosofía
lascasiana de la conquista y colonización y llega hasta nosotros con Manuel
González Prada, Mariátegui, Haya, Orrego, Gustavo Gutiérrez y Salazar
Bondy.
Tercera estación: El Otoño
El Humanismo integracionista
Tres fueron los únicos libros que Orrego publicó en vida:
Notas marginales, Monólogo eterno y Pueblo Continente. Dos obras
fueron destruidas por la represión policial: Panoramas y Helios.
Y seis obras más fueron publicadas póstumamente: Estación primera
(1961), Discriminaciones (1965), Hacia un humanismo americano
(1966), Mi encuentro con Vallejo (1989), Efigie del tiempo
(CYDES, Lima, 1995) y Meditaciones ontológicas (CYDES, Lima, 1995).
Sus Obras Completas aparecen en 1995 a cargo del
Instituto de Investigaciones Cambio y Desarrollo de Luis Alva Castro. Es una
edición esforzada pero que no alcanza los parámetros de una edición científica.
Aquí encuentra la Universidad Privada Antenor Orrego una tarea perentoria e
insoslayable, a saber, emprender la edición científica
de las Obras Completas de Orrego, incluida su correspondencia, biografía y que
incluya obras de otros autores sobre Orrego, a través de la fundación de la
Sociedad Peruana Antenor Orrego. Es la UPAO la llamada a emprender esta inmensa
tarea aun incompleta, sin olvidar la publicación periódica de referencias
bibliográficas sobre la obra de Orrego, junto a la celebración habitual de
Congresos de Filosofía sobre Orrego a nivel nacional e internacional, la
fundación de la Casa Museo Antenor Orrego, implantar la cátedra libre sobre
Orrego y abrir la escuela profesional de Filosofía pura en la UPAO.
TAREAS PENDIENTES DE LA UPAO CON MEMORIA
ORREGIANA
·
Publicación
de la edición científica de las Obras Completas de Orrego, incluida su
correspondencia, biografía, y que incluya obras de otros autores sobre Orrego.
·
Fundación
de la Sociedad Peruana Antenor Orrego.
·
Publicación
periódica de referencias bibliográficas sobre la obra de Orrego.
·
Celebración
habitual de Congresos de Filosofía sobre Orrego a nivel nacional e
internacional.
·
Fundación
de la Casa Museo Antenor Orrego.
·
Implantar
la Cátedra Libre sobre Orrego.
·
Abrir
la escuela profesional de Filosofía pura en la UPAO.
Lo referido viene a cuento no sólo porque de qué sirve
usufructuar su nombre sin rendir digno y cabal homenaje a su memoria, sino
porque el humanismo de su tercera estación correspondiente al Otoño, se vincula
a su obra póstuma Hacia un humanismo americano.
El Humanismo de la integración viene a ocupar el lugar
del humanismo estético de su primera juventud y el humanismo antimperialista de
su madurez. En esta obra su categoría de Pueblo Continente se transforma en la
otra categoría de Humanismo americano. Ahora es que dicho pueblo continente es
portador de un nuevo humanismo, caracterizado por la supresión de las
antinomias entre el blanco europeo, el indio americano y el negro africano.
América como crisol racial y cultural no sólo nos encamina a constituirnos en
un Pueblo Continente, sino a marchar hacia un Humanismo Americano.
Antes que él sólo Haya y Simón Bolívar atalayaron la
necesidad de la unidad continental. Ahora le tocaría a Orrego darle fundamento
filosófico. Como el Inca Garcilaso advierte que el mestizaje cultural y racial
es el pivote sobre el cual se edifican las altas culturas. No emplea el término
con la frecuencia debida, pero está implícita la idea de la “integración”, como
nueva categoría decisiva para la edificación de una nueva civilización. Es lo
que observamos fácticamente en la historia. Sin integración no hubiera emergido
la civilización cristiana tras la caída de la civilización del mundo antiguo. E
incluso no hubiera brotado la civilización moderna sobre la transformación de
la civilización medieval.
EL Humanismo integracionista orregiano es de una trascendencia
tal que permite arribar hacia las anchas playas de una Teoría de la Paz, tan
indispensable en nuestro tiempo sacudido por terremotos geopolíticos y amenazas
de conflagración termonuclear que señalan un mundo en transición desde el orbe
unipolar hacia otro multipolar. Pero también indica el derrotero hacia una Teoría
de la Antropología sin antropocentrismo, casualmente porque ha sido el
antropocentrismo moderno el causante de la catástrofe climática que nos azota y
amenaza.
En otras palabras, el legado filosófico del humanismo
integracionista de Orrego está más vivo que nunca ante los problemas de la paz
y la ecología. Y esto nos permite ingresar al último humanismo de Orrego que,
como veremos, se relaciona directamente con la amenaza que representa una
inteligencia artificial fuera del control humano.
Cuarta y última estación: El Invierno
El Humanismo ontológico
La cuarta y última estación que llamamos el Invierno la
constituye el Humanismo ontológico de Orrego expresado en su libro póstumo Meditaciones
ontológicas. En un enfrentamiento radical con Martín Heidegger y su seco
ontologismo, Orrego dirá:
“En realidad, Heidegger no ha podido sacudirse de la
poderosa garra cartesiana dentro de la cual ha dado vueltas, como en una jaula
laberíntica. La Ontología occidental ha quedado presa de su actitud
antropocéntrica desde Parménides y aún desde Heráclito, en su proyección
Hegeliana, a través de conceptos racionalistas de sustancia y de devenir
dialéctico y determinista, hace ya más de dos milenios…Tan cierto es esto, que el
pensamiento de Heidegger se queda en la encrucijada del ser-ahí, sin llegar al
Ser…Parejamente la presencia del Ser se revela por un acto de fe, vale decir,
mucho más allá de todo razonamiento…[No obstante] Heidegger tiene razón cuando
que el Ser sólo llega al mundo en el lenguaje poético…en la dimensión de la
libertad, porque el Ser es la libertad misma”
(Capítulo III).
Este pasaje denso contiene toda la línea maestra de su
última línea de pensamiento. Por un lado, es una condena al primer Heidegger del
Ser y Tiempo que se circunscribe a un antropologismo del ser-ahí y se mantiene
atrapado en la garra cartesiana del concepto. En segundo lugar, advierte que la
conceptolatría se retrotrae al pensamiento griego, nada menos a Parménides y
Heráclito, quienes también creen atrapar el Ser a través de conceptos. En
tercer lugar, reivindica al último Heidegger que viene desde Carta sobre el
humanismo en adelante. En cuarto, reivindica la lógica no tética de la
poesía para llegar al Ser, porque es allí donde se percibe la trascendencia
creadora del Ser en la realidad concreta. Y en quinto lugar, la presencia del
Ser se revela en un acto de fe.
Y esto último es sumamente importante, porque significa
que Orrego no incurre en la mitologización del Ser en el que incurre el último
Heidegger al desvincular lo ontológico de lo óntico, sino que, muy por el
contrario, para Orrego se llega al Ser apreciándolo en su libertad creadora en
el propio mundo. Y dicha libertad creadora es percibible desde un acto de fe.
Ahora se entiende cómo su humanismo ontológico de la
última hora le permite hablar de los hombres fehacientes y los hombres
perjuros. El hombre fehaciente conjura al Ser y lo trae a la existencia,
mientras que el hombre perjuro enmascara el verdadero Ser y lo falsifica en las
rutinas de la cultura. Y para ratificar que su camino no tiene que ver con la
mitologización del Ser del idealismo romántico alemán y de Heidegger se
preguntará:
“¿Cómo llega el Ser al ser del hombre? A través de la
historia, como, valor, es decir, dentro de un tiempo y de un espacio
histórico…Así se explica por qué la libertad es el supremo valor. El Ser se
identifica con ella porque solo por la libertad y en la libertad llegan al
mundo todos los demás valores…Esa es la vocación del hombre fehaciente:
levantar al Ser desde la nada de la angustia y subsumirlo en su quehacer cotidiano
para dignificarlo y exaltarlo; despertar al ser del hombre a la dimensión
fidedigna de la libertad, que es la única morada del Ser”.
(Capítulo V).
En una palabra, y para concluir, Orrego en su última
estación humanista llamada el Humanismo ontológico, no abandona el tema de la
existencia para concentrarse en el Ser como Heidegger, porque el Ser no puede
entenderse ni evocarse sin su libertad creadora en el mundo. Esto de un hondo
significado metafísico para nuestro tiempo posmoderno, porque representa la
reivindicación no sólo de lo finito, histórico e inmanente, sino también de lo
trascendente, infinito y transhistórico. Esa es la tarea metafísica futura que
nos lega Orrego para la civilización del porvenir: elaborar una metafísica que
realice la síntesis entre lo trascendente e inmanente sin confundirlos.
Se me ha dicho que no es bueno eludir el tema de la masonería en Orrego. Y respondo que naturalmente no es bueno, como tampoco lo es exagerar su importancia en él. Orrego fue masón com Víctor Raúl, Luis Alberto Sánchez y otros líderes apristas. Y en gran parte lo fueron porque en su ideario se contenían ideales antifeudales, antioligárquicos y modernizadores. Está claro que por lo menos en Orrego su adherencia no incluye la tendencia secularizadora y postura deísta de la masonería, tan condenada y denunciada por la Iglesia desde León XIII. Y no la incluye porque la presencia de Dios y su importancia para el hombre es permanente en su preocupación filosófica.
Para decirlo claramente: Orrego no es deísta, sino teísta. Así, escribe en Meditaciones Ontológicas: "Mientras no sientas a Jesucristo viviente dentro de ti; mientras no te sientas Cristo redivivo tú mismo, no habrás alcanzado la más breve brizna de verdad". Sin duda, en estas palabras también vibra el mensaje emersoniano de la autenticidad del individuo.
Muchas gracias